Los días en la hacienda de los “Dos volcanes” se tornaron de una oscuridad melancólica. Lo que antes estaba lleno de vida, sonrisas y que proyectaba un futuro feliz, ahora solo era incertidumbre. El recuerdo del doctor Rafael saliendo por la puerta de la hacienda, aún resonaba en la mente de todos los trabajadores, que desde que se había ido, no dejaban de rezar por él. 

Un silencio tenso se adueñó de la mansión, roto solo por los sollozos apagados de Prudencia y las demás sirvientas. El jardín, que solía vibrar con la risa de Ana María y la algarabía de los niños del pueblo que venían a jugar, estaba ahora sumido en un silencio lúgubre. Rosario, intentaba consolar a las sirvientas que no paraban de pensar que el doctor posiblemente ya no estaba en esta tierra, aunque no se les permitía decirlo.

Marianela, aunque sentía la opresión en el pecho, la preocupación y el miedo, no permitió que la desesperación la consumiera. La determinación brillaba en sus ojos, y su mente trabajaba rápidamente, buscando soluciones en medio de la tormenta que amenazaba con arrancar la felicidad de su hogar.

En lugar de dejarse abrumar por la tristeza, ella canalizó su energía hacia la acción. Las lágrimas que podrían haber caído se transformaron en una resolución firme. Tan solo salió de su escondite y llegó a la hacienda, comenzó a rehuir provisiones y preparar lo necesario para su viaje, uno que sorprendió a todos los presentes; Marianela iría a buscar a su marido. 

La noticia se esparció entre los sirvientes y criados que de inmediato se preocuparon más, ¿cómo era posible que ella pensara hacer eso con todo lo que sucedía alrededor?, ¿se atrevería Marianela a dejarlos solos? La hacienda se quedaría vulnerable y podrían perder todo ante los continuos asaltantes que entraban a las casas en busca de comida y dinero, ¿quién iba a defenderlos? Resultó que Marianela no solo era la señora de la hacienda, sino también una mujer dispuesta a enfrentarse a cualquier adversidad. 

⎯Tengo que traer a Rafael de vuelta, no puedo quedarme con los brazos cruzados mientras él está en peligro ⎯explicó, mientras arrullaba a su hija, quien no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo. 

⎯Pero, ¿y a hacienda?, ¿se llevará a la niña? ⎯habló Prudencia, bastante preocupada. 

Marianela suspiró. 

⎯Tú te quedarás con Ana María. 

⎯¿Yo? 

⎯Así es… te quedarás con la niña, mientras yo estoy ausente. Le pediré a Aurelio que se encargue de todo lo demás, incluso de la protección de la hacienda. 

⎯Pero… ⎯protestó Prudencia, quien no podía creer lo que estaba escuchando. 

Marianela volteó a verla a los ojos, y con una seriedad en su voz le dijo: 

⎯Prudencia, ya perdí a un marido, no voy a perder a otro. Así que se hará lo que yo digo y todos vamos a estar bien. 

La niña ya se había quedado dormida entre sus brazos, por lo que Marianela la puso en la pequeña cuna que yacía al lado de la cama matrimonial, y después se quitó el delantal. Ambas salieron de la habitación para dejar a la niña dormir en paz, y que ellas pudiesen seguir hablando. 

⎯En caso de que estén en peligro, le he mandado una carta a mi abuela para que las reciba a ambas en la ciudad, en su casa. 

⎯¡Nombre!, ¡ni loca me voy yo a la ciudad! ⎯reclamó de inmediato Prudencia⎯. Creo que allá está peor que acá. 

⎯Puede que sí, pero, es la única opción que tengo para protegerles. Así que en caso de peligro, eso es justo lo que harás. 

Marianela bajó las escaleras y se encontró con varios trabajadores que la esperaban ansiosos al pie de estas. El rumor de que la señora iba a ir a buscar a su marido se había esparcido, y varios estaban dispuestos a arriesgar su vida junto con ella para ir a buscarle. 

⎯Los caminos son muy peligrosos, y por más valiente que sea usted, no es bueno que una mujer ande sola por los caminos. Así que iremos algunos a acompañarle. Sabemos manejar armas y también andar a caballo. 

⎯No es mi intención que se alejen de sus familias por mi decisión ⎯explicó ella, con humildad y sencillez. 

⎯El doctor siempre ha estado para nosotros, nos ha tratado bien y siempre ha estado al pendiente de nuestras necesidades. Así que iremos con usted, voluntariamente, la acompañaremos y lo traeremos de vuelta ⎯dijo uno de los peones, haciendo que Marinela sonriera.

Al terminar el discurso, ya había doce voluntarios dispuestos a irse con ella. Sin embargo, ella ordenó que cuidadosamente escogieran provisiones que fuesen esenciales para el viaje y que fuesen fáciles de cargar. No sabían cuánto tiempo podrían estar ausentes. 

Los doce cargaron sus mejores armas, trajeron a su mejor caballo y empacaron comida, sarapes y medicinas esenciales, en caso de que alguien saliese herido o el mismo doctor lo estuviera. 

Marianela, por su parte, se preparó discretamente. Reflexionando sobre los eventos que se desarrollaban a su alrededor, llegó a la determinación de transformar radicalmente su apariencia para sentirse más segura: adoptaría la identidad de un hombre. Con decisión, desechó el largo y hermoso vestido que su esposo le había obsequiado, reemplazándolo con prendas de su marido hábilmente adaptadas a su figura. Sus largos cabellos fueron trenzados y fijados en la parte superior de su cabeza, formando una especie de corona. Al colocarse el sombrero, logró crear la ilusión de un cabello corto sin necesidad de cortárselo.

Procurando ocultar sus pechos de la manera más efectiva posible. Con habilidad, los comprimió con vendajes, experimentando un dolor agudo que le recordaba las consecuencias de su travesía. Era consciente de que su regreso con vida era primordial; su hija dependía de ella. Aunque el deseo de llevarse a su hija consigo era fuerte, entendía que la seguridad de la hacienda ofrecía un resguardo más adecuado para la niña. 

Con determinación, se calzó las botas de montar, observando su reflejo completamente transformado en el espejo. Era como si hubiera adoptado otra identidad. Marianela admitía que la imagen masculina que proyectaba le confería seguridad, pero era su determinación como mujer lo que la llenaba de orgullo. En ese instante, contemplándose en el espejo, reconocía a una mujer cambiada, lejos de la joven citadina que había llegado a la hacienda hace un año. Ahora, se veía a sí misma como una mujer fuerte y decidida, lista para hacer todo por su familia y proteger lo suyo.

A pesar de la transformación exterior, Marianela sabía que, debajo de esas ropas y detrás de la imagen que deseaba proyectar, su mirada y las facciones de su rostro delataban su verdadero ser. Continuaba siendo la mujer hermosa de la cual el doctor se había enamorado. Esta dualidad le planteaba un desafío; debía tener cuidado al interactuar, manteniendo el equilibrio entre la nueva apariencia que adoptaba y la esencia que persistía en su mirada.

Para el amanecer, todo estaba listo. Marianela se despertó con los primeros rayos de sol y después de darle de comer a su hija la besó sobre la frente y la abrazó con fuerza. 

⎯Voy a buscar a papá, cariño. No te preocupes, nos volveremos a ver pronto ⎯susurró, tratando de contener las lágrimas y tranquilizar a su hija. Después, la puso en brazos de su cuidadora⎯. Ya sabes qué hacer en caso de que algo pase. Si no regreso…

⎯Regresarán, lo sé ⎯interrumpió el discurso, Prudencia. 

Marianela sonrío, quería dejar esa imagen. Por dentro se moría de miedo, pero, solo el saber que su marido estaba en peligro y que su hija no volvería a ver a su padre, le dio fuerzas para tomar el sombrero, colocárselo y salir de ahí. La suerte estaba echada. 

Con determinación, Marianela descendió las escaleras y emitió las últimas órdenes. La hacienda continuaría funcionando con normalidad; las puertas se cerrarían por la noche, una ronda de vigilancia permanente se encargaría de la seguridad las veinticuatro horas y, en caso de cualquier asalto, se instruyó claramente que debían disparar para matar, sin contemplaciones. 

Nadie, absolutamente nadie debía mencionar que los patrones no se encontraban, todo debería permanecer igual, por lo que los doce voluntarios y Marianela, saldrían por el pasadizo secreto de la bodega y por ahí entrarían – en caso de regresar – para no llamar la atención en la entrada. 

⎯Recuerden. La puerta principal cerrada. Al regresar, el doctor y yo entraremos por el pasadizo, ¿está claro? ⎯Les recordó, antes de sumergirse en la oscuridad del pasillo. 

⎯Sí, señora ⎯hablaron todos. 

Marianela asintió con la cabeza y después de un suspiro dio la orden para entrar al pasadizo. Este era el inicio de la mayor prueba de amor que Marianela le daría a su esposo. Lo traería de vuelta, vivo o muerto, pero segura de que él estaría a su lado, como fuese. Así, mientras sentía la humedad del pasillo y la oscuridad la invadía, ella solo se concentró en la luz. Lo lograría, estaba segura de que lo haría y que su amor tendría un final feliz, tal y como ellos lo habían deseado. 

***

Los días se extendían como sombras alargadas, y Marianela, en medio de la desesperación, caminaba sin rumbo. Dos jornadas habían transcurrido desde que partieron de la hacienda, y aún no había rastro del Doctor Rafael. El silencio del camino parecía reflejar la ausencia de noticias, como si la tierra misma hubiera engullido cualquier indicio de su esposo.

A pesar de la popularidad de Rafael, su paradero se mantenía en la penumbra del misterio. Ningún lugareño había avistado al doctor por esos rumbos, y mucho menos se sabía por dónde lo habían llevado. El velo del temor a los forajidos cubría la región, obstaculizando cualquier intento de intercambio de información. Nadie quería hablar, nadie quería arriesgarse a ser asociado con aquellos que eran sinónimo de peligro y caos.

La incertidumbre pesaba sobre Marianela como una losa. Cada paso, cada sendero que exploraban, parecía conducirla a un callejón sin salida. El camino, en su inmensidad silenciosa, se convertía en un laberinto que se burlaba de su búsqueda. Los árboles, altos y frondosos, guardaban secretos que se negaban a revelar, y el viento susurraba en un idioma indescifrable.

La desolación del entorno se reflejaba en el rostro de Marianela. Su mirada, una mezcla de determinación y desánimo, escudriñaba el horizonte en busca de un indicio, por pequeño que fuera. La realidad de la situación pesaba sobre ella, pero su voluntad se mantenía firme. No podía permitirse la rendición.

Marianela temía que hubiese sido tarde el tomar medidas de buscar a Rafael. Tal vez su marido ya estaba diez metros bajo tierra, y ella aún lo buscaba sobre de ella. Solo necesitaba una pista, una pequeña señal de a dónde podría ir. Y de pronto, como si un ser superior hubiese escuchado sus rezos, una señal llegó, en un giro del camino, el destino se manifestó de manera inesperada.

Un grupo de forajidos emergió de entre los árboles con los rostros cubiertos y las miradas hostiles, mientras cabalgaban unos imponentes caballos. De inmediato, las armas se sacaron y Marianela se refugió detrás de una roca que cubría todo, menos el cañón de la escopeta que llevaba. Desde ahí dio dos disparos de advertencia, pero eso no hizo que ellos se detuvieran. 

⎯Forajidos llaman a forajidos ⎯se dijo, mientras apuntaba. 

⎯¿Qué hacemos, señora? ⎯preguntó uno de sus acompañantes. 

⎯Carguen las armas, y esperen a mi orden ⎯dijo con determinación. 

Marianela. 

Todos se escondieron, y Marianela se paró frente al camino y con una puntería sin igual, disparó hacia el sobrero de uno de los hombres que venía dispuesto a atacar. Este cayó sobre la tierra, provocado que varios voltearan a verlo. La respuesta, fueron varios disparos que hicieron que ella se escondiera. 

⎯¿Señora? ⎯preguntaron. 

Marianela no hizo nada, simplemente recargó la escopeta, y con una firmeza que no habían visto jamás, disparó de nuevo hacia adelante, haciendo que la silla del caballo de uno de ellos se aflojara y cayera sobre el camino. 

Los forajidos se pararon en seco, alertas de los disparos que provenían de entre las rocas. 

⎯Para tener ese tipo de valor, tiene muy mala puntería ⎯habló el líder. 

En ese momento, un disparo resonó en el aire, y el sobrero del líder cayó en el suelo. Marianela le había disparado solo para demostrarle de lo que era capaz de hacer. El líder se quedó perplejo, pero, no quiso demostrarlos ante sus acompañantes. Sin embargo, se sujetó de las cuerdas del caballo para desfogar el miedo. El caballo, al sentir la fuerza, relinchó. 

⎯El próximo va entre los ojos. ⎯Amenazó, Marianela⎯, ¡bajen las armas! ⎯Nadie hizo caso, así que lanzó otros dos balazos al aire de amenaza⎯ ¡qué las bajen! 

Ella volvió a disparar, esta vez les dio a los amarres de la silla del caballo del líder, provocando que este se cayera al suelo. Los demás tiraron las armas, y se bajaron de sus caballos. Marianela, con la escopeta aún humeante, se mantuvo alerta mientras el líder de los forajidos se levantaba del suelo, mirándola con una mezcla de sorpresa y respeto.

⎯¡Quitenle las armas! ⎯Ordenó Marianela, fingiendo una voz de hombre. 

Sus acompañantes hicieron lo que ella pedía, mientras el líder hacía rendido sobre el suelo. 

⎯¿Quién eres y qué buscas en mi territorio? ⎯habló el líder de los forajidos. 

⎯Busco a un hombre ⎯ respondió ella, con postura firme. 

⎯¿A un hombre? 

⎯A Rafael Guerra. 

El líder frunció el ceño, pensativo. 

⎯Rafael Guerra, ¿dices? No me suena como a alguien que pertenezca a nuestro mundo. 

Marianela apretó el agarré de la escopeta. 

⎯Es un médico. No tiene nada que ver con sus asuntos.

Se hizo un silencio entre los dos. El líder yacía sobre el suelo, oliendo el olor a la tierra seca y sintiendo las piedras debajo de sus rodillas. 

⎯Un médico, ¿eh? No es común tener a gente como él por aquí. Pero, ¿por qué debería ayudarte?

⎯Porque podríamos haberlos dejado a todos en el suelo, pero preferimos resolver esto de manera pacífica. Solo quiero información. ⎯Miró a su alrededor, señalando a sus compañeros.

⎯Yo no lo veo tan pacífico. Pero si me bajas el arma, tal vez pueda ayudarte,

Marianela dudó por un momento, pero finalmente bajó la escopeta, manteniendo una mirada penetrante. Luego ordenó que se pusieran de pie. 

El individuo, de presencia imponente, sobresalía en estatura por unos centímetros respecto a Marianela. Su mirada era penetrante, como si pudiera escudriñar los más profundos secretos. Una barba descuidada cubría gran parte de su rostro, otorgándole un aire rudo y salvaje. Las ropas que vestía estaban marcadas por el polvo y manchas de suciedad, evidenciando un estilo de vida áspero y desafiante.

En el rostro del hombre, una cicatriz marcaba una línea irregular, contando historias de batallas pasadas y desafíos superados. La cicatriz no solo era una marca física, sino también un testimonio de la resistencia y la fortaleza que él había acumulado en sus experiencias. A pesar de su aspecto tosco, sus ojos revelaban una astucia profunda y una determinación inquebrantable. 

 ⎯Habla. ⎯Le ordenó Marianela. 

⎯Debo decir, amigo, que tu habilidad con esa escopeta nos ha impresionado. No te veo como una amenaza, y si nos ayudas, podríamos llegar a un acuerdo.

Marianela presionó el cañón contra el pecho del hombre.

⎯Solo dime lo que te pido. 

El forajido sonrió. Había algo en los ojos de aquel hombre, que le cautivaba y que le ponía a temblar. 

⎯¿Un nombre?, al menos. 

Marianela sin dudar dijo: 

⎯Mariano. Mariano Saldivar. 

⎯Mariano Saldivar. Pues siento decirte que el doctor no está con nosotros, pero, hay alguien que puede ayudarte.

⎯Sin jugar ⎯habló Marianela en un tono amenazante. 

⎯No es juego. La persona a la que le llevaremos puede ayudarle, se lo prometo. Tiene habilidades especiales. 

⎯¿Habilidades especiales? ⎯preguntó ella, bastante interesada. 

⎯Así es, pero, si nosotros le ayudamos, usted debe ayudarnos a nosotros. Llegar a un tipo de acuerdo. 

Marianela respiró hondo. 

⎯¿Qué tipo de acuerdo?

⎯Te llevaremos hasta nuestro campamento, hablarás con nuestro líder y nos ayudarás con esa buena puntería que tienes, ¿te parece?

Marianela volteó a ver a sus acompañantes, que trataban de no desfallecer del miedo. Sin lugar a dudas, eran hombres valientes, a pesar de ser hombres de campo. 

⎯Pero mis hombres viven y no deben tocarlos. Vienen conmigo. 

⎯¿Esos son sus términos? 

⎯Sí. 

⎯Bien. 

Entonces Marianela vio como el hombre se desenredaba una venda de la mano y la ponía frente a sus ojos. 

⎯Estos son los nuestros, ¿los toma o los deja? 

Marianela observó con ansiedad el entorno que la rodeaba. Aunque el temor se apoderaba de ella, comprendía que esta era la única vía para obtener pistas sobre su esposo desaparecido. Asintió con determinación cuando le cubrieron los ojos con una venda, sumiéndola en la oscuridad. Sintió cómo la alzaban con cuidado y la colocaban sobre un caballo, dando inicio a un viaje hacia lo desconocido.

La transición fue abrupta. Pasaron del calor reconfortante del sol al frío inquietante de la noche. La brisa nocturna acariciaba su rostro, llevándose consigo sus pensamientos y preocupaciones. Bajo la venda, Marianela intentaba imaginar el paisaje que se extendía ante ella, pero la incertidumbre la mantenía en un estado de alerta constante.

El galope del caballo resonaba en sus oídos, marcando el ritmo de un trayecto cuyo destino permanecía velado. Cada paso del animal, cada sacudida del camino, generaba en ella una amalgama de emociones, desde la ansiedad hasta la determinación. 

Las horas pasaban, y Marianela, montada en la incertidumbre y la oscuridad, se aferraba a la esperanza de que este viaje la llevara un paso más cerca de Rafael. Finalmente, el caballo se detuvo, y Marianela sintió cómo la ayudaban a descender. La venda fue retirada, y la luz de una fogata reveló un campamento en la penumbra. Ante ella se encontraba un hombre de espaldas, cuyo destino se entrelazaría de manera inesperada con el suyo. 

⎯Este hombre nos ha demostrado sus habilidades en el camino. Tal vez pueda sernos útil ⎯dijo el forajido al líder. 

⎯¿Cuál es su nombre? 

⎯Mariano ⎯contestó. 

⎯Mariano, ¿qué es lo que deseas? ⎯preguntó. 

Marianela pasó saliva y con la misma voz grave que venía fingiendo, dijo: 

⎯Busco al doctor Rafael Guerra. 

⎯¿Un doctor?

⎯Así es. Necesito encontrarlo. ⎯Se sinceró Marianela. 

El hombre suspiró. 

⎯¿Qué te hace pensar que yo puedo ayudarte? 

Marianela frunció el ceño. 

⎯Me dijeron que tenía habilidades especiales… 

⎯¿Así?, ¿cómo cuáles? 

⎯Pues… no sé ⎯habló ella, tratando de verle el rostro al hombre. 

Una risa se escuchó al fondo. 

⎯Ese doctor debe ser muy importante, para tomar un salto de fe tan grande. Para venir hasta acá sin saber qué podría pasar. 

⎯¿Tiene la información o no?, no estoy para perder el tiempo. 

El hombre movió la cabeza de lado a lado, como si quisiera que la tensión se fuese de su cuello. 

⎯Sí, pero antes, necesitamos presentarnos, ¿no cree? ⎯habló, para luego, voltear y ver a Mariano, aun desde la penumbra⎯. Si vamos a ser negocios, debemos conocer nuestros rostros. 

El hombre se acercó a Marianela, emergiendo de la penumbra. A medida que las primeras luces de la fogata iluminaron su figura, los ojos de Marianela se abrieron con sorpresa, y un escalofrío recorrió su piel. Cada paso, cada rasgo, todo en aquel hombre coincidía de manera impactante. No podía creerlo hasta confirmarlo con sus propios ojos. Un grito ahogado se escapó de sus labios cuando finalmente lo reconoció.

⎯ Genaro… ⎯ murmuró, con la voz temblorosa, mientras el mundo parecía desvanecerse a su alrededor.

La revelación la dejó aturdida, con una mezcla de incredulidad y asombro. Genaro, su esposo que creía perdido para siempre, estaba frente a ella en este inesperado rincón del bosque. Las lágrimas inundaron sus ojos, reflejando una mezcla de emociones que iban desde la alegría desbordante hasta el miedo por la realidad que se develaba.

La fogata parpadeaba en el campamento, iluminando sus rostros y creando sombras danzantes que acentuaban el drama de ese encuentro. Marianela, incapaz de contener la oleada de emociones, extendió temblorosas manos hacia Genaro, como si tocarlo pudiera confirmar que no era una ilusión. Los segundos se estiraron en un silencio cargado de significado, hasta que, finalmente, Genaro respondió.

⎯ Sí, Marianela, soy yo… ⎯ susurró, con voz profunda, confirmando lo inimaginable.

Ese momento de reunión, aunque lleno de sorpresa, también planteaba nuevas preguntas. La conexión entre Genaro y los forajidos, la razón de su desaparición y su aparente cambio, todo quedaba pendiente en el aire. Marianela, entre lágrimas de incredibilidad, se aferraba a la realidad de saber que Genero estaba de vuelta, pero sabía que el camino para desentrañar los misterios que le rodeaban apenas comenzaba.

2 Responses

  1. Genaro, solo dale la información que se te pidió y regrésate por dónde viniste. 😠
    Marianela, no olvides por qué estás allí, no olvides a quien buscas y sobre todo no olvides por qué es que debes volver en una pieza a la hacienda. 🥺
    Espero que el Dr. Guerra se encuentre bien. 🙏🏼

  2. Esta vivoooooo… y con forajidos? Traiciono al ejercito o que? O lo dejaron tirado y dieron por muerto? 😱😱😱😱😱 que susto. Si la dejara ir? Y si no la deja ir por rabia o celos q se volvio a casar y peor aun es madre? Ay no Dios mio. En donde fue a caer la pobre. 😱😱😱😱😱

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