Una vez más las cosas habían regresado a la normalidad en casa de los Cho. La nueva regla: no más consejos de la familia. Y esta vez ambos estaban dispuestos a cumplirla, porque las consecuencias habían sido un poco malas para ellos. Sabina había pasado una semana recuperándose y Cho, no pudo caminar sin dolor durante días, al grado que tuvo que cancelar sus idas al bar por no poder estar de pie.
Sin embargo, las anécdotas no faltaron, y estas definitivamente habían pasado a los anales de la historia de los Carter y Ruiz de con, tal vez no con medalla de oro pero, si con mención honorífica. Aun así, a pesar de las risas y el dolor y todo lo que conllevó esta situación, el cometido no se logró y, Sabina y Cho, lo dejaron en paz, tenían más cosas que hacer.
Como no se pudieron embarazar y el tratamiento hormonal no había funcionado del todo, decidieron que se concentrarían en arreglar el piso, en sus trabajos y en uno que otro viaje que saliera a lo largo del año. Así que le pidieron permiso a Julie y a Robert de mudarse a su casa mientras hacían las ampliaciones en el piso, y dejaron de pensar en todo lo demás, menos en una cosa: casarse.
Así, después de que Cho tardó diez años en pagar el anillo de su Sirena, ahora era suyo para dar, y estaba tan emocionado por hacerlo que a veces quería simplemente llegar y pedirle matrimonio a su mujer. Sin embargo, quería que fuese especial y mucho, ya que era la consolidación de un amor que había nacido desde que eran más jóvenes y que ahora, de adultos, florecía más.
Cho y Sabina habían enfrentado todo tipo de obstáculos juntos: accidentes, separaciones, demandas y desilusiones. Pero, eran más los triunfos que habían tenido y la combinación de todo eso los había unido más. Ahora solo faltaba pedírselo de la forma más maravillosa o más bien inolvidable. Aunque, para ser honestos, Sabina y él ya estaban más comprometidos y casados que nunca.
⎯¿Qué te parece una cena romántica en uno de esos restaurantes elegantes de Madrid? ⎯ surgió Moríns. Que ahora al ser compadre de Cho, pasaba la mayoría del tiempo con él, forjando así una gran amistad.
⎯No. Sabina no es de esas. En el momento en que le diga que iremos a comer a un restaurante elegante, sospecharía. No habría nada de sorpresa.
⎯Y, ¿sí preparas un picnic? ⎯ Se escuchó la voz de Jaz, quién iba saliendo de la bodega del bar con un par de botellas de jarabe.
⎯¿Picnic?
⎯No es mala idea. La llevas al parque este enorme que tanto les gusta…⎯Comineza a planear Moríns.⎯Y ahí le pides que se case contigo, si es que dices que Sabina es más sencilla.
Cho se quedó en silencio, le gustaba la idea de Moríns, pero, no le encantaba, porque ahora era demasiado sencillo y tampoco se trataba de eso. El hombre de veintiocho años, jamás pensó que sería tan difícil planear una pedida de mano espectacular.
⎯¿Qué te parece si rentas un avión y escribes en el cielo: Sabina cásate conmigo? ⎯ La voz de David Tristán se metió entre los planes.
David, después de haber trabajado un rato de mesero en uno de los bares de Cho, ahora formaba parte de las visitas continúas al sitio. No siempre iban a tomar, la mayoría de las veces ambos solo iban a platicar en la barra con Cho, y a tomar café o beber algo ligero acompañado de comida sencilla. Aunque David, casi religiosamente, iba los fines de semana a bailar, especialmente con su mejor amiga: Ana Carolina Santander.
⎯Muy Canarias, next ⎯ dijo Cho, sin ni siquiera pensarlo.
David y Moríns se rieron porque, era verdad, los Canarias tenían la costumbre de hacer las cosas de una forma excepcional. Solo con escuchar la anécdota de cómo David le pidió matrimonio a sus esposas, o la forma en que su hijo, le pidió matrimonio a Luz cerrando el jardín botánico y llenándolo de luces solo para ella, se podrían dar una idea. Incluso, llegaron a la conclusión de que Manuel Ruiz de Con había estado a la altura de Ainhoa para que ella cayese enamorada.
⎯Si te soy honesto.⎯ Continuó Moríns. ⎯No se me ocurre absolutamente nada. Creo que cada quien pide matrimonio de la forma que más le plazca y, a veces, lo ordinario se vuelve extraordinario.
⎯¿Qué quieres decir con eso? ⎯ preguntó Cho, interesado.
⎯Lo que Moríns quiere decir es que tú solo conoces a Sabina, y que a veces no es necesario tanto para decir la pregunta que cambiará sus vidas. Por ejemplo, yo le pedí matrimonio a mi esposa en el hospital.⎯ Recordó Jaz.
⎯ Y yo le pedí matrimonio a Sila una mañana en Puerto Vallarta. Solo, dije la pregunta y ya.⎯ Agregó su compadre.
⎯Y, ¿la vez que te pidió matrimonio en la playa?, eso fue bastante extraordinario y de gran presupuesto. Hasta avión privado se usó.⎯ Le reclamó David, como si estuviera salvando el honor de su hermana.
⎯Eso es muy Canarias… Y estamos hablando de cuando yo se lo pedí hace tiempo. Antes de todo lo que pasó entre nosotros.⎯ Moríns volteó a ver a Cho.⎯ Lo que quiero decir es que tú sentirás cuando el momento sea el indicado. A veces tienes tiempo de ser un Canarias y bajarle la luna y las estrellas. Y hay veces que solo se puede ser un Moríns o un Cho; la mayoría de las veces si me lo permites.
⎯Pfff, ¿Un Moríns y un Cho? ⎯ Se burló David.⎯ Yo cuando le pida matrimonio a la mujer de mi vida le traeré las estrellas. Tiene que ser algo que recuerde el resto de su vida, que ambos lo recuerden.
⎯En eso tiene razón el Picaflorcito.⎯ Le dio la razón Jaz.⎯ Debe ser algo que recuerden en resto de sus vidas. Que cuando se vean a los ojos, sepan que fue perfecto. Pero también tiene razón Moríns: a veces lo ordinario se vuelve extraordinario. Solo tiene que ser significativo.
«Lo ordinario, extraordinario», pensó Cho. Y con ese pensamiento pasó los siguientes días. Revisando que el anillo de compromiso siempre estuviera en su bolsa y esperando el momento de poder ponerlo en el dedo de Sabina y preguntárselo. Sin embargo, jamás se dio la ocasión.
Trató de hacerlo un día al amanecer, pero Sabina se levantó antes que él para salir a correr al jardín. Después, quiso hacerlo durante un sábado de wafles, pero todos estaban tan emocionados con la boda por el civil de Sila y Moríns que supo qué pasaría de largo. Finalmente, trató de hacerlo en una salida al cine, pensando que sería lo más adecuado, y ambos se quedaron dormidos viendo la película porque estaba aburridísima.
Pensó que la combinación de una película con el actor favorito de Sabina y una pedida de matrimonio con él en la pantalla, sería ganadora. Pero, resultó contraproducente, ya que al ser una película cantada casi por completo, los aburrió y durmió. También tenía que ver que habían estado trabajando como locos para poder dar los primeros pagos a los contratistas.
Así, los días se convirtieron en meses, y Cho traía religiosamente el anillo entre sus ropas, con la esperanza de que se diera el momento de pedirle matrimonio al amor y mujer de su vida. Hasta que el día llegó y lo ordinario se convirtió en algo extraordinario.
Para la boda de Sila y Moríns, toda la familia viajó a Ibiza, ya que Sila se quería casar en el hermoso jardín de sus abuelos, que siempre estaba lleno de flores que sabían decorarían todo el escenario. Moríns y Sila, habían pasado por muchas cosas, incluso ella había estado al borde de la muerte, por lo que esta boda era muy especial para la familia. Era el final esperado para cerrar una historia de superación como la de ellos, y la confirmación de que el amor puede trascender las barreras del tiempo.
Al igual que Cho y Sabina, Moríns y Sila se habían conocido desde temprana edad. Se habían enamorado en silencio y separado para ver sus propios caminos, y ahora, tenían una hija:la pequeña Fátima. Y estaban a punto de unir sus vidas en matrimonio, en una boda familiar e íntima en Ibiza.
Así que, todos fueron para allá, para festejar este grandioso momento que uniría un apellido más a los que ya estaban unidos a los Ruiz de Con y Carter. Cho, deseaba unir el suyo a los Carter, pero para eso, tenía que hacer la pregunta que lo cambiaría todo, una que aún no se atrevía a hacer.
⎯¿Aún sigues pensando cómo? ⎯ inquirió Moríns, mientras los dos le cambiaban en pañal a Fátima, la hija de Moríns, en una de las tantas habitaciones de la casa.
⎯Y seguiré. Simplemente, no encuentro el momento correcto. Te juro que he tratado y parece que el destino se opone a que no lo haga ⎯ respondió Cho, bastante angustiado.
Moríns se rio.⎯¿El destino?, venga Cho, creo que el destino no tiene nada que ver en esto. Tu destino ya fue echado y consolidado hace años. Tu destino es Sabina, y ya llegaste a él.
Cho sonrío, como siempre Moríns tenía las frases más filosóficas de la vida, pero, tenía razón. Si el destino estuviese involucrado en la pedida de matrimonio, seguro que fuera de esta forma.
Moríns cargó a su hija en brazos y luego le vio a los ojos.⎯ Tienes todo frente a ti para poder decírselo, TODO.⎯ Recalcó.⎯ Y no hablo del anillo que ya está cansado de que lo tengas guardado entre las telas, hablo de otra cosa.
Los ojos color café de Moríns brillaron, y después, hizo que volteara hacia la ventana. Cho, lo hizo, y ahí, no solo vio la hermosa vista al mar, porque a Sabina le encantaba el mar, si no vio algo más que lo animó, todo estaba ahí, absolutamente todo.
⎯¿Seguro que no te importa?, mañana te casas⎯ contestó Cho, entendiendo la indirecta.
⎯Claro que no. Sila y yo estamos en verdad locos porque se comprometan. Venga Cho, tienes todo, además de que en este lugar nació Sabina. Hubiese sido mejor en casa de los Ruiz de Con pero… Ibiza es Ibiza.
Cho, le dio un abrazo a Moríns, y luego un beso sobre la frente a Fátima, su ahijada. La amistad de Moríns y Cho, era tan natural, como el hecho de que hoy, su sirena, traería en su dedo, el hermoso anillo de compromiso que había estado pagando por años. Un anillo que mereciera la mujer de su vida.
Entonces, Cho y Moríns, salieron de la habitación y se dirigieron al jardín, donde toda la familia estaba reunido a lo largo de una enorme mesa que habían armado para la ocasión. En las casas de los Carter, Canarias y Ruiz de Con, las mesas siempre tenían que ser enormes, para que cupieran todos, ya que, continuamente se reunían para desayunar, comer o cenar, o a veces las tres en un solo día.
Sabina se encontraba sentada junto a sus primas, mientras se reía de las anécdotas que todas compartían. La vio de lejos y sonrío, y ahí entendió la frase de Moríns: convertir algo ordinario, como una reunión familiar, a algo extraordinario, la pedida de matrimonio frente al mar y rodeada de todos ellos.
Sin embargo, aún no era el momento correcto. Él estaba nervioso y el sol aún no estaba en su punto. Quería que cuando se lo preguntara, el cielo estuviese pintado de colores naranjas y amarillos, porque la luz a esa hora hacía que el cabello de su Sirena brillara como el oro. Necesitaba que fuera en ese momento, porque el mar se veía como esos que salen en las películas, cuando los protagonistas ven al horizonte y saben que su destino va más allá del mar. Necesitaba que fuese a esa hora, porque quería convertir una ordinaria puesta de sol, en una extraordinaria.
Así pasaron las horas, unas bastante amenas, ya que Moríns había sacado la guitarra y todos estaban cantando y contando anécdotas de la infancia de Sila y sus hermanas: en muchas se encontraba Sabina. Él prestaba atención al horizonte, veía el reloj continuamente, hasta que la señal llegó, justo como Moríns le dijo que pasaría. No fueron aves en el cielo, ni algo en el horizonte que se lo dijera, fue una simple pregunta hecha por la persona que menos se esperaba.
⎯¡Hagamos un brindis! ⎯ se escuchó la voz de su tío Manuel, y todos pusieron atención.⎯ Manuel respiró.⎯ Hoy, estamos aquí reunidos para festejar no solo que estamos unidos, sino que le damos la bienvenida a nuestra guerrera, a la niña más valiente, aguerrida y la tercera generación de esta familia: a la pequeña Fátima Luz, que ahora está aquí con nosotros.
⎯¡Salud por Fátima!, para que crezca sana, salva y llena de mucho, mucho amor ⎯habló David Canarias, el abuelo de la niña.⎯ Fátima, tu familia te ama y jamás te dejará sola.
Luego, Manuel, dirigió su mirada a Sila.⎯ También un brindis por Sila, por no dejarnos solos y seguir regalándonos su presencia, sus sonrisas y esa mirada esmeralda que nos encanta. Te amo sobrina, estamos felices de que estés aquí: sana y salva.
Sila sonrió, y se puso de pie para darle un abrazo a su tío, quién le dio un beso sobre la frente. De pronto, Fátima la fuente se puso de pie, y levantó su copa. ⎯ Y, finalmente, para el hombre que, de manera desinteresada, salvó el legado de mi David, y que si él estuviera aquí, estaría completamente agradecido. Para el héroe de todos nosotros, brindemos por Francisco Moríns, porque es un honor que esté en esta familia y que esperamos sea un honor para él unirse a nosotros.
⎯Porque recuerden lo que decía mi suegro.⎯ Agregó Manuel.⎯ Podrían quitarnos todos nuestro dinero, pero, jamás nos quitarán lo que de verdad vale oro, nuestra familia.
⎯¡Salud! ⎯ brindaron todos.
⎯Y, ¿por mí no brindará, señora Fátima? ⎯ Le reclamó Cho en forma de broma.⎯ Recuerde que yo le ayudo a sacar la basura cada vez que vengo a Ibiza desde hace años.
Y justo después de esa pregunta inocente, que Cho hizo de broma, fue que la señal llegó.
⎯Sabes que te amo Cho, pero no podré brindar por ti hasta que no le pidas matrimonio a mi nieta adoptiva.
La mirada de Moríns se posó en él, así como la de David Tristán, que estaba enterado de todo el asunto y que había jurado ante la biblia que no diría nada. Y supo que era el momento. Le hubiera gustado que Jaz estuviera ahí, pero, sabía que estaría en eventos más importantes.
⎯Bueno ⎯ dijo Cho, dejando su vaso a lado, y metiendo la mano en el pantalón donde descansaba el anillo desde la mañana. La caja de terciopelo saltó a la vista de todos y la emoción se apoderó del ambiente.
⎯¡Oh por Dios! ⎯ expresó una de las gemelas Canarias.
⎯¿Seguro que no te importa? ⎯ le preguntó Cho a Moríns.
⎯¡Que no hombre!, ve. Ahorraste casi diez años, será genial compartir esto y muchas cosas más contigo.
Cho se puso de pie para ir hacia el lugar de Sabina, pero ella, emocionada, se adelantó y corriendo fue hacia él.⎯¡Sí!; ¡sí!;¡sí! ⎯ gritó emocionada.
⎯¡Espera mujer, que tengo un discurso practicado! ⎯ le pidió.
⎯¡Lo sé, pero, acepto! ⎯ expresó Sabina, sumamente emocionada.
Cho la tomó de la mano y la llevó tan lejos como pudo de todos. Volteó hacia el horizonte y se dio cuenta que todo era perfecto. Sin necesidad de cenas románticas, o mensajes en el cielo. Este era el momento que espera y que sabía quedaría grabado en sus mentes.
«Hacer algo ordinario, extraordinario», pensó, mientras veía los ojos de su Sirena.
⎯Sirena ⎯ pronunció Cho, y Sabina comenzó a llorar de emoción.⎯ No llores que no podré hacer esto, ¿sí?, sabes lo mucho que me cuesta verte llorar.
⎯Lo sé, lo sé… lo siento.⎯ Y Sabina comenzó a quitarse las lágrimas, cerró los ojos y suspiró.
⎯Sirena, toda mi vida tuve en mente una sola cosa: ganar el oro. Por años me esforcé, competí y enfrenté de todo con tal de tenerlo en mis manos y, cuando lo hice, lo perdí. Sin embargo, no fue así. El día que aceptaste ser mi novia y formar parte de mi vida, ese día supe que lo había ganado. Eres oro Sabina, oro. La mujer más fuerte y preservante que he conocido. La mujer que me trae loco desde que tengo dieciocho años. La que me ha empujado, motivado y ayudado con nadie en mi vida. Eres mi mejor amiga, mi confidente, mi novia, mi mujer, mi pareja y hoy, quiero pedirte que seas mi esposa. Porque este viaje que empezamos juntos hace más de diez años, debe continuar, pero en otra etapa, porque no veo mi vida sin ti, pues si ya crecí a tu lado, quiero ahora envejecer contigo.⎯ En eso, Cho se puso en una rodilla y abrió la caja de terciopelo que contenía el anillo en forma de concha de mar, con la hermosa perla rodeada de oro. ⎯ Sabina Carter Ruiz de Con, mi Sirena, mi mujer, ¿me harías el honor de ser mi compañera de vida por el resto de mis días?
⎯¡Por su puesto que sí!, ¡claro que sí! ⎯ expresó Sabina emocionada.
Cho tomó su mano con delicadeza, y con el sol reflejando sus hermosos cabellos dorados, y los tonos naranjas y amarillos surcando el cielo, puso el anillo de compromiso sobre el dedo anular de su Sirena. Sabina sonrió de inmediato y después se soltó a llorar de emoción.
⎯¡Te amo, hombre!, no tienes idea cuánto te amo.
Cho se puso de pie y tomó su rostro. Sonrío. Los pequeños hoyuelos se marcaron en su rostro y sus ojos se hicieron pequeñitos, tal como le encantaba a Sabina.⎯ Te amo, te amo como jamás en la vida había amado a nadie y jamás amaré.
⎯Yo te amo más… mi Cho ⎯ expresó Sabina con ternura.⎯ Mi hombre, mi compañero, mi mejor amigo y el amor de mi vida.
⎯¿Qué te dijo hombre? ⎯ Se escuchó la voz de Jo al fondo.
Sabina y Cho voltearon y vieron que todos estaban expectantes en silencio. Cho sonrío y gritó.⎯ ¡ME DIJO QUE SÍ!
Y sintieron como una ola de felicidad llegó hacia ellos, y los abrazó por completo. ⎯¡Al fin!, pensé que nunca sucedería ⎯ expresó Robert, que no dudó en ir hacia ellos y abrazarlos.
⎯¡Dios!, tendrán la boda más bonita del mundo, se los aseguro ⎯ expresó Julie, quién corrió hacia su hija y la abrazó con fuerza. Después se miraron a los ojos y ambas sonrieron.
⎯Ves, ¿lo genial que es enamorarte de tu primer amor? ⎯ le recordó su madre, una plática que habían tenido al principio de su relación con Cho.
Sabina sonrió, porque era verdad. Ella había escondido bien, muy bien, y no había encontrado a su Robert Carter, sino a su Adrián Cho, el hombre que con su simpatía, perseverancia y sobre todo ternura, le había enamorado. Y lo que ella pensó que sería un amor efímero, se había convertido en un “envejezcamos juntos”.
⎯Ahora si tendrás que pagar las tres bodas ⎯ le murmuró Robert a Julie. Ya que ella había dicho que si Cho se casaba con su hija le haría tres bodas extraordinarias.
María Julia sonrío.⎯ Espero que tengas un gran ahorro Carter, porque echaremos la casa por la ventana… eso te lo aseguro.⎯ Amenazó.
Y así, con un hermoso amanecer, con la familia de Sabina a su lado, y con una enorme felicidad, Cho, había convertido lo ordinario en extraordinario, y su Sirena de cabellos dorados le había dicho que sí. Después de casi quince años juntos, Sabina y Cho, se iban a dar el sí, entres bodas extraordinarias, que sellarían su amor de una forma inimaginable.