La llegada de los Chocitos, no fue un milagro para Sabina y Cho, sino más bien, fueron las acciones de un esposo amoroso y dedicado, que decidió que si los doctores no podían ayudarle a su esposa, lo haría él. Aunque no fue así como comenzó todo. En realidad, fue un trabajo conjunto entre Jaz y Cho.
Todo sucedió, hace dos años, cuando Sabina le dijo a Cho que estaba harta de los tratamientos hormonales que le ayudaran a tener un bebé, que prácticamente renunciaba a ellos y que mejor comenzaba a hacer a la idea de no ser madre de esa manera.
El último, había hecho que Sabina perdiera su hermoso cutis, que con tanto afán se cuidaba como lo hacían todas las mujeres de su familia, y también había provocado que le salieran granos en la espalda, algo que, para la natación, no se veía nada atractivo.
En ese instante, Sabina, comenzó a preguntarse, si valía la pena tantos daños para tener un bebé: cutis malo, cambios en el ciclo menstrual, aumento de peso, entre otros.
⎯Probablemente, lo mejor será adoptar Cho, o ver otras opciones. En verdad estoy cansada de tantas pastillas e inyecciones, le dijo su mujer un día, mientras echaba todas las pastillas en una bolsa para regresarlas a la clínica.
En verdad, Sabina estaba harta de que le dijeran que no había funcionado, y que por más que tuviese sexo con Cho en la hora y día indicados, no había logrado embarazarse. Por lo que prefirió enfocarse en lo que sí tenía, un gran trabajo, una ahijada que adoraba y su marido. Rogando que la familia jamás le preguntase por los hijos – aunque en realidad ellos no eran así.
Entonces, fue ahí donde Jaz entró al juego. Después de escuchar a Cho en una de las tantas noches en el bar, un día llegó y le dio un libro que más bien parecía un engargolado con rectas escritas a máquina.
⎯¿Esto para qué sirve? ⎯ le preguntó el hombre, mientras tomaba el cuadernillo.
⎯Cocínale a Sabina ⎯ dijo Jaz, sin ningún otro tipo de información, sabiendo que Cho sería lo suficientemente inteligente para averiguar de que sé se trataba.
⎯¿Solo le cocino?
⎯Sí, tú solo hazlo, ¿vale?, es tu única tarea. ⎯ Fue todo lo que dijo, y, después, ya no volvió a insistir.
Cho no lo hizo en el momento. Incluso, esa vez, llegó a las cinco de la mañana a su casa, aventó el engargolado en la mesa más cercana y se fue a acurrucar con su mujer, porque faltaban dos horas para que ella se despertara para irse a trabajar.
El engargolado fue olvidado por unos meses hasta que un día Cho lo encontró mientras limpiaba el piso. Lo tomó entre sus manos y comenzó a ver que era recetas vegetarianas, divididas entre desayunos, comidas y cenas. Todas con cantidades exactas y con un método de preparación bastante detallado.
Dentro del recetario, a mano, Jaz le había puesto una frase que Cho no entendería hasta un año después: El equilibrio adecuado es lo que mantiene la vida en armonía, no obstante, para generar vida se requiere que el hogar esté en equilibrio. Crear un hogar requiere de constancia y dedicación, y a veces un poco de sal y pimienta. Cocínale.
Cho sonrió ante la frase, una tan bonita y tan subjetiva que en ese instante no tomó en cuenta, pero sí, las recetas. En realidad, con la nueva rutina, Cho era el encargado de cocinar las tres comidas diarias para dejárselas listas a Sabina, ya que él trabajaba de noche y ella de día. Y para asegurarse de que su Sirena comiese dentro de su dieta, le dejaba listas las cenas, y le empaquetaba las comidas. Justamente ese día, a Cho, se le habían terminado las ideas.
Así fue como Adrián Cho se puso a cocinarle las nuevas comidas del recetario del Jaz. Siguiendo las instrucciones, las medidas y sobre todo los días. El cuadernillo estaba tan detallado que, a veces, Cho pensaba que seguía un hechizo mágico y que en lugar de hacerle un caldo de verduras, estaba haciendo una poción.
Sabina se sorprendió ante las nuevas recetas de su marido y las comía con gusto. Le encantaba la idea de que Cho se había salido de lo tradicional y que ahora le daba, incluso, alimentos que jamás pensó que tendrían en la alacena. Incluso, le horneaba pizzas, mucho mejores que las que solían comer cuando no querían cocinar en domingo.
Entre caldos, platos fuertes e incluso, postres, Sabina comenzó a notar que la comida le estaba haciendo un efecto positivo en su cuerpo. Los granos de la espalda se habían ido, había bajado los kilos subidos gracias al tratamiento y tanto su energía como su deseo sexual habían mejorado a gran escala.
Los días que ambos tenían libres, podían pasar horas haciendo el amor – con sus respectivas pausas. Como Cho también comía lo mismo que su esposa, a veces parecía que ambos estaban bajo un hechizo de lujuria y pasión desenfrenada, y un beso podía desatar el caos sobre la cama, la mesa de la cocina, el sofá y la regadera.
Al sentirse tan bien, Sabina dejó de estar estresada con respecto a la idea de tener hijos. Se divertía tanto con Cho, y disfrutaba tanto sus momentos con él, que prácticamente, dejó a un lado lo negativo, y decidió enfocarse en lo positivo. En lo bonito que era saber que su marido le cocinaba todos los días sin falta, acompañarle al mercado con una lista en mano y recorrerlo viendo como ordenaba las verduras y granos de la semana, o lo guapo que se veía concentrado, mientras ponía la medida exacta de curry en el recipiente.
La cocina, los había unido aún más, y sin querer les estaba dando, también, lo que más deseaban, que llegó cuando tenía que llegar, no antes o después. Así, después de un año de constancia, dedicación y equilibrio, tal como Jaz le había dicho a Cho, los dos se enteraban de que estaban embarazados y que esta vez, iba de verdad.
***
⎯¿Cómo que estoy embarazada? ⎯ preguntó Sabina, olvidándose por un instante de su hermano.
⎯Así es, señora. Los análisis de sangre no mienten. Usted está embarazada y por ende no puede donar sangre para el paciente ⎯ repitió el doctor, mientras ambos no podían creer lo que escuchaban.
Sabina volteó a ver a Cho, quien se encontraba absorto ante las palabras que había escuchado.⎯¿Es broma, verdad? ⎯ Fue lo primero que salió de sus labios.
⎯¿Cómo dice? ⎯ preguntó el doctor, sin comprender donde estaba el chiste.
⎯Que si es broma lo que nos está diciendo ⎯ habló Cho.
⎯Mire, no tengo tiempo para perder, si no me cree, vayan al ginecólogo, y compruébenlo ustedes mismos. Aquí están los análisis de sangre. Con permiso.⎯ Y molesto, el doctor se alejó de ellos para concentrarse en Eduardo.
Las manos de Sabina temblaban de emoción mientras trataba de leer los análisis. Ahí estaba claro, no había nada más que decir. Decía: embarazo positivo. Ya no había nada más que alegar o averiguar.
⎯¿Estás embarazada, Sabi? ⎯ preguntó Pilar, que había escuchado las buenas nuevas, al estar a lado de ellos.
Sabina, aun con una expresión de incredibilidad y con las lágrimas a punto de rodar por sus mejillas, volteó a ver a su hermana, quien solo tenía una sonrisa como respuesta.
⎯Estoy embarazada ⎯ murmuró, mientras la emoción le ganaba⎯. Estoy embarazada, estoy embarazada, ¡ESTOY EMBARAZADA! ⎯ gritó, y aunque no era el lugar adecuado para celebrar eso, se echó a los brazos de su marido, y él, como siempre, la atrapó sin dudarlo dos veces ⎯¡Estoy embarazada!, ¡estoy embarazada, mi amor!, ¡estoy embarazada! ⎯ le dijo al oído, mientras su esposo la abrazaba con fuerza sin poder creer lo que escuchaba.
Estaban embarazados, lo habían logrado. Después de años de tratar, de buscar señales, de someterse a un sin fin de tratamientos, de recomendaciones y remedios que los habían dejado más en ridículo que con un bebé, por fin Cho y Sabina, estaban por cumplir su más grande sueño en conjunto, el formar una familia.
***
¿Qué había hecho Cho para ayudar a Sabina?, había hecho todo, y el estar listos para ver a su bebé en un ultrasonido, había sido su más grande empeño. Resultó que el engargolado que le había dado Jaz, no era un simple recetario que sacó el chef que Cho tenía dentro, sino más bien, recetas que ayudaron a Sabina a balancear de manera natural su equilibrio hormonal.
Resulta que, Jaz había hecho lo mismo para Pilar, su mujer, cuando ellos trataban de tener a su hija y ella no podía quedar embarazada. Mientras trabaja en el hospital como parte del aseo, escuchó a una nutricionista sobre la relación de la comida con el cuerpo y sobre todo con las hormonas, y decidió indagar más, creando más adelante ese recetario que ahora Sabina tenían entre sus manos.
Jaz, había ido con la misma nutricionista, que les había ayudado a ella y a su esposa, para pedirle que modificara el recetario a un estilo vegetariano, y así pudiese tener el mismo efecto en su hija. Para ser honestos, Jaz esperaba ese embarazo mucho antes, pero como Cho tardó en descubrir las recetas, había llegado tiempo después, aun así, había llegado, pero no era pretexto para que Cho parara de cocinar, al contrario, era el momento para seguir haciéndolo sin parar.
Entonces, que Sabina, mantuviera el equilibro durante las 40 semanas, era indispensable y antes de que Cho dejara de cocinar, se lo tuvo que decir. No había sido magia, aunque los preparativos se los hicieran sentir así, había sido ciencia, constancia, equilibrio, trabajo duro, y tenía que continuar, no había pretextos.
Ahora, ambos, se encontraban nerviosos en la sala de espera, a punto de ver a su bebé, y de manos tomadas rezando por dentro que esta vez sí hubiese un producto dentro, y no solo un fantasma. Habían esperado tanto por esto, que pensaban que el solo hecho de que no fuese verdad, sería un golpe más duro que el de la vez anterior.
Sabina movía las piernas, nerviosa, mientras que Cho leía la infinidad de folletos que había sobre la mesa. Sin embargo, era tanta la información, que optó por dejar de hacerlo y voltear a ver a su esposa.
⎯Prométeme algo ⎯ le dijo, rompiendo el silencio.
Sabina volteó a verlo y le sonrío.⎯ Dime.
⎯Vamos a ser positivos, aunque el resultado sea negativo, ¿vale?. Si lo logramos de nuevo quiere decir que somos capaces de tener un bebé, solo hay que seguir insistiendo.
Sabina se mordió los labios. Estaba muerta de miedo ante lo que podía pasar dentro de ese consultorio. Todos sus pensamientos iban al momento en que el ultrasonido le dijera la verdad y su mundo cambiara, para bien o para mal.
⎯Prométemelo, Sirena. ⎯ Le pidió Cho, hablando más en serio.
⎯Te lo prometo ⎯ susurró Sabina, mientras trataba de no llorar.
⎯Estamos juntos en esto, como lo hemos estado desde hace casi quince años, ¿sí?
Ella asintió, y abrazó a su marido. Unas lágrimas rodaron por sus mejillas y ella las borró de inmediato. Sabina estaba acostumbrada a recibir todo tipo de noticias, debido a la natación: si había clasificado o no, si había ganado o no. Podía con eso y más, pero, no con esto. El saber que su cuerpo era capaz de nadar kilómetros a velocidad impresionantes y bajo presión, pero, no podía crear vida, era algo que a Sabina le dolía en el fondo.
⎯¿Señora Cho? ⎯ escuchó al fondo, y los dos se separaron.
⎯Vamos ⎯ habló Cho por los dos.
Se pusieron de pie, se tomaron de la mano y con mucha tranquilidad entraron de nuevo a aquel consultorio que, años antes, les había dado la mala noticia. Esta vez no estuvo Ben para atenderlos, desde que se había vuelto presidente del hospital de David Canarias, ya no estaba para nadie. Sin embargo, la nueva ginecóloga, Ana González, los recibió de manera tranquila y feliz, ayudando a la pareja a que los nervios bajaran.
Después de unas cuantas preguntas, y de actualizar su historial. Sabina y Cho pasaron al lugar del ultrasonido y se prepararon para lo que viniese. Ambos se sentían como cuando estaba a punto de competir, a la expectativa, y confiando que el entrenamiento que habían hecho daría sus resultados.
⎯¿Listos? ⎯ preguntó, al poner el gel en el vientre de Sabina.
Ella apretó la mano de Cho con fuerza y cerró los ojos; Adrián asintió por ella. Ana pasó el sensor por el vientre de Sabina, y la presión sobre su piel hizo que esta se erizara. Sabina solo escuchaba el silencio, nada de las conversaciones que había entre Cho y la doctora, cuando de pronto un sonido diferente hizo que ella abriera los ojos: el sonido de un corazón.
El palpitar era rápido pero, precioso. Llevaba un ritmo constante y fuerte, muy fuerte, al grado que le hacía eco en los oídos. Cho volteo a ver a Sabina y le sonrío.
⎯¿Escuchas, Sirena?, es el corazón de nuestro bebé ⎯ le habló Cho, emocionado.
Era oficial, estaban embarazados, y esta vez no había nada que lo pudiera negar. Después de años, de desilusiones y de mucho esfuerzo, lo habían logrado.
De pronto, se escuchó otro tipo de latido.⎯ Y aquí está el latido de tu otro bebé.
⎯De nuestro otro bebé ⎯ repitió Cho con ternura, aun viendo a su esposa, para después, caer en cuenta de lo que estaba diciendo ⎯¡OTRO BEBÉ! ⎯ expresó sorprendido.
⎯Así es. Aquí tenemos al otro bebé, su latido es normal. Y… ¡Sorpresa!, aquí tenemos al tercero.
⎯¡TRES! ⎯ expresó Sabina, irguiéndose un poco para ver más cerca a la pantalla.
Y ahí estaban, los tres, cada uno en su espacio, implantados de manera segura en el vientre de su madre. De pronto, cuatro corazones latían en Sabina, cada uno a su ritmo, pero todos indicando que había vida. Sabina y Cho le habían dado vida a tres bebés.
⎯Tendrán trillizos. Dos están juntos en este saco, y uno está por separado.
⎯Ese seguro será niña.⎯ Profetizó Sabina, entre lágrimas ⎯. Le gustará tener su propio espacio.
⎯Porque será la más consentida ⎯ agregó Cho, que no cabía del asombro.
⎯Los tres están en perfectas condiciones, seguros y listos para crecer.⎯ Finalizó la doctora, mostrándoles una imagen general de lo que habían creado.
Así, Sabina y Cho reafirmaron que la perseverancia y el esfuerzo incansable labran los sueños. No obstante, la esperanza y la confianza en uno mismo también son imprescindibles. Nadie conquista una medalla sin constancia, nadie la obtiene sin dedicación y nadie la consigue sin creer en su capacidad para lograrlo. Estos principios guiaban su existencia y, en ese momento, les habían brindado la dicha de tres hijos.
Sabina volteó a ver a Cho, que en ese preciso instante derramaba lágrimas de alegría. ⎯Pensé que ganar una medalla de oro era el sentimiento más bonito del mundo, pero, saber que seré padre de tres hijos contigo, es mucho mejor que cualquier galardón.⎯ Cho, se acercó a Sabina, y le dio un beso sobre la frente y luego los labios⎯. Vamos a ser padres, mi Sirena, vamos a tener bebés juntos, tal y como lo deseamos.
Cho la abrazó, envolviendo en la emoción del momento. El sonido de los corazones de sus hijos parecía celebrar con ellos, mientras que las manos cálidas de su madre, tocando su vientre, les compartía todo el amor que en ese momento había nacido. En ese abrazo, Sabina y Cho encontraron la promesa de un futuro lleno de amor y aventuras compartidas. Juntos, se preparaban para escribir un nuevo capítulo de su historia, donde la paternidad sería su mayor y más hermosa travesía. Los Chocitos, habían llegado a unirse a la familia.
Tres Chocitos \(♡ . ♡)/
Y son 3 que emoción 😍😍😍