Alegra 

El padre de David murió dos semanas después de que él le dio la empresa. Su muerte en verdad fue lamentable, porque el hombre que dijo que lo tenía todo murió en el baño de su empresa de un infarto fulminante. Nadie se percató de eso hasta tiempo después que su asistente entró para ver por qué no contestaba la llamada; la notificación le llegó a David tiempo después. 

El velorio de David Canarias Baez, no fue nada parecido al de su esposa Ainhoa, donde las coronas de flores de desbordaban de tantas que había y tuvieron que sacarlas de ahí. Fue un poco más sencillo, frío y parco. Lo peor de todo es que ningún familiar de los Canarias fue a darle la última despedida. Solo David, su hijo, estuvo haciendo guardia junto con el incondicional Tristán, que como siempre estuvo a su lado hasta que el final. 

A su padre, lo enterraron en el panteón familiar y después, no hubo más, solo la sombra y el olor intenso a puro que despedía. David, no derramó ni una lágrima por él y las palabras que dijo fueron sencillas y amables y “solo por cumplir” como me lo dijo antes de salir hacia la iglesia. David padre no había perdido solo una empresa, si no también un hijo, uno que lo enterró hasta el fondo de sus recuerdos y que jamás se volvería a mencionar. 

Así, David, mi marido, quedó como el dueño completo de la empresa, una que había quedado al límite de la banca rota y que ahora debía salvar antes de que perdiera el patrimonio de su familia, ese que por tantos años había permanecido intacto. La mayoría de los consejeros le pidieron que la vendiera y que con el dinero hiciera una buena vida; pero David no está dispuesto a dejarla caer y estoy segura de que lo logrará. 

“Los Canarias no nos rendimos”, me dijo cuando iba a hablar con Lafuente para hacer tratos con él, “el día que nos rindamos, ese día es porque ya no hay Canarias en este mundo”. Lo dijo con tanto orgullo que juro que le creo, porque sé que lo hará, no hay duda de eso. 

Entonces, con este acontecimiento, nuestra vida cambió por completo. De pronto estaba casado con un empresario, que se movía de un lado para el otro entre Madrid e Ibiza haciendo tratos, en cientos de juntas y buscando personas que le ayudarán a empezar una vez más. 

También, nuestro estilo de vida cambió, aún no era evidente pero, el viajar en avión privado era algo que no estaba en nuestra vida el año pasado, ni tampoco los trajes de tres piezas hechos a la medida que de un día era el otro llegaron al armario y ¡qué decir de las nuevas adquisiciones a la casa! Pasamos de tener un sofá, a la sala completa, de un colchón sobre el suelo a una recámara de verdad y en la cocina, todo se arregló; ya no hubo que pedirle prestado a la vecina la parrilla eléctrica ni sufrir con la llave del agua. 

David siempre ha sido un hombre seguro, pero ahora, no solo era eso, sino también espléndido y usaba ese toque para poder conquistar la confianza de otras personas y de paso, consentirme a mí, porque puede que haya cambiado su puesto, pero jamás su personalidad, y mucho menos su amor por mí. 

[…] 

Ibiza 

-un mes después- 

Las puertas del avión privado se abren y tan solo bajan las escaleras, puedo ver a David subir con esa extraordinaria sonrisa que siempre me da y vestido de una forma tan sensacional, que siento que es un hombre diferente al que se fue hace un mes del piso. Con la barba arreglada como siempre, unas gafas de sol que le dan ese estilo juvenil y un traje blanco hecho a la medida. Se detuvo enfrente de mí. 

―¡Amor mío! ― expresa feliz y abre los brazos para abrazarme. 

Camino hacia él y me refugio entre sus brazos― te extrañé tanto, como no tienes idea. 

―Yo también, ya no deseaba estar lejos de ti. Las llamadas por teléfono no me eran suficientes― responde. 

Nuestros labios se junta por primera vez en un mes y con ese beso siento que vuelvo a estar viva y la felicidad reflejada en todo mi cuerpo ― veo que si me extrañaste― comento. 

―Y tú a mí, más noche te lo demostraré. 

―¡Amor!― murmuro un poco apenada y él se ríe. 

Por un momento nos vemos a los ojos y él toma mi rostro con sus dos manos ― te ves hermosa, mi amor. 

―Gracias, me puse mi mejor vestido para venir a verte, aunque las ojeras dicen que no he dormido mucho por todo lo que he tenido que estudiar. 

―Te prometo que escucharé cada una de esas palabras que me vas a relatar pero, debemos irnos, el tiempo corre y quiero alargar este fin de semana ―David me toma de la mano y juntos caminamos escaleras abajo para salir de ahí y subirnos a el auto ― el es Vicente, nuestro chofer. 

―Señora― me dice educado. 

―Solo dime, Alegra― respondo. 

―Señora Alegra― me dice, haciéndome reír. 

―Ya trabajaremos en eso― le aseguro y él sonríe. 

Ambos nos subimos al elegante auto, ese que tiene asientos de piel y un olor a puro que en verdad es intenso― lo siento, mi padre fumó puro y cigarro casi toda su vida y al parecer el aroma no quiere dejar la piel. Yo estoy más o menos acostumbrado y no me molesta pero, pronto se irá cuándo cambie de auto. 

―Está bien― respondo. 

Me acerco a él y recargo mi cabeza sobre su hombro ―¿a dónde me llevas? 

―Es una sorpresa, señora Canarias. 

―¿No me puedes decir más? ― insisto. 

―No seas curiosa, es una sorpresa― David me da un beso sobre la nariz y luego baja a mis labios para besarme por un momento ― no tienes idea de lo mucho que te extrañé, amor. No puedo esperar por este fin de semana que pasaremos juntos. 

―Yo menos. Ya me había acostumbrado a que te veía al menos dos veces por semana pero, ¿un mes?, es mucho. 

―Lo sé y lo siento, pero te juro que no será para siempre, solo mientras arreglo lo de la empresa. Los trabajadores me tienen que ver ahí, debo conocerlos y ganarme su respeto. 

―Lo entiendo― murmuro. 

―Además, ya podrás venir más seguido y te prometo que mis ausencias serán bien recompensadas, ¿está bien? 

Lo miro a los ojos ― no te preocupes por mí, sé que estás trabajando y lo comprendo; seré la esposa que necesitas. 

―Ya lo eres, corazón ― responde, para darme un beso sobre la frente. 

El auto, momentos después, entra por una calle bastante bonita y arreglada, donde veo casas enormes separadas entre sí, por algunas jardineras o veredas que van a algún lado. Sé que este no es de los rumbos conocidos por mí en este lugar, así que no vamos a ningún lugar que yo haya visto antes. 

Vicente, entra por la reja de una de las casas para después pararse en frente de una casa, con fachada blanca y una puerta de madera; David abre la puerta del auto para ayudarme a salir. 

―Primera parada― habla. 

―¿Primera?, ¿eso quiere decir que hay más paradas? 

―Así es, pero esta es la más importante, vamos. 

Tan solo bajamos el auto, David y yo caminamos hacia las primeras escaleras del lugar. En seguida, una persona nos abre la puerta y al vernos nos deja pasar. 

―Señor Canarias, lo sentimos, aún no terminamos la mudanza de los muebles― dice un poco apenada. 

―No pasa nada, Layla― responde― ella es mi esposa, Alegra Canarias. 

―Un placer señora― me saluda. 

Debo admitir que me siento un poco extraña que la gente me salude así, cuando yo solía ser de las mujeres que daba la bienvenida así a los clientes cuando trabajaba en el bar. Ambos entramos al precioso recibidor que nos lleva por un pasillo de paredes blancas y que desemboca en una preciosa sala con techos de madera, alfombra de color café y unos ventanales preciosos que dan hacia el jardín. 

―¡Guau!― expreso impactada―¡qué lugar! 

―¿Te gusta? ― me pregunta mientras se pasa por detrás mío, me toma de la cintura y recarga su mentón sobre mi hombro. 

―Es preciosa, muy rural, tan elegante y sencilla a la vez. Me encantan los techos con vigas de madera y la luz que hay por todos lados. 

Volteo a ver a los ventanales y abro los ojos emocionada ―¿Ese es el jardín? 

―Así es. 

―¡Guau!, amo las casas con jardín. Mi abuela tenía uno pequeñito en Gran Canaria y solía salir a recostarme y que el sol me diera en la piel, era mágico. 

―¿Quieres salir? ― me pregunta. 

Lo tomo de la mano y abro el ventanal para dar paso a ese precioso y enorme jardín lleno de flores, con pasto recién cortado y con una piscina que juro es enorme. El ruido de las aves de me hace recordar a las veces que me levantaba temprano en Canaria para ir a trabajar. 

―¡Este lugar es bellísimo!, ¿de quién es? 

―Era de uno de mis tíos― pronuncia ― tenía una deuda con la empresa y le tuvieron que embargar la casa. Está en una de las zonas más exclusivas de Ibiza. 

―¡Guau!, qué lastima, porque es bellísima ― contesto. 

―Lo es. Recuerdo que siempre que venía aquí pensaba que debería tener mejores dueños y pues por fin los tiene. 

―¿La van a comprar? ― pregunto. David se me queda viendo a los ojos y niega con la cabeza, mientras una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. 

―No comprar precisamente, pero…― y saca las llaves de la bolsa de su pantalón y me la muestra. 

―Alegra Canarias, bienvenida a tu primera casa. 

―¡Qué!― expreso de inmediato con los ojos abiertos de lo sorprendida que estoy―¿¡cómo!? 

―Lo que escuchaste. Esta es nuestra casa, justo en este momento están desocupando los muebles y quitando la decoración para que tu puedas decorarla y amueblarla a tu gusto. Estaremos viniendo constantemente con un arquitecto y paisajista y una decoradora de interiores para que te ayude a poner a tu gusto. 

―¡Qué!― expreso de nuevo sorprendida―¡no lo puedo creer!, ¡no es cierto!― hablo mientras lo abrazo. 

―Lo es. Te prometí que te daría una gran casa junto al mar y es justo lo que te estoy dando. 

David me toma de la mano y me lleva un poco por el jardín, hasta que llegamos a un camino donde una reja separa nuestra casa del mar. Yo la abro de inmediato, bajo las escaleras y en seguida siento la arena en mis sandalias y escucho el sonido de las olas. 

―¡No puede ser!, ¡es precioso! ― le digo mientras corro hacia donde rompen las olas y me mojo los pies ―¡esto es fantástico! 

David me ve de lejos, con esa sonrisa, tan sincera y hermosa, que me ha robado el corazón desde la primera vez que le vi. Él se acerca a mí y me carga entre sus brazos para darme un beso. 

―Esta es solo una de las tantas promesas que te voy a cumplir, falta más, mucho más Alegra, pero todo a su tiempo. 

Tomo su rostro entre mis manos ― No tengo prisa amor, quiero disfrutar cada minuto de mi vida contigo. 

―Y yo contigo― me dice 

David toma mi bolsa de mano y la tira hacia la arena, luego camina conmigo entre sus brazos hacia el mar ―¡qué haces! ― digo entre risas. 

―Disfrutar a mi esposa, disfrutar mi vida contigo ― murmura. 

Y así es como empezaba con David, la etapa de la felicidad… 

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