David 

-Ibiza- 

Mi madre se había muerto, pero, me dejó justo lo que necesitaba para poder tomar lo que me corresponde, el 40 % de sus acciones, lo que me da la oportunidad de negociar. Quiero pensar que mi padre olvidó ese pequeño detalle o tal vez no lo sabía; cualquiera de las dos formas, las cartas están a mi favor y pienso jugarlas como me plazca. 

Así, hice un plan con Tristán para que me llamara el día que la junta directiva se reuniera para discutir el futuro de la empresa y así poder estar de presente. Mientras, yo usaría mi encanto para convencer a Lafuente, de que me prestara el dinero para al menos poder comprar un porcentaje de las acciones y así quedar como accionista mayoritario… Logré convencerlo, casi a un cien por ciento. 

Por lo que, en este momento, me dirijo hacia Ibiza, para terminar con esto de una vez por todas y recuperar mi empresa; lo único malo es que Alegra no podrá ir conmigo, así que se quedará en Madrid sola, esperando por mí y estudiando para sus primeros exámenes. 

― Amor, únicamente son unos días y podrás hablarme por teléfono, ya tenemos uno, así que me encantaría estrenarlo contigo ― comenta mientras arregla mi abrigo del cuello y luego me besa. 

― Lo sé, pero, te extrañaré― respondo― tenemos un año juntos sin separarnos. 

― Pero no te hará daño. Además, debo entregar tardeas, hacer exámenes y cada quién debe hacer lo suyo, ¡anda, ve!, sé la persona que estás destinado a ser. 

Le doy un beso sobre la frente y la abrazo fuerte ― te prometo que esto cambiaría todo, así que ve pensando en todo lo que tendremos, donde viajaremos, lo bonito que será. 

―Esto, ya es bonito. Ahora ve, que perderás el vuelo, ¿vale? 

Alegra me besa en los labios para luego acariciar mi cabello y bajar a mi barba ― espera buenas noticias, amor. 

― Ve y demuestra quién eres. Mi hombre inteligente, guapo y gallardo. Te amo. 

― Te amo― respondo para luego alejarme de ella y entrar al aeropuerto. 

[…] 

El viaje a Ibiza en verdad fue tan corto que siento que solo me senté sobre el asiento del avión y ya habíamos llegado. Tal vez se debe a que estoy sumamente emocionado y que estoy listo para enfrentar a mi padre después de un tiempo sin verle. 

No sé aun si él me espera esté día o está lo suficientemente débil para comenzar a pasar detalles; que no lo dudo ni un momento. El plan para hoy, es llegar inesperadamente, que él no lo sepa y mucho menos los otros miembros de la familia, por lo que tengo que actuar rápido. 

Con un maletín con dinero, la ayuda de Lafuente y la seguridad que siempre inspiro, sé que podré convencer a mi padre de lo que le quiero proponer y sobre todo lograr mi objetivo. Además, como sé que no tengo nada que perder porque, oficialmente ya no soy bienvenido aquí, me da aún más terreno para recorrer y salir victorioso; el “no” ya lo tengo, solamente vengo por el “sí”. 

Así, abro las puertas del edificio de la empresa Canarias para entrar al recibidor. En seguida, todas las miradas caen sobre mí, haciéndome sentir un poco incómodo por el momento. 

― Vengo a ver a mi padre ― le comento a la recepcionista que, al parecer, es nueva porque puedo ver en sus ojos que no me reconoce. 

― Lo siento, el señor Canarias está ocupado― responde. 

― Lo sé, ocupado conmigo. No se preocupe, sé por dónde está el camino. 

― Pero…― escucho su voz, sin embargo, no le hago caso y continúo. 

Para mi suerte, las puertas del elevador acaban de abrirse y yo lo abordo sin ningún problema, dejando el recibidor atrás. Subo sin detenerme en ningún nivel, mientras me voy reflejando en las paredes del elevador tipo espejo. 

Mi imagen definitivamente ha cambiado. Ya no soy ese joven inexperto y soñador que salió de Ibiza hace tiempo, ahora soy un hombre con una visión, una propuesta y con las ganas de salir adelante. 

Las puertas del elevador se abren y justo puedo ver a mi tío Guillermo, quién de inmediato abre los ojos, sorprendido. 

― ¡David!, qué…― trata de saludar, pero, de inmediato, lo ignoro y camino hacia la oficina de mi padre. 

Puedo sentir las miradas, una vez más, sobre mí y como hablan mientras voy pasando entre ellos a lo largo del pasillo. Al llegar a la oficina, toco en la puerta para luego escuchar su voz, más débil de lo habitual, dejándome entrar. 

Jamás olvidaré el rostro de mi padre, ese que me enseñó la enfermedad, el descuido y el sufrimiento al mismo tiempo. Juro que jamás me verán así, si es que me llega a pasar, seré lo suficientemente sabio para saber retirarme a tiempo. 

― David, creí pasarte el mensaje de que no quería verte― me dice para después toser. 

― Lo siento, pero, nuestros caminos seguirán cruzándose, sobre todo si se trata de trabajo. 

― ¿Qué trabajo?, ¿el de traicionar a tu familia? ― me pregunta. 

Sonrío ― no, ese trabajo lo harán otros miembros de esta familia. Vengo de parte de Zaid Lafuente, quiere hacerte una propuesta. 

Mi padre comienza a reírse, pero, el gusto le dura poco cuando la tos ataca. En otras circunstancias me habría puesto de pie para ayudarle, sin embargo, si él no tiene hijo, yo no tengo padre. 

―Veo que sigues fumando― comento. 

―¡Cállate!, mejor dime, ¿qué quiere ese hombre Lafuente?― pregunta después de recuperarse. 

Suspiro― Lafuente quiere comprarte tus acciones. Como sabes, su empresa está en su mejor momento y sabe que la tuya muere. Según las predicciones, tienes al menos seis meses para después caer en bancarrota. 

― ¿Lo dice él o tú? 

― Lo dice su jefe del departamento de finanzas, su mano derecha, o sea, yo. 

Mi padre se ríe de nuevo, pero, esta vez, lo hace con más moderación para evitar un ataque de tos que le haga escupir sangre― ¿de qué me sirve venderte mis acciones?, ¡de nada! 

― Si, le sirve. Lafuente compró mi porcentaje ayer por la tarde y justo antes de venir para acá, pasé por el dinero― presumo y abro el maletín para que vea los billetes. 

Él abre los ojos sin poder creerlo ― ¿Ainhoa te dejó las acciones a ti?

― Tantos años casados y ¿aún le dices Ainhoa? 

― No me distraigas, ¿sí o no?― y la tos se hace presente. 

Me quedo observando la escena, bastante lastimosa, por cierto, pero no hago ni un gesto para ayudarle; no sé si me hace mala persona, no obstante tampoco me nace. 

―Si le vendes a Lafuente tu parte, tendrás el suficiente dinero para liquidar a tus empleados y pagarte el velorio digno de un rey― hablo. 

―No, esta empresa es de los Canarias, seguirá… 

―Sabes que cuando te mueras nadie seguirá tu legado. Todos tus hermanos saben de tus malos manejos y terminarán vendiéndola al mejor postor. Tu legado caerá y serás la vergüenza de la familia, incluso ya muerto. Si las vendes podrás retirarte a lo alto, con dinero y quedarás como David Canarias, el hombre sensato que supo siempre hacer las cosas― finalizo mi discurso y él no puede despegar su mirada de la mía. 

Los Canarias somos orgullosos y mucho. La mayoría no aceptan sus errores y mucho menos saber que fracasaron. En mi defensa, yo soy más Donato que Canarias, por lo que siento que hay un equilibrio en mí. 

―La junta no querrá― me dice. 

―Claro que lo hará, si únicamente están los que puedan votar. Si dejas que todos se metan claro que no querrán. Sabes que si tú les dices que lo hagan, lo harán― suspiro― lo malo de hacer negocios con la familia es que un mal manejo de las cosas arruina todo, la ventaja es que, si haces una movida lista los salvas ¿Qué prefieres?, salvar o arruinar a cientos de generaciones. 

Mi padre se acerca a mí y me ve a los ojos ―Y, ¿tú?, ¿ya te rendiste tan pronto en recuperar lo tuyo? ― pregunta. 

Me acerco a él y lo enfrento ― tú me lo quitaste, con eso no puedo hacer nada. Pero, si tú me lo regresas, te juro que no solo salvo esta empresa, hago que el apellido Canarias grande y tu legado pasará por generaciones. Únicamente necesitas firmar es ese documento. 

―Y, ¿Lafuente? ― me pregunta. 

―Yo me encargo de él. 

Mi padre se aleja de mí para abrirle más al tanque de oxígeno y escucho como respira mejor―¿cuánto me ofrece Lafuente? 

―Lo justo, no más, no menos. 

―¿Qué me ofreces tú?― pregunta. 

Sonrío ― te ofrezco la perpetuidad. 

―Eso no es tangible― comenta. 

―No, pero, jamás se termina y puede pasar años. El dinero que te dé por las acciones se acabará rápido, sobre todo cuando ya lo debes. 

Así, sin que yo me lo espere, mi padre se pone de pie y caminando lento, se acerca al retrato familiar que está colgado sobre el muro. Lo abre para dejar ver la caja fuerte. Después de unos movimientos de muñeca, saca una carpeta de piel y la trae hacia mí, para abrirla y mostrarme los documentos de la empresa. 

―Si tanto la quieres, te la doy― me dice ― pero tú enfrentarás a la mesa directiva, yo no. 

Mi padre toma una pluma y me la ofrece para firmar donde dice mi nombre. Sin embargo, yo la dejo sobre la mesa y saco de la bolsa de mi saco, la que me regaló Alegra y fimo sin chistar. 

―Ahí está, perpetuidad… Lástima que no vivirás para verla― comento. 

―Buena suerte; la necesitarás. 

Beso, la pluma ― ya la tengo, no necesito más. Ahora, ¿vamos a la junta?, tengo malas noticias que dar. 

**

Pensé que convencer a mi papá sería más difícil, pero, en este momento, la enfermedad es lo que nubla si criterio y le quita las fuerzas. Y, no es porque sea un hombre aprovechado, pero esto me sirvió bastante para poder llevar a cabo mi plan. 

Llegar de imprevisto y sin avisar, ese era el plan y ahora, salgo de la oficina de mi padre con mi empresa y el 80 % de las acciones. Así es, ni yo las vendí, ni Lafuente quiso comprar, solo me dejó usar su nombre para el plan y me prestó el maletín donde traigo mis ahorros de un año para disimular una venta; Alegra no sabe lo último porque si no me mata. Este es el riego que tomé y para mi fortuna, salió bien. 

―Bueno, te enfrentarás a la junta, tú nada más, no te apoyaré. 

―Lo haré. No te preocupes, papá, jamás me has apoyado, ¿por qué contaría con el ahora? ― respondo. 

Camino hacia la sala y al entrar, veo a mis primos y tíos sentados en sus respectivos lugares. Inmediatamente, las miradas se van sobre mí y ni tiempo les doy de que me digan algo, ya que los veo a los ojos y les ordeno. 

―Les pido que únicamente los que puedan votar se queden, gracias. 

―David…― me habla Gastón. 

Todos se ven entre sí y luego se ríen ―venga David, ¿es broma?― le pregunta a mi padre. 

Él, se sienta como puede sobre el sofá y solo responde ― quédense los que pueden votar, ahora. 

La mitad de las sillas se desocupan y de pronto quedamos tres, además de mi padre. Sé que en este momento no saben mucho lo que sucede, pero en poco tiempo esos rostros de burla, cambiarán. 

―Bien, me da gusto tenerlos aquí ― hablo. 

―¿Espera?, ¿vas a hablar tú?― reclama Guillermo. 

―Así es, como nuevo presidente de las empresas y accionista mayoritario tengo el derecho, ¿no es así? ― pregunto. 

Los dos comienzan a reír, y luego voltean a ver a mi padre ― basta, sin bromas. 

―No, no es broma― respondo― mi padre me acaba de ceder el 40 % de sus acciones y darme la presidencia como me corresponde por derecho. 

Mi tío Saúl de inmediato se pone de pie y da un manotazo sobre la mesa ―¡¿Qué?!, no es imposible. 

Mi padre sigue en silencio, no quiere discutir o tal vez está poniendo a prueba si tengo lo que se necesita para ser un líder. Sin embargo, tengo más que eso, tengo una estrategia. 

―No es imposible, tengo el 80 % de las acciones, mi cuarenta y el suyo. 

―¿El otro cuarenta?, ¡Dijiste que Ainhoa no tenía ni idea!― grita Guillermo a mi papá. 

Mi padre voltea a verme y abre los ojos asombrado, sabe que lo engañé y que lo convencí de caer en la trampa. 

―Me dijiste…― empieza a hablar, pero la tos lo interrumpe. 

―Aprendí del mejor ― respondo y sonrío. 

―David, sabes que no se puede…― dice mi tío Guillermo. 

―Claro que se puede. Está en el apartado dos: cuando la empresa está a punto de ir a la bancarrota, el accionista mayoritario puede vender o traspasar a otra persona el mando. Ustedes lo escribieron, ¿no es así? 

―¡Bancarrota!, ¡bancarrota!― grita Saúl. 

Mi padre cierra los ojos y empieza a aguantar cada grito y reproche que le dan. Dejo que esto suceda por un rato y luego con la mano les pido que guarden silencio. 

―Basta, no tengo mucho tiempo, así que vengo a ofrecerles un trato. En este momento puedo dar una oferta, por su parte, a un buen precio para que puedan usarlo como les plazca o ― sonrío ― los corro. 

―¡No nos puedes correr!, por supuesto que no― reclama Guillermo. 

―Claro que sí. Estoy al tanto de los negocios sucios que hacen por debajo de la mesa y que han perjudicado notoriamente a la empresa. Si saco la evidencia que tengo conmigo y la entrego a las personas correspondientes, todo se terminará. 

Mis tíos cambian el rostro una vez más, lo han hecho tanto que comienza a darme risa, pero me contengo. 

―No te atreverías― comenta. 

―Claro que sí, ¿ven al hombre de allá? ― indico y señalo a un hombre alto y de porte rudo que se encuentra parado de pie en el recibidor del área― él es agente y yo lo llamé para entregarle todo, así que, ustedes dicen. Una vida de comodidad o de 40 a 60 años de prisión. 

―¡Eres un idiota!, ¡un imbécil!, un… ¡Dile algo David!―Sin embargo, mi padre los ignora porque no tiene nada que decir. 

―¿Entonces?, ¿lo llamo? 

―Venderemos― habla mi tío Saúl ― pero, aun así, no puedes tener tú el 100 % de las acciones, así no funciona. 

Sonrío ― claro que no, ya tengo un comprador. Su nombre es Alegra Bustamante y justo me envío con la décima parte del dinero que les ofrece para comprarlas. 

Así, tomo el maletín con todos los ahorros que tengo y se los muestro a mis tíos. Si ellos aceptan les estoy dando todo lo que tengo y si la empresa no se recupera, me quedo en la calle y el sueño de Alegra se termina. 

―¿Alegra Bustamante? ― pregunta mi tío. 

―¿Lo quieren o no?, yo lo tomaría. 

―Lo tomamos― responden. 

―Bien. 

Mis tíos voltean a ver a mi padre ― al menos tu hijo tiene pelotas, maldito, cobarde. 

―Por cierto― interrumpo― mi padre se quedará en mi representación mientras arreglo todo en Madrid. El dinero que falta de la compra estará en su cuenta en una semana. 

―Tienes tres días― me dan un ultimátum. 

―Vale, tres. 

Mis tíos salen furiosos de la sala, dejándonos solos a mi padre y a mí. Él se pone de pie y me ve ―¿qué te hace pensar que la empresa en tus manos estará mejor que en las mías? 

―Nada, únicamente tengo una corazonada. 

―Eres demasiado orgulloso, caerás. 

―Confundes orgullo con seguridad, papá. Yo tengo otra visión de las cosas, la de mi madre― guardo los papeles en el portafolio― vuelvo en dos semanas, ¿crees que puedas llevar esto por mí? 

Mi padre se ríe ― me echaste a los lobos. 

―Y tú a mí, eso si lo aprendí de ti― finalizo y salgo de la sala sin mirar atrás. 

Antes de bajar, voy con el hombre que señalé en la junta y al verme me sonríe ―gracias por saludarme hace rato, ¿cómo te llamas? 

―Vicente. 

―Y, ¿qué haces aquí? 

―Vengo por el trabajo de intendente― me comenta. 

―¿Eres intendente? 

―No, pero la depresión me dejó sin trabajo y tengo una familia que mantener― responde seguro. 

―Sabes, el responderme, el saludo hace momentos atrás, cambió mi vida, así que te devuelvo el favor, ¿qué es lo que haces? 

― Era chofer de camiones. 

Le doy una palmada sobre la espalda ― vamos, tengo un plan para ti― le digo. 

«Contratar a Vicente, fue uno de mis primeros actos como presidente de la empresa y después de él haría más mucho más». 

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