El autobús rojo recorre las calles de Madrid con Valentina y David Tristán en la parte de arriba, admirando el hermoso paisaje. Tristán, como un experto guía de turistas, le relata cada lugar y le cuenta algún dato curioso que hace a Valentina reír.

La primera parada es en la majestuosa Plaza Mayor, donde David le narra cómo, siglos atrás, se celebraban ahí desde mercados hasta corridas de toros. 

—Y dicen que si te paras justo en el centro y cierras los ojos, puedes sentir el murmullo de las voces de antaño —comenta David, guiñandole un ojo mientras Valentina intenta escuchar aquel eco invisible.

Luego, continúan su trayecto hasta el Palacio Real. Las luces doradas del atardecer iluminan la fachada, creando un contraste mágico con el cielo que se tiñe de colores cálidos.

 David señala el balcón principal, y le cuenta cómo, en su juventud, ha soñado con colarse a algún baile de gala. 

—Tal vez piensas que podríamos acceder por eso del apellido, pero creo que la realeza no es nuestro estilo —bromea. 

Valentina se ríe. 

—Tal vez algún día lo logres, creo que tienes potencial para ser de la realeza. 

—No lo creo —responde él—, y para ser sincero, no me interesa. En fin, continuemos. 

A medida que cae la noche, el autobús los lleva hacia la Puerta de Alcalá. Valentina se maravilla con la elegancia de la estructura iluminada, y David no pierde la oportunidad de contarle la historia de cómo la canción de “Mocedades” había inmortalizado el monumento.

 —A mí no me tocó, pero a mi abuela Xime sí. Mi abuelo nos dijo que la primera vez que viajaron acá, la trajo para que la cantara; y lo hizo a todo pulmón. 

—¿De verdad? 

—Sí, dice que la vio tan feliz que no se arrepintió de que todas las miradas se posaran sobre ellos. 

—Tu abuelo suena como una persona muy feliz —comenta Valentina, con un tono tranquilo. 

El autobús, comienza a avanzar para dirigirse a otro lado. Las luces de la ciudad van poco a poco encendiéndose, dando la bienvenida a la noche. 

—Lo era —responde David—. Era un ser maravilloso. Tuve la suerte de convivir con él y de amarlo tanto como me amó a mí. Me hubiese gustado que viviera durante mi adolescencia y adultez. Pero, bueno… no son eternos. 

—No, no lo son —contesta Valentina en un tono lleno de tristeza. 

Finalmente, el autobús se detuvo en el Templo de Debod, un lugar que David reservó especialmente para el final del recorrido. 

Ambos se bajan del autobús y caminan hacia el templo, rodeado por un espejo de agua que reflejaba las luces suaves del entorno. 

—¿Todo bien? —le pregunta David, al notar su paso lento. 

—Sí, sí, no pasa nada —explica. 

Al llegar, Valentina no puede evitar quedarse sin aliento cuando llega al mirador. Frente a ellos, Madrid se despliega en todo su esplendor, con la ciudad brillando bajo el manto de la noche.

David, al notar el asombro en los ojos de Valentina, le toma la mano sutilmente y, con un tono suave, le dice: 

—Este es mi lugar favorito en todo Madrid. Cuando quiero recordar lo hermosa que es la vida, vengo aquí —Valentina lo mira, sintiendo una conexión profunda en ese momento. 

—¿Por qué lo dices? 

David voltea a verla y nota cómo la mirada lila de Valentina brilla con la luz del entorno. Por un segundo, se pone nervioso, pero recupera la compostura. 

—Es la combinación de todo: la historia que cargan estas piedras, la naturaleza que lo rodea, me encanta la naturaleza, y cómo se despliega la ciudad ante nosotros. Es un lugar que mezcla lo antiguo y lo moderno, lo que fuimos y lo que somos ahora. Una fotografía ideal. 

—Eso… —Valentina se sorprende al notar este lado de Tristán que no conocía; el hombre es en realidad profundo—, es hermoso. 

David sonríe. 

—¿Qué?, ¿pensaste que te llevaría al gimnasio o a lugares de fiesta? —bromea. 

Ella niega con la cabeza. 

—No, ni siquiera esperaba esto. 

—Sé que piensas que soy tonto y bruto, vanidoso y presumido… 

—No —lo interrumpe—, tonto y bruto,  no. 

—Presumido y vanidoso ¿si? —expresa David entre risas. 

—Bueno, si, creo que eres un poco de eso, pero, una cosa que puedo decir es, que eres más diferente de lo que imaginaba. 

—Que mi instagram de modelo no te haga pensar cosas. —Valentina trata de fingir que no sabe de qué habla y pone un rostro de confusión—. Sé que lo viste, y que Tinadelatorre le dio “me gusta”. 

—Lo siento, no fue a propósito. 

—Está bien, todos caen por las fotos.

Ambos se quedan en silencio, disfrutando de la vista y de la compañía, dejando que el momento hable por ellos. 

—¿Te puedo hacer una pregunta? —habla Tristán, viendo el paisaje. 

—¿Es una pregunta donde yo sé la respuesta y tú no sabes nada?, o, ¿es una pregunta dónde tú ya sabes la respuesta y yo quedo como tonta?

David se ríe bajito. 

—Solo es una pregunta abierta, que quiero que me respondas. 

—Va, dime. 

—¿Por qué es tan importante este proyecto para ti?, ¿qué te hizo vencer los miedos de subirte a un avión y viajar a una ciudad desconocida? 

Valentina toma un suspiro hondo. 

—Fue mi hogar por un tiempo. Gracias a él sobreviví y se lo debo a mi nana Mena. 

—¿Mena?, ¿Ximena? 

—No, Filomena. Le decíamos Mena de cariño. En fin, por eso estoy aquí, por eso agarré el valor y no me iré hasta que sepa que todo saldrá bien. Y tú, ¿por qué es tan importante?, mejor, ¿por qué ese lugar y no otro?

Tristán suspira. Enfoca su vista hacia Madrid y habla. 

—Por mi papá. Es un regalo que quiero hacerle. Ese lugar le salvó la vida y quiero recordárselo. 

—¿Le pasó algo al señor David? —pregunta ella. 

—Cuando era niño, mi papá cayó en una horrible depresión. Se enteró de muchas cosas de su pasado que por poco le arruinan su presente. Yo, temía perder a mi padre. Lo veía mal, tratando de fingir que todo estaba bien pero, no era así. La dinámica en mi familia cambió, la incertidumbre se instaló y todos vivíamos bajo un manto de nostalgia y miedo que no se iba. 

»Un día, en un viaje escolar, fuimos a la colonia. Recuerdo que nos dijeron que lleváramos despensas y juguetes; cosas que necesitaban los habitantes. Sin embargo, cuando yo llegué noté que no solo necesitaban eso, sino también atención médica; daba la casualidad de que yo conocía un doctor. 

Valentina sonríe. 

—Para mí, mi padre, es y siempre será el mejor doctor del mundo. Ha hecho cosas tan grandes, benéficas y maravillosas, que en ese tiempo, me dolía verlo así, sin ganas de nada, pensando que ni siquiera su talento era suyo. 

»Así que fui y le comenté del asunto. Al inicio, no quería ir. Pero, mi madre, que siempre ha sido mi aliada, le dijo que le diera una oportunidad. Por lo que regresamos, ahora como familia, y mi padre atendió a los niños. 

—Qué lindo. 

—Sin embargo, se percató que en realidad necesitaban mucha ayuda. Así que le habló a otros colegas y de pronto, íbamos todos los fines de semana a dejar despensas y comida y a dar atención médica. 

»Eso salvó a mi papá. Le hizo recordar quién era y su talento. Y al final de ese año, era otro, el que ves ahora. Recuerdo que esa Navidad me agradeció y me dijo: me acabas de enseñar que salirme del camino, no significa perderse, si no encontrar una versión nueva de uno mismo. 

—Qué palabras tan emotivas —expresa Valentina. 

—Jamás se me olvidarán. 

—¿Qué pasó después? —pregunta ella, interesada.

—Mi papá y sus colegas, trataron de hacer un programa de salud y ayuda ahí, pero el gobierno de México se puso muy duro. Querían mucho dinero, les pidieron decenas de papeles y, a pesar de que mi padre es nacionalizado mexicano, le dijeron que por ser extranjero era imposible. 

—¡Qué mal! —expresa ella, en verdad empática. 

—Por eso, ahora que se abrió el concurso y siendo una fundación ya de renombre y con los permisos y documentos que piden, se lo voy a regalar. Por eso se llama Proyecto Picaflor, en su honor. 

—Picaflor… cómo te dicen a tí, picaflorcito. 

—No me dicen así porque sea mujeriego. Me dicen así, porque les traje buena suerte a mis padres después de que me tuvieron. 

—¿De verdad? —pregunta Valentina, entre sonrisas. 

—Sí. A mi padre le ofrecieron el trabajo en la UNICEF y a mi madre le aprobaron la Beca Roberto Villagraz para hacer un Master Internacional de fotografía y gestión de proyectos. 

—Ya veo lo que dices —expresa ella entre sonrisas. 

—Sé que eso sucedió por la constancia de mis padres y su talento, pero ellos dijeron que yo les había traído suerte; porque no era planeado mi nacimiento. Como la suerte, simplemente llegué y ahora, aquí estoy. 

—Haciendo tours nocturnos a mujeres necias e insistentes —bromea ella. 

—Apasionadas y capaces —corrige David, viéndola a los ojos—, aunque si eres un poco necia, pero puedo con la necedad. 

Valentina se sonroja. Agradece en ese instante que la noche puede cubrir sus mejillas rosadas. 

—Gracias por el tour, fue increíble… —le agradece. 

—¿Cero ansiedad? —pregunta David, preocupado. 

—Por ahora. Veremos más tarde. Desgraciadamente, para la ansiedad, no hay horario. 

—Lo sé. Mi primo la sufre y suele llamarme a toda hora. Tuve que hablar con una psicóloga para poder ayudarle, porque me deseperaba mucho. 

—¿Hiciste eso?, ¿de verdad? Es muy noble de tu parte. 

—Mi primo es mi mejor amigo, y por mis seres queridos hago lo que sea por ellos. Siempre nos hemos apoyado. Mi familia es todo para mí, es lo que más atesoro. 

—¿Por eso tu instagram personal es privado? —se le escapa a Valentina. Ella se cubre la boca, tratando de retractarse. David se ríe bajito—. Me dijeron… 

—Sí claro —contesta él, en tono simpático—. Así es, por eso es privado. Porque no dejo entrar a cualquiera a mi vida personal y privada. 

Aunque tú ya has estado en más eventos familiares que mi propia novia, pensó. 

—Te entiendo. Yo como no tengo familia no sé que es eso —admite ella. 

Escuchar eso provoca en Tristán un poco de remordimiento. Valentina parece ya haber aceptado todo. 

—En fin, dame tu móvil. 

—¿Para qué? —pregunta, algo desconfiada. 

—Para ponerte mi número y puedas llamarme si te da algún ataque de ansiedad. 

Valentina sonrió. 

—Gracias, pero no tengo cobertura aquí. No quise comprar un chip internacional porque pensé que no duraría tanto tiempo en Madrid. 

—¿Cómo?, pensaste que llegarías, te abrirían las puertas, modificarías todo en tres días y te irías. 

—Sí —admite. 

David se ríe con fuerza, pero lleno de alegría. Valentina descubre en ese momento, que la risa de David la hace sonreír y reír también. Es tan honesta y libre… él es libre. 

—Sí que eres decidida. 

—Por no decir ignorante, ¿cierto? —corrige, Valentina. 

David niega con la cabeza. 

—Aunque usted no lo crea, señorita de la Torre, yo no tengo ningún juicio negativo sobre usted. Creo que es una persona valiosa y que, si llegó a mi vida, es porque viene a enseñarme algo.

Al escuchar esas palabras, Valentina siente un nudo en la garganta. El tono de Tristán, cargado de una sinceridad que no esperaba, la desarma por completo. 

Por un instante, el bullicio de Madrid queda silenciado, y solo existe la intensidad de su mirada fija en la de él. Puede sentir la tensión en el aire, una corriente invisible que los une más allá de las palabras.

La cercanía de sus cuerpos le hace difícil respirar con normalidad, no esta segura si desencadenará un ataque de ansiedad o es otra cosa, pero no tiene miedo, no cuando está con él.

 La calidez que irradia Tristán, la seriedad en su voz, provoca en ella una mezcla de emociones que no puede controlar y que por primera vez en su vida, no quiere. Valentina intenta apartar la mirada, pero sus ojos se niegan a desprenderse de los suyos. Hay algo en su declaración, en la forma en que sus palabras resuenan en su pecho, que la atrae irremediablemente hacia él.

—¿Y qué crees que vine a enseñarte? —pregunta, con la voz apenas más alta que un susurro.

Tristán esboza una media sonrisa, esa que siempre parece esconder más de lo que muestra. Se inclina ligeramente hacia ella, acortando la distancia entre ambos, y su proximidad le hace temblar.

—Aún no lo sé —responde él—, pero estoy dispuesto a averiguarlo.

Valentina sintió un escalofrío recorrer su columna. Cada palabra de Tristán, cada inflexión de su voz, la atraía más hacia él, a pesar de que no quería admitirlo. No podía permitírselo. Tristán continuaba mirándola con esa seguridad y sensualidad que irradiaba sin esfuerzo. No solo era guapísimo, con un cuerpo fuerte y trabajado; también era alto, tan alto que Valentina lo comparaba con un roble capaz de protegerla con su firmeza y fuerza. Sus ojos, de un café profundo, brillaban cuando se ilusionaba o alegraba, y su sonrisa… su sonrisa la ponía nerviosa de una manera que no lograba controlar.

Apenas llevaba unos días a su lado, y Valentina ya se sorprendía a sí misma teniendo pensamientos que sabía que no debería tener. Se preguntaba cómo sabrían sus labios, cómo sería sentir sus fuertes manos recorriendo su piel, su aliento rozando su cuello. Nunca en toda su vida había deseado algo con tanta intensidad como lo deseaba ahora.

David Tristán se acercó un poco más, acortando la distancia entre ellos, y Valentina sintió un deseo inmenso de cerrar los ojos y esperar el contacto de sus labios. La noche era perfecta, la atmósfera también, y ella… no sabía por qué lo deseaba, solo que lo hacía, con una intensidad que la asustaba tanto como la seducía.

—¿Me lo vas a dar? —pregunta él. 

Valentina por un momento duda de lo que eso significa. 

¿A caso David Tristán había leído sus pensamientos?, ¿ella había hecho algo para que él notara lo que deseaba? 

—¿Cómo? —pregunta, para aclarar la situación. 

—¿Tu móvil? —responde. La tensión que se sentía en el cielo, bajó tan rápido que ella lo resiente en su cuerpo. 

—¿Mi móvil? —pregunta, tratando de comportarse. 

—Sí, yo te agrego y así si necesitas algo me avisas. Mañana le diré a Linda que te consiga un chip con un número de acá y así tengas servicio. Necesitamos estar en contacto, sobre todo por lo del proyecto. 

—¡Ah, claro! —expresa Valentina y nerviosa busca el celular en la bolsa y lo saca—. Busco el número, es que no me lo sé de memoria —le dice. Pero, en realidad, estaba nerviosa, y no quería dárselo mal. 

Las manos de Valentina tiemblan y le es un poco difícil encontrarlo. Tristán lo nota. 

—¿Todo bien? —pregunta. 

—Sí, sí… 

Finalmente, ella le da el número y Tristán lo agrega de inmediato y le envía un mensaje. 

—Cuando tengas servicio de internet, te llegará. 

—Gracias —responde ella. 

Ambos se quedan en silencio, no porque no tengan nada que decir, sino porque el peso de lo que no se atreven a expresar los envuelve en una tensión palpable. Es un silencio cargado de miradas furtivas, de pensamientos no dichos que laten entre ellos, creando una conexión que ninguno quiere reconocer. Las palabras están ahí, en el aire, suspendidas en un limbo donde la atracción y la razón luchan por imponerse.

Entonces, el sonido del móvil de Tristán rompe la quietud, un tono estridente que los saca bruscamente de ese momento suspendido. 

Ambos dan un pequeño respingo, como si la vibración del teléfono fuera un recordatorio de la realidad que intentaban ignorar. 

Se sienten aliviados, aunque ninguno se atreve a admitirlo. Es un alivio que nace del miedo a lo que podría pasar si siguieran en esa burbuja íntima que los envolvía. Tristán mira la pantalla, y Valentina aprovecha para apartar la vista, como si el encanto se hubiera roto y ahora necesitara espacio para recomponerse.

Él duda antes de contestar, como si quisiera prolongar ese instante unos segundos más. Finalmente, desliza el dedo por la pantalla y responde, su voz baja y firme mientras se aleja unos pasos. Valentina se queda en su lugar, luchando contra el torbellino de emociones que la sacude. 

—¿Qué te pasa? —se dice así misma, tomando la cruz de plata que lleva siempre colgada en su cuello para componerse.

Unos momentos después, Tristán vuelve a ella. 

—Lo siento, nos tenemos que ir. Ana Caro quiere verme. 

—¡Ah!, sí, sí, claro. —Valentina baja la mirada al suelo, como si buscara algo. Sin embargo, lo hacía para simular las nuevas sensaciones que se habían apoderado de ella, y tratar de quitar de su mente los pensamientos de lo que le había escuchado decir. 

Tenía varios días que no iba a misa y ahora, sería necesario hasta confesarse por todo lo que le pasaba. 

Tristán, le indica el camino de regreso y ambos llegan a la avenida. El chofer de Tristán los está esperando; el camión rojo se había ido. 

—Espero te haya gusto el tour —le comenta, mientras él mismo le abre la puerta. 

—Me encantó, muchas gracias. Ahora, ya conozco Madrid. 

—De noche —le aclara Tristán, con un tono que suena casi como una confidencia—, de día es otro. Siempre debes conocer todas las facetas de una ciudad para decidir si realmente te gusta o no. Prométeme que tratarás de conocerlo también de día.

—Trataré… —responde Valentina, su voz suave, como si no estuviera completamente convencida, pero a la vez intrigada por la sugerencia.

Tristán asiente, su mirada fija en ella, como si con ese gesto sellara un pacto tácito entre ambos. Da un paso atrás y señala al chofer que los espera junto al auto.

—Él te llevará al hotel, para que llegues a salvo —dice, y aunque sus palabras son formales, hay una calidez en su voz que Valentina no puede ignorar.

—Gracias… —responde ella con una sonrisa, una de esas sonrisas que guarda entre líneas lo que no se dice, lo que queda flotando en el aire.

Por un momento, ambos se quedan en pausa, como si estuvieran atrapados en ese segundo antes de que todo cambie, como si el tiempo hubiera decidido concederles una tregua, un instante más para reconsiderar lo que no se atreven a decir. Sus miradas se encuentran, y el silencio que los envuelve es denso, cargado de esa tensión que aparece cuando dos personas están al borde de algo importante, pero no dan el paso.

Finalmente, ella decide moverse, rompiendo el hechizo. Abre la puerta del auto y sube, su corazón latiendo un poco más rápido de lo normal. Tristán la observa desde afuera, con la sensación de que algo se ha quedado a medias, como si ese silencio compartido tuviera un peso que ambos reconocen, pero no se atreven a cargar.

—Buenas noches —dice él, con una sonrisa que no llega a sus ojos, pero que refleja todo lo que ha decidido no decir.

Valentina asiente, devolviéndole la sonrisa con la misma cautela. El chofer cierra la puerta, y el auto se pone en marcha lentamente. Ella lo observa por la ventana mientras se alejan, y aunque ha pasado solo un instante, sabe que algo ha cambiado, que algo ha quedado en suspenso entre ellos, esperando el momento adecuado para salir a la luz.

7 Responses

  1. Esa declaración de Picaflor a su hijo te produce un nudo en la garganta 🥺

    Y por otro lado, ¡¡Uff!! Esa chispa que se está encendiendo en ellos está fuerte 🔥😌

  2. Ay Picaflor….que bien que le hiciste caso a tu padre….él ya vio en Valentina lo que tu niegas en reconocer…Gracias Ana!!!

  3. Ayyyy que bello. Este fue el plus en esa conexion que tienen. Que fuerte debe ser. Porq el tiene su novia que ama y ella pues sabr que es un hombre comprometido practicamente. Que dilema que se les viene.

  4. Ayy -suspiro enamorado- picaflor y sus corazonadas, le acertará?… Mira que el niño no se quiere quedar con la duda de por qué llegó Valentina a su vida 🤭🤭🤭

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