—Solo pruébelo, señorita de la Torre —dice David Tristán, con una sonrisa juguetona mientras le ofrece una cucharada de arroz amarillo, perfumado con azafrán y especias.
Tacontento era el lugar perfecto para una tarde así, un pequeño rincón vibrante y cálido donde la comida española y mexicana se fusionaban en una mezcla irresistible de sabores.
El ambiente era relajado, lleno de risas y charlas despreocupadas. Las mesas de madera, adornadas con coloridos manteles tejidos a mano, estaban esparcidas bajo un techo decorado con luces cálidas que colgaban de vigas rústicas, iluminando suavemente el espacio.
El aroma de tortillas recién hechas y paella al azafrán llenaba el aire, y la música de guitarra española se mezclaba con el murmullo de las conversaciones.
Las paredes estaban decoradas con murales alegres de flores y escenas tradicionales tanto mexicanas como españolas, transportando a todos los presentes a un lugar donde las dos culturas se abrazaban con total naturalidad.
Valentina, sentada en medio de la mesa, deja escapar una carcajada ligera mientras intentaba negarse al arroz que David le ofrece, pero finalmente se rinde, tomando el bocado que él sostiene con un gesto desafiante y coqueto.
A su alrededor, la conversación fluye de manera despreocupada. Valentina deja que el sabor del arroz invadiera su paladar, sorprendiéndose por lo delicioso que estaba. Su sonrisa se amplía, y sus ojos brillaron mientras David sonríe en aprobación.
—Te lo dije, solo necesitabas probarlo —añade David, con una mirada traviesa, y Valentina no puede evitar devolverle la sonrisa.
La energía entre ellos es palpable, algo que flota en el aire junto con los aromas y las risas. Valentina toma otro sorbo de sangría y cierra los ojos disfrutándola.
—No había probado una sangría tan rica en mi vida. Bueno, en realidad jamás la había probado —comenta, para luego reír despreocupada.
Tristán se ríe con ella.
—Deje espacio para el helado de vainilla con vino tinto que ya está por llegar —le dice Tristán, guiñándole un ojo con complicidad.
—¿Helado de vainilla con vino tinto? —pregunta Valentina, arqueando las cejas con sorpresa—. No sabía que existía.
—Es la especialidad de la casa —aclara él, sonriendo mientras se inclina ligeramente hacia adelante, disfrutando de la sorpresa en su rostro.
Valentina sonríe, algo nerviosa, y comienza a jugar con su cabello, pasándolo de un lado al otro mientras intenta refrescarse. Aunque el jardín del restaurante Tacontento ofrece un ambiente más relajado al aire libre, el lugar estaba lleno, y el calor humano comenzaba a hacerse sentir.
La brisa es ligera, insuficiente para contrarrestar el calor que sube lentamente por su cuello, mezclado con una cosquilleo que ella no termina de entender del todo, pero que se siente profundamente en la presencia de Tristán.
El sonido de risas y conversaciones llena el jardín, pero hay algo en la atmósfera entre ellos que parece más intenso, más íntimo.
Tristán la observa con una expresión relajada, pero sus ojos siguen cada pequeño gesto de ella: cómo juguetea con su cabello, cómo muerde suavemente su labio inferior cada vez que está nerviosa, y cómo aparta la mirada cuando se da cuenta de que él la mira.
—Tienes que probarlo, en serio —insiste Tristán, con una sonrisa suave que desarma cualquier resistencia—. El contraste del dulce y el vino es… inesperado.
Valentina suelta una risa ligera, tratando de ignorar el efecto que esa sonrisa tenía sobre ella. Se recuesta hacia atrás sobre el respaldo de la silla, mirando el jardín alrededor.
Las luces colgantes titilan sobre ellos, creando una atmósfera mágica que, junto con el murmullo del agua de una pequeña fuente cercana, añade una sensación de ensueño al momento.
—¿Siempre vienes aquí? —pregunta, intentando desviar la atención de sí misma, mientras sigue jugando distraídamente con un mechón de su cabello.
—De vez en cuando —responde Tristán, observándola con interés—. Pero hoy es diferente.
Valentina lo mira, sin saber muy bien cómo interpretar sus palabras. Él no dice nada más, pero la mirada entre ambos lo dice todo.
De repente, una camarera aparece con una bandeja, interrumpiendo el momento. Sobre ella, un par de copas anchas con helado de vainilla cremoso y una rica capa de vino tinto que lo baña, creando un contraste de colores que hipnotiza.
—Aquí está el famoso helado de vainilla con vino tinto —anuncia la camarera con una sonrisa, colocándolo en la mesa.
Valentina parpadea, volviendo al presente, mientras Tristán, sin dejar de mirarla, le ofrece una cuchara.
—Pruébalo, señorita de la Torre —dice, con una mezcla de broma y desafío en su voz.
Valentina, algo intimidada por la intensidad del momento, toma la cuchara, sin dejar de sentir las miradas de Tristán sobre ella.
El frío del helado contrasta con el calor que siente en su rostro y, sin quererlo, se encuentra disfrutando más de la tensión entre ellos que del postre que tiene delante.
Valentina toma un pequeño bocado del helado, y al instante, el contraste entre la dulzura cremosa de la vainilla y la intensidad del vino tinto se funde en su boca. Sin poder evitarlo, un ligero gemido se escapa de su garganta, un sonido suave y espontáneo que la sorprende incluso a ella.
Tristán, que no le quita los ojos de encima, se queda inmóvil por un segundo, sorprendido ante la inesperada reacción de Valentina. Ella, completamente ajena al impacto que ha causado, se sonroja. Tristán no dice nada, pero la intensidad de su mirada aumenta. No puede evitar sonreír para sí mismo, guardando ese momento en su mente como un pequeño tesoro, un instante íntimo que solo ellos dos compartieron, aunque fuera en silencio.
—Esta delicioso —dice ella—. Jamás había probado un helado así.
—El helado es mi postre favorito —dice Tristán, comiendo otro poco de helado—. ¿Cuál es su postre favorito?
Valentina agacha la mirada.
—No tengo postre favorito —contesta.
—¿No tiene? ¿Cómo es eso?
—Pues, no sé. —Y encoge los hombros.
—Ok, no tiene cantante favorito, ni postre favorito… ¿Qué más no tiene favorito?
—Pues…
—Bebida favorita.
—No.
—Dulce favorito.
—No.
—Comida favorita.
Valentina no contesta, solo toma otro sorbo de sangría.
—¿Película favorita?
—No. Nunca he ido al cine.
—¡Qué! —expresa Tristán bastante soprendido—. ¿Nunca?
—No.
—¿Nuncamente?
—No creo que esa palabra exista, pero no. Tampoco he ido a un concierto, a un club, ni a alguna fiesta —responde ella, con una mezcla de timidez y resignación.
Tristán se queda en silencio un momento, completamente sorprendido. La idea de que Valentina nunca hubiera experimentado esas cosas lo desconcierta. ¿Cómo era posible que alguien como ella, con tanta vitalidad y profundidad, nunca hubiera vivido esos momentos que para la mayoría son casi inevitables? ¿Ninguna noche de risas a todo volumen en un concierto, ninguna pista de baile iluminada, ningún momento caótico de diversión en una fiesta?
—¿En serio? —pregunta, incrédulo—. ¿Nunca? ¿Ni una vez?
—No, nunca —responde Valentina, ahora apenada.
Tristán la observa con atención, dándose cuenta de que había mucho de Valentina que aún no comprendía. Las capas de su vida que ella mantenía cuidadosamente ocultas ahora comenzaban a vislumbrarse. Había una mezcla de tristeza y aceptación en sus palabras, como si se hubiera acostumbrado a que ciertos aspectos de la vida simplemente no eran para ella.
—Pues tendremos que cambiar eso —dice finalmente, con un tono ligero pero decidido, como si acabara de tomar una resolución.
Valentina lo mira, sorprendida.
—¿Qué? —pregunta, confundida.
—Tienes que ir a un concierto, a una fiesta, a un club… algo. No puedes no haber vivido eso al menos una vez —dice Tristán, con una sonrisa divertida pero genuina.
—No sé… —responde ella, insegura—. No sé si eso es para mí.
—¿Cómo lo sabrás si no lo intentas? —Tristán se inclina un poco hacia ella, su mirada intensa y desafiante—. Vamos, Valentina. La vida es más que lo que conoces. Tienes que vivirla.
Tristán se pone de pie con una naturalidad que deja a Valentina desconcertada. Saca de su cartera tres billetes, los coloca sobre la mesa sin preocuparse por el cambio, y luego la mira directamente a los ojos.
—Vamos —dice con una sonrisa misteriosa.
Valentina lo observa, aún sentada, sin saber exactamente a qué se refiere.
—¿Vamos? ¿A dónde? —pregunta con una mezcla de curiosidad y algo de inquietud.
Sin decir nada más, Tristán se inclina hacia ella, su rostro lo suficientemente cerca para que Valentina pueda sentir el calor de su respiración. En un suave murmullo, con una voz que vibra entre lo travieso y lo enigmático, le pregunta:
—¿Que no confías en mí?
Valentina se queda en silencio. Por supuesto que confiaba en David Tristán. Desde que lo conoció, él no había hecho nada más que mostrarle un lado de la vida que ella no sabía que deseaba. Él la hacía sentir segura, pero al mismo tiempo la empujaba fuera de sus límites, desafiándola de maneras que ella nunca se había permitido. Esa mezcla de aventura y seguridad era algo nuevo para ella, y se encontraba cediendo a su presencia de una forma que ni siquiera lograba comprender del todo.
Sus pensamientos corren en mil direcciones, pero, en el fondo, la respuesta es simple: sí, confía en él, aunque a veces la descoloque.
—Sí… confío en ti —dice finalmente, su voz más baja de lo que pretendía, pero lo hace claro.
Tristán le sonríe con esa expresión que siempre la desarma, la de alguien que sabe exactamente lo que está haciendo, pero que deja un espacio para el misterio.
—Entonces, vamos —repite con más seguridad, ofreciéndole la mano.
Valentina vacila por un segundo, pero luego toma su mano y se pone de pie, sintiendo cómo una especie de emoción burbujea en su pecho. No sabe a dónde la llevará, pero por primera vez en mucho tiempo, no le importa no tener el control.
***
Tristán y Valentina se detienen frente al letrero de neón rojo con la forma de un corazón atravesado por espinas. El corazón Espinado, dice en letras grandes y en molde.
Desde afuera, la música fuerte se filtra, una mezcla de ritmos latinos que invita a bailar y dejarse llevar. Las puertas del bar están semiabiertas, y los ecos de risas y conversaciones llegan hasta ellos.
Tristán, se detiene un segundo antes de cruzar la entrada. Sus ojos marrones se fijan en Valentina, con una mezcla de ternura y determinación. Él sabe que ella no es fanática de los espacios cerrados, que la multitud y la intensidad de este tipo de lugares no es su ambiente habitual.
—Sé que no le gustan los espacios cerrados, pero le juro que todo estará bien —dice Tristán en un tono suave pero firme, acercándose un poco más a ella.
Valentina levanta, sus ojos encuentran los de Tristán y en ese instante, algo en su mirada le transmite confianza.
—Confío en ti —responde ella en un susurro, apenas audible por el ruido de la música.
Tristán sonríe ligeramente, y con un gesto protector, coloca su mano sobre la espalda de Valentina, guiándola hacia la entrada. Al cruzar el umbral, el ambiente cambia de inmediato. El calor del lugar los envuelve, y los ritmos latinos, que ya se escuchaban afuera, se hacen aún más fuertes. Las percusiones rápidas, las trompetas y los bajos graves inundan el espacio, provocando que el cuerpo casi automáticamente quiera moverse al compás.
El lugar está lleno, pero no sofocante. Las luces son cálidas, rojizas, y el decorado refleja una mezcla entre lo urbano y lo tradicional. Murales de corazones espinados cubren las paredes, y en el centro, una pista de baile donde varias parejas ya se mueven al ritmo de la salsa. El ambiente es una explosión de energía, un contraste total con el silencio y la calma del exterior.
Valentina se queda quieta por un momento, mirando a su alrededor, absorbiendo la atmósfera. Tristán, atento a cada pequeño gesto de ella, la observa con una sonrisa serena. Se inclina un poco y, en su oído, con la música de fondo, murmura:
—Es hora de soltar las riendas, Valentina. Bienvenida a tu primera vez en un club.
La música es contagiosa. David va hacia una mesa lejos de la pista pero lo suficientemente cerca para poder ver a las parejas bailar. Hoy hay música en vivo, así que los músicos mantienen el ambiente lleno de emoción.
Las bebidas llegan. Tristán a pedido el paquete “Besos de tequila”, un mix de margaritas de sabores: fresa, tamarindo y mango. También incluye shots de tequila reposado.
Valentina ve las bebidas y se sorprende.
—¡Ay, no, no, no! Yo no tomo alcohol. ¿No puedes pedir agua?
—¿Agua?
—Sí. Es que yo…
—¿Ha probado alguna vez la margarita? —pregunta Tristán.
—No, pues no.
—Entonces, por qué no le da un sorbo. Si no le gusta, no la toma, pero, ya nadie le puede contar a qué sabe.
Tristán toma un sorbo de su margarita con la facilidad de quien está acostumbrado al sabor del tequila. Después, se pasa la lengua por los labios para quitarse la sal que queda en ellos, su gesto es relajado y seductor. Valentina, por otro lado, sostiene su margarita de limón con cierta timidez, inspeccionando el borde salado del vaso como si fuera una advertencia. No está acostumbrada a beber, pero está dispuesta a intentarlo, sobre todo porque está con él.
Con algo de cautela, acerca el vaso a sus labios y da un pequeño sorbo. El líquido frío y ácido del limón la golpea primero, pero casi de inmediato siente el ardor del tequila bajar por su garganta, dejándola momentáneamente sin aliento. Cierra los ojos por un segundo, como si estuviera procesando el impacto, pero, para su sorpresa, le agrada. Ese toque de quemazón la despierta, y sin pensarlo demasiado, toma otro trago, esta vez más grande, queriendo sentir de nuevo esa mezcla explosiva de sabores y sensaciones.
Justo cuando va a dar un tercer sorbo, Tristán, divertido por su repentina osadía, pone su mano sobre la copa y le baja suavemente el vaso.
—Epa, epa, epa —exclama con una sonrisa traviesa—. Despacito, que nos vamos lento.
Valentina lo mira, un poco sorprendida y sonrojada. No esperaba que su entusiasmo fuera tan evidente, pero la chispa juguetona en los ojos de Tristán le quita cualquier incomodidad.
—Lo siento —dice ella con una risa suave, bajando el vaso—. Es que está… bueno.
—Lo sé —responde él, manteniendo su mirada fija en ella mientras toma otro sorbo de su propia margarita—. Pero al tequila hay que tenerle respeto.
—Bueno…
Valentina voltea hacia la pista, observando cómo los demás se mueven al ritmo de la salsa, sus cuerpos girando con soltura, llenos de energía. La música vibra en el aire, levantando el ánimo de todos, y Valentina no puede evitar sonreír al ver la diversión que reina a su alrededor. Varias personas pasan y saludan a Tristán con familiaridad, dándole palmaditas en la espalda o inclinándose para estrechar su mano.
—Ya se me hacía raro no verte por aquí —comenta uno, riendo.
—¿Dónde andabas, perdido? —añade otro, levantando su vaso en un saludo cómplice.
Valentina observa la facilidad con la que Tristán se relaciona, cómo fluye en ese ambiente con naturalidad. Es claro que él es un cliente frecuente, alguien que pertenece a este espacio. La escena la hace sonreír más. Sin decir nada, termina los últimos sorbos de su margarita, sintiendo cómo el calor del tequila y la acidez del limón se disuelven en su cuerpo, relajando cada tensión.
Justo en ese momento, Tristán toma uno de los shots de tequila que estaba en la mesa frente a ellos. Con un movimiento rápido y preciso, se lo bebe de un solo trago. Sin pausa, toma una rodaja de limón y luego echa sal sobre su dedo, llevándoselo a la boca con una expresión de satisfacción.
—¡Esto va a pegar mañana! —bromea con una sonrisa traviesa, saboreando el momento.
Valentina se ríe, contagiada por su buen humor. El ambiente, la música, y el tequila la tienen más relajada de lo que había estado en mucho tiempo.
—¿Puedo? —pregunta Valentina, señalando uno de los shots restantes.
Tristán la mira con una mezcla de sorpresa y diversión, arqueando una ceja mientras se ríe suavemente.
—No lo sé, señorita de la Torre —dice con tono burlón—. Creo que no está lista para algo así.
Valentina lo mira con determinación y una chispa traviesa en los ojos. Hoy no se siente como la Valentina reservada de siempre. Hoy algo dentro de ella quiere experimentar, salirse de su zona de confort, dejarse llevar.
—Venga, en realidad, no estoy lista para nada. Hoy soy empírica —responde con una sonrisa amplia.
Tristán se ríe más fuerte, claramente disfrutando el giro que ha tomado la noche.
—¿Empírica? —repite, entre carcajadas.
—Sí, hoy aprendo haciendo —dice Valentina con tono divertido, dándole un aire juguetón a la conversación.
Tristán la mira con admiración y un toque de sorpresa. Este lado más suelto y espontáneo de Valentina le fascina. Con una sonrisa de complicidad, le ofrece el shot.
—Está bien, empírica. Veamos cómo te va —le dice, desafiándola suavemente.
Valentina toma el shot con decisión, pero con un nerviosismo palpable en sus ojos. Lo observa, luego lo acerca a sus labios, inhalando el fuerte aroma del tequila. Sin pensarlo más, lo bebe de un trago, imitando la rapidez de Tristán. El líquido baja como fuego por su garganta, quemando un poco, pero dejándola más viva que antes. Sin perder el ritmo, toma una rodaja de limón y se la lleva a la boca, exprimiendo el jugo ácido para calmar el ardor.
Tristán la observa, divertido, mientras ella coloca el vaso vacío sobre la mesa, aun saboreando la experiencia.
—¿Y bien? —pregunta él, con una sonrisa que se expande lentamente.
Valentina se limpia la boca con el dorso de la mano y sonríe, sintiendo una mezcla de euforia y satisfacción.
—¡Soy toda una empírica! —exclama, mientras Tristán estalla en risas.
—Si tú lo dices —expresa él, tomando otro trago.
La noche sigue su curso, con la música latiendo en el fondo, y Valentina, mucho más relajada, siente que algo ha cambiado en ella. Un sentido de libertad, de conexión con ese momento, y la sensación de que está exactamente donde debería estar, con Tristán.
La música en vivo se ha terminado, pero ha dado paso a música grabada que es igual de animada. El bar está a tope y la pista apenas tiene un espacio para que todos bailen.
Las bebidas siguen corriendo por la mesa. Tristán ya ha pedido otro paquete “besos de tequila” y se ha atrevido también con el paquete “Latidos de salsa” que son sangrías clásicas y de frutas tropicales, acompañadas de cervezas importadas de España y México.
Valentina, entre la mezcla del alcohol y la felicidad, comienza a moverse al ritmo de la música que llena cada rincón de El Corazón Espinado. La canción “Con Altura” empieza a sonar, sus notas vibrantes la invitan a dejarse llevar.
Al principio, sus pasos son tímidos, algo inseguros, pero mucho más sueltos que al inicio de la noche. La margarita, el tequila, y el ambiente festivo han borrado sus inhibiciones, y ahora su cuerpo responde con naturalidad al ritmo. Sus caderas se balancean suavemente al compás, sus manos recorren su propio cuerpo con elegancia mientras sus pies marcan el pulso de la música.
David, a unos pasos de ella, la observa detenidamente. Cada movimiento de Valentina lo fascina; hay algo magnético en la forma en que se mueve, algo que lo hipnotiza. Pero más allá de lo sensual, lo que realmente lo cautiva es la expresión de felicidad en su rostro, ese brillo que surge de sus ojos, esa libertad que parece haber encontrado en este momento. La Valentina que ahora tiene frente a él, relajada, divertida, y completamente en el momento, lo deja sin palabras.
Sonríe de lado, acercándose lentamente hacia ella, sin apartar la mirada. Cuando llega a su lado, la toma suavemente por la cintura, acercándola más a él, sintiendo el calor de su cuerpo. Ella levanta la mirada y se encuentra con sus ojos, donde nota una mezcla de deseo y diversión que la hace sonreír. Hay algo en esa mirada, en ese toque, que provoca una chispa dentro de ella. Sin decir palabra, ambos comienzan a moverse juntos, al ritmo de la música, como si fueran uno.
El ritmo reggaetón hace que sus caderas se muevan con más confianza, sus movimientos se vuelven más sensuales, y David sigue cada uno de ellos, sincronizando sus pasos con los de ella. El calor de la música y la proximidad entre ellos convierte la atmósfera en algo eléctrico, como si el aire alrededor estuviera cargado de una energía que ninguno de los dos puede ignorar. Sus cuerpos se rozan, y en cada toque hay un entendimiento silencioso.
Valentina ríe suavemente, aun con ese toque de timidez, pero ahora se siente completamente libre, envuelta en el momento, y David le sigue el juego. Sus movimientos son más atrevidos. Se acercan más, y en un momento David desliza una mano por la espalda de Valentina, atrayéndola hacia él. Ambos se miran a los ojos, y la intensidad en la mirada de David le envía una corriente de calor a Valentina, haciéndola estremecer.
—Estás increíble —le susurra al oído, con una sonrisa que ella siente antes de verla.
Valentina, aun riendo, baja la mirada brevemente, sus mejillas sonrojadas, pero ahora ya no se esconde. Sabe que algo ha cambiado entre ellos en este instante. Se siente completamente conectada con él, como si sus cuerpos hablaran un idioma que solo ellos dos pueden entender. La música sigue, los ritmos rápidos y provocativos los empujan a bailar más cerca, más unidos, y en cada paso que dan juntos, la tensión sensual entre ellos se hace más palpable.
Los demás en el bar desaparecen, los latidos de la música y el calor del tequila son lo único que existe. David toma su mano y la gira con suavidad, haciendo que Valentina se deje llevar, su cabello cayendo sobre sus hombros mientras gira con gracia. Al volver a quedar frente a él, ella sonríe, más libre que nunca.
—Esto es… diferente —dice ella, entre risas, mientras sigue moviéndose cerca de él, sintiendo que el mundo a su alrededor se desvanece.
—Pero te encanta —responde David, sin dejar de mirarla, sus ojos clavados en los de ella, como si todo lo demás fuera secundario.
Valentina asiente, sabiendo que tiene razón. En ese instante, bajo el ritmo de la música y el calor del momento, algo en el aire cambia. Lo que parecía una burbuja de intimidad y deseo, de conexión pura, comienza a fragmentarse. A medida que sus cuerpos permanecen cerca, casi tocándose en cada movimiento, Tristán siente una realidad diferente golpeándolo con fuerza.
Sus frentes se tocan, y por un momento, Tristán cierra los ojos, queriendo detener el tiempo, aferrándose a la sensación de tenerla tan cerca. Quiere sentirla de una manera que va más allá del simple contacto físico. La música, el tequila, las luces parpadeantes del bar… todo parece desvanecerse, excepto Valentina, que está ahí frente a él, tan cerca y, sin embargo, tan inalcanzable.
Pero la realidad es otra.
En lo profundo de su mente, Tristán no puede evitar recordar la verdad. Él no es libre, sus responsabilidades, sus compromisos, y todo lo que lo ata a su vida fuera de este bar, fuera de este momento, comienzan a surgir como sombras alrededor de ellos. La distancia entre lo que siente y lo que puede hacer se vuelve evidente. Y Valentina, por su parte, está a punto de marcharse. Ella no pertenece a su mundo, a su vida. Pronto, se irá, y todo esto quedará atrás.
La tensión entre ambos es palpable, casi insoportable. Tristán siente su respiración mezclarse con la de ella, y sus manos se aferran brevemente a su cintura, como si quisiera retenerla un poco más. Pero algo en sus ojos, en el peso del silencio entre ellos, le dice que esto está a punto de terminar. Todo ese fuego, esa chispa, esa conexión que creían tener, se siente efímera ahora, como arena deslizándose entre sus dedos.
Valentina lo siente también. El aire pesado entre ellos, la presión que crece con cada segundo, la hace consciente de que este momento es frágil. Tristán, que hasta hace unos minutos parecía tan accesible, tan cercano, ahora le parece distante, como si algo lo retuviera en otra realidad a la que ella no tiene acceso. La mezcla de deseo, confusión y esa verdad no dicha la abruma.
Sin decir una palabra, se aparta, rompiendo la cercanía que había entre ellos. Sus ojos bajan al suelo, y aunque su corazón late con fuerza, siente que necesita un escape inmediato, una salida a la avalancha de emociones que la rodea.
—Voy a… —comienza a decir, pero no termina la frase.
Valentina camina de regreso hacia la mesa, su respiración algo acelerada, tratando de recobrar el control. Se siente vulnerable, expuesta. Sin pensarlo dos veces, toma uno de los shots de tequila que habían quedado sobre la mesa. Lo levanta con manos temblorosas, pero firmes, y se lo toma de un trago, dejando que el fuego del alcohol recorra su garganta.
El primer shot apenas logra calmar la tormenta de emociones que siente, así que sin vacilar, toma el siguiente, bebiéndolo de nuevo con decisión. Traga con fuerza, cerrando los ojos por un segundo, intentando recuperar el control sobre sí misma, intentando apagar la mezcla de nervios y decepción que la consume.
Tristán la observa desde la pista, con los ojos llenos de una mezcla de deseo y remordimiento. Quería tenerla más cerca, quería que este momento fuera diferente, pero no puede ser así. Así que regresa a la mesa y copiando su ejemplo, se toma lo shots, aunque, en realidad lo que necesita es una ducha de agua helada.
***
—No, no no, yo puedo, en verdad —insiste Valentina, arrastrando las palabras y tambaleándose. Las luces del pasillo del hotel le resultan demasiado brillantes, y el mundo parece girar suavemente a su alrededor. Son las tres de la mañana, y Tristán se encuentra lidiando con una Valentina muy borracha, pero terriblemente feliz.
—No es necesario que me lleves a la habitación —continúa, tratando de sonar firme.
Tristán la mira, divertido, pero también con una ligera preocupación. Valentina, descalza y con los zapatos en la mano, apenas puede mantenerse en pie, tambaleando cada vez que da un paso. Intenta sacar la llave de la bolsa con los dedos torpes, pero no lo logra.
—Solo quiero asegurarme de que llegues bien —explica Tristán, acercándose para ayudarla.
—¡Ah! ¡La llave! —dice ella, finalmente dándose cuenta de que no puede abrir la puerta por sí misma.
—A ver, permíteme —dice él con suavidad, buscando con cuidado en la pequeña bolsa. Encuentra la tarjeta llave, pero al levantar la mirada se encuentra con Valentina, que le sonríe de una manera embriagadora y tierna.
—Eres… perfecto, ¿sabes? —le confiesa de repente, con los ojos brillantes—. Como una escultura hecha por Miguel Ángel. Eso eres… el David de Miguel Ángel.
Tristán ríe bajito. Nunca le habían dicho algo así, y mucho menos un piropo tan cultural.
—Gracias… —responde, intentando no reír más fuerte.
—Eres tan perfecto que siento que no eres real —añade ella, arrastrando las palabras. Sus ojos lo recorren como si realmente estuviera evaluando si él era una fantasía o una persona de carne y hueso—. ¿Eres real?
Tristán, con una sonrisa de incredulidad, asiente.
—Pues… mi acta de nacimiento, dice que sí —contesta, divirtiéndose con la situación.
Valentina lo mira con los ojos entrecerrados, su expresión llena de inocente curiosidad, como si aún no estuviera completamente convencida. Luego, inesperadamente, pasa su mano por el rostro de Tristán, tocando su piel suavemente.
—Eres real… —susurra.
—Lo soy —responde él a media voz, su corazón latiendo un poco más rápido.
Ella deja que sus dedos recorran las cejas de Tristán, bajando lentamente por su nariz, hasta llegar a sus labios. Tristán siente cómo la piel de su rostro se eriza con su toque, y cuando los dedos de Valentina rozan su boca, él, casi sin pensarlo, besa suavemente su mano. El beso es casto, apenas un roce, pero por dentro, siente una llamarada de emociones.
Valentina se ríe bajito, una risa ligera y despreocupada, llena de alcohol y alegría.
—Eres muy guapo, David —dice ella, todavía maravillada.
—Gracias… —contesta él, su voz suave.
—Y eres un buen hombre… muy buen hombre.
Esas palabras lo desarman. Nadie le había dicho algo así antes. Tristán siente una calidez inesperada en su pecho.
—Gracias…
De repente, Valentina, con una mezcla de desinhibición y vulnerabilidad, se acerca un poco más a él. Sus labios están muy cerca de su oído cuando le susurra:
—¿Te puedo contar un secreto?
Tristán, sin apartar la mirada, asiente.
—Dime…
—Pero no le puedes decir nada a nadie… mucho menos a Tristán —añade, bajando la voz como si estuviera revelando el mayor de los secretos.
Él sonríe levemente, sabiendo que el alcohol la está confundiendo. Parece pensar que Tristán y David son dos personas diferentes.
—Está bien… no diré nada.
—Shhhhh —hace Valentina, presionando su dedo contra los labios de él—. Nada, ¿vale?
—Nada… lo juro.
—Por la Rosalía.
Tristán, intentando contener la risa, responde:
—Por La Rosalía.
Valentina mira a ambos lados del pasillo, como si se asegurara de que nadie más estuviera cerca, y luego se acerca de nuevo, su voz apenas un murmullo cerca del oído de Tristán.
—Tristán no es de Ana Carolina… —le dice con complicidad.
—¿Ah, no? —pregunta Tristán, fingiendo sorpresa.
—No, no, no… —Valentina niega con vehemencia, moviendo la cabeza de un lado a otro—. Tristán es mío. Es todo mío.
Tristán siente un nudo en el estómago mientras la mira a los ojos. El momento es tan íntimo que su respiración se vuelve más lenta, y Valentina se inclina hacia él, como si estuviera a punto de besarlo. Él cierra los ojos, sintiendo su cercanía, su aliento sobre su piel.
El beso está tan cerca, a solo un centímetro de distancia… pero, de repente, Valentina deja caer su cabeza sobre el hombro de Tristán. Su cuerpo se afloja por completo, y él apenas alcanza a sujetarla antes de que caiga al suelo.
—¿Valentina? —pregunta Tristán, preocupado—. ¿Valentina?
Pero ella ya está profundamente dormida, dejando a Tristán con el beso a medio camino y una sonrisa de ternura en los labios.
Con facilidad, Tristán la carga en sus brazos, el peso de Valentina es ligero, y la suavidad de su piel parece rozar sus sentidos con cada paso hacia la habitación. Con cuidado la recuesta sobre la cama, asegurándose de que esté cómoda, y la cubre con la cobija. Por un instante, simplemente la observa. Su respiración es tranquila, su rostro está relajado, y una ligera sonrisa se mantiene en sus labios. Ella parece tan en paz, tan ajena a las emociones turbulentas que él lleva por dentro.
Tristán cierra los ojos y lanza un suspiro profundo. Sabe que esto no puede continuar así. Esta mezcla de sentimientos, la intensidad que siente cuando está cerca de ella, lo está carcomiendo por dentro. Cada día se vuelve más difícil negar lo que realmente siente, y su corazón late desbocado en su pecho cada vez que ella está cerca. Pero esta noche… esa confesión que ella le hizo, le ha dado una esperanza.
Él sonríe al recordar las palabras que Valentina, borracha, pero sincera, le susurró. “Tristán es mío”, había dicho, y aunque en ese momento la tomó como un juego, ahora sabe que esas palabras resuenan con más verdad de la que ella misma imaginaría.
Entonces, antes de irse, David se arrodilla al nivel del rostro de Valentina, la mira un momento, como si sus palabras fueran un secreto que solo ella en sus sueños podría escuchar.
—Yo también tengo una confesión que hacerte, Valentina —susurra, su voz cargada de una dulzura que rara vez muestra—. Tienes razón… soy tuyo.
Él suspira, aliviado de haberlo dicho en voz alta, incluso sabiendo que ella no puede escucharlo ahora. Es un alivio poder admitirlo aunque solo sea para sí mismo. Después, se inclina más cerca y, con el mayor de los cuidados, le da un beso suave sobre la frente. Valentina sonríe en su sueño, como si su cuerpo, su subconsciente, reconociera ese gesto de amor que Tristán le entrega en silencio.
Por un momento, él la observa, dejando que ese instante íntimo se grabe en su mente. Pero sabe que no puede quedarse más tiempo. Se levanta con suavidad, sin hacer ruido, y se dirige a la puerta.
Momentos después, sale de la habitación, cerrando la puerta con una mezcla de sentimientos en el pecho, sabiendo que esa confesión ha quedado a salvo en la oscuridad de la noche.
Ay mi madre, que capitulazoooo. Cada vez esta mejor, el que sigue supera al otro.
Me duele saber que practicamente Valentina no sabe nada de la vida, en que mundo vive? Pero me encanta esa mezcla de viveza (David T) y empirico (Valentina) es perfecta. Es hermoso cuando con esa persona especial empiezas a descubrir el mundo, a conocer nuevas cosas, obtener nuevas experiencias, eso es unico e invaluable y mas los va atrapar. David T. Es un caballero al 1000% me encanta, y esa confesion de Valentina 😱😱😱😱😱😱😱😱 no me la esperaba jajajaja estuvo fantastica y David se libero tambien, es dificil la situa para el, muy dificil, que fuerte lo que se le debe venir al seguir descubriendo sentimientos por Valentina y enfrentar su realidad con Ana Caro. Yo espero que todo se resuelva antes que lleguen a casarse, ya romper un matrimonio ufff es mas dificil emocionalmente y mas para David que siempre se ha sentido perdido por no seguir los estandares de la familia.
GRACIAS ANA POR ESTE CAPITULAZO, CADA VEZ ES MEJOR CADA CAP. 🥰🔥🥰🔥🥰🔥🥰🔥🥰🔥
Ohhhh cielos, que capítulo 🔥🔥🔥🔥🔥🔥 pegue un grito con la confesión de Valentina y luego con el de David. Me encantó este capítulo a partir de este momento se marca un antes y un después. Ya nada será igual. Aunque me preocupa que es lo que ocultara Valentina que puede llegar a herir a David. Pero bueno espero no se nada grave. Y que todo siga fluyendo entre ellos. Y que ana. Carolina no llegue a seguir hostigando a David Tristán. Espero con ansias los próximos capítulos
Capitulazo de principio a fin. Gracias Ana porque haces magia con tus letras.
Ojalá David pueda tener las respuestas que necesita
Ay mi Dios, que enamorada me siento de David T. Mi Picaflor y mi Luz hicieron un bello trabajo en la crianza de sus hijos… Todos son personas buenas y ,en este caso, él es un caballero y apesar del conflicto emocional en el que se encuentra sigue respetando a Valentina y a Ana Carolina. Le duele estar en esa situación pero no deja que eso le impida ser correcto.
Esperando con ansias el momento en que todo se acomode para que por fin estén juntos.
Dios mío!!!! Que capitulo!!! Que bello David Tristán 😍😍 es tan dulce y picante al mismo tiempo 😏🤌🏻😌
Y ay Valentina!! Que confesión hiciste y la que causaste que te confesaran aún cuando no lograste escucharla…
Maravilloso capítulo, cada vez se siente más el amor de cerca, que triste que David no sea libre para Valentina, que bueno que ya el por fin pudo reconocer sus sentimientos en voz alta . Gracias Ana por este capítulo
Uff esa confesion de Tristan hacia ella.. Moriiiii 😍.. que será de la vida de Valentina que no sabe nada de diversión 🤔🤔
Que bello… Pero que difícil para ambos, sobre todo para Tristán.