Las cosas estaban pasando demasiado rápido y Tristán no sabía cómo ir a la par de esa rapidez. Siempre había sido un hombre “lento”, por así decirlo. Tomaba su tiempo para pensar, para reflexionar sobre sus decisiones y entender lo que realmente sentía. Su proceso siempre había sido meticuloso: un paso a la vez, desmenuzando las emociones, sopesando las consecuencias antes de actuar. Pero esta vez, nada de eso parecía servirle. Todo lo que conocía sobre cómo abordar las situaciones se desmoronaba frente a él.
En ese momento, no había sesión de meditación que lo centrara ni guía espiritual que pudiera aliviar la tormenta en su mente. Por más que lo intentaba, no lograba encontrar la claridad que tanto necesitaba. La confusión lo ahogaba. Cada vez que pensaba en Valentina, una mezcla de deseo y culpa lo invadía. Y cuando pensaba en Ana Carolina, sentía una carga sobre su pecho, una sensación de estar arrastrando algo que no debía, pero que no podía dejar ir tan fácilmente.
Visto desde la perspectiva de otros, la solución parecía simple: solo debía hablar con Ana Carolina, decirle lo que sentía por Valentina, confesar que estaba confundido y, con suerte, encontrar una forma de resolverlo. Eso es lo que los demás pensarían, ¿verdad? Que solo necesitaba ser honesto, que esa franqueza podría ponerle fin a todo el caos emocional en el que se encontraba sumido.
Pero no era así.
Dejar a Ana Carolina, terminar la relación, envolvía mucho más que simplemente un choque de sentimientos. Había historia entre ellos, años de amistad y amor que no podían deshacerse con un par de palabras. Era como si cortara algo que había estado creciendo, formando raíces profundas en su vida, que involucraba no solo a él y a ella, sino también a familias, amigos, compromisos, expectativas. El peso de esas expectativas era lo que más lo asfixiaba.
Además, estaba el futuro. Ana Carolina representaba todo lo que él había construido, toda su seguridad, su estabilidad. Dejarla significaba enfrentarse a lo incierto, a lo que no conocía, y eso era aterrador. De repente, no solo temía perder a Ana Carolina, sino también a la vida que había construido a su lado. ¿Y si me arrepiento? Pensaba. ¿Y si Valentina no es lo que yo creo que es?
No era solo una cuestión de sentimientos, sino de identidad, de todo lo que había llegado a ser y lo que tendría que reconstruir si tomaba el camino equivocado. Cada paso que pensaba dar lo llevaba a un abismo de incertidumbre, y cada vez que se acercaba más a la verdad, más lejos se sentía de una solución. No sabía cómo, ni cuándo, ni siquiera debería tomar una decisión en este momento.
Lo único que tenía claro era que no podía seguir viviendo en este limbo, pero no sabía si estaba listo para enfrentar las consecuencias de lo que su corazón le estaba pidiendo.
Tristán salió de la Casa de la Música y se fue directo al único lugar donde podía estar en este momento sin sentirse atrapado: la casa de su hermana Alegra, antes su casa. Necesitaba un respiro, un lugar donde las decisiones, las expectativas y las responsabilidades no lo persiguieran, donde pudiera dejar de sentirse el hombre que todos esperaban que fuera. Tal vez era algo muy cobarde, pero por un segundo deseaba ser el Tristán de 16 años, el adolescente que solo tenía que preocuparse por cosas leves: los exámenes de la escuela, las salidas con amigos, los problemas pequeños que se solucionaban con el paso de los días. No quería más que volver a ser ese chico despreocupado, pero la vida no era tan sencilla ya. El futuro, con todo lo que implicaba, lo tenía atrapado, y no sabía cómo liberarse.
Cuando llegó, la casa se encontraba sola, y el silencio lo recibió como un abrazo cálido. Caminó lentamente hacia la sala, sintiendo una familiaridad que hacía tiempo no experimentaba. Se sentó en el sofá que siempre había estado allí, aquel que tantas veces había visto a su hermana Alegra y a él mismo ocupando, buscando consuelo en su propio hogar. Recargó la cabeza contra el respaldo y cerró los ojos. El aroma a lavanda, que se había impregnado en las paredes con el paso de los años, lo rodeó como una manta suave, tranquilizadora. El aroma lo envolvió, y sin darse cuenta, sus pensamientos empezaron a desvanecerse. El cansancio, tanto físico como emocional, lo alcanzó rápidamente. Tenía años que no dormía la siesta, pero esta vez, el sueño lo venció de una manera que no había experimentado en mucho tiempo. Sus párpados se cerraron completamente y, en cuestión de segundos, se sumergió en un sueño profundo.
Soñó con Ana Carolina. En su sueño, ella era como la recordaba, con ese cabello rubio dorado que siempre se veía tan brillante bajo la luz del sol, con esa sonrisa perfecta que cautivó a Tristán desde el primer momento en que la vio. La escena era clara, como si estuviera reviviendo el primer día que la conoció. Recorría en su mente cada detalle: la forma en que la conoció, la tranquilidad de aquellos días, cuando no había presiones externas, solo la curiosidad de dos personas que se acercaban como amigos. Ana Carolina no era como todas las demás, no solo por su belleza, sino por su inteligencia, su seguridad. Todo en ella era diferente, algo que Tristán no había encontrado en muchas personas.
Lo que más le sorprendió, lo que más le atrajo de ella, fue su capacidad de ser ella misma sin complejos, sin importar su apellido, su familia, su estatus. Tristán no sabía que Ana Carolina era una Santander, una de las familias más conocidas y poderosas de la ciudad. La amistad entre ellos creció sin ninguna presión, sin expectativas, simplemente dos personas conectando a través de una conversación que fluía natural, como si se conocieran de toda la vida. Todo eso cambió cuando los padres de Ana Carolina se enteraron de quién era él. El aire que los rodeaba cambió, y con él, las circunstancias de su relación.
Al principio, Tristán no tenía intenciones de salir con Ana Carolina o siquiera considerar una relación con ella. Él estaba enamorado de otra persona, de alguien que ya no estaba en su vida. Pero con el tiempo, sus ojos se posaron en Ana Carolina, no por despecho, no por intentar olvidar a alguien más, sino por la amistad que había crecido entre ellos. Se dio cuenta de que ella estaba ahí, siempre presente, siempre dispuesta a escuchar, a compartir sus pensamientos, a caminar a su lado sin esperar nada más que una conversación sincera.
Poco a poco, Tristán empezó a entender lo que sentía por ella. Ana Carolina no era solo una amiga; se había convertido en alguien fundamental en su vida, alguien con quien compartía más que solo intereses comunes, sino una visión de la vida que los conectaba de una manera profunda. Compartían valores, ideas, opiniones y sueños. Sí, ambos compartían sueños. No los mismos sueños, pero sí una visión de lo que querían ser en el futuro, lo que esperaban alcanzar, lo que deseaban construir.
Tristán comenzó a ver en ella a la mujer ideal, no por su belleza o por lo que representaba para el mundo, sino por lo que realmente era: su compañera, su amiga, su igual. Con ella, no había máscaras, ni pretensiones. Y en sus conversaciones, en sus momentos juntos, Tristán entendió que había encontrado a alguien que podía caminar a su lado en la vida, alguien con quien compartir no solo los momentos felices, sino también los más difíciles, los momentos de incertidumbre, los que estaban por venir.
El sueño comenzó a desvanecerse, pero esa sensación de tranquilidad permaneció con él cuando despertó. Se quedó unos segundos más acostado, mirando al techo, procesando lo que había sentido en el sueño. No era solo un recuerdo del pasado, sino una clara señal de lo que estaba por suceder. En su mente se agolpaban las imágenes de Ana Carolina, de sus días compartidos, de las palabras no dichas, y la presencia de Valentina, que había ido tomando fuerza en su vida de una forma que él no había anticipado. ¿Qué quería realmente? esa era la pregunta que no lo dejaba dormir.
La respuesta era clara, aunque no estuviera dispuesto a aceptarla del todo. No podía seguir viviendo en el limbo. El tiempo no se detenía, y lo presionaba. Había llegado el momento de enfrentar lo que realmente sentía, de tomar decisiones que ya no podían esperar más. Las circunstancias lo obligaban, su propio cuerpo parecía pedirle que actuara. La confusión, el peso de las palabras no dichas, de los sentimientos guardados, ya no era algo que pudiera cargar por más tiempo. Tenía que decírselo, se lo tenía que confesar a ella, a Ana Carolina, a Valentina… No sabía por dónde empezar, pero lo cierto era que ya no podía callar más.
Se sentó en la cama, la cabeza aún a medio despertar, pero con una claridad creciente. Observó por la ventana cómo la luz del día se colaba tímidamente por las rendijas, como si el sol también estuviera pidiendo que tomara acción. La luz lo iluminaba, pero la oscuridad de sus pensamientos seguía ahí, empujándolo a una verdad que no podía ignorar. Tristán sabía que tenía que hablar, que ya no podía esconderse más de sus propios sentimientos.
Algunos hombres podían llevar una relación con dos mujeres a la vez sin ningún problema. Eso lo sabía. Pero él no podía. A pesar de que su padre, en sus días de juventud, había sido todo un mujeriego, y aunque muchas veces Tristán había sentido que quizás podría haber heredado algo de esa capacidad, la verdad era que no era así. No era un Picaflor. No era un hombre de relaciones pasajeras, ni de conquistas fugaces. Eso nunca lo había sido. Tristán era hombre de una sola mujer, y siempre lo había sido. Su corazón no era algo que pudiera dividirse a la mitad o jugarse en una batalla de sentimientos. Sentía demasiado.
Tal vez ese era su problema, pensó. Sentir. Sentir demasiado. No podía esconder sus emociones, no podía callarlas ni hacer como si no existieran. Cada vez que miraba a Valentina, había una chispa, algo profundo que lo tocaba sin que él pudiera explicarlo. Pero luego, al mirar a Ana Carolina, esa calma, esa seguridad que siempre había sentido, lo hacía sentirse culpable por siquiera dudar. Y ahí estaba él, atrapado entre dos mundos, entre dos mujeres que significaban algo completamente distinto para él, pero igualmente significativas.
—Tengo que decidirle —dijo Tristán, poniéndose de pie con una determinación renovada. Su mente estaba llena de pensamientos contradictorios, pero sabía que había llegado el momento de tomar una decisión, de enfrentar las consecuencias de sus sentimientos. El peso de la incertidumbre lo había estado arrastrando, y ya no podía seguir así. Necesito decidirle ya. Tengo que hacer lo correcto. La frase resonaba en su mente, una llamada de atención que lo impulsaba a actuar.
Tomó su móvil, respiró profundamente y marcó el número de Ana Carolina, con el corazón latiendo más rápido de lo normal. Sabía que tenía que hablar con ella, que no podía seguir arrastrando las cosas. El teléfono sonó tres veces antes de que la voz de Ana Carolina se hiciera escuchar al otro lado.
—Hola, corazón —contestó ella con su tono suave y cálido, como siempre.
—Hola… ¿crees que pueda hablar contigo? —preguntó Tristán, su voz firme pero con un toque de vulnerabilidad. No era fácil para él plantear esta conversación, pero ya no podía seguir evadiéndola. —Tengo algo muy importante que decirte.
Ana Carolina, al otro lado, percibió algo en su voz, una tensión que nunca antes había notado. Pero su tono no cambió, su respuesta fue comprensiva, sin presionar.
—Sí, claro… —respondió, sin prisa, como si estuviera lista para escuchar lo que él necesitaba compartir.
Tristán miró al frente, sin poder evitar la ansiedad que lo recorría. Pensó por un momento, sabiendo que no podía seguir posponiendo este encuentro.
—¿Te puedo ver en mi oficina, ahora? —preguntó, aunque sabía que la respuesta probablemente sería negativa. Había algo en su tono que lo delataba, un nudo en el estómago que no podía ocultar.
Ana Carolina hizo una breve pausa, pensativa. Sabía que algo debía estar pasando, algo importante, pero no quería presionar demasiado.
—No. Tengo una cena con mi familia, pero puedo ir mañana temprano —le dijo con dulzura. —¿Te parece?
Un suspiro escapó de los labios de Tristán, como si hubiera estado esperando algo más, pero la respuesta de Ana Carolina, aunque tranquila, lo alivió un poco. Al menos no tendría que enfrentarse a esta conversación de inmediato. Tendría algo de tiempo para ordenar sus pensamientos antes de lo inevitable.
—Vale… te veo temprano ahí —respondió él, aceptando su propuesta.
Hubo un breve silencio entre los dos, y Tristán sintió cómo la tensión en su pecho comenzaba a disminuir, aunque la incertidumbre seguía presente. Estaba a punto de dar un paso crucial, pero aún quedaba algo pendiente. Algo que no podía evitar decir.
—Entonces, nos vemos… te amo —dijo, de manera automática, como siempre lo hacía al final de sus conversaciones.
Ana Carolina no dudó, su respuesta fue sincera, casi instantánea.
—Te amo —dijo, sin cambiar su tono de voz, pero con una cercanía que Tristán siempre había sentido reconfortante.
Al colgar la llamada, Tristán quedó un momento en silencio, con el móvil aún en la mano. Sentía un vacío en su pecho, pero al mismo tiempo, una extraña calma. Había algo en decir esas palabras que siempre lo hacía sentirse más conectado con ella, más seguro. Pero esta vez, algo era diferente. Lo sentía en su corazón, no de la misma manera que siempre, no con la misma certeza. El amor seguía estando ahí, pero de una forma distinta, más complicada. Como si estuviera intentando adaptarse a algo nuevo, algo que él mismo no había entendido completamente aún.
***
Tristán pasó esa noche en casa de su hermana. Por fortuna, ella había dejado su habitación intacta, como si aún esperara su regreso, como si siempre hubiera tenido un espacio allí, un lugar donde refugiarse. Eso le daba cierto consuelo, pero no lo suficiente como para apagar la inquietud que lo invadía. Aunque la casa estaba tranquila, el peso de lo que había estado pensando durante todo el día no lo dejaba dormir. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente seguía en un torbellino constante.
No pudo dormir. No solo porque sus sobrinos le tocaran la puerta varias veces en la noche, con su energía desbordante y su necesidad de verlo, de acurrucarse junto a él en su cama. Ellos no sabían que, por dentro, Tristán sentía que su vida estaba a punto de cambiar de forma irreversible. Cada vez que uno de ellos lo despertaba, abrazándolo con la confianza de un niño que no sabe de complicaciones, sentía un pequeño alivio, pero no el suficiente para calmar sus pensamientos.
“Esto es lo correcto,” se decía a sí mismo una y otra vez, tratando de convencerse. “Esto es lo que tengo que hacer.” Pero, por más que lo repitiera, la duda seguía allí, latiendo en su pecho como un recordatorio constante de que no todo estaba tan claro como él quería pensar. El peso de sus decisiones, el de lo que sentía y lo que no quería aceptar, lo ahogaba cada vez más. El conflicto estaba dentro de él, y no podía escapar de él, por más que intentara distraerse con cualquier cosa.
Los primeros rayos del sol tocan su piel mientras corre por el vasto terreno de su familia, el aire fresco de la mañana envolviendo su rostro y despejando su mente, aunque no de forma completa. La música que sale de sus audífonos es la única compañía que tiene en ese momento. Es su forma de enfocarse, de callar las voces que se agolpan en su mente. Está en su décima vuelta, algo que hace casi de forma automática, como si correr fuera lo único que puede controlar en un día lleno de incertidumbre. Ha cancelado su cita con Kristoff, algo que al principio le pareció una prioridad, pero ahora se da cuenta de que solo quiere estar solo, correr y pensar. O, más bien, huir.
Cuando entra al jardín de su tía María Julia, por décima vez, los perros corren a su lado, dándole la bienvenida con su energía desbordante. Tristán les sonríe sin mucho ánimo, como si su mente estuviera en otro lugar. Nota que las luces de la casa ya están encendidas y, al mirar a través de los ventanales de la terraza, ve a su tía haciendo yoga en la habitación de abajo, que ha adaptado como su lugar de acondicionamiento físico.
Da la vuelta, decidido a continuar con su ruta. Sale del terreno de su tía y entra al de su tío Manuel. Al entrar, lo ve salir a la terraza. Su tío le sonríe desde lejos, con una taza de café en una mano y un libro bajo el brazo. La libreta gorda en su otra mano muestra que está listo para pasar algún tiempo escribiendo o reflexionando, como suele hacer cada mañana. Tristán se detiene un instante, con la intención de saludarlo, pero no lo hace. En realidad, no quiere iniciar una conversación.
Continúa sin más, hacia la casa de su hermana. Es hora de prepararse, de ir a la oficina, hablar con Ana Carolina y empezar el día, aunque el nudo en su garganta no lo deje pensar claramente.
Mientras pasa por el jardín de su tío hacia la casa de su hermana, Tristán se da cuenta de algo que le ha estado rondando la cabeza durante todo el día: ha pasado mucho tiempo desde que le escribió a Valentina. Desde la conversación a través del WhatsApp de su primo, la última vez que se ha cruzado con ella en la Casa de la Música, ambos se han ignorado. Tristán no puede dejar de pensar en cómo, a pesar de todo lo que sucedía entre ellos, los dos han hecho todo lo posible por evitarse. El comportamiento ha sido tan claro que ni siquiera él se ha atrevido a romper el silencio. Probablemente era eso, piensa.
Entra a casa de su hermana y, después de asegurarse de que sus sobrinos se encuentran dormidos en su habitación, se da una ducha rápida. Se viste con el único traje que tiene allí, un impecable azul rey, que curiosamente es el favorito de Ana Carolina. Al mirarse en el espejo, se siente un poco más preparado, aunque el nudo en su estómago sigue presente. Termina de arreglarse y, cuando está listo, sale de la habitación para despedirse de su hermana, quien está sentada en el sofá de la sala. Varias hojas de libros abiertos descansan sobre la mesa, y una taza de café humeante en sus manos.
—Buenos días, hermano mío… ¿Dormiste? —le pregunta Alegra, mientras da otro sorbo a su café y pasa una página del libro que está leyendo.
Tristán se sienta al lado de ella, con la mirada distraída por un momento, pero pronto se da cuenta de que está leyendo un texto sobre astrología. Una ligera sonrisa se asoma en sus labios.
—¿Ahora crees en los horóscopos? —pregunta, sin poder evitar el tono curioso, aunque divertido.
Alegra sonríe ampliamente, sin apartar los ojos del libro.
—Me pidieron hacer una campaña sobre los astros, leyendas, almas gemelas… todo muy esotérico. Tal vez me puedas ayudar, ya que a ti te encanta todo eso. —dice con picardía, como si supiera perfectamente que la curiosidad de Tristán siempre había sido más fuerte que la duda.
—No sé si tengo humor para eso —responde Tristán con honestidad, pero sin mucho ánimo. A pesar de las bromas, su mente sigue atrapada en lo que tiene que hacer, en lo que tiene que enfrentar.
Sin embargo, toma uno de los libros que está sobre la mesa. En una de las páginas lee, con curiosidad, el título: La profecía de los Gemelos Estelares.
—¿Qué es esto? —pregunta, interesado por el título extraño, que captura su atención de inmediato.
Alegra, con un tono serio, comienza a relatar lo que está leyendo.
—Es una profecía que narra la leyenda de dos almas nacidas bajo la misma estrella, en el mismo día y año. Dice que esas almas, un hombre y una mujer, serían unidas por un destino extraordinario. Según los antiguos, sus vidas estarían entrelazadas por un propósito que solo juntos podrían cumplir, y su unión desencadenaría eventos que transformarían el curso de la humanidad.
Tristán, aún dubitativo pero con la mirada fija en el libro, responde con un leve tono de sorpresa:
—Interesante…
Alegra continúa, con un tono más profundo, como si estuviera narrando una historia ancestral.
—Se dice que la profecía nunca fue clara sobre si estos Gemelos Estelares serían una fuerza de luz o una de oscuridad. Todo dependería de las elecciones que hicieran y de la fortaleza de su conexión. Si lograban superar las pruebas de la vida, juntos traerían un nuevo amanecer al mundo, pero si fallaban o se distanciaban, su poder desataría caos y destrucción. Al estar juntos, sus dones individuales se potenciarían exponencialmente, convirtiéndolos en guardianes de un secreto ancestral o portadores de un poder destinado a cambiar el mundo. Los textos antiguos advertían que el encuentro entre los Gemelos Estelares no sería fácil. Serían separados al nacer por distancias, culturas o circunstancias imposibles. Sin embargo, el universo encontraría la manera de reunirlos en el momento más necesario, cuando las estrellas se alinearan y la humanidad estuviera al borde de un cambio irreversible.
El aire en la habitación parece volverse más denso a medida que las palabras de Alegra se van instalando en la mente de Tristán. No puede evitar sentir que la historia que está escuchando tiene una resonancia especial, algo que lo toca profundamente, aunque no sabe por qué. En sus pensamientos se cruzan las imágenes de Ana Carolina y Valentina, como si, de alguna manera, esas almas estuvieran relacionadas con la profecía que su hermana le acaba de contar.
—¿Y qué pasa después? —pregunta, aunque ya intuye que la historia no tiene un final sencillo.
Alegra lo mira fijamente, como si también estuviera sintiendo la misma conexión inexplicable con lo que acaba de leer.
—El destino de los Gemelos Estelares está marcado por la decisión de unir sus vidas o separarse, pero no se puede cambiar el hecho de que están destinados a encontrarse. Y cuando lo hagan, el mundo cambiará para siempre, sea para bien o para mal.
Tristán guarda silencio. La idea de un destino tan grande, de dos personas cuya unión tiene tanto poder, lo deja pensativo. ¿Qué significaba eso para él? ¿Y qué pasa cuando el destino se cruza con las decisiones personales, con lo que uno siente de verdad? La conexión entre él y las dos mujeres en su vida, la certeza de que algo importante estaba sucediendo pero no sabía cómo enfrentarlo, lo hacía sentir atrapado entre lo que sentía y lo que debería hacer.
Finalmente, cierra el libro y se levanta, con la sensación de que las respuestas no están en un texto antiguo, sino en las decisiones que debe tomar en su propia vida. El peso de las palabras que había leído sigue pesando en su mente, pero algo dentro de él le dice que no hay sabiduría que se pueda encontrar fuera de uno mismo. Todo lo que necesita saber está dentro de él, solo tiene que encontrar la fuerza para enfrentarlo.
—Me voy… —le anuncia a su hermana, con una decisión firme, aunque su corazón sigue pesado. Luego se pone de pie y, sin pensarlo demasiado, le da un beso sobre la frente, como siempre lo hacía cuando se despedía de ella.
Su hermana le sonríe, esa sonrisa cálida y llena de comprensión. Tristán la observa por un momento, mientras ella sigue absorta en sus libros y en sus pensamientos. David la ve y no puede creer que ella ahora sea madre, felizmente casada y con cinco hijos. Es una idea que le resulta casi surrealista. Siempre había creído que Alegra sería la última en sentar cabeza, o que tal vez nunca lo haría. Su hermana, tan libre, tan independiente, siempre había sido la más rebelde de la familia. Pero entonces conoció a Karl, y todo cambió. Tristán había sido testigo de ese cambio, de cómo Alegra se transformó en una mujer decidida a formar una familia, a comprometerse de una manera que él jamás habría imaginado.
Tristán pensó que él se casaría primero que ella, que todo estaba bien, que tenía todo estable, definido, sin contratiempos. Se jactaba de tener una vida clara, controlada. Pero ahora, al observar a Alegra y su familia, se da cuenta de que todo lo que pensaba tener bajo control está en completa incertidumbre. De repente, él es el único de su familia que no tiene idea de qué hacer con su vida. Y esa sensación lo atormenta.
Él siempre había sido el hermano que llevaba la vida con calma, con una visión clara de lo que quería lograr. Pero ahora, al ver cómo su hermana ha encontrado la felicidad y estabilidad que él pensaba que tendría primero, se siente perdido. Ya había pasado por esto antes. Había tenido momentos de duda, de incertidumbre, pero nunca con tanto peso. Las decisiones que tenía que tomar ahora no solo afectaban su vida, sino la vida de las personas que lo rodeaban.
¿Sería capaz de volver a tomar rumbo de nuevo? Se pregunta mientras se dirige hacia la puerta. Las preguntas se amontonan en su mente, pero no encuentra respuestas inmediatas. La vida parece ofrecerle opciones, pero él no sabe cuál tomar. No sabe si está listo para hacer un cambio tan grande, tan definitivo, o si está simplemente paralizado por el miedo de lo que podría perder.
—Nos vemos al rato, ¿vale? —le dice su hermana con una sonrisa, sabiendo que Tristán está lidiando con algo mucho más grande de lo que le cuenta.
—Al rato… —responde Tristán, sintiéndose algo melancólico. Se da cuenta de lo lejos que está de tener la vida resuelta, de lo perdida que está su propia dirección. Pero, al mismo tiempo, una parte de él sabe que esta incertidumbre es algo que debe atravesar para encontrar la claridad que tanto necesita.
Mientras sale de la casa de su hermana, las palabras de la profecía que había leído vuelven a su mente, y las dudas siguen ahí, sin resolverse. Pero algo dentro de él también sabe que no puede seguir esperando que las respuestas lleguen solas. Las decisiones son suyas, y el momento de tomarlas ha llegado. ¿Pero está preparado para hacer lo que realmente debe hacer? ¿Está listo para tomar el control de su vida, o continuará siendo prisionero de sus propios miedos? La respuesta, por ahora, está más allá de lo que puede ver, pero en el fondo, sabe que debe dar el primer paso hacia lo que sea que lo espera.
***
Cuando Tristán llega a la oficina, ya ve a Ana Carolina esperándolo en el recibidor. Ella está en medio de una conversación telefónica, su voz suave y calmada, pero con la determinación de siempre. Mientras habla, juega distraídamente con su cabello rubio, dejándolo deslizar entre sus dedos con un gesto tan natural que parece no estar consciente de cuán atractiva es en ese momento. Camina de un lado a otro, como si se estuviera acomodando en el espacio, pero Tristán no puede evitar observarla, hipnotizado por su presencia.
La luz suave que entra por las ventanas resalta su figura, y Tristán no puede dejar de pensar lo guapa que es. La forma en que su porte, siempre tan seguro y lleno de confianza, llena la habitación, lo hace sentirse, por un instante, como si fuera el único en el mundo que la estuviera mirando. Ana Carolina tiene una presencia que no se puede ignorar. Su mirada siempre tan firme, sus gestos tan seguros, todo en ella refleja la persona decidida que ha sido durante tanto tiempo, y, a pesar de su incertidumbre, Tristán siente una admiración profunda por ella.
Mientras sigue observándola, su corazón comienza a acelerarse ligeramente, reconociendo el peso de la decisión que tiene que tomar.
No es solo una cuestión de amor, sino de todo lo que ya han construido juntos, lo que ha formado con Ana Carolina a lo largo de los años. Y aquí está, en este momento, observándola como si todo lo que había creído hasta ahora fuera a derrumbarse.
Al verla sonreír al darse cuenta de que él la está observando, su mente se distrae un momento. Ana Carolina termina la llamada, guardando el móvil en su bolso con una calma que le resulta familiar.
—¡Hola! —dice con una sonrisa, y su voz, aunque cálida, tiene un matiz que refleja la ligera preocupación de haberlo esperado. Su sonrisa siempre ha sido algo que Tristán ha asociado con confianza, pero también con un amor profundo y sincero.
Tristán, aún absorto por la forma en que ella irradia seguridad, responde con una sonrisa que no logra ocultar la pequeña incomodidad que siente.
—Hola… —contesta, aunque las palabras se sienten más pesadas de lo normal. En sus ojos, aunque lo intente ocultar, se refleja el torbellino de pensamientos y emociones que lo embargan.
Ana Carolina se acerca, todavía sonriendo, pero hay algo en su mirada que capta la atención de Tristán. Ella lo observa, con la misma calma y determinación de siempre, como si no supiera que algo está cambiando dentro de él.
—¿Todo bien? —pregunta, con una suave preocupación que Tristán interpreta más como un reflejo de su cercanía. Ella siempre ha estado atenta a su estado, sin que él lo pidiera, con un amor que lo ha rodeado con tanta naturalidad que a veces se le olvida lo afortunado que ha sido.
Tristán siente que el aire entre ellos se espesa, pero no sabe cómo decir lo que tiene que decir, no sabe cómo romper el hechizo de calma que ella irradia. La incertidumbre lo consume, pero sabe que debe ser honesto.
—Sí, todo bien —responde finalmente.
—Llegué temprano. El estrés me está matando. He tenido una migraña desde ayer que no se me quita.
—¿Ya te tomaste algo? —pregunta Tristán, mirando con atención a Ana Carolina, notando la palidez en su rostro.
—Sí, pero me cayó pesado al estómago. Lo de mi padre me está matando, Tristán —comenta ella, su voz baja, cargada de una preocupación que Tristán reconoce bien.
—Te entiendo… —responde él, tratando de ofrecerle algo de consuelo. La mirada de él refleja más que las palabras; sabe lo difícil que ha sido para ella lidiar con la situación de su padre y, en cierto modo, también con las dificultades de su propia vida.
Tristán, sin pensarlo demasiado, toma su mano suavemente. La siente fría, tensa, pero también agradecida por su apoyo. Juntos, caminan hacia el elevador en silencio. Mientras el sonido de sus pasos resuena en el pasillo, Tristán piensa en lo que tiene que hacer. Las palabras se agolpan en su mente, pero no sabe cómo decir lo que está a punto de confesar. Ana Carolina, por su parte, no quiere hablar demasiado, porque cualquier esfuerzo le provoca un dolor más intenso en la cabeza. Prefiere el silencio.
Las puertas del elevador se abren y ambos entran. Suben en silencio, cada uno atrapado en sus propios pensamientos. Al llegar al piso, las puertas se abren nuevamente, y el pasillo vacío parece un reflejo de la quietud que sienten entre ellos. Ambos caminan hacia la oficina de Tristán. Cuando entran, él la mira, un poco inseguro de cómo comenzar.
—¿Quieres un café? —pregunta, mientras va hacia la cafetera, buscando en la rutina algo que los desconecte de la tensión.
—Sí, tal vez la cafeína me ayude —responde ella, dejándose caer en el sofá, mientras saca su móvil para revisar algunos mensajes.
Tristán observa cómo ella se acomoda, concentrada en su teléfono. Mientras la cafetera comienza a hacer su trabajo, él aprovecha para ordenar sus pensamientos. Sabe que no puede seguir posponiendo lo inevitable, pero no sabe cómo decirle lo que siente.
De repente, la voz de Ana Carolina lo saca de sus pensamientos.
—Mi padre me preguntó ayer por los papeles de, ¿Moríns? —duda, porque no está del todo segura de a qué papeles se refiere.
—Sí. Le dio a revisar a Moríns unos papeles de la empresa; están en la caja fuerte —le indica Tristán, alzando la vista y notando que su hermana no parece tan confiada en lo que está buscando.
Ana Carolina se levanta del sofá, dirigiéndose hacia la caja fuerte que está estratégicamente oculta entre los libros del librero. Presiona uno de los libros que hace las veces de fachada, y la caja se revela, como si hubiera estado esperando ese momento. La destreza con la que lo hace refleja cuántas veces ha abierto esa caja a lo largo de los años, un gesto que parece tan natural para ella.
—Tu cumpleaños… —le indica Tristán, al observar cómo Ana Carolina prepara la combinación en la caja.
Ella presiona los números y la caja se abre. Tristán respira profundo, no porque el momento sea particularmente importante, sino porque el sentimiento de que algo en su vida está a punto de cambiar lo consume.
—Están hasta el fondo —comenta ella mientras mira dentro de la caja.
Ana Carolina mete la mano dentro, buscando los papeles, pero en lugar de eso, su mano roza algo que no espera: un pequeño objeto, que brilla en la oscuridad de la caja. Con curiosidad, lo toma con cuidado y lo observa. En ese momento, la caja se resbala de sus manos y cae al suelo con un ruido sordo. Los papeles se dispersan, pero Ana Carolina y Tristán se agachan al mismo tiempo para recogerlos.
Tristán, con la prisa de intentar ocultar lo que ella acaba de encontrar, se agacha rápido, buscando disimuladamente lo que no quiere que ella vea. Pero es demasiado tarde. Ana Carolina ha visto lo suficiente. En su mano, brilla un anillo de compromiso, uno que no tiene explicaciones fáciles.
El shock recorre su rostro, y su cuerpo se congela por un instante. No necesita decir nada; el silencio lo dice todo. La mirada de Tristán, al levantarse del suelo, le confirma lo que había visto.
Él, aún arrodillado, abre la caja lentamente, sin saber qué hacer, sin saber cómo decir lo que tiene que decir. El anillo está ahí, brillando bajo la luz de la oficina, pero Tristán ya no puede escapar de la verdad.
En ese preciso instante, las puertas se abren de nuevo, y Valentina entra en la oficina. La vista de ella, con su presencia tan inmediata y tan inesperada, cambia el aire en la habitación. Ana Carolina, aún sosteniendo el anillo, la observa entrar, y Tristán se queda atrapado en el caos que, por fin, ha alcanzado su punto crítico.
El momento está suspendido en el tiempo, cada uno atrapado en su propia confusión, sin saber cómo el destino los ha llevado hasta aquí, y sin saber qué hará cada uno con la verdad que acaba de salir a la luz.
Siempre me ha gustado la lectura descriptiva, pero ahora siento más ansiedad que tristan
Ay, esto está de muerte lenta
Ayyyy noooo, con razon, jajajaja por Dios como se va dando todo. Quede asombrada. Y pues lo qur es asumir las cosas, nada que hacer.
Procedo a desmayar…