Valentina estaba acostumbrada a estar sola, muy sola. Desde hace años le habían cambiado la vida y ella se había acostumbrado a la soledad, al silencio de su habitación, a solo escuchar sus pensamientos. Durante años, había sido su única compañía. La ausencia de amigos, la pérdida de su familia, y el pesar de una vida que habían decidido por ella, le habían hecho experimentar una soledad profunda. Se había resignado, y aunque había días en los que sentía que la tristeza la ahogaba, había aprendido a convivir con esa quietud.
Después, tuvo la suerte de salir al mundo. Ver otro país, otro continente, otras personas. Esa experiencia le dio una nueva perspectiva, una forma de salir de su burbuja y enfrentarse a nuevas culturas, costumbres y formas de vida. Fue liberador y aterrador al mismo tiempo. Aunque el mundo se abría ante ella, nunca dejó de sentir esa sensación de estar atrapada entre lo que había sido y lo que ahora veía frente a sí.
Lo que más le pesaba de todo era haber conocido a David Tristán, y que el jefe de proyectos de la fundación no hubiese sido el hombre viejo que le había dicho Tito que era, ya que lo había confundido con David Canarias, su papá. La confusión la había dejado trastornada. Ese giro inesperado en su vida, conocer a Tristán en lugar de lo que había imaginado, había reavivado una serie de emociones que ella no estaba preparada para enfrentar. Había creído que podría ser indiferente, que la distancia emocional y su pasado la harían inmune, pero la realidad había sido muy distinta. Tristán había despertado en ella algo nuevo, algo que no sabía que existía, algo que la hacía sentirse viva, pero al mismo tiempo perdida.
Valentina estaba acostumbrada a la pérdida, a vivir en el olvido, pero sabía que después de este viaje no sería lo mismo. Sabía que después de Tristán, ya era una persona distinta. Había recorrido un largo camino desde la oscuridad y el silencio de su vida anterior, y la luz que Tristán había traído con su presencia la había iluminado de una manera que no podía controlar. Pero también sabía que esa luz la estaba cegando, y que no sabía cómo encontrar el equilibrio entre su pasado y lo que Tristán representaba para ella.
Después de ver la escena en la oficina, Valentina sale de ahí, tira la carta en el bote de basura y en cuanto levanta la vista, nota que Linda viene hacia ella. Acaba de llegar a la oficina.
—Buenos días —la saluda con una sonrisa.
—¿Qué tienen de buenos? —responde, sumamente molesta—. Estaré en el salón de los proyectos.
—Vale… —responde Linda extrañada, al notar el cambio de actitud de Valentina.
Valentina no se detiene, avanza rápidamente hacia el salón de los proyectos, donde se siente más a gusto, rodeada de papeles, documentos y proyectos que la distraen de todo lo demás. Toma la carpeta del proyecto “Picaflor” y la abre. Lo lee, concentrando su mirada sobre las letras. Solo le faltan unos detalles y acaba; su misión está cumplida. Lo ha hecho todo bien, todo lo que se esperaba de ella, y eso debería darle satisfacción. Pero el nudo en su pecho no desaparece. Algo en su interior la frena.
Las lágrimas comienzan a mojar el plástico protector de los documentos, y Valentina se percata de que esta vez no podrá enterrar todo lo que siente y continuar. La presión que tiene dentro, la mezcla de emociones que ha estado acumulando, finalmente comienza a desbordarse. Los sentimientos que le ha despertado Tristán son demasiado fuertes y no sabe cómo controlarlos. No está acostumbrada a sentir de esa manera, no sabe cómo manejarlo. Todo es nuevo para ella: la comida, el aire, el ambiente… sentir, también es nuevo para ella. Y es abrumador.
Se pone de pie de un salto, sus piernas casi temblando bajo ella. Comienza a caminar de un lado a otro del salón, con los puños apretados, los brazos rígidos. Sacude sus brazos, como si de alguna manera pudiera liberar todo lo que la está aplastando. Se limpia las manos con los dedos, pero no es posible. Ya no lo puede detener. El caos que hay dentro de ella se vuelve insostenible, y el llanto, que había intentado mantener a raya, finalmente la invade.
Desesperada, corre a la bodega de las carpetas, el único lugar donde puede estar a solas. Se encierra y, una vez dentro, se recarga contra la puerta, sintiendo que el espacio reducido la envuelve en una oscuridad familiar, aquella que había sido su compañera durante tantos años. En esa oscuridad, Valentina se suelta a llorar desconsoladamente. Lo hace con fuerza, ahogando su llanto mientras se cubre el rostro con las manos, como si eso pudiera detener todo lo que no sabe cómo manejar.
Las lágrimas caen sin control, sin filtro, sin poder detenerse. Se siente tonta, mal, abrumada, idiota. ¿Cómo pudo pensar que alguien como Tristán podría fijarse en ella? ¿Cómo pudo pensar que terminaría a su lado? Había sido valiente para venir hasta acá, para enfrentar el miedo de enfrentarse a lo que sentía, pero no lo suficiente para enfrentarse a la cruda realidad. La verdad que se desbordaba en su pecho y que, al final, siempre le parecía más grande que ella misma.
A lo largo de los años, Valentina había aprendido a controlar sus emociones, a mantenerlas bajo llave, a no mostrar nunca lo que realmente sentía. La vida le había enseñado a ser fuerte en su silencio, a sobrevivir a la soledad y a los desencuentros, a los pequeños rechazos que se iban sumando a su ser. Pero hoy, todo eso se desmoronó. Hoy se dio cuenta de que, a pesar de todo lo que había logrado, no podía escapar de lo que su corazón había decidido.
“¿Por qué?”, pensaba, mientras las lágrimas seguían cayendo, “¿Por qué creí que podía ser diferente? ¿Por qué me permití soñar con algo que no era real?”
De repente, escucha una voz suave, que la hace sobresaltarse.
—¿Valentina? —pregunta Linda, al otro lado de la puerta—. ¿Todo bien?
Valentina se seca rápidamente las lágrimas, aunque sabe que no puede ocultar el rostro rojo y humedecido que muestra el caos interno que acaba de experimentar. Respira profundamente, tratando de recuperar la compostura.
—Sí —responde con una voz apagada, casi inaudible—. Solo estoy buscando un archivo.
Linda no responde de inmediato, como si estuviera dudando, sintiendo que algo no encajaba. Pero, finalmente, dice:
—Si necesitas algo, aquí estaré. —La voz de Linda es sincera, y aunque no lo dice, hay algo en su tono que demuestra preocupación, que sabe que hay más detrás de esa puerta de lo que Valentina está dejando ver.
Valentina se queda en silencio por un momento, el peso de sus pensamientos sobrecogiéndola aún más. Sin embargo, la mención de los archivos la sacó de su tormenta interna. Se pone de pie, recoge las pocas fuerzas que le quedan y se acerca a la puerta.
Abre con cautela, sin mirar a Linda, y pasa por su lado sin decir nada más. A pesar de lo que acaba de vivir, de lo que acaba de descubrir sobre sí misma, sigue adelante, al menos por fuera. Dentro, las piezas aún no encajan, pero sigue caminando. Porque, aunque no tenga respuestas, sabe que el mundo sigue girando.
—Si pregunta Tristán le dices que me fui a la Casa de la música, ¿sí? —le pide sin mirarla.
Linda, visiblemente preocupada, la toma del brazo con firmeza y la obliga a mirarla a los ojos. Valentina no puede ocultar nada, pero insiste en hacerse la fuerte.
—No te puedo dejar ir así… ¿qué pasa? —pregunta, su voz suave pero cargada de preocupación.
Valentina, desconcertada y tratando de disimular la tormenta interna, apenas puede juntar las palabras. Respira hondo y decide darle una respuesta, aunque sabe que no es la verdad.
—Nada… solo me pegué con… un… cajón —inventa, su voz temblorosa.
Linda, aunque no lo cree, no insiste más. Sabe que Valentina tiene sus propios demonios, y no puede obligarla a compartir algo que no está lista para decir. No obstante, no puede evitar el gesto de preocupación que queda marcado en su rostro.
—Está bien… —responde, aunque aún con dudas en su voz.
Valentina, sintiendo que la conversación se hace incómoda, se despide rápidamente.
—Me voy… hoy será un día largo —comenta, sintiéndose, aunque solo un poco, mejor al haber puesto distancia entre su sufrimiento y la conversación.
Valentina se da media vuelta y camina fuera del salón, dirigiéndose hacia el elevador. Sin embargo, en ese preciso momento, Tristán sale de la oficina acompañado de Ana Carolina, y ella se congela en seco. Sin pensarlo demasiado, cambia de rumbo y se mete en las escaleras de emergencia, buscando la salida más rápida, la más discreta. No puede enfrentarse a él, no ahora. No después de todo lo que acaba de vivir, de lo que acaba de sentir.
Solo tiene que evitarlo tres días más antes de la inauguración, después, se irá. Ya no sabe cómo más alejarse de él. La confusión, el dolor, la angustia, todo se ha acumulado tanto que se siente incapaz de seguir jugando ese juego. Tal vez, pensó, lo mejor será dejarlo ir de una vez por todas.
Hasta ahí quedó su historia con Tristán.
El sonido de los pasos apurados por las escaleras resuena en sus oídos mientras se aleja cada vez más de la oficina y de todo lo que representa esa relación rota. Lo que haya sido entre ellos, lo que haya sentido, ya no importa. No si no puede tenerlo de la forma en que lo deseaba.
***
—Lo mejor será mantenerlo en secreto… —Son las primeras palabras que salen de la boca de Ana Carolina, mientras juega con el anillo en su dedo, moviéndolo de un lado a otro como si de alguna manera tratara de encajar el peso de la decisión.
Tristán asiente con la cabeza, mientras no puede dejar de mirar hacia la puerta, esperando a que Valentina vuelva. El peso de la culpa lo consume, pero se obliga a mantener una sonrisa tranquila, una fachada que parece cada vez más difícil de sostener.
—Claro. Procura no decirle nada a tus padres —responde él, en un tono que intenta sonar sereno, pero que esconde la agitación que lleva dentro.
Ana Carolina, sin embargo, está completamente absorta en sus propios pensamientos, y ni siquiera lo escucha bien. “¿A mis padres?”, piensa con desdén. “Por el momento, ellos no le importan.” La verdad es que en ese momento, nadie le importa tanto como Dante. Su mente se llena de dudas y miedos. ¿Cómo le explicará a Dante lo que ha hecho? ¿Cómo podrá enfrentar la mirada de ese hombre al que ama, pero al que ha fallado?
Ambos, Tristán y ella, son unos cobardes, se dice a sí misma. Lo sabe con certeza. Han tomado el camino fácil, uno que ni siquiera podía imaginarse hace unos días. Tal vez, de alguna manera, eso le da una sensación extraña de consuelo, de que ambos están en el mismo nivel. Infieles, perdidos, y atrapados en una mentira que parece haber crecido más allá de lo que ambos imaginaban.
Se detiene en seco al pensar en todo lo que ha pasado, y se da cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas en tan poco tiempo. Si alguien le hubiera dicho hace un año que se encontraría en esta situación, habría pensado que estaba loco. Pero aquí está, frente a Tristán, con un anillo en el dedo que simboliza algo que ni siquiera sabe cómo manejar.
Finalmente, después de unos segundos de silencio que parecen eternos, Ana Carolina levanta la mirada hacia Tristán, como si de alguna manera se estuviera preparando para enfrentar lo que viene.
—Lo haremos, ¿verdad? —pregunta, más para sí misma que para él, aunque el tono en su voz suena tan inseguro como su corazón.
El móvil de Tristán vibra, sacándolo del pequeño trance. Al ver la pantalla, nota que es su hermana Alegra quien le llama.
—¿Diga? —toma la llamada de inmediato—. Sí claro, iré para allá.
David termina la llamada, sintiendo que una parte de la conversación con Ana Carolina se desvanece con cada palabra que dice su hermana. La distracción lo hace sentir un pequeño alivio.
—Me tengo que ir, mi hermana necesita de mi ayuda en la Casa de la música —le comenta—. ¿Quieres que te lleve a algún lugar?
—No. El chofer me trajo.
Ana Carolina se levanta con una sonrisa débil, como si eso fuera lo que realmente necesitara hacer ahora. Ambos se toman de la mano al salir de la oficina. Tristán, al salir, busca a Valentina con la mirada, pero ella ya no se encuentra ahí. La sensación de vacío aumenta, como si una pieza importante de su vida acabara de escapar sin que pudiera hacer nada por detenerla. Un suspiro le escapa sin querer. La distancia entre ellos parece más definitiva ahora.
Linda aparece unos momentos después, entrando al despacho con una actitud profesional pero con una leve curiosidad en los ojos.
—Buenos días, jefe —saluda—. Buenos días, señorita Carolina.
Linda va hacia el bote de basura y, al notar algo que capta su atención, se acerca. Su mirada se detiene unos segundos en el contenido, antes de tomar algo que claramente no quiere que otros vean. Guarda lo que ha tomado rápidamente en el puño de su mano, un pequeño gesto que pasa desapercibido para la mayoría, pero que para ella significa algo mucho más grande.
—Buenos días. —Ana Carolina trata de esconder el anillo, pero es tan grande que le es imposible. El destello del diamante es tan evidente que no hay forma de ocultarlo, y Linda no puede evitar verlo de reojo. Sin embargo, no dice nada. Sabe que no es el momento, que las palabras ahora serían irrelevantes.
—¿Has visto a la Señorita de la Torre? —pregunta Tristán, tratando de mantener la calma, su voz intentando esconder el revuelo que siente por dentro.
—Se fue a la Casa de la música; tenía cosas que hacer —responde Linda, justo como Valentina le había pedido.
—Vaya… gracias —contesta Tristán, agradecido por la información pero sin ganas de hablar más al respecto.
Después, sin decir más, se aleja de Linda, llevando a Ana Carolina tomada de su mano. El peso de lo que acaba de suceder lo persigue, como si no hubiera manera de regresar a un punto anterior. Ambos entran al elevador, callados; el ambiente festivo ni siquiera está presente. La música que solía acompañar el inicio de su día parece haberse desvanecido, dejando solo un vacío palpable entre ellos.
—¿Cuándo se lo diremos a tus padres? —pregunta Tristán, rompiendo el silencio. Su voz es suave, casi un susurro, como si la magnitud de la pregunta requiriera ese tono cauteloso.
Ana Carolina lo ve a los ojos, pero sus pensamientos están distantes. El peso de la mentira, del compromiso y de la decisión tomada se posa sobre sus hombros. Todavía es momento de arrepentirse, pero no lo hace. En su interior, una pequeña voz le dice que puede dar un paso atrás, que todo esto podría desmoronarse y ella podría seguir con su vida, con Dante, con lo que realmente le importaba. Pero no lo hace, solo sonríe.
—Después de la boda de tus hermanas —pone de nuevo esa fecha como plazo.
—Me parece bien —contesta Tristán, su voz algo apagada, como si ya no estuviera seguro de lo que estaba comprometiéndose a hacer.
—Bien… —Esto parece más un acuerdo que un compromiso por amor.
Las puertas del elevador se abren de par en par. Ambos salen de ahí y se dirigen a la entrada, donde el chofer ya la espera. Cuando llegan a la camioneta, Tristán le abre la puerta y la ayuda a subir. Un suave beso se deposita en sus labios, pero es breve, casi como una despedida.
—Nos vemos… —le dice ella, con una sonrisa que no logra ocultar la incertidumbre.
—Nos vemos… —responde él, pero el tono de su voz es más vacío de lo que debería.
Por unos momentos se ven a los ojos, y ambos se preguntan en silencio: ¿Cómo es que llegaron a esto? ¿Cómo pasaron de ser una pareja amorosa, llena de promesas y sueños, a este espacio cargado de dudas y compromisos vacíos? Todavía había cariño, sí. ¿Amor? También. Siempre habían sido honestos el uno con el otro, pero ahora se sentían extraños el uno al otro, como si las palabras se hubieran perdido entre los silencios.
—Te quiero… —dice Ana Carolina, su voz titilando con una emoción a la que no se atreve a darle un nombre.
—Igual… —responde Tristán, sin el brillo en los ojos que solía tener al decir esas palabras, y después, sin decir más, cierra la puerta.
El sonido del coche arrancando se lleva consigo la última chispa de lo que alguna vez fue su relación, dejándolos en un silencio incómodo, lleno de preguntas sin respuestas. De pronto, a su mente viene Valentina. Esa mirada llena de sorpresa, la reacción de su cuerpo, su voz temblorosa. Ella parecía querer decirle algo importante, pero él también lo iba a hacer. Había ido a esa reunión con Ana Carolina para confesarle todo, absolutamente todo, y terminó siendo un cobarde. Ahora, había lastimado a Valentina, a Ana Carolina y a él mismo. Era el peor.
Tristán ve su reloj de pulsera y se percata de que va tarde. Un peso más se añade a su confusión. Le pide al joven de la entrada su auto y espera impaciente en la puerta, sin saber si tiene el coraje necesario para enfrentar lo que sigue. Necesita verla. No sabe qué le dirá, pero lo que sí sabe es que la espera lo consume, como si algo dentro de él estuviera roto. Solo necesita verla.
***
Después de tantas semanas en Madrid, Valentina ya ha perdido el miedo a las calles, a la gente y a moverse sin tener que depender de alguien más, lo que le ha dado una libertad que antes ya había experimentado. Antes de irse a vivir con su tío, ella era libre, feliz, independiente, fuerte y segura. Su madre siempre le decía que podría conquistar el mundo, que tenía una llama dentro de ella que iluminaba a todos y la haría llegar a lugares.
Entonces murieron. Ella se fue a vivir con su tío y todo eso murió. Le dijeron que el mundo era peligroso, que todos querían lastimarla y que no debía confiar en nadie. Nadie te quiere proteger más que yo, le decía, mientras le pedía que se mantuviera en su habitación. Solo quiero que estés bien y no sufras la misma suerte que tu familia. A veces, su tío le decía que la estaban buscando y que él le había prometido a su madre que la protegería.
Así, Valentina terminó encerrada en su habitación. Saliendo solo a ciertas partes de la casa. Nadie le hablaba, ella no hablaba con nadie más que con su tío y su “prima” Anastasia, quién le regalaba su ropa vieja para que se vistiera. Constantemente, Anastasia le decía que debía ser agradecida; gracias a ellos, estaba viva. La vida que antes era suya, que parecía llena de posibilidades, ahora se veía encerrada en un ciclo de protección excesiva y aislamiento, en una burbuja que la mantenía alejada de todo lo que había conocido.
Después de la información que le había dado Jon, el coraje se mezclaba con la tristeza. Lo menos que necesitaba ahora era que Tristán le rompiera el corazón. Había creído que tal vez había una posibilidad de encontrar algo nuevo, algo que la liberara de las sombras del pasado, pero la realidad era otra, estaba sola, esa siempre había sido su realidad; tenía que vérselas sola.
Antes de entrar a la Casa de la Música, Valentina se seca las lágrimas con las manos, asegurándose de que no quedara rastro de lo que acaba de sentir. Respira hondo, buscando recuperar la compostura. En ese momento, el nudo en su garganta parece no querer desaparecer, pero se lo impide. Ya está acostumbrada a ocultar lo que siente, a poner una máscara cuando la situación lo exige. Cuando se siente tranquila, entra con paso firme hacia el salón principal, donde se tomará la sesión de fotos. La luz cálida de la Casa de la Música la envuelve, pero no deja que nada la distraiga. Tazarte ya está ahí, con su presencia imponente y una sonrisa cálida. Alegra le pidió que llegara antes para tomarle una sesión individual al ser el director de la orquesta.
Valentina sabe que en algún momento se encontrará con Tristán, él vendrá; tiene que estar preparada para eso. Tiene que ser fuerte, tiene que ocultar cada uno de sus sentimientos. Ella es experta en eso.
—¡Voltea para acá! —grita Alegra, dirigiendo la cámara hacia Tazarte. —Venga, dame esa mirada de director de orquesta sexy.
Tazarte se ríe, dejando que su personalidad de líder se imponga en la foto, y el clic de la cámara captura su sonrisa genuina, la imagen perfecta de un hombre de éxito. Alegra no pierde tiempo.
—Me encanta. Ahora, una media sonrisa —indica con entusiasmo.
Tazarte ajusta su expresión, sonriendo de manera más sutil, y Alegra captura esa imagen también. Ella sonríe satisfecha con el resultado.
—Hermoso… ¡siguiente cambio de ropa! —pide mientras se mueve hacia la mesa donde tiene todo su equipo preparado.
Una joven asistente de Alegra se acerca a Tazarte y le pide que entre al pequeño cuarto que sirve de cambiador. Alegra se concentra en revisar las fotos en su computadora, evaluando el trabajo con una mirada crítica. Tazarte, por su parte, luce fotogénico en cada una de las tomas, y Alegra no puede evitar sentirse orgullosa de su capacidad para sacar lo mejor de sus modelos.
Valentina, al observar todo desde un rincón, sigue con los ojos a su amigo, agradeciendo que todo estuviera yendo bien. A pesar de la tensión interna, disfruta de su presencia en el proceso, siempre apoyando con una sonrisa sincera.
—Unas en blanco y negro en la parte de arriba —le comenta a su asistente, quien asiente con una sonrisa. Luego, voltea hacia Valentina, con una expresión cálida. —¡Valentina! ¡Qué gusto verte!
Valentina sonríe de inmediato, una sonrisa genuina. Alegra siempre le cae bien, igual que toda la familia de David. Aunque siente una mezcla de emociones en el pecho, se hace a un lado para no interrumpir la sesión, respetuosa como siempre. Sabe que, en este momento, está a punto de enfrentar algo más grande que las fotos.
—Hola. Vine a ayudar en lo que sea… —responde ella, con una voz tranquila, aunque por dentro se siente levemente inquieta.
—¡Llevando el proyecto hasta el final, ¿no?! —Alegra suelta una carcajada mientras mira a Valentina de arriba abajo—. El lugar les quedó hermoso, ¿no te sientes orgullosa?
Valentina asiente, aunque algo en su interior se siente un poco vacía por el momento. Pero no lo demuestra.
—Sí, claro que sí —responde con calma, mientras observa la Casa de la Música con una mirada diferente. Es más que un proyecto; ahora es un recordatorio de todo lo que ha cambiado en su vida.
—Debes estarlo. Al parecer todos lo están… ¿ya viste tu sorpresa?
Valentina frunce el ceño, confundida.
—¿Sorpresa? —pregunta con un tono desconcertado.
—Sí. Sube al primer nivel para que lo veas… antes de que suba yo con mi equipo. Le tomaré a Tazarte unas fotos ahí.
Alegra le sonríe, casi como si estuviera disfrutando de algo que Valentina aún no ha descubierto. Con una mezcla de confusión y anticipación, Valentina decide subir las escaleras hacia el primer nivel.
Al llegar al salón principal, el corazón de Valentina late con más fuerza. Este es el salón donde todo comenzó, donde Tristán la vio por primera vez con la luz del sol, donde recitó el poema que, en ese momento, la había tocado profundamente. El salón está lleno de ventanales que permiten que la luz natural inunde el espacio, pero ella no sabe exactamente qué espera encontrar.
Entonces, la ve. “Salón Valentina” —lee en un susurro, completamente sorprendida.
El salón de conciertos lleva su nombre.
Valentina se queda quieta, incapaz de procesar lo que está viendo. La emoción se mezcla con el asombro. En medio de su dolor y sus dudas, este es un tributo inesperado, una forma de reconocimiento que la hace sentir más conectada con el lugar y con todo lo que ha vivido. No sabe si son las lágrimas o la incredulidad lo que la hace temblar, pero se siente honrada. Y a la vez, un poco más perdida.
Acaricia la placa con su nombre grabado en letras doradas y sonríe.
—Le puso mi nombre —murmura—. Le puso mi nombre.
La emoción la invade. No puede evitarlo, no puede disimular lo que siente, aunque trate de esconderlo bajo una capa de calma. No es sólo el gesto de Alegra, que siempre ha sido un poco imprudente con sus sorpresas, sino todo lo que implica. Este espacio, este lugar, la Casa de la Música, ahora lleva su nombre. ¿Cómo no sentirse conmovida por esto? El corazón le late fuerte, y por un momento, el mundo parece detenerse.
—Alegra siempre ha sido muy imprudente para las sorpresas —escucha la voz de Tristán y su corazón salta. Él está ahí, llegó más pronto de lo que ella pensó.
Valentina voltea hacia él y, al instante, todo el caos se desata dentro de ella. No puede controlarlo, por más que lo desee, no puede. El brillo en los ojos de Tristán, la intensidad de su mirada… todo en él la desarma. Lo que comenzó como una pequeña chispa de esperanza crece y se convierte en algo que ya no puede ignorar.
—Sigue siendo una sorpresa —murmura, manteniendo la calma, como si sus palabras pudieran calmar el torbellino dentro de ella.
Tristán se acerca un paso más, y el aire parece volverse denso. Valentina siente cómo su cuerpo reacciona automáticamente, aunque no quiera, aunque lo intente controlar. Hay algo en él que la afecta profundamente. Algo que ni ella misma puede explicar.
—Es una manera de agradecerte por todo lo que hiciste por… el proyecto —titubea, antes de decir la última palabra. Su voz se apaga un poco, como si no pudiera soportar el peso de la confusión y la tensión entre ellos.
—Gracias… no tenías por qué hacerlo —responde Valentina, su voz baja, intentando encontrar el equilibrio entre su gratitud y el caos que la consume por dentro.
Tristán la mira a los ojos, y en esos ojos encuentra algo que lo desarma aún más. La vulnerabilidad de Valentina, ese brillo inconfundible que refleja no solo lo que ella siente, sino también lo que él ha estado tratando de ocultar. Un nudo se forma en su garganta mientras intenta encontrar las palabras correctas, pero la verdad lo golpea con fuerza: no sabe cómo seguir adelante.
Sabe que la decisión que acaba de tomar lo ha marcado profundamente. La confusión que llevaba dentro, esa mezcla de arrepentimiento y desesperación, ahora parece más real que nunca. Valentina está frente a él, tan cerca, tan distante, como si ambos estuvieran atrapados en un espacio que ya no podían controlar.
—Yo… —empieza a decir, pero las palabras se le escapan. No sabe cómo continuar, no sabe si hay algo que aún pueda decir. Lo único que siente es que su mundo está a punto de desmoronarse.
Valentina observa la expresión de Tristán, sintiendo cómo todo lo que había guardado en su interior se hace más grande, más insoportable. No puede seguir ignorando lo que siente. Ni siquiera sabe si quiere seguir ignorándolo. Las palabras que antes había guardado con tanto cuidado se sueltan sin control.
—Es un alivio saber que me iré con el proyecto terminado… Debes estar más feliz tú. Proyecto nuevo, tu compromiso… Ana Carolina es una buena mujer. —dice, con una calma que se siente irónica, como si sus palabras pudieran aliviar el peso del momento.
—Lo es… —responde él, de manera automática, como si las palabras ya no tuvieran el mismo peso que antes. Algo en su tono, sin embargo, traiciona la duda que aún lleva dentro.
—Les deseo la mejor de las vidas juntos —continúa Valentina, su voz suave pero cargada de un dolor silencioso. La ironía de sus palabras la golpea, pero sigue adelante, como si fuera lo más natural del mundo.
—Gracias… —responde Tristán, pero hay algo en su mirada que refleja la tormenta que se agita dentro de él. Un nudo en su garganta lo mantiene atrapado en un silencio doloroso.
De repente, Alegra interrumpe, como si quisiera aliviar el aire denso que se ha instalado entre ellos. Con una sonrisa, sube las escaleras, tan energética como siempre.
—¡Ya viste tu sorpresa! —exclama, llena de entusiasmo—. Salón Valentina, es el más bonito de todos.
Valentina, sintiendo que la conversación se está tornando aún más incómoda de lo que ya está, responde con una sonrisa forzada.
—Sí, gracias. —La respuesta suena vacía, como si estuviera desconectada de todo lo que ha dicho antes. Ella se toma un respiro, buscando alejarse de la intensidad del momento—. Es muy emocionante.
Alegra no parece notar el cambio en la atmósfera, y continúa hablando con su energía habitual.
—Sé que te querían decir esto hasta el final, pero bueno, falta tan poco. En fin, le tomaré a Tazarte unas fotos aquí y luego con la orquesta. Ya comenzaron a llegar.
Valentina, sin pensarlo demasiado, responde con la misma frialdad que ha aprendido a usar cuando todo parece desmoronarse a su alrededor.
—Yo me encargo de eso —expresa, con una determinación fría. No puede seguir enfrentando a Tristán, no ahora. Sabe que es hora de tomar control de lo único que puede: el proyecto.
Sin más, da un paso atrás y se aleja de Tristán, sin mirarlo otra vez. Cada paso que da la aleja más de todo lo que alguna vez pensó que podría ser. Se dirige al salón donde debe organizar a la orquesta, buscando una distracción en la tarea que tiene por delante.
***
Valentina ignoró a Tristán toda la mañana. No hubo ni una mirada, ni un intercambio de palabras. Solo se concentró en lo que tenía que hacer y, al terminar, se fue. La distancia entre los dos era evidente, y él sabía que era su culpa. Se sentía mal, tan mal, que después de salir de la Casa de la música, antes de regresar a la oficina, prefirió caminar.
Tomó su auto y se dirigió al Parque Juan Carlos I. Ahí, caminó todo lo que pudo. Sintiendo el aire en su rostro, tratando de calmar sus pensamientos. Pero no podía, era un desastre en su interior. Él era un desastre.
Físicamente, Tristán era el hombre perfecto: alto, guapo, de cuerpo trabajado. Pero por dentro era un caos, una decepción, un cobarde. Era todo lo que por años había huido, y ahora, le había explotado en el rostro. Había perdido a las dos mujeres más importantes de su vida. Aunque Ana Carolina seguía con él, no era la misma. No después de todo lo que había sucedido, de todo lo que él había hecho.
Una vez, en un libro, leyó que uno sabe qué tan importante es la persona hasta que la pierde. En ese momento, lo entendía. Antes le daba miedo seguir a Valentina, hoy le daba miedo perderla. El pensamiento de que ella se fuera, de que él la perdiera para siempre, lo aterraba más que cualquier otra cosa. Ya no le importaba si seguirla significaba enfrentarse a lo desconocido.
— ¿Qué estoy haciendo? —se preguntó, mientras sus pasos resonaban en el sendero vacío, en medio de la tranquilidad del parque. No tenía las respuestas, pero el sentimiento de urgencia lo invadía. Sabía que tenía que hacer algo, pero no sabía por dónde empezar.
El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas. Tristán dejó que su mente divagara, sin un rumbo fijo, solo caminando, hasta que el peso de la situación lo hizo detenerse. En ese momento, la idea de perder a Valentina se convirtió en su mayor miedo.
Sabía que su error había sido no enfrentarse a sus propios sentimientos cuando tenía la oportunidad. Ahora, era un hombre atrapado entre dos caminos, entre dos mujeres, sin saber cómo avanzar, sin saber cómo arreglar lo que había roto. Pero lo que sí sabía era que, si la perdía, si ella se iba, no podría vivir con esa culpa.
Con ese pensamiento en mente, Tristán regresó a la fundación. Aún tenía trabajo por hacer, aún le esperaban largas horas en la oficina, pero no se sentía capaz de hacerlo. Aun así, llega a la fundación, sube a su vacía oficina y prende la luz. Observa el montón de documentos sobre la mesa y suspira.
—Supongo que esto me mantendrá distraído —murmura, tratando de convencer a sí mismo de que el trabajo le dará algún tipo de alivio.
Se sienta sobre la silla de su escritorio y nota, encima de todo, un papel arrugado y doblado. Al lado, una nota escrita por Linda, con su letra firme, como siempre. Se acerca, duda un momento, pero termina tomando el papel arrugado. Lo despliega lentamente, sus ojos recorren las palabras, y una sensación de incomodidad lo invade. El mensaje de Linda no es largo, pero es claro.
David,
Antes de ser tu asistente, fui tu amiga. Y como amiga, estoy cansada de verte seguir la misma historia una y otra vez. Estoy cansada de verte evadir lo que realmente importa solo por miedo a lo que pueda pasar. Así que aquí te dejo la última oportunidad que tendrás para hacer las cosas bien antes de que sea tarde.
Te admiro, sabes que siempre lo he hecho. Admiro la forma en que consigues lo que te propones, cómo enfrentas cada reto con determinación. Eres un buen hombre, David, pero cuando se trata de decisiones importantes, como las que realmente valen la pena, como el amor, te conviertes en un cobarde. Y eso es lo que me duele ver.
Sabes lo que tienes que hacer. No sigas perdiendo tiempo. El tiempo no espera a nadie, ni siquiera a ti. Y no quiero verte arrepentido cuando ya no haya nada que hacer.
Haz lo correcto antes de que sea demasiado tarde.
Con cariño,
Linda
David, entonces, toma el papel arrugado y al abrirlo, sus ojos se abren sorprendidos al leer lo que dice. Ella se había atrevido a confesarle lo que él no pudo. Ella era la valiente. Ella había tomado la decisión. Lee en voz alta, como si las palabras pudieran darle el valor que tanto le había faltado en los últimos días:
“Me he dado cuenta de que ya no puedo esconder lo que siento. Estoy enamorada de ti, David.”
David Tristán sonríe al leer las palabras de Valentina. Ella lo ama. Esa simple frase, esas pocas palabras, son todo lo que necesitaba escuchar para tomar la decisión que había estado posponiendo por miedo. Es todo lo que necesitaba para saber que no podía seguir viviendo en el limbo, que tenía que actuar, que tenía que ir tras lo que realmente deseaba, sin más excusas.
Valentina lo ama.
Muy bien echo Linda…gracias por ayudar a David a qué hiciera lo que debía hacer…Espero que no sea tarde..y se enfrente al mundo y luche por su Amor verdadero Valentina…pese al caos que se le va a venir a el y a la Pobre Ana Carolina…que la apoye también, a encontrar su felicidad y enfrentarse a su familia…está muy buena… más capitulos por favor jiii
Casi lloro a mares todo esté capítulo!!! Gracias Linda por salvarlos !!!
Me caes bien Linda, 😍😍
Ahora sí David a hacer lo correcto
Fueron los capítulos más intensos que tuve que leer a escondidas en mi trabajo jajajajja pero no me aguanté, ahora esperaré lo que sigue … Felíz año nuevo mi querida escritora Ana Martinez, te admiro mucho… Gracias por lo que nos das y espero seguir leyendo te muchos años más. Con cariño Ingrid
Nunca pensé que el defecto de David Tristan fuera la cobardía o la indesición
Fascinante intensidad en este capítulo! Estoy al borde de los nervios!!!
Linda es la amiga que todos necesitamos 👏🏻👏🏻👏🏻
Siiiiiii… linda es mi heroina. Lo maximoooooo ❤️❤️❤️❤️❤️ por favor habla con Ana Caro yaaaaa 😱😱😱😱😱😱
Linda, soy tu fan 🤩!!! Gracias por notar lo que ocurría, gracias por ser la amiga que todos en algún momento necesitamos! Ahora esperemos que Tristan actúe y que las cosas retomen el curso🙏🏼