—¿Te comprometiste? —pregunta Dante, mientras ve el anillo de compromiso que Ana Carolina trae en su dedo. Está a punto de perder la razón. Se lleva las manos a la cabeza, y después gira para dejar de verla a los ojos.

—Dante —murmura Ana.

—Dijiste que ibas a dejarlo, que todo estaría bien, y de pronto, ¿te comprometes? ¿Qué es esto? ¿Un juego cruel?

—No, te juro que no —contesta Ana Carolina entre lágrimas—, solo necesito que me escuches.

—¿Para qué? —pregunta molesto, volteando a verla—. ¿Para que me digas que ese diamante es falso y que todo esto es una tontería? —Respira profundo para tranquilizarse—. Dejé todo por ti, Caro. Dejé mi vida en Italia por venir acá. Dejé todo lo que conocía por seguirte, por amarte. Te dije que enfrentaríamos a tus padres juntos, te dije que no tenía miedo a lo que pensaran. Te prometí que todo estaría bien y aun así, ¿te comprometes con él?

—Es que tú no entiendes, Dante —habla ella desesperada.

—¿Qué no entiendo? Dime de verdad porque, no sé qué pasa, ¿qué hice mal? —Dante se quita las lágrimas de los ojos—. ¿Qué esperas de mí? Mira, sabía que amarte era un riesgo, una cosa disparatada, pero, ¿qué juegues conmigo? Eso no lo esperaba de ti.

Ana Carolina va hacia él y lo toma de los brazos para que no se vaya, ya que sabe que él tiene intenciones.

—No, te juro que yo también te amo —le dice de frente—. Pero, no entiendes. Mi familia…

—¿Qué? ¿Tu familia qué? —pregunta Dante. Sus ojos café oscuro, a pesar de estar molesto con ella, brillan cuando se reflejan en la mirada de Ana Carolina—. Dime, tu familia, ¿no ve a aceptar?, ¿no me va a querer? Porque soy un pobre diablo que no te puede dar lo que tu prometido sí puede. ¿Por qué soy hijo de emigrantes? ¿Por qué soy de piel morena?

—¡No! —expresa Ana Carolina de inmediato, aunque sabe que todo lo que dijo es un “sí”—. Porque…

Ana Carolina recuerda a su tía Ana Eva, todo lo que tuvo que enfrentar cuando decidió casarse con Xavier Blanco, el repudio de la familia, cómo se las vio solas. Afortunadamente ella tenía todo para volver a crear un imperio, pero Ana Carolina aún no tenía nada. Si se casaba con Dante e iniciaba una vida a su lado, sus padres le quitarían todo, hasta el habla. Sería una Santander sin ser una Santander.

Dante la mira con los ojos llenos de dolor y frustración, esperando que ella le dé una respuesta, pero el silencio entre ellos se vuelve denso. La incredulidad se refleja en su rostro mientras ella lo observa, tratando de encontrar las palabras que no logran salir. En su mente, las imágenes de su tía Ana Eva enfrentando la desaprobación de la familia por su amor con Xavier Blanco la asaltan, y por un segundo, la historia de su tía la hace dudar aún más.

—Ana Carolina, no entiendo… —Dante murmura, incapaz de ocultar la desesperación—. ¿Es que no te importa lo que siento? ¿Me usaste todo este tiempo solo para alejarme al final? Todo lo que hicimos, todo lo que compartimos, ¿fue solo una mentira?

Ella lo toma de las manos, con una firmeza que ella misma no esperaba tener, y lo obliga a mirarla. Sabe que está a punto de perderlo, y las palabras que necesita decir se acumulan en su garganta, como si fueran demasiado pesadas para salir.

—Dante… no es eso. Nunca quise hacerte daño. Pero tú no sabes lo que es tener toda tu vida, tu familia, tu apellido… todo en juego. Tú no sabes lo que es tener que decidir entre el amor y tu futuro, entre lo que te hace feliz y lo que te ha sido impuesto desde que naciste. Mis padres, la familia… ellos no lo van a aceptar, no lo van a permitir. Yo lo sé, Dante. Si me caso contigo, perderé todo. Incluso a mi familia.

Las palabras se le escapan, finalmente, pero es como si le diera a Dante una puñalada. Él retrocede un paso, sintiendo el peso de su confesión. No sabe qué hacer con lo que acaba de escuchar. El amor que siente por ella parece desmoronarse frente a sus ojos, porque aunque lo ama, también entiende que no puede cambiar su historia, ni la historia de su familia.

—Así que eso es… —dice él, la voz quebrada—. ¿Vas a renunciar a mí, a nosotros, por tu apellido? ¿Por el miedo a perderlo todo? Yo no te pido que dejes todo por mí, Ana Carolina, pero tampoco puedo quedarme en una relación que se deshace porque tienes miedo de ser feliz.

Ana Carolina, con los ojos llenos de lágrimas, baja la cabeza, sin poder contestar. Sabe que lo que él dice es cierto, pero no puede evitar sentir que la situación la está aplastando. El futuro que tenía planeado con él se desvanece ante la idea de que, si se atreve a amarlo de verdad, perderá todo lo demás. Su mundo de seguridad, su familia, sus sueños… todo quedaría en el aire.

—Yo solo quiero que seas feliz, Caro —continúa Dante, con una suavidad que refleja todo el amor que aún siente por ella—. Pero no puedo vivir en una mentira. No quiero ser el que te detenga, el que te haga sentir que tienes que elegir. Solo quiero que, si eliges, lo hagas por ti misma, no por lo que otros te dicen que hagas.

Ana Carolina siente que el peso de las palabras de Dante la destroza por dentro. ¿Cómo puede elegir entre él y su familia? ¿Cómo puede elegir entre lo que su corazón le grita y lo que su mente le dicta? Ella lo ama, lo sabe, pero al mismo tiempo, el miedo a perderlo todo la consume.

Dante suspira.

—Me voy. No creo que valga la pena seguir aquí. —Y con esas palabras, él da media vuelta y se aleja.

Ana Carolina, por un instante se queda allí, mirando cómo se va, sintiendo cómo su corazón se rompe en pedazos.

¡Ve!, ¡ve!, ¡ve!, le grita su corazón. Si Dante se va, su vida quedará destruída. SIn embargo, piensa por unos segundos que casarse con Tristán no será tan malo; son amigos, en cierta manera se quieren, pero ella, pasaría el resto de la vida enamorada del hombre que se fue.

¿Cómo es que esto había cambiado tan rápido?, ¿cómo había cambiado su corazón en un verano? Se muerde el labio, expresando su ansiedad, hasta que un impulso en los pies hace que ella se mueva, salga de su consultorio y vaya tras él.

—¡Dante! —le grita, y el hombre, que estaba a punto de subir al elevador, voltea a verla.

Ella corre hacia él, y se abalanza sobre sus brazos. Sabe que amarlo la condena a todo, a perder todo, pero, ella no quiere vivir una vida sin amar, por más que Tristán sea su mejor amigo.

Dante la besa en los labios con prisa, con esa pasión que solo las personas que se aman pueden besar. La carga entre sus brazos y respira su aroma, ese perfume fino que tanto le gusta.

—No te vayas, no te vayas —le ruega, ella entre besos.

Dante camina de regreso al consultorio, y cierra la puerta. La desea. Durante todo este tiempo juntos, la ha deseado más que nada en la vida, y hoy, al parecer, Ana Carolina está dispuesta a desearlo también.

Ambos se sumergen en un beso profundo, lento, lleno de deseo. Él cae sobre el sofá, mientras Ana Carolina se sube a horcajadas sobre él. Hoy no se siente culpable de amarlo. Sabe que hacerlo significa serle infiel a Tristán, pero, también sabe que a él lo perderá cuando le diga que está enamorado de otro.

—Caro… —murmura Dante su nombre, mientras sus manos comienzan a desnudarla.

Ana Carolina abre su camisa y toca su piel morena. Sus dedos recorren sus músculos marcados que brillan a la luz de la tarde. Dante pasa sus manos por el largo y rubio cabello de Ana Carolina y sonríe.

—Te amo… —le murmura, con esa voz grave que tiene.

—Te amo… —dice sin miedo. 

Después se sumergen ambos en un beso, que les indica que ya no hay marcha atrás. Poco a poco las ropas van desapareciendo de sus cuerpos, y ellos dos, por primera vez, están juntos. Piel a piel, se aman, se reconocen y conocen. Ella memoriza cada curva y esquina de su cuerpo, y él se impregna con el aroma de su piel y se aprende el movimiento de sus labios. La culpa y el miedo no están presentes. En la mente de Ana Carolina no pasa el recuerdo de Tristan, ni las palabras de sus padres. Solo está Dante desde hace mucho tiempo, solo él gobierna su mente. 

El placer los envuelve, y el amor, ese amor que debería ser prohibido, los cobija como un manto cálido e irresistible. En los brazos de Dante, Ana Carolina se siente por primera vez libre, aunque esa libertad tenga un precio demasiado alto. La noche cae, y con ella, las barreras de la razón se desploman. En ese instante, Ana Carolina es de Dante y de nadie más, suya en cuerpo y alma, más allá de las promesas hechas ante su familia, más allá del anillo de diamantes que aún brilla en su dedo.

No le importa lo que venga después. Sabe que cuando salga de ese espacio seguro, la realidad la golpeará con toda su fuerza. Sus padres la repudiarán, sin duda. La severidad de su padre será implacable, y el desprecio silencioso de su madre la herirá más que cualquier castigo. Sus hermanas la mirarán con desdén, como si fuera una extraña, alguien que no encaja ya en el cuadro familiar.

Pero lo que más la aterra, lo que se clava como un puñal en su pecho, es la certeza de que perderá a Tristán, su mejor amigo, su confidente, ese hombre que siempre ha sido un gran apoyo y que ella ama, pero ya no como ama a Dante. 

—Hablaré con Tristán mañana por la mañana —murmura Ana Carolina, su voz apenas un susurro que se funde con el lejano murmullo del tráfico que asciende desde la calle. Ambos yacen recostados sobre el tapete del suelo, con los cuerpos entrelazados, agotados pero en paz, como si por un instante el mundo exterior no existiera.

La decisión le pesa en el alma, pero sabe que no puede postergarla más. Tristán tiene que saberlo, merece saberlo. No quiere perderlo, pero tampoco puede seguir escondiéndose. Si algo ha aprendido en estas últimas horas es que la verdad, por dolorosa que sea, siempre es mejor que vivir en la sombra de la incertidumbre.

Dante le sonríe, su expresión serena, llena de una promesa tácita que le da fuerzas. Acerca su rostro al de Ana Carolina y le murmura, con la voz cargada de una sinceridad que desarma:

—Te juro que haré todo lo que esté en mis manos para hacerte feliz.

Ana Carolina siente un nudo en la garganta. No se atreve a responder de inmediato, porque las palabras se le antojan insuficientes ante un juramento tan puro. Lo mira a los ojos, esos ojos que ahora le parecen un refugio, y le sonríe suavemente, dejando que su corazón hable por ella:

—Ya soy feliz… —responde en un murmullo antes de inclinarse hacia él y rozar sus labios en un beso suave, delicado, cargado de gratitud y amor.

Pero tras ese instante de calma, la realidad vuelve a asomar, como una marea que nunca se detiene. Le aterra perder todo lo que conoce: su familia, su hogar, esa sensación de pertenencia que, aunque a menudo se sintiera asfixiante, era lo único que había tenido durante toda su vida. Y sin embargo, sabe que hay cosas que valen la pena arriesgarlo todo.

Porque, a la vida, se vino a ser valiente.

No hay otra manera de vivirla, al menos no de una forma que valga la pena. Y Ana Carolina entiende que, si la felicidad depende de esa valentía, entonces debe afrontarla de frente, sin vacilaciones, aunque el miedo le muerda el alma.

***

Los días de Valentina en Madrid estaban llegando a su fin, y ella se estaba preparando para partir. Ella ya había hecho lo suyo, completado su trabajo y era momento de iniciar de nuevo, tener la vida que siempre había deseado. Tenía miedo, todo lo que se venía con el trato que había hecho con Tito era importante y grave; pero más lo que había hecho con Jon. Si todo salía bien, y el agente rubio lo había hecho también, podría terminar con todo lo que le había hecho daño. En pocas palabras sería libre.

Después de cuatro horas encerrada en el estudio de la casa de los Carter, Valentina cierra la computadora ante la mirada atenta de Jon.

—Listo —murmura, mientras él sonríe.

Todo lo que había hecho, todos los sacrificios, las decisiones tomadas en silencio, comenzaban a tomar forma en su cabeza. Si todo salía según lo planeado, el futuro sería suyo para tomarlo, pero ese futuro no era lo que había soñado, ni siquiera lo que había planeado en un principio. La libertad que anhelaba parecía tener un precio muy alto.

—Bien, con eso tengo para continuar lo que me pides —contesta él, poniéndose de pie.

La tarde ya había caído y las luces poco a poco se fueron encendiendo en el jardín. Valentina suspira.

—¿Seguro que no pasará nada? —le pregunta.

Jon, con esa seguridad que lo caracteriza, se acerca a ella y le sonríe.

—No te puedo asegurar nada, Valentina. Si yo supiera eso, créeme que no tendría que tomar valor cada vez que enfrento una misión —le sonríe.

Valentina suspira.

—Jon, ¿cómo eres tan valiente todo el tiempo? ¿Cómo te mantienes motivado para hacer tu trabajo? ¿Para no morir de miedo?

Jon, con su mirada azul, que Valentina está segura es su arma más mortal, la ve y le susurra casi en un tono seductor.

—Lo hago con miedo.

—¿Miedo? —pregunta ella, más para sí misma que para él, sintiendo un nudo en la garganta.

—Sí —responde él, dando un paso más cerca—. Porque si no tuviera miedo, ¿qué sentido tendría hacerlo? Si no tienes algo por lo que arriesgarte, algo que te empuje, el miedo es lo único que te queda. Y es lo que te hace seguir. No porque sea fácil, Valentina, sino porque lo que está en juego es demasiado grande como para quedarte quieta.Lo que está en juego hoy es tu libertad y tu tranquilidad, y para eso vale hacerlo con miedo, ¿no crees? 

Valentina asiente y le sonríe. Pero después se acuerda de todo lo que ha pasado y se entristece. Jon la abraza. 

—Sé que no todos tus planes salieron como tú deseabas, pero hay cosas que tú no puedes controlar, como el corazón. El amor es, a la vez, el más sublime de los sentimientos y el más cruel de los verdugos. Tiene una dualidad, puede darte alas o puede romperte en mil pedazos, y lo peor es que nunca está en tus manos decidir cuál de las dos versiones te tocará vivir. Por eso yo no me enamoro. 

Valentina se separa y con una sonrisa le dice:
—¡Guau!, sí que eres un poeta. 

—Ni tanto. En una misión me hice pasar por estudiante y me tocaban clases de literatura. Algo tenía que aprender, ¿no? —bromea y Valentina se ríe. Él la mira a los ojos—. ¿qué harás cuando esto termine? 

—No lo sé. Solo espero que todo salga bien. Solo quiero vivir en paz, esperando que ya nada malo pase. Creo que ya sufrí lo suficiente. 

—Claro que sí… —contesta Jon. 

En ese instante, las puertas del estudio se abren, y Jo entra mientras trae de la mano a un hombre. Ambos avanzan con una tranquilidad calculada, pero Valentina, que los observa desde el sillón, nota algo curioso: parece que están escondiéndose. Jo, por lo general desenvuelta, se ve algo nerviosa cuando se percata de la presencia de su hermano.

—¿Algo que compartir con la clase, Jo? —pregunta Jon con su tono habitual de falsa calma, mientras su mirada se fija en el hombre que la acompaña—. Xes…

El hombre, sin inmutarse, esboza una sonrisa segura antes de responder:

—Un gusto verte de nuevo, Jon —saluda con serenidad, como si no hubiera un ápice de incomodidad en la situación.

Valentina no puede evitar mirarlo con atención. Tiene un rostro atractivo, de esos que llaman la atención de inmediato, con rasgos marcados que denotan carácter. Su mandíbula fuerte está enmarcada por una barba espesa y perfectamente recortada, de un tono castaño oscuro en el que comienzan a asomarse algunas canas sutiles, dándole un aire maduro y sofisticado. Pero lo que más le llama la atención son sus ojos claros e intensos, que parecen escudriñar todo a su alrededor con una mezcla de curiosidad y autoridad. Cuando esos ojos se posan en Valentina, ella siente una especie de tensión, como si estuviera bajo una lupa.

—¿Es tu novia? —pregunta Xes, sin titubeos, mientras se acerca para saludarla con una mano extendida.

Valentina se queda paralizada por un segundo, sintiendo el aroma de su loción, un perfume cálido y elegante, que contrasta con la intensidad de su mirada. Hay algo intimidante en él, pero no es desagradable, solo abrumador. No es el tipo de hombre que se encuentre todos los días, piensa, y definitivamente no es alguien que pasaría desapercibido. Sin embargo, nota que Jo, a su lado, parece completamente tranquila, casi orgullosa de estar acompañada por él.

—No, no, no… —contesta Valentina apresuradamente, con el rostro completamente rojo—. Soy Valentina, soy…

Se queda callada por un instante, sin saber cómo definirse. ¿Qué era exactamente en ese momento? ¿Una amiga de la familia? ¿Una persona que se había encariñado con todos ellos y que ahora tenía que irse? Las palabras se le escapan, y lo único que logra hacer es sonreír torpemente mientras baja la mirada.

—Es amiga de la familia —interviene Jon rápidamente—. Y no, no es mi novia. Tú sabes que lo mío no es el amor…

Xes lo mira con una ceja arqueada, esbozando una expresión que parece mezcla de escepticismo y diversión.

—¡Hmm! —responde con una leve sonrisa que claramente denota incredulidad. Luego se presenta con naturalidad—. Yo soy Xes Santander Blanco, soy… muy amigo de Jo.

Antes de que pueda agregar algo más, Jo lo interrumpe, apretando su mano con firmeza.

—Mi novio —declara con seguridad, como si no quisiera dejar espacio para dudas.

—Soy su muy amigo novio —aclara Xes con una sonrisa burlona, dejando claro que la parte de “novio” aún está en una etapa de negociación.

Valentina parpadea, sorprendida por la familiaridad y la soltura con la que ambos se manejan. Sin embargo, algo le llama la atención.

—Santander, ¿como Ana Caro? —pregunta con curiosidad, recordando a Ana Carolina.

Xes sonríe de manera amable, pero con un toque de orgullo.

—¡Ah! Conociste a mi prima… brillante, ¿no es así?

—Sí. Muy brillante… —responde Valentina. 

Xes ríe suavemente y añade:

—Mi madre siempre dice: “Gracias al cielo no se parece a mi hermana menor, Ana Francisca”. Dice que mi tía Kika no es precisamente… brillante —comenta, con simpatía y sin malicia aparente, pero dejando claro que en la familia los comentarios sarcásticos son comunes.

—Bueno, no estamos aquí para hacer el vasto árbol genealógico de los Santander —interrumpe Jo, cortando la conversación antes de que se vuelva interminable. Toma a Xes de la mano y lo arrastra hacia la salida—. Tenemos que encontrar otro lugar para hablar.

—Hasta luego, Jon. Un gusto Valentina. 

Valentina observa cómo ambos se alejan. Jon, que había permanecido en silencio durante los últimos segundos, se cruza de brazos y comenta con una sonrisa irónica:

—Definitivamente, esto va a ponerse interesante…en fin. 

—¿Cómo consiguen estos hombres? —pregunta, al recordar a Karl, Antonio, Moríns y ahora Xes.

—Es un sello de la familia… supongo. ¿Es una regla ser atractivo? No sé. —Jon camina hacia la puerta del estudio acompañado de Valentina—. Es un must,  tampoco sé. Solo sé que no hay feos, ni feas… supongo que es suerte. —Y le guiñe un ojo—. Pero lo importante es el interior… recuerda eso. 

Valentina se ríe bajito, esa risa que siempre parece a medio camino entre la diversión y el asombro.

—Sí, claro… dice “el que su mirada es su arma más mortal”.

Jon suelta una carcajada suave, esa que siempre la contagia, y se encoge de hombros con aire despreocupado.
—Cada quien tiene lo suyo. Yo tengo mi mirada, Moríns tiene sus chistes, Héctor su talento, Daniel su simpatía y Tristán…

—Su ternura… —Valentina lo interrumpe, incapaz de evitarlo. Sus palabras salen casi sin pensar, como si hablar de Tristán le fuera tan natural como respirar—. Y su mirada que expresa todo.

Jon arquea una ceja y sonríe divertido.


—Eso o que es un adonis… guapísimo —bromea, y ambos se ríen con complicidad.

La puerta del estudio se abre y el aire fresco de la noche los envuelve. La casa parece estar sola, en completo silencio, como si todos hubieran desaparecido. Jon y Valentina cruzan el patio trasero hasta salir al jardín, donde un suave murmullo, lejano pero animado, llama su atención. A lo lejos, se escucha música y voces elevadas en lo que parece ser una fiesta.

—¿Una fiesta? —pregunta Valentina, curiosa.

Jon sonríe de medio lado, familiarizado con el alboroto.
—Reunión familiar… aunque parezca fiesta.

Al avanzar unos pasos más, la voz de Moríns se escucha con fuerza, entonando “Culpable o no” de Luis Miguel. Su pasión al cantar es tan desbordante que Jon suelta una carcajada espontánea.
—¡Cierto! Son las noches de Karaoke de Moríns.

—¿Noches de Karaoke? —Valentina lo mira con sorpresa, como si no pudiera imaginar a Moríns, siempre tan bromista, en algo tan organizado.

—Sí —explica Jon, divertido—. Tiene una máquina de Karaoke que se toma muy en serio. Hace algo tipo “American Idol” con los niños, y da premios a los que cantan mejor. El jurado es mi papá, mi tía Ainhoa y mi tía Luz, porque según ellos son los imparciales. Mi tío David fue revelado de su puesto porque se encarga de que todos ganen… estaba dejando a Moríns en la quiebra. —Valentina se ríe—. Los niños preparan sus canciones toda la semana, así que, para ellos, esto es una competencia seria.

Valentina se ríe, sorprendida y fascinada por la dinámica familiar. Llegan justo a tiempo para ver a Moríns recibir su calificación entre risas y bromas. Aunque nadie se lo tome demasiado en serio, está claro que para algunos sí lo es. Especialmente para el siguiente concursante.

Un niño rubio, de ojos azules y con la seguridad de un adulto, se para al frente. La confianza que irradia es palpable, como si estuviera en el escenario de un gran concierto y no en el jardín de los Johansson. La música de “Solamente tú” de Pablo Alborán comienza a sonar, y todos los presentes se quedan en silencio, atentos. El niño canta con una pasión y una entrega inesperadas para alguien de su edad.

Pero lo que realmente roba la atención de todos es la declaración que suelta antes de empezar:
—Esta canción va dedicada a Fátima Moríns… porque un día me casaré con ella.

—¡Cállate, Rocky! —grita Fátima desde el fondo, claramente avergonzada.

La risa estalla entre los presentes, y Valentina no puede evitar unirse al coro de carcajadas. Es evidente que Rocky es el siguiente en la lista para entrar al corazón de los Moríns, aunque aún tenga mucho por recorrer.

Sin embargo, lo que no se puede negar es que el niño tiene talento. Su voz, clara y afinada, llena el espacio y cautiva a todos. Valentina lo observa cantar y piensa que, si sigue así, algún día será un gran artista. Cuando la canción termina, el jurado lo premia con la máxima calificación.

—Al parecer esto ya está dicho —comenta Moríns con una sonrisa divertida mientras se acerca a Rocky y le da una palmada amistosa en la espalda—. Pero la próxima vez, deja el drama romántico, ¿quieres?

Rocky encoge los hombros, sin perder esa sonrisa que lo caracteriza.
—No puedo prometer nada —responde con tanta seguridad que arranca nuevas risas.

—Ahora ya sabes qué se siente —se escucha la voz de Luz, su suegra, mientras suelta una carcajada cómplice, dirigiéndose a Moríns.

—¡Hola, Valentina! —Fátima se acerca a ella con una gran sonrisa—. ¿Vas a cantar?

Valentina se queda un segundo en silencio y después niega con la cabeza.
—No creo.

—¿Por qué no? —pregunta Fátima con la lógica directa de alguien que no entiende el concepto de vergüenza—. En realidad, aquí nadie sabe cantar.

—¡Oye! —protesta Rocky, claramente ofendido—. Yo seré una estrella de fama internacional, ya lo verás —asegura con total convicción.

Fátima espera pacientemente a que Rocky se aleje antes de acercarse un poco más a Valentina.
—Rocky es mi vecino. Sus papás viajan mucho, son influencers de viaje —explica con la naturalidad de quien está acostumbrada a tener siempre algo interesante que contar—. Así que pasa tiempo con nosotros, ya que se queda con la niñera.

Valentina sonríe al escucharla. Fátima es sorprendentemente comunicativa, con una capacidad innata para expresar sus ideas de manera clara y directa. Al verla, Valentina no puede evitar preguntarse cómo habría sido alguna de sus hermanas si las cosas hubieran sido diferentes. De niña, ella también solía cuestionar mucho, pero con el tiempo, los adultos a su alrededor se encargaron de silenciar esas preguntas. Le enseñaron que era mejor no hablar demasiado, no pensar demasiado… no sentir demasiado.

—Bueno, me tengo que ir… —dice Valentina, intentando evitar convertirse en el centro de atención.

—¡No! —gritan los niños al unísono, rodeándola con entusiasmo—. Canta, tú también canta.

—No, de verdad… además no me sé ni una canción.

—Debes saberte al menos una —la anima Fátima, con esa lógica tan sencilla y aplastante—. Mi papá tiene todas las canciones del mundo.

—¡Incluso las que todavía no se componen! —interviene Sirena Carter, su prima, con una seriedad tan genuina que arranca nuevas risas.

—¿Eso es verdad, Moríns? —pregunta Robert.

Moríns sonríe ampliamente.


—Exageré un poco, nada más —admite con aire despreocupado, mientras Robert lo mira con una mezcla de decepción y diversión.

—Vamos, Valentina, tienes que cantar algo —insiste Fátima—. No importa si no es perfecta, aquí nadie lo es.

Valentina mira a su alrededor, viendo los rostros expectantes de los niños y la calidez con la que la rodean. Por un momento, siente que está en un lugar donde no hay juicios ni expectativas imposibles y el deseo de compartir un buen rato. Y aunque todo dentro de ella le dice que salir de su zona de confort no es buena idea, algo en la mirada de Fátima la impulsa a hacer una excepción.

—Está bien, creo que me sé una. La cantaba mi abuela —acepta finalmente, con una sonrisa tímida pero genuina—. Pero no prometo nada… ni siquiera afinar.

—¡Eso es lo de menos! —grita Fátima, aplaudiendo entusiasmada, mientras le da el micrófono—. Aquí todos somos estrellas… al menos por una noche.

Valentina toma el micrófono con manos un poco temblorosas, pero sus dedos se aferran a él como si evitara caer, ya que las piernas le tiemblan un poco. Cantar en karaoke estaba en aquella lista de deseos que escribió, una lista de cosas por hacer antes de regresar a la dura realidad que la esperaba. Y aunque no pensó poder cumplirlos todos, siempre pensó que lo haría con Tristán a su lado. Ese pensamiento le provoca un nudo en la garganta, pero no lo suficiente como para detenerla.

Moríns se acerca y le pregunta cuál canción quiere interpretar. Ella dice segura:
—“Historia de un amor”.

Moríns asiente y selecciona la canción. Un instante después, los primeros acordes comienzan a sonar, llenando el ambiente con una suave melancolía que parece envolver el lugar. Valentina siente cómo todos los ojos se posan en ella, pero cierra los suyos por un momento, buscando esa conexión interior que le permita olvidar la timidez y entregarse a la música.

La voz de Valentina, temblorosa al principio, comienza a fluir con suavidad, ganando fuerza a medida que las palabras toman forma. La canción le trae recuerdos vívidos: las tardes en casa de su abuela donde pasaba el tiempo con ella. Recuerda también a su familia, esa que ya no está, los momentos compartidos con David Tristán. Pensó en sus conversaciones, en las risas, en los silencios cómodos donde no hacían falta palabras, el beso; ese primer beso que la despertó y que ahora, no la deja vivir. Gracias a él siente tanto, pero tanto, que no sabe que hacer con tantas sensaciones. 

Mientras canta, siente una mezcla de emociones: nostalgia, amor, pérdida. Su voz, aunque no perfecta, se llena de un sentimiento tan genuino que el silencio entre los presentes se hace absoluto. 

—Es la historia de un amor… como no hay otro igual… —canta, con los ojos cerrados y el corazón expuesto.

La letra de la canción, que habla de un amor perdido, resuena en ella de manera profunda. No solo es una melodía, es un espejo de lo que ha sentido en su vida. La ausencia de quienes amó, las cosas que perdió y las promesas que nunca se cumplieron, todo se refleja en su voz. Valentina no canta para impresionar a los demás, canta para sí misma, para liberar todo aquello que lleva dentro y que ha mantenido en silencio durante tanto tiempo.

Cuando la canción termina, el último acorde se desvanece en el aire, dejando un momento de silencio que parece eterno. Valentina abre los ojos lentamente, encontrándose con las miradas sorprendidas y cálidas de quienes la rodean. No sabe qué esperar, pero antes de que pueda pensar demasiado, una ovación sincera se llena en 

—¡Eso fue increíble! —exclama Fátima, corriendo hacia ella para abrazarla—. Cantas con mucho sentimiento.

Valentina se siente abrumada, pero también extrañamente aliviada. Como si cantando hubiese sacado todo el sentimiento de lo que vivió hoy. Ya había vivido la decepción, pero la que sintió con David Tristán, esa jamás la olvidaría. 

—Si alguna vez te cansas de hacer proyectos medioambientales, podrías unirte a las noches de karaoke profesional de los Moríns —bromea el mismo Moríns mientras recibe el micrófono de Valentina.

—Lo pensaré —responde ella con una sonrisa tímida, todavía sintiendo el calor en sus mejillas por la vergüenza. 

El siguiente concursante se prepara para subir al pequeño escenario improvisado, y Valentina aprovecha el cambio de atención para despedirse discretamente. Le duele saber que ya no los verá, que en cuanto pase la inauguración de la Casa de la Música, ella se marchará de Madrid. Ha sido su plan desde el principio, un plan que le ha costado construir, pero del que ahora duda un poco más de lo que quisiera admitir.

Jon se acerca y le ofrece llevarla a casa.


—¿Te llevo? Está oscuro y… bueno, después de lo que cantaste, mereces un poco de compañía.

Valentina niega con un gesto suave, 

—Gracias, Jon, pero prefiero regresar sola… tengo maletas que hacer.

Jon asiente, respetando su decisión. No insiste, pero se queda viéndola con esa mirada comprensiva que le resulta extrañamente reconfortante.

—Si necesitas algo, solo avísame, ¿vale?

Ella le dedica una última sonrisa antes de girarse y caminar hacia la puerta. Cada paso se siente más pesado que el anterior, como si parte de ella quisiera quedarse un poco más, pero sabe que es hora de irse. Con una mano empuja la puerta y la abre, preparada para salir a la soledad de la noche.

Lo que no espera es lo que encuentra al otro lado.

Ahí, de pie, justo frente a la entrada, está David Tristán. Se ve ligeramente sorprendido, como si tampoco esperara encontrarse con ella. El corazón de Valentina se acelera al verlo, y durante un segundo, todo lo demás desaparece: la casa, el ruido del karaoke, incluso la despedida que acaba de hacer. Solo existe él.

—Tristán —pronuncia su nombre en un susurro, con una mezcla de ilusión y tristeza, como si no pudiera decidir si ese encuentro es un regalo o una herida más.

Él sonríe con sinceridad, una sonrisa que ilumina su rostro y que Valentina había echado de menos más de lo que estaba dispuesta a admitir. No dice nada, no hay necesidad. En lugar de hablar, da un paso hacia adelante, decidido, sin dudar un segundo más.

Antes de que Valentina pueda reaccionar, siente las manos de Tristán rodearla por la cintura, acercándola a él con suavidad pero con firmeza. Y entonces, él la besa.

6 Responses

  1. Quede asiii 😳 que emoción ❤️

    No nos dejes así Ana.. muero por saber que se dirán Trista y Ana Caro 🙈

  2. 😱😱😱😱😱 estos capitulos estan de infarto. Es real ese beso o lo esta soñando? Tristan la besa ahi en la casa de su familia? Ay Dios, mori. Y que lindo Jon ayudandola. Me da estres estar a ciegas con lo que le paso y que trama pero bue o, todo a su tiempo.

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