Querida Fátima,

Espero que al recibir esta carta te encuentres bien. Antes que nada, quiero disculparme por la cantidad de cartas que he enviado últimamente. Sé que debo parecer una montaña rusa de emociones, pero escribirte es lo único que me mantiene cuerda aquí. Gracias por leerme siempre, por contestar incluso cuando mis palabras no son las más claras. Esta vez, necesito contarte algo que no puedo callar.

Ha sucedido algo inesperado, algo que jamás imaginé que viviría en estas circunstancias. Fátima, estoy enamorada. Lo sé, puede sonar absurdo, incluso irreal, pero es la verdad. Me he enamorado de Nadir. Su nombre me parece una melodía cada vez que lo pienso, y sé que esto no debería estar pasando, pero no puedo evitarlo.

Al principio, él era solo el hijo mayor de Khalil, alguien que parecía tan frío y reservado como este lugar en el que me encuentro. Pero con el tiempo, descubrí una parte de él que no esperaba. Es sincero, directo y, de alguna manera, vulnerable. Con cada palabra que dice, con cada mirada, me hace sentir que realmente me ve, que soy más que “la Lafuente del medio,” más que un simple peón en este juego de alianzas.

Sé que esto es peligroso, que si alguien lo descubre, las consecuencias podrían ser terribles. Tengo miedo, Fátima. Miedo de lo que pueda suceder si esto sigue avanzando, miedo de que alguien lo descubra, pero también miedo de perder esta conexión que me hace sentir viva por primera vez en tanto tiempo. Nadir me confesó que siente algo por mí, algo que ni él mismo esperaba. Y yo… no pude negarlo. Por primera vez en mi vida, no quise ocultar lo que siento.

Estoy tan confundida, tan dividida entre lo que se espera de mí y lo que mi corazón me pide a gritos. Pero, Fátima, ¿no es este sentimiento lo que todos deseamos encontrar en algún momento? Ese amor que te llena, que te consume, que te hace querer más de lo que pensabas posible.

No sé qué hacer. Solo sé que necesitaba contártelo, porque siempre has sido mi guía, mi faro. ¿Estoy loca por permitir que esto avance? ¿Por sentir algo por alguien que, en teoría, debería estar fuera de mi alcance? Quiero que seas honesta conmigo, como siempre lo has sido.

Te extraño mucho, Fátima, pero ahora más que nunca desearía que estuvieras aquí para abrazarme y decirme que todo estará bien. No sé cómo terminar esta carta, porque siento que hay tanto más que necesito decirte. Pero por ahora, solo quiero que sepas que estoy pensando en ti, que eres mi refugio incluso desde lejos.

Con todo mi cariño,
Amira

***

AMIR 

—¡Despierta! —escucho la voz de mi madre, alta y cortante. Es el tipo de tono que usa cuando está furiosa, y sé que esta vez no es diferente—. ¡Qué te despiertes! ¡Tú también! —agrega, con aún más fuerza.

Abro los ojos, y el sol que entra por la ventana hace que la jaqueca de la borrachera sea insoportable. La luz golpea mis sentidos como una cruel venganza por los excesos de la noche anterior.

—Cierra las cortinas —le reclamo, intentando cubrirme el rostro con la almohada.

Pero mi madre no está para obedecer órdenes. En cambio, arranca la sábana que uso para protegerme de su mirada.

—¡¿Quién es ella?! ¡Cómo te atreves a traerla al hotel! —me grita, y ahora entiendo por qué está tan alterada.

Volteo y la veo. Una mujer rubia, evidentemente desnuda, se cubre con la sábana restante, con una expresión que mezcla incomodidad y vergüenza. El dolor de cabeza aumenta mientras trato de recordar quién es.

—Es… —balbuceo, completamente perdido. Solo tengo flashes de la noche anterior: el bar, las risas, los besos. No puedo recordar su nombre. Al final, me rindo y pregunto—: ¿Cómo te llamas, cariño?

La mirada de mi madre se endurece.

—¡Es el colmo, Amir! —exclama con furia—. ¡No entiendes, ¿cierto?! —me reclama mientras señala a la mujer—. ¡Tú! ¡Lárgate! ¡Y que nadie te vea!

La mujer asiente apresuradamente, vistiéndose con torpeza. Apenas cierra la puerta tras de sí, mi madre vuelve a la carga, jalando la colcha de algodón que uso para cubrirme.

—¡Qué demonios crees que haces! —me espeta.

—Divertirme —respondo, sin pensar, mi tono impregnado de desdén.

—¡¿Divertirte?! —grita, completamente fuera de sí—. ¡DIVERTIRTE! ¿Sabes cuánto esfuerzo hemos puesto en esta alianza? ¿Sabes cuánto arriesgas con este comportamiento?

Sus palabras no me afectan tanto como lo harían si no tuviera la cabeza retumbando. Me siento en la cama, apoyando los codos sobre las rodillas, tratando de procesar lo que dice.

—Madre, nadie se enterará. Fue una noche, ¿de acuerdo? No exageres.

Ella se cruza de brazos, mirándome como si estuviera a punto de explotar.

—Eso dices siempre, Amir. Pero tus “noches” están poniendo en riesgo todo lo que hemos trabajado. ¡Todo! ¿Sabes lo que dirían los Lafuente si se enteraran? Amira está aquí, ¿o ya se te olvidó? ¡Tu prometida está aquí, mientras tú traes mujeres al hotel como si fuera tu patio de recreo!

—Amira no tiene por qué saber nada —digo, con un intento de calma que no consigo sostener.

—¡Es tu prometida! ¡El respeto mínimo que merece es que no la humilles de esta manera! —grita, acercándose para mirarme directamente a los ojos—. No estás tomando nada de esto en serio, Amir. Nada.

—Porque no quiero esto, madre. ¡Nunca quise este compromiso! Amira no me importa.

—¡Pues debería importarte! —me interrumpe, su voz aún más firme—. Si no es por ella, hazlo por nosotros. Por esta familia. ¡No lo entiendes, Amir! Si fallas en esto, nos quedamos sin nada. ¿Eso es lo que quieres? ¿Te lo tengo que repetir? 

Sus palabras me golpean más fuerte que cualquier grito. Sé que tiene razón, pero no puedo admitirlo. No quiero.

—Dame un respiro, madre. Solo… déjame en paz por un momento, ¿sí?

Ella me mira, sus ojos llenos de decepción. No me cree, ya no me cree. Odio este sentimiento, este peso aplastante que parece caer siempre sobre mis hombros. Mi madre no entiende que, a veces, siento que estoy viviendo para cumplir con expectativas que nunca pedí.

—Nadir está aquí… —murmura, como si fuera una amenaza.

—¡Nadir, Nadir, Nadir! —repito con un tono lleno de sarcasmo—. Eso ya lo sé. ¿Qué más quieres decirme?

—Sabes que los hoteles son de él, ¡lo sabes! Su madre fue quien trajo la fortuna. ¡Él es el heredero legítimo! No hemos gasto el dinero por años, AÑOS. 

—Lo sé —respondo entre dientes, mi tono cansado—. Me lo repites todos los días desde que nací.

Ella da un paso hacia mí, sus ojos encendidos con una mezcla de frustración y determinación.

—Él tiene sus alianzas, nosotros las nuestras. Los Lafuente son la alianza más fuerte que tenemos. Y si Nadir decide hacer algo, puede convencer a Amira de no casarse contigo. ¡Esa niña puede que sea fea y plana, pero es millonaria! ¿Entiendes? ¡MILLONARIA!

—¡Basta, mamá! —grito, mi voz cargada de rabia y humillación.

Pero ella no se detiene.

—Tú y yo sabemos que no puedes encontrar otra alianza como esta. Tu padre lo consiguió comprando y cobrando favores, Amir. Nadie más te quiere. NADIE.

Sus palabras son como un látigo, cortantes y brutales. Intento no mostrarlo, pero el golpe emocional es profundo. No es la primera vez que me lo dice, pero cada vez duele igual.

—Gracias, mamá —digo con sarcasmo, intentando ocultar la mezcla de rabia y tristeza que siento—. Es bueno saber cuánto confías en mí.

Ella no responde de inmediato. Me observa por un momento, como si estuviera calculando si su punto ya ha sido claro. Finalmente, cruza los brazos y lanza su última advertencia:

—No se trata de confianza, Amir. Se trata de sobrevivir. Y si no haces lo que se espera de ti, nuestra familia no tendrá un futuro.

Cuando finalmente se marcha, cierro los ojos y dejo escapar un largo suspiro. Me siento como un muñeco en este juego de poder que nunca pedí jugar. Pero, a pesar de todo, sé que no tengo otra opción. En este mundo, nada importan, solo las alianzas.

—A veces quisiera no tener dinero, ni tener que hacer estas estúpidas alianzas —digo, con la voz llena de frustración y un toque de sinceridad que no puedo esconder.

Mi madre se ríe. Una carcajada fría, sarcástica, que me golpea como una burla directa.

—¿Y de qué vivirías? ¿De tus estudios? ¿De tu carrera? —pregunta, sus palabras cargadas de veneno—. Al menos Nadir fue a la universidad para estudiar administración, pero ¿tú? Con trabajos terminaste el bachillerato. No sabes hacer negocios. Solo te importa apostar. Dime, ¿de qué vivirías? ¡Dime!

La rabia me consume. Su desprecio, sus constantes comparaciones con Nadir, su manera de hacerme sentir menos… todo explota dentro de mí.

—Lo mismo puedo decir de ti —respondo, poniéndome de pie y enfrentándola por primera vez en años—. El dinero que tienes no te hace mejor que la primera esposa de mi padre. Eras la amante, una mujer de la calle que logró enamorar a un hombre como él. ¿De qué vivirías, madre? ¡Dime! ¿Regresarías a prostituirte?

El golpe es instantáneo. Su mano cruza mi rostro con tal fuerza que el sonido resuena en la habitación. Siento el ardor en mi mejilla y la sangre que comienza a correr por mi nariz. Pero no me muevo, no retrocedo. Solo la miro, con todo el rencor acumulado en mi interior.

—¡Vístete y baja para ver a Amira! —me ordena, su voz llena de rabia, pero también de algo más: desesperación—. ¡Sé el hombre que necesitas ser y cásate con ella!

Sin esperar mi respuesta, da media vuelta y sale de la habitación, cerrando la puerta de un portazo. El silencio que deja detrás es ensordecedor.

Me quedo ahí, de pie, el dolor físico en mi rostro eclipsado por la tormenta que siento dentro de mí. La sangre sigue goteando, pero no me importa. Lo que más duele no es el golpe, sino la verdad en sus palabras: no sé en quién me he convertido, no sé si mi madre me sigue amando como antes, no sé si pueda salir de esto. 

***

Bajo al comedor con el rostro caliente por la resaca, algo que, por suerte, oculta el ardor de la bofetada de mi madre. El eco de su mano aún vibra en mi mejilla, pero trato de no pensar en ello. Camino directo hacia el desayunador, donde la mesa está vacía. No hay rastro de Amira, lo que me deja con una extraña sensación de incomodidad.

—La señorita Lafuente salió del hotel después del desayuno —me informa un mesero al notar mi mirada inquisitiva—. ¿Quiere que le traiga algo antes de que cierre la cocina?

—No —respondo con tono brusco—. Sírveme un Bloody Mary y llévalo al jardín.

—Sí, joven Khalil —dice el mesero, inclinando la cabeza antes de marcharse.

Me aseguro de que nadie de mi familia esté en las cercanías antes de dirigirme al jardín. El aire fresco de la mañana golpea mi rostro, pero en lugar de sentir alivio, solo provoca que mi cabeza palpite con más fuerza. Cada paso bajo el sol es una tortura para mi jaqueca, y mi humor no mejora.

Encuentro refugio bajo la sombra de los árboles, lejos de las miradas inquisitivas de los huéspedes y del personal. Me dejo caer en una de las sillas de hierro, y mientras espero, saludo con una sonrisa débil a quienes pasan cerca de mí. No es más que una máscara. Por dentro, estoy irritado y cansado.

—Señor, aquí está su Bloody Mary —dice el mesero al llegar, colocando el vaso sobre la mesa con cuidado—. Además, tiene este mensaje que dejaron en la recepción.

—¿Mensaje? —pregunto, tomando un sorbo de la bebida mientras observo el sobre con curiosidad.

El mesero no responde. Simplemente se aleja, dejándome con el sabor salado del cóctel y la incógnita en mis manos. Abro el mensaje y leo las palabras escritas con una caligrafía apresurada:
“En la entrada que lleva a la playa… ¡Ahora!”

Doblo el papel, lo guardo en el bolsillo de mi pantalón y termino la bebida de un trago. Me pongo de pie, sacudiendo la pereza de mis movimientos, y me dirijo hacia la entrada de la playa, sintiendo un nudo formarse en mi estómago. El mensaje no dice mucho, pero tengo una idea de quién podría estar detrás de esto.

Justo al abrir la puerta que da al pasillo, una mano me toma del cuello de la camisa y me jala hacia una pequeña bodega al lado de la entrada. No necesito adivinar quién es; lo sé incluso antes de verle la cara.

—Amir, Amir, Amir… —pronuncia Faris Ben-Rahman con tono burlón mientras me sujeta con fuerza. Su sonrisa es peligrosa, y el brillo en sus ojos no augura nada bueno—. Qué gusto verte.

—Faris… —digo con calma, esforzándome por mantener el miedo fuera de mi voz.

—¿Dónde está mi dinero? —pregunta, y su tono se endurece. Sus hombres, ocultos en las sombras, comienzan a reírse entre dientes.

—Pronto… lo tendré —respondo, evitando mirar directamente a los ojos de los otros hombres.

Faris da un paso hacia mí, inclinándose lo suficiente para que pueda sentir su aliento.

—¿Pronto? —repite, con una sonrisa cargada de sarcasmo—. ¿Venderás joyas de tu madre de nuevo? ¿Aún le quedan algunas? 

La carcajada que sigue de parte de su grupo es como un cuchillo. La vergüenza y el odio se entremezclan dentro de mí, pero no puedo permitirme mostrar debilidad.

—Lo… lo resolveré —contesto. 

—Tienes hasta dentro de dos días. Si no tienes el dinero, te juro que las consecuencias serán peores… Amir. 

—Te prometo que tendrás el dinero —respondo. 

Sin decir más, da media vuelta y sale, seguido por sus hombres. El silencio de la bodega se vuelve opresivo.

Me paso una mano por el rostro, tratando de calmar los latidos acelerados de mi corazón. Las palabras de Faris resuenan en mi cabeza, recordándome que estoy más atrapado de lo que me gusta admitir. Tengo que encontrar una solución antes de que todo esto se salga de control.

—Piensa… piensa —murmuro para mí mismo, tratando de idear un plan. Al final, sonrío, quiera o no, la respuesta es Amira. 

4 Responses

  1. Ay papá Dios! Que se le habrá ocurrido hacer con Amira?? No puede adelantar su boda, dos días es muy poco, además eso hará que Nadir se vuelva loco. Por otro lado, el desembolso del dinero pactado es cuando tengan un hijo! 😱
    Lo siento Amir, las circunstancias y el egoísmo de tu madre te convirtieron en lo que eres, pero eso no justifica tu actitud con Amira, ella sólo está allí por cumplir con un deber. No te ensañes con ella. 🙏🏼

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