David se encuentra a una cuadra de la casa de sus suegros, sentado en su auto, con las luces apagadas. Llevaba horas ahí, esperando a Ana Carolina como solía hacerlo al inicio de su relación. A pesar de que eran amigos, y que solían salir juntos, cuando iniciaron su relación ella le pedía que la esperara lejos de la casa de sus padres, ya que quería disfrutar más la relación antes de que ellos se enteraran. Al inicio, no lo comprendió, pero cuando la relación se hizo oficial, supo a qué se refería.

Ana Carolina había crecido en un ambiente lleno de expectativas, reglas estrictas y juicios constantes. Cada movimiento que hacía era observado, cada decisión cuestionada, como si llevar el apellido de su familia implicara vivir bajo un escrutinio constante. David lo entendió desde el inicio y lo aceptó, porque desde el primer momento en que estuvo con ella, supo que valía la pena. Por eso ahora, tantos años después, estaba ahí, esperando, igual que en aquellos días en los que apenas comenzaban a descubrirse como pareja.

La diferencia era que esta vez, David no esperaba para llevarla a una cita ni para compartir un tiempo a escondidas. Esta vez, esperaba con el peso de una relación desgastada sobre sus hombros, una relación que estaba en un punto crítico, y que quizás solo se mantenía unida por los recuerdos de aquellos tiempos felices. David se siente como si estuviera atrapado en un ciclo, una mezcla de amor, costumbre y miedo a perderla. Sin embargo, hoy es el día en que va a romperlo, porque ella no se lo merece, Valentina no se lo merece, y él tampoco.

El reloj del tablero marca las ocho de la noche. La calle está casi desierta, y las luces de las casas cercanas parpadean en la distancia. Mira el asiento del copiloto, donde solía dejar una flor o algún detalle para sorprenderla cuando subía al auto. Recuerda cómo Ana Carolina siempre sonreía al verlo, aunque hoy no sabe si lo hará.

—Carito, no sé cómo decirte esto… No. Cari, hay algo importante que debo decirte… —repite en voz baja, como si al decirlo en distintos tonos y formas las palabras fueran a doler menos.

Ha pasado parte de la tarde escribiendo y reformulando su discurso, buscando el modo menos cruel de pronunciar aquello que sabe que la destrozará. Pero, por más que lo intenta, no logra sentirse menos miserable.

La tarde ha sido un caos emocional. Cada vez que piensa en el momento en que tendrá que enfrentarla, un nudo se forma en su estómago, y su mente se llena de recuerdos: las risas, las noches en que se quedaban despiertos hasta tarde hablando de todo y de nada, los pequeños gestos cotidianos que alguna vez lo hicieron sentir pleno. Y ahora, va a ser el responsable de romper todo eso.

David no es bueno mintiendo, nunca lo ha sido. Las “mentiras piadosas” no son su estilo; siempre ha creído que la verdad, por dura que sea, es mejor que engañar a alguien a quien amas. Pero esta vez, decir la verdad le parece un acto de brutalidad, como si cada palabra que está a punto de pronunciar fuera un cuchillo directo al corazón de Ana Carolina.

Cierra los ojos por un momento, apoyando la cabeza en el volante del auto, tratando de encontrar el valor que le falta. Inhala profundamente, pero el aire apenas parece llenar sus pulmones. Es extraño cómo, a pesar de estar seguro de sus sentimientos, se siente como si estuviera a punto de cometer un error del que jamás podrá recuperarse.

—Caro… —practica de nuevo, con la voz cargada de una mezcla de culpa y tristeza—, me he enamorado de otra mujer.

La frase sale en un susurro, como si decirlo en voz alta le diera más peso a esa verdad que lo atormenta. Se queda en silencio unos segundos, escuchando el eco de sus propias palabras en su mente. No suenan mejor, ni más suaves, ni menos crueles. Pero son ciertas. Y, al final, solo le queda eso: la verdad, cruda y desgarradora.

De pronto, la camioneta de Ana Carolina se refleja en el espejo retrovisor, iluminando por un instante el interior oscuro del auto de David. Sabe que ya no tiene tiempo para practicar ni para seguir formulando las palabras perfectas. Es momento de decir la verdad, por más difícil que sea. Siente el corazón latirle con fuerza, como si quisiera salir de su pecho. Todo lo que ha ensayado durante horas está a punto de ponerse a prueba.

La camioneta se detiene justo detrás de su auto, y unos segundos después, Ana Carolina baja apresurada, su figura esbelta envuelta en el abrigo largo que siempre usa en invierno. Camina con paso firme, decidida, como si intuyera que algo importante está a punto de suceder. La camioneta se aleja lentamente, dejándolos a solas en la penumbra de la calle.

Ana Carolina abre la puerta del auto y se sienta a su lado, cerrando de un golpe suave. Un leve aroma a su perfume llena el espacio, un olor familiar que a David le trae de golpe una cascada de recuerdos. Ella lo mira, curiosa, con una leve sonrisa en los labios, pero con el ceño ligeramente fruncido.

—David —pronuncia su nombre, su voz suave pero directa—. ¿Qué haces aquí?

Él intenta relajarse, busca un respiro en medio de la tensión que siente. Sonríe de medio lado, recurriendo a la broma que ha pensado como una forma de romper el hielo.

—Llevo tiempo esperándote. Tu papá salió dos veces y tuve que esconderme debajo del asiento —bromea, arrancando una pequeña risa de Ana Carolina, esa que siempre le ha gustado.

Ana Carolina lo observa en silencio, percibiendo que hay algo más detrás de aquella broma. Sus ojos buscan los de él, y por un momento, el aire dentro del auto se siente denso, cargado de una tensión que ambos pueden percibir.

—¿Vamos a Koffee? Necesito hablar contigo —le pide David, intentando mantener un tono sereno.

Ana Carolina lo mira un instante más, evaluando sus palabras, y luego asiente con la cabeza.

—Vamos —dice simplemente, con un suspiro que denota cierta resignación.

David enciende el motor y comienza a conducir en dirección a la cafetería. Durante el trayecto, el silencio se instala entre ellos, pero no es incómodo. Es un silencio expectante, lleno de preguntas sin respuesta. David sabe que esa calma aparente no durará mucho, que en cuanto lleguen, tendrá que enfrentarla y decirle todo. Lo que no sabe es que ahí le espera una sorpresa. 

Koffee es una pequeña cafetería ubicada en una esquina discreta del barrio, un lugar que solían frecuentar al inicio de su relación. Es su refugio, un sitio donde pueden ser simplemente ellos; dos personas normales que no tienen apellidos conocidos. Al llegar, David estaciona el auto y ambos bajan en silencio.

Entran y eligen una mesa junto a la ventana. La cafetería está casi vacía, lo que les da la intimidad que David necesita para lo que está a punto de decir. Un camarero se acerca y toma sus órdenes: un café negro para él y un capuchino para Ana Carolina, su favorito.

—Tu padre te mataría si sabe que pediste un capuchino a esta hora —comenta David, entre risas ligeras.

—Supongo que me arriesgaré —responde ella, en el mismo tono, mientras se acomoda en la silla y cruza las piernas.

La pequeña broma logra relajar un poco el ambiente, pero solo por un momento. El silencio vuelve a caer entre ellos mientras esperan el café. David juguetea nerviosamente con la servilleta, doblándola una y otra vez, como si ese gesto pudiera ayudarlo a encontrar las palabras que lleva horas practicando. Ana Carolina, por su parte, lo observa en silencio. Hay en su mirada una mezcla de curiosidad y preocupación, como si pudiera intuir que algo importante está a punto de suceder.

David la observa detenidamente. Ahí está, Ana Carolina Santander, la mujer ideal para muchos. Inteligente, hermosa, de gran corazón y graciosa. La mujer que quiere, su mejor amiga… pero también la mujer a la que va a herir. Se siente como un traidor, como si estuviera a punto de destruir algo precioso e irremplazable. Sin embargo, sabe que no puede seguir escondiendo lo que siente. No sería justo para ninguno de los dos.

El camarero regresa con las bebidas, interrumpiendo sus pensamientos. Coloca el café negro frente a David y el capuchino frente a Ana Carolina, quien le dedica una sonrisa agradecida antes de tomar un sorbo.

Solo dile, piensa, mientras el aroma del café recién molido le invade los sentidos. David siente un nudo formarse en su garganta. Este es el momento, lo sabe. No hay marcha atrás. Respira hondo y deja la servilleta a un lado, decidido a enfrentar lo inevitable.

—Caro… —David comienza a hablar, su voz cargada de tensión, pero no logra terminar la frase.

—David —lo interrumpe Ana Carolina con rapidez, antes de que él pueda continuar—. No me puedo casar contigo.

Él se queda en completo silencio, con los ojos abiertos, incapaz de procesar lo que acaba de escuchar. La sorpresa se dibuja en su rostro, reflejando una mezcla de incredulidad y desconcierto. Por un momento, se pregunta si ha entendido mal, si su mente le está jugando una mala pasada.

—¿Cómo? —pregunta, necesitando asegurarse de que no lo está imaginando. Siente que el aire a su alrededor se vuelve más pesado, como si el mundo hubiera cambiado de golpe y él no pudiera seguir el ritmo.

Ana Carolina respira profundamente, intentando calmarse. La frase le salió demasiado rápido, como si decirlo de golpe fuera a hacer que doliera menos. Pero ahora, al ver la expresión de David, sabe que no hay forma indolora de decir lo que está a punto de repetir.

—No me puedo casar contigo… —repite con más calma, aunque su voz tiembla ligeramente al final. 

Ella saca el anillo de compromiso de su bolsa y lo pone suavemente sobre la mesa. La luz tenue de la cafetería ilumina el diamante, que refleja pequeños destellos, casi como si aún se resistiera a perder su significado. Ana Carolina lo observa por un instante, con una mezcla de tristeza y determinación en el rostro. Luego, levanta la mirada y fija sus ojos en David.

—Tú me enseñaste a ser fiel a lo que creo, a lo que amo. Y yo… —hace una pausa, respirando hondo, como si necesitara reunir el último fragmento de valor que le queda—. Estoy enamorada de otra persona.

El peso de sus palabras cae entre ellos como una losa. David se queda inmóvil, con los ojos abiertos, sorprendido. No esperaba esto, no de esta manera, no ahora. Siente que el aire se vuelve más denso, que el mundo entero se detiene por un instante. Antes de que pueda reaccionar, su cuerpo lo traiciona y, de un salto, se pone de pie. Lo hace tan rápido que parece que va a salir corriendo de ahí, incapaz de enfrentar lo que acaba de escuchar.

Pero no lo hace. En cambio, extiende una mano, toma a Ana Carolina con suavidad y la ayuda a levantarse. No dice nada. Las palabras sobran cuando el corazón habla más fuerte. La envuelve en un abrazo, uno de esos que alivian, que reconfortan, que salvan. Ana Carolina siente la calidez de sus brazos y, por un instante, todo el dolor, la angustia y la incertidumbre se desvanecen. Es un abrazo sincero, un gesto que dice más de lo que cualquier palabra podría expresar.

—¿Venías a decirme lo mismo, cierto? —pregunta ella en un susurro, sin apartarse de él, sintiendo la firmeza de sus brazos que, de alguna manera, aún logran hacerla sentir segura.

David cierra los ojos un momento, dejando que el alivio lo inunde. No esperaba que el final de su relación llegara así, pero, de alguna manera, Ana Carolina ha hecho todo más fácil, más llevadero. Abre los ojos y asiente lentamente.

—Es Valentina… —admite, con la voz cargada de alivio y sinceridad.

Ana Carolina sonríe levemente, aunque sus ojos brillan con lágrimas contenidas. No es un final feliz, pero tampoco es un final amargo. Es un cierre necesario, uno en el que ambos han decidido ser honestos consigo mismos y con el otro.

—Lo sospechaba —comenta ella, con una serenidad que desarma a David.

Se separan lentamente, y por un instante, sus miradas se cruzan en un silencio que lo dice todo. No hay reproches, no hay gritos, solo una comprensión mutua y dolorosa de que algo que alguna vez fue hermoso ha llegado a su fin.

—Yo… es que esto no debió ser así —comenta David, tratando de encontrar las palabras adecuadas, aunque sabe que nada puede cambiar lo que está sucediendo—. Se supone que me casaría con mi mejor amiga. Tú eres mi mejor amiga, el amor de mi vida.

Ana Carolina sonríe, pero es una sonrisa suave, melancólica, cargada de aceptación. Se permite unos segundos antes de responder, queriendo elegir bien lo que va a decir, porque sabe que estas palabras serán importantes, quizás incluso liberadoras.

—Que sea tu mejor amiga no significa que sea el amor de tu vida —dice, con voz serena, aunque sus ojos reflejan una tristeza contenida—. Tal vez sí soy tu amor, pero uno diferente.

David la observa en silencio, asimilando esas palabras. En el fondo, sabe que Ana Carolina tiene razón. La ha amado, sí, pero ese amor ha cambiado con el tiempo. Lo que antes era pasión, un vínculo profundo e inquebrantable, ahora se ha transformado en un cariño genuino, un lazo que, aunque fuerte, ya no es suficiente para sostener lo que tenían.

Ambos se sientan de nuevo en la mesa, el anillo de compromiso aún está ahí, entre ellos, como un símbolo del camino que ya no recorrerán juntos. David lo observa unos segundos, preguntándose en qué momento todo cambió, cuándo dejó de ver a Ana Carolina como la mujer con la que quería pasar el resto de su vida y empezó a sentir algo por Valentina.

—Es extraño… —dice finalmente David, rompiendo el silencio—. Pasé tanto tiempo pensando que tú eras el final perfecto de mi historia, y ahora, sentado aquí, me doy cuenta de que eso no significa que haya sido un error.

Ana Carolina asiente, comprendiendo exactamente a qué se refiere.

—No fue un error, David. Nos quisimos de verdad. Construimos algo bonito, algo que nos ayudó a ser quienes somos hoy. Pero no todo amor está destinado a durar para siempre… y está bien.

—Lo dices muy tranquila —comenta David, alzando una ceja, con una mezcla de incredulidad y diversión—. ¿Quién es el afortunado? Dime que es uno de los Robledo-Sanz.

Ana Carolina niega con una leve sonrisa. Sabe que David está intentando hacerla reír, como siempre lo ha hecho en los momentos difíciles, pero esta vez no es tan sencillo.

—Se llama Dante Carabali. Es arquitecto. No es lo ideal para mis padres, con eso te digo todo —responde, mientras juguetea con la taza de capuchino entre sus manos.

David ladea la cabeza, sorprendido por la mención del nombre. No conoce a Dante, pero por la expresión de Ana Carolina y el tono de su voz, intuye que no es el tipo de hombre que su familia aceptaría fácilmente. Conoce bien a los Santander, sabe lo exigentes que son y cómo siempre han esperado que Ana Carolina mantenga cierto estatus en todo lo que hace, incluidas sus relaciones.

—¿No es lo ideal porque no pertenece a una familia de renombre o porque tiene un carácter fuerte? —pregunta David, curioso.

Ana Carolina suelta una pequeña risa, aunque hay un dejo de tristeza en ella.

—Ambas cosas, creo. Dante es… diferente. Es apasionado, impulsivo, no le importa lo que los demás piensen. Me hace sentir viva, como si aún tuviera cosas por descubrir, como si el mundo fuera más grande de lo que creía.

David la escucha en silencio, dejando que cada palabra resuene en su mente. Es irónico, porque justo eso es lo que Valentina le hace sentir: emoción, incertidumbre, la sensación de que hay más por explorar en la vida. La diferencia es que Ana Carolina ha sido valiente y ha decidido enfrentar lo que siente, mientras él aún lidia con el miedo y la inseguridad. Sin pensarlo demasiado, con un gesto cargado de ternura, toma la mano de Ana Carolina entre las suyas, ofreciéndole un apoyo silencioso pero firme.

—Sabes que tienes mi apoyo, ¿cierto? —dice con suavidad, mirándola a los ojos.

—Lo sé —contesta ella, esbozando una pequeña sonrisa. Suspira profundo, dejando escapar parte de la tensión que había acumulado durante el día—. Pensé que esto sería más difícil.

—Igual yo… —admite David, esbozando una sonrisa ligera—. Pero, como siempre, no es así. Todo siempre es fácil contigo, Carito.

Carito. Así la llama cuando quiere recordarle que la quiere, cuando busca transmitirle ese cariño especial que siempre han compartido. Y, ¿por qué no habría de hacerlo? Si antes de ser novios fueron mejores amigos, y, a pesar de todo, aún lo son. No importa lo que pase a partir de ahora, ese lazo no se romperá.

Ana Carolina sonríe ante el apodo, sintiéndose, por un instante, en paz. Sabe que no todo será fácil, que enfrentar a su familia será complicado, pero tener el apoyo de David hace que todo parezca un poco más llevadero.

—No le diremos esto a mis padres hasta que pase la boda de Lila y Alegra, ¿te parece? —propone, volviendo a jugar con la taza entre sus manos—. No quiero escándalos que puedan arruinar el día.

—No te preocupes, todo bien… —responde David, con una calma aparente.

Sin embargo, baja la mirada, y Ana Carolina, que lo conoce mejor que nadie, percibe de inmediato que algo no está del todo bien. Hay una sombra en sus ojos, una inquietud que no logra disimular.

—¿Tienes miedo, cierto? —le pregunta con suavidad, ladeando la cabeza para observarlo mejor.

David levanta la mirada, sorprendido por lo fácil que ella puede leerlo, como si tuviera acceso directo a sus pensamientos. No responde de inmediato, pero finalmente asiente, dejando salir un suspiro que parece llevar consigo parte del peso que carga.

—Es tonto, porque tú no tienes nada que perder y yo, al hacer conocido mi amor por Dante, puedo perderlo todo —añade Ana Carolina, intentando restarle importancia a su propio temor.

David niega suavemente con la cabeza.

—No es tonto, Caro. Tengo miedo de perderme… —admite en un susurro—. Valentina está igual de perdida que yo. Tú al menos tienes un camino, ella lo descubre mientras camina. Y eso me encanta, me fascina… pero también me asusta. Es empezar desde cero, es descubrir quién es… Es… contigo al menos era algo seguro.

Ana Carolina lo escucha con atención, sintiendo la sinceridad y el temor en cada palabra. Sabe que David no está acostumbrado a la incertidumbre, que siempre ha buscado la estabilidad y el control en su vida. Pero también sabe que, a veces, la seguridad no es suficiente para ser feliz.

—La seguridad no lo es todo, Tristán —responde con firmeza, usando el nombre que solía darle cuando hablaban de cosas importantes—. La seguridad te da paz, sí, pero también puede encadenarte. Valentina te hace sentir vivo, te hace preguntarte cosas, te desafía… Eso es lo que necesitas ahora. Y créeme, es mejor lanzarse al vacío que quedarse en un lugar solo porque es cómodo.

David asimila sus palabras en silencio. Sabe que Ana Carolina tiene razón, pero aceptar esa verdad no lo hace menos aterrador. Mirar hacia el futuro y ver un camino incierto es algo que siempre lo ha puesto nervioso, pero, al mismo tiempo, siente una extraña emoción al pensar en lo que podría encontrar si se atreve a seguir adelante con Valentina.

—¿Y si no funciona? —pregunta finalmente, dejando que el miedo se asome en su voz.

Ana Carolina le aprieta suavemente la mano, ofreciéndole el mismo consuelo que él le dio antes.

—Entonces habrás vivido, David. Y si no funciona, aprenderás, crecerás… Pero no puedes quedarte donde estás solo por miedo a fallar. La vida es así, impredecible, y eso es lo que la hace emocionante.

David la mira y, por primera vez en mucho tiempo, siente que puede ver con más claridad. Ana Carolina siempre ha sido valiente, y, de algún modo, le está mostrando que él también puede serlo. Puede arriesgarse, puede empezar desde cero, porque el miedo no debería ser lo que lo detenga.

—Gracias, Caro —dice finalmente, con una sonrisa sincera—. No sé si estoy listo, pero al menos sé que quiero intentarlo.

—Eso es lo importante —responde ella, devolviéndole la sonrisa—. No se trata de estar listo, se trata de querer hacerlo. Y tú quieres, eso es suficiente.

David asiente, una leve sonrisa asomándose en sus labios.

—Soy afortunado de tenerte… recuérdalo siempre.

—Lo sé… soy una Santander —bromea Ana Carolina, guiñandole un ojo.

David suelta una risa ligera. Ese humor descarado y seguro es una de las cosas que siempre ha admirado de ella. Ana Carolina lo observa con una expresión serena, como si, a pesar de todo, realmente creyera que él será capaz de enfrentar lo que viene.

—Lo harás bien, David Tristán, solo debes tener más confianza en ti mismo, confiar en tu instinto. En tu corazón. ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando quise estudiar psicología? —pregunta ella, inclinándose levemente hacia él.

David la mira unos segundos, buscando en su memoria, hasta que la frase vuelve a él, con la misma claridad que cuando la pronunció años atrás.

—El corazón siempre sabe el camino, aunque la mente dude en cada paso…

—Eso… —afirma Ana Carolina, con una sonrisa cálida—. Así que sigue tu propio consejo.

David ríe suavemente, encogiéndose de hombros.

—Fue frase de mi abuela Fátima, pero bueno… ya que no está aquí —dice entre risas.

—Sea como sea… hazlo —insiste Ana Carolina, con una mirada seria y firme—. Valentina puede que sea taciturna, algo tímida y misteriosa, pero escucha tu nombre y la mirada se le ilumina. Está loca por ti… dale la oportunidad de enloquecer.

David siente cómo sus mejillas se sonrojan ligeramente ante las palabras de Ana Carolina. 

—Basta… —murmura, con una sonrisa avergonzada, mientras juega nerviosamente con el asa de su taza—. Ahora, tomemos café, cuéntame más sobre Dante —le pide, cambiando de tema, aunque su rostro aún lo delata.

Ana Carolina suelta una carcajada ligera, disfrutando de la reacción de David. Y, como siempre han hecho, vuelven a ser simplemente ellos: dos mejores amigos. 

2 Responses

  1. Siiiiii x fin. No lo puedo creer. Que emoción. Y muy valientes. Ahora lo qie se les viene encima. 🙏🏻🙏🏻🙏🏻🙏🏻🫣🫣🫣🫣

  2. 🥰 me encanta! Ahora sí es el momento de Valentina… 😍

    David y Ana Caro son una bella pareja, aunque ahora sean amigos otra vez, el cariño siempre estará presente entre ellos 🫶🏼

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *