El aire es denso y sofocante. El bosque entero está envuelto en una oscuridad espesa, rota solo por los destellos de luz que emergen con cada detonación. El eco de los disparos retumba entre los árboles, rebotando de un lado a otro como un trueno interminable. Valentina corre, pero sus pies apenas parecen tocar el suelo. Siente que se hunde en la tierra húmeda, que el bosque la atrapa, que el miedo la aprisiona.
⎯¡Mamá! ¡Papá! ⎯grita, pero su voz se pierde entre el estruendo de las balas.
No puede escucharse a sí misma. El rugido de la violencia lo consume todo. Las sombras a su alrededor se alargan y retuercen, como si el mismo bosque se plegara en su contra.
⎯¡Itza! ¡Sofi! ¡Mateo! ¡Martín! ⎯susurra, pero sus palabras son tragadas por la noche.
El olor a pólvora se mezcla con otro más fuerte, más cruel: humo. El hedor de la madera ardiendo se cuela en sus pulmones, abrasando su garganta. Sus ojos se abren de golpe cuando la ve. La casa. Su hogar.
Está envuelta en llamas.
⎯¡No, no, no! ⎯corre hacia la entrada, pero el calor la golpea como una barrera invisible⎯. ¡Papá! ¡Mamá! ¡Itza! ¡Sofi! ¡Mateo! ¡Martín!
Las llamas rugen con fuerza, como si respondieran a su desesperación, como si se burlaran de su impotencia. El fuego devora las paredes, el techo, todo lo que alguna vez fue su vida. Quiere entrar, necesita entrar. No puede dejarlos.
Pero algo la retiene.
Unas manos firmes la sujetan por el brazo. No las reconoce.
⎯¡No! ¡Déjame! ⎯grita, forcejeando, pero el agarre no cede.
⎯¡Vámonos! ¡Te salvaste, tenemos que irnos! ⎯la voz es fuerte, insistente.
Pero ella no puede moverse. Sus piernas se convierten en raíces que la atan al suelo.
⎯¡No! ¡Papá! ¡Mamá! ¡Mis hermanos! ⎯intenta zafarse, pero la fuerza de la otra persona la arrastra hacia atrás.
⎯¡Valentina, vámonos! ¡No hay tiempo! ⎯insiste la voz, pero ella no escucha, no puede hacerlo.
El fuego se alza como una muralla, el resplandor naranja reflejándose en su piel, en sus ojos llenos de terror. Todo se vuelve humo, gritos ahogados y calor abrasador.
⎯¡No! ¡Suéltame! ¡Déjame ir! ⎯patalea, lucha con todas sus fuerzas, pero el bosque se pliega a su alrededor, tragándola.
⎯¡No! ¡No! ¡No! ⎯grita.
Y entonces despierta.
⎯¡NO! ⎯grita Valentina mientras se despierta de golpe, con el corazón agitado y la boca seca.
La habitación está en penumbras, iluminada solo por la luz tenue que se cuela a través de las cortinas. Valentina se incorpora de golpe, su respiración agitada, su cuerpo temblando de terror. Su pecho sube y baja descontroladamente, como si acabara de correr kilómetros en medio de la pesadilla que aún se aferra a su mente. Su garganta está seca, su piel cubierta de una fina capa de sudor frío.
El eco de los disparos aún resuena en sus oídos. Su cuerpo entero vibra con la intensidad del sueño. Siente el olor a humo, el calor abrasador de las llamas devorando su hogar, la desesperación de sus gritos ahogados por el estruendo de las balas. Los nombres de su familia siguen enredados en su lengua, como si al pronunciarlos de nuevo pudiera traerlos de vuelta.
Se lleva las manos al rostro, tratando de calmarse, tratando de recordar dónde está. La pesadilla ha sido tan vívida, tan real, que aún siente la presión de la mano que en su sueño intentaba arrastrarla lejos de la tragedia.
Pero no está en el bosque. No está corriendo entre los árboles, ni inhalando el humo espeso que quema sus pulmones. Está en la habitación de Tristán.
El movimiento repentino lo despierta. De inmediato, gira hacia ella.
⎯¿Valentina? ⎯pregunta con voz grave, aún cargada de sueño.
Ella no puede contestar. Su respiración sigue entrecortada, su mente atrapada entre la realidad y el pasado. Tristán nota su estado, la forma en que su pecho sube y baja de manera errática, la manera en que sus manos aprietan las sábanas con fuerza, como si intentara anclarse a algo tangible.
⎯Hey… hey… mírame ⎯dice con suavidad, incorporándose hasta quedar frente a ella.
Valentina parpadea varias veces, tratando de enfocar su mirada en él. Su corazón late con tanta fuerza que le cuesta respirar. Sus labios tiemblan.
⎯Era un sueño ⎯susurra Tristán, acariciando su mejilla con ternura⎯. Solo un sueño.
Pero para ella, no lo es.
Niega con la cabeza, sin poder contener las lágrimas que comienzan a rodar por su rostro.
⎯No fue solo un sueño… ⎯su voz sale entrecortada, apenas un hilo de sonido⎯. Fue un recuerdo.
Tristán siente su pecho apretarse. Sabe que Valentina tiene un pasado doloroso, pero nunca la ha visto así. Vulnerable, aterrada, atrapada en el peso de un trauma que aún la persigue en las sombras de la noche.
Con cuidado, sin apresurarla, la rodea con sus brazos y la acerca a él. Ella se deja envolver en su calidez, sintiendo cómo su corazón sigue latiendo con fuerza contra el pecho de Tristán. Sus manos temblorosas se aferran a su espalda, como si temiera que si lo suelta, el fuego, los disparos y el horror volverán a devorarla.
⎯Estoy aquí ⎯le susurra Tristán, besando su sien con infinita ternura⎯. No estás sola.
Valentina cierra los ojos, permitiéndose respirar en el refugio de sus brazos. Su cuerpo sigue temblando, pero el calor de Tristán la ayuda a anclarse al presente, a alejarse de la pesadilla.
⎯Necesito agua… ⎯murmura.
⎯Espera… te traeré un poco.
Tristán le da un beso sobre la frente y después se pone de pie. De pronto, la imagen de él caminando en bóxers y con el torso desnudo por la habitación la distrae un poco, pero no lo suficiente para evitar que el pánico siga instalado en su cuerpo. Su pecho sube y baja con agitación mientras intenta recuperar el aliento. La sensación de fuego aún arde en su piel, aunque sabe que solo es un eco del recuerdo.
Él regresa con el vaso de agua en la mano y se sienta a su lado.
⎯Toma un sorbo ⎯le dice con suavidad.
Ella recibe el vaso, pero sus manos continúan temblando. Tristán lo nota y, sin decir nada, coloca sus manos sobre las de ella para ayudarlas a mantenerse firmes. La observa mientras bebe, asegurándose de que no se atragante.
⎯¿Mejor?
Valentina asiente débilmente, pero su mirada sigue perdida en algún punto de la habitación.
⎯Sí… pero necesito aire ⎯murmura⎯. Llévame a un lugar abierto.
Tristán gira la cabeza hacia el reloj pegado a la pared y nota que está a punto de amanecer. Un tenue resplandor comienza a filtrarse por la ventana, anunciando la llegada de un nuevo día.
⎯Vamos ⎯dice, poniéndose de pie⎯. Te llevaré a un lugar bonito.
Valentina lo mira, dudando por un segundo, pero la necesidad de salir de esa habitación, de despejar su mente y alejarse de los fantasmas que aún la persiguen, es más fuerte. Tristán le tiende la mano y ella la toma, sintiendo el calor reconfortante de su piel.
Después de vestirse, ambos salen del piso y suben al auto de Tristán. Valentina se siente débil, con muchas ganas de llorar, y aunque trata de aguantar, no puede; unas lágrimas escapan de sus ojos sin que pueda controlarlas. Se siente pequeña, como si el mundo fuera demasiado grande y ella apenas pudiera sostenerse en él. Tiene un dolor punzante en el pecho, una opresión insoportable que la hace respirar con dificultad. Su cuerpo se siente agotado, tembloroso, como si no hubiese comido en días. Vulnerable. Rota.
Tristán la ve de reojo mientras conduce, pero no dice nada. Sabe que este no es un momento para llenar el silencio con palabras vacías. Su primo Daniel ha tenido episodios similares y ha aprendido que, a veces, lo mejor que se puede hacer es simplemente estar presente, dar espacio y tiempo.
Después de unos minutos de conducción en silencio, el auto se detiene en un hermoso parque, el Parque del Cerro del Tío Pío. Es un lugar tranquilo, con una de las vistas más hermosas de Madrid, un sitio frecuentado por locales que buscan un respiro de la rutina y que, para Tristán, es parte de algunos capítulos importantes en la historia de su familia.
Antes de abrir la puerta, voltea a ver a Valentina. En todo el tiempo que lleva con ella, jamás la había visto de esta manera. Siempre la ha conocido como alguien fuerte, con una resistencia silenciosa que esconde más de lo que muestra. Pero ahora, la fragilidad en sus ojos le duele más de lo que está dispuesto a admitir.
⎯¿Lista? ⎯pregunta en voz baja.
Valentina asiente, limpiando con rapidez las lágrimas de su rostro.
⎯Sí ⎯responde, estirando la mano hacia la manija de la puerta.
Pero Tristán se lo impide, colocando suavemente su mano sobre la de ella.
⎯Yo lo hago ⎯le dice con firmeza.
Sin esperar respuesta, sale del auto y rodea el vehículo hasta su lado. Le abre la puerta y le tiende la mano para ayudarla a salir, como si supiera que ella necesita un ancla, algo que la sostenga en este momento. Valentina lo mira por un instante, como si quisiera decir algo, pero solo entrelaza sus dedos con los de él y sale del auto.
La brisa matutina le acaricia el rostro y el aire fresco parece aliviar un poco la opresión en su pecho. A su alrededor, el parque está en calma. Solo unas cuantas personas pasean por los senderos, algunos con sus perros, otros simplemente disfrutando del amanecer. El cielo aún conserva los tonos suaves del alba, con pinceladas de rosa y dorado que iluminan la ciudad a lo lejos.
Tristán no la suelta. La lleva de la mano por un camino de tierra que sube hasta una colina desde donde se puede ver todo Madrid. Caminan en silencio, sin prisa. Cada paso parece ayudar a Valentina a respirar mejor, a sentir que no está atrapada en su pesadilla.
Cuando llegan a la cima, Tristán la suelta solo para sentarse en el césped, inclinándose hacia atrás con los brazos apoyados sobre el suelo.
⎯Ven, siéntate conmigo ⎯le dice, con una suavidad que derrite las barreras que aún quedan en ella.
Valentina se sienta junto a Tristán, doblando las piernas contra su pecho y abrazándolas. Su mirada se pierde en el horizonte, en la inmensidad de la ciudad que se extiende ante ellos. Tristán la observa de reojo, dándole su espacio, sin presionarla.
⎯A veces siento que me volveré loca, ¿sabes? ⎯su voz es apenas un susurro.
⎯Me lo imagino ⎯responde Tristán con suavidad.
⎯Estoy tan harta de no poder descansar, de no poder dormir desde hace tantos años… Estoy cansada de las pesadillas. Cansada de pensar que debí haber muerto con ellos. Debí entrar en la casa en llamas, debí morir a su lado…
Tristán se tensa. Las palabras de Valentina lo dejan sin aliento. ¿Morir? ¿Llamas? ¿Ellos?
⎯Vale… cariño, no… ⎯intenta detenerla, hacerle saber que no entiende del todo lo que dice, pero Valentina ya ha tomado la decisión de hablar.
⎯Si te cuento, pensarás que estoy loca. Tal vez, después de esto, ya no quieras a alguien como yo en tu vida.
Tristán la abraza con fuerza. Ella recarga la cabeza sobre su hombro y suspira.
⎯Pruébame ⎯le dice en voz baja.
Valentina se queda en silencio. El sol aún no ha salido por completo, pero el cielo comienza a teñirse de tonos dorados y rosados. Hacía años que no veía un amanecer así. En la casa de su tío solo tenía la pequeña ventana del baño, una que apenas le permitía ver el exterior. Pero ahora, frente a ella, el mundo se abría con una belleza que le recordaba los amaneceres de su infancia, cuando su familia aún estaba viva.
⎯Mis padres eran Óscar y Sonia ⎯comienza con voz temblorosa⎯. Mi padre era un poeta de la naturaleza, y mi madre… ⎯sonríe con tristeza⎯, mi madre era activista ambiental. Se dedicaba a salvar ecosistemas y a defender la flora y la fauna de México. Tenía cuatro hermanos: Mateo y Martín, que eran gemelos; Itza, y la pequeña Sofía, mi hermana menor. Yo estaba entre Itza y Sofía.
Tristán escucha en silencio. Percibe el peso en sus palabras, la forma en que habla en pasado, y su pecho se aprieta. Algo terrible sucedió.
⎯Crecimos rodeados de naturaleza. Árboles, flores, montañas, lagos… Mis padres se movían constantemente por la misión de mi madre. Era raro que nos estableciéramos en un solo lugar. Nos quedábamos en pequeñas casas, y mi jardín eran los prados. Aprendí a nadar en lagos, a identificar las hierbas malas de las buenas. ⎯Valentina sonríe, pero su expresión se oscurece rápidamente⎯. Todo era tan libre, tan feliz, tan cambiante… hasta que un día, todo empeoró.
Tristán traga saliva, preparándose para lo que viene.
⎯Mi madre era amada por muchos, pero también era odiada. Las esferas de poder no soportaban lo que hacía. Gobernadores, políticos, empresarios… le enviaban amenazas constantemente, sobre todo cuando exponía sus negocios sucios. Pero ella nunca les prestó atención. Hasta que… ⎯Valentina hace una pausa y traga saliva⎯. Hasta que pasó lo de los campos de aguacate.
⎯¿Campos de aguacate? ⎯pregunta Tristán.
⎯Mi mamá defendía una reserva natural en el Bosque La Primavera, en Jalisco. Descubrió que la estaban talando clandestinamente para cultivar aguacates y lo denunció. El caso se hizo mediático, pero esta vez no solo estaba implicado el gobierno, sino también el crimen organizado. ⎯Se detiene un momento, como si reunir fuerzas para seguir⎯. Mi hermana Sofí tenía seis meses cuando tuvimos que huir. Nos escondíamos constantemente. Nos fuimos a un pueblo alejado, donde mi madre pensó que estaríamos a salvo. Durante unos meses vivimos en “paz”, pero siempre con miedo. Mi padre quería sacarnos del país, mis abuelos tenían los recursos para hacerlo, pero mi madre no quiso irse. No quería abandonar la causa. Y cuando finalmente aceptó… fue demasiado tarde.
Las lágrimas comienzan a caer por el rostro de Valentina. Se esconde entre sus piernas y solloza con fuerza. Pero sigue.
⎯Era una mañana de mayo. Yo tenía ocho años. Sofí, seis meses. No teníamos agua potable. Yo siempre me levantaba temprano para alimentar a las gallinas. Cuando noté que no teníamos agua para beber, decidí ir rápido al pueblo antes de que todos despertaran. Me fui sola… ⎯respira profundo⎯. Pude haber tomado el camino principal y haber visto las camionetas con hombres armados subiendo hacia nuestra casa, pero no. Decidí probar un atajo a través del bosque.
Su llanto se intensifica. Tristán la sujeta con más fuerza, como si con ello pudiera evitar que ese recuerdo la destrozara más.
⎯Nunca llegué al pueblo. A mitad del camino, escuché las detonaciones. Tiré los botes de agua y corrí de regreso. El sendero se hizo largo y pesado, tropecé con las piedras y caí varias veces. Los disparos resonaban en mis oídos y yo gritaba sus nombres. Me desgarré la garganta llamándolos. Pero mi horror aumentó cuando vi el fuego… habían quemado mi casa.
Las lágrimas siguen cayendo. Su voz se quiebra, pero no se detiene.
⎯No podía dejar de pensar en mi hermana bebé. ⎯Aprieta los ojos, intentando bloquear la imagen que la atormenta⎯. Los muy cabrones… la acribillaron junto con mis padres y hermanos. Ni siquiera se detuvieron a pensar que era un bebé. Escuché que mi madre intentó huir con ella en brazos, pero las balas la alcanzaron. No llegó lejos. Luego arrastraron sus cuerpos a la casa y… ⎯se interrumpe, ahogada por el dolor⎯. Quiero pensar que todos ya estaban muertos cuando la incendiaron.
Tristán siente un nudo en la garganta, un peso insoportable en el pecho. Quiere decir algo, pero ¿qué puede decir ante una historia así? No hay palabras que puedan borrar el dolor, que puedan devolverle a su familia, que puedan sanar una herida tan profunda.
Así que hace lo único que puede hacer. La abraza con todas sus fuerzas, permitiéndole llorar en su pecho, permitiéndole derrumbarse sin miedo.
⎯Yo fui llevada lejos de ahí. Estuve escondida unas semanas. Aunque traté de escapar varias veces. Yo solo quería regresar donde mis padres y hermanos. ⎯Suspira, sintiendo el peso de los recuerdos aplastándola⎯. Desde ese punto, mi vida cambió.
Tristán la observa en silencio, sin interrumpirla, permitiéndole sacar todo lo que ha guardado por tanto tiempo.
⎯Un amigo de mi mamá, al que le digo “Tío”, me llevó con él a su casa y… en cierta manera, me salvó. ⎯Su voz se quiebra levemente, pero sigue⎯. Crecí pensando que el mundo de afuera era cruel y despiadado. Todas las noches le rogaba a Dios que me llevara con ellos, porque no veía propósito para estar aquí. Tenía ocho años, Tristán, ocho. ⎯Hace una pausa, como si aún no pudiera creerlo⎯. Me quitaron todo: mi hogar, mi familia, mi razón de ser… Me encerraron en esto que soy.
Valentina baja la mirada y se abraza a sí misma, como si intentara contener todos los fragmentos rotos de su alma. Tristán siente un nudo en el pecho. No puede imaginar el dolor que ha cargado durante años, la soledad que la ha acompañado en cada respiro.
⎯Soy una mujer miedosa, llena de inseguridades y temores ⎯continúa Valentina, con la voz temblorosa⎯. Pienso en todo lo que pudo ser, en lo que pude vivir, en lo que perdí.
Tristán le toma la mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los de ella. Su toque es cálido, firme, como un ancla que la mantiene en el presente.
⎯No eres solo lo que perdiste, Valentina ⎯le dice con voz profunda⎯. Eres mucho más que eso.
Ella lo mira, con los ojos enrojecidos por el llanto, pero también con una chispa de esperanza en su mirada.
⎯Eres fuerte. Eres valiente. Sigues aquí, a pesar de todo ⎯susurra Tristán⎯. Y no estás sola.
Valentina cierra los ojos un momento, sintiendo el peso de sus palabras. Quizá, por primera vez en años, empieza a creer que hay algo más para ella. Que su historia no terminó en aquel bosque, que aún hay vida después del dolor.
Tristán la escucha en silencio, dejando que cada palabra se asiente en el aire, cargada de años de dolor, de incertidumbre y de una profunda sensación de vacío. Valentina mantiene la mirada en el horizonte, sin atreverse a verlo a los ojos. Siente que si lo hace, él verá todo lo que es: una mujer rota, llena de miedo, de dudas, de cicatrices invisibles.
⎯He tenido pesadillas toda mi vida ⎯repite en un susurro⎯. He vivido comiendo lo mismo porque me dijeron que era lo único que podía comer. No sé nada de la vida. No conozco nada que no sean las cuatro paredes de mi habitación y los libros que mi “prima” nunca lee. Ignoro tanto a mi edad. Tengo 26 años y no sé quién soy. Ni siquiera sé lo que me gusta.
Tristán aprieta suavemente su mano, dándole espacio, pero asegurándole que está ahí.
⎯Tengo tantas preguntas y tan pocas respuestas… ⎯traga saliva, sintiendo un nudo en la garganta. Luego, se limpia las lágrimas con la mano temblorosa⎯. Lo siento, soy patética. Yo… no quiero dar lástima. Solo… quiero ser feliz.
⎯¿Vivir en una casa en medio del campo y tener una granja? ⎯responde Tristán con ternura, recordando el deseo que ella le había compartido.
Valentina asiente y lo mira con tristeza.
⎯A veces me pregunto cómo habría sido mi vida, mi personalidad, si no me hubiera pasado esto. Me pregunto cuál hubiese sido mi camino, dónde estaría ahora. Veo a tus hermanas, a tus primos, y no puedo evitar pensar si mis hermanos habrían tenido hijos, si Sofi hubiera tenido sueños, si mis padres habrían envejecido juntos… Pero en lugar de eso, soy una mujer sin hogar, que va por la vida a ciegas. Todo lo que soy es un cúmulo de miedos y vacíos. No tengo nada especial. No soy como las mujeres que te rodean, no soy fuerte ni segura… Yo… yo no sé quién soy. No solo me arrebataron mi hogar, también apagaron mi fuego, mi vida.
Tristán la observa en silencio, su pecho apretado por el peso de sus palabras. Sabía que lo de Valentina era serio, que sus ataques de pánico eran una respuesta a un trauma profundo, pero nunca imaginó cuán grande era la herida que cargaba.
Él la abraza. Quiere consolarla, pero no puede. No tiene palabras. ¿Qué le puede decir él que jamás ha vivido algo así? ¿Qué le puede ofrecer cuando su mundo siempre estuvo lleno de amor, seguridad y estabilidad? De pronto, Valentina le recuerda lo afortunado que es.
Su familia es ruidosa, caótica, amorosa. Nunca ha tenido que cuestionarse si pertenece a algún lugar, si su existencia tiene un propósito. Nunca ha sentido que su vida no vale la pena. Valentina, en cambio, ha sobrevivido en un mundo donde la arrebataron de todo lo que amaba y la condenaron a una existencia en la sombra.
Aprieta su abrazo, como si con ello pudiera transferirle un poco de la seguridad que siempre ha tenido. Como si pudiera traspasarle la certeza de que ella merece ser feliz, de que merece estar viva.
⎯Ojalá pudiera cambiar tu historia ⎯susurra contra su cabello.
Valentina se queda quieta, escuchándolo, sintiendo la calidez de su cuerpo.
⎯No puedes ⎯responde en voz baja⎯. Nadie puede.
Tristán cierra los ojos por un momento, con un nudo en la garganta. Nunca se ha sentido tan impotente. Él, que siempre ha resuelto todo con determinación, con esfuerzo, con encanto, no puede borrar el pasado de Valentina. No puede darle a su familia de vuelta.
Pero puede estar ahí.
⎯No puedo cambiar lo que pasó ⎯dice, alejándose apenas para mirarla a los ojos⎯. Pero puedo estar contigo mientras sanas.
Valentina lo observa con lágrimas en los ojos. Nunca nadie le ha dicho eso. Nunca nadie le ha ofrecido quedarse sin condiciones, sin esperar algo a cambio.
⎯¿Por qué? ⎯pregunta, su voz temblorosa⎯. ¿Por qué quieres hacerlo?
Tristán sonríe con ternura y lleva una mano a su rostro, acariciando su mejilla con suavidad.
⎯Porque te quiero. Y porque mereces más que solo sobrevivir. Merezco verte vivir, Valentina.
Ella siente su corazón encogerse, una mezcla de dolor y alivio inundándola al mismo tiempo. Se aferra a Tristán con más fuerza, como si en su abrazo pudiera encontrar un refugio, un ancla en medio de emociones que la asfixian. Las lágrimas siguen cayendo, empapando su pecho, pero él no se aparta, no la suelta. En lugar de eso, la sostiene con más firmeza, como si con su abrazo pudiera reconstruir los pedazos rotos de su alma.
Por primera vez en años, Valentina no está sola en su dolor. No tiene que cargar con su historia en silencio, no tiene que esconder su sufrimiento tras una máscara de indiferencia o resignación. Tristán la escucha, la sostiene, la acepta. Y en ese instante, comprende que tal vez él tiene razón. Tal vez, ya no tiene que limitarse a sobrevivir. Tal vez, puede aprender a vivir de nuevo, no solo por ella, sino por los que perdió, por la memoria de sus hermanos, por el amor de sus padres.
Respira hondo, sintiendo la calidez de Tristán envolviéndola, y por primera vez en mucho tiempo, su desesperanza se transforma en algo distinto. No es felicidad todavía, no es una certeza absoluta, pero sí es una pequeña chispa que le agrada. Algo dentro de ella le dice que, con él a su lado, tal vez pueda aprender a caminar sin miedo, a reír sin culpa, a amar sin sentirse indigna de hacerlo.
Tristán acaricia su cabello con ternura y deposita un beso suave en su frente. No dice nada, porque sabe que no hay palabras que puedan reparar un pasado como el de Valentina. Pero su presencia, su calidez, su simple deseo de quedarse, dicen mucho más de lo que cualquier frase podría expresar.
Ella cierra los ojos y, entre sollozos, deja que su alma cansada descanse en el único lugar donde, por primera vez, se siente segura, siente un hogar: en los brazos de Tristán.
Valentina es tan valiente, y le falta tanto por vivir 🥹♥️
Los horrores qué vivió Valentina, seguro los Canarias, los Ruiz de Con y varios….van ayudarla a forjar lazos y darle un lugar fuerte junto a todos ellos. De seguro hubiese sido entre tantas cosas una gran arquitecta, es muy inteligente.
💔💔💔😔🥺🥺
Pobre Valentina cuanto dolor a cargado por tanto tiempo 🥺🥺💔💔❤️🩹
Pobre Valentina 🥺🥺🥺💔💔
Huy no se que viene ahora que ella se tiene que esconder y deja a Tristán ….