KARL
—Tiempo después—
El tiempo pasa muy rápido cuando se tiene una buena vida. Cuando todo empieza a fluir, cuando las cosas funcionan sin obstáculos y parece que, de algún modo, los astros finalmente se alinean. A veces me despierto pensando que todo lo malo ya quedó atrás: el accidente, la incertidumbre, las lágrimas, el miedo. Y ahora, lo único que nos rodea es familia, risas, remodelación de casa, trabajo, amor… y, por supuesto, una boda. La boda más grande que David Canarias pagará en su vida —a menos que David Tristán decida competir con nosotros en un futuro.
Yo siempre quise casarme con Alegra. De hecho, lo hicimos hace tiempo, por el civil, en un yate bajo la luz del atardecer, con la familia de testigos. Fue íntimo, especial, perfecto para nosotros en ese momento. Pero siempre tuve el deseo de hacerlo “en forma”, como se dice. Algo más tradicional, más grande, quizás hasta un poco más simbólico. Lo que no esperaba era que ese deseo terminaría convirtiéndose en uno de los eventos del año.
Lo que yo me imaginaba como una ceremonia sencilla, con nuestra familia, algunos amigos cercanos y un almuerzo modesto, ha terminado en una producción de película. Alegra y Lila decidieron ir a lo grande. A lo muy grande. Y ahora estamos viajando a Ibiza, a la isla privada donde se celebrará la boda. Una isla que albergará a más de cien invitados y donde, en palabras de Moríns, hasta la arena está contratada.
Alegra está feliz, radiante. Su entusiasmo es contagioso y, aunque al principio me intimidó un poco toda la logística, debo admitir que ver su emoción vale cada segundo invertido. Yo solo quiero verla caminar hacia mí con ese vestido que aún no me deja ver. Sé que estará hermosa, porque siempre lo está, pero también sé que ese momento será uno que atesoraré por el resto de mi vida.
Y, si tengo suerte, mis piernas seguirán cooperando para poder estar de pie cuando la vea llegar.
Lo cierto es que, aunque ya somos una familia desde hace años, esta boda es una celebración de lo que hemos logrado, de todo lo que hemos sobrevivido. Es un “sí” que se dice con más fuerza después de haber vencido las tormentas. Y si algo tengo claro, es que cada paso que dimos para llegar aquí ha valido la pena.
—Esta boda será tan Johansson-Canarias que opacaremos a todas las bodas —dice Alegra con una sonrisa deslumbrante, justo en el momento en que el pequeño yate atraca en la isla privada.
—Tampoco son competencias, hija —responde su padre, con una expresión divertida, mientras le ofrece el brazo a Luz para ayudarla a bajar del yate.
—¡Déjala! —interviene Luz con una sonrisa llena de nostalgia—. Me encantan las bodas. ¿Te acuerdas de la nuestra? —le pregunta a David mientras ambos pisan la plataforma.
—Sí, fue en una casa en Cuernavaca, bajo un árbol con hojas doradas, en un jardín sencillo. A nuestros padres les costó un total de doce mil pesos, unos quinientos ochenta euros. Y comimos tacos acorazados —responde David, entre risas.
—Fue hermosa, sí —añade Luz con dulzura—. Pero Bad Bunny no cantará sus éxitos en la nuestra…
—Y gratis —interviene Lila, ya de pie sobre la arena, observando la logística.
David las mira, medio resignado, medio divertido.
—A ti, Lucito, no te gusta Bad Bunny… —contesta.
—¿Esa es tu defensa? —pregunta Luz alzando una ceja, divertida.
—Sí. Ahora, ¿podemos continuar? Quiero saber si voy a tener que vender otro terreno para pagar lo que falta de esta boda.
Todos esperaban con ansias el clásico remate de Moríns, esa frase final con la que siempre lograba que todos estallaran en carcajadas. Pero al notar su ausencia, la atención se desvió por completo.
—No se preocupe, suegro, yo me encargo de que Moríns sepa esto —interviene Antonio con una sonrisa cómplice, uniéndose al grupo que poco a poco empieza a moverse hacia el centro de la isla.
Comenzamos a caminar juntos, subiendo las escaleras de piedra que serpentean entre la vegetación exuberante. La isla es perfecta: el cielo está completamente despejado, una brisa cálida acaricia nuestra piel y el murmullo del mar se convierte en un telón de fondo casi cinematográfico. Todo parece sacado de una película. Ni quiero imaginar cuánto le costó a David Canarias rentar este lugar, aunque si conozco algo a mi suegro, sé que cuando se trata de su familia, no escatima en gastos.
Por suerte, mi padre, el embajador Johansson, también quiso aportar algo importante. Fue él quien puso el dinero para la pre-fiesta, que se celebrará una noche antes en uno de los hoteles más exclusivos de Ibiza. El lugar es tan elegante que podría pasar por una recepción diplomática de alto nivel: flores blancas por doquier, vajilla tallada, músicos en vivo y un menú de varios tiempos, cuidadosamente diseñado por un chef con estrella Michelin.
Antonio, por su parte, tampoco se ha quedado atrás. Ha pagado las habitaciones de todos los invitados, así como los yates privados que los transportarán entre la isla y el hotel, asegurándose de que nadie tenga que preocuparse por nada más que disfrutar. Además —aunque esto todavía es un secreto— le compró a Lila unas joyas diseñadas exclusivamente para ella, que la harán brillar como nunca. Las tiene guardadas con cuidado, esperando sorprenderla la noche previa a la boda.
Todo se está alineando de una forma tan perfecta, que por momentos me cuesta creer que esto sea real. Después de tantos años se celebrará la boda, y no una boda cualquiera: será la boda.
—Doctor Canarias —nos recibe el coordinador de la boda, un chileno encantador que ha sabido abrirse camino en España y que ahora es el organizador de bodas más exclusivo de Ibiza—. Bienvenidos todos.
El hombre nos saluda con una sonrisa amplia, estrechando la mano de cada uno con una energía contagiosa. Su nombre es Luis, y todos lo adoramos: es gracioso, eficiente y tiene ese toque de calma que todos necesitamos en medio del caos de una boda.
—¿Cómo va todo? —pregunta Alegra, mientras lo seguimos por un camino adoquinado que bordea un pequeño campo de lavanda.
—A la perfección —responde con seguridad, mientras hace un gesto elegante con la mano—. Ya estamos en los últimos detalles. Terminamos de colgar los faroles de vidrio con velas, las lámparas de araña, y también de entrelazar el follaje de flores blancas con rosas en el exterior. En el interior, ya están colocadas las cortinas vaporosas color marfil, enmarcadas con vegetación. Además, las arañas de cristal le dan ese toque elegante que ustedes buscaban.
—Incluso —añade, sonriendo—, ayer finalizamos la instalación de la pista de baile de vidrio. Si hubieran venido de noche o un poco más tarde, habrían visto cómo refleja las luces colgantes: parecen una lluvia de estrellas.
—Me encanta —exclama Lila con entusiasmo.
—Esta es, sin duda, la boda más elegante y hermosa que he organizado en mi vida —nos halaga con sinceridad—. Ni las Kardashian en Italia llegaron a este nivel de elegancia —bromea, haciéndonos reír.
Llegamos finalmente al corazón de la isla, un rincón rodeado de olivos con el murmullo suave del Mediterráneo como fondo. Allí se alza una majestuosa casa de arquitectura típicamente española, con su fachada blanca impecable y sus tejas de barro cocido anaranjado brillando bajo el sol.
—El jardín ha sido renovado tal como pidieron —añade Luis—, y no utilizamos ningún producto que pudiera dañar la vegetación o la estructura original.
Las grandes puertas de madera tallada están abiertas de par en par, y desde donde estamos podemos ver el patio central. Las columnas de piedra están cubiertas de bugambilias fucsias que se enredan en sus contornos, y en el centro, una fuente de piedra murmura con serenidad, rodeada de naranjos, lavanda y bancos de cerámica pintada a mano. Todo el espacio está envuelto en galerías con arcos de medio punto, por donde corre la brisa marina y se filtra la luz cálida del atardecer.
—Dios… ¡es hermoso! —dice Lila con los ojos brillantes, abrazando a su padre. David Canarias le acaricia el cabello con ternura, como si aún fuera una niña, y le da un beso en la frente.
—Me alegra que te guste —le responde con una sonrisa cargada de emoción.
Luz ya ha comenzado a tomar fotografías, y Alegra posa divertida en varias zonas del jardín, haciendo que su madre le pida que se quede quieta al menos en una.
—La casa está construida en forma de U —explica Luis, con tono de guía experto—, lo que permite una conexión armónica entre los espacios abiertos, los pasillos y las terrazas que se funden con la naturaleza.
Avanzamos por uno de esos pasillos, donde las cortinas de gasa vuelan suavemente con la brisa. Al llegar al gran salón al aire libre, donde se celebrará la recepción, todos nos quedamos sin palabras.
Un impresionante techo en forma de bóveda domina el espacio, contrastando con los arcos abiertos que dejan pasar el aire marino. Las treinta mesas, perfectamente distribuidas, están ya montadas esperando a ser adornadas con la mantelería blanca, candelabros y centros florales de orquídeas y hortensias. Al fondo, la pista de baile de cristal brilla tenuemente bajo la luz del sol, y todos podemos imaginarla encendida por la noche, reflejando las luces como si el cielo hubiese descendido para celebrar con nosotros.
—¿Qué les parece? —pregunta Luis, orgulloso.
—¡Es hermoso! —suspira Luz, con un brillo soñador en los ojos, como si se tratara de su propia boda.
—Ustedes entrarán por esa puerta —nos indica Luis, señalando una entrada adornada con guirnaldas de flores—, justo después de la ceremonia religiosa. La capilla de la isla ya fue limpiada y decorada. Es pequeña, así que solo entrará la familia cercana. Para los demás invitados, colocaremos sillas afuera con toldos.
—Entonces… solo la familia —bromeo, provocando una carcajada en David Canarias.
—El área infantil y de niñeras estará en el antiguo estudio, con acceso directo al jardín —añade Luis—. Así podrán jugar y descansar, y hemos instalado juegos, cojines y actividades para mantenerlos entretenidos. También tendrán su propia mesa para comer, todo bajo supervisión.
—Y el personal… —añade, mirando a David—, tal como indicó usted, también tendrá sus comidas cubiertas. Hemos dispuesto un área especial para ellos, con turnos organizados para que todos puedan disfrutar de un buen plato sin descuidar el servicio.
—Perfecto —asiente David, satisfecho—. No quería que nadie quedara fuera de esta celebración.
Nos quedamos en silencio por un momento, recorriendo con la mirada cada rincón. Es imposible no emocionarse. Todo está listo. Cada detalle cuidado. Cada espacio pensado para que sea no solo hermoso, sino también acogedor.
—Recuerden que están prohibidos los fuegos artificiales en la isla, por lo tanto, será desde un barco. Hemos sacado ya los permisos necesarios para lograrlo. Finalmente, los invitados V.I.P llegarán en yate y subirán justo por dónde ustedes lo hicieron, los invitados de la boda, entrarán por este lado, donde se pueden atrancar más yates y donde hay más plataformas. —Al decir esto, nos indica una parte de la isla—.¿Preguntas?
No decimos nada, sólo nos quedamos admirando todo lo que se ha creado para hacer nuestra boda, una muy especial. David Canarias, no suele gastar dinero en banalidades, incluso sus hijos y nietos están acostumbrados a vivir cómo si no fuesen millonarios. Sin embargo, cuando se trata de los festejos, de celebrar el amor, la familia, la unión… puede echar la casa de la ventana sin problemas.
—Si gustan, podemos pasar a ver las habitaciones —nos invita Luis, con una sonrisa entusiasta—. Y también las áreas designadas para la toma de fotografías oficiales. Sé que las 25 habitaciones han sido reservadas exclusivamente para la familia.
—Así es… —responde mi suegra con esa calidez tan suya—. Para nuestra fortuna, vendrán también familiares desde México, así que llenaremos el lugar sin problema.
Luis y el resto del grupo siguen avanzando por el sendero de piedra que conduce a la escalera exterior, la cual lleva al primer nivel de la casa. Yo, en cambio, me quedo atrás, dejando que mi vista se pierda en el horizonte. El mar se extiende infinito, en calma. El follaje que adorna cada rincón de la casa se mueve con suavidad. El lugar es perfecto.
En ese momento, siento los brazos de Alegra rodear mi cintura por la espalda. Su gesto es suave, cálido, familiar.
—¿Qué piensas, Karlangas? —me pregunta con ese tono juguetón que solo ella sabe usar.
Tomo sus manos con ternura, las acerco a mis labios y las beso.
—Que no puedo esperar para casarme contigo… otra vez —respondo—. Pensar que al principio no querías bodas, y ahora vamos por la segunda.
—La gente cambia… —responde, apoyando su cabeza en mi hombro—. Y si me preguntas, me casaría hasta tres veces contigo. Lo haría en cualquier lugar, bajo cualquier religión, de todas las formas posibles, si al final, el que está frente a mí en el altar eres tú.
—¿Esos no son tus votos, cierto? —bromeo, medio sonriendo.
Ella se ríe bajito, ese tipo de risa que vibra en el pecho y me llega al alma.
—No… —dice con dulzura—. Es lo que siento. Con días así, me acuerdo de tu accidente y…
Volteo a verla, y al ver el brillo en sus ojos, niego suavemente con la cabeza.
—No pienses en eso… Ya pasó. Mi corazón está fuerte, estoy vivo, estoy bien. Te prometo que envejeceremos juntos.
—¿Esos no son tus votos, cierto? —me pregunta, con una mirada que lleva algo de melancolía, algo de miedo.
—No. Pero es lo que siento —le respondo, sin apartar la mirada de sus ojos.
Ella baja un poco la vista, sus palabras salen como un susurro.
—¿Y si no envejecemos juntos? ¿Y si no llegamos a lo que han llegado mis padres? No quiero quedarme sola, ni que te quedes solo. No quiero vivir una vida en la que tú no estés conmigo…
Alegra se abraza a mí con fuerza, como si quisiera fundirse en mi pecho, como si al hacerlo pudiera protegerme del destino. Siento cómo sus lágrimas mojan lentamente mi camisa. A pesar del tiempo que ha pasado desde aquel día, sigue llevándolo dentro. El miedo no se ha ido. No del todo. No para ella.
Sé que, a veces, en las noches en las que me quedo dormido antes que ella, me observa en silencio, asegurándose de que respiro, de que mi pecho sube y baja, de que no me he ido. Sé que ha leído más de lo necesario sobre corazones heridos y sobre cirugías de urgencia. Sé que sonríe más de lo que habla del tema, pero el miedo habita en su pecho.
—No, no, mi Alegra… —le susurro, acariciando su espalda—. No pienses en eso ahora, ¿vale? Esta es una época de felicidad. No dejes que el miedo robe lo que hemos construido. Estoy aquí. Estoy contigo. Y mi corazón… está latiendo.
Tomo su mano con suavidad y la llevo hasta mi pecho, justo sobre el corazón.
—¿Ves? —le murmuro—. Está latiendo. De 60 a 100 veces por minuto. Está sano, fuerte… y lo mejor, Alegra, es que late por ti.
Ella cierra los ojos al sentirlo. Su respiración se calma. Su cuerpo se relaja un poco. Y por un instante, el miedo se desvanece entre nuestros abrazos.
—Gracias por volver a mí —susurra.
—Nunca me fui —le respondo, besando su frente—. Siempre estoy contigo, aún en los días difíciles. Y te juro que haré todo lo posible para estar muchos años más a tu lado… como tu esposo, tu compañero, tu Karl.
Ella asiente. No dice nada más, porque no hace falta. Nos quedamos así, abrazados bajo la luz dorada del atardecer, en esa isla que pronto será testigo de una nueva promesa entre nosotros: una promesa que va más allá del “sí, acepto”… una promesa de amor profundo, de vida compartida y de un corazón que, después de todo, sigue latiendo con fuerza… solo por ella.
Ya se siente la emoción 😍💝💖
Tan bellos!!!
Será la boda!! 🥰🥰🥰
Karl tan reflexivo y Alegra con sus temores
Hace una pareja Hermosa ♥️♥️
Ay se me apretó el corazón, que bellos😍😍😍
Ame, ame y amé este capítulo!!!! Gracias Ana!!!