DANIEL
Hoy fue un día de mierda. Es lo único que puedo decir. Fingir estar bien frente a las cámaras y a la gente fue peor que cualquier día que haya tenido que hacer lo mismo en el pasado. Porque ahora, mis decisiones no solo me afectaron a mí, sino que también hirieron al hombre que amo. Sí, al hombre que amo, y en ese momento no supe cómo defenderlo.
A pesar de todas las distracciones que traté de crearme, todavía tengo sus palabras dándome vueltas en la cabeza: “Te di el mundo y me escupiste en la cara” y “No sabes lo que es el amor.” Y, efectivamente, no lo sé. No sé qué es el amor, porque Raúl no me mostró ese lado del que Tazarte me habla. Solo conozco amores dramáticos, manipulables, tóxicos. He desperdiciado mi vida en eso.
Después de la oficina, fui a mi casa, con la intención de descansar, preparar el discurso para la inauguración y tener un rato a solas. Pero no pude. El silencio era abrumador, me estaba volviendo loco. Así que decidí ir a casa de mis papás a visitar a mis hermanos. Extraño vivir con ellos. Al menos en esa casa siempre había música, movimiento. Ahora, en mi casa, solo hay soledad que me consume. Mi casa se ha convertido en mi refugio para huir de mis propios errores.
Cuando llego, veo a mi papá arrullando a Lu, moviendo sus manos suavemente mientras emite un suave shhh, shhh, shhh que me hace sonreír ligeramente. Camina por la sala, con la puerta del jardín cerrada y el aire acondicionado encendido, como siempre. Cuando me ve, sonríe.
—El ruido del aire acondicionado la relaja —me murmura—. ¿Recuerdas que a Héctor le encantaba el ruido del ventilador?
—Sí. Solíamos ir a casa de la tía Julie para dormirlo. Por eso empezamos a dejar las puertas del jardín sin alarmas, para poder entrar a cualquier hora.
Mi papá suspira con nostalgia.
—Ya ha quedado dormida, veremos si… —Se sienta en el sofá con cuidado, esperando un momento, al parecer, mi hermana ya está profundamente dormida y no le pedirá que la arrulle más—. ¡Al fin! Mi cadera ya no es la misma que cuando tenía tu edad.
—Créeme, la mía ya parece la de un anciano con osteoporosis —contesto, intentando aligerar el momento.
—Claro que no. Eres incluso más fuerte de lo que era yo cuando tenía tu edad. Te mejoré.
—Hubieses puesto más énfasis en mis ojos —bromeo, y él se ríe suavemente.
Me siento en el sofá frente a él y suspiro. Sé que mi padre nota que algo no está bien, pero como siempre, no dirá nada hasta que yo lo cuente.
—Pa… me siento mal —digo finalmente, incapaz de contenerlo más.
Él fija su mirada en mí con esa calma que siempre tiene, dispuesto a escucharme.
—Pláticame, te escucho.
—Pues… me peleé con Taz. No fue solo una pelea. Hice caso a las personas equivocadas y caí en una trampa. Lo herí profundamente. Él no quiere perdonarme, y lo entiendo. Pero me dijo algo que no puedo olvidar.
—¿Qué te dijo?
—Que no sé qué es el amor. Y en verdad, me di cuenta de que no lo sé. Mi amor con Raúl fue falso. Nunca me mostró ese lado hermoso del amor. Y ahora, que por fin creo tener algo que se parece al amor verdadero, lo arruino por los hábitos que aprendí: desconfianza y traición. Me he dado cuenta de que tal vez el amor no es para mí. Tal vez no me lo merezco.
Mi padre suspira profundamente.
—Diría tu abuelo Tristán: no te azotes.
—Es que es verdad… —digo con seriedad, bajando la mirada, incapaz de ocultar el peso de mis palabras.
Mi padre me observa con una mezcla de comprensión y paciencia, como si supiera que este dolor que siento es solo el primer paso para superar mis errores. Es como si, de alguna manera, ya estuviera familiarizado con este tipo de crisis y supiera que es algo de lo que, eventualmente, aprenderé.
—Una pelea y una relación fallida, ¿y ya renuncias al amor? —me pregunta con tono calmado, pero con una leve sonrisa en los labios.
—Creo que es válido. Tú no puedes decir nada porque mi madre es el amor literal de tu vida. —Respondo, algo más suave, sin levantar la vista de mis manos.
—Bueno, no lo logré con ese pensamiento —contesta, su voz se suaviza, pero hay una profunda sabiduría en sus palabras—. Tu madre y yo pasamos años separados. Ella acá, yo en México. Un año sin hablarnos, y tú sabes que tu abuelo David al principio no quería que tu madre fuera mi novia.
—Nunca entendí por qué, si el abuelo Tristán era su mejor amigo, ¿no confiaba en su hijo?
—Tu abuelo David solo confiaba en él mismo y en tu abuela Fátima. Mi padre era su asesor y evitador de pendejadas.
—Tal vez yo necesite eso, un evitador de pendejadas.
—Se llama Jo. —Mi padre sonríe levemente—. Pero tener uno significa que debes escucharle y hacerle caso. Tu abuelo escuchaba a mi papá. Por eso lo salvó de muchas. Si no escuchas…
—Papá… —le interrumpo, sin querer escucharlo.
—Te estoy diciendo la verdad. No escuchas. David Tristán y tú en eso se parecen mucho. No escuchan. Explotan, levantan juicios, la cagan, y luego, cuando se dan cuenta, es tarde. Un evitador no les serviría de nada.
—Pfffff —hago, y me recargo sobre el sofá, sintiendo el peso de las palabras de mi padre. Me llevo las manos a los ojos y los froto con fuerza, estoy agotado, pero no puedo descansar, mi mente no me deja—. Amo a Taz, no quiero perderlo.
—Pues, no lo hagas…
—No todo es tan fácil, papá —respondo con más energía y frustración, sintiendo como si cada palabra se me escapara de la garganta con más ira de la que esperaba.
—No, pero tampoco es imposible.
—Tú no tuviste que recuperar a mi madre porque nunca la perdiste.
—Recuperar y mantener a una persona enamorada toma el mismo esfuerzo, créeme. Vienes a que te ayude en el amor, o a aleccionarme sobre el amor. Porque mijo, no le vienes a hablar de mentiras a Pinocho.
La respuesta me llega como un golpe en el pecho. Mi padre tiene razón, siempre lo ha tenido, aunque eso me duela más que cualquier otra cosa. Siempre he tenido excusas, he tenido una razón para no seguir adelante. Pero ahora, cuando el amor está frente a mí, no sé si soy lo suficientemente fuerte como para pelear por él.
Mi padre se queda en silencio por un momento, pensativo, como si estuviera sopesando las palabras antes de responder. Su mirada se suaviza un poco, como si estuviera buscando la forma correcta de guiarme sin ser demasiado directo, pero con la sabiduría que solo alguien con experiencia puede ofrecer.
Finalmente, levanta la cabeza y me mira a los ojos, su tono calmado pero firme.
—Si tu madre me lo hubiera dicho, hijo, lo primero que haría es mirar dentro de mí mismo, para asegurarme de que lo que estoy haciendo, y lo que voy a hacer, es verdadero. El amor no se recupera con gestos grandiosos ni promesas vacías, sino con acciones sinceras, con un cambio genuino. No puedes cambiar a una persona para hacerla volver a ti, pero sí puedes cambiar tú mismo, y eso es lo que marcaría la diferencia.
Hace una pausa y respira profundamente, como si cada palabra tuviera un peso específico que quería que yo entendiera.
—Lo extraordinario, hijo, no está en un solo acto, sino en el compromiso constante. Es en la forma en que te presentas cada día, en cómo demuestras con hechos que te importa. Si de verdad lo amas, tendrías que ser capaz de mirar más allá de tu ego, dejar atrás las heridas y ser lo suficientemente valiente como para arriesgarte a ser vulnerable. El amor es eso: valentía y sacrificio. Si tu madre me pidiera algo extraordinario, lo primero que haría sería enfrentarme a mis propios miedos y mostrarle que el amor por ella es más grande que cualquier obstáculo que se me ponga en el camino.
Me mira con una ligera sonrisa.
—La pregunta es, hijo, ¿estás dispuesto a hacer algo así por Tazarte? Porque eso es lo que requeriría. Eso es lo que el amor verdadero demanda: no esperar que la otra persona cambie, sino estar dispuesto a cambiar tú para ella.
—Pensé que me dirías que le escribiera un poema —bromeo, tratando de aligerar el ambiente, aunque en el fondo, la broma me sirve más para tranquilizarme que para hacer reír a mi padre.
Él sonríe ligeramente, pero su expresión sigue siendo seria, como si estuviera evaluando lo que realmente está en juego.
—Puedes hacérselo, pero no serviría de nada —responde mi padre, con una calma que tiene más peso del que cualquiera podría imaginar—. El problema no es el poema, Daniel. El problema es que las palabras por sí solas no demuestran nada. Lo que cuenta son las acciones, lo que haces después de ese poema. En pocas palabras, tienes que hacer algo, sí o sí.
—Pero, Tazarte no me quiere ni ver.
—Entonces, haz que te vea. Es momento que te vean… ¿no crees?
Presiento que mi padre ya no está hablando solo de Tazarte, sino de mí. Tanto tiempo escondido, tanto tiempo en las sombras y negando muchas cosas, y negado por otros. Es mi momento de salir. Ya basta de esconderme.
—Gracias, papá. Espero que Lu y Manuela no te den tantos problemas.
—Nunca me has dado problemas… —me dice con seguridad—. Ni tú ni Héctor. Han sido buenos hijos, sólo que encontrar su camino y tomar decisiones es caótico. Yo también lo pasé, también fui el “hijo problema”, como Julie, hasta Luz.
—¿La siempre perfecta tía Luz? —pregunto, sin creerlo.
—Sí. Hasta ella. Pero, encontramos nuestro camino y lo seguimos. Mi trabajo es ser el mejor guía, como el de tu madre. Confío que seguiremos siendo buenas guías cuando ellas crezcan…
Me recuesto en el sofá, mirando la serenidad de mi padre, sintiendo que la conversación toma un giro inesperado. Quizá nunca lo supe todo sobre sus batallas, sobre las veces que también fue el “hijo problema”. Siempre lo vi como la figura fuerte que tenía todas las respuestas, pero aquí está, hablando de sus propios fallos, de sus propios caos.
—Me estás dando más que buenos consejos, papá —le digo, sin poder evitar una sonrisa.
Él me devuelve una mirada profunda, como si fuera consciente de lo que realmente estoy atravesando.
—Eso es lo que hacemos, hijo. Te damos la mano para que puedas caminar. Y cuando caigas, estamos ahí para levantarte. No necesitas hacerlo solo, nunca lo hiciste.
El peso de sus palabras me hace pensar en todo lo que aún puedo hacer, en lo que todavía está por venir. Tazarte puede no querer verme ahora, pero eso no significa que no haya algo que pueda hacer para cambiar las cosas. No sé cómo, pero sé que tengo que intentarlo.
Tsunami de suspiros que lindo capitulo amo a Manuel y su temple!!!
Sabias palabras de un padre a su hijo. Amor es amor. Vamos Dan a demostrar con hechos lo q sientes realmente por Taz
Ay nooo esta familia es lo maximo!!!
Manuel tien toda la boca retacada de razón, hasta a mi me sirvió esta plática
Bellos…
Esos consejos trascienden de la ficcion a la realidad. Es lo que me gusta y atrapa de las historias de Ana. Muy lindo capitulo. Esperar con que se inspira Daniel para q Taz lo perdone.
Mi Manu tan maduro, tan sabio, tan cálido con sus hijos… Espero que Daniel encuentre en su interior la respuesta que necesita para que pueda arreglar su problema con Taz. Y con su vida en general. No es un mal hombre, solo las heridas del pasado no sanaron como debían y ahora tiene que hacerlo mejor para que pueda continuar con su vida y encontrar la felicidad que merece.
Gracias Manuelito por tu sabiduría, ojalá Dani se vea a si mismo primero qu3 nada