TAZARTE

El concierto fue un éxito rotundo. No hay otra forma de describir lo que ocurrió esa noche. No fue solo por los fuertes aplausos, ni por las felicitaciones que recibí al final del evento, sino por algo mucho más profundo: el esfuerzo, la dedicación y la pasión de mis músicos. Fue su actuación la que realmente dio sentido a todo, su constancia y el compromiso que demostraron. El brillo en sus ojos, la emoción en sus rostros, eso fue lo que realmente me hizo sentir que habíamos logrado algo significativo.

Ver a los padres de los jóvenes acercarse, felicitarlos, y escuchar sus palabras de aliento, ver cómo creían en ellos, en el proyecto y, en cierto modo, en mí, fue el verdadero triunfo. Ese momento me hizo saber que no solo habíamos dado lo mejor de nosotros, sino que también habíamos creado algo más grande que una simple actuación: habíamos construido una comunidad, un espacio donde todos creemos en el arte y en el potencial de los jóvenes.

Y no puedo evitar sentirme orgulloso también por algo más: conseguimos nuevos patrocinadores. Sí, el evento fue un trampolín para atraer más apoyo. Pero debo ser sincero: los contactos de los Ruiz de Con, los Canarias y los Santander fueron esenciales para que la Casa de la Música prosperara de la manera en que lo ha hecho. Es la primera vez que tan fácilmente nos donan dinero, instrumentos, utilería, todo lo que necesitamos para seguir adelante.

Nunca imaginé que sería tan sencillo obtener tanto. Estos cinco años que tenemos por delante están llenos de promesas y oportunidades. Lo sé con certeza. Desde este mismo instante, puedo ver el futuro de la Casa de la Música lleno de éxito, de crecimiento y de más momentos como el de esta noche. Estoy convencido de que lo mejor está por venir.

Sin embargo, aunque abrumado por el éxito que acabo de vivir, las palabras de Daniel, su declaración, me cautivaron de una forma que no puedo explicar con facilidad. No sé cómo lo hace, ni por qué lo hizo, pero sé que lo que hizo fue monumental. Para él, un hombre que evita las muestras de afecto en público, el hecho de pedirme perdón y declarar su amor por mí delante de todas esas cámaras, ante toda España, es un paso enorme. Fue una exposición de intimidad que va más allá de lo que esperaba, un gesto que no cualquiera se atrevería a hacer. En pocas palabras, fue un acto extraordinario.

Aún resuenan en mi cabeza sus palabras. Aunque estoy rodeado de felicitaciones, de gente aplaudiendo y aclamando, el eco de lo que dijo Daniel sigue presente. Después de su discurso, desapareció. Toqué el encore, como había planeado, pero al buscarlo con la mirada, ya no estaba en su lugar. Entre una felicitación y otra, traté de encontrarlo, de cruzarme con su mirada, de hacerle saber que necesitaba hablar con él. Pero no lo encontré.

Sé que está tomando su espacio. Y también sé que me está dejando el mío, el mismo espacio que, de alguna manera, yo también necesito ahora. Es raro decirlo, pero lo conozco. Lo conozco muy bien. Sin embargo, ya no quiero silencio, no después de todo lo que pasó, necesito hablar con él. 

Cuando termino de hablar con los reporteros, los padres de mis estudiantes y algunos socios, comienzo a buscarlo. De manera discreta, le pregunto a Jo si lo ha visto, pero ella me niega con la cabeza.
⎯Probablemente, esté en el jardín ⎯me comenta Héctor, que hoy parece más feliz de lo normal, con una sonrisa que no puede esconder.

Decido dirigirme hacia el jardín, que, por cierto, es enorme. Camino por él, tomando mi tiempo, hasta llegar a la parte que está cerrada al público. La casa de los Karagiannis es impresionante, realmente grande, y aunque no hubo tiempo para habilitar toda la propiedad antes del evento, decidieron limitarse a la casa principal y a una sección del jardín.

La reja que separa esa parte de la casa resguarda varias cosas: una casa de huéspedes, una cancha de tenis, un gimnasio y una piscina vacía. La abro con facilidad, me adentro en la zona privada y continúo caminando hasta que noto que el gimnasio está encendido. Me acerco y, al entrar, lo encuentro.

Daniel está sentado a la orilla de lo que parece un enorme jacuzzi. Su saco y pajarita están colgados en una de las caminadoras que no se llevaron en el embargo. Lo observo por un momento, con su mirada fija hacia el jacuzzi vacío. Su cabello está revuelto, los botones de su camisa abiertos hasta el cuello, y las gafas redondas de armazón grueso descansan a un lado, como si se hubiera despojado de todo lo que lo conectaba con la imagen pública. Sostiene un vaso de agua mineral, tomándola a sorbos, mientras parece perderse en sus pensamientos.

⎯No sabía que teníamos un gimnasio tan equipado ⎯abro la conversación, tratando de romper el silencio que se ha instalado entre nosotros. Él, sin prisa, se pone las gafas para verme, como si recién se estuviera dando cuenta de que no está solo.

No sé si es muy pronto para decírselo, pero no puedo evitar pensar que se ve guapísimo. No es por su cabello, ni por ese porte elegante, ni por la ropa fina que siempre lleva, sino por algo mucho más sincero. Lo veo tranquilo, vulnerable, y a la vez completamente hecho un desastre, como un hombre que se ha esforzado al máximo para llegar a la meta y lo ha logrado. Esa es la imagen que me llega con fuerza, la de alguien que ha dado todo y ahora está permitiéndose un momento de respiro.

⎯Es una ironía, ¿sabes? Porque el dueño de la casa pesaba casi 300 kilos ⎯responde con esa agilidad que lo caracteriza, su tono ligero, como si el tema le resultara más curioso que preocupante.

⎯Tal vez nunca supo cómo se utilizaba el equipo ⎯contesto rápidamente, con una sonrisa que me sale de forma natural. Él asiente, entendiendo el chiste.

⎯¿Puedo acompañarte? ⎯pregunto, mientras sigo observando su figura tranquila.

Daniel me hace un gesto para que me siente a su lado. Me quito el saco, la pajarita y los dejo en el mismo lugar que él. Luego, me remango las mangas de la camisa, el gesto siendo más una manera de calmar la tensión interna que siento que algo físico. Me siento a su lado, el espacio entre nosotros es mínimo, pero las palabras que aún no decimos pesan en el aire.

⎯Escuché que fue todo un éxito el concierto ⎯comenta, sin saber muy bien qué más decir.

⎯Y yo que pedaleaste desde el Conglomerado hasta acá… ⎯respondo, con una ligera sonrisa, mirando de reojo.

⎯Tenía que llegar ⎯contesta, tomando un poco de agua, tratando de apaciguar la emoción que hay en su pecho⎯. Tenía un discurso que dar.

Nos quedamos en silencio por un momento, cada uno en sus pensamientos, pero de alguna manera, ese silencio compartido se siente cómodo, como un pequeño refugio que ambos necesitamos después de todo lo sucedido.

⎯Fue un buen discurso… ⎯le digo, y él sonríe.

Daniel voltea a verme y en sus ojos noto todo lo que me quiere decir. Hay arrepentimiento, amor, una ligera vergüenza, pero también una calma profunda, como si, por fin, hubiera encontrado un respiro.

⎯Para una persona a la que no le gustan las muestras de afecto en público, creo que ese discurso no fue nada discreto ⎯digo, con una sonrisa irónica.

Él suspira, y por un momento parece perderse en sus propios pensamientos, como si las palabras estuvieran pesando más de lo que esperaba.

⎯Bueno, una persona muy sabia me dijo que no hay que esperar a que la otra persona cambie, sino estar dispuesto a cambiar tú para ella. Así que este es el primer paso de mi cambio.

⎯¿Decirle a toda España que estás enamorado? ⎯pregunto, casi en tono de broma, pero también consciente de la magnitud de lo que acaba de hacer.

⎯Así es… y que la cagué ⎯responde con una ligera sonrisa, sus ojos buscando los míos, como si intentara medir la respuesta⎯. No soy tan pensante y perfecto como pensaban, y estoy dispuesto a hacer todo lo que pueda por recuperar al hombre que amo y mantenerlo enamorado. Porque cuesta el mismo esfuerzo recuperar a alguien que se ama y mantenerlo enamorado.

Sonrío ante sus palabras, la sinceridad y la vulnerabilidad en su tono me tocan de una forma que no esperaba.

⎯La ironía es que, creo que nunca he enamorado a nadie, así que puedo cagarla de nuevo ⎯se sincera, y su risa suave me hace sentir una conexión aún más profunda.

⎯¿No has enamorado a nadie? ⎯pregunto, sorprendido, pero también intrigado.

⎯No. Raúl, en verdad, nunca me amó, y yo nunca lo enamoré ⎯responde, sus palabras dejando un rastro de melancolía en el aire⎯. Así que, soy nuevo en este camino.

Hay algo en su voz, una mezcla de vulnerabilidad y esperanza, que me hace darme cuenta de lo mucho que está dispuesto a arriesgar. Lo veo allí, sentado junto a mí, admitiendo que, por primera vez, está dispuesto a aprender lo que significa amar de verdad. Y, por alguna razón, eso me hace sentir que tal vez, solo tal vez, el amor puede ser un lugar al que ambos lleguemos, no como una obligación, sino como una oportunidad para crecer juntos.

⎯¿Me estás diciendo que nunca has enamorado a nadie? ⎯vuelvo a preguntar, incapaz de creer lo que estoy escuchando, como si lo que acababa de decir fuera casi imposible.

⎯No lo sé… ⎯admite él, sus ojos buscando algo en mi rostro, como si tratara de leer mis pensamientos, de entender cómo reacciono a sus palabras.

⎯¿Me estás diciendo que no has enamorado a nadie con tu increíble sentido del humor y ese sarcasmo ligero que te caracteriza? ¿O con esa forma que tienes de caminar? Segura y firme, como si el mundo fuera tuyo para conquistar. O con esa mente brillante que puede hacer cálculos más rápidos que una calculadora.

⎯Ojalá fuera así ⎯responde, entre sonrisas, como si lo que estoy diciendo fuera tan ajeno a su propia percepción de sí mismo, casi como si fuera un sueño lejano que no alcanza a creer.

⎯¿O que no has enamorado a nadie con esa vulnerabilidad que te caracteriza? ¿Esa inocencia que aún queda en ti? ¿Y esa bondad? ⎯pregunto, y noto que Daniel se sonroja, como si, por primera vez, esas palabras tocaran algo profundo dentro de él.

⎯Me estás diciendo que no has enamorado a nadie con ese cabello castaño claro que, bajo el sol, parecen un poco más rubios, y que se despeina ligeramente, haciendo que caigan pequeños rizos sobre tu frente, de manera tan natural que parece que te acaban de peinar en el viento. ¿Que nadie se ha enamorado de tu barba, siempre bien formada, de esa mandíbula marcada que te da un aspecto varonil? O con esas cejas oscuras y definidas, que se alzan por encima de tus hermosos ojos oscuros, tan expresivos, que cuando me miran directamente, me transmiten calma, seguridad y serenidad.

⎯Al parecer… ⎯dice, con una ligera sonrisa, como si fuera incapaz de creer lo que le estoy diciendo.

⎯¿O que no has enamorado a nadie con ese cuerpo fenomenal, de torso marcado, atlético y bien trabajado, con ese abdomen tonificado y brazos fuertes que se marcan de forma increíble con la ropa fina y hecha a medida que te hace ver… impresionante? ⎯digo, casi en un susurro, dejando que cada palabra se asiente entre nosotros, consciente de cómo mi propio corazón late más rápido mientras lo observo.

Daniel se sonroja visiblemente, y por un momento parece como si quisiera decir algo, pero se queda en silencio, probablemente procesando todo lo que acaba de escuchar.

⎯Creo que sí ⎯responde finalmente, con una sonrisa tímida que, a pesar de todo, se siente genuina y sincera.

La atmósfera cambia, se vuelve más suave, más profunda. Nos miramos durante unos segundos, sin prisas, sin necesidad de llenar el espacio con más palabras. Él se muerde el labio, al estar tan cerca de los míos, y por un instante, el mundo alrededor parece desaparecer. Todo lo que existe en ese momento es el espacio entre nosotros, la electricidad que se siente en el aire, la anticipación de algo que no necesitamos apresurar.

⎯¿Me estás diciendo que nadie se ha enamorado de la manera tan apasionante y excelsa que besas? ⎯pregunto, con una sonrisa que no puedo evitar, sintiendo cómo la tensión crece en mi pecho.

⎯¿Me estás diciendo que soy bueno besando? ⎯pregunta él, su voz baja, casi como si estuviera esperando mi respuesta.

⎯No lo sé, no lo recuerdo ⎯finjo, sonriendo de forma traviesa mientras acaricio su rostro, sintiendo la suavidad de su piel bajo mis dedos. Su mirada se intensifica, como si estuviera esperando más, queriendo saber hasta dónde puedo llegar.

⎯Tal vez si me besas, pueda recordarlo ⎯añado, en un susurro tan suave que parece más una invitación que una propuesta.

Su respiración se vuelve más profunda y, sin decir una palabra más, se acerca un poco más, casi como si sus labios se adelantaran hacia mí de manera inevitable. El roce de su aliento me provoca una sensación cálida, como si, por fin, todo lo que hemos compartido, todas las palabras no dichas, estuvieran llegando a su punto más perfecto.

Entonces, nuestros labios se encuentran.

Es un beso suave al principio, como si ambos estuviéramos explorando, probando la proximidad, pero pronto se intensifica. Hay algo increíblemente cálido y reconfortante en su beso, como si estuviera abrazando cada parte de mí, de una forma que no había experimentado antes. Sus labios son firmes, pero suaves, y se mueven con una lentitud que me hace perder el aliento, como si estuviera dándome un trozo de su alma con cada caricia. El mundo alrededor desaparece, el ruido de la noche se desvanece, y todo lo que queda es la sensación de su cercanía.

Me aferro a él, mis manos ahora se encuentran en su cuello, guiando el beso, profundizándolo. El calor de su cuerpo, su respiración entrecortada, hace que me sienta como si nada más importara. Y, por un instante, tengo la sensación de que el tiempo se ha detenido, como si este beso fuera el momento en el que finalmente nos encontramos, verdaderamente, el uno al otro.

Cuando finalmente nos separamos, nuestros ojos se encuentran nuevamente, y no hace falta decir nada. Los latidos de nuestros corazones parecen sincronizados, como si, de alguna forma, este beso nos hubiese recordado lo mucho que nos amamos y que, en realidad, no podemos vivir el uno sin el otro. 

⎯Este beso es… diferente ⎯murmuro, cerca de su rostro, mi respiración casi entrelazada con la suya.

⎯Lo es porque… te lo dio un Daniel diferente. Uno enamorado, vulnerable y feliz ⎯confiesa, y sus palabras me tocan más de lo que esperaba. La sinceridad en su voz, esa exposición de su alma, hace que mi corazón lata un poco más rápido.

Beso ligeramente sus labios de nuevo, suave, como si cada beso fuera una promesa.

⎯¿Ya no durarás de mí? ⎯le pregunto, y, con una sonrisa que apenas se asoma, deposito otro beso entre sus labios, como si mi cuestión fuera solo una excusa para acercarme más a él, para sentir su cercanía aún más.

⎯Jamás ⎯responde, sus ojos reflejando algo que no había visto antes: una certeza profunda, una verdad que parece no dejar espacio para dudas.

⎯¿Seguro? ⎯insisto, jugando con la distancia entre nosotros, besándolo una vez más, esta vez un poco más largo, un poco más intenso, como si cada beso deseara decir más que las palabras.

⎯Te lo juro por lo que desees ⎯contesta, sus ojos clavados en los míos, como si lo que acaba de decir es una promesa sagrada, algo que va más allá de lo que cualquiera podría esperar.

⎯¿Por lo que desee? ⎯inquiero, mi voz un susurro bajo, como si al decir esas palabras, todo lo que había pasado hasta ahora, todo lo que sentía, pudiera cristalizar en algo tangible.

⎯Lo que sea… ⎯susurra, acercándose más, su aliento cálido rozando mi piel, y por un momento, siento que el mundo entero se reduce a este instante.

⎯Jurado por… ⎯comienzo, y mi voz se va apagando mientras mis labios recorren su rostro, rozando su mejilla con suavidad, como si cada palabra y cada beso construyeran en sí un juramento.

¿Por qué podría jurarlo, Daniel?

Tal vez porque, en este momento, él no solo me está dando su amor, sino algo mucho más profundo: su vulnerabilidad. Está poniendo en mis manos su confianza, la misma que le ha costado tanto ofrecer. Porque lo que hemos vivido hasta ahora ha sido un camino de incertidumbre, de tropiezos, pero también de crecimiento. Quizás está jurando por el deseo de que esto no se acabe, de que no importe lo que el futuro nos depare, porque hoy, en este instante, está dispuesto a ser quien realmente es, sin esconder nada.

Quizás lo jura porque, por fin, se siente completo de una manera que nunca imaginó. El Daniel que solía esconder sus sentimientos, que temía exponerse, ha encontrado en este momento la paz que tanto buscaba. Y tal vez está jurando que no volverá a huir, que no volverá a tener miedo de lo que siente. Está jurando que, a partir de ahora, todo lo que haga, lo hará con la certeza de que está enamorado, y que ese amor es real.

Lo juraría por mí, por lo que somos, por lo que hemos construido, por este amor que ha florecido entre nosotros, que ha crecido a pesar de los miedos y las dudas.

Y en este juramento, sé que no solo promete algo que quiere cumplir, sino que, al hacerlo, también se está entregando por completo, mostrándome una parte de sí que nunca había compartido.

⎯Te lo juro por el tiempo que hemos perdido, por las heridas que nos hemos causado, y por cada momento que he dejado pasar sin decir lo que realmente siento. Te lo juro por cada palabra no te he dicho, por cada silencio que guardé, porque todo eso me ha llevado a este instante, donde no puedo seguir escondiéndome. Te lo juro por lo que soy ahora, por lo que he aprendido a ser gracias a ti, y por lo que aún puedo llegar a ser, si me dejas caminar a tu lado.

Sus ojos no se apartan de los míos, su voz temblorosa, pero firme, y siento cómo cada palabra cala hondo, no solo en mi pecho, sino en lo más profundo de mi ser. Al escuchar sus promesas, veo que, por fin, está dispuesto a ser el hombre que siempre quise que fuera, el que nunca dejé de imaginar en mis pensamientos, el que, aunque estaba perdido en su propio miedo, ahora tiene la valentía de ofrecer todo lo que es.

⎯Te lo juro por lo que más quiero, por el amor que estoy dispuesto a dar y por todo lo que aún no sé, pero que quiero descubrir contigo. Y te lo juro, por lo que más temo: que si no te lo digo ahora, podría arrepentirme por siempre.

Mi corazón late más rápido, y por primera vez en mucho tiempo, siento que lo que está diciendo es real, es sincero, y sobre todo, es algo que nunca había experimentado.

⎯¿Sabes? ⎯le contesto, mientras acaricio su cabello, sintiendo la suavidad de los mechones entre mis dedos⎯. Aria se quedó en casa de tu tía Julie con las niñeras…

⎯¿De verdad? ⎯me pregunta, su tono curioso, y su expresión cambia, como si esa pequeña sorpresa cambiara la dinámica de la conversación.

⎯Sí. Pasará ahí la noche, y pues tú… necesitas urgentemente una ducha ⎯digo con una sonrisa, disfrutando de la posibilidad de hacerle ver lo que necesitamos hacer ahora, después de toda esta tensión acumulada.

Daniel se ríe bajito, ese sonido familiar y relajante que me hace sentir más cercano a él que nunca.

⎯Lo siento… pedalear en esmoquin no era lo que planeaba hoy ⎯dice, con una sonrisa traviesa que ilumina su rostro.

⎯¿Qué te parece si agarramos una caja de vino patrocinado por los Santander? ⎯sugiero, mi tono ligero y juguetón, como si todo fuera parte de un plan más divertido que serio.

⎯Vale… ⎯responde, con una sonrisa cómplice, como si estuviéramos compartiendo un pequeño secreto que nadie más debería conocer.

⎯Y vamos al piso, te das una ducha, preparo pasta y seguimos discutiendo esto en un lugar más… cómodo ⎯le pregunto, dejándole claro que lo que más quiero ahora es estar cerca de él, en un ambiente más relajado.

⎯¿Qué hacemos con mi bicicleta? ⎯pregunta, como si de repente la bicicleta se hubiera convertido en el obstáculo más grande para lo que tenía en mente.

⎯Dan… le estás quitando lo sexy al plan ⎯le respondo, riendo suavemente, disfrutando de cómo la tensión se disuelve poco a poco entre nosotros.

⎯Lo siento… acepto tu plan. Puedo regalar la bicicleta.

⎯¡Guau! Impresionante. Regalarás tu bicicleta. ⎯mi tono es de sorpresa genuina, aunque la situación me resulta cada vez más absurda y encantadora.

⎯La acabo de comprar, está nueva, cualquier persona la va a querer… ⎯responde, como si lo estuviera haciendo con total naturalidad, como si regalar una bicicleta fuera algo común para él.

⎯¡Ok! ⎯expreso, realmente impresionado por lo que acabo de escuchar, no solo por su generosidad, sino por lo fácil que lo dice, como si lo tuviera todo bajo control.

Ambos nos levantamos del suelo, caminando hacia nuestros sacos con una cierta sincronización que refleja cuánto nos estamos entendiendo.

⎯Entonces, ¿vas por la vida comprando cosas y regalándolas? ⎯pregunto, aligerando el ambiente, queriendo hacer una broma después de tanta intensidad.

⎯No, solo hago gastos extraordinarios y fuera de mi presupuesto cuando la ocasión lo necesita ⎯responde con una sonrisa que parece decir que puede hacerlo si lo desea, pero no es algo que suela ocurrir. 

⎯¿Tienes un presupuesto? ¡Qué sexy! ⎯digo en tono de juego, sin poder evitarlo, porque el hecho de que se preocupe por esas cosas me resulta…muy Daniel.

⎯Y también pago mis impuestos… ⎯contesta Daniel, coqueto, con un guiño que me hace reír.

⎯Basta, me estás enamorando más… ⎯bromeo, con una sonrisa más amplia⎯. ¿Algo más?

⎯Puedo hacerte tus impuestos. ⎯dice, provocador, pero con esa suavidad en la voz que hace que me lo tome en serio.

⎯Ufff… ¿es tu dirty talk para llevarme a la cama? Porque está funcionando. ⎯respondo en tono juguetón, disfrutando de cómo se va liberando de todo lo que estábamos cargando, como si la diversión también fuera una forma de liberar los nervios.

Daniel se ríe, esta vez lo hace en una carcajada genuina, como si finalmente pudiera soltar toda la presión acumulada. Hay algo liberador en ese sonido, y por un momento, siento que, al igual que él, yo también me libero.

⎯¿Ves? ¿Cómo sí puedes enamorar a las personas? A mí me vuelves loco ⎯le aseguro, con total sinceridad, sabiendo que esta conexión, por más que la estemos haciendo ligera, tiene algo profundamente real en ella.

Ambos nos vemos de frente, y yo estiro la mano, como si fuera lo más natural del mundo. Daniel la toma sin dudar, con una naturalidad que me sorprende, como si no hubiera otra forma de hacerlo, como si hubiera nacido para enlazar su mano con la mía.

⎯¿Vamos? ⎯le pregunto, con una sonrisa que apenas puedo contener, porque sé que este es un momento que ninguno de los dos quiere que termine.

⎯Vamos… ⎯responde, y la forma en que lo dice, sencillo pero seguro. 

Y así, tomados de la mano, con los sacos sobre nuestros hombros, regresamos a la Casa de la Música, felices. Supongo que ya nos tocaba, a ambos, sentirnos así. Felices. 

15 Responses

  1. 😍😍😍😍😍😍😍 Que bello que bello gracias por el esfuerzo de escribirnos este capítulo❤️❤️❤️

  2. INCREÍBLE 🙂‍↕️🥰😍 que hermosa reconciliación!! 🥰🥰🥰🥰 ese Daniel me gusta mucho más!! Taz! Tu muy bien!! 😘🥰

  3. Siii les tocaba a ambos ser felices, Daniel que soltará cuerdas, que Taz superará a Alexander y Aria tenga un papá cuya famila la quiera como todos.
    Gracias Ana es un capítulo maravilloso

  4. -suspiro enamorado- Profundamente encantada con este capítulo, realmente me siento enamorada de esta parejita tan bella.
    Ya quiero que la familia lo sepa para que se celebre como se debe… Aria y sus nuevos primos serán los más felices porque tendrán más noches de pijamada.
    Las palabras de Taz, evidenciando que Daniel se equivoca al decir que nunca enamorado a nadie, porque él ha caído rendondito ante sus encantos y su habilidad para hacer presupuestos y pagar impuestos 🤭 me encantaron.

    Gracias, Ana. 10/10 👏🏼

  5. Hermoso… Al fin están juntos… Se merecen vivir su amor. Ya q todo es simple… Amor es amor

  6. Jajajaja esas conversaciones tan sexys jajaja. Muy bueno, me encantó, se fajó Dan con ese discurso. Y Taz dandole su toque para ligerarle la carga a Dan. Son perfectos

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *