TRISTÁN
⎯Tengo miedo ⎯me murmura Ana Carolina, mientras manejo hacia la casa de mis suegros.
Voy pensativo, con la mente trabajando a mil revoluciones, buscando cómo ayudarla, cómo resolver parte del desastre que se avecina. Dante nos sigue en su auto, en silencio. Después del incidente con Salma, nos explicó que había ido al baño y, al salir, ella lo sorprendió en el pasillo. No tuvo oportunidad de advertirle a nadie que no la dejaran entrar. Y ahora, nuestro plan cuidadosamente trazado se ha adelantado de golpe.
Sólo espero que todo esto no arruine la boda de mis hermanas.
⎯Tranquila… yo no te dejaré sola ⎯le digo, apretando su mano entre la mía.
⎯¿Qué pasará con Dante? ¿Le quitarán el trabajo? ¿Lo repudiarán? ¡Claro que lo harán! Tiene todas las características que mi padre desprecia y que mi madre detesta… ⎯su voz tiembla, y veo cómo sus ojos se llenan de angustia.
⎯Tranquila, Carito ⎯le pido otra vez, con calma, apretando suavemente su mano⎯. El bebé no se merece que te estreses.
⎯Lo sé… pero… ⎯suspira y cierra los ojos, como si quisiera bloquear el mundo exterior.
Sé que este es el momento en que Ana Carolina empieza a arrepentirse. De todo: de estar embarazada, de que lo nuestro haya terminado, de no haber dicho la verdad a tiempo. No me duele. No. Simplemente lo veo. Lo acepto. Este es el precio de nuestras decisiones.
Llegamos más rápido de lo que pensé a casa de sus padres. Me estaciono unos metros antes de la entrada principal y apago el motor. Durante todo el trayecto, hemos contado con la esperanza de que Salma haya guardado el secreto al menos un par de horas más.
⎯No sé cómo se los diremos, pero aquí estoy ⎯es lo único que atino a decirle.
Ella asiente. Tiene el rostro lívido, los ojos abiertos por el miedo. Sabe lo que se viene. Sabe que lo perderá todo. Y aun así, está aquí, a punto de enfrentarlo. No sé si la admiro o si me rompe el alma.
⎯Antes de salir le envié un mensaje a mis padres ⎯le comento⎯. Deben llegar en unos cinco minutos. Estarán aquí para apoyarnos.
⎯Gracias ⎯murmura, apenas un susurro. Puedo ver en su expresión que está al borde del llanto.
Sin pensarlo más, me inclino hacia ella y la abrazo. La envuelvo con fuerza, como si pudiera protegerla de todo lo que viene. Su cuerpo tiembla un poco entre mis brazos, pero no llora. Sólo se aferra a mí, como un náufrago que se agarra a la última tabla a la deriva.
⎯No estás sola, Carito ⎯le susurro, acariciándole el cabello⎯. Pase lo que pase, yo estaré contigo. No voy a soltar tu mano. No ahora. No nunca.
Ella asiente contra mi pecho, en silencio. Su respiración es temblorosa, pero sus manos se aferran con fuerza a mi camisa, como buscando anclarse a algo que no se le deslice de las manos.
Un golpe en el vidrio nos hace separarnos de golpe. Es Dante. Ana Caro abre la puerta y baja del auto; yo también salgo por mi lado.
⎯(1) No, no Dante, non entrare ⎯le pide Ana Caro con urgencia, alzando ligeramente la voz.
Pero Dante niega, decidido.
⎯(2) Lo farò! Sì, partecipo! Sono stanco, Ana Caro. Sono stanco di nascondermi, di far finta che non stia succedendo nulla. Ti amo. E farò parte della vita di tuo figlio, che amerò come se fosse mio. Davide è d’accordo. Sappiamo che finirà male, almeno voglio che i tuoi genitori me lo dicano in faccia ⎯declara con firmeza, sus ojos brillando con determinación.
Ana Carolina lo mira, insegura.
⎯Dante… ⎯murmura, como si no supiera cómo frenar ese torrente de valentía que se le ha despertado.
Entonces él da un paso más, toma sus manos entre las suyas con ternura y añade:
⎯(3) Mi hai protetto abbastanza, è ora che io protegga te ⎯concluye, su voz baja pero llena de decisión.
⎯Dante tiene razón ⎯intervengo, con la voz tranquila pero firme⎯. Déjalo que entre.
Ana Caro duda un segundo, pero finalmente asiente.
⎯Bueno, pero primero David y yo entramos y tú esperas unos minutos. Va bene?
Dante asiente con la cabeza, respirando hondo, como si se preparara para la guerra.
Ana Carolina y yo avanzamos hacia la entrada. Abrimos la pequeña reja del jardín que separa la casa de la calle y caminamos lentamente por el sendero de piedra. El corazón me late fuerte en el pecho. Cada paso que damos se siente como una cuenta regresiva.
Justo cuando tocamos la puerta, Salma la abre de golpe, su rostro iluminado por una sonrisa.
⎯¡Caro! ⎯exclama, sabiendo perfectamente a qué hemos venido. Sin embargo, su expresión cambia en cuanto ve a Dante acercándose detrás de nosotros⎯. Cosa fa Dante qui?
Ninguno de los tres responde. Solo cruzamos la puerta y nos adentramos hacia el jardín, donde sabemos que estarán sus padres.
Aprovecho el breve momento para sacar el móvil y enviarle un mensaje a mi madre:
DT:
¿Dónde están, ma?
La respuesta no tarda:
Luchita:
Nos estamos estacionando.
Suspiro, aliviado. Al menos tendremos un poco de refuerzo cuando llegue el momento inevitable.
Al fondo, en el jardín, los padres de Ana Carolina nos reciben como si nada pasara. Están sentados en los cómodos sillones de mimbre bajo una pérgola cubierta de bugambilias. La escena casi parece sacada de una postal de domingo.
⎯¡Davide! ⎯exclama Ana Francisca, poniéndose de pie y abriendo los brazos⎯. ¡Qué milagro! ¡Mi yerno favorito está aquí!
Sonrío de forma tensa. No sé ni qué contestar. No soy su yerno… oficialmente. O al menos, no todavía. Aunque muy pronto, seré mucho más que eso: seré el padre de su nieto.
⎯Pues, aquí estoy ⎯respondo, intentando sonar relajado.
De repente, escuchamos la voz de alguien del personal que se acerca desde la entrada:
⎯Señores, los señores Canarias están aquí.
Mi cuerpo se relaja un poco. Mis padres han llegado. Una parte de mí siente que ya no estamos solos en esta batalla.
Mis padres entran como siempre, cargando consigo su propia aura imponente: mi padre, observador y serio; mi madre, con esa calidez que siempre logra relajar los ambientes tensos.
⎯¡Luz! ¡David! ⎯saluda entusiasta mi suegro, acercándose con los brazos abiertos⎯. Che piacere! Benvenuti!
⎯Grazie ⎯responde mi madre con una sonrisa, pronunciando una de las pocas palabras que domina en italiano… además de poder cantar Bella Ciao de memoria, por alguna razón que nunca he logrado entender.
⎯¿Quieren vino? ¡María! ¡Vino rosso! ⎯ofrece de inmediato mi suegro, como buen anfitrión italiano.
⎯No, gracias ⎯contesta mi padre con una risa ligera⎯. Me acabo de tomar unos tequilas, y no quiero cruzar nacionalidades tan rápido.
La broma hace que el ambiente, por unos segundos, se distienda.
Pero todos sabemos que esta paz es breve. Una pequeña tregua antes de que caiga la tormenta.
⎯Buena broma, buena broma ⎯dice mi suegro, soltando una carcajada amable⎯. ¿Café? ¿Agua?
⎯Mejor que María se traiga un whisky ⎯responde mi padre, bromeando también, aunque todos sabemos que lo que está por venir necesitará algo más fuerte que un café expreso.
⎯¿Whisky? No, no… los Santander no somos de whisky. ¡Un buen vino rosso! ⎯insiste mi suegro, haciendo un gesto a María, la empleada que ya se había acercado a la terraza.
Las bromas se desvanecen tan rápido como llegaron. Y de pronto, la tensión se instala como un invitado incómodo.
⎯Papà, mamma, David e io abbiamo bisogno di parlarti ⎯dice Ana Carolina, con una voz serena pero cargada de nervios. Luego añade en español⎯: Y lo haré en español, porque los señores Canarias tienen que entenderlo todo.
⎯¿Cosa succede, figlia? ⎯pregunta su madre, Ana Francisca, con un gesto de ligera preocupación mientras Ana Caro la invita a sentarse en el sofá.
Todos tomamos asiento. Salma, que no puede ocultar su impaciencia, se acomoda en el borde del sillón, expectante, casi brillando de anticipación.
Ana Carolina respira hondo y comienza:
⎯Hemos venido ⎯hace una pausa breve⎯ e invitado a los señores Canarias, para comunicarles que… David y yo…
⎯¡Se van a casar! ⎯se adelanta su madre, emocionada, aplaudiendo sin poder contenerse.
Ana Caro niega rápidamente, con una sonrisa triste.
Luego mira hacia la entrada, donde Dante espera, de pie, paciente y rígido como una estatua.
⎯Ana Caro y yo estamos esperando un bebé ⎯anuncio con calma, intentando controlar la avalancha de reacciones que sé que se avecina.
⎯È vero? ⎯pregunta mi suegro, sus cejas alzándose incrédulas.
⎯Sí, es verdad ⎯respondo.
Mi suegra se pone de pie de inmediato, nos abraza a ambos y exclama:
⎯¡Qué felicidad! ¡Seremos abuelos!
⎯¡Es la mejor noticia que nos han dado! ⎯añade mi suegro, sonriendo de oreja a oreja.
Veo de reojo a mis padres, aún sentados, serenos pero atentos. Ellos saben, como yo, que esta felicidad es momentánea. Una burbuja que en cualquier momento reventará.
⎯Eso quiere decir que la boda será pronto, ¿cierto? ⎯comenta mi suegro, aún sonriente⎯. Sabes, Davide, que ese hijo no puede nacer fuera del matrimonio…
Ana Caro me mira de reojo. Me toma la mano con fuerza, como buscando apoyo.
⎯David y yo… no nos vamos a casar ⎯dice Ana Carolina, con voz firme aunque ligeramente quebrada.
Y en un instante, el ambiente cambia. Se vuelve tenso, espeso, lleno de incredulidad.
⎯¿Cómo? ⎯pregunta Salma, que ya no puede contenerse.
⎯No nos vamos a casar ⎯repite Ana Caro, esta vez con más claridad⎯. De hecho…
⎯De hecho, Ana Caro y yo terminamos nuestra relación hace semanas atrás ⎯agrego, terminando la frase que ella no se atrevía a decir.
Un “¡QUÉ!” sincronizado estalla en la boca de los Santander, como si les hubieran arrebatado el aire de los pulmones.
⎯¿Cómo que han terminado? ⎯insiste mi suegro, su voz ahora cargada de desconcierto y frustración.
⎯Sí ⎯respondo, firme⎯. Yo estoy enamorado de otra mujer, y Ana Caro está enamorada de…
⎯Dante ⎯pronuncia ella, con una determinación limpia, que deja sin aliento a toda la sala.
El silencio se hace denso. Las miradas se cruzan, el tiempo parece congelarse.
⎯¿Qué dices? ⎯pregunta Ana Francisca, con una voz aguda y venenosa⎯. ¿Estás enamorada de ese negro?
La palabra sale de su boca como una puñalada. Me duele incluso a mí. Siento la indignación vibrando en el aire.
Mi padre no tarda en reaccionar. Se pone de pie, rígido como una columna.
⎯Ana Francisca ⎯dice, con un tono cortante⎯, te pido que no hables así del muchacho.
Pero Ana Francisca lo ignora por completo, cegada por la rabia.
⎯¡Cómo te atreves a enamorarte de él! ⎯grita, señalando a Dante, que ya está más cerca del círculo, manteniéndose sereno.
⎯¡¿Qué le hiciste a mi hija?! ⎯ruge mi suegro, y antes de que podamos detenerlo, cruza la distancia y empuja violentamente a Dante contra la pared.
⎯¡Papá! ⎯grita Ana Carolina, corriendo hacia ellos.
⎯¡Della Rovere! ⎯exclama mi padre, poniéndose entre Dante y mi suegro, su voz vibrando de autoridad.
⎯¡Esto debe ser una broma, Ana Carolina! ⎯vocifera su padre, temblando de furia⎯. ¡Sabes lo que la familia espera de ti! ¡Y te atreves a enamorarte de un don nadie!
⎯¡No es un don nadie! ¡Es un buen hombre! ⎯responde Ana Caro, con una valentía que me llena de orgullo.
⎯¡David también es un buen hombre! ⎯replica Ana Francisca.
⎯¡Pero ya no me ama! ⎯grita Ana Caro, la voz rota de dolor y cansancio.
⎯¡No me importa que no te ame! ⎯vocifera su padre⎯. ¡En nuestra familia eso está de más! ¡Te vas a casar con David Canarias y punto! ¡No voy a dejar que mi apellido Santander sea manchado otra vez! ¡¿ENTENDIDO?!
⎯No le grite a Ana Carolina ⎯le pido, firme pero respetuoso.
Pero Ana Francisca no tiene freno.
⎯¡Cállate tú, cornudo! ⎯escupe con desprecio⎯. En vez de estar defendiéndola, deberías preguntarte si el bebé que carga es tuyo.
Un silencio asesino cae sobre la sala.
Pero antes de que pueda abrir la boca para defenderme, la voz de mi madre resuena en el salón, con la fuerza de un huracán.
⎯¡A mi hijo nadie lo llama cornudo! ⎯dice mi madre, levantándose con una dignidad impresionante⎯. ¡Nadie!
La autoridad de su voz hace que hasta Ana Francisca dé un paso atrás.
⎯¡Vas a respetarlo! ⎯continúa mi madre⎯. David es el padre de ese bebé, lo reconocerá, lo amará y será el mejor padre que ese bebé pueda tener. No necesita tu bendición ni la de nadie para hacer lo correcto.
Se acerca un paso más hacia ellos, su figura imponente.
⎯Y si piensan que en esta familia obligamos a alguien a casarse por alianzas, están muy equivocados. No somos los Santander. No vendemos a nuestros hijos ni cambiamos su libertad por un apellido.
La tensión se vuelve insoportable. Nadie se atreve a contradecirla.
⎯Si Ana Carolina y David han decidido seguir caminos separados, entonces los apoyaremos. Si han decidido criar a ese niño con amor, sin rencores, los apoyaremos. Porque en esta familia ⎯dice, señalándonos a mi padre y a mí⎯, se respeta el amor y la libertad. Se respeta la dignidad. Y no se humilla a quienes se ama.
Mi padre asiente, colocándose al lado de mi madre como su cómplice silencioso.
Yo, simplemente, siento una punzada de orgullo por ella.
Ana Caro llora en silencio. Dante, por primera vez, se permite una expresión de alivio y toma a Ana Carolina entre sus brazos. Y yo… sé que, pase lo que pase a partir de aquí, no estamos solos. Mi madre acaba de recordárselo a todos: el respeto y el amor son más fuertes que cualquier apellido.
⎯Si esto es lo que quieres ⎯dice Della Rovere, mirando a Ana Carolina con un rostro tan severo que hiela la sangre⎯. Muy bien.
Por un segundo, ingenuamente, quiero creer que dirá algo positivo. Que, a pesar de todo, encontrará la manera de bendecir la decisión de su hija. Que tal vez, por amor de padre, deje a un lado su orgullo y su apellido.
Pero estoy equivocado.
Las palabras que siguen me duelen hasta el alma, aunque no estén dirigidas a mí.
⎯A partir de hoy ⎯dice, con una voz dura como el mármol⎯, ya no eres hija mía.
Ana Carolina palidece. No hay lágrimas aún, sólo una rigidez que delata que su corazón está rompiéndose en silencio.
⎯No puedo aceptar ⎯continúa⎯ que lleves nuestra sangre y la arrastres por el fango de la deshonra. ⎯La mira de arriba abajo, como si fuera una desconocida⎯. Te educamos para ser una dama, para estar a la altura del legado que recibiste. Para fortalecer nuestro nombre, no para mancharlo con una relación que no tiene ni pies ni cabeza.
Su madre, Ana Francisca, apenas asiente, dándole su respaldo silencioso.
⎯Te has enamorado ⎯dice Della Rovere, escupiendo la palabra como si fuera un insulto⎯ de un hombre que no es nuestro igual. Que no tiene apellido, que no tiene cuna, que no tiene historia. ¿Cómo pretendes que el mundo te vea ahora? ¿Cómo pretendes que tu hijo, ese bastardo, sea recibido en una familia como la nuestra?
⎯No es un bastardo ⎯digo con firmeza, con la voz cargada de una rabia que apenas puedo controlar⎯. Es un Canarias Santander. Es mío.
Mi declaración retumba en el aire, pero a Della Rovere parece darle igual. Su expresión no cambia. Su desprecio no se ablanda.
Ana Carolina se estremece, pero no llora. Sostiene mi mano con fuerza, como si esa fuera su única ancla en medio de la tormenta.
⎯No es por ti ⎯añade su padre, su voz cargada de una frialdad que me enferma⎯. Es por lo que representas. Porque nosotros no somos cualquier familia, Ana Carolina. Somos Santander. Somos historia. Somos linaje. No podemos permitirnos debilitarlo por un capricho romántico.
⎯No es un capricho ⎯responde ella, su voz temblorosa pero decidida.
⎯Para mí ⎯responde él, acercándose tanto que siento el impulso de interponerme⎯, a partir de hoy eres como una desconocida. Para nosotros, has muerto.
El silencio cae sobre nosotros como una losa.
Quiero hablar, defenderla, hacer algo, pero Ana Carolina me detiene con un leve apretón de su mano. Su mirada me pide que no intervenga. No aún.
Dante da un paso al frente, como un reflejo, como si quisiera ponerse entre ella y el mundo, pero Ana Caro lo detiene también, con una simple mirada cargada de dignidad y dolor.
Della Rovere retrocede un paso, como si ya no pudiera soportar ni verla.
⎯Lárgate ⎯dice, en italiano, con una voz quebrada de furia contenida⎯. No tienes casa aquí. No tienes familia aquí. Desocuparás el piso donde vives y te quedarás sólo con lo que tienes ahora. No más.
Ana Carolina respira hondo. La veo temblar, pero también la veo sostenerse, erguirse con una fuerza que me parte el alma de orgullo y dolor a la vez.
⎯Yo sí tengo familia ⎯dice, alzando la barbilla con una dignidad feroz⎯. La que estoy formando. Y le enseñaré a mi hijo a no avergonzarse de amar. Nunca.
Della Rovere no responde. Se limita a girar sobre sus talones, dándonos la espalda como si quisiera borrar nuestra existencia.
Ana Francisca lo sigue, no sin antes lanzarnos una última mirada cargada de desprecio.
Mis padres, en cambio, se quedan. Firmes. Inamovibles. Mi madre con lágrimas contenidas en los ojos. Mi padre con la mandíbula apretada, como si luchara contra el impulso de decir algo.
Y en ese instante lo sé: Ana Carolina ha perdido a su familia de sangre… pero ha ganado otra.
La nuestra.
La que eligió.
La que la eligió a ella.
⎯Salma… ⎯murmura Ana Carolina, con la voz apenas un susurro.
Pero su hermana no responde. No dice nada. En silencio, esquiva su mirada y sube las escaleras apresurada, como si necesitara desaparecer de nuestra vista cuanto antes.
Nos quedamos en medio de la sala, en un vacío incómodo que parece absorberlo todo. Pensé que sería malo… pero fue peor de lo que imaginaba. Nunca creí que los Santander pudieran ser tan rencorosos, tan fríos, tan profundamente racistas. Me pregunto cuántas cosas habrán dicho, cuántas habrán pensado, sobre mi familia y sobre mí, cuando no estábamos presentes.
Sin embargo, antes de que el dolor termine de consumirnos, mi padre ⎯David Canarias⎯ da un paso al frente. Se acerca a Ana Carolina, sin dudarlo, y la envuelve en un abrazo cálido, protector, como si fuera su propia hija.
⎯No te preocupes, Carito ⎯le dice con esa voz firme y serena que siempre consigue calmar cualquier tempestad⎯. Todo va a estar bien, ¿me oyes? Estás con nosotros ahora. Ya no tienes que demostrarle nada a nadie. Nosotros estamos aquí. Siempre.
Ana Carolina aprieta los ojos, luchando contra las lágrimas, y se aferra al abrazo de mi padre como quien se aferra a la seguridad y la templanza que necesita.
⎯Tú también, Dante. Eres bienvenido ⎯dice mi madre, acercándose a él con una sonrisa sincera.
⎯Grazie… ⎯responde Dante, con voz queda, visiblemente conmovido. Luego gira hacia Ana Carolina, y sus ojos oscuros ⎯siempre tan serenos⎯ se llenan de una determinación que parece envolverla por completo.
⎯Vamos a estar bien, Carolina ⎯le promete, con esa firmeza que sólo tienen los hombres que saben lo que quieren y por quién están dispuestos a luchar⎯. Yo voy a trabajar mucho para darte todo lo que necesites. ⎯Luego me mira a mí⎯. Te prometo que seré una buena pareja y que su bebé será amado por mí.
Lo sé ⎯murmuro.
Pero mientras respondo, puedo ver en sus ojos algo que no tiene que ver con Dante, ni con nosotros, ni con el bebé que crece en su vientre. No es duda hacia el futuro que está formando, ni miedo al hombre que ha elegido. Es otra clase de sombra. Es un dolor mucho más antiguo.
Ana Carolina, en este momento, duda de su propia sangre. De esa familia que debería haberla protegido, defendido, amado sin condiciones… y que en cambio le ha dado la espalda. No duda del amor que ahora la rodea ⎯porque sabe que es real⎯; duda de todo aquello que un día creyó sólido, seguro, eterno.
Duda de los valores que le enseñaron. Duda de la lealtad que creía inquebrantable. Duda de ese apellido que ahora se siente como una carga más que como un orgullo.
Y aunque se mantiene de pie, aunque sostiene nuestras manos con fuerza, su corazón ha sufrido una fractura que tardará mucho tiempo en sanar.
Pero lo hará.
Porque ahora tiene razones para sanar.
Porque ahora sabe que la familia también se construye, también se elige.
Y nosotros ⎯mi madre, mi padre, Dante, yo y el resto de mi familia⎯ estaremos aquí para recordárselo cada vez que sea necesario.
Cada vez que dude. Cada vez que tiemble. Cada vez que mire hacia atrás.
Ella ya no camina sola. Incluso, jamás lo haría. Y yo me encargaría de eso.
- No, no Dante, no vas a entrar.
- ¡Lo haré! ¡Si entraré! Estoy cansado, Ana Caro. Estoy cansado de esconderme, de fingir que no pasa nada. Yo te amo. Y seré parte de la vida de tu hijo que querré como mío. David está de acuerdo. Sabemos que esto terminará mal, al menos quiero que tus padres me lo digan a la cara.
- Ya me has protegido lo suficiente, es hora de que yo te proteja a ti.
Que horrible la discriminación y ma viniendo de gente que por ser rica se supone educada, y esas ideas retrógradas que prefieren darle más importancia a un apellido que a una hija
Que pena cuánta descriminacion hay actualmente. Aparte que como puede importar el que dirán si le das la espalda a tu hija, es como si no les importara realmente el amor de padres/hijos. Pero bien por Luz y David que la defendieron y ahora tiene una familia q eligió que jamás los dejarán solos
Aishh… porque la.tratan tan mal, simplemente se acabo el amor con David pero creció con Dante…
Ahora a luchar se verdad Carito!!