TRISTÁN
Al parecer, mi vida ha llegado a uno de esos picos de felicidad que rara vez se viven, uno tan alto e inesperado que cuesta encontrar palabras para describirlo. Voy a ser padre. Estoy enamorado. Tengo un trabajo que me apasiona, y los proyectos que hemos construido en familia comienzan a florecer. Son tantas cosas buenas ocurriendo al mismo tiempo, que a veces siento que no me caben en el pecho.
Mis padres y mis tíos solían hablar de esos momentos en los que todo parece encajar, como si el universo, por fin, conspirara a tu favor. Yo solía escucharlos con escepticismo, pensando que la vida no era así de generosa… hasta hoy.
Esa sensación se intensifica aún más cuando cruzo las puertas del hospital de mi padre. Caminando por sus pasillos, que me han visto crecer entre guardias médicas y visitas a sus pacientes, siento una mezcla extraña de orgullo y emoción. Aquí estoy, regresando no como el hijo de David Canarias, sino como un hombre que va a ser padre. Y no vengo solo. Vengo a encontrarme con Ana Carolina, para una nueva cita: vamos a ver a nuestro bebé.
Sí, la cita del mes ha llegado y hoy me toca conocerlo. Asegurarme de que todo vaya bien. Le pedimos a mi papá que nos canalizara con uno de sus obstetras de confianza, alguien que pudiera ser discreto ante la noticia. Queríamos que fuera Ben, el padre de Pablo y Mar, quien nos atendiera, pero no fue posible. Así que la doctora Lozano será quien lleve el control del embarazo.
Subo al elevador con el corazón palpitándome en las sienes. Me dirijo al piso que mi padre me indicó y, en cuanto las puertas se abren, la veo: Ana Carolina está sentada en la sala de espera, intentando pasar desapercibida. Lleva una gorra oscura y unas gafas de sol enormes que, lejos de disimular, la hacen ver más sospechosa. Apenas me ve, se pone de pie rápidamente y se acerca a mí.
⎯Acabo de ver a mi hermana ⎯me susurra, casi sin mover los labios.
⎯¿Cómo? ⎯pregunto en voz baja, alertándome.
⎯Sí. Estaba sentada y mi hermana pasó cerca. Creo que no me reconoció, por eso me puse la gorra de Dante ⎯me dice, mostrándome el logo pequeño en el costado de la gorra.
Miro de reojo hacia donde señala y veo a Dante, sentado en el rincón más apartado de la sala de espera, con el rostro tenso y la mandíbula apretada. Me siento terrible por él. No debería estar escondiéndose como si fuera un criminal.
⎯¿Quieres cancelar la cita? ⎯pregunto, dispuesto a hacer lo que sea necesario para que esté tranquila.
⎯No, no… solo quería comentártelo ⎯responde, negando rápidamente con la cabeza⎯. ¿Y Valentina?
⎯Está haciendo su maleta. Se quedó en su hotel anoche, pero esta noche se muda a mi piso ⎯le explico, y no puedo evitar sonreír al decirlo.
⎯¿Se queda? ⎯pregunta Ana Carolina, con una chispa de alegría genuina en la mirada.
⎯Sí. Y eso me hace muy feliz ⎯admito, sin reservas⎯. Después tenemos que hablar con ellos. Porque, bueno… aunque esta decisión sea entre tú y yo, ellos también van a formar parte de todo esto. De nuestra historia.
⎯¡Señores Donato! ⎯escucho que llaman, y al instante sé que somos nosotros.
Mi padre ha hecho la cita usando el apellido de mi abuelo como nombre clave, aunque la doctora sabe perfectamente quiénes somos. Un pequeño acto de discreción en un mundo donde cada movimiento puede convertirse en noticia.
⎯Venga, vamos… ⎯le pido a Ana Carolina, ofreciéndole mi brazo en un gesto casi automático.
Ella asiente y empieza a caminar, pero antes le hace una seña a Dante, que sigue sentado en la sala de espera, observándonos con atención.
⎯¿No viene con nosotros? ⎯pregunto, al notar que se queda en su lugar.
⎯¿Quieres que entre? La vez pasada pasé sola ⎯responde Ana Caro, con un pequeño encogimiento de hombros⎯. No lo vi… ¿adecuado?
Su tono es ligero, pero sé que detrás hay más. Dante es parte de esto, aunque el mundo aún no lo sepa.
⎯¿Te molestaría si pasa? ⎯pregunta, sincera.
Sonrío.
⎯No me molesta en absoluto. Además ⎯añado, entre risas suaves⎯, dentro de unos meses, el pobre también tendrá que escuchar los llantos a las dos de la mañana. Que vaya empezando a acostumbrarse, ¿no?
⎯¿Seguro? ⎯insiste ella, buscando confirmar que todo está bien.
⎯Seguro ⎯afirmo, sin dudar.
Ana Carolina piensa un momento y luego propone:
⎯Hagamos esto: pasamos tú y yo primero, vemos juntos al bebé, y después le pedimos a la asistente que llame a Dante para que entre.
⎯Vale ⎯acepto, sin pensarlo dos veces.
Ella se acerca a Dante y le dice algo en voz baja, una conversación breve y tranquila. Después regresa a mi lado, notablemente más relajada, como si una parte de su carga se hubiera aligerado.
Ambos entramos y la doctor de inmediato nos da la bienvenida.
⎯¡Tristán! ¡Qué gusto verte! ⎯me dice, saludándome con un beso en la mejilla⎯. ¡Carito!
Lo bueno y lo malo de que te conozca desde pequeño es que prácticamente saben todo sobre ti y ahora ella, sabe que seré padre.
⎯Cuando tu padre me contó…
⎯Pero, ya sabe, ¿cierto? ⎯le advierte Ana Caro.
⎯Sí, sí. Absoluta discreción, como si fuese secreto de confesión.
Los dos nos sentamos sobre los sillones desocupados y ella se siente y abre su ordenador portátil.
⎯Antes de ver al bebé, necesito algunos datos ⎯nos comenta.
De pronto llena a Ana Carolina de preguntas, unas que puedo responder y otras que no. Me percato justo el momento en que el bebé llegó a nuestras vidas. De los primeros síntomas que tuvo Ana Carolina y de cómo se siente ahora.
⎯Se me empieza a notar ⎯le comenta⎯. Siento que es muy pronto, pero mis pantalones ya no me quedan.
⎯Es normal. Algunos embarazos no se notan hasta los 6 meses otros se notan desde el inicio. Posiblemente el bebé venga grande. Digo, con un padre que mide 1.95 metros y con esa complexión ⎯bromea.
Ana Caro se sonroja.
⎯Bueno. Es hora de ver a su hermoso bebé.
De pronto la luz del consultorio se pone tenue, cálida, como si el ambiente fuese perfecto para relajarse. Ana Carolina se recuesta en la camilla, ligeramente nerviosa. Yo me siento a su lado, tomando su mano, mientras el monitor se enciende con un suave zumbido.
⎯Vamos a ver… ⎯murmura, mientras acomoda el gel sobre su vientre y, en cuanto el transductor toca su piel, la imagen aparece.
Primero es un borrón. Un conjunto de sombras moviéndose en un mar oscuro. Pero luego, allí está. Pequeño. Frágil. Perfecto.
La doctora ajusta el sonido y de repente el consultorio se llena de un latido. Firme. Rápido. Poderoso.
⎯Ahí está ⎯dice ella con dulzura.
La frase que Karl siempre repite cobra sentido en este momento: “La vida inicia y termina con un latido.”
Y sí… así inicia la vida de mi bebé.
Siento cómo mi pecho se expande y se encoge al mismo tiempo, como si el corazón me latiera demasiado grande para el cuerpo. Me cuesta tragar saliva. Me cuesta mantener la compostura.
Miro la pantalla, incapaz de apartar los ojos de esa figura diminuta que se mueve apenas en el vientre de Ana Carolina. Cada latido que escucho es un aviso de que esta aquí, que ya no hay marcha atrás. Tengo los ojos empañados y no puedo fingir que estoy bien. Me cubro la boca con la mano, cerrando los ojos un segundo, como si necesitara proteger este instante, hacerlo mío para siempre.
No es miedo. No es duda. Es una emoción tan abrumadora que duele… y al mismo tiempo, es la cosa más hermosa que he sentido en toda mi vida.
Ana Carolina aprieta mi mano. Yo no puedo apartar la mirada del monitor. Mi hijo. Mi hija. Una vida creciendo, latiendo, resistiendo. Pensé que sería padre dentro de unos años más, nunca a los 26. Pero ahora que lo veo, sé que es el tiempo perfecto.
⎯¿Qué piensa? ⎯pregunta Ana Caro, en un murmullo.
Volteo a verla y le doy un beso sobre la frente.
⎯Es… perfecto ⎯respondo.
⎯Y todo va muy bien ⎯asegura la doctora⎯. Está creciendo fuerte y sano. La próxima vez que vengan a verlo estará más grande que no podrán creerlo ⎯nos comenta.
⎯¿Cuándo sabremos si es niño o niña? ⎯pregunto, emocionado.
⎯Es muy pronto, falta mucho. ¿Ya tienen nombres?
⎯Sí ⎯asegura Ana Carolina⎯. Si es niña le pondremos Rosalía.
⎯¿Te convencí?
⎯Sí… ⎯Asegura ella entre risas.
⎯Y, ¿si es niño? ⎯pregunta la doctora⎯. ¿Vendrá otro David en camino? ⎯bromea.
⎯No. Yo no quiero que mi hijo se llama David.
⎯Estaba pensando que podríamos llamarle Michele ⎯pronuncia Caro.
⎯¿Michele? ⎯repito, dejando que el nombre ruede en mi lengua con un acento que sé que a Ana Caro le gusta corregirme.
⎯Sí, sí… Davide Michele… Ti piace quel nome? ⎯me dice, con esa sonrisa suya, traviesa y dulce.
Frunzo el ceño, aunque no de verdad.
⎯(1)Non mi piace Davide, ma mi piace Michele. Perché adesso vuoi chiamarlo David? ⎯pregunto, bajando un poco la voz, porque sé que cuando nos cambiamos al italiano, algo serio viene.
Ana Carolina me mira, y por un instante veo la ternura en sus ojos, esa que muy pocos pueden ver. Da un paso hacia mí y, en italiano, como compartiendo un secreto, me explica:
⎯(2)Per suo nonno… ⎯susurra⎯. Perché David Canarias è l’uomo più gentile e comprensivo che conosca. È lui che mi apre sempre le porte, che mi accoglie sempre anche quando non ne ho bisogno. Ci ha sostenuto senza giudicarci e penso che lui meriti questo onore più di mio padre.
Hace una pausa breve, y veo cómo sus ojos brillan, aunque sostiene la compostura con la fuerza que la caracteriza.
⎯(3)Inoltre, porterà il nome del padre. Un uomo buono, comprensivo, onesto e amorevole. Il mio migliore amico, il miglior padre che avrei potuto scegliere per lui.
⎯(4)Anche… ⎯añade, ahora con una chispa de humor en la mirada⎯ voglio che porti il suo nome perché so che sarà il suo unico nonno. E… ⎯sonríe traviesa⎯ per far arrabbiare mio padre.
No puedo evitar soltar una risa ahogada, esa que sólo aparece cuando algo me conmueve de verdad. Me paso una mano por la nuca, intentando procesarlo todo. Intentando contener la oleada de emociones que me invaden.
La miro a los ojos, y sé que no puedo, ni quiero, negarme.
⎯David Michele Santander Canarias… o Rosalía Santander Canarias ⎯propongo, dibujando una sonrisa en mis labios.
⎯Canarias Santander ⎯me corrige enseguida, segura, firme⎯. Estoy cien por ciento segura de que será un Canarias.
⎯¿Y tus tradiciones? ⎯pregunto, medio en broma, medio en serio, recordando todo el peso que los Santander suelen cargar en sus nombres y linajes.
Ana Caro niega lentamente con la cabeza, con esa determinación serena que le nace cuando sabe exactamente lo que quiere.
⎯Créeme… no habrá tradición que seguir esta vez ⎯responde.
Su voz suena tranquila, pero sé ⎯porque la conozco⎯ que dentro de ella hay un mar agitado. Sé que mientras para mí este es un momento feliz, para ella también es la puerta a un conflicto inevitable. Sabe que su familia no lo aceptará. Que será repudiada. Que la harán pagar el precio de su decisión.
Sin decir más, tomo su mano entre las mías y le beso los nudillos, en un gesto silencioso de apoyo. De agradecimiento. De promesa.
⎯Tiene nombres fuertes… ⎯comento en voz baja, acariciando el dorso de su mano.
Ella sonríe apenas y niega suavemente.
⎯No son nombres fuertes ⎯me corrige, mirándome con una mezcla de ternura y gravedad⎯. Son nombres con legado. Este bebé no solo lleva sangre en sus venas… lleva historia. Lucha. Honor. Amor.
Hace una pausa breve, dejando que sus palabras calen hondo.
⎯Este bebé… ⎯susurra, como si hablara directamente, a la vida que crece dentro de ella⎯, lleva el peso de un legado. Pero también el derecho de construir uno nuevo.
No lo había pensando así pero, tiene razón. Si yo pensaba que Ana Caro y yo llevábamos un gran peso con nuestros apellidos y mis nombres, nuestro hijo o hija lo tendrá el doble. Tendremos que ayudarle a que no sea tan pesado.
⎯¿Puedes llamar a Dante? ⎯me pregunta.
⎯Sí claro…⎯contesto.
⎯Yo lo llamo ⎯se ofrece la asistente.
⎯Es el hombre alto, que está sentado en la sala del espera ⎯le indica Ana Caro.
La asistente sale por la puerta, dejándonos solos a los tres. Ana Caro le pregunta algunas dudas que tiene sobre la imagen que ve y otras sobre los próximos análisis.
⎯¿Caro? ⎯escuchamos una voz conocida y cuando ambos volteamos a la puerta nos quedamos fríos, al ver a su hermana Salma, en el umbral.
Los dos nos vemos a los ojos, asustados. ¿Cómo es que ella supo que estaban ahí? ¿Cómo…?
⎯Señorita, no puede entrar… ⎯habla inútilmente la asistente, ella ya está aquí, viendo todo. Nuestro secreto duró poco.
⎯Me encontré a Dante en el pasillo y… ¿estás embarazada?
⎯Salma… ⎯trata de explicar Ana Caro, pero es demasiado tarde.
⎯¡David y tú serán papás! ⎯grita llena de emoción⎯. ¡Por Dios!, esto lo debe saber la familia.
⎯No, Salma, espera ⎯le interrumpo, bajando el móvil que ya está listo para enviar el mensaje.
Volteo a ver a Ana Caro y ella sabe que ya no hay marcha atrás. Dante se mantiene en las sombras, como si estuviera esperando los próximos pasos.
⎯Nosotros… ⎯continuo⎯. Nosotros iremos a comunicarlo saliendo de aquí. Te pido que no digas nada. ¿De acuerdo?
Salma sonríe.
⎯¡Qué emoción! ¡Seré tía! ⎯expresa emocionada.
Pero Caro, Dante y yo no lo estamos. El día que temíamos llegó demasiado pronto.
(1)No me gusta Davide, pero me gusta Michele. ¿Por qué quieres llamarle David ahora?
(2) Por su abuelo…Porque David Canarias es el hombre más amable y comprensivo que conozco. Él es quien siempre me abre las puertas, quien siempre me acoge incluso cuando no lo necesito. Él nos apoyó sin juzgar, y creo que se merece más ese honor que mi padre.
(3)Además, llevará el nombre de su padre. Un hombre bueno, comprensivo, honorable y amoroso. Mi mejor amigo, el mejor padre que pude escogerle.
(4) También, quiero que lleve su nombre porque sé que será su único abuelo. Y…para hacer enojar a mi padre.
Wow. La felicidad les duro muy poco. De seguro vendrán tormetas
Omg!!! Se armó la grande!!!
Me duele Dante… queriendo estar al frente y no poder…