VALENTINA
—¡Tristán! —grito, con la voz desgarrada mientras lo veo abrir la puerta—. ¡Tristán, por favor!

Él no se detiene. Camina con paso firme, furioso, dolido. Siento que lo estoy perdiendo. Mi tío intenta sujetarme del brazo, pero me zafó con un empujón que nace del puro instinto. Corro tras él. Tropiezo con la alfombra, pero no me detengo.

—¡Te pido que me escuches! —grito, con la garganta ardiendo—. ¡Te pido que me creas!

Él se detiene. Gira tan bruscamente que me sobresalto.

—¡DEJÉ TODO LO QUE CONOCÍA POR TI! —me grita, su voz rugiendo como un trueno. El sonido del concierto allá afuera lo cubre todo, y por eso nadie escucha. Nadie nos ve rompernos.

—¡DEJÉ A ANA CAROLINA POR TI! —insiste, con los ojos llenos de rabia… y de algo más que no alcanzo a definir: traición, dolor, amor.

—¡Y YO TAMBIÉN DEJÉ MUCHAS COSAS POR TI! —le respondo con la misma fuerza—. ¡TAMBIÉN ME ARRIESGUÉ!

—¿Ah, sí? —se ríe, seco, con esa mueca cruel que no le había visto nunca—. ¿Dime qué dejaste tú, Valentina? ¿Qué perdiste? Porque lo único que yo veo es que entraste en mi vida como una sombra… y cuando te di luz, me robaste.

—¡No te robé nada! —le grito, con la voz rota por el dolor—. ¡No sabía lo que hacía! ¡No sabía lo que Tito planeaba! ¡Y tampoco te robé nada, Tristán! Sólo si me escucharas…

—No. —Levanta una mano como una barrera entre nosotros, la mirada helada—. No lo haré. No pienso escucharte. Me da igual lo que pase contigo hoy, me da igual lo que pase contigo mañana. Vete. Vete de mi vida. No me importa si desapareces para siempre.

Sus palabras caen como cuchillas. Y por un momento me quedo ahí, sin aire, como si hubiera recibido un golpe en el pecho.

Podría insistir. Podría rogar. Podría contarle todo.

Pero no lo haré. Está demasiado enojado para escucharme. Su corazón se ha cerrado. Su mirada ya no me reconoce.

Volteo, y ahí está mi tío, aproximándose con paso firme, como un lobo que por fin encuentra a su presa.

Paso saliva y susurro, apenas con fuerza:

—Me hubiera encantado enamorarme de ti en otras circunstancias… Me hubiera gustado que no te conociera. También me hubiese gustado no haber aceptado esta oferta… y jamás salir de México. Me hubiera gustado que…

—Vámonos —interrumpe mi tío, tomándome del brazo con violencia.

No me resisto.

Lo hecho, hecho está.

Salimos por una puerta lateral, por donde nadie —ni Alegra ni Lila ni los demás— puedan vernos. El bullicio de la boda queda atrás. La música, las risas, las luces. Todo lo que pudo haber sido… y no fue.

Cuando llegamos a la entrada, Jon está allí. De pie. Esperando. Por mí.

Por un instante, una chispa de esperanza se enciende en mi pecho.

¿Me va a salvar?

Pero Jon sólo me mira. Y me guiña un ojo. No dice nada.

—¡Dale el diario! —le grito con desesperación—. ¡Dale lo que te di!

Es mi única arma. Mi única forma de redención.

Y entonces, mi cuerpo es casi arrastrado escaleras abajo, hacia el malecón. Cada peldaño duele. Como si bajara no al yate, sino a un abismo. Un lugar del que no sé si saldré viva.

Me empujan hacia el interior del yate como si fuera un paquete. No me dan sitio ni siquiera para respirar. Uno de los secuaces de tío, un hombre fornido con mirada vacía, me lanza una bofetada que me derriba. Caigo de rodillas sobre la cubierta barnizada, sintiendo el ardor del golpe y el sabor metálico de la sangre en la boca.

Pero no lloro. Levanto el rostro, tambaleante, y lo enfrento.

—Debí haber sospechado que tú y Tito estaban juntos en esto —escupo, con la voz rasgada, fija la mirada en ese hombre que se ríe de mí como si yo fuera el chiste del año.

—Ay, Valentina… siempre tan lista. Pero siempre tan tarde —responde, burlón, limpiándose los nudillos.

—¿Por qué yo? —le pregunto, con la voz rota pero firme.

Él me mira, con esa cara de desprecio que tanto conozco. Da una calada larga, y al exhalar, el humo lo envuelve como si se escondiera detrás de su crueldad.

—Porque nadie sospecharía de ti —responde, como si fuera obvio—. Una niñita invisible, hija de una muerta incómoda. No tenías a dónde ir, no tenías con quién hablar, y eso te convertía en la pieza perfecta.

Se acerca lentamente. Sus pasos resuenan en la cubierta de madera mientras su voz baja se vuelve más cruel.

—Y si por algún motivo el plan salía mal, si los Canarias te descubrían y decidían entregarte… no ibas a tener a nadie que intercediera por ti. Ni familia. Ni amigos. Nadie. Absolutamente nadie.

Se agacha frente a mí, sin perder la compostura, sin dejar de mirarme con ese veneno en los ojos.

—Eres desechable, Valentina. Lo has sido siempre. Eres la sombra de una causa que murió con tu familia. Una carga de la que, por fin, me voy a librar. 

Me toma del rostro con fuerza, obligándome a sostenerle la mirada. Su tono se vuelve casi susurrante.

—Debiste morir con ellos. Ahora morirás sola.

—Por qué no me mataste ¿entonces? ¿Por qué mantenerme secuestrada durante años si tan desechable soy? —inquiero. 

Mi tío sonríe. Una mueca torcida, vacía de todo afecto. Se agacha otra vez, esta vez más cerca, con la voz baja, como si no quisiera que nadie más escuchara el veneno que me está a punto de soltar

—Porque tenerte encerrada era la forma más efectiva de seguir matando a tu madre. Día tras día.

Me suelta de golpe, y siento que el frío del mar es más cálido que su piel. Me arde el orgullo, pero no cedo. No grito. No lloro. Lo miro con todo el coraje que me queda.

Porque si este es mi final, que me encuentre entera. Que me encuentre digna. 

—¡Ey!, más rápido —le dice al hombre que maneja el pequeño yate. 

Él voltea y antes de caer desmayada lo reconozco. Un rayo de esperanza se apodera de mí. Jon no me dejó sola.

2 Responses

  1. 😭😭😭 Me dolió el alma cuando le dijeron que era desechable y nadie la Ayudaría
    Tristan solo te doy el beneficio de la duda por ser Canarias…. Pero me dan ganas de #$&*”

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