AMIRA

Después de una larga caminata y de terminar en la casa de una bruja, al fin, Omar y yo llegamos al hotel. Me siento drenada, como si todo el aire del mundo me pesara sobre los hombros. La visita a Zafira me dejó más alterada de lo que imaginé. Sus palabras resuenan aún en mi cabeza como un eco imposible de acallar, y las imágenes que me mostró en el agua no hacen más que avivar preguntas para las que sé que no tendré respuesta.

Si antes pensaba que Aida era mala, ahora estoy convencida de que es peligrosa. Lo que Omar me dijo sobre ella no parece exageración. ¿Será cierto que tuvo algo que ver con la muerte de la madre de Nadir? ¿Será verdad que practica brujería? Y esa otra revelación… la alianza rota de Amir, la mujer que estuvo antes de mí. ¿Quién habrá sido? ¿Qué fue lo que realmente pasó con ella?

Siento el pulso acelerado, como si el propio hotel respirara distinto después de lo que he escuchado. Las paredes parecen observarme, y cada sombra en los pasillos me recuerda que aquí nada es lo que aparenta.

Necesito contárselo a alguien. No puedo cargar esto sola, me ahogaría. Así que apenas cruzo el umbral del recibidor, camino con prisa hacia las escaleras. No miro a nadie, no saludo, solo quiero llegar a mi habitación.

Subo los escalones casi corriendo, con el corazón desbocado. Solo hay una persona a la que puedo confiarle lo que he descubierto: Fátima. Mi hermana. Ella es la única con la que puedo hablar sin miedo a que me tilden de paranoica. Si se lo digo a mamá, estoy segura de que me llamará loca, que me ordenará “dejar de fantasear” y “ser fuerte”. Pero Fátima… Fátima sabrá escucharme, aunque estemos lejos.

Sí. Le escribiré una carta. Solo así podré respirar. Solo así sentiré que no estoy del todo sola en esta jaula disfrazada de palacio.

El eco de mis pasos resuena en el pasillo desierto. Subo el último tramo de escaleras con la respiración agitada, y cuando doblo hacia el corredor donde está mi habitación, un escalofrío me recorre la espalda. Todo está demasiado silencioso, demasiado quieto.

Me detengo un instante frente a la puerta. Siento el impulso de entrar corriendo, de encerrarme y perderme en la seguridad de mis paredes, pero algo en mi instinto me frena. Respiro hondo y camino con tiento, como si cada baldosa pudiera delatarme. La llave tiembla entre mis dedos al girar en la cerradura.

Empujo la puerta y noto que está vacía. Todo parece en orden: las cortinas cerradas, el ramo de jazmines en la mesa, las cartas guardadas donde las dejé. Y, aun así, no me siento tranquila. Cada sombra me parece más alargada, cada mueble más amenazante.

Cierro la puerta tras de mí. El clic de la cerradura resuena demasiado fuerte en medio del silencio. Me doy la vuelta y, de pronto, siento una mano firme sujetar mi brazo.

—¡Ah! —grito, dando un salto hacia atrás, con el corazón desbocado.

Mis ojos se clavan en la figura que emerge de entre las sombras.

Es Nadir.

Su mirada intensa, fija en la mía, me corta la respiración. El contacto de su mano sigue ardiendo en mi piel, entre miedo y un calor inexplicable.

—Tranquila —murmura en voz baja, con una urgencia contenida—. Soy yo.

El mundo parece detenerse un instante. Mis latidos retumban en mis oídos, pero aun así logro formular:

—¿Qué haces aquí?

Voy a prender la luz, pero él me lo impide con un movimiento rápido.

—No, no la enciendas. —Nadir me aparta de la ventana con una firmeza protectora—. ¿Dónde estabas?

—Salí a pasear. Pensé que… que nos veríamos.

Sus ojos se oscurecen, graves.

—Amira, Aida sospecha algo. Hakim te está siguiendo. —Su tono es bajo, pero cortante—. Cualquier movimiento tuyo se lo reporta.

Un escalofrío me recorre los brazos. Trago saliva.

—Entonces… ¿cómo vamos a vernos? —pregunto apenas en un susurro, consciente de que la pregunta revela más de lo que debería.

Nadir me sostiene la mirada. En la penumbra, sus facciones se ven más duras, pero también más humanas. Entonces lo comprendo. Sé por qué Nadir está aquí.

—Vienes… ¿Vienes a decirme que nosotros…? —Ni siquiera termino la frase. 

—No… claro que no —contesta. Su mano acaricia mi rostro—Si lo dejamos aquí, habrán ganado ellos —responde con una firmeza que me sorprende—. No. Solo tenemos que ser precavidos. Ya encontraremos la manera.

Mi corazón da un vuelco. Por un momento, me había resignado a que todo terminara antes de empezar, pero sus palabras me devuelven algo parecido a la esperanza.

—Nadir… —susurro, dudando si debo contarle—. Hoy fui con Omar a ver a alguien… una mujer. Zafira.

Él frunce el ceño.

—¿Quién es?

—Dicen que es una bruja. —El amuleto en mi cuello parece arder al recordarlo—. Me habló de protección… me dijo que estoy en peligro. Y no solo eso. —Hago una pausa, la garganta apretada—. En el hotel los empleados dicen cosas sobre Aida. Que desde que llegó ocurren cosas extrañas. Que pudo haber tenido que ver con la muerte de tu madre.

El silencio entre nosotros pesa más que cualquier palabra. Nadir aprieta la mandíbula, su respiración tensa.

—No deberías repetir eso en voz alta —dice al fin, aunque no me corrige ni me niega nada. Sus ojos arden con algo que no sé si es dolor o rabia.

Me atrevo a dar un paso más cerca.

—¿Y si es cierto? —pregunto, apenas audible—. ¿Y si no es solo una mujer ambiciosa, sino algo más? Omar me dijo que ya había estado comprometido antes, y que ella se fue. ¿Sabías eso? 

Nadir se queda en silencio. Su rostro es una máscara difícil de leer: ceño fruncido, labios apretados, mirada que se evade por un instante hacia la penumbra de la habitación. Sé que la pregunta le duele, o que guarda algo que no puede decirme.

No me responde. En cambio, se inclina hacia mí y roza mi frente con sus labios. Un beso casto, contenido… pero tan inesperado que me deja paralizada.

Ese gesto, tan simple, me enciende de formas que jamás había sentido. El calor se extiende desde mi piel hasta lo más hondo de mí, y de pronto todo el miedo, toda la tensión, se mezclan con una necesidad urgente de quedarme así, en ese instante.

—Nadir… —murmuro, apenas consciente de que lo digo.

Él se aparta lo justo para mirarme a los ojos. Su expresión es grave, pero hay una ternura oculta en su mirada, un destello que no pertenece al hombre frío y calculador que todos creen conocer.

—Amir estuvo comprometido, sí. Pero no supe por qué ella se fue. —Su voz es un hilo grave, cargado de un matiz que no logro descifrar. Luego su mano se desliza por mi cabello con una delicadeza que me estremece—. Necesitamos ser cuidadosos, Amira. Encontraré una estrategia… ¿te parece?

—Está bien… —murmuro, aunque apenas me escucho a mí misma.

Su cercanía me rodea como un fuego lento. Puedo sentir el calor de su mano, el ritmo contenido de su respiración. Y, antes de que pueda pensar en lo prohibido, en las consecuencias, en Aida, en Amir, en todo lo que nos vigila… Nadir inclina la cabeza.

Al principio, sus labios rozan los míos con una timidez que me sorprende. Un beso breve, suave, casi inseguro. El tipo de beso que no busca arrebatar, sino preguntar: ¿puedo?

Mi corazón responde antes que yo. Mis manos, temblorosas, se aferran a su camisa y lo atraen hacia mí. Y entonces ese beso casto se rompe, se abre, se enciende en uno nuevo, más profundo, más real. La dulzura inicial se transforma en una pasión contenida demasiado tiempo.

Sus labios reclaman los míos con una intensidad que me deja sin aliento, y yo cedo, sin reservas. Lo beso con la misma hambre con la que él me besa, como si ambos supiéramos que el tiempo nos es enemigo y que esta podría ser la única oportunidad de sentirnos de verdad.

El mundo desaparece. No hay hotel, no hay pasillos oscuros ni ojos vigilantes. Solo él y yo, fusionándonos en un instante que quema y, al mismo tiempo, salva.

Cuando finalmente se aparta, apenas unos centímetros, su frente descansa sobre la mía. Ambos respiramos agitados, como si hubiéramos corrido una larga distancia.

—Lo siento… no debí —murmura, aunque sus manos aún me sostienen de la cintura, aferradas a mí como si temiera soltarme.

No respondo. Cierro los ojos, dejo que el silencio hable por mí, y abro los labios una vez más. Soy yo quien lo busca, quien lo besa con una ternura que nace de lo más profundo.

Él me responde, primero con cuidado, como si dudara, pero pronto cede. El beso se enciende y me pierdo en él, derritiéndome entre sus brazos, en ese calor que me envuelve y me consume.

Cuando nos separamos, nuestros labios arden y nuestras respiraciones se entrelazan. Él continua su camino hacia la puerta y antes de salir me murmura. 

—No vuelvas a decir que esto debe terminar —me pide, con un hilo de voz cargado de deseo y de miedo—. No ahora.

Y yo sé que no podría, aunque quisiera.

4 Responses

  1. ay Dios mío, este pobre par les esperan tantas cosas complicadas con Aida de por medio, qué miedo!

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