Siento cómo un golpe en la espalda me avienta hacia el suelo, haciéndome caer sin poder meter las manos. 

⎯ ¡Aléjate de mi hermano, pervertido de mierda! ⎯ escucho a lo lejos una voz. 

Trato de levantarme, pero, otro golpe me sorprende; esta vez en las costillas. De inmediato me pongo en posición fetal para protegerme, mientras trato de pensar que es lo que puedo hacer. Estoy completamente aturdido y siento cómo la adrenalina se apodera de mí. 

⎯ ¡Basta! ⎯ escucho a Raúl ⎯.¡Déjalo tranquilo! 

⎯ ¡No te metas! ⎯ grita Saúl, su hermano. 

Las patadas continúan, son tan fuertes que me están sacando el aire. 

⎯ ¡Basta! ⎯ de nuevo escucho el grito. 

Raúl aleja a Saúl, dándome un respiro. Actúo lo más rápido que puedo, arrastrándome por el suelo para ponerme de pie. Todos nos están observando alrededor, incluso, veo algunos con el móvil en mano grabando el momento. Hace unos minutos nos encontrábamos bailando y divirtiéndonos en el bar, y ahora, me arrastro para alejarme de Saúl y ponerme de pie. 

⎯ ¡No huyas! ⎯ grita. 

El golpe de adrenalina llega a mí y por miedo a que me golpee más, me pongo de pie y me preparo para lo que venga. Cuando Saúl hace contacto directo con mis ojos, levanto los brazos, cierro los puños y me preparo para lo que viene. 

⎯ ¡Saúl!, ¡déjalo en paz! ⎯ grita Raúl. Y veo cómo trata de detenerlo. 

Sin embargo, Saúl viene decidido a matarme a golpes ⎯. ¡Maricón de mierda! ⎯  grita, lanzándome un golpe qué logro esquivar. 

Le respondo con uno directo en el rostro, haciéndolo retroceder ⎯ ¡Pues este maricón te partirá la cara! ⎯ grito enervado. 

⎯ ¡Basta! ⎯ grita Raúl, y corre hacia su hermano para ayudarle. 

⎯ ¡Vas a ver cómo pegan los hombres! ⎯ me amenaza Saúl, lanzándose hacia mí con todo el peso de su cuerpo. 

Una vez más logro pararlo, y defenderme. Ya puedo sentir el sabor de la sangre en mis encías, y el dolor en las costillas. No obstante, sigo defendiéndome porque sé que si paro él puede matarme.

⎯ ¡Basta, Saúl!, ¡basta, Daniel! ⎯ grita Raúl. 

Pero es imposible que cualquiera de los dos haga caso. Saúl viene dispuesto a matarme y yo no pararé, no permitiré que me mate a golpes como he escuchado que esto pasa. 

Forcejeamos un momento, escuchando cómo las mesas se mueven, las botellas y los vasos se rompen y a las personas gritando por ayuda para tranquilizarnos. Los minutos se me hacen eternos, mientras trato de alejarlo de mí. En mi mente solo puedo pensar en mi madre, en la tristeza que le dará al saber todo esto que pasó. 

⎯ ¡Vas a dejar que este te gane! ⎯ escucho otra voz, y de pronto, me toman por atrás y me alzan al suelo. 

El golpe me vuelve a aturdir. Siento cómo me arrastran por el suelo y me sacan del lugar. Las gotas tupidas de la lluvia me empapan, tan solo me hago en el suelo. Llevando por mi instinto de supervivencia, trato de ponerme de pie, pero otro golpe en la costilla me tumba. 

⎯ ¡Te dije que dejaras a mi hijo!, ¡te dije que me las pagarías! ⎯ escucho al padre de Raúl, para después ensañarse conmigo y comenzar a golpearme. 

Por más que trato de defenderme no puedo. Mis manos están muy débiles y mi cuerpo no reacciona.

⎯ ¡Lo van a matar!, ¡alguien, llame a la guardia civil! ⎯ gritan. 

⎯ ¡Basta, déjalo papá! ⎯ escucho el grito de Raúl. 

⎯ ¡Qué demonios pasa aquí! ⎯ la voz de mi primo sale entre millones de conversaciones que hay a mi alrededor, pero que ni una se ha atrevido a ayudarme ⎯.¡Déjalo en paz! ⎯ expresa, y luego siento cómo se lanza hacia mí protegiéndome con su cuerpo.

El cuerpo de David me abraza con fuerza, mientras recibe los golpes que padre e hijo le propinan. Mi primo cubre mi cabeza en lugar de cubrirse él, y escucho cómo se queja de dolor mientras esos salvajes le parten las costillas. 

⎯ ¡BASTA! ⎯ grita Raúl. 

Los golpes cesan. David se ha desmayado encima de mí, pero aún siento la fuerza en su puño que se ha cerrado, cogiéndome la ropa. 

⎯ David ⎯ pronuncio sin fuerzas ⎯. David, te lo pido, despierta. 

Entonces, veo unos zapatos a la altura de mi rostro y cierro los ojos esperando el golpe. «Así es como voy a morir», pienso, y si me lo preguntan, se me hace muy injusto. 

⎯ ¡Quítalo! ⎯ la voz del padre de Raúl resuena en mí oídos, y siento a mi primo como se eleva, para luego caer a mi lado inconsciente, y golpeado. 

Después, me levantan a mí, obligándome a arrodillarme delante de ellos. Si me van a dar la estocada final, es el momento, porque no tengo fuerza, no me siento capaz de volver a defenderme. 

⎯ ¡Ves esto! ⎯ me grita, tomándome del cabello para que dirija mi mirada hacia Raúl ⎯. Él ya tiene novia, él se va a casar y no es un maricón como tú. 

Mis ojos se entreabren, y veo el rostro de Raúl, el amor de mi vida, con el que he tenido una relación en secreto por años y planeaba casarme con él. Justo hace unos meses platicábamos de escaparnos e irnos a vivir lejos para que su familia no lo impidiera, porque lo estaban obligando a casarse con Lorena, su novia, esa que ha tenido que mantener para guardar las apariencias. 

⎯ ¡Lo estás viendo! ⎯ repita eufóricamente Saúl, su hermano tres años mayor ⎯. ¡Esta es solo una advertencia!, deja a mi hermano en paz, deja de pervertirlo y tratar de que se vaya de tu bando. Nosotros somos hombrecitos, no maricas como tú. La próxima vez te mataremos. 

⎯ ¿Es una amenaza? ⎯ es lo único que me escapa de los labios ⎯ ¿O lo vas a cumplir? 

Raúl niega con la cabeza, pidiéndome que me calle, pero, no lo haré, no dejaré que esto pase desapercibido. Lorena, abraza a Raúl como si lo estuviese protegiendo y con su mirada me juzga. Ella sabe que si se casa con Raúl no será feliz, pero le pueden más las apariencias que saber la verdad; al igual que a Raúl. 

⎯ ¡No te sale lo machito! ⎯ contesta su padre ⎯. Te lo vamos a cumplir Ruiz de Con. No me importa que tan poderosa sea tu familia, si te vuelves a meter con Raúl, a llamarlo o cualquier cosa que quieras hacer, te mato, escuchas, ¡TE MATO! 

Me quedo en silencio, mientras la lluvia continúa empapando mis ropas. Puedo ver los rastros de sangre llevados por la corriente, y a los testigos viendo un acto tan atroz, pero, ninguno, interviene. 

⎯ La guardia civil ya viene ⎯ una voz sale del montón, advirtiéndoles a mis perpetradores que es hora de irse antes de que los atrapen. 

⎯ ¡Vámonos, Raúl! ⎯ escucho la voz de Lorena, quién lo abraza fuerte del brazo. 

Nuestras miradas se cruzan. En la de él puedo ver miedo, incertidumbre y lástima. Sin embargo, no se defiende, no habla, solo se queda callado, observando cómo al hombre que le había prometido amor de por vida, yacía en el suelo, golpeado y herido, arrodillado en la acera como si tuviese que pedir perdón. 

⎯ ¡No digas que no te lo advertí! ⎯ me murmura Saúl, recordándome cuando fue al Conglomerado a decirme que su hermano se iba a casar con Lorena y que me alejara de él. 

Las sirenas de las patrullas se escuchan a lo lejos, así que los tres aceleran el paso y se alejan de ahí. Yo me quedo un momento ahí, tratando de analizar todo lo que pasó y aunque lo entiendo, no quiero hacerlo. Jamás pensé que sería parte de un acto tan atroz. 

⎯ ¿Estás bien? ⎯ me pregunta una mujer de cabellos rubios. 

No le respondo, solo me volteo a ver a David que yace inconsciente a mi lado ⎯. David, despierta, David ⎯ murmuro, mientras lo muevo con las pocas fuerzas que tengo ⎯. Te lo pido, despierta ⎯ insisto, y esta vez comienzo a llorar, no por el hecho de saber que el amor de mi vida no fue capaz de defender de su familia, sino de que mi primo recibió golpes fatales por defenderme ⎯. Despierta, David, despierta ⎯ le insisto. 

Mi primo no se mueve, está inerte sobre la acera, con hematomas en el rostro, con los ojos cerrados y la boca abierta. Pego mi oído a su pecho y trato de percibir el latido de su corazón; por fortuna este late y fuerte. 

⎯ Lo siento, David ⎯ murmuro, mientras las lágrimas caen por mis ojos ⎯. Lo siento. 

Después veo las luces de las sirenas a lo lejos, el sonido de estas que es ensordecedor. Las personas comienzan a acumularse a nuestro alrededor, pero nadie dice nada, absolutamente nada y con su silencio aceptan este acto homofóbico en lugar de denunciarlo. 

Cuando el sanitario se acerca, se arrodilla frente a mí y lo reconozco ⎯. ¿Daniel? ⎯ pregunta Iván, el amigo de Sila. 

⎯ Ve primero con David, yo estoy bien ⎯ le pido. 

⎯ Pero tu nariz… 

⎯ ¡Qué te lleves a David primero, carajo! ⎯ grito tan fuerte que todos me voltean a ver ⎯. ¡Qué estás esperando!, ¡llévatelo!  

Iván asiente con la cabeza y sin decirme nada, les ordena a sus compañeros que atiendan primero a mi primo y a mí me dejen solo. Porque eso es lo que quiero, que me dejen solo. No quiero que nadie me ayude, me compadezca, o quiera salvarme, necesito soledad, para poder llorar solo; aunque sé que es lo último que obtendré el día de hoy. 

***

Daniel Ruiz de Con, 28 años, tiene la nariz rota, el hombro dislocado, el labio partido y varios hematomas en su cuerpo; viene consciente. David Canarias, 28 años, tiene cuatro costillas rotas y hematomas en el cuerpo. Viene inconsciente, llévenlo a hacerle una tomografía para descartar algún daño en la cabeza. 

Al escuchar la parte médica de mi primo, siento un coraje que hace que el latido de mi corazón se acelere, y que la sangre me hierva. No quiero admitir que si él no hubiese intervenido, ahora estaría probablemente muerto o en coma. Sin embargo, aquí estoy, siendo llevado en una camilla hasta el cubículo de urgencias donde me van a atender. 

⎯ ¿Nos escuchas, Daniel? ⎯ me pregunta el doctor, mientras alza mi párpado y pasa una luz sobre mi pupila haciéndola reaccionar. 

⎯ Sila Canarias ⎯ murmuro ⎯. Llaman a Sila Canarias. 

⎯ La doctora Canarias no se encuentra en el edificio en este momento ⎯ habla una enfermera ⎯, le hablaremos a su madre. 

⎯  ¡NO! ⎯ expreso contundente ⎯, a mi madre no ⎯ y es que no soportaría verla aquí envuelta en lágrimas, por ahora ⎯. A Sila, llamen a mi prima ⎯ pido. 

⎯ Pero la doctora Canarias… 

⎯ ¡A SILA! ⎯ expreso, lleno de dolor, ya que la adrenalina ha bajado y mi cuerpo comienza a sobrellevar todos los golpes que me dieron. 

⎯ Bien, la llamaremos ⎯ me promete la enfermera. 

La camilla con mi primo David, desmayado, pasa al lado de mí. Aún viene inconsciente, y al ver su rostro a la luz de las lámparas del hospital, me horroriza. 

⎯ ¿Dónde va? ⎯ pregunto. 

⎯ A hacerle una tomografía para descartar algún daño cerebral. Él subirá a piso, esperamos que tú salgas caminando. 

⎯ ¡David! ⎯ le hablo, pero él no reacciona. Los camilleros lo empujan con un poco más de velocidad y entran detrás de una puerta donde lo pierdo de vista. 

«El problema era conmigo, no con él», pienso. Siento una impotencia terrible y en este momento me arrepiento de no haberme defendido, de haberme quedado como idiota en medio del lugar. 

⎯ Tengo frío ⎯ murmuro. De pronto siento como mi cuerpo se va debilitando, y siento como si me fuese a desmayar.

⎯ La presión le estaba bajando ⎯ habla la enfermera. 

Todos entran en acción, y empiezan a moverse alrededor mío. Yo, lentamente, voy perdiendo la conciencia, hasta que caigo en un sueño tan profundo que dejo de sentir dolor o escuchar lo que ellos me dicen. Sin embargo, en mi mente, las amenazas de Saúl están presentes, mezcladas con las promesas de amor que Raúl me hizo todo este tiempo. Unas que ya no tienen sentido o que han perdido su valor. 

Mi corazón se rompió justo en el momento en que prefirió callar y ver cómo me molían a golpes. Como débilmente me defendió, como me miró lleno de miedo en lugar de luchar por lo que él deseaba. Sin embargo, es mi culpa. Me dijeron que no lo quisiera, que no me metiera con él, pero, no lo hice, siempre me gustó lo prohibido, ahora estoy pagando por ello. 

⎯ ¿Daniel?, llamaremos a tu prima ⎯ escucho, y después solo es oscuridad. 

***

La cortina del cubículo donde me encuentro, se abre de un movimiento y momentos después veo el rostro de mi prima Sila, que cambia de preocupado, ha impactado. 

⎯ ¡Ay Dios! ⎯ expresa. 

⎯ No se supone que los doctores no puede expresar lo que sienten al ver a un paciente ⎯ hablo, sintiendo el labio inflamado, sangre en las encías y el ojo derecho completamente cerrado por los golpes.  

⎯ ¡Dios mío! ⎯ habla, ignorando lo que le acabo de decir. Ella se acerca a mí, y con cuidado toca mi rostro ⎯. ¿Quién fue el salvaje que te hizo esto? ⎯ pregunta, y veo, con el único ojo bueno, como los ojos se le llenan de lágrimas. 

⎯ ¿Cómo está David? ⎯ inquiero. 

⎯ Mi papá está con él. 

⎯ ¡Mierda, Sila! ⎯ expreso ⎯, pedí exclusivamente que solo vinieras tú, nada de padres o tíos o… 

⎯ David tiene cuatro costillas rotas, un labio roto y hematomas por todo el cuerpo  ⎯ hace que guarde silencio ⎯. Tú dime si mi padre no debió venir. 

⎯ Eso quiere decir que… ⎯ pronuncio. 

⎯ Están estacionando el auto. 

⎯ Mierda ⎯ pronuncio. 

⎯ Solo es mi tío Manuel, pero créeme que para este instante todos lo saben. Desde España a Hawái, pasando por Nueva York ⎯  contesta. 

Sila acerca el carrito lleno de jeringas, gasas y medicina, pone el algodón en una pinza y con cuidado comienza a curarme el labio. Lo hace en silencio, tratando de concentrarse como doctora, aunque como prima le es imposible. 

⎯ ¿No me vas a preguntar lo que pasó? ⎯ pregunto.

Sila deja el algodón sobre un pequeño pocillo, y toma otro. Al verme a los ojos niega con la cabeza ⎯. No creo que tengas humor para contarme, además me enteraré más adelante. Ahora, solo quiero curarte y que te vayas a casa. 

Suspiro y le agradezco sin palabras. Por eso Sila es una de mis primas favoritas, es la menos Canarias Ruiz de Con y no se mete tanto en la vida de los demás. 

⎯ Además, te tengo que cocer el labio, así que no podrás hablar por unos minutos ⎯ finaliza, justificando el que no quiera enterarse de nada. 

El silencio reina en el cubículo, solo escuchamos el movimiento de la parte de afuera, el ruido de las máquinas y las ambulancias llegando con el sonido estruendoso de las sirenas. 

Mi mirada se concentra en los ojos de Sila, que se encuentran completamente concentrados en el proceso y que aún brillan por las lágrimas reprimidas. No me he visto frente a un espejo, no sé cómo tengo el rostro, pero, por las reacciones que he recibido y por el dolor que siento, me lo imagino un poco. 

⎯ Sabes que te queremos, ¿verdad? ⎯ me pregunta, en un murmullo. 

⎯ Y yo los quiero a ustedes ⎯ respondo. 

Odio que me digan eso, lo detesto en verdad. Mi familia jamás me ha hecho sentir diferente por mi orientación sexual, pero, cuando me dicen esas frases, me siento como todo un fenómeno, como si en verdad fuera un problema. 

La cortina se abre de nuevo, y la silueta de mi padre aparece detrás de ella. Veo su cabello revuelto, el rostro asustado que combina perfectamente con el tono pálido de su piel. Supongo que hoy se hizo realidad lo que más temían mis padres: una llamada a las tres de la mañana avisándole que uno de sus hijos está en el hospital. 

⎯ Hijo ⎯ pronuncia, y entra directamente a abrazarme. 

⎯ Con cuidado, me duele todo el cuerpo ⎯ le pido. 

Sé que no lo hace a propósito, pero me aprieta con una fuerza tal que hace que todo me duela aún más. Siento como si mi cuerpo se rompiera a pedazos, pero también, me recuerda a las veces cuando me caía de pequeño y él corría a levantarme y a decirme que todo estaría bien. 

⎯ ¿Estás bien? ⎯ pregunta. 

⎯ Estoy lo mejor que puedo papá. 

⎯ Tu madre está sumamente preocupada, pero no quise que viniera con tu tío David, necesitaba verte primero. 

⎯ Gracias ⎯ pronuncio. 

Sila nos interrumpe. Me pide que me recueste sobre la camilla para curar el ojo. Mi padre se coloca del otro lado, y toma mi mano como si estuviera grave o desahuciado. 

⎯ Te inyectaré esto para el dolor, después serán pastillas ⎯ me receta. 

⎯ Está bien… 

⎯ Y te daré incapacidad de dos semanas, así podrás descansar en casa. 

⎯ Me siento bien, Sila ⎯ le contesto. 

⎯ Tres semanas ⎯ aumenta ⎯, y si sigues contestando te diré que un mes. 

Mi padre esboza una ligera sonrisa, supongo que él tuvo que ver con esto. Mi prima termina de curarme el ojo, sin decir ni una sola palabra. Al terminar, se quita los guantes de látex y los tira al bote de basura. 

⎯ Dejaré tu receta en la isla de enfermeras para que la surtan y te la lleves. Recuerda, tres semanas de incapacidad, aprovecha para descansar. 

⎯ Gracias, prima ⎯ le digo. 

⎯ De nada. 

Sila ve a mi padre y él le sonríe ⎯. Gracias, sobrina.  

⎯ Cualquier cosa me llaman. Iré a visitarte mañana para ver cómo sigues. Ahora, me voy, iré a ver a David, espero ya haya despertado. 

Y sin pronunciar ni una palabra más, sale del cubículo dejándome solo con mi padre; ahora es cuando comienza el interrogatorio. Mi padre comienza a acariciar mi cabello como cuando era pequeño, pero no dice nada, absolutamente nada y eso me da más miedo que todas las preguntas que me podrían hacer. 

⎯ Te quiero, Daniel ⎯ sale de sus labios, en un tono más allá de lo enternecedor. 

⎯ Yo también te quiero, papá ⎯ respondo y una vez más, hay silencio. 

***

Siempre supe que era diferente a todos los hombres de mi familia, siempre. Al principio, confieso que fue bastante abrumador, ya que no me veía reflejado en los modelos masculinos de mi casa, ni en las actitudes que ellos tenían, pero después me di cuenta de que no debía esforzarme para nada, no era necesario. 

Puedo decir que jamás salí del armario porque nunca hubo uno donde esconderme. Mi familia nunca me rechazó por mi orientación, e incluso cuando se las confesé, simplemente sonrieron y me dijeron que ya lo sabían, pero que era importante para mí que yo se los dijera. 

Al que más trabajo me costó decirle fue a David, mi primo, mi mejor amigo y mi acompañante en cada paso de mi vida debido a los pocos meses de diferencia que hay entre los dos. Se lo confesé de una forma inusual pero natural. 

Un día nos encontrábamos hablando sobre cosas de nuestra vida, poniéndonos al tanto de lo que habíamos vivido durante el ciclo escolar, ya que él vivía en México y yo acá. Él me dijo, «hablemos de niñas, porque hay una muy bonita que me gusta en la escuela». Y yo le respondí,«mejor hablemos de niños porque a mí no me gustan». David encogió los hombros y asintió «está bien, ¿de qué niños quieres hablar?», y de ahí ya no hubo más que ocultar. Quién iba a pensar que años después, mi primo se lanzaría sobre mí para protegerme. 

Así continué mi vida, sin ningún problema, creciendo como un niño común y corriente, hasta que llegó Cho y comprobé una vez más cuáles eran mis gustos. Él fue mi primer amor platónico. El majo novio de mi prima Sabina me cautivó por completo a la edad de casi doce años, y sin que yo pudiese evitarlo. Cho, siempre fue y será bueno conmigo, es un gran hombre, al grado de que cuando le confesé que me gustaba, me regaló una sonrisa que jamás olvidaré y unas palabras de rechazo que no fueron para nada dolorosas. «¿Qué demonios quieres hacer con un hombre viejo como yo?, hay más jóvenes», me preguntó, haciéndome reír. Luego me dio un abrazo y viéndome a los ojos, me aconsejó. «Gracias por escogerme a mí, pero, yo estoy enamorado de tu prima. Te prometo que más adelante encontrarás a alguien que te corresponda por completo». Y años después lo hice. 

Cuando iba en el bachillerato conocí a Raúl, un joven alto, flacucho, de cabello rizado que desde que lo vi me gustó y yo le gusté a él. Comenzamos siendo amigos, de esos que juegan basquetbol después del colegio, o que salen con otros amigos al cine o a fiestas. Pero, entre más cerca estábamos, nuestros sentimientos más salían a flote. 

Un verano, cuando teníamos dieciséis años, confesamos mutuamente que había un sentimiento más que amistad entre los dos y decidimos darle una oportunidad a lo que sentíamos. La única diferencia entre él y yo, es que su familia no tenía ni idea de su orientación y era mejor que no lo supieran, ya que provenía de una familia enteramente machista, lo que nos obligó a escondernos en la amistad y a invitar a Lorena a la ecuación. 

Si fue difícil compartir a Raúl con Lorena, y peor que siempre fuese el amigo que iba de un lado a otro con él sin ser nada más. Cuando nos veíamos a escondidas, él me prometía que tan solo saliera del bachillerato, confesaría todo a sus padres porque ya no podía vivir así. Sin embargo, esa fecha llegó, y Raúl jamás confesó. Seguimos así hasta la universidad, y lo único que avanzó fue su compromiso con Lorena, llevándolo a otro nivel al pedirle matrimonio. 

Las discusiones empezaron, la desesperación llegó y yo decidí que lo mejor era salir de ahí y comenzar a vivir mi vida como me diera la gana. Me alejé de él, empecé a salir más, a conocer gente y disfrutar de la fiesta con mis primos y amigos. Obtuve mi trabajo en el Conglomerado al lado de mi tío y crecí tanto personal como profesionalmente. Pero en realidad Raúl nunca se fue, siempre estuvo en mi mente, y como el oleaje del mar, regresó una vez más pidiéndome perdón. 

Nos volvimos a ver a escondidas, no solo de sus padres, sino de los míos. Él se inventaba pretextos para poder salir solo y yo, siempre lo esperaba en las fiestas, bares o lugares donde me pidiera que fuera. Los encuentros casuales eran excitantes pero, a la vez, dolorosos. Saber que el hombre que quería siempre me tendría en segundo lugar, era bastante fuerte. 

Raúl a veces llegaba, otras veces no. Me enviaba mensajes en código, uno que me cansaba descifrar y me invitaba pretextos para no ir. Al final, estaba yo divirtiéndome con el corazón roto. Sabiendo que no todo iba a salir bien, pero, aun así, lo esperé, lo hice hasta el día que su padre me sacó a rastras del club, donde mi primo fue golpeado hasta perder la conciencia, donde Raúl, me rompió el corazón. 

***

El acontecimiento fue la plática que se hizo a murmullos en las tres casas de la familia. Nada se contó en voz alta, solamente en pequeñas conversaciones que se apagaban cuando yo entraba al lugar. Después, la noticia comenzó a irse de la boca de todos, hasta que finalmente ya no hubo más que contar. No obstante, mis heridas aún hablaban, y en mi casa el tema no deja de sonar. Sobre todo por mi madre que contiene reprimido todo el coraje y el dolor que siente para no hacerme sentir mal. 

Ni uno de los dos me dice nada porque yo les pedí que no lo hicieran. Incluso Héctor, mi hermano, no se ha atrevido a abrir la boca para no causar problemas. Por mi parte, aún me siento adolorido, inflamado y con el sabor de sangre en la boca. El adormecimiento del cuerpo también me ha afectado los sentimientos. No he llorado, ni pensando en lo que pasó; lo único que deseo es curarme para seguir con mi vida normal. No deseo más. 

⎯ Mi hermano David demandará a Cifuentes, ¿sabes? ⎯ comenta mi madre, mientras los cuatro comemos en el comedor de la casa. 

Después de cuatro días sin querer bajar a comer con ellos, hoy he decidido que es momento de salir de mi soledad y refugio, y compartir de nuevo la mesa con ellos. 

⎯ Me lo comentó ⎯ responde mi padre, sin mucho ánimo. 

⎯ Dijo que le sacará hasta el último centavo que tenga, yo lo apoyo, sin tan solo pudiéramos hacer lo mismo ⎯ dice mi madre, para luego voltearme a ver. 

Alzo la vista mientras doy un sorbo al gazpacho que han preparado hoy ⎯. No demandaremos. 

⎯ Pero Dan, tenemos que hacerlo ⎯ insiste mi mamá, con un tono de ruego que hoy me saca de quicio. 

⎯ Ya le dije a Moríns que demande por daño a propiedad privada. Cho no tiene por qué pagar por todo lo que esos dos destrozaron ⎯ contesto, pensando que con eso tranquilizará a mi madre. 

⎯ No, tienes que demandar a la familia de Raúl por la golpiza que te dio. 

⎯ Mamá ⎯ murmuro. 

⎯ Ese fue un acto de homofobia terrible, y deben de pagar, pudiste haber muerto Daniel, o quedaría en un estado de coma, pudiste… 

⎯¡NADIE VA A DEMANDAR A NADIE! ⎯ grito. Y los ojos de mis padres expresan una completa sorpresa ⎯. ¡BASTA!, ¡BASTA!, ¡BASTA! ⎯ y golpe la mesa de madera con la mano para hacer más ruido. El gazpacho se sale del plato hondo haciendo un desastre ⎯. No voy a demandar a Raúl, ya no quiero saber más, ¿entienden?. Quiero que lo dejen en paz, que continúe con su vida. Quiero que me dejen de ver con ojos de lástima, ¿está claro? 

⎯ Dan… 

⎯ ¡Basta, papá!, solo quiero que esto pare, ¿sí? ⎯ le pido, mientras las lágrimas corren por mis mejillas ⎯. Ya pasó lo que tenía que pasar y fue enteramente mi culpa. Su hermano ya me había advertido y yo no escuché. Ya recibí la golpiza, ya no hay nada más que hacer. Solo quiero que esto termine, volver al trabajo y olvidarme, ¿estamos?. Así que nadie va a demandar a Raúl, ni a su padre, ni a nadie. Todos nos quedaremos tranquilos ⎯ sentencio, para luego ponerme de pie y salir de ahí. 

Camino apresurado hacia mi habitación, sintiendo el mismo enojo que cuando estaba en el bar. Llevo días conteniendo esta rabia y sé que la saqué con las personas equivocadas, pero, no sé de qué otra manera hacerlo. Llego a mi habitación, cierro la puerta de un portazo y como adolescente me tiro sobre la cama. Hundo mi rostro en la almohada y con todas mis fuerzas lanzo un grito que me desgarra la garganta. 

⎯ ¡Estúpido, Raúl!, ¡por qué!, ¡por qué!, ¡por qué! ⎯ ahogo en la almohada. 

Presiono con fuerza mi nariz y boca para que la respiración se corte por unos momentos. No sé si es un intento por quitarse la vida, o simplemente porque quiero ahogar aún más toda esta tristeza y rabia que me cargo. 

El ruido de la puerta me interrumpe ⎯. ¿Dan?, ¿puedo pasar? ⎯ escucho la voz tierna de mi madre. 

Me mantengo en silencio, esperando a que ella piense que me he quedado dormido y no insista, pero otro golpe en la puerta me hace saber que no fue así. 

⎯ ¿Hijo? ⎯ pregunta. 

⎯ Adelante, pasa ⎯ respondo. 

Volteo mi cabeza hacia la ventana y me quedo quieto en la cama como si estuviera profundamente dormido. Momentos después escucho los pasos de mi padre entrando, como se sienta en la cama y su tierna mano acariciando mi cabello rizado. 

⎯ Solo vengo a pedirte perdón ⎯ me dice ⎯. Lo siento si te hice enojar, pero… es que debes comprenderme Daniel. No tienes idea de lo culpable que me siento, de no poder estar ahí para protegerte. Para poner mi cuerpo enfrente tuyo y recibir cada golpe y cada insulto que te dieron. Me duele que te hayan tratado así, hijo. Eres un hombre bueno, y no te mereces esto ⎯ mi madre se quiebra al pronunciar la última frase. 

Cierro los ojos más fuerte, porque me duele escucharla así. Me siento mal de darle un rato tan amargo como este, porque ella no se lo merece, ni mi padre y mucho menos David. 

⎯ Entiendo si no deseas demandarlo, lo comprendo. Solo que como madre quería tener un poco de venganza a los hijos de puta que molieron a mi hijo a golpes, ¿entiendes?, es todo. Sé que no lo harás porque amas a Raúl y no quieres meterle en más problemas. Pero, aun así, duele. 

⎯ Lo sé  ⎯ respondo. Me volteo para verla y en cuanto nuestras miradas se cruzan, ella sonríe ⎯. Lo siento mucho, mamá. De verdad lo siento ⎯ le ruego. 

⎯ No tienes la culpa, ¿entiendes?, no la tienes ⎯ habla entre sollozos para luego abrazarme con fuerza ⎯. Tú no tienes la culpa de que te hayan hecho esto tan atroz. De que te hayan roto el corazón. Eres un hombre bueno, Daniel, eres un hombre bueno y te mereces lo mejor del mundo ⎯ me consuela. 

Por unos instantes nos quedamos así, abrazados. Ella consolándome como cuando era pequeño, y yo llorando entre sus brazos. Siento cómo acaricia mi cabello con ternura, y me besa la frente y murmura en mis oídos, «todo pasa, y esto también pasará, nada es para siempre, hijo mío». 

Pero yo quería que fuese para siempre, que Raúl envejeciera conmigo, así como todos los matrimonios en mi familia. ¿Acaso no tenía derecho a eso, como todos los demás?, ¿de sentir ese amor incondicional, como todos los demás?, ¿de imaginarme una vida junto a él, como todos los demás?

Escuchamos como alguien toca la puerta y momentos después, la figura de David, mi primo, aparece debajo del umbral de la puerta. Su rostro aún está tan hinchado como él mío, trae un brazo vendado y se ve fatal. Sin embargo, su sonrisa se ve igual. 

⎯ ¿Puedo pasar? ⎯ pregunta. 

Pero antes de que se acerque, soy yo quién se pone de pie de inmediato, y va hacia él para darle un fuerte abrazo. Lo hago con fuerza, como la hermandad que hemos tenido desde que nacimos. Si alguna vez David necesita esconder un cadáver, lo haré, sin preguntar nada. 

⎯ ¿Te sientes bien? ⎯ le pregunto, separándome de él. 

⎯ Algo jodido, pero, las cicatrices les gustan a las chicas ⎯ bromea como siempre. 

Me río levemente con él, pero la risa no dura mucho cuando nuestras miradas se cruzan, comunicando todo. 

⎯ No debiste de haber hecho eso… 

⎯ Y, ¿dejarte morir a golpes?, no es lo mío. Tal vez no sé pegar como tú, o como Alegra, pero sé proteger y eso fue lo que hice. 

Sonrío ⎯. Eres el mejor primo, ¿sabes? 

⎯ Lo sé… ⎯ y me da una palmada sobre la espalda ⎯ y tú eres el primo que más quiero, no se lo digas a Jon, ni a Héctor. 

⎯ Prometo que no ⎯ le prometo. 

David me vuelve a abrazar. Esta vez lo hace con ternura, transmitiendo todo lo que verdaderamente siente ⎯. Pensé que morirías, Daniel. Te pido que ya no vuelvas con él, ¿sí?. 

⎯ Lo prometo ⎯ contesto ⎯, lo prometo. 

Tres días después recibí un mensaje de Raúl preguntándome cómo estaba; no le contesté. Otro mensaje llegó, diciendo que quería verme para decirme algo importante; igual no le contesté. Finalmente, la estocada final llegó dos días después, cuando me enteré por amigos en común que se casaría con Lorena porque estaba embarazada. Supongo que ahora sí, lo nuestro estaba más que olvidado. Aunque confieso, que a veces, todavía pienso en él, en lo que tuvimos, en la vida a escondidas que tendrá que llevar ahora y en eso importante que nunca me dijo. 

4 Responses

  1. Que sufrimiento para Daniel que le rompieran su corazón de tal manera 💔🥺, tiene un corazón tan bello y merece una historia maravillosa! ❤️

  2. me da pesar como le rompieron el corazon a Daniel, y me gusta la manera en como se llevan con David, es lamentable la forma en como los atacaron, y me molesta que el Raul no tuviera la fuerza de revelar sus sentimientos.

  3. Llore demaciado en este capítulo, cuánto dolor e injusticia tuvo que pasar Daniel, sino fuera por David otra historia sería…
    Manu y Ainhoa se sienten tan aterrados e impotentes y por respetar la decisión de Daniel no pudieron hacer más 😔

  4. Y pensar que es tan común la indiferencia y el dolor silencioso en estos casos. Mi niño.

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