Eran las épocas de la Independencia. Uno de los momentos más oscuros que se podían vivir en el país, uno que se encontraba bajo la sombra de una nación extranjera que quería hacer su voluntad y mover los lazos a su antojo. En esta época vivió Marianela, una mujer brillante y capaz, atada a los prejuicios y a los mandatos de su época.
Una mujer que quería y podía más, pero que su educación no la dejaba ver más allá de las reglas y los deberes. Una mujer, que era representante de la sociedad mexicana de la época, e importante en su círculo y que con su gran personalidad influenciaba y cautivaba a cualquiera que se cruzara con ella.
Marianela era bella, elegante, delicada pero, de corazón fuerte. En pocas palabras una mujer excepcional y una joya que pocos podía tener. Marianela jamás se imaginó que en esta época de cambios, su vida, también estaría por cambiar, de una forma turbulenta, llena de incertidumbre, pero, también, ofreciéndole la vida que muy dentro de ella deseaba. Sin embargo, antes de iniciar esa historia, debía terminar otra, pero ella no se imaginaba la forma en que lo haría.
La ciudad de México, también conocida como Tenochtitlan, la capital del Virreinato de Nueva España, que se encontraba bajo el dominio español. Era una ciudad rica en historia y cultura, con una población diversa compuesta por indígenas, mestizos, españoles y otras etnias.
Las calles de la ciudad están pavimentadas con adoquines y se entrelazan en un patrón laberíntico. Grandes edificios coloniales con arquitectura imponente, construidos con piedra y cantera, dominan el paisaje urbano. Las iglesias, como la Catedral Metropolitana, con su majestuosa fachada barroca, y otros templos religiosos, son el centro de la vida social y espiritual.
El Zócalo, la plaza principal de la ciudad, era un lugar donde la gente se reunía para eventos, mercados y celebraciones. Aquí, durante la independencia, se llevaron a cabo discursos, mítines y manifestaciones, tanto a favor como en contra de la independencia de México respecto a España.
Las calles estaban llenas de comerciantes que vendían productos locales y exóticos: textiles coloridos, joyería de plata, especias, frutas tropicales y cerámica, todos ellos reflejo de la riqueza cultural de la región.
Sin embargo, también había una clara división entre las clases sociales. Mientras que los españoles y la élite criolla disfrutan de lujos y comodidades, la mayoría de los indígenas y mestizos enfrentan condiciones de vida difíciles y la explotación por parte de los colonizadores.
En las esquinas, se encontraban oradores y revolucionarios que discutían apasionadamente sobre los ideales de libertad e independencia. Las tabernas y los cafés son lugares donde los conspiradores y patriotas se reunían en secreto para planear acciones contra el gobierno virreinal.
En el ambiente se respiraba tensión, ya que la independencia es un anhelo compartido por muchos, pero también un sueño que parecía imposible de alcanzar. Los patriotas luchaban contra la opresión y la desigualdad, inspirados por los ideales ilustrados que habían llegado de Europa y el ejemplo de otras naciones independizadas.
Sin embargo, a pesar de la violencia y el caos, la ciudad de México conservaba su encanto histórico y cultural. Los edificios coloniales con fachadas coloridas y balcones adornados, se alzaban en medio del caos, recordando a los habitantes la rica herencia histórica del país. Los mercados tradicionales continuaban abiertos, aunque ahora tenían que lidiar con la escasez y las dificultades económicas provocadas por la guerra.
Los periódicos y panfletos políticos se distribuían por las calles, alimentando el debate y la conciencia política de los habitantes. Los teatros y salones de baile continuaban ofreciendo entretenimiento a la población, aunque muchas veces se veían afectados por los enfrentamientos cercanos. Los intelectuales y artistas de la época, inspirados por el espíritu revolucionario, encontraban en la ciudad un espacio para expresar sus ideas y al cambio social.
En medio de este escenario completo y contradictorio, Marianela trataba de tener una vida normal y hacer sus actividades diarias, dejando que nada de lo que pasara le afectara. Marianela era una mujer bastante privilegiada, y protegida por su círculo y su sociedad.
Al ser esposa de Genaro Peña, un general destacado y de prestigio del ejército que apoyaba a los realistas, los aliados los aliados con la corona española, no tenía de qué preocuparse, ya que siempre gozaba de protección del mismo ejército. Marianela no sabía que era la hambruna, esa que se vivía en otros lugares del país, ni los horrores del campo de batalla y mucho menos lo que era dar la vida por la patria.
Ella, como todas las mañanas, se ponía su mejor vestido, se hacía un peinado de moda, tomaba guantes y sombrilla y se iba a visitar a su amiga Catalina Borgoña, otra mujer más privilegiada, aún más que Marianela.
Esa soleada mañana en la Ciudad de México, los ecos de las batallas resonaban en cada rincón de la ciudad. Las calles estaban animadas, llenas de bullicio y actividad. El elegante vestido blanco y sombrero de flores que portaba Marianela, hacía contraste con los demás vestidos de las señoritas que iban paseando por la alameda.
Su porte seguro y su sonrisa, provocaban que no solo los hombres voltearan a verle, sino que una que otra mujer envidiando su seguridad y caminar. Marianela, era una joya entre las joyas, una mujer digna de ser consentida, valorada y sobre todo, conservada.
El camino la llevó por las avenidas arboledas y las plazas concurridas. Las aceras, llenas de vendedores ambulantes, comerciantes y personas apresuras que iban y venían, se pausaban un segundo ante su presencia, admirando todo de ella, y provocando que comentaran sobre ella:
⎯De nuevo ahí va la esposa del general, con otro vestido nuevo como si no nos estuviéramos muriendo de hambre ⎯ comentó una de las mujeres que vendía a la orilla de la acera.
⎯Pero ¡qué bonito se le ve!, ¿no cree? ⎯ respondió un hombre que se acercaba por detrás.
Y sí, era verdad. Marianela tenía una forma especial de lucir los vestidos que el general le compraba. Sabía caminar para que la tela fina cocida a la falda se moviera con gracia y luciera los finos detalles que había en él. Sin embargo, ella no ignoraba su precio, y sabía que uno de sus vestidos podría alimentar a decenas de soldados en el frente, pero, tampoco podía rechazarle tan bonito regalo a su marido.
Después de un tiempo, Marianela al fin llegó a la mansión de su amiga Catalina Borgoña, una mujer casada con un político de renombre: mayor que ella y duro de carácter. Al ser aliado de la corona, siempre se la encontraba en eventos, unos a los que Catalina no podía asistir si no eran de manera social.
Al llegar, fue recibida por el portero con una reverencia. La imponente entrada de la mansión estaba flanqueada por jardines bien cuidados y esculturas de mármol. Marianela cruzó el umbral y entró a en el mundo de lujo y refinamiento en el que ella y su amiga vivían.
El interior de la mansión era una combinación de elegancia y opulencia. Los salones estaban decorados con muebles de época, tapices ricamente ornamentados y lámparas de cristal que arrojaban destellos de luz dorada por las velas. Pinturas de renombrados artistas adornaban las paredes, retratando escenas históricas y retratos de la familia Borgoña.
Marianela fue conducida al salón principal, donde encontró a Catalina sentada en un sofá de terciopelo. Catalina, una mujer de porte distinguido y vestida con un traje de seda bordado, recibió a su amiga con una sonrisa cálida y efusiva.
⎯¡Marianela, amiga! ⎯ expresó con una alegría que confundió a la mujer un momento ⎯. Pensé que no llegarías.
⎯¿Por qué pensaste eso? ⎯ inquirió Marianela, quitándose los guantes.
⎯ Me acaba de comentar Jovita, que están planeando de nuevo un ataque, a un edificio gubernamental, y temía por ti. ⎯Catalina invitó a Marianela a sentarse en el sofá de terciopelo. El blanco vestido contrastaba con el color, haciendo que su amiga se distinguiera más.
⎯Bueno, admito que el ambiente afuera está muy tenso, pero, nada del otro mundo. Sabes que estamos en épocas de lucha y batalla, todo esto es normal.
Jovita, en ese instante, entró al salón con una bandeja de plata y sobre de ella un juego de té de fina porcelana. Marianela le sonrío con gracia, y Jovita se limitó a agachar la cabeza.
⎯¿Algo más señora? ⎯ preguntó Jovita.
⎯ Es todo. Te pido que supervises la comida y que te encargues de que Fernandito esté listo para ir a su clase de equitación.⎯Ordenó Catalina.
⎯Claro que sí, señora.
Al salir Jovita, Catalina comenzó a servirle el té a su amiga. Marianela, sostenía la fina taza con sus manos, mientras su amiga de manera controlada y educada, vertía el líquido sobre la taza.
⎯ A veces se me olvida que para ti, todo esto es normal ⎯ habló.
⎯¿Qué es normal? ⎯ preguntó Marianela, cogiendo una fina galleta.
⎯Pues esto: el ambiente de tensión, las balas, las armas.
⎯Bueno, estar en guerra no es normal, créeme. Solo estoy acostumbrada a escuchar sobre lo que sucede en las fronteras. Con decirte que me duermo con historias de la guerra casi todas las noches.⎯Marianela tomó un sorbo del té de manera delicada ⎯. Genaro es apasionado y ama contarme todo.
⎯Pues, si es tan apasionado, ya debería de haberte hecho al menos un hijo ⎯ respondió su amiga, quién estaba embarazada por segunda vez de su marido.
Catalina y Marianela eran de la misma edad, se habían casado en el mismo año y Catalina había quedado embarazada a meses de su luna de miel. Sin embargo, Marianela no. Ya habían pasado tres años desde su boda y no podía concebir un hijo.
Tanto Genaro como ella deseaban un bebé, pero a pesar de hacer “la tarea”, y de yacer constantemente, ella no quedaba embarazada, lo que la llenaba de frustración y de miedo. No quería pensar que ella era estéril o, peor aún, que su marido lo era.
⎯¿Aún nada? ⎯ continuó.
⎯ Nada. Pero tengo la esperanza de que pronto quedaré encinta, y que todo estará bien. Además, tengo la sospecha que es la guerra la que no me deja tener hijos.
⎯¿La guerra? ⎯Y después de la pregunta, Catalina se echó a reír con gracia⎯.¿Ahora le echas la culpa a la guerra?, vamos Marianela, no digas tonterías, ¿qué tiene que ver la guerra?
⎯Bueno, Genaro está constantemente rodeado de tensión, al igual que yo, y posiblemente eso debe influenciar en el cuerpo, ¿no crees? ⎯ defendió Marianela.
⎯ Eso te pasa por casarte con un general, Marianela. Traías políticos, personajes importantes a tus pies, incluso se rumoraba que el mismo presidente te prefería por arriba de sus candidatas y te casaste con un general. Aún no lo entiendo.⎯Catalina se puso la mano sobre el vientre y sintió como su bebé se movía.
Marianela sonrío. Solo de ver a su amiga Catalina embarazada le daban ganas de salir corriendo a su casa y hacer el amor con su marido para volverlo a intentar. Catalina dejó que ella pusiese su mano y sintiera las patadas ligeras del bebé.
⎯Sé que tener un bebé en estos tiempos es una locura, pero, es el deber de una mujer y debo cumplirlo, ¿qué no? ⎯ Y su comentario pasivo – agresivo, provocó que Marianela quitara la mano.⎯¿Cuándo regresa Genaro al frente?
⎯Mañana. Se irá ahora seis meses ⎯ dijo Marianela con voz melancólica.
⎯Ya veo… ⎯ Estaba su amiga por iniciar la conversación, cuando el sonido distante de los disparos las distrajo.
Catalina se levantó como pudo y se escondió detrás de la puerta alejándose de la ventana, mientras que Marianela, sin temor, se acercó un poco más para ver lo que pasaba. Al parecer los rumores de un nuevo ataque, eran verdad.
⎯¡Aléjate mujer! ⎯ Le pidió su amiga.
⎯Los disparos están muy lejos, no nos darán ⎯ contestó con seguridad. Marianela regresó al sofá y tomó su bolso ⎯. Es mejor que me vaya. No quiero que cierren las calles y tenga que dar la vuelta, por otro lado.
⎯¿Segura?, ¿te irás caminando de vuelta?, mejor le digo al chofer que te lleve.⎯La cuidó su amiga.
⎯No, está bien…⎯ Marianela fue hacia su amiga y le dio un beso en la mejilla ⎯. Te vendré a visitar en unos días. Cuida mucho a ese bebé. Salúdame a Fernando y Fernandito.⎯ Y salió de ahí.
Después de la visita corta y un poco incómoda a su amiga. Marianela se encontraba de nuevo en su propia mansión, donde el lujo y las comodidades, hacían contraste con el terror que se estaban viviendo fuera.
Al igual que la mansión de Catalina, la de Marianela era un testimonio de estatus privilegiado en la ciudad, pero, a diferencia de la de su amiga, era una joya arquitectónica que causaba envidia a cualquiera que entrara o saliera de ella, ya que tanto su interior como su fachada eran majestuosos.
Cuando abrió la puerta, Marianela dejó sus cosas con el personal, y luego atravesó el salón con una gracia y seguridad envidiables, y se dirigió hacia su jardín, donde encontró a su marido Genaro fumando un puro y bebiendo una copa de coñac.
⎯¿Tan temprano y ya bebiendo? ⎯ preguntó con una sonrisa.
Genaro, su marido, un hombre de facciones finas, pero de carácter fuerte volteó a ver a su mujer que, como siempre, se encontraba hermosa. Sus ojos azules, herencia de su linaje francés, se posaron sobre los negros de su esposa.
⎯¡Amada mía!, ¿dónde te encontrabas? ⎯ le preguntó, invitándola a que se acercara con los brazos abiertos.
Marianela se acercó a él, y con un poco de vergüenza se sentó sobre su regazo. Genaro rodeó su fina cintura con sus brazos y la acercó a su cuerpo, algo que para mucho podría ser como mal visto, pero, en la privacidad de su jardín no tenía importancia.
Marianela y Genaro se conocieron en un elegante baile en la ciudad de México, en medio de la efervescencia de la sociedad aristocrática. Marianela, radiante en su vestido de seda blanco, capturaba las miradas de todos los presentes con su belleza deslumbrante. Genaro, un general famoso y respetado por su valentía en la lucha revolucionaria, se encontraba entre los invitados.
Cuando sus miradas se cruzaron por primera vez en aquel salón iluminado por candelabros, un destello de reconocimiento recorrió el cuerpo de Marianela y Genaro. Fue amor a primera vista, un instante mágico en el que el mundo pareció detenerse y solo existieron ellos dos.
Marianela, con su sonrisa encantadora y sus ojos brillantes, se acercó tímidamente a Genaro. Él, cautivado por su belleza y encanto, la recibió con una mezcla de sorpresa y emoción. En ese instante, se estableció una conexión inexplicable y profunda entre ellos, como si hubieran estado destinados a encontrarse en medio del caos.
⎯Tengo algo que decirte, amor ⎯ murmuró él, cerca de su oído.
⎯Dime ⎯ Le alentó ella.
Genaro tomó el vaso con coñac, y le dio un sorbo. Después, volteó a ver al jardín y preparó la frase que cambiaría toda la vida de Marianela, aunque él no lo sabía.
⎯ Me tengo que ir.
⎯Lo sé.
⎯ No, me tengo que ir, hoy. Adelantaron la ida al frente y debo estar en una hora para irme con el ejército. Solo vine a despedirme de ti.
Marianela, asombrada por la noticia, se puso de pie y se alejó de su marido un instante. Ella estaba acostumbrada a que Genaro se fuera al campo de batalla, pero nunca le había pasado que no tuviesen tiempo de despedirse como era debido.
⎯¿Cómo que ahora?, pero… me dijiste que…
⎯… órdenes, son órdenes, Marianela… y debo irme.
Genaro se puso de pie y trató de acercarse a su mujer que, en ese preciso instante no sabía cómo reaccionar. Trató de que no le abrazara, pero, sabía que si no lo hacía ahora se arrepentiría en unas horas.
⎯Ven, todo estará bien, amor… ⎯ Le pidió su marido, mientras le daba un beso sobre los labios.
⎯Eso, ¿quiere decir que volverás pronto? ⎯ preguntó Marianela con inocencia.
⎯No lo sé. Solamente sé que te recordaré todos los días, te escribiré cartas y sabrás de mi cada segundo de cada día ⎯ comentó.
Marianela sonrío, no tenía de otra. Volvió a besar a su marido que yacía con el uniforme, listo para partir. Acarició su rostro, miró sus ojos azules y olió su perfume por última vez, y después besó sus labios.
⎯ Te extrañaré, como no tienes idea. Te amo.
⎯ Te amo, mi Marianela. Sé valiente y cuídate… te prometo que cuando esta revolución termine, tú y yo viviremos en paz y felices, y tendremos ocho hijos que nos cuiden en la vejez.
Marianela sonrió, ya que Genaro siempre le decía lo mismo. Su esposo la besó por última vez y ella le abrazó fuerte.
⎯Manten tu vista en el horizonte, amada mía, porque un día verás al amor de tu vida venir hacia ti ⎯ le recitó, para luego partir dejando a Marianela con el llanto contenido y la tristeza en el corazón.
Esa sería la última vez que ella lo vería, esa sería la última vez que ella escucharía su voz… Esa sería la última vez que Marianela sería esa Marianela, porque ese día, Genaro se la había llevado con ella.
guuaaaooo que fuerteee.. ésta historia suena muy interesante…
Tremenda forma de transportarnos con tu descripción a ese lugar.
Llamativo inicio, pobre Marianela.
Ay Ana, la guerra y sus inequidades 🙁
Ansiosa de seguir conociendo a Marianela, cómo me cierras con que no lo vuelve a ver!!!!