Nadie nace en Ibiza, o al menos eso pensaba. Nací al lado del mar, y no porque mi madre me hubiese dado a luz sobre la arena, sino porque mi madre me parió en la enorme habitación con vista al mar, la cual habían acondicionado como sala de partos antes de que naciera. Pude haber nacido en un hospital lujoso, teníamos el dinero, pero mi madre era una mujer de tradiciones y la suya era que todos los de su familia francesa habían nacido en sus enormes mansiones, así que no tuve opción, desde ese punto no supe qué era esa palabra. 

Nací en invierno, a principios de año. Di mi primer llanto justo a las 9:00 am, en el preciso momento en que mi padre terminó de desayunar mientras leía el periódico. Mi madre había entrado en trabajo de parto desde la madrugada, así que todo quedó perfecto para él cuando la partera y el doctor bajaron a decirle que yo había nacido. 

Para mi madre, fue un suplicio y un esfuerzo, en realidad, había llevado esos nueve meses con pesar y quejas. Si no era el frío, era el calor, las migrañas y las nauseas. La verdad era que mi madre se quejaba no de los síntomas, sino del hecho de que tenía que embarazarse para poder asegurar su futuro, así que desde ahí, supe que ya estaba solo y que al nacer, las cosas no mejorarían. 

Así, dieron las 9:00 am y mi padre entró a la habitación, con ese porte de presidente de sus propias empresas y dueño de su futuro. 

⎯ Es niño ⎯ le dijo la otra enfermera y él sonrío. 

⎯ ¡Un Ruiz de Con más! ⎯ afirmó, y sacó un puro para comenzar a fumarlo ahí, conmigo apenas entendiendo el mundo. 

Mi madre, aún sudorosa y sucia de todo el esfuerzo, volteó a verme y dijo.⎯ Ahí está, ya lo tienes, ahora firma esos papeles y déjame en paz. 

Entonces no habrá más hijos, pensó mi padre, y luego fumó un poco. 

⎯ Como desees, solo trata de mantenerlo vivo. No vaya a ser que se muera y no firmes los papeles. 

¿Eso fue sarcasmo?, ¿eso era verdad?, nunca lo supe, lo único que me quedó claro es que los siguientes pasos o decisiones tomadas por mi madre fueron para eso, para mantenerme vivo. 

Ella vio a mi primera nana y le dijo.⎯ Arrópalo y llévalo a su habitación. Que no le dé aire ni nada que le haga enfermar. 

⎯ Sí, llévate a León, Experta ⎯ le pidió mi padre. 

⎯ ¡NO! ⎯ habló mi madre contundente ⎯, al menos déjame a mí escoger el nombre. Se llama Tristán.

⎯ ¡Dios!, qué nombre más afrancesado. 

⎯ Se llama así y punto, ahora, Experta, ve y cuida de él ⎯ ordenó mi madre, para luego pedir a la enfermera que le diera algo para la migraña. 

Eso era yo, una verdadera migraña para ella y, para mi padre, un triunfo sobre los genes de otras personas. Sin embargo, para mí, fue el inicio de una vida solitaria, en realidad, una que estaría siempre rodeada de destellos de esperanza, de extraños dispuestos a acogerme en sus vidas y sobre todo, del mar, mi confidente, mi lugar seguro, el ruido blanco de una mente que muchas veces no dejaba de hablar y que me causaría una ansiedad y sobre pensamiento que me llevaría a tratar de acallarlo como fuese. 

Era evidente que mi sobre pensamientos y ansiedad había empezado desde el minuto uno, cuando mi madre dio la orden de que me llevaran lejos de ella y me “mantuvieran vivo”. No hubo conexión, ni oxitocina, ni un abrazo de ella que me diera la bienvenida a este mundo, solo una fría y elegante habitación, decorada por los mejores diseñadores de interiores del país. 

A partir de ahí, puse mi vida y toda mi confianza en Experta, mi nana, una mujer ya vieja que me hablaba con cariño, pero que me dejaba llorar hasta dormir, lo que me desarrolló desconfianza y evidentemente, inseguridad, una que me persiguió por varios años evitando que me relacionara por mucho tiempo. 

Experta me cuidó por bastantes años, unos 3 si no mal recuerdo, hasta que un día murió de un infarto en su habitación. Imagínense mi impacto cuando llegó otra nana ese día y me dijo que ahora ella se encargaría de mí. No hubo explicaciones por parte de mis padres, ni nada, es más, ahora que recuerdo, casi no los veía, y el pretexto de Experta era que me amaban tanto que estaban ocupados labrando un futuro para mí; ¡vaya futuro si me lo preguntan! 

Así, crecí con esta nueva Nana, más joven, inexperta pero, muy divertida. Cuando cierro los ojos me viene a la mente su cabello rizado y negro, el cual se hacía como afro, sus dedos largos, y una sonrisa bonita que me hacía sentir tranquilo. Mi madre la llamaba “sirvienta”, yo la llamé “mamá”; ya que por muchos años pensé que ella lo era. 

Hubieran visto lo que pasó cuando una vez se lo dije en frente de mi verdadera madre. Mi nana recibió una bofetada que le hizo sangrar la boca y yo, vi la primera demostración de violencia de mi vida. Ahí supe que con mi madre nadie se metía y que se hacía lo que indicaba. 

⎯ Ellas no son tus madres, soy yo ⎯ me advirtió, a un Tristán de casi cuatro años terriblemente asustado.⎯ Ellas se encargan de ti, y nada más. 

Se encargan de mantenerme vivo, me vino a la mente, y sí, era eso, solo de mantenerme vivo a toda costa ya que era el seguro de vida de mi madre, uno al cual se aferraría hasta sus últimos días. Y casi no lo lograrían en mi círculo de autodestrucción que vendría años después. 

Mis padres, ni uno de los dos, en realidad se encargaban de mí, pero sí de mis herencias, de sus negocios y su vida social. Mi madre se la vivía con sus amigas, haciendo su vida y disfrutando de los placeres de tener un marido rico. Mi padre de las noches en el club jugando póker, haciendo negocios y fumando puros. Los dos, llevaban el matrimonio ideal ante la sociedad, mientras que en casa tenían a un hijo abandonado. Ese fue siempre la queja de mi abuelo, el único que en realidad me quería, lástima que vivía en Francia y lejos de Ibiza. Cada vez que iba me consentía, me daba la pequeña dosis familiar de amor que supongo necesitaba. Me llenaba de regalos, de un fin de semana en su yate hablándome del mar y otras anécdotas que siempre me parecieron fabulosas. Cuando se iba, siempre después de una pelea con mis padres por su evidente abandono, me dejaba un vacío tan grande que me hacía llorar por horas. Sin mi abuelo, nunca hubiese conocido lo que era la importancia de la familia, porque él me lo mencionaba, y me daría la frase que movería todo mi mundo “observa a tus padres y no repitas lo que ellos hicieron, te salvará la vida, te dará una vida, una de la que no te arrepentirás”. 

Al final, antes de los cinco años entendía tres cosas fundamentales de mi vida. La primera, había llegado a este mundo como trofeo, un seguro de vida para una pareja sin amor, la segunda, siempre confiaría en el amor y la ternura de los extraños y la tercera, a pesar de estar rodeado de lujos, de nanas y de una basta herencia, me encontraba solo, completamente solo, y tendría que vérmelas así a lo largo de muchos años. La soledad y yo, seríamos buenas compañeras. 

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