Los pasos torpes de Anaís, se mezclaban con la lluvia que había empezado a caer. La pobre mujer corría a toda prisa bajo la lluvia, lamentándose de no haber guardado la sombrilla que siempre dejaba en el perchero, cerca de la puerta. 

⎯¡Hoy!, ¡hoy la tenías que olvidar, Anaís Betancourt!⎯ se reclamaba, mientras cubría su cabeza con la carpeta de piel sintética donde traía su curriculum. 

Este era el primer trabajo del que le habían llamado. Desde su llegada a la ciudad, había enviado curriculums a diferentes partes, pero había obtenido una respuesta negativa, lo que la obligaba a tratar de encontrar otros recursos para poder sobrevivir. 

No obstante, después de tanto tiempo, cuatro meses para ser exactos, Anaís había recibido la llamada de la empresa donde había enviado con esperanzas su curriculum, debido a la presión de su mejor amiga, Belinda, que estaba cansada de verla sufrir. 

«Lo bueno es que no tienes hijos ni a nadie a quien mantener», le repetía constantemente, mientras Anaís se desesperaba en su pequeña habitación. 

Era verdad que el trabajo de asistente ejecutiva no era un trabajo que le llamara la atención a Anaís. Incluso, el simple hecho de asistir a alguien le daba flojera. Pero, al ser el único llamado, iba rogando que la aceptaran y que mañana, pudiese despertarse sabiendo que tenía trabajo. 

⎯¡Venga, vamos! ⎯ Se alentó, mientras a lo lejos veía el edificio dónde tenía la cita. 

Anaís se paró en la orilla de la acera para esperar a que los autos despejaran la calle y ella pudiese pasar, cuando un auto pasó a toda velocidad, empapándola de los pies a la cabeza. 

⎯¡Es en serio!⎯ gritó, mientras el auto se pasaba sin percatarse de lo que había sucedido. 

Anaís revisó sus ropas. La blusa blanca, la única formal que tenía, se encontraba completamente empapada, al grado de que se podía ver su sostén color carne por debajo de ella. La falda, de color rojo vino, escurría de agua sucia y sus piernas se encontraban con manchas negras del lodo que le había salpicado. 

Por un instante, Anaís pensó que esta era una señal de que no debía ir a esa cita de trabajo. Que posiblemente el universo le estaba gritando que era una mala idea.«Pero el Universo no tiene que comer tres veces al día y pagar las cuentas», concluyó. Por lo que, con cuidado, atravesó la calle para entrar directamente al edificio. 

El aroma a limpio fue lo primero que notó al abrir la puerta, después el aire acondicionado que la hizo tiritar de frío y finalmente las miradas de todos los que pasaban por ahí. Anaís se sentía expuesta y bastante apenada, sabía que cuando dijera que era la candidata para el puesto de trabajo, solo con verla así, no se lo darían. 

Anaís se arregló el empapado cabello, se exprimió la falda para quitarle peso y con su mejor caminar se acercó a la recepción, donde una mujer, visiblemente ocupada, levantó la vista y le sonrío. 

⎯Bienvenida al corporativo Sainz, ¿puedo ayudarte? ⎯ inquirió. 

Anaís sintió cómo la vista de la mujer la barrió de la cabeza a los pies, para luego hacer un gesto involuntario ante su presencia. Ella se aclaró la garganta, abrió la carpeta de cuero sintético y se lo ofreció. 

⎯Ho… hola, mi nombre es Anaís Betancourt. Tengo una cita con el señor Sainz. 

La mujer clavó su mirada en la computadora y después de unos segundos volvió a verla. 

⎯¿Anaís, por el puesto de asistente ejecutiva? ⎯ preguntó más que afirmar. 

⎯Sí. Vengo a mi entrevista. 

Ella suspiró bajito. Tomó el teléfono y cubriéndose la boca habló. 

⎯Sí, sí… bueno, yo le digo ⎯ pudo escuchar Anaís, y sabía lo que pensaba de ella, ya que el rostro de la recepcionista lo decía todo. 

Anaís, para no seguir pasando penas o viendo descaros, se dedicó a observar sus alrededores. El interior del edificio era bastante moderno pero un tanto minimalista. La sala de espera se veía extremadamente incómoda, y la decoración era mínima. Incluso, lo que más resaltaba, era una escalera en el medio que llevaba a lo que parecía era una sala de juntas. 

⎯Puedes pasar.⎯Le interrumpió la mujer ⎯. Segundo piso a la derecha. 

⎯ Muchas gracias ⎯ contestó, tomando sus hojas. 

⎯Hay un elevador, pero, no sirve, así que toma las escaleras de en medio y sube. Más adelante encontrarás otras escaleras que te llevarán a la oficina del señor Sainz. 

⎯Gracias.⎯Y sin mencionar más palabras, Anaís siguió su camino. 

Así, Anaís subió las escaleras tal y como se lo dijeron y momentos después caminó por un pasillo para toparse con una pared y un letrero que decía “escaleras”. Siguió las indicaciones, y cuando pisó el último escalón, se encontró en un espacio privado, con un escritorio vacío, un sofá azul y una puerta de madera labrada. Esta parecía tan elegante que Anaís pensó que era de una iglesia. 

Antes de tocar la puerta, Anaís se arregló como pudo. Lamentó no haber traído un saco para ponerse arriba de la blusa empapada y ahora reveladora, y se limpió como pudo las piernas para quitar las manchas de lodo. Cuando se sintió lista, tocó la puerta y suspiró. 

⎯Que sea lo que tenga que ser ⎯ murmuró, para luego escuchar la orden de que entrara. 

Al abrir la puerta, una oficina bastante pequeña le dio la bienvenida. En realidad no parecía el espacio de un presidente de un corporativo, pero eso era algo que a ella no debería de importarle. 

Anaís fijó su vista en el ventanal que daba hacia otra parte del edificio. Al parecer, era más grande de lo que pensaba, pero, estaba tan escondido que no se notaba a simple vista. La oficina olía a una mezcla de madera y cigarro, y a una loción muy fuerte pero atrayente y agradable. 

Ella se quedó unos momentos en la puerta, observando la pared azul marino que contrastaba con los muebles de madera color chocolate y con el retrato al óleo de una escena frente al mar que se le hizo algo conocida. 

⎯¿Te quedarás ahí todo el rato? ⎯ Interrumpió su detallada observación, una voz grave pero muy agradable, por no decir sensual. 

Anaís volteó hacia el escritorio y, ahí, vio a un hombre de cabello negro, perfectamente bien peinado hacia atrás, de barba arreglada, ceja algo tupida y con una sonrisa encantadora. De pronto, sintió cómo la mirada color marrón la recorrió de pies a cabeza, admirándola sin tener límites y posándose instantáneamente sobre su blusa empapada y transparente. 

⎯Buenos días, ¿se te olvidó el paraguas o, este es siempre tu apariencia? ⎯ le preguntó, mientras se mordía los labios. 

Era evidente que Emiliano Sainz estaba disfrutando de la vista que tenía frente a él. Por unos segundos más, se quedó observando a la belleza de mujer que estaba frente a él. Anaís era guapa, con cuerpo voluptuoso, pero bien formado, cabello largo y negro y unos ojos cautivadores que de inmediato llamaron su atención. 

⎯No, no, claro que no ⎯negó ⎯. Mi nombre es… 

⎯Anaís Betancourt, vienes por el puesto de mi asistente ejecutiva, lo sé, me avisaron. Solo recuerda esto, Anaís, no hay nada en mi empresa de lo que yo no me entere.  

⎯¡Vaya! ⎯ expresó ella, solo para hacer conversación. 

⎯¿Qué no vas a pasar?⎯ Y Emiliano Sainz le indicó con voz sensual y mostrándole con la mano una silla para que se sentara. 

Anaís caminó hacia donde estaba él. Sus miradas no podían dejar de desconectarse. Sentía al verle esta atracción rara que le ponía nerviosa, pero, que a la vez, le hipnotizaba. A pesar de eso, la meta de Anaís era no tropezar con los tacones empapados, y su objetivo, tener ese trabajo que la sacaría de sus deudas. 

Al llegar, Anaís se sentó y bajo la mirada atenta de Emiliano, le entregó la carpeta de cuero sintético. El hombre la tomó sin despegar su mirada de ella y de ese mismo modo la abrió, sacando los papeles. 

⎯Anaís Betancourt Calles, veintiocho años, de Costa del Sol, estás bastante lejos, ¿no crees? ⎯ inquirió. 

⎯Bueno, tenía que moverme para cumplir mis sueños ⎯ contestó tímida Anaís. 

⎯¿Sueños?, ¿qué sueños?⎯ Y Emiliano dejó los papales y cruzó los brazos a la altura de su pecho ⎯. Es importante que lo sepa, ya que así sabré si tienes lo que necesito. 

Anaís pasó saliva con nerviosismo, tal vez había hecho mal en decir que tenía sueños y con eso dar la señal de que en realidad este trabajo era para darle de comer. 

⎯Pues… tengo muchos sueños. 

«¡Mierda!», pensó. La verdad es que parte de su nerviosismo, era la atrayente mirada de Emiliano Sainz. 

⎯Pues, dime uno, te escucho ⎯ insistió el presidente del corporativo. 

⎯Quería ser cantante. 

⎯¡Vaya! ⎯ expresó Sainz ⎯, ¿ya no lo quieres? ⎯ inquirió. 

⎯No me gusta hablar de eso… es todo.⎯Fue la respuesta de Anaís, quién se sentó erguida sobre la silla. 

⎯Guapa y misteriosa, ¡qué paquete! ⎯ dijo en un murmullo él, mientras su mirada posaba sobre Anaís. 

⎯Sé que mi curriculum no es muy bueno, pero le aseguro que aprendo rápido y tengo disposición. Sé hacer muchas cosas como: café, escribir en la computadora, contestar llamadas y aún sé hablar inglés. 

⎯¡Vaya!⎯ de nuevo expresó Sainz. 

⎯Soy puntual, llego temprano y puedo irme tarde… ⎯ Continuó Anaís hablando y siguiendo el consejo de su amiga Belinda: enumerar todo lo que sabía hacer. 

⎯¿Tienes pasaporte y Visa Americana? ⎯ comentó Sainz. 

⎯Pues, pasaporte sí, lo otro no… 

⎯¡Vaya!

«Un “vaya” más y lo mato», pensó Anaís. 

⎯¿Soltera? ⎯ Continuó Sainz. 

⎯Sí. 

⎯¿Con novio o sin novio? 

Anaís lo miró extrañada.⎯Pues, sin novio. 

⎯ Eso no se lo creo, pero, no afecta. Me gusta compartir ⎯ y le guiñó un ojo. 

Anaís enrojeció ante a expresión de Sainz.⎯ Es verdad, no lo tengo ⎯ afirmó. 

⎯¿Hijos? 

⎯No. 

⎯Bien. 

Después del cuestionamiento, Sainz calló, leyó con atención el resto del corto curriculum de Anaís y luego la volvió a ver. 

⎯Que no tenga visa, será una complicación para este puesto, señorita Betancourt, ya que el ser mi asistente significa que tendrá que viajar conmigo no solo por el continente sino también, a otros. 

⎯¡Vaya!⎯ Ahora fue ella la que expresó eso. De pronto, la idea de obtener este trabajo no se le hacía mala debido a los viajes. 

⎯Pasaríamos la mayoría del tiempo fuera, en hoteles, en juntas. Tendría que acostumbrarse a trabajar en el avión, y a seguirme el paso a dónde vaya. Es un trabajo pesado pero, con buenos beneficios. 

Anaís, por un momento, no supo si Sainz le decía esto porque la iba a contratar o para que ella supiese de lo que se perdería al no tener el dicho documento. 

⎯También.⎯Continuó Sainz⎯. La presencia es importante. 

⎯Lo sé. 

⎯Y debe siempre estar presentable y con la ropa adecuada. 

⎯Lo sé ⎯ admitió, Anaís. Sabiendo que Sainz le decía eso debido a su apariencia actual. 

⎯Y, finalmente, no tiene experiencia como asistente. 

La mirada de Anaís se entristeció, una vez más regresaría a su casa sin trabajo y tendría que vender su móvil o algo de valor para tener dinero y pagar la renta de su habitación. 

Decidida, Anaís se puso de pie frente a la mirada de Sainz.⎯ Bueno, ya no le quito más su tiempo.⎯Y después de decir eso, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta. 

⎯Pero, la voy a contratar, Señorita Betancourt. 

La voz grave y sensual de Sainz le dio a Anaís la mejor noticia de su vida. Al grado de que no pudo evitar voltear y sonreír ampliamente. 

⎯¿Es en serio?⎯ preguntó, como su fuese una broma. 

⎯Muy en serio. Que no tenga experiencia me ayuda a moldearla como yo quiero y, lo de la visa se puede arreglar, ¿no es cierto? 

⎯Sí, sí, claro ⎯ habló ella emocionada. 

⎯La ropa, iremos de compras. Yo la llevaré personalmente porque me gusta que mis asistentes tenga cierto tipo de imagen. Además, porque debe comenzar a trabajar mañana, ya tenemos la agenda llena. Iremos a París. 

Los ojos de Anaís se abrieron llenos de ilusión, «¿mañana voy a París?, hoy no tengo nada que comer y mañana, ¡IRÉ A PARÍS!». 

⎯Pasaré por usted por la tarde, déjele a la señorita de la recepción su dirección. 

⎯Muchas gracias, de verdad ⎯ expresó Anaís, en verdad conmovida. 

⎯Solo espero no haberme equivocado de contratarla. Que sea guapa y atractiva solo es un extra en lo que yo necesito, ¿entiende? 

⎯Yo… si, lo entiendo ⎯ respondió Anaís, y el color rojo volvió a su rostro. 

Sainz caminó hacia ella, e inclinando su cuerpo hacia delante, acorraló un poco a Anaís y cerca de su rostro, le dijo⎯.Ya no olvide el paraguas, señorita Betancourt.⎯Y giró el picaporte para abrir. 

Anaís sonrió nerviosa. En verdad Emiliano Sainz era increíblemente atractivo, y tenía una voz tan cautivadora que le hacía sonrojarse. 

⎯No, claro que no⎯ respondió. 

La puerta de la oficina se abrió, y de inmediato otro hombre alto, delgado y de cabello rubio se apareció frente a ellos. 

⎯¿Sainz? ⎯ preguntó, al ver la escena. 

Él se separó de Anaís.⎯ No olvide dejar la dirección en la recepción. 

⎯No, claro que no⎯ contestó Anaís, para luego sonreír y caminar hacia las escaleras. 

Sainz la observó de lejos, con una sonrisa en su rostro, tan notoria que el otro chico no pudo contener el comentario. 

⎯¿Otra asistente, Sainz? 

⎯Así es… 

⎯¿Qué pasó con la otra? 

Sainz volteó a verle.⎯ No tenía lo que necesitaba, Javier. 

⎯Y, ¿ella sí? 

⎯Lo tiene. ⎯ respondió coqueto y con una sonrisa ⎯. Cumple con lo que necesito, tiene ciertas habilidades y bueno… ¿Qué no la ves? 

Javier suspiró ⎯¡Ay Sainz!, esa afición tuya de mezclar trabajo y placer. 

⎯ Créeme… esto es diferente, muy diferente ⎯ le aseguró. 

Pero Javier no le creyó, ya que la fama de Sainz era bastante conocida: enamoradizo y mujeriego. Una mala combinación. 

⎯ Si tú lo dices ⎯ concluyó Javier, para luego entrar en la oficina. 

Pero sí, esta vez era diferente, porque lo que Sainz no sabía es que pagaría alto el precio de contratar a Anaís.

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