Marianela no sabía que estaba embarazada. Sin embargo, su cuerpo se lo dijo, pero ella no sabía las señales. En realidad, se encontraba tan ocupada que pensó que todo lo que sentía en su cuerpo era resultado de su día y no de un pequeño ser que se formaba en el vientre. 

No tuvo náuseas matutinas, ni ascos, pero sí dolores de cabeza que ella confundió con la insolación, ya que pasaba desde que salía el sol hasta que se metía, trabajando y realizando millones de actividades bajo el sol que le calentaban la piel y la cabeza. 

El cansancio también fue otra señal, pero también lo ignoró. Pensó que era gracias a su rutina. Marianela, también con su marido, pasaban muchas horas sin dormir, y luego, aumentando las horas que pasaba trabajando, era evidente que el cuerpo no daría más en algún punto. Así que, los domingos, pasaba hasta medio día dormida, para luego hacer otra siesta después de la comida en los brazos de su marido. 

Debió notarlo, cuando su vientre comenzó a abultarse de poco, pero ella pensó que estaba ganando peso. Marianela, siempre había sido delgada, su complexión era así desde pequeña, eso se debía a las extrañas enseñanzas de su abuela, que, al contrario de lo que se creía en esa época, le decía que entre más delgada, mucho más atractiva. Después, se casó, y siguió moderando su comida, y cuando su esposo murió, cayó en una depresión tan profunda que terminó por dejar de comer por meses. 

Sin embargo, ahora en sus momentos de felicidad, Marianela disfrutaba de todo tipo de platillos, de sabores y de mezclas que jamás en su vida había probado. Por lo que había comenzado a comer, con una alegría y una paz que a su marido le encantaba, dejándose llevar por completo y así, subiendo un poco de peso o, más bien, llegando a su peso ideal. 

Todas las señales estaban ahí. El doctor también pudo saberlas, pero entre lo que pasaba en la clínica, la guerra y sobre todo, la nueva relación de su mujer, no lo notó, y sabiendo los antecedentes de Marianela de “esterilidad”, ni siquiera le pasó por la cabeza.

Ahora, la ausencia del periodo menstrual de Marianela, era la señal que ella sí notó, pero que la mañana del parto de Aurorita, ignoró, por lo que después del desmayo era evidente que todo cuadrara a la perfección, dejando, así, atónitos a ambos ante ese descubrimiento. 

Después de que Marianela cayera en brazos de su marido al ver la sangre y la muerte de una mujer en parto, el doctor la llevó cargando hasta su habitación y la tendió sobre la cama. Con un pañuelo mojado le cubrió la frente, y después le habló bajito para ver si reaccionaba.

Le tomó los signos vitales, puso el estetoscopio sobre su corazón y pulmones y, después, le pidió a una de las mujeres de su personal que le ayudara a quitarle la ropa para ponerla más cómoda. Fue ahí, donde el doctor descubrió el vientre pequeño vientre abultado de su esposa, que se escondía debajo de varias capas de ropa y que él no notaba antes debido a que aún no había crecido. En cuánto, Marianela despertó, la primera pregunta del doctor fue sobre su periodo menstrual y cuando ella confirmó la ausencia del mismo, la frase que nadie esperaba, surgió de los labios de su marido. 

⎯Estás de encargo ⎯pronunció y Marianela se quedó impactada por la frase. 

⎯¿Qué dices? ⎯ preguntó, suponiendo que había escuchado mal. 

El doctor se acercó a ella, se sentó a la orilla de la cama y viéndola al rostro le dijo: 

⎯Marianela, vamos a tener un bebé. 

Entonces, ella, sintió como una mezcla abrumadora de emociones se apoderaba de todo su ser. Miles de imágenes llegaron a su mente, al recordar todas las veces que le dieron que era infértil y que no le podía dar un hijo al general. La idea de concebir y llevar a cabo un embarazo parecía un sueño lejano, y ahora, de repente, se encontraba en la dulce realidad de la maternidad. 

Las lágrimas comenzaron a fluir sin previo aviso, pero, esta vez, eran de alegría y asombro, ya no más de dolor y de frustración. La noticia resonaba en su ser, disipando las dudas y temores que había acumulado durante años. De pronto, la realidad la alcanzó y, esta vez, era una bella realidad, en unos meses sería madre, y el padre, sería el doctor Guerra. 

⎯No puedo, no puedo creerlo ⎯dijo, limpiándose las lágrimas con uno de los pañuelos de su marido⎯. Me dijeron los doctores que era estéril y… 

⎯Siento decirte esto, Marianela, pero posiblemente el estéril, era tu marido. 

⎯¿Cómo? ⎯inquirió ella asombrada, ya que ese era un tema que no se podía tratar tan a la ligera. 

⎯Lo que escuchas. Puedo asegurarte que él era quien tenía el problema y por eso, por más que tratarás de concebir, no sería posible. Pero, ahora, lo estás y si no me crees puedo traer a un colega para que lo confirme. 

Marianela sonrió. Después se puso las manos sobre el vientre y lo tocó con tiento. Cerró los ojos, emocionada, tratando de sentir algún movimiento, pero, sabía que era muy temprano. 

⎯Estoy embarazada ⎯se dijo a sí mísma, para luego voltear a ver a su marido, quien se encontraba igual de asombrado que ella⎯. Tú, ¿tú deseas este hijo? 

El doctor se quedó en silencio, viéndola a los ojos y pensando cómo le contestaría. En realidad, no es que el doctor no haya querido hijos nunca, solo que, por la vida que había llevado desde pequeño y la vida que llevaba hoy, aunado a los tiempos de guerra, no le habían permitido averiguar si deseaba o no ser padre. Además, de que él había carecido de uno y simplemente, no sabía si sería material para ello. 

Sin embargo, al ver los ojos de su mujer, brillando y llenos de ilusión, supo que lo que le dijera a Marianela marcaría el inicio de su paternidad y, al contario de su padre, él sí quería hacer las cosas bien, porque ese bebé, había sido concebido en el más puro amor, con la más grande pasión y el deseo, de cualquier pareja casada. 

⎯No lo deseaba. ⎯Inició⎯. En realidad no lo hacía porque nunca pensé que podría llegar esa posibilidad. Sin embargo, ahora que te veo y que lo sé, y que eres tú la que está gestando a mi bebé, por supuesto que lo deseo, aunque, tengo miedo. 

Al escuchar la sinceridad de su marido, Marianela sonrió. Durante todo este tiempo había lo había descrito como un hombre fuerte, decidido y valiente. Sin embargo, gradualmente conocía a ese hombre vulnerable, sencillo y amoroso que se resguardaba en la intimidad, y hoy, bajo esta confesión, había logrado llevarlo hasta el límite. 

⎯¿Miedo? ⎯preguntó ella⎯, ¿de qué tienes miedo? 

⎯Temor de lo que está por venir invade mi ser. Estamos atravesando tiempos difíciles, y la aprehensión crece al pensar que nuestro hijo pueda nacer en un entorno poco propicio. Me atormenta la idea de que mi vida no sea suficiente para presenciar su transformación en un hombre. Sin embargo, lo que más me atemoriza es que la carencia de afecto que experimenté en mi infancia se refleje en mis acciones como adulto, y de alguna manera, lo lastime. No deseo repetir el patrón de mi padre; anhelo ser diferente. 

⎯Y lo eres… ⎯lo traquilizó, Marianela⎯. Eres un hombre diferente y eso ya es una gran ventaja. Eres amoroso, comprensivo, tranquilo y honesto. Ayudas a los demás, te preocupas. Salvas vidas, ¿qué más diferencia que eso? 

⎯¿Qué pasa si el bebé no me quiere? ⎯preguntó, y ese cuestionamiento fue el que más sintió en el alma, Marianela⎯ ¿Qué pasa si el bebé piensa que no soy buen padre? 

⎯Claro que no será así. El bebé te adorará, verás que serás todo para él, te imitará y llegará a ser un buen hombre como tú, de eso no tengas duda. 

⎯Y tú, ¿deseas ese hijo mío? ⎯preguntó el doctor, acordándose que antes ella le había dicho que no quería nada de él. 

Marianela asintió segura. Era evidente que quería un hijo del doctor, estaba enamorada de él, aunque nunca se lo había dicho de frente, así que tomó la oportunidad para decírselo. 

⎯Estoy enamorada de ti y te amo. Es un honor para mi ser la madre de tu primogéito… 

Rafael sonrío, y acercándose a ella puso la mano sobre su vientre y agregó. 

⎯O, primogénita. 

⎯¿No te importa si no es niño? 

⎯No, claro que no. Una pequeña Marianela sería una gran bendición. Sobre todo porque será fuerte e inteligente como su mamá. 

⎯Eso espero. 

Él, viéndola a los ojos, le dijo: 

⎯También te amo, Marianela. Te amo como jamás he amado a nadie. ⎯Haciéndola sonreír. 

Por un instante, ambos se quedaron con las manos juntas, sintiendo todo lo que esta noticia traía en ellos, que se resumía en una increíble felicidad que, en esos tiempos, no se permitían sentir debido a la situación. 

Marianela se encontraba en la dulce espera, y la hacienda se preparaba para dar la bienvenida al primogénito o primogénita del doctor Rafael. Este nuevo miembro estaba destinado a llenar de alegría un entorno asolado por la violencia, la muerte y la incertidumbre que se cernían como sombras sobre la época. A pesar de los desafíos y la cruda realidad que les rodeaba, la llegada inminente de este niño o niña representaba una pequeña alegría, un testimonio de la continuidad de la vida en medio de tiempos turbulentos. La preparación no solo sería física, con la adecuación de espacios y la disposición de recursos, sino también emocional, pues la expectación y la esperanza se mezclaban con el manto sombrío que envolvían esos tiempos, que, definitivamente, no serían fáciles para ninguno de los tres. 

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