Anaís se sentía afortunada, porque no solo había encontrado un trabajo, sino, al parecer, uno que le permitiría viajar y conocer otros lugares además de las cuatro paredes de su habitación. No podría creer, que después de la mala racha que había tenido, ahora estaba a punto de subirse a un avión privado, con ropa nueva y un guapo empresario a su lado. 

Sainz, había mandado ayer a su chofer para que él le llevara a un centro comercial y ella hiciera las compras. Había mandado, una extensión de su tarjeta de crédito y le había dado instrucciones de que se comprara la ropa que quisiera, pero, que fuera para trabajar y uno que otro conjunto para alguna cena. Anaís, sin abusar, compró lo que quiso, lo que mejor le vino al cuerpo y sobre todo, lo más bonito que vio. Por eso, hoy, al subirse al avión se veía hermosa y renovada. 

⎯Muy diferente a como nos presentamos ayer, ¿no? ⎯ le dijo Sainz, mientras bajaban del auto. 

Anaís sonrío. Había algo en la actitud de Sainz que le recordaba a alguien, pero no sabía a quién. Y, eso era positivo, ya que al conocer la actitud podría lidiar con el empresario que tenía fama de seductor entre todos en la oficina. 

⎯Bueno, solo es ropa para trabajar, como usted me dijo ⎯ aclaró Anaís. 

Sainz sonrió. En verdad Anaís era muy guapa y no importaba si traía ropa para oficina o solo un vestido sencillo, ella se veía en realidad hermosa. 

⎯ Aun así. Tiene buen gusto hasta para la ropa de oficina. Sospecho que la junta que tendremos hoy no será un éxito si usted entra a mi lado. 

⎯Señor Sainz. ⎯ Anaís se sonrojó de inmediato, no cabía duda que su jefe era en verdad directo⎯. Si quiere, puedo… 

⎯… es broma Anaís, ¿puedo llamarte Anaís?, o ¿prefiere señorita Betancourt? 

Anaís sonrío.⎯ Anaís está bien. 

⎯ Muy bien. También puedes llamarme Emiliano, si gustas. 

⎯No, claro que no, ¿cómo cree que se vería delante de sus socios? ⎯ Se jusificó. 

Los dos se subieron al avión, y tan solo Anaís puso pie en él, se quedó en verdad sorprendida por lo que veía. De nuevo, no pudo creer que su trabajo y su vida, ahora era esta. 

El avión privado de Emiliano Sainz era una verdadera joya de la aviación. Un jet ejecutivo de última generación, diseñado para brindar comodidad y lujo a sus ocupantes. Su exterior estaba impecablemente pulido, reflejando la luz del sol y resaltando su elegancia en cada detalle.

Al ingresar al avión, Anaís fue recibida por una cabina espaciosa y sofisticada. Los asientos estaban tapizados en cuero suave y acolchado, ofreciendo un confort excepcional. Cada asiento tenía su propio reposacabezas ajustable y se podía reclinarse para permitir una posición de descanso.

La iluminación ambiental del avión era suave y cálida, creando un ambiente acogedor y relajante. Grandes ventanas panorámicas ofrecían vistas espectaculares del cielo y las nubes, permitiendo a Anaís disfrutar de la experiencia de vuelo en todo su esplendor.

La cabina estaba equipada con la última tecnología y comodidades. Una pantalla de entretenimiento de alta definición estaba estratégicamente ubicada frente a cada asiento, brindando una amplia selección de películas, música y programas de televisión para el entretenimiento durante el vuelo. Además, había sistemas de sonido envolvente para una experiencia de audio inmersiva.

El diseño interior del avión era elegante y moderno. Los acabados en madera de calidad superior y los detalles en acero inoxidable agregaban un toque de sofisticación. El avión también contaba con una cocina completamente equipada, donde los pasajeros podían disfrutar de comidas gourmet preparadas por un chef privado. Además, una selección de bebidas prémium estaba disponible para satisfacer los gustos más exigentes.

⎯¿Señorita Betancourt? ⎯ Se escuchó la voz de Emiliano. 

Anaís se había quedado impactada ante todo el lujo que veía frente a ella. De pronto, volteó, y los preciosos ojos de su jefe se posaron sobre los suyos; se sonrojó.⎯ Lo siento, es que nunca había visto nada igual ⎯ dijo en un murmullo. 

⎯ Ni yo ⎯ respondió él, coqueto⎯ ¿Podría hacerme el favor de tomar asiento?, ya vamos a despegar. 

⎯ Sí, sí claro. 

Anaís tomó asiento en uno de los tantos lugares que había; este estaba cerca del bar. En seguida, la sobrecargo se acercó a ellos y tomó la orden de sus bebidas. En segundos estaban listos para despegar. 

⎯¿Ya había viajado antes en avión, señorita Betancourt? ⎯ preguntó Emiliano. 

⎯Pues… ⎯ dudó Anaís, por un segundo se quedó en silencio, viendo hacia el elegante techo y después, se encontró con la mirada de Emiliano que no debajaba de observarla ⎯. Supongo que sí. 

⎯¿Supone? ⎯ dijo él divertido, para después beber un sorbo de su café. 

⎯Sí, supongo. Si soy honesta, no lo recuerdo.⎯ Anaís río, su risa en verdad era contagiosa, por lo que Emiliano rió con ella. 

⎯Debió ser una experiencia horrible para que no quisiese recordarla ⎯ le dijo el empresario. 

⎯Tal vez.⎯Y ahora fue Anaís quién tomo un poco de su bebida. 

De pronto, el avión privado despegó suavemente, llevando a Anaís y a Emiliano hacia su destino: París. Anaís, emocionada, miraba por la ventana, fascinada por las nubes que pasaban rápidamente, mientras su corazón latía con nerviosismo. No podía creer que hoy por la mañana, se había despertado en un piso tan pequeño que apenas cabían ella y su amiga Belinda, y ahora, viajaba fuera del país. 

Anaís fue interrumpida por el sobrecargo cuando trajo a la mesa lo que había ordenado de desayuno.⎯ Gracias ⎯ dijo amable, y ella le sonrío. 

⎯ Provecho ⎯ dijo su jefe, para después, comenzar a comer del croissant que estaba frente a él. 

⎯¿Es todo lo que comerá? ⎯ Anaís vio el desayuno de Sainz y luego el suyo. 

⎯Es un desayuno ejecutivo: croissant, café y jugo. No sé si sepas, pero, yo so y un ejecutivo ⎯ bromeó. 

Ambos se rieron.⎯ Ahora me hace sentir mal por el desayuno que yo pedí: huevos con jamón york y tostadas francesas. 

⎯No, no deberías sentirte mal, simplemente son gustos diferentes. Además, ayer cené pesado y ahora no se me antoja desayunar pesado ⎯ se justificó. 

⎯Por cierto, muchas gracias por todo lo que me compró ayer. En verdad, no tenía por qué, pude haberle pedido prestado ropa a mi amiga Belinda. No era necesario el gasto. 

Sainz sonrío.⎯ No tienes nada que agradecer. Me gusta traer a mis empleadas bien vestidas y asegurarme de que tengan todo lo necesario. Por cierto, esto es para ti.⎯Sainz sacó de su portafolio una pesada agenda y se la dio a Anaís. 

Cuando ella la abrió se percató que estaba todo perfectamente bien escrito y sobre todo descrito. Literal, tenía casa paso que ella debía hacer y en dónde. Nombres de los socios al lado, junto con sus acompañantes y de qué trataría la junta del día. 

⎯¡Guau!, esto está… increíblemente detallado ⎯ habló bastante impactada. 

⎯Mi antigua asistente así era, muy cuidadosa y detallista. 

⎯Y, ¿por qué se fue? 

⎯ Se embarazó. Era de alto riesgo y no pudo seguirme el paso. Así que tuvo que irse. Tus funciones Anaís serán organizar mi agenda, si puedes hacerlo como mi antigua asistente, te lo agradecería, manejarlas comunicaciones ⎯ diciendo esto sacó un móvil nuevo y se lo dio. Anaís al ver la marca se sorprendió, pero, Emiliano no hizo caso a su semblante ⎯, y asistirme en todas mis responsabilidades profesionales. Puede que haya una que otra cena a la que debamos ir pero, nada más. 

⎯Está bien ⎯ contestó la chica, aun tratando de averiguar como prender su nuevo móvil. 

Sainz lo tomó con cuidado, rozando levemente las manos de Anaís con las suyas, y se lo quitó con cariño. Las miradas de ambos se cruzaron de nuevo, haciéndole sentir a Anaís una conexión tan antigua, pero a la vez nueva.⎯ El ambiente será profesional y amigable. Si tienes alguna duda de lo que tienes que hacer, te pido me preguntes, por mí no hay problema. 

⎯ Entendido, señor Sainz ⎯ contestó Anaís ⎯. Haré todo lo posible para cumplir mis responsabilidades de manera eficiente. 

Emiliano sonrió. Anaís le daba mucha ternura y a la vez, la veía como una mujer sexi y segura que tenía unas ganas enormes de comerse el mundo. Una mezcla tan rara, como lo que Anaís sentía al ver a Sainz. 

⎯Y ya te dije que me digas Emiliano ⎯ insistió. 

Anaís sonrío.⎯ Está bien… Emiliano. Trataré de cumplir mis responsabilidades de manera eficiente. 

⎯Excelente. 

Anaís se puso de inmediato a revisar la agenda. Recorrió con sus dedos cada uno de los renglones observando lo que haría el día de hoy. Tan solo aterrizaran en París, ya tenían una junta, y después, algunas visitas de proveedores. De pronto, la mirada de Sainz le hizo voltear hacia arriba. Al verse, el rostro de Sainz dibujaba una increíble sonrisa que le hizo sonrojar. 

⎯¿Necesitas algo? ⎯ Y Anaís cerró la agenda para prestarle atención a su jefe. 

⎯ Cuéntame un poco más sobre ti, Anaís. ¿Cómo es que una mujer como tú terminó pidiéndome trabajo? 

Anaís suspiró. En verdad era una historia corta, que no le gustaba contar, pero, al parecer, tenía que hacerlo.⎯ Bueno, pues, después de varios años me quedé sin trabajo. Nadie me contrataba y, al fin tú lo hiciste. 

⎯¿Y ya?, dime la versión con más detalles. No lo sé, ¿qué hacías antes de pedirme trabajo? 

⎯ Trabajaba en un restaurante que cerró. Al parecer la esposa del dueño se fue con el amante dejándolo en la ruina. 

⎯¡Guau!, espero que no haya sido uno de mis restaurantes ⎯ bromeó. 

Anaís se río ⎯. No creo, era uno muy pequeño. Ahí trabajaba y, pues, ya no. Estuve después buscando trabajo por mucho tiempo y nada llegaba. Tuve que vender algunas de mis cosas para poder pagar la renta. 

⎯¿En serio? ⎯ Emiliano no podía creer lo que escuchaba. 

⎯Sí, en serio. No recuerdo muy bien todo lo que he vendido, pero, me sacó del apuro. Estoy feliz de ya no tener que hacerlo. Lo último que me faltaba por vender es esto. 

Anaís le mostró una preciosa pulsera con unos dijes de guitarra, el signo de la clave de sol, un piano y un micrófono; todos en oro blanco. Emiliano lo observó y sonrío.⎯ Es muy bonito. 

⎯Sí, fue un regalo. Me gusta mucho y, no quería venderlo. 

⎯Pues me alegro que no fuese así. 

Emiliano observó detenidamente la pulsera y notó el patrón. Esa pulsera no solo significaba algo personal para ella sino, posiblemente, una pasión. 

⎯¿Qué te gusta hacer, Anaís? ⎯ Continuó la conversación. 

⎯¿Cómo? 

⎯ Sí, tus pasiones, tus gustos, ¿qué haces porque quieres y no porque te obligan? ⎯ Insistió. 

Anaís.⎯ No me obligan a estar aquí, Emiliano. 

⎯No mientas, que te crecerá la nariz ⎯ respondió él, y juguetón le dio un toque sobre la naríz respingada ⎯, venga, dime. 

Anaís suspiró.⎯ Bueno, no sé. 

⎯ Vamos, dime. 

Anaís tomó un sobro de café y luego mirándolo a los ojos, habló.⎯ Me gusta cantar, es todo lo que tengo. 

⎯¿Cantar? 

⎯Sí, cantar. Tenía grandes sueños de ser cantante. Quería viajar por el mundo compartiendo mi música. Subirme a grandes escenarios y ver mi cuerpo bajo las luces neón del escenario. Pero, ya no se pudo. 

⎯¿Por qué? ⎯ Insistió su jefe. 

⎯Bueno, pues… no sé si decirte esto porque no sé si afecte mi trabajo. 

⎯¿De qué manera puede afectar? ⎯ Y Emiliano se hizo un poco más hacia delante. 

Anaís sintió su mirada y una vez más se sonrojó. Algo tenía Emiliano que no sabía cómo describirlo.⎯ Bueno pues. Hace muchos años tuve un accidente. Uno bastante grave, y, pues, eso me impidió ser cantante. Me desconecté de mi sueño, así como de mi memoria. 

⎯¿De tu memoria? 

⎯ Sí, así es. Me pegué fuerte en la cabeza y tengo amnesia o tendré, ya no lo recuerdo. 

Emiliano se quedó en silencio al escuchar la confesión de Anaís. Los ojos de la mujer se volvieron transparentes como el cristal, ya que estaba a punto de llorar. Antes de que pasara, ella se quitó las lágrimas y no se permitió hacerlo. 

⎯ Y, pues, ahora, aquí estoy. Pero, no me despidas, ¿sí?, te juro que podré hacer las cosas bien, tal y como tú me lo pidas. Creo que no debí decir eso, pero, es mejor decírtelo antes de que esto avance. 

Sainz suspiró.⎯ Bueno, debo admitir que es impactante, Anaís…

⎯Lo sé, y yo… ⎯ interrumpió algo mortificada. 

⎯… ya estamos aquí, y no puedo hacer nada. Así que confío en que hagas buen tu trabajo, ¿sí? 

⎯Sí, te juro que no habrá queja. 

⎯Bien ⎯ dijo Sainz, para después ponerse de pie ⎯. Iré al baño, y ahora regresamos para que me cuentes que tipo de música te gusta, ¿vale? 

⎯ Está bien ⎯ contestó Anaís, para después ver a Sainz partir lejos de ella. 

Lo que Anaís no sabía, es que todo eso que le había dicho a Sainz, para él ya era conocido, porque Emiliano, no era cualquier persona, él, había sido su amigo de la infancia, su primer amor, el hombre que le había acompañado por muchos años. El hombre que le había regalado la pulsera que ahora se encontraba en su mano. 

Anaís, ahora vivía en un mundo desconocido, rodeada de personas que la conocían a la perfección. Una mujer que todos los días veía rostros como si fuesen nuevos, cuando en verdad, ya se los sabía de memoria en el pasado. Uno de esos rostros era el de Sainz y la razón por la que sentía dicha conexión era porque ya lo conocía, lo había amado y por razones del destino se habían separado. 

Ahora, el mismo destino los volvía a juntar, y comprobaba que: aunque los recuerdos pueden desvanecerse, en el corazón siempre permanece grabado lo que algún día nos hizo sentirnos amados. 

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