La guerra había alcanzado a Marianela de una manera inesperada. Lo que ella pensaba que estaba se encontraba a la distancia, de un zarpazo había entrado a su vida haciéndole que perdiera todo. No había sido una explosión, pero, así se sintió, cuando semanas después, tres aproximadamente, un general de cabello negro y ojos grandes tocó a su puerta dándole la noticia que cambiaría su destino para siempre: Marianela era viuda.
El general Genaro, a sus treinta años, valiente y gallardo, había perecido en el campo de batalla en el norte de México, dejando a Marianela viuda y sola. La noticia, se sintió como un enorme vacío en el estómago, como un golpe al corazón del cual Marianela no se recupera en mucho tiempo.
Marianela al recibir la noticia, supo que ya no volvería a ver los hermosos ojos azules de su marido, que no podría volver a tocarlo, ni a escuchar su voz. Pero, lo peor, es que supo que se había quedado sola, completamente sola. Sin descendencia, sin hijos y sin nadie que le acompañara en su vejez; lo peor estaba por venir.
Después de que pasaran los rosarios, las ceremonias en honor al valiente general, y las condolencias de los amigos, el verdadero golpe de realidad llegó, empeorando aún su depresión y su situación. Marianela se encontraba con su amiga Catalina de Borgoña, cuando tocaron a la puerta con la noticia.
La muerte del general, no solo le había dejado a Marianela un vacío en el alma, sino que, la había dejado sin nada: sin casa, sin posesiones y sin bienes que le pudieran dar el sustento y la dote que necesitaba por si se volvía a casar. En pocas palabras, había caído en desgracia.
⎯No lo entiendo, ¿cómo puede ser eso posible? ⎯volvió a preguntar Marianela, mientras veía como varios hombres entraban a su casa y comenzaban a sacar todo lo que poseía .⎯Genaro, debió dejar un testamento o algo, ¿no es así? ⎯Y al decir esto vio a su amiga Catalina de Borgoña que no sabía ni que hacer.
⎯Lo siento, señora de Peña, pero órdenes son órdenes. Le juro que yo ya no tengo nada más que comunicarle. Tiene veinticuatro horas para desocupar la casa.
⎯¡Cómo! ⎯ expresó aterrada, la viuda.
⎯Así es. Le estamos dando veinticuatro horas para que pueda desolar la casa antes de que pase a propiedad total del gobierno ⎯ repitió el hombre.
⎯Es que… no, no lo puedo creer.⎯ Marianela se llevó la mano al vientre, y se dejó caer de rodillas sobre el bonito suelo de la terraza. La tela negra de su ropa, brillaba, haciéndola parecer una estrella que había perdido su luz.
Catalina se acercó a ella y la abrazó para consolarla. No sabía que decirle a su amiga e, incluso, si ella quisiese hacer algo por ella sería demasiado pedir a su marido, y también seguir martirizando a su amiga.
⎯Pero, ¿qué voy a hacer?, no tengo a dónde ir.⎯ Lloraba Marianela, limpiándose las lágrimas con el hermoso pañuelo tejido a mano.
⎯De verdad, lo siento señora. Yo no puedo hacer más por usted. Que tenga mejor tarde.⎯ Se despidió el hombre, para después salir por la puerta.
Marianela se quedó un tiempo más sobre el suelo, de rodillas, implorándole a Dios que le diera una señal, que todos los santos bajaran a ayudarle a resolver este problema. Sin embargo, ni sus lamentaciones y ruegos, ni la poca ayuda que le podía dar Catalina, resolvería su situación. Era oficial, Marianela era: viuda, pobre y próximamente rechazada por los suyos. Había caído en desgracia.
⎯Si quieres te puedes quedar en mi casa unos días hasta que sepas qué hacer.⎯ Sugirió Catalina, mientras ayudaba a su amiga a que fuese a su habitación y se recostara un poco ⎯ .Puedo hablar con mi marido y él de seguro que puede hacer algo.
Marianela negó con la cabeza. Reglas eran reglas, y sabía que nadie en este mundo la podía ayudar. La muerte de su esposo la había condenado y ahora, solo le quedaba refugiarse en la oscuridad y alejarse de la sociedad que pronto la juzgaría o hablaría de ella.
⎯Yo lo resolveré ⎯ dijo ella en un murmullo.
⎯¡Ay Marianela!, si hubieses tenido un hijo, posiblemente ahora las cosas serían diferentes.⎯ Imprudentemente Catalina mencionó la frase que hizo a Marianela rabiar.
La joven de veinte años, con los ojos de tanto llorar, se dirigió a su amiga y explotó.⎯¡Solo guarda silencio, quieres!, ¡estoy harta!, ¡estoy cansada!. Sé que no puedo tener hijos y que esta es mi condena, pero, ¿es necesario que se me repita a cada rato?
Catalina se asustó. Jamás en la vida había visto y escuchado que Marianela se pusiese así.⎯ Yo solo trataba de ayudar.
⎯Lo sé. Pero esas palabras no son las correctas, Catalina.⎯Le reclamó.
Catalina, sin más, dejó a Marianela, tomó sus cosas y salió de la habitación hecha una furia. En otros momentos, a la viuda le hubiese importado que su amiga se fuera de esa forma. Sin embargo, en este instante no le importaba nada. Solo quería morirse.
Marianela se recostó sobre la cama que, pronto, ya no sería suya, y acarició la almohada de ahora su difunto esposo. Genaro la había abandonado, cuando le prometió que siempre regresaría.
⎯Solo eran seis meses, ahora será una eternidad ⎯ recitó, antes de quedarse dormida sobre las sábanas de seda.
No tardó mucho en hacerse el escándalo del desalojo de la pobre Marianela, así como las habladurías. De pronto, la mujer que antes había brillado, ahora se encontraba opacada por completo, y las amistades que le habían ofrecido apoyo incondicional, ahora la enterraban a base de puros chismes y anécdotas falsas.
Todo eso Marianela no lo sabía, ya que en su mundo las apariencias eran importantes y jamás encontraría a alguien que le dijera las cosas de frente. Por lo que ignoraría todo esto, mientras su amiga Catalina, la principal creadora de esas versiones la abrazaba con fuerza despidiéndose de ella.
Marianela, había encontrado una solución a su problema. No le agradaba, pero, era lo que ella estaba buscando: se regresaría a la casa paterna con su abuela. Esto tal vez alejaría a la joven viuda de todo lo que conocía y que pensaba solo conocería. La alejaría de sus amistades, de sus rumbos y esos lugares que recorría, pero, era lo que necesitaba. Ya había sido desalojada y el tren se encontraba listo para partir.
La viuda se iría a Puebla, a la ciudad y volvería a vivir con su abuela, quién ya estaba grande y solo se sentaba a esperar la muerte a sus setenta años. A doña Juliana de Martínez, no le dio mucha alegría saber que su nieta se regresaría a vivir con ella, ya que Marianela pasaría a ser un peso para ella.
Doña Juliana, a penas y podía mantenerse con el dinero que le había dejado su marido, y ya no tenía los contactos para poder casar de nuevo a su nieta. Serían dos viudas viviendo en ese hogar, una esperando la muerte y otra, en pobreza porque no tenía nada que pudiese aportar para mejorar su situación. No vendiendo los vestidos y joyas de Marianela, lo único que se pudo quedar, podrían salir de ese bache.
Aun así, no le quedó de otra a doña Juliana que aceptar a su única nieta. A la hija de su único hijo quién había perecido hace tiempo, dejándola sola. La madre de Marianela, había muerto cuando ella nació, así que, cuando muriese su abuela, Marianela se quedaría sola; pobre y viuda.
Con toda esta información en cuenta, a Marianela no le extrañó cuando su abuela abrió la puerta de madera maciza de su casa, y la vio de los pies a la cabeza con una mirada de desánimo.
⎯¿Estuvo bien el viaje? ⎯le dijo en tono desangelado.
⎯Sí, abuela ⎯ apenas pudo pronunciar Marianela.
Doña Juliana, le hizo pasar y ella misma cerró la puerta. A Marianela se le hizo raro que fuera ella misma la que le abriera las puertas de su hogar. Al entrar, Marianela sintió que regresaba a las épocas de su infancia, cuando vivía aquí con su padre.
Su casa no había cambiado nada, solo tenía unas cosas menos. Aún se conservaba la placa en el patio donde el nombre de “La Casa de los Cielos”, resaltaba en la talavera. El amplio salón aún estaba decorado con muebles finalmente tallados y tapizado con telas lujosas. El gran candelabro de cristal, aún daba luz al lugar, aunque eran las ventanas al jardín de atrás lo que le daba la mayor iluminación al lugar.
Marianela sonrío. A pesar de su desgracia sabía que estaría protegida entre las paredes de la bonita casa de su infancia, lejos de los chismes de la ciudad. Su abuela se acercó de a ella. A Marianela le impresionó que, a pesar de su edad, seguía fuerte como un roble. Con la intensidad que la caracterizaba, la vio directamente a los ojos y le dijo:
⎯ Dormirás en tu habitación, ya está lista.
⎯Gracias, abuela.⎯ Agradeció la joven.
⎯ Lo hago porque eres mi nieta, y no quiero que caigas en desgracia, pero, debo decirte que no estoy muy feliz de que estés aquí. No tengo el suficiente dinero para mantenerte, y en estas épocas la comida escasea. En mal momento tu marido se vino a morir.
Marianela agachó la cabeza, sabía que todo lo que su abuela le decía era verdad pero, ¿qué podía hacer ella?, simplemente aceptar que ese era su destino y que posiblemente moriría de hambre.
⎯Lo siento ⎯ se disculpó.
⎯Igual yo lo siento.⎯ Repitió, para después dar un hondo suspiro.⎯ Dejaré que pases unos meses de duelo, Marianela, y posteriormente, tendremos que ver la posibilidad de casarte de nuevo.
⎯¡QUÉ!⎯ expresó la joven, bastante impactada.⎯ Usted no me puede pedir eso, ¡cómo se atreve!
La bofetada que le dio su abuela, resonó fuerte en el salón. Marianela se llevó la mano de inmediato a la mejilla y con los ojos completamente abiertos vio el rostro frío de su abuela.
⎯¡Qué no te ves! ⎯ le gritó ⎯. Eres viuda, estéril y sin dote. No tienes cómo generar dinero porque tampoco tienes un oficio.
⎯Pero, sé coser, puedo tocar el piano, puedo encontrar la forma de generar dinero ⎯habló Marianela, desesperada y sin pensar.
La abuela rio. Lo hizo en tono de burla al escuchar las sugerencias de su nieta.⎯ ¿Coser?, ¿tocar el piano?, ¿en serio crees que con eso saldremos de la situación?, te pido que seas todo Marianela, menos ingenua. No voy a permitir que nos expongas ante la sociedad así, cosiendo para mantenerte, ¿quién te crees que eres? ¡Te vas a casar y punto!
⎯¡NO!, ¡no lo haré! ⎯ gritó Marianela, para recibir de nuevo otra bofetada.
⎯¡Harás lo que yo te diga!, ahora, ve a tu habitación y aséate que pronto estará la cena.
Doña Juliana, se dio la vuelta y sin más, dejó a su nieta en medio del salón, con la mejilla adolorida, y con el corazón herido. Pensó que su tierna abuela, le ayudaría en sus problemas, que la recibiría en manera de protección, pero, no fue así. La guerra le había cambiado y ahora, Marianela era un cero a la izquierda en esa casa. No obstante, no tenía otra opción.
Ella tomó sus cosas, subió las hermosas escaleras de madera, y se dirigió a su habitación. No tenía ganas de cenar, solo quería recostarse sobre la cama y llorar hasta morir. Pero, en lugar de maldecir a su esposo Genaro por haberle dejado sola, ella lo extrañaba y bendecía, y rogaba porque su alma llegase el paraíso.
***
No pasó mucho tiempo para que Marianela cayera en depresión. La joven viuda, no tenía ganas de vivir y mucho menos de buscar un marido que le salvara de la ruina. La sociedad a la que antes había pertenecido, ahora la juzgaba y le daba la espalda. Marianela a su joven edad, estaba completamente desahuciada y condenada a morir sola: viuda, sin dote y sin poder tener hijos. Así que sus posibilidades de encontrar un buen matrimonio eran casi nulas.
Así que las ansias de morir llegaron a ella. Quería unirse a Genaro, al hombre que extrañaba tanto. Quería dejar de ser un estorbo para su abuela y dejar de sentirse así de mal. Primero, dejó de comer, después de hablar y, finalmente, decidió que solo quería dormir, con la esperanza de ya no abrir los ojos como todas las mañanas lo hacía.
La abuela, desesperada, porque no deseaba que su nieta muriera, llamó a todos los doctores que pudo y, ninguno podía hallar la “desconocida”, enfermedad. La sangraron, le pusieron compresas con hierbas, e incluso le obligaron a comer, pero, Marianela no se recuperaba. Al parecer, esa desconocida enfermedad la mataría pronto.
⎯Estoy seguro de que debe haber otras opciones.⎯Aseguró uno de los generales que iban a visitar a doña Juliana.
⎯Pues, ni un doctor de esta ciudad ha encontrado que tiene. Así que dudo que haya más.
El general Castro fumó otra bocanada de su puro, y después dirigió su vista al tapiz que se encontraba en el salón, ese donde se retrataba la corta historia de los Martínez, la familia de Marianela. Todos habían sido hijos únicos, y ahora, con ella, la descendencia paraba. La distinguida familia, estaba a punto de extinguirse, y si Marianela moría, quedarían condenados.
⎯Ya no sé que hacer, pero, la muchacha no se levanta ⎯ habló de nuevo doña Juliana, desesperada.
Castro de pronto pensó encontrar la solución.⎯ Hay un doctor, que vino de París.
⎯¿París, Francia? ⎯ inquirió doña Juliana.
⎯Sí, llegó hace tiempo a la hacienda los dos volcanes.
⎯¿La Hacienda Dos volcanes?, ¿la que perteneció a don Fausto Menéndez?
⎯Así es. El hombre acaba de tomar posesión de ella y viene de vez en cuando a la ciudad para comprar víveres y medicinas para llevar. Se encuentra en estos momentos aquí, en la ciudad. Si gusta, le puedo pedir que venga a ver a su nieta. Tal vez su experiencia y el estudio en otro país, le den una mayor perspectiva de lo que pasa con Marianela.
⎯¿Haría eso por mí?, es que no tengo cómo pagarle.⎯ Se disculpó la abuela de la joven.
⎯No se preocupe por eso. Yo le pagaré la consulta al doctor. Le diré que venga lo más pronto posible.
⎯Muchas gracias, General Castro, de verdad muchas gracias.
⎯Por el respeto que le tengo a usted y al General Martínez, lo hago con mucho gusto⎯ comentó.
Entonces la abuela de Marianela había encontrado otra opción para su nieta. Al famoso doctor Rafael Guerra, quién había estudiado en Francia medicina y ahora regresaba a tomar posesión de lo que eran sus tierras. Doña Juliana, a pesar de estar bien enterada de lo que pasaba en la sociedad gracias a sus amigas que iban a visitarla, no se había percatado de él, por lo que estaba deseosa de conocerlo.
Así, el doctor Rafael Guerra, se presentó en la Casa de los Cielos, horas más tarde. Vestido de forma sencilla, con un maletín en su mano y la frialdad y calma que lo caracterizaban. A primera vista, Rafael no parecía hijo del español, sino más bien, un indio con ropas decentes. Sin embargo, al verle de cerca, sus ojos verdes esmeralda, iguales a los de Fausto Menéndez, le daban ese estatus que la sociedad merecía para saber que ese puesto le pertenecía.
El hombre de tez morena, y con ese rostro con mezcla de rasgos indígenas y españoles, entró al salón y observó todo a su alrededor. A simple vista no parecía un hombre de mundo, estudiado en Francia, pero si los generales lo decían, doña Juliana tenía que creerlo.
⎯Buenas tardes, doctor.⎯ Saludó la abuela de Marianela. El joven doctor sonrió.
⎯ Buenas tardes, el general Castro me dijo que me presentara, ¿qué es lo que sucede? ⎯respondió el hombre, de manera educada.
La abuela de Marianela por un momento se quedó en silencio, observando detenidamente a Rafael Guerra. No podía creer que una persona como él tuviese los conocimientos para diagnosticar a su nieta y mucho menos para obtener las credenciales para ser doctor.
⎯¿Señora? ⎯ insistió, Rafael.
⎯Mi nieta, la viuda Marianela. Se encuentra muy enferma. No quiere comer, ni asearse y ni siquiera salir de la cama. Se la pasa acostada todo el día y no sé que hacer.
Rafael asintió con la cabeza.⎯¿Puedo verla?
⎯Claro, claro. Se encuentra en la parte de arriba. Le acompaño.
Así, ambos salieron del salón y subieron las desgastadas escaleras hacia la habitación de la joven. Cuando la abuela abrió la puerta, la oscuridad total invadió su vista, y solo un pequeño rayo de luz que se filtraba entre las cortinas dejaba ver el paso.
Rafael esperó en el umbral de la puerta, mientras que doña Juliana se acercaba a la cama de Marianela y le comunicaba que había otro doctor esperando en la puerta. Marianela no contestó pero, tampoco se negó a que el doctor pasara.
⎯Pase, pase.⎯ Le invitó doña Juliana.
Rafael entró con pasos moderados. El olor a hierbas y ungüentos llegó a él. Al parecer, habían hecho todo lo posible para que la joven se levantara. Al llegar a los pies de la cama, su abuela, descubrió las cortinas que colgaban del dosel de madera y lo dejó que pasara.
⎯¿Cómo dice que se llama? ⎯ inquirió Rafael.
⎯Marianela.
Rafael se acercó a la joven y con una voz suave le murmuró.⎯ Marianela, me llamo Rafael Guerra, soy doctor. Sé que te molesta la luz por la migraña que tienes pero, tengo que abrir las cortinas, ¿está bien?
⎯¿Migraña?
⎯ La habitación huele a esencia de romero y menta, su nieta tiene migraña.⎯ Y diciendo esto, se dirigió a la ventana.
⎯¿No me diga que eso es lo que tiene?⎯ inquirió sorprendida doña Juliana.
El doctor abrió de un movimiento las cortinas, dejando que la luz pasara, y de pronto, ante él se reveló la mujer más hermosa que había visto en toda su vida. Marianela, yacía recostada, con el cabello largo, negro y brillante trenzado, y blanca, y con los ojos cerrados pero enmarcados por sus largas y bonitas pestañas.
Rafael, a pesar de la bonita vista que tenía, se concentró en lo suyo y se dirigió a la joven viuda que se encontraba completamente dormida. Con ternura y sigilo, acaricio levemente su rostro, para después esbozar una ligera sonrisa. Marianela sintió el contacto, pero, se encontraba tan débil que no reaccionó; no movió ni un músculo.
⎯Marianela, despiértate que el doctor está aquí.⎯ Ordenó su abuela.
⎯¿Puede dejarnos un instante? ⎯ Pidió el doctor Guerra.
⎯¿Cómo dice? ⎯ Preguntó la abuela, bastante sorprendida.
Rafael volteó a verla.⎯ Que si puede dejarnos solos.
⎯¡Está loco!, yo no sé cómo se hagan las cosas en Francia, pero aquí no se deja solo a las señoritas con los hombres. No importa que Marianela sea viuda.
⎯Señora, soy un doctor, soy profesional ⎯ contestó Rafael con firmeza⎯, y no puedo estar revisando a su nieta con cientos de preguntas de su parte. Así que le pido que se retire, si no, me iré.
⎯Pero…
⎯Vete ⎯ se escuchó la débil voz de la viuda.⎯ No hay nada que pueda hacer de todas maneas.
Doña Juliana, bastante insultada, se alejó y salió de la habitación dando un portazo que hizo que Marianela apretara los ojos a causa de la migraña. Cuando al fin se encontraron solos, el doctor revisó los signos vitales de Marianela, y notó que la joven en realidad estaba débil. Sin embargo, no hizo, más, solo guardó sus cosas y se sentó en la silla de al lado.
Marianela, al notar que el hombre no hacía nada más, abrió los ojos con cuidado y logró ver su silueta.⎯¿No habrá sangrados?, ¿ni medicinas?, ¿nada?
Rafael negó con la cabeza.⎯ No puedo hacer nada contra las enfermedades de la mente y el corazón ⎯ habló.
Marianela, al escuchar es frase, se levantó un poco para poder distinguir al doctor, pero, él, al estar a contra luz, no pudo ser visto por la joven. En cambio, Rafael la veía claramente y sonreía al notar la belleza de mujer que había frente a él.
⎯No importa cuántos sangrados te haga, o medicinas te dé, no te curarás.
⎯Soy viuda, hábleme de usted.
⎯Lo siento. Soy un hombre brusco, y a veces olvido con quién estoy hablando. Sobre todo cuando la paciente es tan joven y de clase. Estoy acostumbrado a tratar a la gente del pueblo.⎯ Y con eso, él se puso de pie y se acercó a Marianela. Ella al fin, pudo ver su rostro y sus hermosos ojos verdes.⎯ Le duele la cabeza porque no ha comido en semanas, se siente débil por lo mismo. Mi diagnóstico, corazón roto ⎯ murmuró.
⎯Y le pagarán por diagnosticar algo que yo ya sé.
⎯Sí, porque nadie más lo sabe ⎯ expresó, para luego sonreír levemente.⎯ Marianela, ni yo, ni nadie, puede hacer algo por usted. Se quedará en esta cama hasta morir, viendo a doctores que solo le recetarán medicinas caras y la sangrarán hasta que su cuerpo se llene de hematomas. Puede morir así, y pasar desapercibida, o puede levantarse y demostrar la mujer fuerte y capaz que sé que es. Si prefiere la primera, mejor le pido a su abuela que le traiga al padre y le dé los Santos Olios. Si quiere la segunda, puede que yo le ayude.
Marianela, después del discurso del doctor se quedó en silencio meditando lo que le decía. Sobre todo la parte de “puede que yo le ayude”, que no entendía en absoluto.
El doctor Guerra, tomó su maletín y la vio a los ojos.⎯ Mañana vendré a verla. Si me espera de pie en el jardín de esta casa, entenderé que decidió la segunda opción. En cambio, si la encuentro en cama, estar será la última vez que me vea. Si es así, fue un placer conocerla.
Y así, sin decir más, el doctor salió por la puerta de la habitación de la joven viuda, sí que ella pudiese contestarle. El doctor no le había dado un diagnóstico como los otros, pero, le había dicho la verdad, y eso, fue lo que le agradó a Marianela.
Cuando el doctor bajó, la señora Juliana le esperaba al pie de las escaleras, expectante pero a la vez, ofendida por el trato del doctor. Rafael se detuvo frente a ella y mirándola a los ojos, le dijo.⎯ Le di a Marianela un tratamiento. Si mañana está de pie y en el jardín, quiere decir que funcionó. Si no es así, le recomiendo que traiga al padre y vaya viendo lo de su velorio. Buenas tardes.
La frialdad de Rafael, terminó por forma el juicio de la abuela de Marianela, categorizándolo como: frío, mal educado y corriente. Sin embargo, la imagen que la abuela de Marianela tenía sobre él, le tenía sin cuidado, porque él sabía perfectamente quién era y el poder que tenía sobre esta situación principalmente.
El doctor salió por la puerta de la gran casa, que en sus años de gloria debió ser una de las más hermosas de la ciudad, y sin decir nada, se dirigió hacia su hotel para esperar el siguiente paso.
Horas después, Marianela salió de su cama, y bajó a cenar ante la sorpresa de su abuela. El doctor, había hecho un milagro. Sin embargo, el precio que se tendría que pagar después, sería muy alto, y eso no lo sabía Marianela, cuando al día siguiente, se puso de pie.
Rayooss… ¡pobre Marianela!
que ansiedad siento por ella…