Karl 

El embarazo de Alegra pasa pronto y siento que las horas del día no me alcanzan para disfrutarlo. Sé que yo ya había experimentado el papel de ser padre, sin embargo, esta es una experiencia nueva no solamente porque son dos bebés, sino porque ahora lo hago con la mujer que se es el amor de mi vida. 

Debo confesar que estoy asustado, porque no quiero que la historia se repita. Lo único que deseo es que Alegra tenga un embarazo sano y que mis bebés nazcan sin ningún percance. Sin embargo, en caso de ser así, ahora sí me siento preparado para reaccionar a tiempo y evitar cualquier desgracia, además de que mi suegro es uno de los pediatras más talentosos de su generación y de España; supongo que esa es una gran ventaja. 

Entonces, mientras esperamos en el consultorio del doctor, Alegra tomada de mi mano y con los ojos rojos por llorar, hoy en la mañana, no puedo evitar sentir una emoción combinada con nerviosismo, al saber no solo que hoy sabré el sexo de los bebés, sino porque siempre un ultrasonido es cuestión de incógnitas, un mes todo puede estar bien, al siguiente, te cambia la jugada. 

—¿Dónde estarán mis papás? —me pregunta Alegra, porque somos la siguiente pareja en pasar y aún no llegan. 

Ayer, por la tarde, que nos despedimos, prometieron que llegarían temprano y que después iríamos a festejar de nuevo al penthouse. Sin embargo, aún no hacen acto de presencia y Alegra se está poniendo muy nerviosa. 

—Traquila, amor. Estoy seguro de qué hay tráfico y por eso no han llegado. 

—¿Crees? —me pregunta, nerviosa. 

—Si, amor. Un retraso no significa una fatalidad. 

Ella sonríe. 

—Dios, has de pensar que soy la mujer más pesada del mundo. Te juro que jamás pensé que el embarazo me volvería tan llorona y paranoica. No es mi intención llorar por todo y mucho menos porque perdí las llaves de la casa y las encontramos en el refrigerador. 

Me río. La verdad es que uno de los motivos por los que Alegra lloró esta mañana, fue porque pensó haber perdido las llaves de la casa. Se desesperó buscando, me pidió perdón y después, yo las encontré dentro del refrigerador. Me reí bastante, lo que hizo que Alegra llorara más, aunque en realidad ese llanto fue una mezcla con risas. 

Mi pobre Alegra no sabe ni lo que siente, ni cómo expresarlo y, aún así, la amo como nunca en la vida había amado a nadie. Lo que ella no sabe es que en lugar de ser un martirio, para mí, es una de las experiencias más bonitas que he vivido en toda mi vida. 

—¡Aquí estamos! —Se escucha la voz de Luz, quien va entrando apurada al consultorio—. Lo siento, es que nos despertamos un poco tarde y tardamos un poco platicando con tu hermano y después con tu hermana. Ambos les envían cariños. David también me mandó decir, Karl, que las apuestas han sido establecidas. Cho piensa que serán dos niños, David que serán uno y uno, Daniel que serán dos niñas y Moríns que serán niño y niña. Los demás se fueron a lo seguro y decidieron apostar por el bebé de Lila. 

—¿Por qué en esta familia les gustan tanto las apuestas?, ¿no les hace pensar que podemos tener un problema de juego? —pregunta, Alegra. 

—Son divertidas. Además, recuerda que fueron tus abuelos quienes iniciaron esta tradición, y fue justo cuando ustedes venían en camino. Después, se nos ocurrió hacerlo con mi hermano y tu tía Ainhoa y al parecer ya no podemos parar —comenta su madre entre risas. 

—Cómo la adicción al juego —contesta—. Además, me da risa que Karl también ya le entra a esto de las apuestas. 

—Creo que es una bonita tradición familiar y, las recompensas son grandes. Además, me agradan y es una bonita forma de crear vínculos. Por cierto, tu padre también entró a esta apuesta —le comunico, justo cuando veo entrar a David al consultorio. 

—¿Es en serio Davisdito?, ¿qué andas apostando con tus próximos nietos? 

—Sí, por qué no. Me siento de suerte. 

—¿Qué apostaste? 

—Si gano, tu madre me deja usar la moto.

—Usando tus gafas. —Le recuerda Luz.  

—Usando mis gafas. —Repite mi David, mientras nos guiñe un ojo. 

Alegra está a punto de responder, cuando en ese momento su nombre es pronunciado en el consultorio y sabemos que es momento de entrar. Entonces, tomo de la mano a Alegra y después de besársela le murmuro. 

—Todo estará bien, ya verás. ¿Estás lista para esto? 

—No —responde sincera—. No estoy lista, ni para esto, ni para lo que se viene. Pero, estoy feliz de que lo estoy haciendo a tu lado y por eso, me emociona. 

—Más que suficiente —le digo, para así ambos entrar al consultorio que, desde que llegamos y todos los meses, nos espera. 

Luz y David nos siguen detrás. Se les nota visiblemente emocionados, lo que me hace pensar mucho en mis propios padres. Desde que me fui a vivir con Alegra y me mudé a Nueva York, los he mantenido aislados de toda esta situación. Supongo que aún no me siento preparado para decírselos, pero llegará el día que tendré que hacerlo. No puedo mantener dos bebés en las sombras y, tampoco, lo deseo. Aunque creo que lo que estoy evitando es que mi madre venga y haga algo. 

Como siempre, el doctor nos recibe con alegría. Les da la bienvenida nuevamente a Luz y David, y comienza a repasar el historial de Alegra. Le pregunta los cambios o malestares que ha tenido, algunas preguntas sobre su alimentación y si ella tiene dudas. 

Alegra niega con la cabeza, aunque sé que en realidad tiene tantas dudas que apenas y podría enumerárselas. Yo también las tengo, sin embargo, confío en mi conocimiento de médico, y trato de responderlas simplemente prestando atención. 

Are you ready? —nos pregunta, con una sonrisa. 

Alegra me ve a los ojos y noto que ya los tienes brillantes, las lágrimas están a punto de caer. 

—¿Estás listo? 

—Claro que sí —respondo con seguridad. 

Ella se pone de pie y, como siempre, toma la mano de su madre. Yo la acompaño hacia la camilla y le ayudo a subir y a desprotegerse el vientre. A Alegra aún no se le nota el embarazo, sin embargo, sé que llegará el día en que pase y sospecho que será justo después de que sepamos el sexo de los bebés, si es que se dejan ver. 

—Bueno —pronuncia el doctor en un español bastante martajado—, es momento de ver estos babies

La sesión empieza, y lo primero que vemos en la pantalla son los fetos que ya han tomado forma. Atrás quedaron las pequeñas células que nos emocionaron. Ahora, podemos ver y distinguir a los bebés perfectamente, desde su cabeza, los brazos y las piernas, incluso los rostros y lo que forma parte de ellos. 

Un silencio total se hace en la sala, mientras todos escuchamos y vemos la pantalla. Cada vez que el doctor dice algo, Alegra voltea a vernos a su padre y a mí como si estuviese buscando aprobación. Su padre simplemente le sonríe y le dice que si, yo, asiento con la cabeza. 

—¿Listos para saber sexo de bebé uno? —inquiere el doctor, mientras busca la manera de verlo. 

Alegra me sonríe y ambos decímos que sí. 

—Al parecer, bebé, uno será un niño —comenta, mostrándonos la razón del porqué lo dice. 

Tanto Luz como David nos felicitan. Alegra, comienza a llorar emocionada.

—¿Será Mael o Davide? —me pregunta. 

—Luego decidimos el nombre —le contesto— ahora solo falta saber el sexo del otro bebé y podremos dar esto por zanjado. 

Ella asiente. Aunque sospecho que Davide, es quien no está saludando. 

***

-Más tarde- 

La champaña se abre y el ruido del corcho provoca que Alegra se cubra con las manos, para después reírse llena de felicidad. Después de la cita médica, decimos que la mejor forma de festejar era de regreso en el Penthouse. David dijo que cocinaría algo digno de una noticia así, y Luz, que sería el lugar ideal para comunicarle a la familia las buenas nuevas. 

Evidentemente, una botella de champaña no podía faltar, sobre todo cuando en el sitio hay una cava digna de admiración, y un refrigerador con tres botellas de la campaña más fina que se pueda imaginar. 

David, sirve las copas y levanta la suya brindando por nosotros. Se nota la felicidad en sus ojos, la alegría en sus palabras y la emoción en cada gesto que hace. 

—Y pensar que la próxima semana sabremos cómo está el bebé de Lila —habla Luz, secándose las lágrimas. 

—Ella ya está segura de lo que será, y yo le creo. Tengo la teoría que como madre se sabe desde el principio qué será. 

—¿Tú lo sabías? —pregunto. 

—Lo sospechaba. Ahora mis dudas fueron disipadas y me arrepiento de no haber apostado. Estaría disfrutando del premio junto con los ganadores. Menos de la moto, porque no creo poder subirme en ella. 

—Y no te subirás. Quiero recordarte tu hazaña y esa excursión que diste sin mi permiso y sin saber conducir. 

—Bueno, es un decir —responde Alegra, entre risas. 

Escuchamos que uno de los móviles suena, y vemos a Luz tomando el suyo. 

—La familia llama, ¿quieres dar la noticia? —le pregunta a Alegra. 

—Vamos. 

Ambas se alejan de la cocina y salen a la sala. Una vez más, Alegra se suelta a llorar emocionada, tal y como lo hizo en el consultorio al saber la noticia. Tal como lo sospechaba, después de saber el sexo, el vientre de a Alegra se asomó, y de verdad espero que ya no se vuelva a esconder. 

—¿Emocionado? —me pregunta David Canarias, mientras ve la escena de lejos. 

—Mucho. Jamás me imaginé todo esto que estoy viviendo. 

—Ni yo. Yo no me imaginaba ni esto ni nada de lo que me ha pasado en todos estos años. Según yo, viviría mis días como el tío soltero, jugando con mis sobrinos y viviendo solo en un piso en alguna parte del mundo. 

—¡Qué suerte que ahora está en un penthouse de lujo, compartiendo la noticia! —contesto. 

—No te burles. Aunque es verdad —admite. 

Por un instante nos quedamos en silencio, observando la escena, mi mirada se posa sobre Alegra, y su felicidad. Sé que la mirada de David también está sobre ella, porque con una voz tenue me dice: 

—Solo he visto a Alegra así de feliz, tres veces. 

—¿De verdad?

—La primera, cuando obtuvo su pase a la escuela de fotografía, la segunda cuando su hermana Sila despertó del coma y la tercera, cuando le regalé esas botas Jimmy Choo que tanto quería. 

—¿Las negras? 

—Esas. No tienes idea de la felicidad que le causó. 

—También gritaría de felicidad al saber que me regalaron 2,700 dólares en unos zapatos — contesto, y David sonríe. 

—No creas, Alegra trabajó mucho para esas botas, jamás ha sido una niña consentida. Sé que mi hija es de gustos caros y es culpa de la parte de mi familia y de un abuelo que la consintió al ser la única nieta que compartía su amor por la moda. Pero Alegra, siempre ha sabido su lugar y dónde está de pie. 

Sonrío. 

—¿Cómo era Alegra de niña? —pregunto. 

David me ve a los ojos y sonríe. 

—¿Quieres saber lo que te espera? —bromea. 

—Tal vez. 

—Era un huracán, y lo sigue siendo. Así la llamábamos su madre y yo, huracán Alegra, porque desde pequeña fue ese viento que arrasa con todo y que tiene sus momentos más devastadores y sus momentos de calma. 

—¿Devastadores? 

—Sí, pero en el buen sentido, no en un aspecto negativo. Lo que quiero decir, es que Alegra es y siempre será lo que yo no pude ser de niño. Mis padres me tuvieron siempre controlado con respecto a muchas cosas, pero, Alegra, tiene una libertad envidiable, no solo en lo que quiere hacer, sino en lo que dice, como se comporta, en lo que piensa. Una cosa que debes saber Karl, es que todos los hijos son diferentes y uno siempre es tu reflejo exacto. Lila, es el reflejo de Luz cuando era joven: tranquila, siempre segura de lo que hace, transparente por completo. Por eso lo que pasó con el padre de su bebé nos impactó mucho, porque es algo que Lila no haría. 

—Y Alegra. 

—Ella, es segura a su manera, es rebelde, decidida, obtiene siempre lo que desea y parece extrovertida, pero, por dentro, es una niña asustada e insegura, que toda la vida ha sentido, que debe llenar expectativas. Tal como lo era yo de joven. 

—Y, ¿es verdad eso?, ¿tenía que llenar sus expectativas? —inquiero. 

—No. Su madre y yo jamás se lo pedimos y menos la comparamos, pero, cuando eres hermana de alguien como Sila y eres tan diferente a ella, eso puede pasar, sobre todo si la admiras tanto. Sila, la siempre ha sido el típico modelo de hija perfecta que muchos matrimonios desean, así como la estudiante ideal. Creo que nuestro error fue meter a todos en el mismo colegio, y ahí fue cuando empezaron las comparaciones. A Lila jamás le importó y a David, bueno, David es David… ese niño es como dicen por ahí “harina de otro costal”. 

Me río. 

—Pero a Alegra sí le pegó mucho el hecho de saber que era hermana de Sila y que ella no se parecía nada a ella. Alegra, es inteligente y talentosa solo en las cosas que le interesan, es amable, pero puede ser fría si se le ignora. En la escuela no llenaba las expectativas de los maestros, pero sí las mías. Fue hasta la A mí Alegra, unas veces puedes contenerla, y hacer que sea solo una pequeña tormenta tropical, pero, hay veces en que es imposible. No expresa nada y de pronto, lo expresa todo. Se contiene en muchas cosas y de pronto, explota sin poder hacerlo más. Ríe con libertad, pero llora a escondidas. Odia que sepan que tiene puntos débiles y lo esconde muy bien, pero, cuando das en el clavo, se deshace como arena. Nunca está quieta, siempre en constante movimiento; sé que me entiendes. 

—Lo hago… y por eso me gusta. Soy fanático del caos, porque estoy acostumbrado a siempre estar en movimiento. Hace años, mi vida se volvió estática y de pronto, llegó ese huracán y me movió como nunca en la vida me habían movido. Me sacudió de tal manera que me dio una perspectiva nueva de la vida y por eso, me gusta ese caos que viene con esa preciosa sonrisa. Recuerde que del caos más grande, nacen las cosas más bonitas, por ejemplo: galaxias enteras. Ella me da paz, aunque todos los demás la vean como un desastre. 

David me sonríe. Después me da un abrazo y sé que es sincero. Al parecer, está más preocupado por Alegra de lo que aparenta. 

—Me alegra que mi hija te haya encontrado. Uno trae a sus hijos a este mundo para que sean felices y me da gusto saber que mi misión se ha cumplido. Recuerda eso el día que veas nacer a los tuyos. 

—Lo haré. 

Mi suegro toma un sorbo de su copa y luego pronuncia: 

—Dos niños, Karl. Serán físicamente parecidos pero, tan diferentes como el agua y el aceite. 

—Dos, no podía esperar menos del huracán Alegra. 

—Dicen que cuando tienes gemelos, es la vida regresándote una alegría o un amor que perdiste, en abundancia —me dice, David. 

—¿Usted cree eso? 

David sonríe. 

—¿Por qué crees que Alegra se llama así? —responde, para después caminar hacia la sala y dejarme solo. 

En ese instante me acuerdo de la hija que tuve por unas horas y después perdí. A veces los deseos se hacen realidad, aunque no de la forma que nosotros queremos. 

Solo sonrío, la vida me lo ha regresado. 

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