Anaís jamás había estado en París, o al menos eso era lo que ella pensaba. Esta era la cuarta vez que la joven llegaba a la Ciudad de las luces, que veía la Torre Eiffel desde la ventana del auto y que el ambiente parisino se revelaba antes sus ojos. Sin embargo, para ella era como estarlo viendo por primera vez, lo que fascinó a Sainz. ¿Cuántas cosas Anaís había visto como si fueran las primeras veces y no recordar que ya lo había visto antes?
Tal vez Sainz jamás encontraría la respuesta a esa pregunta, ya que tenía prohibido indagar más a allá. El médico le había dicho que si trataba de presionar el recuerdo, Anaís podría sufrir un choque, y este podía acelerar su pérdida de memoria.
«No fuerces el recuerdo, porque ella podría empeorar. Es un milagro que aún recuerde su nombre y ciertas habilidades que tenía. Solo un milagro podría hacer que ella recuerde algo de su pasado». Fueron las palabras exactas del doctor.
El pasado, recordar el pasado, ¿qué tan bueno sería que Anaís recordara su pasado?. Para Sainz, nada bueno, o al menos eso era lo que él pensaba, porque ir a esos escondites de la mente solamente revelaría información que a él no le convenía y que tal vez lo hacía ver como un imbécil más que como un salvador.
Anaís y Emiliano se conocieron desde pequeños en la Isla de Costa del Sol. Aunque en realidad eran cuatro amigos, ellos fueron los más cercanos. Sus padres eran buenos amigos, pero, no porque estuvieran en la misma industria, sino porque compartían el mismo gusto por la pesca y solían ir juntos a hacerlo. El padre de Emiliano era heredero de un imperio, o al menos así lo describía. Él tenía la casa más bonita de Costa de Sol, y todos la conocían como “la casa donde nace sol”, ya que por ese rumbo salía el sol todas las mañanas y la casa blanca estilo colonial se podía ver a lo lejos.
Anaís, vivía en una casa más sencilla pero acogedora, en uno de los tantos barrios del lugar. Era hija única, al igual que Sainz, así que cuando se conocieron entendieron que tendrían que acompañarse no solo el resto de la jornada, sino los años por venir.
Anaís y Sainz solían jugar y pasear por las hermosas playas, tumbarse en la arena y sentir el aire fresco en el verano e imaginar la vida que les tocaría, mientras observaban el cielo. Anaís deseaba ser cantante, desde pequeña tenía el talento. Poseía una hermosa voz que inundaba las tardes de Emiliano cuando hacían la tarea en su habitación. Tocaba la guitarra, el piano y un poco el violín. Sus padres trataban de fomentar su talento de muchas maneras posibles, aunque no tenían tanto dinero. Preferían comprarle los instrumentos y pagarle las clases de música que llevarla de vacaciones a Madrid. Sin embargo, cuando el destino la alcanzó, ella tuvo la oportunidad de viajar a aquella ciudad.
En cambio, Emiliano, siempre supo que sería el siguiente en la lista de herederos de la empresa de su padre, y no se permitía soñar tanto como lo hacía su amiga. Así que, se podría decir, que Sainz soñaba a través de los sueños de Anaís. Ambos se imaginaban en un concierto de ella, donde miles de personas fueran a verle, y él, le decía que sería su mayor fan.
Así, entre juegos y sueños, Sainz y Anaís comenzaron a despertar ante otro tipo de miradas y sonrisas. Cuando tenían doce años, él se atrevió a besarla, mientras estaban sentados en la arena, y ella le sonrió. A partir de ahí, los dos se besaban de vez en cuándo, hasta que un día lo hicieron tan seguido que cada vez que se veían se comían a besos, en lugar de seguir jugando en la arena.
Tenían dieciséis años cuando ambos se percataron que lo que había entre los dos era más que una amistad, y decidieron que continuarían así. A ambos les gustaba sentirse. Fue Emiliano quien por primera vez tocó el cuerpo de Anaís, y fue ella quien le vio desnudo. Ambos se entregaron al otro una tarde de verano, cuando los padres de Anaís habían salido a la feria y los habían dejado ahí.
La entrega fue total. Con los nervios a flor de piel y las inseguridades de dos jóvenes que apenas están a punto de entrar a este terreno tan desconocido, pero deseado, Emiliano y Anaís compartieron uno de los momentos más íntimos de su vida. Él pudo ver de cerca su hermosa piel blanca con destellos dorados, escuchar su voz en otro tipo de cantos, memorizar el olor de su hermoso cabello olor a coco.
Ella, tal vez ya lo había perdido de su memoria, pero pudo tocar sus músculos firmes, sus brazos bien formados y recostarse sobre su pecho al terminar. Después de ahí, comenzaron a amarse así cuando podían. Esperaban con ansias la salida del colegio para correr a casa de Emiliano y volver a besarse hasta que la ropa quedara en el suelo y cuando el padre de Sainz le regaló un auto, lo manejaban lejos a uno de los tantos miradores de la ciudad y se amaban dentro del auto, mientras el sol se metía.
Nunca hubo una declaración de su parte, ni una frase que los vinculara como novios o pareja. Ellos, simplemente tomaron el papel y se mantuvieron fieles el uno al otro. Se tomaban de las manos cuando caminaban por la playa, en la escuela pasaban la hora platicando en el receso y, los fines de semana, iban a las actividades deportivas o culturales de cada uno. Todo se perfilaba para que ambos terminaran juntos y se casaran.
Sin embargo, y como siempre, había una complicación. Sus estilos de vida y sus carreras no encajaban. Los dos soñaban con comerse el mundo, cada uno a su manera, pero la de Sainz era superior a la Anaís. Él, quería ser el orgullo de su padre, el mejor de todos en su área y la única manera de hacerlo era convirtiéndose en el empresario que querían que fuese. Las bonitas composiciones de Anaís, o los sueños de ser la mejor cantante, no encajaban con los de Sainz, lo que hacía complicada la relación.
También las oportunidades eran un obstáculo. Sainz, simplemente tenía que decirle a su padre que quería irse a estudiar al extranjero para que él lo mandase lejos. Pero, Anaís, tendría que hacerse la oportunidad de alguna u otra manera, como conseguir una beca o un golpe de suerte que la sacara de ahí. Sainz le prometía que él la ayudaría a hacer sus sueños realidad al irse de ahí, «mandaré un avión por ti y los dos viviremos en Madrid, en un bonito piso», le prometió, y Anaís le creyó.
Cuando el momento de separarse llegó, ambos hicieron el amor por última vez en la sencilla habitación de Anaís. Con la ventana abierta para que entrara el viento a refrescarlos y rodeados de partituras, arte e instrumentos. Él la miró a los ojos y le prometió que volvería, que esperara a su llamado y que estuviese lista para salir de ahí. Anaís lloró por un segundo, pero, segura de que Sainz le ayudaría, se detuvo para dejarle ir. Sainz partió al siguiente día, y jamás regresó.
Anaís se dedicó a trabajar en la pescadería de sus padres, mientras daba clases de música para tener más dinero y estar lista para cuando Sainz viniese por ella. Todos los días iba a la playa para ver el mar, para mantener la esperanza viva. «Estoy lista, muy lista, ¿cuándo es que volverás?», se preguntaba, pero no había respuesta.
Entonces, una tarde de verano, Anaís recibió la llamada de Emiliano Sainz, donde le comunicaba que era momento de salir de ahí y encontrarse en Madrid. Ella sin pensarlo dos veces, tomó sus maletas que tenía preparadas desde hace meses, y con todos sus ahorros tomó un pasaje a Madrid para encontrarse allá con su amigo de la infancia, quien la recibió en el aeropuerto y le dio un abrazo tan familiar que la hizo sentir muy bien.
⎯Perdón si tardé tanto, pero había cosas que hacer ⎯ le murmuró al oído, y Anaís solo le sonrío. No importaba el tiempo que hubiese pasado, Sainz había cumplido su promesa y ahora se encontraba con él en Madrid.
Sin embargo, Emiliano había cambiado mucho desde que había salido de Málaga. Él vivía junto con Pablo del Moral, otro de sus amigos de la infancia, en un enorme piso que compartían también con Iván Salgado, otro chico que estudiaba con ellos. Los tres tenían un estilo de vida tan diferente al de Anaís, quien trató de acoplarse y sobre todo de llevarse bien con la novia de Iván, Emilia Bello.
No hubo manera de que ella se acoplara. A pesar de que conocía a Pablo del Moral y de que Emiliano tratara de seguirle el juego, su nueva vida ya no les permitía ser los chicos de Isla del Sol: los soñadores. La realidad los había aplastado, cortando así las ilusiones de que el amor continuara.
Madrid para ella, era una ciudad difícil. Al no tener el dinero que Sainz y del Moral, ella tuvo que trabajar de lo que fuese para poder sobrevivir. Recibía ayuda de Sainz, pero, lo veía poco, la escuela y su nuevo proyecto de fusión con las empresas del padre de Iván, lo alejaban de la casa horas y a veces días, lo que fue rompiendo la relación.
Con su guitarra a cuestas, y su voz, Anaís comenzó a cantar en los parques para ganar algo de dinero, y después consiguió la oportunidad de trabajar de mesera en un pequeño restaurante – bar, donde más tarde se le daba la oportunidad de cantar cuando terminaba su turno.
Ahí, la joven podía mostrar su talento, cantar sus composiciones, tocar la guitarra y el piano y recibir propinas por ello. La música le permitía hacerse un nombre y vivir de ello, de manera sencilla pero, al fin y al cabo vivir. Ahora por lo único que tenía que esperar, era por su oportunidad, la que la lanzaría al estrellato y haría que sus sueños se hiciese realidad.
Anaís, obtendría su oportunidad, pero, no podría mantener el amor de Sainz, porque él ya era otro. En una pelea, donde ella le reclamaba el no estar presente en uno de sus primeros recitales, él le gritó que la había traído a Madrid porque era un hombre de palabra, no porque quisiese que estuviesen juntos; rompiéndole así el corazón a la chica que había amado por tantos años.
En ese momento Sainz estaba bajo mucha presión y no supo lo que decía, porque no era verdad. Sin embargo, jamás pudo pedirle perdón porque esa misma tarde le perdió la pista a la joven. Anaís, con el corazón roto, pero con los sueños arraigados, se dedicó a seguir cantando, tratando de abrirse puertas. Esas puertas la llevaron a diferentes partes de Europa, incluyendo París, donde se quedó unos meses para probar suerte.
Anaís no recuerda exactamente cuándo fue el momento en que sucedió la tragedia, solo sabe que un día despertó en un hospital, confundida y con sus padres al lado, unos que apenas y pudo reconocer. Así, mientras ella perdía sus recuerdos y sus sueños, Emiliano hacia los suyos, realidad separándolos el uno del otro… hasta este momento.
***
⎯ Nunca había estado en París, Señor Sainz, ¿usted cuántas veces ha venido? ⎯ preguntó Anaís, mientras salían de la última junta del día. El sol ya le había dado paso a la luna, y el frío comenzaba a calar un poquito más hondo.
⎯Muchas ⎯ se limitó a responder el hombre, mientras subían a la camioneta que los llevaría al aeropuerto.
⎯Es tan bonito. Sus calles, los cafés, los edificios, la Torre Eiffel. ¿Es cierto que la Torre Eiffel se enciende de noche?
⎯Sí ⎯ contestó Emiliano, mientras enviaba un mensaje.
⎯ A mí me gustaría verla algún día. Dicen que solo está encendida por una hora.⎯ Continuó hablando la joven.
Emiliano terminó de enviar el mensaje y volteó a ver a Anaís. La recordaba un poco más bronceada por el sol de la playa, no tan pálida como se encontraba en estos momentos. Por un instante, sus miradas se quedaron fijas y él trató de encontrar a la chica de la que se había enamorado en ellos, no había rastro.
Anaís volteó de nuevo hacia la ventanilla y, tomando su móvil, tomó una foto a las calles de París. Luego, la chica vio hacia la pantalla y sonrió.⎯ Fotos para el recuerdo.
⎯¿Qué dices?
⎯Llevo un archivo digital de mis recuerdos ⎯ contestó Anaís, y se acercó a él con una familiaridad que en ese momento no se percató que tenían ⎯. Tomo fotos de dónde voy y con la gente que estoy, así, cuando empeore mi problema de memoria podré tenerlos guardados.
⎯¿Empeore? ⎯ inquirió Sainz. Eso no se lo habían dicho.
⎯Sí. No saben si empeorará o mejorará, pero, aun así, quiero tener todos mis recuerdos de forma digital.⎯ Anaís abrió la galería de su móvil, y de inmediato le rebeló a Sainz todas las fotos que tomaba.
Dentro de esa galería había de todo fotos de: comidas, lugares, cosas que le gustaban, pinturas, personas, frases y otras tan raras que lo hicieron sonreír. Sin embargo, no había ni una foto de él, ni de su pasado. Sainz se sintió triste al saber que Anaís lo había borrado para siempre.
⎯ Deten el auto ⎯ ordenó al chofer.
Orillándose por el río Sena, el chofer detuvo el auto y espero instrucciones de Sainz. El empresario vio a Anaís y le preguntó.⎯¿Tienes hambre?, me gustaría cenar algo.
⎯Sí, claro.
⎯Bueno, entonces vayamos a cenar.
Emiliano abrió la puerta sin esperar al chofer y Anaís hizo lo mismo de su lado. Paso siguiente, le dio las instrucciones de que se estacionara cerca, se fuera a cenar y esperara por su llamada. Después, fue hacia Anaís y con una sonrisa le invitó a que le siguiera.
⎯¿A dónde vamos? ⎯ preguntó la asistente, mientras se frotaba los brazos con las manos para coger calor.
⎯A cenar… vamos a cenar.⎯ Le indicó Sanz, pero, ya no le dijo más información.
Anaís y él caminaron por las orillas del río unos minutos, para después bajar las escaleras que los llevaron a donde había barcos estacionados. Anaís pudo ver más de cerca la Torre y mientras Emiliano hablaba con unas personas, ella aprovechó para tomar un video y hacer un testimonio en vivo de su visita a París. Momentos después, el empresario regresó, saliendo en video.
⎯Señor Sainz, diga unas palabras para que queden en mi memoria digital ⎯ le pidió Anaís.
Sainz sonrió, haciendo que Anaís se sonrojara, pero, él no lo pudo ver por la oscuridad que había a su alrededor.
⎯¿Qué quieres que diga?, que tal si te dijo que no me llames señor Sainz. Ya te dije que me digas Emiliano.
⎯Lo siento. Pero, di algo más, algo que me haga recordarlo ⎯ insistió.
Emiliano pudo haber dicho muchas cosas. Haberle recordado que fue él quien acarició su cuerpo por primera vez, que se besaban hasta desgastarse los labios u otras cosas, pero, sabía que no podía, así que se limitó a saludar y a presentarse de manera sencilla.
⎯Pudo haber dicho tanto y solo se limitó a eso… ⎯ le reclamó Anaís, cortando al video.
⎯Soy un hombre de acciones… ⎯ habló. Después le pidió a Anaís que le siguiera, porque iban a cenar en uno de los tantos barcos.
Anaís no lo podía creer. Pensó que irían a un restaurante, pero jamás pensó que Emiliano le regalaría un viaje por el Sena, mientras cenaban sobre la cubierta.⎯ ¡Comeremos con vista al Sena! ⎯ Expresó emocionada ⎯. Me conformaba con una crepa ⎯ le dijo, mientras el mesero comenzaba a servirles las bebidas.
⎯No te conformes nunca, Anaís Betancourt, siempre busca más, te lo mereces.⎯ Y diciendo esto repitió las palabras que su padre le decía casi a diario.
Anaís tomó un sorbo de la copa, y admiró el paisaje. A pesar del frío que hacía, estaba fascinada de estar ahí. Su cuerpo temblaba, sus manos ya se habían cansado de frotarse contra el abrigo para calentarse, cuando, de pronto, sintió el peso de otra prenda, haciendo que brincara asustada.
⎯París es frío, sobre todo cuando llueve ⎯ le murmuró Sainz al oído.
Anaís volteó a verle, y ambos quedaron de frente.⎯ Gracias ⎯ agradeció nerviosa ⎯. También por esto. Por la Cena en el Sena ⎯ bromeó.
Emiliano asintió con la cabeza.⎯ Bueno, si vas a venir a París por primera vez, te mereces una buena foto, no una tomada desde la ventanilla del auto.
Anaís sonrío y una vez más, se abrió paso este juego de miradas entre los dos. Ambos trataban de descubrir algo en el otro. Emiliano, quería averiguar si había una esperanza de que ella lo volviera a reconocer. Que si en algún punto, su conexión en el pasado despertaría recuerdos en el futuro y él podría decirle lo mucho que sentía haberle dicho esa frase tan horrible que le había roto el corazón. Por su parte, Anaís se sentía bien cuando lo veía. Esa sensación tan extraña, pero familiar se hacía presente cada vez que conectaban de esta forma.
⎯Más vale que voltees para allá, si no te perderás del espectáculo.⎯ Escuchó la voz de Emiliano, y Anaís sonrío.
En ese preciso instante, Anaís volteó a ver hacia la torre Eiffel, y su rostro se iluminó cuando esta se encendió ante sus ojos. Emiliano ya había visto este espectáculo muchas veces, pero hoy, viendo el rostro de ilusión de Anaís, y recordándolo tan vivamente, supo que era una ocasión especial y diferente.
⎯¿Me puedes tomar una foto? ⎯ preguntó ella.
Sainz tomó su móvil y mientras Anaís se acomodaba en la postura y posición correcta, él pudo ver el montón de recordatorios que ella tenía guardados. Desde la dirección de su casa, su tipo de sangre, contactos de emergencia e incluso su propio número. El que le partió el corazón fue cuando leyó ESTA ES QUIEN ERES, NO SE TE OLVIDE y a lado su nombre completo.
⎯¿Listo?
Sainz levantó la vista y asintió con la cabeza. Momentos después, le tomó varias fotos a Anaís, captando su primero “no” viaje a París. Ella, fue hacia su móvil y sistemáticamente la guardó en una de las tantas carpetas.
⎯Gracias por esto, te juro que te lo agradeceré toda la vida.
⎯De nada… ⎯ murmuró Sainz, con melancolía. Anaís se quedó viendo la foto, para después subir la mirada y ver la Torre Eiffel con sus propios ojos.
Era increíble como repasaba cada detalle, cada luz, cada estrella y la luna. Anaís cerraba los ojos para recordar los olores y alertaba al oído para también captar los sonidos. Quería devorarse todo, comerse el momento para disfrutarlo lo más que pudiese, porque no sabía si mañana lo recordaría o dentro de un mes ya no sabría cómo suena y huele París.
Emiliano se acercó a ella y se recargó sobre el barandal del barco. Observó la Torre junto con ella después de que las luces le cegaran, decidió voltear a verla a ella. Anaís apartó su vista del espectáculo y también hizo lo mismo.
⎯¿Tienes algo más que cumplir en París? ⎯ preguntó.
Anaís negó con la cabeza, pero aun sonriendo.⎯ No, con esto me doy por bien servida.
⎯¿Segura? ⎯ insistió Sainz, porque él sabía que no era verdad. Habían hablado tanto de París, de sueños y deseos, que él lo sabía todo.
⎯Sí, segura… estoy feliz de que pude ver esto.
Sainz se acercó más a ella. Estaban tan cerca que podían sentir el calor de sus cuerpos. Anaís se puso nerviosa, pero supo disimularlo muy bien. Emiliano, en un impulso tomó sus manos y puso las suyas arriba para darle calor.
⎯Pues, yo si tengo un sueño… ⎯ le dijo.
⎯¿De verdad?
⎯Sí, uno que tengo pendiente desde hace muchos años…
⎯ Y, ¿cuál es? ⎯ inquirió Anaís, curiosa.
«Un día, quiero que me beses en París, Emiliano Sainz. En la ciudad más romántica del mundo… como lo hacen las películas», escuchó Emiliano la voz de Anaís, cuando en una de las tantas pláticas, que tenían después de hacer el amor, le dijo lo que harían cuando juntos fueran a la Ciudad de las luces.
⎯¿Qué es? ⎯ insistió Anaís.
Entonces, sus miradas se encontraron, y en ese instante, un torrente de emociones pasó entre ellos. Anaís podía sentir el latido del corazón de Emiliano resonando en su propia piel, mientras que él se perdía en la profundidad de sus ojos, buscando respuestas en el silencio compartido.
Sin previo aviso, Anaís se acercó lentamente a Emiliano, sintiendo cómo su corazón se desbocaba emocionado. Sus labios se encontraron en un beso tierno y familiar, como si sus almas se reconocieran el uno al otro a pesar del velo del olvido.
Fue un beso suave y lleno de cariño, como si el tiempo se hubiera detenido y solo existieran ellos dos en ese momento mágico. El mundo a su alrededor desapareció, y solo quedaba el cálido roce de sus labios y el amor que compartían en silencio.
Anaís se aferró a Emiliano, sintiendo cómo su corazón se llenaba de una calidez reconfortante. Aunque no podía recordar su pasado juntos, en ese beso pudo sentir la conexión especial que existía entre ellos, y él, recordó lo que era sentirse pleno.
Así, cuando finalmente se separaron, Emiliano acarició suavemente la mejilla de Anaís, mirándola con ternura. De pronto, los ojos de ella se abrieron, como cuando un bebé reconoce el rostro de sus padres por primera vez.
⎯¿Emiliano? ⎯ preguntó, en un tono de sorpresa, para después desvanecerse entre sus brazos.
¿Será que recordó a Emiliano?
Que fuerte lo de Anaís… que ansias saber qué va a pasar con ella y su condición!