El sol se alzaba lentamente en el horizonte, teñiendo el cielo de tonos cálidos mientras los primeros rayos de luz se filtraban por las ventanas de la majestuosa hacienda de café. Era una mañana que auguraba cambios, tanto para Marianela como para Rafael Guerra. Sin embargo, uno de los dos no tenía ni idea de que eso sucedería. 

Marianela se había puesto de pie temprano por la mañana. Se aseó, arregló y bajó a desayunar con su abuela quien sorprendida no se dejaba de preguntar cuál había sido el remedio que el joven doctor de París, le había dado. No había solicitado ni un brebaje o pastilla y solo había estado con ella dos minutos, ¿a caso era milagroso? 

En cambio, Marianela se sentía bien pero, aún deprimida. Sin embargo, las palabras que le había dicho el doctor, le habían calado dentro, y en cierta forma retado a levantarse. No supo por qué, pero le hizo caso, y bajó al jardín tal como él le dijo. 

El doctor Rafael, llegó justo a las diez de la mañana acompañado del General Castro y de otro hombre, Aurelio, quién lo escoltaron hasta dentro de la casa y de nuevo lo llevaron al salón. Rafael, llevaba un traje sencillo, nada elegante, que hacía contraste con el uniforme del general y las ropas de campesino del Aurelio. 

La abuela de Marianela, se encontró contrariada, cuando tuvo que permitir que Aurelio se sentase en su fina sala, al ser invitado y asistente personal del doctor Rafael que aún no le acababa de convencer, aunque hubiese curado a su nieta. 

⎯Es una grata sorpresa verlo de nuevo general Castro.⎯ Saludó la abuela de Marianela, mientras veía al doctor Rafael. 

El hombre, de cabello negro y rostro de rasgos indígenas con españoles, poseía los ojos verdes del hacendado, que lo certificaban como su hijo. Sin embargo, la facha, no le hacía honor a las finas ropas que él solía llevar. 

⎯Me alegra verla de nuevo, señora de Martínez ⎯ contestó el general. 

⎯Quiero decirle que el doctor que me recomendó es milagroso. Mi nieta ya se encuentra en el jardín. Lo que no entiendo es cómo es que el doctor lo hizo. Ni siquiera le recetó una medicina.⎯ Y vio al doctor que se encontraba en silencio. 

⎯Hay enfermedades que no se curan con píldoras o jarabes, señora ⎯ contestó propio. 

⎯Bueno, pues… no sé lo que usted hizo, pero debo admitir que funcionó. 

Rafael se quedó en silencio en espera del que el general diera la verdadera razón del porqué se encontraban los tres ahí. La señora Juliana supuso que el indio estaba ahí por ser asistente del doctor, pero, ¿el general?, ¿por qué había decidido venir con el doctor? 

⎯Señora Juliana. Le aviso que me encuentro aquí para abogar por mi amigo, el doctor Rafael.⎯Comenzó su discurso el general Castro. 

⎯¿Abogar? 

⎯Así es. El doctor Rafael me ha pedido que vienese a comunicarle sus intenciones de casarse con su nieta, Marianela. 

La señora Juliana no dijo palabra. Se encontraba completamente sorprendida de la petición que le hacían tanto el general como el doctor Rafael. En ese instante, lo vio de pies a cabeza y sin moderar sus palabras lo negó. 

⎯No. Marianela no se casará con él, o le doy permiso. 

⎯Y, ¿por qué no? ⎯ preguntó el doctor. 

⎯Pues… ⎯ Y la abuela de Marianela no dijo más, ya que con la mirada se notaba que su condición no era la apropiada para ser pretendiente de su nieta. 

⎯¿Es por qué soy un bastardo? ⎯ Agregó el doctor⎯. ¿Es por eso que no me dejará casarme con su nieta? 

⎯ Lo es. Mi nieta Marianela no es de su clase y jamás lo será. Así que su petición será denegada, gracias por venir ⎯ contestó firme. 

El doctor Rafael se quedó en silencio, mientras el general fumaba su puro; después habló.⎯ Es verdad, el doctor es el hijo bastado del hacendado Menéndez, pero, estoy seguro de que es la mejor opción para su nieta, Marianela. No solo porque tiene el dinero para mantenerla, sino porque es un hombre estudiado y podrá darle las comodidades que ella necesita. 

⎯Eso no importa. No es de nuestro círculo y jamás lo será. 

⎯Incluso su nieta tampoco es de su círculo.⎯ Se atrevió a interrumpir Rafael ⎯. Es una viuda joven, si dote, arruinada por su antiguo marido y al parecer, lo que dicen las malas lenguas, es estéril y no puede tener hijos. Su propia sociedad la ha alejado y refundido en esa habitación. Para usted es una carga, está llena de deudas y no puede mantenerla; yo si puedo. 

La abuela de Marianela se quedó en silencio. El doctor, la había callado con razones que iban más allá de su estatus, posición y en este caso, clasismo y racismo que la caracterizaban. Sin embargo, mantuvo aún la posición que la caracterizaba y se negó. 

⎯Lo siento, pero Marianela tiene un compromiso con esta sociedad y un estatus. No veo a mi nieta viviendo en la haciendo Los Dos volcanes entre vacas y cerdos. 

⎯ Es una hacienda cafetalera.⎯ Corrigió Aurelio, interrumpiendo a la señora. 

⎯Aún así, mi nieta solía vivir en la Ciudad de México, en una mansión. No creo que le agrade la propuesta. 

⎯Pues haga que le agrade ⎯ dijo el doctor ⎯. Debería hacerlo ya que estoy dispuesto a pagar las deudas que dejó su marido, doña Juliana, además de aceptar a su nieta sin dote, y por supuesto, con su condición. 

⎯No me diga que no le interesa tener decadencia. 

⎯No, no me importa. Mucho menos en estos tiempos de guerra ⎯ habló contundente Rafael. 

⎯ Yo le aseguro que el doctor Rafael es un buen prospecto, señora Juliana.⎯ Agregó el general. 

⎯No puedo creer que usted esté de acuerdo en esto, además. Mi nieta apenas lleva dos meses de luto, ¿qué diría la gente si yo acepto que se case tan pronto?⎯ Finalizó la señora. 

El doctor se puso de pie, divisó a Marianela en el jardín y suspiró.⎯ Es toda mi propuesta, doña Juliana. De usted depende si la toma o la deja. Yo estaré en la ciudad hasta el viernes, después me regresaré a la hacienda y no volverá hasta dentro de seis meses, cuando vengo por víveres y medicinas. Si acepta, estoy en el hotel Real, si no, fue un placer conocerla. Hasta luego. 

Rafael le hizo a Aurelio una señal de que era momento de salir. El hombre se puso de pie y salió de junto con él dejando al general y a doña Juliana en el salón. Ella no podía creer la propuesta del doctor, y la firmeza con la que se lo había dicho. La abuela de Marianela, estaba poniendo su estatus y su clase por encima de las necesidades y, sobre todo, por la riqueza y la capacidad del doctor. 

⎯¿Usted de verdad apoya esto? ⎯ inquirió. 

El general asintió con la cabeza.⎯ Muy de acuerdo. Creo que es la opción perfecta para Marianela. La gente ha comenzado a hablar, y no creo que para una señorita de su posición y viuda reciente sea muy agradable escuchar lo que dicen de ella. 

Doña Juliana se quedó en silencio, ahora sí se encontraba atrapada. Lo que más temía ya había comenzado a suceder y sabía que faltaba poco para que las habladurías llegaran a ella y causaran estragos. 

⎯¿Todas mis deudas dijo? ⎯ Confirmó la señora. 

⎯Todas, absolutamente y sin olvidar un peso.⎯ Afirmó el general. Después se puso de pie y se acercó a ella⎯. Sabe que yo la quiero, señora Juliana, pero su posición no es del todo buena. Quiero cuidarla, y darle la vejez que merece. Su nieta Marianela no tiene más oportunidades, el doctor puede cuidar de ella en la hacienda y darle una vida en paz. Como él dijo, está dispuesto a aceptarla a pesar de su esterilidad. Nadie, ni un hombre joven ni viejo de nuestro círculo la tomaría así, y usted lo sabe. 

Doña Juliana, por fin asintió. Y se decidió en ese momento que el doctor se casaría con Marianela, le gustara o no a él.⎯ Dígale al doctor Rafael que venga a las cinco a la casa. Para ese momento ya tendrá una respuesta de mi parte. 

⎯ Bien, le diré. 

El general salió por la puerta hacia la calle, y la abuela de Marianela salió por la del jardín. Su nieta se encontraba sentada, viendo hacia la nada, vestida completamente de negro y bajo el sol. Marianela, parecía muerta en vida, resignada a pasar el resto de sus días encerrada en esas cuatro paredes, añorando a su marido, quién la había dejado sola en un mundo que ya no le respondía. 

⎯Marianela.⎯ La interrumpio su abuela. 

La joven levantó el rostro y vio el de su abuela: duro y cansado. Se puso de pie y se acercó a ella. Doña Juliana, con todo el dolor que le causaba sus prejuicios, tomó un respiro y le comunicó. 

⎯Tienes una propuesta de matrimonio. 

La joven abrió los ojos en verdad sorprendida por lo que le comunicaba su abuela. No sabía si porque había alguien que deseaba tomarla por esposa, o porque su abuela, a pesar del luto que llevaba, la estaba considerando. 

⎯Abuela, usted me dijo que iba a respetar mi luto y yo… 

⎯Te casarás con el doctor Rafael Guerra. 

Al mencionar el nombre, Marianela abrió los ojos, sorprendida ⎯.¿Qué?, ¿el doctor?, ¿cómo te atreves a pedirme eso?

⎯Es un doctor, Marianela. 

⎯ No me importa. No es de mi clase, de mi sociedad. Yo estuve casada con un general de prestigio, no me casaré con un doctor: brusco y sin tacto. 

⎯¡Te casarás porque no tienes otra!⎯ Gritó la abuela, asustando a su nieta ⎯¡Qué no nos ves!, ¡no tenemos dinero y yo no te puedo mantener!

⎯¡No puedo creer que pueda poner sus intereses antes que los míos!. 

⎯¡Qué intereses, Marianela!, ¡eres una viuda sin descendencia y sin dinero!, ¡dime que intereses! ⎯ finalizó. 

Las palabras de su abuela le habían dolido profundo, no solo porque tenía razón, sino porque la obligarían a aceptar su propuesta sin que ella se pudiera negar.

⎯Maldita la hora en que me viene a vivir contigo ⎯ habló con coraje. 

⎯Viniste a mí porque no tenías otra opción, Marinela. No tienes a nadie más, estás sola. 

Marianela tomó un suspiro profundo, y por un momento, desvió la mirada.⎯ Me casaré con mis condiciones, eso si te lo garantizo ⎯ contestó, para después, alejarse del jardín y entrar a la casa.

En un mar de lágrimas, subió las escaleras de madera y se refugió en su habitación. No podía creer su desgracia, no podía creer como su vida había cambiado en cuestión de segundos. Primero había estado felizmente casada con su marido, después era viuda. Ayer, estaba al borde de la muerte y ahora, a punto de ser esposa del doctor que en cierta manera, la había levantado. 

⎯Así que esta era tu solución ⎯ dijo en un murmullo⎯. Así que esta era tu solución.

***

El doctor Rafael se presentó de nuevo a las cinco de la tarde en la Casa de los Cielos. Aseado, arreglado de la barba y el cabello, vistió sus mejores ropas para estar frente a Marianela, la señorita de sociedad que había conocido la noche anterior. 

Tan solo atrevesó el umbral de la puerta, pudo ver a la abuela de Marianela, sentada en el salón, y echándose aire con el abanico de color negro que apenas le ayudaba a lidiar con el calor. 

⎯¡Doctor! ⎯ expresó, al verlo entrar. 

⎯Señora Juliana ⎯ contestó de manera educada. 

Él volteó a ver hacia las escaleras, con la esperanza de que Marianela estuviese bajando, pero, no fue así. ⎯ Aún no la he llamado, primero quiero hablar con usted. 

⎯Pues, usted dirá. 

La señora Juliana se puso de pie y caminó hacia la pequeña mesa donde se encontraba el güisqui y se sirvió uno. Le ofreció al doctor un vaso, pero, este se negó. 

⎯Lo mio no es el güisqui. 

⎯Seguro.⎯Admitió la señora, para luego, tomar un sorbo⎯. Solo quiero asegurarme de que las deudas estarán pagadas, tal y como usted lo dijo. 

⎯Lo estarán. De eso se lo aseguro. 

⎯Y que me asegure por igual que no habrá dote. 

⎯No la habrá. Estoy dispuesta a tomar a Marianela así. 

⎯Bien… entonces… 

Doña Juliana, miró a una de sus sirvientas y le dio la señal de que subiese por su nieta. Por unos minutos, el doctor y doña Juliana, se quedaron en silencio en el salón, ya que no tenían nada más de que platicar. Era evidente que a Rafael no le agradaba la señora y que el sentimiento era mutuo por parte de ella. Sin embargo, se tragaba su orgullo por dinero, porque las deudas le pesaban más que la posición. 

Minutos después, Marianela bajó las escaleras luciendo un vestido negro con algunas partes de encaje en las mangas, una cruz de plata sobre el cuello, y su largo cabello negro peinado en un chongo trenzado en la parte de atrás. Sus ojos negros y brillantes, se cruzaron con la mirada verde del doctor, y aunque él no sonrió, ellos sí. A pesar de las circunstancias, a él le gustaba, y le agradaba la idea de tener a alguien como ella paseando por los cafetales de su hacienda. 

⎯Buenas tardes, Marianela, me da gusto que se encuentre bien. 

Marianela no respondió al saludo del doctor, y simplemente terminó de bajar las escaleras y caminó hacia él. Su rostro se encontraba hinchado de tanto llorar y aún se encontraba pálida debido a su reciente enfermedad. 

⎯Me casaré con usted, pero, con las siguientes condiciones.⎯ El doctor prestó atención ⎯. Lo haremos en esta casa, nada de fiestas o anuncios de boda.

⎯Como usted desee. 

⎯Mi vestido será sencillo, no será nada extraordinario. 

⎯Muy bien. 

⎯Y, nos iremos de aquí tan solo termine la ceremonia. No pasaré un día más aquí, ¿entendido? 

El doctor asintió con la cabeza.⎯ Muy bien. Yo solo tengo una condición. 

⎯Pues, usted dirá. 

⎯Me demostrará la mujer fuerte y capaz que usted es ⎯habló, sorprendiendo tanto a la abuela como a Marianela ⎯. La escogí como esposa porque ya no es una niña, pues ya estuvo casada y porque sabe lo que es estar a lado de un hombre de guerra. No quiero llevarme a una mujer delicada y dramática a mi hacienda. Es la única condición que yo lo pongo y espero que la cumpla. 

⎯¿Es todo? ⎯ preguntó ella, asegurándose de que no había más trucos. 

⎯Es todo. La ceremonia de matrimonio será el jueves por la mañana, justo al medio día. Así tendremos el día de mañana para arreglar nuestras cosas y yo para adelantar mi viaje a la hacienda. Además, tengo que ir con el contador de tu abuela para darle la cantidad de dinero necesaria para saldar las deudas. 

⎯Nos parece perfecto, ¿no Marianela? 

La viuda asintió. No le quedaba de otra, el trato entre el doctor y su abuela estaba hecho y no había nada ni nadie que pudiese deshacerlo. 

⎯ Nos vemos pasado mañana, con permiso.⎯ Finalizó el doctor, para luego darse la vuelta y salir de ahí. 

Marianela volteó a ver a su abuela y viéndola a los ojos, le dijo.⎯ Espero que aproveche el dinero, y deje atrás sus mañanas. Que mi sacrificio sea por algo bueno. 

⎯Lo será… para ti y para mí, de eso no hay duda ⎯ contestó, para después alejarse de su nieta. 

El trato estaba hecho, Marianela, se casaría con el doctor, y con eso, sus destinos estaban juntos y decididos. 

2 Responses

  1. una familia de desgracias…
    la abuela de Marianela insoportable
    ¡que increíble cómo asumen que Marianela es la que tiene problemas para concebir hijos!

  2. creo que vienen tiempos muy duros para Marianela, espero que al menos el doctor sea un buen hombre, a pesar de lo que demuestra

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