Anaís había llegado a considerar como algo normal el episodio en el bote en París en el que se desmayó. Sin embargo, eso no significaba que no sintiera una punzada de preocupación por lo que había perdido. No podía identificar exactamente qué era, pero tenía la intuición de que era algo importante. 

Las imágenes y videos que revisó le proporcionaron solo vislumbres de lo que había experimentado, pero nunca pintaron el cuadro completo, dejando un vacío que impedía que todas las piezas del rompecabezas encajaran perfectamente.

Con esa inquietante sensación de «algo» faltante, Anaís siguió adelante en su vida, tratando de ignorar el hecho de que había perdido parte de su propia historia. Temía preguntar, preocupada por cómo su jefe podría reaccionar o si se trataba de un evento embarazoso, mejor olvidado como «algo». La incertidumbre se convirtió en su mayor tormento, y Anaís tuvo que aprender a convivir con ella, a abrazarla y hacerla parte de su rutina diaria.

El regreso a la oficina transcurrió sin incidentes aparentes. Emiliano Sainz no mostraba señales de estar al tanto de lo sucedido y no mencionó nada que pudiera arrojar luz sobre el misterio de su desmayo. Su jefe seguía confiando en ella, asignándole tareas cotidianas y manteniendo la rutina laboral como de costumbre.

Con el tiempo, Anaís dejó de obsesionarse con el incidente y siguió adelante con su vida, pero nunca pudo sacudirse por completo esa persistente sensación de que había perdido algo valioso, algo que la atormentaba como una presencia fantasmal en su memoria.

Por otro lado, Emiliano no podía superarlo, pensaba en lo sucedido día y noche con las palabras de su antigua amiga, Belinda, en la mente. Que ella le pidiera que la dejara en paz, simplemente avivó más el hecho de querer hacer algo, de indagar si las posibilidades de que Anaís le recordara eran mínimas, así que se puso a investigar por su cuenta. 

⎯Dicen que la necedad es la madre de las respuestas ⎯se dijo a sí mismo, mientras observaba a Anaís desde lejos. 

Ella, se encontraba en su escritorio, absorta en su trabajo y tecleando con bastante facilidad uno de los tantos reportes que tenía que hacer en el día. 

⎯Pudiste haber sido una gran cantante, de eso estoy seguro. ⎯Continuó, esperando que Anaís no escuchara ninguno de sus murmullos. 

Un relámpago iluminó su rostro, provocando que tanto Anaís como él, como, voltearan a la ventana para ver el cielo; una tormenta se acercaba y, al parecer, no pasaría de largo como las otras que se habían vislumbrado en la semana. 

Emiliano se puso de pie para terminar de complementar la vista, y ver el movimiento de las calles. 

⎯Sainz. ⎯Escuchó la voz de Anaís. Él volteó y la vio de pie, con esa sonrisa tan cautivante en sus labios y con el documento en sus manos⎯ .He terminado. 

Sainz tomó el papel y le dio una vista rápida. A pesar de todo, Anaís era una mujer muy capaz y su trabajo, hasta ese instante, había sido impecable. 

⎯Bien. 

⎯¿Crees que ya me pueda ir? ⎯preguntó sin pudor⎯. Lo que pasa es que el metro se atasca y por la tormenta se volverá más lento, quisiera llegar a tiempo a mi casa.

⎯Sí, claro ⎯respondió él. 

Anaís suspiró. Ver a su jefe a los ojos le era bastante intrigante, ya que él al verla le transmitía una nostalgia y ternura de la que no podía escapar. Además, de que siempre comunicaban algo más allá que una simple mirada. 

⎯Sabes, hoy es el cumpleaños de mi compañera de piso, Belinda. 

⎯¡Ah, sí! ⎯expresó Sainz, para luego percatarse de que oficialmente él no conocía a Belinda, por lo que agregó⎯: ¿quién es Belinda? 

⎯Mi compañera de piso. ⎯Repitió Anaís, para luego esbozar una ligera sonrisa. 

⎯Pues, muy bien. Felicitaciones. 

⎯Me preguntaba si querías ir a cenar con nosotras. Haremos una cena sencilla y un pastel, y siempre somos ella y yo, que recuerde. 

Anaís al decir eso, se río bajito. Sainz se quedó en silencio, pensando en si le convenía o no aceptar la invitación. No sabía si Belina lo tomaría como algo bueno o malo, después de la plática que habían tenido. 

⎯¿Entonces? 

⎯¿Qué? ⎯preguntó Sainz. 

⎯¿Quieres ir? Digo, es solo una invitación, no es obligatorio, pero, me gustaría que me lo dijeras antes de que la tormenta caiga y me empape toda. 

Sainz se quedó en silencio. Si iba al piso de Anaís y Belinda lo corría, la posibilidad de no volverla a ver era alta. Sin embargo, si asistía, tendría la oportunidad de conocer un poco más sobre el entorno del que, hace tiempo, habría sido la mujer de sus sueños, el amor de su vida. 

Por lo que Sainz, tomó el saco que descansaba detrás de su silla y se lo puso. 

⎯Vamos, me encantaría conocer a Belinda. 

⎯Bien, le avisaré que… 

⎯¡No! ⎯La interrumpió Sainz, asustando un poco a Anaís⎯ .Lo siento. Lo que quiero decir es que no le digas nada, no sé cómo tome que tu jefe vaya a cenar contigo. 

⎯Bueno, eso sí ⎯respondió Anaís, de forma ingenua. 

⎯Solo ve por tus cosas y nos vamos. 

Anaís, con una sonrisa en su rostro se dio la vuelta y fue hacia su escritorio a tomar sus cosas. Sainz terminó de ponerse la gabardina, y después dio una pensada rápida a lo que estaba a punto de hacer. 

⎯Solo será una cena, no pasará nada. Tal vez recibas, después un regaño de Belinda, pero es tu oportunidad para indagar más sobre el asunto y des con la clave que le ayude a recordarte, es todo lo que necesitas. 

⎯¿Nos vamos? ⎯interrumpió Anaís el monólogo de Sainz. 

⎯Vamos ⎯dijo, y ambos salieron por la puerta. 

***

⎯¡SORPRESA! ⎯gritó Anaís, cuando Belinda abrió la puerta de su piso. Ella traía una torta de chocolate en las manos y una bolsa con o que parecía era un regalo. 

Belinda se sorprendió, y no por el grito, sino al ver a Sainz detrás de su amiga con un regalo, también, entre sus manos. 

⎯¿No te gustó? ⎯inquirió Anaís, al ver el rostro de pocos amigos. 

«Por supuesto que no», pensó Belinda, con la mirada en Sainz. 

⎯Lo siento. ⎯Fingió⎯. Es que me tomaron de verdad por sorpresa, pero, pasen, están en su piso. 

Los tres entraron al sencillo, pero bonito piso donde Belinda vivía con Anaís, haciéndose pasar por su compañera de habitación cuando, en realidad, era su cuidadora oficial. 

Tanto Anaís como él se quitaron la gabardina y la colgaron en el sencillo perchero que yacía al lado de la puerta. 

⎯Él es Emiliano Sainz, mi jefe. ⎯Lo presentó Anaís, y Emiliano le ofreció la mano a Belinda para saludarla. Ella la tomó siguiendo el juego. 

⎯Un gusto ⎯habló. 

⎯Ella es Belinda, la cumpleañera. 

⎯Igualmente un gusto, Emiliano ⎯respondió Belinda, fingiendo una sonrisa mientras sus ojos comunicaban otra cosa. 

⎯Invité a Emiliano a nuestro pequeño festejo, espero que no te enojes. 

Belinda negó con la cabeza. 

⎯Claro que no, entre más, mejor. Además, creo que cociné mucha pasta y uno más nos ayudaría a que no sobrara tanto. 

⎯¡Excelente! Entonces, dejaré tu regalo aquí e iré a dejar la torta a la cocina. Emiliano, siéntete como en tu casa. 

⎯Gracias ⎯contestó el hombre, para después verla partir. 

Cuando Belinda se percató de que Anaís se encontraba lejos, cambió su rostro a uno más serio al igual que su actitud. 

⎯¡Qué demonios, Sainz! ⎯Le reclamó. 

⎯¿Qué? ⎯inquirió él, de manera inocente. 

⎯Fui exclusivamente a tu oficina a decirte que te mantuvieras al margen y te olvidaras del asunto y, ahora, te apareces en mi piso como si todo lo que hubiésemos hablado no hubiese valido la pena. 

⎯Fui invitado, no lo provoqué yo. ⎯Se escudó, Sainz⎯ . Además, no tiene nada de malo que una empleada me invita a una fiesta. 

⎯No es cualquier empleada y sé lo que quieres hacer. 

⎯¿Qué? 

⎯Quieres seguir insistiendo… y eso no te lo voy a permitir. 

⎯Todavía que te traigo regalos, ¿me tratas así? 

⎯Es en serio Sainz. 

⎯Lo estoy tomando en serio. Estoy cuidando todo lo que me advertiste, pero no me puedes impedir que interactúe con ella… ¿Vale? 

⎯Veo que ya se llevan bien. ⎯Escucharon la voz de Anaís, interrumpiendo la discusión que tenían a murmullos en la entrada del piso. 

Ambos la vieron y sonrieron. 

⎯Sí, muy bien. Le estaba diciendo a Belinda que le compré este bonito regalo y que esperaba que le gustara, ya que no conozco sus gustos. 

Anaís sonrío. 

⎯Te va a gustar, son chocolates. 

⎯¿Chocolates? ⎯inquirió Belinda, y volteó a ver a Sainz⎯, de verdad que eres codo⎯ le murmuró. Él simplemente sonrió. 

Después, los tres se dirigieron hacia la sala y Anaís invitó a Sainz a que esperara ahí mientras ella y Belinda preparaban todo para la cena. Ella le ofreció algo de tomar y Sainz pidió la bebida que tomarían los tres en el festejo; Anaís llegó con una copa de vino. 

⎯A Belinda no le gustan los licores como güisqui o cocteles, le gusta el vino tinto ⎯le dijo Anaís, mientras Sainz se encontraba observando la sala. 

Notó que no había fotografías, ni retratos colgados o posicionados en estantes como suelen tenerlos las familias normales. Solo había una que otra figurilla y libros, muchos libros. Recordó que Belinda amaba leer y que siempre dijo que cuando fuese grande tendría un gran librero que, en esa época, le era imposible de adquirir. 

⎯Espero que te guste la pasta al pesto, Belinda hace la mejor. 

⎯Sé que me gustará. 

Las miradas tanto de Sainz como la de ella se cruzaron y, por un instante, se olvidaron de que Belinda también se encontraba ahí. Durante todo ese tiempo, él había evitado verla a los ojos, sin embargo, en este instante le había sido imposible. 

Los ojos de Anaís se encontraron con los de Sainz en un instante de sorpresa que en cierto modo, habría sido inevitable. Sainz, por su parte, no pudo evitar notar el brillo en los ojos de Anaís y la pausa en su expresión. Se preguntaba si, en ese fugaz momento, ella había recordado algo, si su mirada contenía algún rastro de reconocimiento.

A medida que sus miradas se encontraron, Anaís comenzó a sentir una familiaridad inexplicable en la presencia de Sainz. Esa sensación de “algo” que había experimentado desde su misterioso episodio en París parecía intensificarse en ese preciso instante. Se preguntaba quién era él y por qué, en su compañía, experimentaba una extraña pero reconfortante sensación de plenitud.

Sainz, sentía una mezcla de esperanza y temor. Quería que Anaís lo reconociera, que los recuerdos de su amistad de la infancia se abrieran paso en su mente. Pero al mismo tiempo, temía que el peso de la verdad fuera demasiado para ella, que la amnesia le hiciera daño.

El intercambio de miradas fue breve, pero en ese instante, tanto Anaís como Sainz se dieron cuenta de que algo extraordinario estaba ocurriendo entre ellos. Era como si el “algo” que habían estado buscando de repente estuviera al alcance de sus manos, aunque permaneciera elusivo y misterioso.

⎯La cena está servida. ⎯Escucharon la voz de Belinda, quien interrumpió el momento. 

Anaís volteó a verla y le sonrío. 

⎯Vamos… ⎯y sin decir más, caminó hacia el comedor como si nada hubiese pasado. 

Belinda se quedó ahí, observándo a Sainz y negando con la cabeza le comunicó que no estaba bien lo que había pasado. 

⎯Beli…

⎯Cenas y te vas, Sainz ⎯dijo con un tono de autoridad, que obligó a Sainz a aceptar. 

Después su amiga se dio la vuelta y caminó hacia el comedor para unirse a Anaís. 

***

La cena comenzó algo tensa, pero, conforme el vino empezó a hacer de las suyas, tanto Belinda como Sainz comenzaron a relajarse. En verdad, el que llevaba la conversación era él, ya que ni Belinda y menos Anaís, tenían anécdotas por contar. Belinda, porque no podía indagar en su pasado y Anaís, pues ella lo tenía, literal, en mente. Así que, quien platicó sobre sus viajes, sus éxitos y todo lo que era divertido había sido él. 

Ambas escuchaban con atención, pero más Anaís, quien interesada escuchaba las descripciones de los lugares que su jefe había visitado, lo que había hecho y visto. Haciéndola soñar por un instante. 

⎯Yo siempre quise viajar así, ¿sabes? No recuerdo a dónde, pero sé que en algún punto quise viajar ⎯hablo Anaís, haciendo que Belinda sonriera con un toque de nostalgia. 

⎯Pues, todavía estás a tiempo ⎯comentó Sainz, bebiendo un poco de vino. 

⎯¿Crees?, no lo sé ⎯dijo Anaís, mientras comía un poco de chocolate. 

⎯Dime algún sitio que siempre has tenido ganas de conocer. ⎯Le pidió Sainz. 

Anaís suspiró. 

⎯El mar… 

Tanto Belinda como él se quedaron en un silencio tenso, al escuchar que el deseo de Anaís era conocer el mar, cuando ella prácticamente había crecido acompañado de él. 

⎯¿El mar? ⎯inquirió Sainz. 

⎯Sí. El mar. Nunca he ido y no tengo fotos de él. Quisiera poder conocerlo y tomarme cientos de fotos frente a él. 

⎯Vaya ⎯expresó Sainz en un murmullo, tratando que la melancolía no lo embargara. 

⎯¿Tú te has enamorado? ⎯Continuó Anaís con el interrogatorio. 

Sainz volteó a ver a Belinda. 

⎯Anaís, no creo que sea algo que le preguntes a tu jefe ⎯dijo su amiga. 

⎯No tiene nada de malo. En la oficina es mi jefe pero, aquí, es un adulto como nosotras. Además, no le estoy preguntado secretos de estado. 

Y tanto Sainz como ella se rieron bajito. 

⎯Entonces, dime… ¿Te has enamorado? 

Sainz vio de reojo a Belinda y ella le lanzó la misma mirada de precaución que le había dado casi en todas las preguntas de Anaís. 

⎯Bueno, una vez lo estuve y hace un año pensé que podría hacerlo de nuevo, pero, no fue así ⎯respondió con tiento. 

⎯Yo nunca lo he estado o, no sé. 

⎯¿No sabes? 

Anaís suspiró. 

⎯¿Alguna vez te has enamorado de un personaje literario o de alguna actriz o cantante? 

⎯Bueno, no… 

⎯Es como ese tipo de amor imposible, pero que te hace sentir bien. Esa es la sensación que tengo cada vez que recuerdo el amor. Como si hubiese amado intensamente, pero en realidad jamás lo he hecho. Un amor de personaje literario, donde lo recuerdas y te hace sentir bien, sin embargo, no es real. 

«Claro que fue real», pensó Sainz de inmediato. 

De pronto, el ambiente se llenó de nostalgia y los tres se quedaron callados. Belinda, en especial, sintió cómo el corazón se le hacía pequeño al escuchar a su amiga hablar así. 

⎯Bueno, supongo que todavía estás a tiempo. ⎯Repitió Sainz. 

⎯Quiero suponer que sí. 

El silencio se hizo de nuevo. Uno embargado de nostalgia, tristeza y sobre todo compasión. A Sainz se le hacía bastante difícil escuchar a Anaís de esa forma y le ayudó más a aferrarse a lo que creía. Anaís deseaba enamorarse y él deseaba estar con Anaís, pero, ya no quería herirla más. 

⎯¿Qué les parece si abro los regalos? ⎯preguntó Belinda, rompiendo la nostalgia. 

⎯Sí, estoy emocionada porque al fin este año pude comprarte algo ⎯hablo Anaís, para luego ponerse de pie e ir por el regalo a su habitación. 

Sainz volteó a ver a Belinda y ella sonrío levemente. Ahí comprendió Sainz la situación que vivía Belinda todos los días y el porqué la protegía tanto. Anaís era de nuevo una niña, una que apenas experimentaba el mundo, cuando antes había sido su mejor amiga, una mujer soñadora y perseverante, que había soñado junto con ella con una vida llena de sueños cumplidos. 

⎯Beli… 

⎯Después… ⎯ dijo ella, quitándose las lágrimas del rostro⎯, después. 

***

La velada terminó un poco más temprano de lo que se suponía, y Sainz se fue de la casa de Anaís envuelto en la nostalgia y en la tristeza, por lo que llegó directo a tomarse un vaso de güisqui para aliviar esa sensación. 

⎯¿El mar?, ¿cómo es que quieres conocer el mar?, si tú y yo crecimos con él ⎯se preguntó, mientras veía de nuevo la fotografía de los cuatro amigos que antes eran. 

De repente, el sonido del timbre lo interrumpió y, al ver a Belinda en la cámara, se alarmó y corrió a abrir la puerta. Las miradas se ambos se cruzaron y ella, tomó el vaso de güísqui que Sainz tenía entre sus manos y le dio un sorbo. 

⎯Pensé que no te gustaba… 

⎯Claro que me gusta, ¿pero qué no viste lo que yo vi? Si tuviese güisqui y coñac en casa, para este punto ya sería alcohólica. 

Sainz hizo una mueca. 

⎯¿Puedo pasar? ⎯preguntó Belinda. 

Sainz le hizo la seña de que entrara, y ella lo hizo de inmediato. Dejó una caja sobre la mesa de la sala y luego se sentó en el sofá para cubrirse el rostro. Sainz fue hacia el bar, tomó la botella de güisqui, otro vaso y fue a sentarse a su lado. 

⎯Lo siento… ⎯dijo, mientras le servía el vaso. 

⎯¿Ahora entiendes lo que tengo que pasar todos los días? ⎯interrumpió Belinda, para tomar su vaso y darle un gran sorbo⎯ ¿Cómo crees que se siente ver a tu mejor amiga así? Con tantos anhelos que sabe que posiblemente no cumplirá. Olvidando incluso de dónde viene y sabiendo que un día despertará y no te recordará. Anaís era grande, soñaba con ser alguien y ahora, parece una niña. 

⎯Tal vez si la dejas de tratar como una, sea diferente. 

Belinda vio a Sainz con una expresión de enojo. 

⎯¿Ahora es mi culpa? 

⎯No, claro que no. 

⎯No me puedes decir eso cuando no tienes ni idea de cómo es la situación. No la trato como una niña, pero tampoco le puedo decir la verdad por completo. Es tan frustrante todo esto que me dan ganas de huir. ⎯Belinda tomó un suspiro⎯. Estoy entre protegerla del mundo para que su proceso no se acelere y en dejar que viva con intensidad lo que sigue, para que no se pierda de nada, ¿me entiendes? 

Sainz asintió. 

⎯Te entiendo. 

Belinda, inesperadamente abrazó a Sainz y en el oído le dijo: 

⎯¿No te alejarás, verdad? 

⎯No ⎯murmuró él⎯, ya no puedo hacerlo y por más que me lo pidas, no lo haré. 

⎯Sainz… 

⎯Belinda. No quiero ser ese amor de personaje literario que ella describe. Lo que ambos sentimos fue real, tan real como este abrazo, esta nostalgia, esta impotencia. Estoy consciente de que yo hice cosas para alejarla, pero, también lo estoy de que aún hay algo entre los dos y no pienso soltarlo. Si no me vas a dejar, no importa, lo haré de todas formas. Yo también quiero que Anaís viva todo lo que se merece, aunque después me olvide, porque eso no importará mientras yo la recuerde a ella… ¿Entiendes? 

Belinda se alejó de Sainz, tomó la caja que traía entre sus manos y se la entregó. Él la tomó y suspiró. 

⎯¿Qué es esto? 

⎯Los padres de Anaís guardaron todo lo que le recordara a su pasado aquí. Si quieres tener un futuro con ella, debes enterarte de su pasado, de ese que tuvo ella antes de perder la memoria en el accidente. ⎯Belinda se puso de pie⎯. Sainz, es tu última oportunidad y es única. Hazla feliz, por el amor de Dios, hazla feliz…⎯Le rogó, para alejarse de él y salir de la casa. 

Después de que Sainz escuchara el sonido de la puerta. Tomó un sorbo del güisqui y rellenó el vaso. Paso seguido, abrió la caja y al ver lo que contenía no pudo evitar derramar unas lágrimas. 

Ahí, delante de él, en una caja que cabía perfectamente en la pequeña mesa de la sala, estaba el pasado completo de la mujer que había amado con intensidad y que había perdido por una decisión que él había tomado sin medir las consecuencias. 

La caja contenía libretas, fotografías de ella con Belinda y otras tantas cantando en pequeños escenarios. Había un pequeño álbum con fotos de su infancia y de pronto, ahí estaba él, a su lado, como siempre debió ser. 

Sainz tomó la foto de ambos abrazados, con el mar de fondo e intercambiando esas miradas de amor que siempre tenían. Ella lo había amado y él, ahora, era un amor “de fantasía”. 

⎯ Sé que me amas, lo veo en tus ojos, Anaís… ⎯murmuró. 

Sainz comenzó a sacar las libretas, llenas de canciones y de composiciones. Finalmente, abrió una de pasta diferente a las otras y supo que esa era especial. Cuando leyó su contenido sonrío: era el diario de sueños que Anaís había comenzado a escribir desde que era una adolescente. Él había visto como los escribía y ahora, lo tenía en sus manos. 

⎯Ir a París con Sainz, grabar un disco, cantar en un escenario grande… ⎯leyó en voz alta y al terminar, no pudo evitar llorar. 

Tenían poco tiempo y era mucho por cumplir, pero él, no sabía cómo, lo iba a lograr. Porque un amor como el de ellos no se olvida y Sainz la volvería a conquistar, no importaba si al final, él era quien recordaba todo. 

One Response

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *