Viajar a París con Sainz, grabar un disco, deslumbrar en un escenario imponente, explorar un destino exótico, escuchar una de mis canciones en la radio, dejar una huella en el mundo… Estos eran solo algunos de los sueños que Anaís había plasmado con ilusión en su diario, aspirando a realizarlos antes de alcanzar los cuarenta años. Sainz, tras leer estas metas escritas en las páginas de su diario, entendió que Anaís las había delineado durante sus recién cumplidos veinte.

Sin embargo, el trágico accidente interrumpió el curso natural de esos anhelos, y Anaís se vio privada de un tiempo valioso. El reloj avanzaba rápido, y Emiliano sabía que el margen para hacer realidad cada uno de esos sueños se estaba agotando. A pesar de esta dura realidad, estaba decidido a desplegar todos los recursos a su disposición: conexiones, experiencia y esfuerzos incansables para que Anaís viviera plenamente cada uno de sus deseos, incluso si ella no recordaba que alguna vez los había formulado.

Sin tiempo que perder, Emiliano comenzó a trazar meticulosamente un plan para convertir los sueños de Anaís en realidades tangibles. Organizó una lista específica, colocando los deseos más alcanzables en la cima y los más desafiantes más abajo. Al revisar la lista, una sonrisa se dibujó en su rostro. Era evidente que Anaís no solo tenía claridad en lo que quería, sino que estaba decidida a perseguir sus sueños. La rapidez con la que todo se había desmoronado le pesaba, pero Emiliano estaba decidido a reconstruir cada fragmento.

Por otro lado, Belinda aún se mostraba reticente ante la idea de que Sainz intentara recuperar el corazón de su amiga. Era comprensible; después de años protegiendo a Anaís, ahora sentía que todo se le escapaba de las manos. Aunque entendía que tanto Anaís como Sainz eran adultos capaces de tomar decisiones, lo único que le preocupaba era que Emiliano pudiera romperle nuevamente el corazón a Anaís, sin poder prever cómo eso afectaría a su amiga. La incertidumbre de lo que estaba por venir pesaba en sus pensamientos, pero Belinda sabía que debía dejar que las cosas siguieran su curso, aunque le resultara difícil soltar todo.

Lo que le faltaba a Sainz era comprender cómo trascender la barrera entre empleador y empleado, adentrándose en una relación más íntima con Anaís. Para cumplir sus deseos y, al mismo tiempo, conquistar su corazón, era esencial ganarse su confianza. Esto implicaba conocer a la “nueva Anaís”, comprender sus cambios detalladamente y, al mismo tiempo, tratar de dejar atrás lo que ya sabía de ella. Debía aprender información fresca de manera sutil, evitando generar un impacto drástico en su dinámica o, peor aún, desencadenar una recaída que pudiera empeorar su condición. 

Entonces, Sainz tomó la decisión de aprovechar la ruptura de la dinámica cuando Anaís lo invitó a cenar a su casa. Quiso devolverle el gesto de una manera sutil, invitándola a almorzar bajo el pretexto de devolverle el favor. Esta estrategia tenía la ventaja de no parecer extraña para los demás empleados de la oficina y, más importante aún, Anaís lo aceptó de inmediato, considerándolo algo completamente natural, sin ninguna duda.

⎯Iremos a mi restaurante favorito ⎯le comentó Sainz, mientras ambos viajaban en la camioneta recorriendo las grandes calles de la ciudad⎯. Posiblemente, esté un poco lejos de la oficina, pero te aseguro que la comida es muy buena. 

Anaís sonrío, después sacó su móvil y escribió en su agenda “comida en el restaurante favorito de Sainz”, y lo registró. 

⎯¿Qué haces? ⎯inquirió él, con una leve sonrisa. 

⎯Pues, registro todo, así que también escribo mi día a día. 

⎯Vaya ⎯contestó él⎯, ¿qué más registras? 

⎯Pues, lo que como, lo que bebo, no lo sé, detalles que siento que valen la pena recordar. 

⎯Como mi restaurante favorito, ¿para qué? 

⎯No sé, que tal si un día me dices: “Anaís, quiero esto de mi restaurante favorito”, y yo tendré que saberlo. Tal vez ese día mi memoria esté bien y lo recuerde de inmediato o tal vez esté muy mal y deba buscarlo. 

Emiliano sonrió. Como si un poco de esperanza se dibujara en su destino a partir de esa frase. 

⎯¿Quiere decir que hay veces que puedes recordar como si nada hubiese pasado? 

⎯Sí. Pero es muy esporádico.

⎯Y, ¿cómo sabes que recordaste? 

⎯No sé, solo sé que lo recuerdo. Lo que más me desespera es cuando huelo, siento o veo algo que sé que ya olí, sentí o vi, pero no lo recuerdo. Es algo que está ahí, en mi memoria, alertándome y diciéndome que ya lo sé, pero por más que me esfuerzo, no sé. 

⎯Te comprendo. Si a uno le pasa a ti debe ser peor.

⎯Lo es… ⎯Admitió Anaís, y su rostro lo comunicó todo. No era nada agradable. 

Así, después de unos momentos, ambos llegaron al restaurante favorito de Emiliano, uno que de inmediato trajo esa sensación de “recuerdo” a la mente a de Anaís. Sí, él sabía que ella ya conocía ese lugar, lo había visto antes porque era justo donde comían cuando recientemente ella había llegado a Madrid. 

Él pensó que si tal vez la acercaba a los sitios donde antes había convivido, Anaís lo recordaría de forma natural y sería más sencillo interactuar con ella. Decirle lo que pasaba y en cierta manera ver a la Anaís que había conocido. Sin embargo, no fue así. Solo se quedó viendo a la fachada y suspiró diciendo: 

⎯Un poco sencillo para un hombre como tú, ¿no? 

Emiliano sonrió. 

⎯¿Un hombre cómo yo?, ¿qué insinúas? 

⎯Pues… así, rico, elegante… 

⎯¿Crees que no soy sencillo, Anaís? ⎯le preguntó. 

En ese instante, Emiliano Sainz recordó que cuando estaban en la isla, ella le decía que era el hombre más sencillo que había conocido en su vida. Ahora, ella creía, que era de alguna forma, más complicado y presumido, y que un lugar así no encajaba con su personalidad. 

⎯Solo me baso en lo que veo. 

⎯Pues, no juzgues el libro por la portada. 

Anaís sonrió. 

⎯Lo tendré en cuenta. 

⎯Perfecto. Ahora vamos que estoy muriendo de hambre. 

En el corazón de la ciudad se encontraba “La Taberna del Sabor”, un restaurante sencillo y tradicional de la gastronomía española, y uno de los favoritos de Sainz para comer. 

Al ingresar, el aroma tentador de especias y hierbas frescas los envolvió, donde las paredes de ladrillo visto y las mesas de madera desgastada crearon un ambiente rústico. 

El menú, que se encontraba escrito a mano en pizarras, destacaba platos clásicos. Desde tapas tradicionales como patatas bravas y gambas al ajillo hasta paellas que expedían un aroma azafranado. 

La elección de comida, en verdad, sorprendió a Anaís, pero de una buena forma. Pensó que Sainz la llevaría a comer comida exótica, pero, se sintió a gusto al saber que era algo bastante tradicional. 

⎯No cabe duda que puedes ser sorprendente. 

⎯¿Eso es bueno o malo?

⎯Bueno… ⎯Admitió⎯. Bastante si me lo preguntas. 

Emiliano sonrió. 

Pronto, el mesero se acercó y comenzó a atenderlos. Como un experto en el menú de dicho restaurante, él pidió su platillo favorito y se tomó la libertad de pedirle algo a Anaís, en pocas palabras, el platillo que ella siempre escogía. 

⎯Será divertido probarlo ⎯le comentó, cuando escuchó a Emiliano. 

⎯Estoy seguro que te encantará. ⎯Aseguró. 

Anaís sonrió. 

⎯Confieso que desde que te conozco he visto tantas cosas diferentes, que a veces siento que estoy viviendo en un sueño.

⎯¿De verdad? ⎯preguntó Emiliano, feliz de escuchar eso. 

⎯Sí, todo es nuevo: los lugares, los platillos, los sabores, las calles, las personas. 

⎯Me alegra de que te sientas así. Eso quiere decir que no tienes miedo de experimentar cosas nuevas. 

⎯No, para nada… creo que una vida sin experimentar, no es bien vivida. 

Al oír esa frase, Emiliano echó un vistazo al pasado, recordando el momento exacto en que Anaís le había dicho esas mismas palabras. Fue cuando él le propuso la idea de mudarse a Madrid, y su respuesta resonaba ahora en el presente, creando un eco nostálgico en sus pensamientos.

⎯Y, ¿qué más te gustaría experimentar? ⎯Aprovechó Emiliano el momento para obtener lo que deseaba. 

Anaís lo vio en verdad extrañada, pero, comenzó a pensar todo lo que deseaba experimentar. Después, recordó lo que más quería y se sonrojó. 

⎯No sé si sea adecuado decirlo en un restaurante. No es algo tan público. 

Emiliano sonrió. 

⎯¿Qué tan raro o fuerte debe ser como para que no puedas decirlo?, venga, dímelo, ¿qué puede pasar? 

Anaís volteó a su alrededor, se percató de que nadie estuviese cerca y luego se acercó a Emiliano y le murmuró casi en el rostro. 

⎯Pues, me gustaría sentir el cuerpo de alguien más. 

Emiliano comenzó a toser como loco. Justo en ese momento se pasaba un dedazo de pan que había remojado en el vino, por lo que la sorpresa provocó que las migajas le causaran molestia. 

El color rojo le subió por todo el rostro e incluso tuvo que ponerse de pie para tomar aire. Anaís le sirvió un vaso con agua y se lo ofreció. 

⎯Gracias, gracias. 

⎯Lo siento. Pero te dije que no era una respuesta que se pudiera dar así ⎯le dijo ella. 

⎯No, no… es que se me fue el pan.

Después de que Emiliano se recuperó, se sentó de nuevo en su lugar y dio dos sorbos grandes de vino. 

⎯¿Sentir a otra persona?, ¿quieres decir, sexo?, ¿jamás lo has tendido? ⎯inquirió. 

Aunque él sabía de antemano que Anaís y él habían tenido ya relaciones, y que fueron espléndidas, alucinantes, tan buenas que Emiliano las extrañaba. 

⎯No, bueno… la verdad es que no lo recuerdo. Supongo que sí pero… en fin. 

⎯¿Nada más? ⎯preguntó sorprendido. 

⎯Pues sí… o, ¿hay algo más qué deses saber? 

⎯No, no… claro que no. ⎯Negó, Emiliano. Aunque hubo miles de incógnitas que le surgieron en el momento. 

⎯Bien… ahora, dime, ¿a ti te gusta algo más que ser empresario? 

⎯¿Me estás preguntando sobre mi vida personal? 

⎯Sí. Tú siempre me preguntas sobre mi vida personal. Incluso ya te dije algo que no se lo diría a nadie. Así que, al menos, dime tú algo. 

⎯Bueno, ¿qué quieres que te diga? 

⎯Por ejemplo, ¿tienes un talento escondido? 

⎯¿Talento? 

⎯Sí. Todos tenemos un talento escondido, no importa que tan raro sea. Vamos, dime algo. 

Emiliano comenzó a desglosar una lista mental de los posibles talentos que pudiese tener. La lista llegó a una sola cosa: tocar el piano. 

⎯No sé si es talento, pero, sé tocar el piano. 

⎯¿Eso es verdad?, ¡increíble! A mí me encantaría saber tocar un instrumento. Por ejemplo, la guitarra. 

«Pero sabes tocar la guitarra», pensó Emiliano. 

⎯Pues, si sabes cantar, creo que tocar la guitarra se te hará fácil. 

⎯Ya ni siquiera sé si puedo cantar. 

⎯¿Últimamente no lo has intentado? 

⎯No, no sé qué puedo cantar. La verdad es que desde que pasó todo me alejé de la música. Así que ha quedado descartado. En fin, no me cambies de conversación, dime otro talento que tengas. 

En ese momento, Emiliano podría haber insistido más en el tema de la música y el canto; sin embargo, ante la reacción, comprendió que no era lo adecuado. Por lo tanto, optó por una simple sonrisa.

⎯¿Tocar la nariz con la punta de la lengua puede considerarse talento? ⎯Bromeó, haciendo que Anaís comenzara a reír. 

Después de eso, la conversación se desvió hacia mil temas que no tocaban ni el pasado de Anaís ni los talentos de Emiliano. Hablaron de todo un poco, dejando al descubierto esa familiaridad y conexión que siempre había existido entre ellos.

Cuando terminaron de comer, ambos se quedaron haciendo sobre mesa, mientras la copa de vino aún seguía medio llena. La mirada de Emiliano se encontraba fija en los ojos de Anaís. Como siempre, buscaba una respuesta, alguna señal y ella, simplemente, se enamoraba de su mirada. 

⎯¿Algún día me cantarás? ⎯preguntó Emiliano, añorando escuchar su melodiosa voz de nuevo. 

⎯No lo sé. Si pudiese recordar una canción, lo haría. 

⎯Si hago que te aprendas una, ¿lo haces por mí? 

Anaís se mueve el labio. 

⎯Solo si la tocas a piano… ⎯conesta. 

“Emiliano”, se escuchó que alguien llamó su nombre y al voltear, vio a lo lejos a Pablo del Moral, su mejor amigo de la infancia, entrando justo por la puerta. 

Emiliano se puso de pie de inmediato, quería evitar que Pablo se acercara más, sin embargo, fue demasiado tarde, llegó en dos pasos y al ver a Anaís, sonrió. 

⎯¡Anaís!, ¡pero qué milagro!, tenía años que no te veía. 

Ella se puso de pie, con una sonrisa más de cortesía que de alegría. 

⎯Pablo… 

⎯¿Lo conozco de algún lugar?, ¿tiene alguna cita con el señor Sainz? 

⎯¿Cita con el señor Sainz? ⎯ preguntó Pablo, bastante confundido⎯. No entiendo de que estás hablando, ¿cómo que no me conoces? 

⎯Pablo. 

⎯No, no sé… 

⎯Anaís. Soy Pablo, crecimos juntos en la isla… 

⎯¿Isla?, ¿qué isla? 

⎯Pablo, basta. 

⎯Sí, crecimos juntos, tú, yo, Pablo y…

⎯¡PABLO! ⎯gritó Emiliano. 

De pronto, Anaís volteó a ver a Emiliano con un rostro lleno de confusión. Él sabía que en ese instante millones de preguntas pasaban por su mente, y que en cualquier momento lo inevitable podría pasar. 

⎯¿Cómo que crecimos juntos?, ¿cómo que te conozco?, ¿de qué está hablando?, ¿qué pasa?, ¿quién es? ⎯habló desesperada. 

En ese momento, Emiliano la abrazó con fuerza, intentando contener lo incontenible. Anaís, gradualmente, sucumbió a la histeria, desembocando en un colapso mental.

⎯¡Llama a una ambulancia! ⎯ le exigió Emiliano a Pablo, quien observaba confundido. 

Anaís luchaba por contenerse, llevándose las manos a la cabeza y respirando agitadamente. La ansiedad se apoderaba de ella, y las lágrimas empezaban a asomarse.

⎯¿Qué pasa?, ¿dónde estoy? ⎯ preguntaba en murmullos, mientras cientos de imágenes pasaban por su cabeza. 

⎯Anaís, estoy aquí. Trata de concentrarte. 

⎯¿Qué sucede?, ¡basta! ⎯ gritó, para caer desmayada en los brazos de Emiliano. 

⎯¡Una ambulancia!, ¡una ambulancia! ⎯gritó Emiliano, desesperado. Alarmando a todos los comensales en el lugar. 

***

Una vez más, Emiliano se hallaba en el hospital, pero esta vez con la compañía de Pablo del Moral, su amigo, quien aguardaba a que Anaís recobrara la conciencia. Emiliano se sentía profundamente inquieto, por lo que sucedería cuando Anaís tomara plena conciencia de la situación. ¿Recordaría algo? ¿Lo olvidaría por completo? ¿Su estado de salud habría empeorado? Para obtener respuestas a estas preguntas, solo les quedaba esperar.

⎯Lo siento, en verdad yo no sabía lo que pasaba. 

⎯Lo sé… no te preocupes ⎯conestó Emiliano, observando a Anaís. 

⎯Entonces, ¿no recuerda nada? ⎯habló del Moral. 

⎯Nada y su condición empeora con el paso del tiempo. Llegará un día en que no recuerde ni siquiera como caminar o qué hacer. Anaís, está condenada y yo, solo quiero que tenga una vida feliz. 

⎯Si quieres podemos llevarla a América. Averiguar si hay algún tratamiento. Nosotros podremos pagarlo y… 

⎯No hay nada que hacer… han hecho de todo. 

⎯¿Entonces? 

Emiliano suspiró. 

⎯No lo sé. Supongo que con esta nueva Anaís, todo debe ser… a su manera.

Pablo suspiró. 

⎯Eres mi mejor amigo, pero, quiero que te vayas. 

⎯¿Cómo? 

⎯Mientras esté con Anaís, quiero que te vayas. Que no vuelvas a verme, nos comunicaremos por videollamada. Pero no quiero que vuelvas. Esto lo tengo que hacer yo, Del Moral, además, Belinda, ya tiene suficiente. 

⎯¿Belinda?, ¿ella también? ¿Cómo es que de pronto se juntaron todos? 

Emiliano se puso de pie y le puso la mano sobre el hombro. 

⎯Tú eres el único que tiene la oportunidad de tenerlo todo aquí. Ve con Nina, ve con tu hija, y déjame aquí con ella. Yo te avisaré si necesito algo, ¿vale? 

⎯Pero, Anaís también es mi amiga… 

⎯La antigua Anaís… la que está aquí, no tiene ni idea de quién eres. Y es mejor así porque, te olvidará pronto… solo escúchame y vete. 

Del Moral asintió con la cabeza y le dio un abrazo fuerte. 

⎯No sé cuáles sean tus planes, pero… te deseo suerte. 

⎯Gracias… y ya dile a esa mujer que la amas. No todos tenemos la oportunidad de hacerlo. 

Pablo del Moral vio a Anaís por última vez y salió de la habitación del hospital, dejando a sus amigos a solas. Emiliano volvió a sentarse en la silla, tomando la mano de Anaís para transmitirle su cercanía. No tenía certeza de lo que ocurriría cuando ella despertara. ¿Olvidaría todo como la última vez o algo nuevo sucedería?

Lo único que Emiliano tenía claro era que, pase lo que pase, permanecería a su lado. Anaís no estaría sola, aunque él comprendía que el desenlace podría no ser feliz.

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