Los días pasaron rápido. Marianela comenzó a ocuparse de su casa y perdió la noción del tiempo. Atrás dejó los recuerdos, la amargura y la ciudad y se concentró en la hacienda, proponiendo cambios en distintos lugares, unos que fueron aceptados de inmediato.
Al parecer, Marianela tenía un don de mando, uno que apenas había descubierto aquí. Se paseaba por el sitio pidiéndoles a los trabajadores que movieran muebles, haciendo la planeación de las comidas y rehabilitando el jardín. Salvó el huerto que tenían en la parte de atrás y enseñó a los trabajadores a regarlo para que prosperara.
Siguió con la organización de la casa: movió, quitó y reacomodó muebles. Modificó las cortinas y sobre todo, abrió los ventanales de la casa para que el viento fluyera en el día y no se sintiese tanto el calor. Cuando llegaba Rafael, el agua ya estaba preparada para que tomara un baño y ambos cenaran en ese gran comedor.
Aún no platicaban mucho en la cena, pero al menos el ambiente había dejado de ser tenso y era un poco más cordial. Él le preguntaba por su día y ella por el suyo. Respondían la pregunta brevemente y él alababa su comida. Marianela simplemente contestaba:
⎯Me alegra de que te guste. ⎯Para después continuar comiendo hasta que se termimaban el plato entero.
Rafael se quedaba en el comedor por unos momentos, tomado a sorbos el agua y admirando a su esposa. A veces no podía creer que estuviese casado con una mujer como ella, no solo por su belleza y clase, sino por su carácter. Era verdad que al verla le había gustado físicamente, pero, entre más la conocía, más le gustaba su personalidad: fuerte, decidida, orgullosa. En pocas palabras, ideal para un hombre de su profesión en tiempos de guerra.
Marianela, en cambio, aún no estaba muy segura de lo que sentía o pensaba sobre su marido. Le gustaba, sí, pero no sabía por qué. Rafael no era feo, a pesar de que no era rubio y de ojos azules como su marido. Era más bien lo que ella llamaría “tosco” o “rudo” o “aguantador”.
Él poseía un cuerpo lo suficientemente fuerte como para trabajar en el campo, así como el pulso firme para realizar una operación. Eso sí, Rafael tenía una personalidad que llamaba la atención, una voz que hipnotizaba y una mirada que la tranquilizaba. Sabía que era un hombre bueno, por cómo trataba a los trabajadores y a los niños. También que era un hombre de mundo y letrado, por la forma en que se dirigía. Ya había escuchado su historia, pero los secretos que aún guardaba en su corazón lo hacían permanecer en modo “misterio”, y eso era lo que le gustaba, el misterio, o tal vez, que siempre la veía como si fuese la mujer más bella del mundo.
Aun así, Rafael y Marianela convivían poco. Ambos seguían durmiendo en sus respectivas habitaciones, y no se veían hasta el anochecer. Ella, lo observaba desde la ventana, todas las mañanas, cuando se iba temprano a ver los cafetales. Después, ella se ponía a hacer lo suyo, le perdía el rastro, hasta que a las seis en punto Rafael entraba por la puerta de la hacienda y le daba las buenas tardes. Marianela, por educación lo esperaba al pie de las escaleras.
Se podría decir que la relación era funcional y, aunque estaban separados todo el día, Marianela sabía que no estaba sola. Era agradable para ella saber, que cenaba con alguien aunque no se hablaran, que si en medio de la noche sucedía algo, Rafael se encontraba en la otra habitación, o simplemente, el hecho de saber que estaba en compañía.
Esto último, comenzaba a agradarle a Marianela porque, por muchos años estuvo sola en una gran casa, sin hablar con nadie y simplemente tejiendo o tocando el piano. Aquí, al menos sabía que Rafael regresaba de trabajar a cierto horario, que se despertaba a cierta hora y que alguien le alababa su comida. Marianela ya no estaba sola. Pero tampoco, lo estaba Rafael.
El doctor, solía ser un alma terriblemente solitaria. No se le conocían amigos, solo colegas. Trabajaba de sol a sol y luego se encerraba en su habitación para leer hasta quedarse dormido. En el tiempo que había estado ahí, no se le había conocido alguna mujer que le gustara, es por eso que cuando llegó Marianela, todos se quedaron sorprendidos.
Ahora con su mujer ahí, se había vuelto un poco más presente. Cambiando su horario de llegada a unas horas más temprano y bajando a cenar. Antes, no hacía todo eso, pero, Marianela no lo sabía. Ella solo pensaba que su esposo era un hombre de rutinas, el resto del personal, sabía que estaba haciendo un esfuerzo por estar.
Por lo que, el día que llegó a las cuatro de la tarde y entró a la casa por la cocina, todos se quedaron en silencio, expectantes a lo que iba a decir:
⎯Dile a Jairo que me ensille un caballo. ⎯Pidió.
⎯Sí, Patrón ⎯respondió Rosario, para después salir del lugar siguiendo las órdenes.
⎯¿La señora dónde se encuentra? ⎯inquirió.
⎯Salió a ver el huerto, ¿quiere que la llame? ⎯preguntó la hija de Rosario, Yeyetzin o Yeye como le decían de cariño.
⎯No, yo la iré a buscar. Cuando esté listo el caballo me avisan, subiré a cambiarme a la habitación.
⎯Sí, patrón. ⎯Escuchó.
Rafael, ante la mirada de todos los presentes, salió de la cocina para luego tomar camino hacia las escaleras y subir. Se limpió el rostro, las manos y el pecho con una toalla de algodón, se puso desodorante y se cambió de ropa.
Cuando se sintió listo, bajó para encontrarse a Jairo con el caballo ensillado y listo para partir.
⎯Gracias.
⎯De nada, Patrón ⎯contestó el hombre.
Rafael cabalgó por el lugar, hasta llegar al huerto donde Marianela le daba indicaciones a una joven. Cuando esuchó el caballo y vio a Rafael, se limpió discretamente el rostro con un pañuelo y se arregló el peinado.
⎯Buenas tardes ⎯le saludó.
⎯Buenas tardes, regresaste temprano. La cena aún no está lista.
⎯Lo sé. Vine antes porque pensé que podrías cabalgar conmigo.
La invitación directa del doctor hizo que Marianela se sonrojara, pero, no le sorprendió. Sabía que Rafael era bastante directo y honesto, y que solía decir las cosas como eran.
⎯¿Ahora?
⎯Sí, ahora.
⎯Pero… yo no sé cabalgar.
⎯No importa, vendrás conmigo.
⎯¿Cómo que contigo? ⎯inquirió ella.
Así, el doctor le ofreció la mano y Marianela la tomó. En unos instantes sintió cómo él le tomaba el brazo y con una fuerza impresionante la jalaba hacia arriba para sentarla sobre el caballo, adelante de él. Marianela, inmediatamente, se reflejó en su mirada, y los nervios le invadieron el cuerpo. Era la primera vez que se encontraban así de cerca.
Rafael sonrió, ella se percató que no dejaba de mirarlo.
⎯¿Por qué hiciste eso? ⎯inquirió, molesta, mientras se acomodaba la falda.
⎯¿Qué?
⎯Subirme así. No tengo la ropa adecuada y me pueden ver.
⎯¿Verte qué?
⎯Pues… ⎯Marianela no quiso hablar, así que solo insinuó a lo que se refería.
⎯¿Crees que te verán por debajo de la falda? ⎯habló Rafael entre risas.
⎯Pueden hablar.
⎯De todas formas hablarán. Aquí, en la ciudad, en el pueblo, ¿qué te importa lo que piensen los demás de ti?, ¿eh?
Marianela ya no respondió, simplemente se agarró fuerte de la silla y miró hacia el frente.
⎯¿A dónde vamos?
⎯De paseo ⎯habló él, cerca de su oído. Provocando que la piel del cuello Marianela se erizara.
⎯¿Paseo?, ¿A dónde? ⎯insisitió.
Lo que el doctor no sabía era que a Marianela no le gustaban las sorpresas.
⎯¿Qué no confías en mí? ⎯contestó, mientras le pedí al caballo que comenzara a moverse, alejándose de ahí.
Ella hizo una mueca, tratando de no sonreír por completo. Después se tomó de la silla del caballo y se puso con la espada recta. El doctor, pasó sus manos por su vientre plano y la atrajo hacia su cuerpo.
⎯Relájate, si vas así todo el camino te cansarás.
⎯Pero…
⎯Solo relájate… ⎯reptitió.
Marianela pasó saliva, dio un leve suspiro, y se recargó levemente sobre el pecho del doctor. Después, él, pasó sus brazos a lado de su cuerpo y tomó las rindas. Ese simple gesto y la manera en que lo hizo, sedució a Marianela.
Ambos cabalgaron en silencio por unos minutos, solo la voz de Rafael respondiendo los saludos de los trabajadores mientras pasaban, lo interrumpían.
Gradualmente, se fueron alejando de la hacienda, hasta que entraron en una vereda solitaria, perfectamente bien hecha, y rodeada de árboles y plantas.
⎯Me comentaron que querías bajar a los cafetaleros ⎯habló el doctor en el oído de Marianela. Ella no supo si lo hacía así porque estaban muy cerca o porque él quería hacerlo de esa forma.
Aun así, Marianela tendría que contestar, no había forma de que se escapara de este momento, literal la tenía atrapada entre sus brazos.
⎯Sí, me da curiosidad.
⎯No sabía que eras curiosa.
⎯Lo soy. Además, te veo todas las mañanas cuando bajas para acá y me llamaba la atención de saber dónde ibas.
⎯Además de curiosa, observadora.
⎯Bueno, no es que tenga mucho dónde ver. El balcón da justo hacia donde está la entrada. Te tendría que ver, quisiese o no.
El doctor sonrío. A veces le daban risa las respuestas de Marianela. Eran como si quisiera justificarse de todo.
⎯Bueno, pues hoy mataremos esa curiosidad.
Marianela se quedó en silencio, mientras observaba el camino. El sol estaba por meterse, pero los rayos aún alumbraban con fuerza. Podía sentir el viento fresco en su rostro, el calor del cuerpo del doctor devolviéndole y el sonido de los grillos pidiéndole al cielo lluvia.
⎯He visto lo que has hecho con la casa. De verdad que han sido grandes cambios.
Ella sonrió.
⎯Ni tanto, no son cambios en sí. Simplemente, reacomodé unas cosas y organicé otras, no ha sido tanto.
⎯Marianela ⎯pronunció su nombre y ella notó que en sus labios sonaba diferente que en muchos otros.⎯ Te estoy alabando, y reconociendo el trabajo que estás logrando, ¿ni siquiera aceptas eso de mi parte? Digo, algo tienes que darme.
⎯Bien ⎯contestó⎯, muchas gracias.
⎯De nada. Creo que desde que llegaste la casa fluye más. Como sabes, yo no había tenido mucho tiempo para ver eso y ahora, nuestro hogar está mejor.
“Hogar”, esa palabra era algo que Marianela había dejado de escuchar hace mucho tiempo. Con su padre lo tenía y después Genaro se lo prometió, pero jamás se lo dio, ahora Rafael lo mencionaba, ¿qué pasaría ahora?
⎯Pues me alegra que los cambios sean notorios. Yo solo quería que todo estuviera mejor organizado y cómodo.
⎯Entonces… gracias ⎯susurró en su oído el doctor, y ella se sonrojó⎯ .Lo que he notado es que no has ido a la biblioteca donde está el piano, ¿qué no te gustó?
El caballo seguía cabalgando por la vereda, y el silencio era tan imponente que ella pensó que se podían escuchar los latidos de sus corazones.
⎯Si he entrado. Tomo los libros y los subo hacia la habitación. El piano… ⎯dudó en decirle.
⎯¿El piano no te gustó? Yo no sé mucho de pianos y me dijeron que era el mejor…
⎯Es bueno, solo qué… ⎯suspiró.
⎯¿Qué? ⎯insistió
⎯No me gusta tanto tocar el piano. No me lo tomes a mal, si me gusta, solo que desde que murió mi padre perdí el interés.
⎯No lo sabía, lo siento.
⎯No, está bien…
⎯Si quieres puedo pedir que se lo lleven y…
⎯No, no… déjalo, se ve bonito ahí.
Rafael sonrió.
⎯Como lo decidas, Marianela.
Ella volteó a verle. Por un instante sus rostros quedaron tan cerca que casi roza sus labios.
⎯¿Así nada más?
⎯¿Cómo?
⎯Lo digo y lo acatas… ¿No habrá enfrentamiento?
Él sonrío. A Marianela le gustaba la sonrisa de su marido, no era tan amplia pero tampoco reducida. No mostraba los dientes y se le formaban hoyuelos en las mejillas. Tenía una ligera inclinación de lado que la hacía sumamente seductora.
⎯Vamos, estoy de buen humor, no busco pelear.
⎯No quiero pelear, solo que… hace días me pedías que te convenciera y hoy, te lo pido y lo acatas de inmediato.
⎯Bueno, es que no es lo mismo una bodega a un piano. Además, sigo esperándo a que me convenzas.
⎯¿Aún debo hacerlo?, pensé que con todo lo que había hecho en la casa ya era suficiente.
Él se río bajito.
⎯¿O, eres de los que quiere que los alaben y convenzan? ⎯Finalizó ella.
⎯Bueno, es que, en verdad, jamás me han convencido o tratado de convencer.
Ella giró su cuerpo y lo vio a los ojos, esta vez de forma más juguetona.
⎯¿Cómo es eso posible, Doctor Guerra?
⎯Lo es. Siempre he sido yo el que trate de convencer a las personas para obtener algo. Tuve que convencer al señor Casas para que me vendiera el terreno para poner mi clínica, tuve que convencer a todos estos trabajadores de que se quedaran conmigo y que no se fueran…
⎯Tuviste que convencer a mi abuela para que te dejara casar conmigo.
Rafael negó con la cabeza.
⎯No, a ella no la tuve que convencer, ella ya estaba convencida de que debías casarte, solo tuve que…
⎯Llegarme al precio.
⎯Así es… pero, si me dejas decírtelo, creo que tu abuela me di un precio muy bajo.
⎯¿Quieres decir que valgo más?
Él negó.
⎯No. Lo que quiero decirte es que no hay precio para ti, Marianela. Ni el hombre más rico del mundo podría llegar a la cantidad.
Marianela sonrió y se sonrojó.
⎯No mientas.
⎯Es verdad. Eres una mujer valerosa. Tu abuela pudo haber pedido toda mi hacienda y aun así no llegar al precio.
⎯No seas tonto ⎯dijo con cariño⎯, si te pidiera la hacienda, ¿dónde vivirías?, o, ¿hubiese perdido todo con tal de tener a una esposa cómo yo? No lo creo.
Rafael, en un gesto de ternura, tomo el mechón que le caía y lo acomodo por detrás de la oreja. La piel de Marianela volvió a erizarse.
⎯Pues, te hubiese construido una casa con mis propias manos. No tan grande con una hacienda, pero, lo suficiente para que pudiéramos vivir con dignidad. Eso sí, tendría una mejor bodega.
Marianela se río bajito, con la broma del doctor.
⎯¿A caso te hice reír? ⎯preguntó él animado.
⎯Tampoco soy de piedra, ¿sabes? Aunque así parezca.
⎯Nunca pensé que lo fueses… En fin, he vivido mucho tiempo en la pobreza, sé cómo manejarla… la situación aquí es… ¿Tú me seguirías a mí?
Ella se quedó en silencio. Si eso le hubiesen preguntado hace tiempo, posiblemente la respuesta sería un no contundente. Sin embargo, en sus circunstancias, con la actitud de su abuela y la vida que le esperaba, la oferta del doctor podría sonar tentadora.
⎯Sé la respuesta, simplemente quería preguntar.
⎯Que no hable, no quiere decir que sea una respuesta. Tal vez lo estoy considerando y acabas de perder tu oportunidad.
El doctor sonrió.
⎯¿Entonces tendría oportunidad?
⎯No lo sé… ahora te tocaría convencerme ⎯respondió Marianela coqueta.
El caballo se detuvo, y el doctor bajo de él con una facilidad impresionante. Después le pidió a Marianela que le diese la mano para bajarse. Ella extendió el brazo y momentos después el doctor, con una destreza y cortesía innatas, la tomó suavemente de la cintura. Esta quedó aprisionada por la mano firme y segura de Rafael, y por un breve instante, sus cuerpos estuvieron extraordinariamente próximos, casi fusionados. La distancia entre ellos se redujo a la mínima expresión, y en ese íntimo encuentro, sus respiraciones se entrelazaron de manera casi imperceptible.
El tacto de Rafael, aunque caballeroso, transmitía una sensación de calidez que hizo que Marianela se estremeciera ligeramente. Era una cercanía que despertaba emociones en ambos, una conexión que trascendía las palabras. El mundo exterior parecía desvanecerse mientras se miraban profundamente a los ojos, compartiendo un instante de intimidad que habían creado juntos.
⎯¿Qué pasa? ⎯inquirió Rafael.
⎯Solo… me preguntaba sobre tus ojos, son verdes.
⎯No solo heredé de mi padre su dinero… también su color de ojos.
⎯Ya veo… ⎯ pronunció ella, con tiento.
⎯¿Vamos?, los cafetales quedan cerca.
⎯Sí, claro.
Ambos comenzaron a caminar por la vereda, hasta que llegaron al sitio deseado. Marianela no pudo contener el asombro al ver el hermoso paisaje que se extendía hacia ella.
Los cafetales al atardecer se transformaban en un escenario mágico, bañados por los últimos rayos de sol que descendían lentamente en el horizonte. El aire se impregnaba con la fragancia dulce y terrosa de las plantas de café, creando una atmósfera embriagadora y relajante.
Los arbustos de café, meticulosamente alineados en hileras interminables, se alzan con sus hojas verde oscuro, reflejando la riqueza de la tierra. Las hojas capturan las últimas pinceladas de luz dorada, creando destellos verdes en un mar de sombras. Los racimos de cerezas maduras colgaban de las ramas, listos para ser cosechados, y sus colores rojo intenso añadían un toque vibrante a la paleta de la naturaleza.
A medida que el sol se ocultaba, su luz dorada se filtraba a través de las hojas, creando un juego de sombras y destellos dorados en el suelo, provocando que los cafetales adquirieran una tonalidad dorada.
El sonido de la vida silvestre comenzaba a despertar mientras aves exóticas revolotean entre los arbustos, buscando refugio para la noche. Los grillos y las cigarras entonaban sus melodías, creando una sinfonía natural que acompaña el atardecer.
Marianela tenía el rostro iluminado. Jamás en su vida había visto algo así.
⎯Es… hermoso.
⎯Lo sé. También los amaneceres son bonitos. Ven.
El doctor la tomó de la mano y juntos comenzaron a caminar entre las veredas formadas por los arbustos alineados.⎯ Mi padre dejó todos los cafetales llenos de plaga. La cosecha de ese año se perdió por completo. Los trabajadores tenían que migrar a otro lugar debido a esto, pero, la guerra se desató.
⎯Qué lástima.
⎯Así que los convencí para que se quedaran, me ayudaran a salvarlos y les prometí la paga adelantada de un año. Tuve la suerte de que me creyeran, y me ayudaron a sanar las tierras. Ahora, están así.
⎯Pues, se ven hermosas.
Rafael tomó uno de los racimos y lo observó.
⎯A veces no puedo creer que, a pesar de la guerra, todo esto está prosperando. La hacienda gracias a ti se ve más bella que nunca y las tierras estarán listas para la próxima cosecha. Espero que no vuelva a caer otra plaga.
⎯¿Por qué haces esto?
⎯¿Qué? ⎯preguntó el doctor, volteándola a ver.
⎯Sanar las tierras, embellecer la hacienda, si no tienes a quién heredársela.
⎯Pero, ¿aquí vivimos, no? ⎯respondió⎯ ¿qué no te agrada tener una casa así de bonita?, ¿qué uno solo debe mejorar sus tierras para poder dejarlas? Yo creo que debemos aprovecharlas, valorar lo que tenemos. Después me preocuparé o te preocuparás por heredarlas. Aunque, en estos momentos de guerra e inestabilidad se ve difícil. Por eso te pregunté, ¿si nos quitan las tierras, vendrías conmigo?
Ella suspiró.
⎯No nos las quitarán.
⎯¿Cómo lo sabes?
⎯Los soldados no quitan las tierras…
⎯Yo jamás hablé de los soldados ⎯respondió él.
Marianela caminó sola, tocando con las manos los arbustos, hasta que sintió un pellizco en la mano y se quejó. Rafael fue hacia ella para revisar lo que sucedía.
⎯Debes de tener cuidado, te puedes astillar.
El doctor, como siempre, observó la mano de Marianela con una adoración que ella jamás había sentido.
⎯Al parecer solo fue un leve rasguño, no se caerá el dedo ⎯bromeó de nuevo.
Los ojos de Marianela se posaron en él y de nuevo, esa intensidad poseyó su cuerpo. Esa mirada verde, que se confundía con esmeraldas, la desnudaba por completo y le llegaba al alma, le comunicaba todo sin que él usara palabras.
El doctor siguió acariciando la palma de su mano, haciendo movimientos circulares, y asegurándose de que todo estuviese bien. Poco a poco sus cuerpos se fueron juntaron, llenos de complicidad y atracción. Los latidos de sus corazones se sincronizaron en un compás acelerado. En un instante que parecía detener el tiempo, sus rostros se acercaron uno al otro, sus labios se encontraron en un beso apasionado y espontáneo.
Fue un beso robado por la pasión y la urgencia del momento, un beso que selló aquel atardecer a solas, un primer beso que los hizo describirse más allá de las palabras. Los labios de Marianela y el Doctor Guerra se fundieron en un abrazo ardiente, como si el mundo entero desapareciera a su alrededor. El aroma a café y tierra mojada se mezclaba con el sabor dulce de sus labios, creando una experiencia sensorial inolvidable.
Los labios de él, a diferencia de sus manos, que habían estado tan firmes y segura, momentos antes, resultaron ser sorprendentemente suaves y tiernos. Eran como pétalos de rosa que invitaban a ser besados una y otra vez. Cuando sus bocas se encontraron en ese apasionado beso, pareció como si ambos hubieran encontrado la armonía perfecta.
El roce inicial fue lento, como si estuvieran explorando un territorio nuevo y emocionante. Sus labios se ajustaron con una precisión sorprendente, como si estuvieran hechos el uno para el otro. No había prisa en ese momento, solo una sensación de conexión profunda y anhelante.
La intensidad aumentó gradualmente a medida que sus besos se volvieron más apasionados. Sus bocas se coordinaron de manera natural, como si hubieran estado esperando este momento durante mucho tiempo. Cada beso era un eco del deseo que ardía entre ellos, y se entregaron a esa pasión con todo su ser. El tiempo pareció detenerse mientras se besaban, solo existían ellos dos, atrapados en un torbellino de emociones y sensaciones.
Finalmente, cuando se separaron, sus labios quedaron enrojecidos y húmedos, y sus respiraciones se mezclaban en el aire. Habían experimentado algo poderoso y profundamente significativo. El beso fue la culminación de la tensión que había estado creciendo entre ellos desde el momento en que se conocieron, una explosión de deseo contenido y emociones intensas. Sus manos se aferraron con fuerza mientras se entregaban al calor del momento, sabiendo que este beso había marcado un punto de no retorno en sus vidas.
Marianela se separó de los labios del Doctor Rafael Guerra, una mezcla de asombro y deseo palpable en su rostro. En ese breve, pero ardiente instante, había experimentado una oleada de emociones abrumadoras que la habían dejado sin aliento. Su corazón latía con fuerza en su pecho, como un tambor retumbante en medio del silencio de los cafetales al atardecer.
Su cuerpo entero parecía haber cobrado vida propia. Sentía cómo sus piernas temblaban levemente, como si el terreno bajo sus pies se volviera inestable. Las manos, que aún las sostenía el Doctor Guerra, estaban húmedas por el sudor de la tensión y la pasión compartida.
Marianela nunca había experimentado una sensación tan abrumadora en su vida. La pasión que había brotado entre ellos en ese beso inesperado la había consumido por completo. Se dio cuenta de que todo lo que había sentido antes, todas las inseguridades y miedos que la habían atormentado desde que llegó a la hacienda, se habían desvanecido en ese momento mágico.
Sus ojos se encontraron con los del Doctor Guerra, y en ese intercambio de miradas, ambos entendieron que habían cruzado un umbral. El deseo que compartían era innegable, y aunque podía sentir el rubor en sus mejillas, también podía ver el deseo reflejado en los ojos intensos y profundos del doctor.
Marianela sabía que este beso había cambiado todo, que ya no podrían volver atrás. Aunque el temor y la incertidumbre seguían acechando en su interior, también sentía una fuerza recién descubierta que la impulsaba hacia lo desconocido. Había un mundo de posibilidades frente a ella, y todo comenzó con ese beso que los unió de manera irrevocable en medio de los cafetales dorados por el sol poniente.
uuuyyy… pura pasión!!!
y, ¿cómo se tratarán de ahora en adelante? ¿Marianela reconocerá lo que está sintiendo por el doctor?, se permitirá sentir y comenzar una relación?