13 años antes
La mansión de los Montenegro era blanca, completamente blanca. De paredes, muebles, tapetes y sábanas blancos, parecía cubierta de nieve. A Geraldine Salamanca de Montenegro le gustaba ese color, al grado de que su ropa también lo llevaba.
Sin embargo, el color blanco cumplía con dos funciones en aquella mansión. La primera, era para darle un aspecto de frescura al lugar y la segunda era para asegurarse de que la servidumbre hiciera bien su trabajo.
Geraldine Salamanca, era obsesiva – compulsiva con la limpieza. No le gustaba el desorden, y tampoco el ruido. Sufría de migrañas, así que cualquier sonido que pudiese provocarla estaba fuera de los límites de la casa.
Podría sonar a una locura, pero, el tener una mansión blanca sí le servía para mantener todo limpio. El sitio siempre estaba impecable, sin ninguna huella o mancha. Brillaba no solo por los colores neutros, cuidadosamente escogidos o por la luz que entraba por los ventanales, sino por los productos de limpieza que dejaban todo como bola de cristal.
No obstante, los protagonistas de la mansión de los Montenegro eran: el jardín y la biblioteca. Ambos separados por un enorme ventanal que le brindaba una vista fenomenal, así como un adorno natural a la habitación.
El jardín, cuidadosamente diseñado, era un paraíso verde, con caminos serpenteantes que llevaban a través de exuberantes parterres de flores y arbustos bien cuidados.
Por otro lado, la biblioteca era la joya de la casa, y la que pocos usaban. Con estantes de madera fina que se alzaban del piso al techo, albergando colecciones desde las más antiguas hasta las más modernas.
Se decía, que después de visitar esos dos lugares, el resto de la casa era simple, sin chiste y color. Que lo único que resaltaba en los muros, eran las fotografías familiares que mostraban la dinastía. Eso sí, todas en blanco y negro para ir con el “mood”.
Los Montenegro se destacaban en el área de la farmacéutica. En pocas palabras, habían inventado una píldora milagrosa que los había hecho ricos, tan ricos, que ya no sabían qué hacer con su dinero.
La generación que vivía en esta mansión era la cuarta, una que seguía disfrutando de los beneficios del invento y sobre todo del poder y el prestigio ganados a pulso durante años; ésta no sería la última que lo hiciera.
Gracias a esto. Todos los Montenegro eran doctores y lo habían convertido como un deber del apellido. Si se deseaba quedarse con la empresa, se debían tener conocimientos en el área. Por eso, había primos y tíos doctores, haciendo fortunas por su cuenta y cuidando el patrimonio que el primer Montenegro habría dejado.
Ese era el destino de Carlos Montenegro, el hijo único de Mario Montenegro y Geraldine Salamanca. Ambos tenían en su hijo una fe inquebrantable de que llegaría a ser el mejor de los médicos y así heredar la empresa. Tenía que ganarle a su primo, Gastón Montenegro, porque Mario deseaba tener aún el control de la empresa.
En este mundo competitivo, Carlos solo era un muchacho de quince años que estaba a un día de cumplir los dieciséis, y no pensaba en nada de lo antes relatada. Él solo tenía en la cabeza el viaje al Caribe Mexicano que se había perdido y el que tendría que celebrar su cumpleaños en la mansión; además del ensayo sobre la Segunda Guerra Mundial que debía entregar.
Estaba aburrido, era verano, su mente estaba en otro lado y lo que más le molestaba era el hecho de pasar dos meses así. Había dejado la escuela de lado para enfocarse en su práctica de futbol y en sus clases de equitación, y ahora pagaba las consecuencias.
Llevaba horas en frente del ordenador, con los ojos fijos en la pantalla y tratando de resumir cincuenta cuartillas en unos cuántos párrafos para entregar. Subrayaba y leía de mala gana. Le había pedido a su padre que sobornara al maestro para que lo pasara, pero, en un arranque de ética y el bien hacer, su padre le dijo que no, robándole sus vacaciones.
Carlos suspiró, dejó la pluma al lado y se dejó caer sobre el respaldo de la silla. Se llevó las manos al rostro y luego las subió con furia hacia el cabello rizado.
⎯¡Mierda! ⎯ murmuró.
Vio el reloj, marcaban las cinco de la tarde, si seguía así jamás terminaría. Así que se levantó, pensando que tal vez un paseo por la solitaria mansión le ayudaría a distraerse y ordenar sus ideas. «¿Cuáles ideas?», pensó, él solo quería salir de ahí.
Bajó descalzo, sintiendo la frescura del suelo en medio de un verano caluroso y sin camisa. A Carlos le gustaba mostrar su pecho bien formado, resultado de las horas pasadas en el gimnasio familiar. Caminó hacia la cocina, mientras escuchaba el silencio de la casa.
Sus padres estaban de viaje. Su madre había caído en una crisis y la medicina había sido un viaje a Bali por dos semanas. Cuando su padre la engañó, la solución fue un crucero por las Islas Griegas y, un viaje a Nueva York para poder pagar las ausencias. Carlos pasaba la mayoría del tiempo solo en casa, mientras sus padres viajaban para arreglar su matrimonio. En cierto punto les servía, pero no por mucho tiempo. Meses después, otro viaje surgía y él volvía a quedarse en la casa.
El joven Montenegro vivía, pues, en la casa, acompañado de tres sirvientas y dos choferes. Jenny, era la más antigua de ellas, la única que su madre no había despedido en años. Ella había llegado mucho antes de Carlos, incluso ella había sido su niñera. Jenny era la mujer de confianza de los patrones y le encargaban el manejo de la casa. Era la única de las sirvientas que Carlos respetaba y hacía caso, los demás no tenían poder sobre él. Su carácter egocéntrico y sus maneras altivas, podían más que cualquier cosa. Solo Jenny se atrevía a llevarle la contraria.
«Yo te cambié los pañales y te limpié la mierda porque tu madre no podía, ¿crees que puedes llevarme la contraria?», siempre le decía. Y no, claro que no podía.
⎯¿No hay soda, Jenny? ⎯ le preguntó Carlos a la mujer, que se esforzaba por hacer la cena para que estuviese a tiempo.
⎯No, no compré. Recuerda que tu madre tiene una nueva política de cero azúcar en la casa ⎯ respondió con educación y firmeza.
Carlos resopló. ⎯¿Ves a mi madre aquí?
⎯No, pero yo solo sigo órdenes, Carlos.
Carlos azotó la puerta del refrigerador, en señal de molestia, después tomó una copa y se dirigió a la pequeña cava de la cocina. Jenny fue hacia él y lo detuvo.
⎯Si crees que te dejaré tomar vino, estás loco. ⎯ Sentenció.
⎯¿Entonces, qué tomaré?, tengo sed ⎯ le contestó, en tono retador.
⎯Allá hay mucha agua. ⎯ Le señaló la mujer. Carlos volteó hacia la alacena y vio las botellas con agua ⎯. Toma una y vete, que estoy muy ocupada.
Carlos refunfuñó. De mala gana fue a la alacena y tomó una botella con agua. La abrió en un movimiento y tomó un sorbo. ⎯ Más te vale que esa cena sepa rica. ⎯ Amenazó.
Jenny sonrío. ⎯ Es lo único que habrá, o qué, ¿si no te gustas te conocieras solo?
Carlos se quedó en silencio, ya no le respondió. Sin embargo, sacó un billete de denominación alta y lo arrojó hacia la isla que se encontraba en medio de la cocina. ⎯ Compra soda de la que me gusta. Me paso la política de cero azúcar por el culo. ⎯ Y diciendo esto, salió de ahí.
El joven caminó de nuevo por la casa hacia las escaleras. Se encontraba molesto, no solo se tenía que quedar el verano, sino que, su madre, se le había ocurrido quitarle lo único bueno que había en ese refrigerador.
⎯Cero azúcar, ¡qué estupidez! ⎯ murmuró quejándose.
Estaba por subir las escaleras, cuando algo en la biblioteca llamó su atención. Con pasos largos y perezosos se dirigió hacia allá y, al entrar, pudo ver a una joven de su edad, vistiendo ropas frescas y con la mirada atenta a la pantalla del ordenador.
Ella murmuraba, recorría con su dedo un renglón escrito y después volteaba al libro para releer la información. Aquella joven era Martha, la hija de Jenny. Su madre la había traído a vivir a la mansión cuando ella contaba con seis años. Su padre, por alguna razón, que Carlos desconocía, la apreciaba y la había inscrito en el mismo colegio de prestigio que a él.
Sin embargo, a pesar de vivir en la misma casa y asistir al mismo colegio, Carlos no le dirigía la palabra. Su madre le había prohibido que se llevara con la hija de la servidumbre y le había creado ciertos complejos que el joven había adoptado hacia ella. Además, si se llegaban a enterar sus amigos que había una amistad entre ellos, sería su muerte social.
Por esa razón, Martha y Carlos, no se hablaban, ni se miraban. En la escuela, ella era completamente invisible para él como en la casa. Carlos, gustaba hablar mal de ella junto con sus compañeros, aunque Martha jamás le había hecho nada, y le molestaba que sus amigos le hicieran burla a él por compartir escuela con la hija de la chacha.
Martha, en cambio, no decía nada, lo evitaba a toda costa. Cuando el chofer los llevaba a la escuela, ella iba adelante, en el asiento del copiloto, sumergida en un libro y se bajaba dos cuadras antes para llegar caminando. A la salida, ella se regresaba sola caminando y entraba en la mansión para desaparecer hasta el día siguiente. Por eso fue que a Carlos le llamó la atención verla sentada en su biblioteca.
Él se acercó con cautela, para no hacer ruido. La vio concentrada, jugando con su cabello amarrado en una trenza y subrayando con precisión. Notó que hacía el mismo ensayo que él debía hacer, pero, de otra época de la historia, ¿sería que la perfecta Martha también estaba haciendo escuela de verano para no reprobar el semestre?
⎯¿Qué haces? ⎯ preguntó Carlos, en tono alto y cerca del oído.
Martha saltó, se llevó la mano al pecho a la altura del corazón y volteó a ver a Carlos. Parecía sorprendida, como si no pudiese creer que él estaba ahí.
⎯Tu papá me deja usar el ordenador de la biblioteca para hacer mis deberes ⎯ habló con cautela.
Carlos tomó un sorbo de agua mientras la mirada de arriba para abajo. Era la primera vez que la veía tan de cerca. Siempre era de lejos y con el horrible uniforme de la escuela que no daba forma a su cuerpo. Hoy, ella vestía una blusa tejida de tirantes y unas bermudas que dejaban ver sus piernas sorprendentemente bien torneadas.
⎯¿Qué no tienes una? ⎯ preguntó Carlos, en ese tono burlón que siempre empleaba con ella.
Martha negó. ⎯ No puedo pagarlo.
Carlos sonrío. Abrió la silla que estaba al lado y se sentó. ⎯ Ese ordenador era mío, ¿sabes?, es viejísimo, de generaciones de Apple pasadas. Mi padre me compra uno nuevo cada año. ⎯ Presumió.
Ella encogió los hombres. ⎯ Sirve, que es lo que importa.
⎯No es tan rápido como el mío.
⎯¿De qué te sirve tener uno tan rápido si no puedes escribir tu ensayo? ⎯ contestó ella.
Carlos se quedó en silencio, «¿cómo se atrevía a contestarle así la hija de la chacha?». Luego recordó que Martha era una adolescente como él, y que le era imposible respetarlo como un superior. Así que no lo tomó como ofensa.
⎯¿Cómo sabes que no lo he escrito? ⎯ preguntó con presunción.
⎯Solo lo sé. Tus amigos y tú se pasaron todo el semestre faltando a clases y ahora debes hacer verano para no reprobar. Son unos idiotas.
⎯Al menos yo no soy una pobretona, hija de la chacha, usando ordenadores prestados. ⎯ La insultó, como siempre lo hacía.
Martha suspiró. Tomó el libro y clavo su mirada en él. ⎯ Buena suerte con tu ensayo. ⎯ Proclamó, para después ignorarlo.
Carlos la observó. La hija de la sirvienta era fiera, pero eso le gustó. Así que pasó por alto, de nuevo, su respuesta y se quedó ahí.
⎯Si sabes que estás en mi escuela porque mi padre la paga?, no te creas tanto.
Sin embargo, Martha no cayó en sus provocaciones, continuó leyendo como si no escuchara nada. Estaba acostumbrada a ignorar a Carlos, y eso le molestaba a él, porque siempre buscaba atención. De pronto, Martha guardó su ensayo, cerró el libro y apagó el monitor.
⎯Suerte en tus cursos de verano ⎯ le dijo, para ponerse de pie y caminar hacia la entrada.
Carlos no se quedó ahí, se levantó de inmediato y se adelantó para quedar frente a Martha y prohibirle que saliese de ahí. Ella se detuvo, con la mirada en el suelo y abrazando el libro viejo y despostillado.
⎯¿Por qué estás haciendo el curso?, ¿a caso la perfecta Martha reprobó? ⎯ Continuó molestándola.
Martha se quedó en silencio, no estaba acostumbrada a que Carlos estuviese tan cerca de ella y mucho mejor que entablara una conversación de más de tres diálogos. Ella se acomodó la trenza, levantó la vista y cuando sus pupilas se conectaron, él sonrío.
⎯Adelante veranos para no compartir clases contigo ⎯ confesó.
⎯¿Cómo?
⎯Tú no te das cuenta por qué comúnmente los veranos te vas de viaje, así que yo aprovecho para adelantar las clases que me tocarán contigo. El próximo semestre compartiremos historia nacional, matemáticas y Literatura, así que los estoy adelantando para no encontrarme contigo, ¿feliz?
Martha dio un paso hacia delante y Carlos la tomó del hombro. ⎯ Espera, ¿estás diciendo que todos los veranos adelantas clases para no estar conmigo?, ¿quién no querría estar conmigo?
⎯Yo. Me molestas lo suficiente en los pasillos como para que lo hagas en clase. Tómalo como una cortesía de mi parte para que no te estén molestando y como un acto de paz mental para mí. Ahora, si me disculpas, debo irme.
Martha intentó de nuevo salir de la biblioteca, pero el cuerpo de Carlos se lo prohibió. Ella suspiró, tratando de tranquilizarse. Si hubiese sabido que Carlos estaba en casa, hubiese salido por la noche a hacer su ensayo y no en plena tarde.
⎯No puedo creer lo que me estás diciendo.
⎯¿Qué es tan difícil de creer? ⎯ dijo ella ⎯. Te estoy evitando, manteniéndome invisible. Mira, que si hubiera sabido que estabas haciendo verano y te encontrabas en casa no hubiese salido de mi habitación.
⎯Bueno, es que en tu habitación no hay ordenador porque, no lo puedes pagar ⎯ respondió él.
Martha alzó la mirada y con tono firme, le dijo. ⎯ Mira, comprendo que esta es tu casa y yo soy la hija de la chacha. Pero te voy a pedir que al menos aquí me dejes en paz. Escucho tus burlas e insultos todo el semestre, como para hacerlo también en verano. Si no tienes nada más que decir o hacer, te pido que me dejes ir, ¿vale?.
⎯¿Por qué tendría que dejarte ir? ⎯ insistió, y esta vez echó su cuerpo hacia adelante.
A Carlos le gustaba intimidar a las personas. A su edad ya era bastante alto y eso le ayudaba para imponerse. Lo hacía seguido con las chicas, ya que su resultado era positivo. Ellas caían a sus pies.
⎯Me tienes que dejar ir, porque, si no pasas el verano, la hija de la chacha se graduará antes que tú, e irá a la universidad primero. Imagínate las burlas.
Martha empujó levemente a Carlos para hacerlo a un lado, y después caminó hacia la puerta. Él se quedó en silencio, Martha lo había dejado sin palabras, y eso le molestó. Sin embargo, sabía que Martha podría ayudarlo a con la tarea y no le convenía enojarse con ella.
⎯Ayúdame ⎯ se escapó de sus labios.
Martha volteó a verle. ⎯ ¿Por qué habría de ayudarte?
⎯Porque es tu deber ⎯ comentó.
Martha se río, lo hizo ligeramente. Era la primera vez que ella podía burlarse libremente de Carlos. ⎯ ¿Es mi deber?, ¿de qué manera?, dime que no es por el simple hecho de que mi madre trabaja para ti. ⎯ Carlos se quedó en silencio, en realidad por eso lo había gritado ⎯. ¿Entonces piensas que porque mi madre trabaja para ti, yo también debo hacerlo?
⎯No pues…
⎯ ¿Te quedaste sin palabras?, cierto, porque tu grupito de amigos idiotas no está aquí para seguirte el juego, y no sabes qué contestarme. ¡Qué triste!, en fin. Suerte.
⎯Ese actitud no la conocía de tu parte, Martha chacha.
⎯Y no tendrás el placer de conocer más. Ahora, suerte con tu ensayo.
Martha, finalmente, salió de ahí. Caminó por el corredor que llevaba a la cocina, pero, antes de entrar, sintió la mano de Carlos, tomándole el brazo y llevándola lejos de ahí. Ella pensó que, en seguida, se desatarían una bola de insultos y burlas, así que se preparó para aguantar. Sin embargo, lo que escuchó la sorprendió bastante.
⎯Necesito que me ayudes.
⎯¿Qué? ⎯ preguntó sorprendida, Martha.
⎯No te lo volveré a repetir, ¿puedes o no? ⎯ contestó Carlos, viendo hacia el pasillo.
Martha también lo vio de reojo. Al parecer, Carlos tenía un sentido de persecución muy grande, ya que pensaba que hasta en su propia casa le podrían decir algo por hablarle.
⎯¿Ayudarte a qué?
⎯Ya te dije.
⎯No, dime. En verdad no te escuché.
Carlos la pegó un poco más a la pared y entre dientes le dijo. ⎯ Necesito que me ayudes.
⎯¿A qué?
⎯A pasar el verano. ⎯ Agregó, a duras penas.
⎯Ayuda de mí, ¿Martha la chacha? ⎯ le dijo en tono sarcástico. Martha negó con la cabeza ⎯. Si crees que me pasaré todo el verano haciéndote las tareas para que tú pases, estás muy equivocado.
⎯Te pagaré lo que quieras. Es más, te compraré un ordenador portátil, nuevo. Así no tendrás que usar el de la biblioteca. ⎯ La sobornó. Martha pudo aceptar de inmediato, ya que todavía le faltaban dos semestres de escuela y podría ocupar el ordenador portátil, pero tenía motivos para ayudar a Carlos. Él no se comportaba bien con ella y solo sería celebrar su idiotez.
⎯No.
⎯Te lo pido. ⎯ Insistió.
⎯Dime una buena razón.
Carlos suspiró. ⎯ Si repruebo un semestre perderé mi lugar en la universidad y no podré entrar a medicina. Te lo pido.
Martha suspiró. Carlos en verdad era insoportable, pero, supo que podría sacar provecho de la situación. Tal vez no un ordenador para ella, pero sí otra cosa.
⎯Vale, pero, no haré las cosas por ti.
⎯¿Cómo?
⎯Lo que escuchas. Seré tu tutora. Me pagarás porque yo te enseñe como hacer las tareas que te dejen. Será todos los días a esta hora, no puedes llegar tarde, tengo otras cosas qué hacer.
⎯¿Cómo qué?
⎯A ti no te importa. Es mi oferta, tómala o déjala. Al fin y al cabo, yo no tengo nada que perder, tú sí.
Carlos se rio. ⎯¿En serio estás haciendo una negociación?
⎯Así es.
⎯¿Qué saben las chachas de negociaciones?
⎯Pues, al parecer mucho más que el niño rico que no sabe hacer un ensayo ⎯ habló.
Carlos alzó la vista hacia el techo, suspiró. No entendía nada de lo que estaba pasando, si sus amigos se enteraban de lo que acababa de pasar, seguro y estaba muerto.
⎯Vale.
⎯Está bien, te cobraré por hora y lo harás todo tú.
⎯Usaremos el ordenador de mi cuarto.
⎯No puedo subir a los cuartos de los patrones ⎯ contestó Martha ⎯, así que tendrá que ser en la biblioteca.
⎯¿Por qué me llevas la contraria? ⎯ preguntó Carlos, algo enojado.
⎯Para ti, si no hacemos lo que quieres, es llevarte la contraria. No puedo subir, mi madre me lo prohíbe y si quieres ayuda, tendrá que ser aquí abajo, donde pueda estar. Si no, ya te dije, a mí me da igual, no tengo nada que perder.
⎯Bien, bien, pero, cerramos las cortinas de la biblioteca.
⎯¿Qué?, ¿temes que los pájaros te vean conmigo? ⎯ le dijo coqueta. Carlos sonrió levemente. Solo por un instante se olvidó de sus prejuicios y le agradó su chiste.
⎯No, no es por eso, me distraigo rápido con los ventanales.
Martha elevó la ceja. ⎯ Vaya, Carlos Montenegro admite que tiene un defecto.
⎯No seas llevadita, Chacha. Ahora, ayúdame con mi ensayo, que tengo que entregarlo mañana.
Martha negó. ⎯ Lo siento, me tengo que ir a trabajar. Te puedo ayudar mañana.
⎯Pero es para mañana, ¿qué parte de eso no entendiste? ⎯ le dijo.
⎯Entendí todo, pero tú hubieras hecho esta negociación antes ⎯ le contestó. En ese instante, sus miradas se cruzaron y se sintió la tensión flotando en el ambiente.
Al principio, sus miradas fueron incómodas, debido al contexto en el que se habían encontrado. Las miradas eran intensas, como si estuvieran tratando de descifrarse uno al otro y entender la razón de su inesperado encuentro.
Sin embargo, después de un tiempo, las miradas se tornaron cómodas. Él notó cómo los ojos de Martha tenían un brillo miel muy bonito y una mirada que transmitía mucha seguridad. Ella notó que Carlos era un hombre herido, abandonado y solitario, y que toda esa fachada de niño, idiota y bruto, era solo para protegerse.
Supo que lo había adivinado cuando él habló. ⎯ ¿Qué?, ¿ves algo que te gusta, chacha?
Martha desvió la mirada.
⎯ No, solo veo un tonto que no sabe escribir. Nos vemos mañana.⎯ Se despidió, alejándose de él lo más rápido posible.
Por un instante, Carlos no se había sentido solo, ahora que ella se había ido, la casa volvía a sentirse en soledad.
😍 ya quiero conocer la historia de esta pareja. Encantada con lo que va hasta el momento
Owww, owwww, owwww, que manera de atraparme!!!
Será que se convertirá en otra Saga??? No los conozco aún pero ya los quiero, Carlos y Martha, serán mi próxima adicción.
Ana eres maravillosa, con la escritura, todas las picaflorcitas lo creemos, sólo falta que tú te la creas!!!
Pobre Carlos, está tan solo, bueno, estaba….