Martha tenía dos trabajos, uno entre semana y otro los fines de semana, estaba acostumbrada a trabajar. Desde pequeña tuvo que emprender para poder comprarse lo que quería, porque su madre solo le podía comprar lo que necesitaba. 

El primer trabajo de Martha, a los diez años, fue ayudarle al padre de Carlos en el campo de golf, recogiendo las pelotas y ganarse unas propinas para poder comprarse la muñeca que quería, los colores de moda que todos tenían, pero que eran demasiado caros, e incluso, el poder ir al cine, porque eso también era un lujo. 

A los catorce años, consiguió su primer trabajo “formal”. Su madre tenía una amiga que era mucama en uno de los hoteles de la zona, y ella le convenció para que dejara a Martha trabajar ahí de forma ilegal, y, lo logró. La chica no tenía un pago de nómina, pero se ganaba las propinas de los huéspedes, lo que le permitió ahorrar para lo que deseaba en ese momento: pinturas, pinceles y un cuaderno para pintar. 

Así, aprendió lo que era el ahorro, el trabajar por lo que quería y a cuidar, sobre todo a eso. Si se le rompía un pantalón, no lo tiraba, lo remendaba, las blusas que a su madre ya no le quedaban, las cortaba con patrones que estuviesen de moda y se las confeccionaba. También, se había autoenseñado a tejer, por lo que se hacía tops, faldas y suéteres que le ayudaban en el invierno. Era todo un estuche de monerías. 

Finalmente, a la edad de los dieciséis, Martha comenzó a trabajar sirviendo mesas en una cafetería de lunes a viernes y los fines de semana atendiendo una librería local. Nunca tenía descanso, salía de la escuela y se iba a trabajar, cumplía su horario y luego regresaba a casa a hacer su tarea. A veces, se desvelaba, pero nunca llegaba tarde al colegio. Era una joven que siempre sacaba diez, mantenía su beca completa y participaba en lo que le pedían. En pocas palabras era la hija ideal de Mario Montenegro y por eso, le ayudaba pagándole la colegiatura en esa escuela tan cara.

Carlos lo sabía, tenía entendido que su padre no estaba tan orgulloso de él como a veces lo decía. Sin embargo, no le dolía que fuese Martha la razón, al contrario, le estaba dando permiso a la “chacha” para sentirse aceptada, ya que sabía que su futuro no llegaría a ser tan próspero como el suyo. 

Aun así, a pesar de la admiración que Mario Montenegro, no veía bien que Carlos conviviera con Martha, y tenía ella estrictamente prohibido pasear por la casa o subir a las habitaciones. El único lugar donde podía estar era la enorme biblioteca, porque a ese lugar nadie iba, ni siquiera el mismo Mario. 

Entonces Martha pasaba sus días de verano en las áreas donde sí podía estar, las cuales eran: el jardín, la biblioteca, su habitación y la cocina. Se iba a trabajar y regresaba para ayudarle a su madre con la cena. Después se encerraba en su habitación a pintar o a leer, hasta que su madre le pedía que apagara la luz y se durmiera. 

Martha era amante de la lectura, en pocas palabras, los libros eran su compañía. Ella no tenía amigos, así que la lectura lo era. Ella se paseaba por los pasillos de la biblioteca de los Montenegro, rozando los lomos de los libros con sus dedos y escogiendo cuál sería la próxima historia que la alejaría de la realidad. 

Justo este verano había empezado por cuarta vez “Sentido y Sensibilidad” de Jane Austen y planeaba leer toda la colección que tenían en la biblioteca. Martha era una mujer muy solitaria, pero, no se sentía sola. Mientras tuviese un objetivo en mente y un sueño, todo lo demás le daba igual, incluyendo los insultos de sus compañeros de escuela, o el abandono de su padre y la presión de su madre, una que sentía todos días porque: “no debía terminar como ella”. 

Pero, Carlos, no entendía eso: ni de trabajo, ni de metas, ni de conseguir su propio dinero. Solo tenía que abrir la cartera para sacar la tarjeta y comprar lo que deseaba. Sabía que tenía trabajo asegurado, fracasara o no, y de metas, ¿qué era eso?, ni siquiera sabía que significaba esa palabra. 

Los veranos para Carlos eran de fiesta, de flojera y placer. Viajes, fiestas, drogas y gastar dinero en tonterías. Por lo que el aburrimiento lo estaba consumiendo en ese verano. Cada vez que se despertaba a las ocho de la mañana para ir a las clases se decía a sí mismo: debería estar en la Rivera Maya. Un pensamiento que no se iba en todo el día. 

Sin embargo, su contacto con Martha le había cambiado todo, por lo que a la mañana siguiente, lo primero que pensó fue en si ella se iba a la escuela caminando o no, o, ¿a qué hora se iba? Se despertó, a las ocho, y vio por la ventana. Martha aún no se iba, podría volverla a ver. 

Se vistió con rapidez y bajó hacia la parte de abajo de su casa. Todo estaba sereno, tranquilo y blanco. Escuchó a la servidumbre hablando en la cocina, mientras reían alegremente, aprovechando que los patrones no estaban y pensando que él seguía dormido. Las risas callaron cuando Carlos entró por la puerta de la cocina. 

⎯¡Joven Montenegro! ⎯expresó Mati, bastante sorprendida. 

Jenny, acostumbrada a la presencia de Carlos, no dijo nada, solo continuó picando la fruta, para después servírsela. 

⎯¿Te caíste de la cama? ⎯inqurió. 

⎯¿Qué tiene de malo que me despierta más temprano?, ¿a caso es pecado? ⎯dijo él, mientras con su mirada buscaba a Martha en el pasillo que llevaba a las habitaciones de la servidumbre. 

⎯Lo único que se es que, entre más temprano te despiertes, peor nos va ⎯habló Jenny. 

Carlos se molestó un poco por las palabras de Jenny, por lo que hizo una mueca de desagrado y luego tomó el vaso con jugo que Mati había dejado sobre la barra de la cocina. 

⎯Ayer, cierta persona estuvo rondando por la biblioteca, al parecer es tu hija, Martha. ⎯Cuando Carlos pronunció su nombre, Jenny subió la mirada y lo vio atento. 

⎯No estaba rondando, estaba haciendo la tarea. 

⎯A mi me pareció que no. En fin, quedó de ayudarme con unas cosas y no la encuentro, ¿sabes dónde está?  ⎯Carlos dio un sorbo al vaso con jugo y esperó por la respuesta. 

⎯¿Desde cuándo Tú y Martha tienen “tratos”? ⎯inquirió la madre, algo preocupada. Martha sabía que tenía estrictamente prohibido acercarse a los Montenegro y más a Carlos debido a la reputación que tenía. 

⎯Martha y tú. ⎯Corrigió Carlos. 

⎯Como sea… dímelo. 

⎯Pues, más bien, es trabajo para tu hija, Jenny. Le dije a Martha que me ayudara con cosas de la escuela y ella me cobró por hora. Así que, más bien, es un poco de dinero extra. 

Jenny en ese instante dejó lo que estaba haciendo y lo vio a los ojos. Su mirada reflejaba molestia. Carlos supo que la estaba amenazando. Era la única que se atrevía a hacerlo. 

⎯Deja a Martha en paz. Ella tiene un futuro y una meta que cumplir. No la empieces a jalar a las mañanas que tienen tú y tus amigos. 

«¿Qué insinuaba con eso?,¿que él no tenía metas ni futuro?»

⎯Tus amigos y tú, Jenny. ⎯Corrigió Carlos, con desplante. 

⎯No te pases de vivo, Carlos. Por años has ignorado a Martha y te agradeceré que así sigas. Así que te pido que tomes tus cosas y te vayas a la escuela. Se te está haciendo tarde. 

Carlos se levantó de la silla, dejó el vaso a medio tomar y cogió una manzana del frutero. 

⎯Pues dile a tu hija que tiene prohibido utilizar el ordenador de la biblioteca. A ver ahora, cómo le haces para que ella presente sus trabajos. 

La respuesta de Carlos enojó aún más a Jenny. En verdad no entendía cómo él podría ser un niño tan malcriado y egocéntrico cuando había sido ella la involucrada en un 90 por ciento en su educación. 

⎯Eso no lo decides tú, lo decide tu padre. ⎯Le recordó. 

Carlos sonrió. 

⎯Solo dime dónde está Martha y esta discusión queda en el pasado. 

Jenny, volvió a tomar el cuchillo y continuó picando la fruta. 

⎯Aunque te diga, no está, ella se fue. 

⎯¿A dónde? 

⎯A dónde deberías ir tú también. Se fue hace media hora. 

Carlos caminó hacia Jenny y con la mano le revolvió el cabello. 

⎯Ves como no era tan difícil, Jenny. 

⎯No me toques, y tampoco a Martha. Ella no tiene nada que ver contigo. 

⎯Tranquila. Ya es una chica grandecita ⎯respondió el joven, para después salir por la puerta de la cocina y dejar a Jenny sin poder decir otra palabra. 

Carlos, en urgencia por alcanzar a Martha, subió corriendo a su habitación, tomó sus cosas y bajó al garage para tomar una de las motos que tenía. Su padre era amante de ellas y no le dejaba usarlas. Sin embargo, aprovechando su ausencia, la tomó sabiendo que no habría regaño. Incluso si lo había, su madre interceptaría por él. 

Con una habilidad única, Carlos encendió la moto y arrancó, dejando la casa atrás. Tomó de inmediato el camino panorámico, dejando atrás la rápida autopista que podría levarlo en 10 minutos a la escuela. Después de dejar el exclusivo barrio donde se encontraba su casa, se adentró en un camino repleto de árboles, que brindaban un clima perfecto lejos del calor que hacía. 

El andador se encontraba por completo vacío. Ya era tarde para que los vecinos que salían a correr estuviesen ahí, sin embargo, más tarde, todo eso estaría lleno de familias, jóvenes haciendo ejercicio, y uno que otro manejando una bicicleta. 

No llevaba ni cinco minutos en el camino, cuando a lo lejos vio a Martha, caminando tranquilamente por el andador. Desde ahí él podía ver que traía su cabello amarrado en una trenza, como siempre, y que hoy lucía unos jeans holgados, y un top blanco que dejaba al descubierto su abdomen. 

Carlos pisó el acelerador y al llegar a su lado bajó la velocidad para poder hablar con ella. 

⎯¡Ey! ⎯Trató de llamar su atención, pero Martha lo ignoraba por completo.⎯ Te estoy hablando. 

Carlos se percató que ella venía escuchando música, y que al tener cubiertos los oídos, era imposible que le prestase atención. Así que se adelantó un poco más esperando a que Martha lo viera; no pasó mucho para que ella se detuviera y se quitara los audífonos molesta. 

⎯¡Dios! ⎯Se quejó. 

⎯Buenos días… 

⎯Carlos, no… te lo pido. ⎯Fue lo primero que escuchó de los labios de la chica. 

⎯¿Qué?, ¿no puedo tomar este camino al colegio? 

⎯Puedes, pero no cuando yo lo hago. El propósito de venirme temprano es para no toparme con nadie, y menos contigo. 

Martha se puso los audífonos y sin hacerle caso a Carlos, continuó caminando por el andador lejos de él. 

⎯¡Martha!, ¡Martha chacha! ⎯Gritó, pero ella lo ignoró por completo. 

Así, como un niño berrinchudo, Carlos se subió a la moto y arrancó para volver a alcanzarla. 

⎯No entiendo tu molestia, Martha. Solo quiero hablar ⎯le dijo. Sin embargo, Martha seguía en su papel de ignorarlo hasta que llegaran al colegio. Carlos bajó la velocidad y se fue a su lado ⎯. No me puedes ignorar todo el camino. Además, dijiste que me ayudarías con la escuela. 

⎯Sí, pero después de la escuela, no ahora. Así que te pido que me dejes en paz, ¿vale? 

Carlos apagó la moto, la aparcó a la orilla del camino y fue hacia el andado para interceptar a Martha. No sabía por qué lo hacía, solo quería que ella le prestase atención y no lo estuviese ignorando como hasta ahora. 

⎯Te estoy hablando ⎯le dijo, para tomarla del brazo y hacer que ella volteara. 

Martha, por el jalón del Carlos, dejó sin querer caer su morral, haciendo que todas sus cosas se cayeran al suelo. 

⎯¡Imbécil! ⎯Le reclamó, para luego agacharse y comenzar a juntar todo.

Unos pedazos de papel volaron lejos y mientras Martha se concentraba en las plumas y los lápices, él fue a ver qué eran. Al recogerlos, se sorprendió de que fuesen bocetos de parte del cuerpo, principalmente ojos y manos. 

⎯Dame eso. ⎯Escuchó la voz de Martha, quien en un movimiento se los quiso quitar. Sin embargo, Carlos fue más rápido. 

⎯No, ahora quiero saber qué es esto, Martha chacha. 

⎯No es nada, solo dámelo. 

Carlos, ayudado por su altura, subió la mano evitando que Martha pudiese tomar los papeles. 

⎯¿Qué te crees?, ¿Picasso? ⎯ Se burló. 

⎯Solo dámelos y sigue con tu vida ⎯habló ella agitada, saltando lo más que podía para poder tomarlos. 

⎯¿Tú los hiciste? ⎯Continuó, sin dejar que ella los tomara. 

⎯Dámelos. 

⎯Contesta la pregunta. 

Martha dejó de saltar.

⎯Sí, los hice yo. Así que dámelos. 

⎯¿Quién es? 

⎯¡Qué te importa! ⎯respondió ella molesta⎯. No entiendo ahora tu afán por seguirme y preguntarme sobre mi vida. Solo dámelos e ignórame como lo has hecho. 

⎯No, no lo haré. No después de que tu mamá me dijera que tengo prohibido que me ayudes en mis tareas. 

Martha cambió su rostro, ahora estaba decepcionada. 

⎯¿Le dijiste?, ¡de verdad eres imbécil! 

Ella logró arrebatarle parte de los papeles y los guardo apresuradamente en su morral. Después se dio la vuelta y se alejó caminando. 

⎯¡Oye, oye, oye, a mí nadie me dice imbécil, menos tú, chacha! 

⎯¡Pues escúchalo de nuevo!, ¡eres un tremendo imbécil!, ¿por qué le dijiste a mi madre lo de nuestro trato? Lo arruinaste, ahora no podré ayudarte y será dinero que se irá de mis manos. 

⎯De verdad que eres interesada… 

⎯¿Pensaste que acepté el trato por convivir contigo y pasar horas a tu lado? Claro que no, lo único que necesitaba era dinero extra este verano para poder pagar la exposición en el museo de Arte Contemporaneo y ahora, lo arruinaste… ¡Sí que eres imbécil! Espero encuentres a alguien que te ayude.⎯ Concluyó, para después, salir de ahí. 

⎯¡Qué! ⎯ expresó Carlos, bastante molesto. Caminó hacia Martha y volvió a hacer que ella lo mirara a los ojos ⎯. Tú me dijiste que me ayudarías y ahora lo harás. 

⎯De verdad eres tonto, ¿qué no escuchaste? Ahora mi madre sabe que tenemos un trato y ya no me dejará. Ella me tiene estrictamente prohibido relacionarme contigo. 

Carlos se río levemente. 

⎯Y, ¿por qué?, ¿qué tiene de malo? Todos quieren relacionarse conmigo. Principalmente las mujeres. 

Martha suspiró. 

⎯¿De verdad quieres saberlo?

⎯Me encantaría, chacha. 

Martha se acercó a él, se plantó firme y le dijo: 

⎯Porque no eres un hombre de fiar, tus acciones han sido tontas y no piensas lo que haces. Además de que eres un egocéntrico de mierda que lo único que quiere es atención. Incluyendo de que eres el hijo del patrón, y tenemos lo tenemos prohibido. 

⎯Pues, mi padre no está, así que es una regla menos. 

⎯¿Qué no me escuchaste?, ¿no pusiste atención a tu descripción?, lo único que te importa es “romper las reglas”, cuando te estoy diciendo que eres un hombre que se considera, no vale la pena. 

Carlo sonrío levemente.

⎯No me interesa lo que los demás piense de mí, Martha Chacha. 

⎯Mi nombre es Martha y nada más. Ya tengo suficiente con escucharlo todo el ciclo escolar. Soy Martha, solo Martha. 

Una vez más, la mirada de Martha lo atrapó. Sus ojos miel lo llevaron a sentir una conexión sin palabras que emanaba en ese momento. Era como si hubiese descubierto una joya, a pesar de que por años la había tenido en su propia casa. 

Levemente, la recorrió de la cabeza a los pies. Noto sus pechos frondosos, su vientre plano y esa belleza natural que emanaba. Jamás se había podido fijar con tanto detalle, como lo hacía ahora. 

⎯¿Siempre fuiste así de guapa? ⎯se le escapó decir. 

Martha suspiró, molesta. 

⎯Por eso odio que te hayas quedado en la isla, ¿sabes? Ahora mi verano está arruinado. 

Carlos arqueó la ceja. 

⎯¿De qué hablas?

⎯No estás preparado para escuchar eso. Ahora, déjame ir, que ya voy tarde a clase y no quiero retrasarme por tu culpa. 

Una vez más intentó escapar, pero Carlos era persistente así que no logró alejarse mucho. 

⎯Te llevo. 

⎯¿Qué? 

⎯Vamos, te llevo. Ambos tenemos que llegar a tiempo y caminando, no lo lograrás. Súbete. 

Martha negó con la cabeza. 

⎯En la vida iría a un lugar a solas contigo, y menos al colegio. 

⎯¿Por qué no?

⎯En verdad no entiendes, ¿cierto? 

⎯¿Entender qué?, ¿qué eres una maleducada Martha Chacha? 

⎯Comprender que cuando tus amigos se van, el puerto descansa y te encuentras más vulnerable de lo que imaginas. Aquellos que permanecemos no te hacemos una bienvenida majestuosa, Carlos Montenegro, no deberías creer que eres el monarca del lugar. Quiero que quede claro de una vez por todas, mi nombre no es “Martha chacha,” es simplemente Martha. No permitiré que este verano me arrebates el único período en el que puedo ser verdaderamente yo misma. ⎯dijo seria, para después, soltarse del brazo de Carlos y alejarse de él. 

Carlos no supo por qué, pero las palabras de Martha le calaron hondo. Tal vez había sido el tono de voz tan serio con el que lo dijo, o la manera en que lo miró. O tal vez, que en ese discurso se encontraban rasgos de amenaza, que no sabía que existían. 

Por un instante, Carlos dejó que Martha se alejara, guardó el resto de los papeles en la bolsa del pantalón y en seguida, regresó hacia la moto para volver a coger camino. En unos segundos la volvió a alcanzar, pero esta vez no le dijo nada, solo se fue a su lado. 

Martha lo notó, volteó a verlo y suspiró. 

⎯Carlos…

⎯Súbete. ⎯La interrumpió. 

⎯No lo haré. No quiero que tu noviecita idiota se enoje y tenga que sufrir las consecuencias. 

⎯Ella no está, solo súbete… vas a llegar tarde. 

Martha volteó a ambos lados de la calle y se percató que estaba sola. Vio su reloj de pulsera y supo que Carlos era su única opción para llegar temprano. 

⎯Está bien, pero me dejas donde siempre, en el prado antes de llegar al colegio. 

⎯Como desees… ⎯dijo, y Carlos le hizo un espacio a Martha, para que ella se montara en la moto. 

Finalmente, se pusieron en marcha… 

***

Carlos no pudo dejar de pensar en todo lo que Martha le había dicho por la mañana. Sus palabras habían sido misteriosas pero, duras, y desde que las escuchó ahora se sentía vulnerable. 

Encerrado todo el tiempo en ese salón, rodeado de compañeros con los que no hablaba, ni de broma, en todo el semestre, y sin su grupo de amigos, lo único que hizo al sonar el timbre, fue salir corriendo de ahí. 

Retornó por el mismo camino, aparentando que su único motivo era disfrutar de la vista, aunque en lo profundo de su ser anhelaba reencontrarse con Martha. Tenía preguntas que deseaba que ella respondiera tras su enigmático discurso.

No obstante, su búsqueda fue en vano. Parecía como si Martha hubiera partido antes o quizás tomado un sendero distinto para evitarlo. Sus sospechas se confirmaron al llegar a su hogar y encontrarla en la biblioteca, inmersa en la lectura de un libro junto al ventanal.

El impulso de acercarse a Martha y entablar una conversación fue irresistible. Carlos no podía entender por qué Martha se había convertido en su nueva obsesión. A pesar de haber compartido el mismo espacio durante años, caminando por los mismos pasillos y compartiendo el mismo entorno, nunca antes había reparado en su presencia. Ahora, sin embargo, la buscaba con avidez. Era como si un fantasma hubiera aparecido repentinamente en su vida, sacándolo de su letargo y despertando su interés.

Carlos se dirigió rápidamente al garage, dejó la moto y el caso en el lugar que le correspondía y se dirigió a la biblioteca. Quería llegar, interrumpirla y preguntarle las decenas de preguntas que tenía, pero, al llegar, prefirió verla de lejos. Martha estaba sentada en uno de los tantos sillones de la biblioteca, sumida en un libro que la tenía cautivada por completo y al ver esa imagen no quiso interrumpir. 

La luz tenue del atardecer que se filtraba por el ventanal iluminaba su figura, resaltando su belleza en una manera que Carlos apenas había notado antes. Su cabello castaño, enmarcando un rostro delicado, caía en una trenza que ella enredaba con gracia entre sus dedos. Cada mechón era como un hilo de oro, capturando la luz y destellando con tonos cálidos. Los rizos sueltos que escapaban de la trenza le daban un aire de espontaneidad y le añadían una sensualidad natural a su imagen.

El libro descansaba sobre su regazo, y sus manos, con dedos finos y elegantes, pasaban las páginas con destreza. Sus uñas estaban pulidas y de un tono rosa pálido, añadiendo un toque de delicadeza a su imagen. Cada vez que deslizaba los ojos sobre el texto, su mirada reflejaba una inteligencia profunda y una pasión que Carlos nunca había notado.

Su vestimenta, acentuaba su figura esbelta. La luz resaltaba la suavidad de su piel, revelando su juventud y frescura. El ventanal a su lado dejaba ver una vista parcial del magnífico jardín, y por un instante, el entorno se volvía parte de su aura, realzando su belleza natural con el esplendor de la naturaleza.

Mientras Martha seguía leyendo, ajena a la mirada furtiva de Carlos, este se dio cuenta de que había estado ciego ante la verdadera belleza que estaba sentada a solo unos metros de distancia durante todos esos años. Sus rasgos delicados, su elegancia innata y su presencia tranquila se habían vuelto evidentes en un abrir y cerrar de ojos, como si un velo se hubiera levantado para revelar la maravilla que siempre había estado allí, justo frente a él.

Pero, a pesar de todo, no lo admitiría. No lo haría por un buen tiempo porque no estaba en su naturaleza admitir que la hija de Jenny era guapa y que los insultos que por años le habían dicho sus amigos y él, no estaban justificados. Hoy supo que todo era pura envidia de su novia y no sabía cómo regresaría a la escuela después de descubrir esta nueva Martha. 

⎯Así que te escondes ⎯fue lo primero que dijo al entrar. 

Martha volteó a verle y suspiró. 

⎯¡Dios! ⎯expresó, para luego cerrar el libro en un movimiento y ponerse de pie. 

Al notar que la puerta de la biblioteca estaba bloqueada por el cuerpo y la altura de Carlos, optó por abrir la puerta de vidrio y salir caminado hacia el jardín. De ahí, daría la vuelta a toda la casa para entrar por la puerta de servicio. 

⎯¿A dónde vas? ⎯inquirió Carlos, para luego seguirla. 

⎯Basta, solo basta, ¿quieres? ¿Qué no tienes nada qué hacer? 

⎯Sí, sí tengo, las tareas que me prometiste que me ayudarías ⎯contestó. 

Martha se detuvo y negó con la cabeza. 

⎯Ya te dije que lo arruineste, mi madre me prohibió hacerlo. Así que buena suerte y listo. 

Ella se dio la vuelta y una vez más, Carlos la tomó del brazo. 

⎯¡Ah, no, no, no… ! Dijiste que me ayudabas y ahora lo estoy esperándo. Yo no estoy jugando. 

⎯Y yo menos. 

⎯Entonces, ayúdame… 

⎯¿Qué parte de “que no puedo” no te ha quedado clara?, o hasta en eso eres tonto ⎯ habló, de nuevo, en ese tono de molestia. 

Martha trató de zafarse de nuevo, pero Carlos le prohibió. 

⎯No entiendo por qué te molesta que esté aquí, es mi casa. 

⎯Por mi quédate en tu casa. Lo que me molesta es que me hayas visto y ahora no me dejes en paz. 

⎯¿Por qué te molesta eso?, no entiendo… 

Martha se soltó del brazo. 

⎯¿Quieres saber por qué? 

⎯Me gustaría… 

⎯Vas a arruinar mi verano, el único período de descanso que tengo de las tonterías que tú y tus amigos suelen hacer. Este es el único momento en mi vida en el que puedo disfrutar plenamente de todo lo que me rodea, en el que puedo vestirme y caminar como me plazca sin preocuparme por lo que otros puedan decir. Aquí encuentro paz, un espacio en el que puedo respirar sin restricciones.

»Tú y tus amigos, Carlos, a menudo actúan como una especie de virus que me afecta cada semestre, y lo tengo que soportar simplemente porque eres el hijo del empleador de mi madre. Así que, te ruego, déjame en paz, simplemente déjame en paz. Tendrás un semestre entero para complicarme la vida, no hay necesidad de que lo hagas también durante mi valioso tiempo de descanso. 

Las palabras de Martha sorprendieron a Carlos, no supo si fue por la seriedad y precisión con las que las dijo o por como le brillaron los ojos mientras las decía. Era verdad, sus amigos y él solían ser muy pesados, sobre todo con ella, pero jamás se había puesto a reflexionar cuanto. 

⎯¿Ahora si me dejas en paz? ⎯preguntó Martha. 

⎯No. 

⎯Dios… ⎯ murmuró Martha. 

⎯Dijiste que me ayudarías con la tarea. 

⎯¿Por qué debería hacerlo?, ¿por qué eres el hijo del patrón?, o qué, ¿aventarás mis cuadernos a la piscina como lo hicieron el año pasado? ⎯inqurió Martha molesta. 

La imagen de Martha, absorta ante la piscina, viendo como sus apuntes del semestre se perdían, antes de los exámenes finales, vino a su mente. En ese instante, le dio mucha risa e incluso sus amigos y él se regodearon ante la broma. Sin embargo, visto desde otro punto, sabía que había sido cruel y que se habían comportado como un verdadero imbécil. Aunque Martha, a pesar de eso, había pasado todos los exámenes con A+ y sin problemas. 

⎯No, porque te necesito. ⎯Se le escapó de los labios a Carlos, dejando a Martha sin palabras.⎯ Te necesito para pasar este semestre. Si no lo hago, estaré en serios problemas y… no quiero. 

⎯No es suficiente ⎯contestó Martha, al ver la posición en la que estaba. 

⎯¿No es suficiente que te necesite? 

⎯No, no lo es. Menos si me vas a tratar cómo lo haces. No importa si te ayudo a pasarlo, cuando llevas esa actitud de superioridad y egocentrismo como si me estuvieses haciendo el favor de escucharme. No me haces un favor, al contrario, me molesta el hecho de que estés interrumpiendo mis planes. 

Carlos suspiró, ¿le molestaba que Martha le hablara así?, por su puesto, pero sabía que tenía razón, si seguía con esa actitud, no llegaría a nada bueno. 

⎯Está bien. Te prometo que me comportaré. Seguiré tus reglas. 

Martha levantó la ceja, sorprendida por las palabras de Carlos. ¿En serio Carlos Montenegro le estaba ofreciendo un pacto de paz? La incredulidad se reflejaba en su expresión mientras ambos se quedaban en silencio durante un breve instante. Sus miradas se encontraron y se sostuvieron, comunicándose más allá de las palabras, como si estuvieran tratando de comprender las motivaciones detrás de esta inusual oferta.

En ese instante, el entorno parecía cobrar vida. El canto de los pájaros, que resonaba a lo lejos, añadía una serenidad a la atmósfera. El viento veraniego, suave y fresco, jugueteaba con sus cabellos y hacía sus ropas ondear con gracia. Era como si la naturaleza misma estuviera dando su aprobación silenciosa a este raro momento de entendimiento.

El silencio, en lugar de ser incómodo, se tornó en un intercambio de complicidad entre ellos. No necesitaban palabras para expresar lo que sentían. Las emociones y las preguntas sin respuesta flotaban en el aire, envueltas en una especie de magia veraniega que parecía suspender el tiempo.

Era un momento de pausa, de calma en medio de las tormentas pasadas. Una oportunidad para reflexionar y considerar lo que podría significar este inusual pacto de paz, tanto para Carlos como para Martha. El mundo exterior, con sus ruidos y preocupaciones, quedó temporalmente eclipsado por esta conexión silenciosa que compartían en medio de un día de verano perfecto.

⎯¿Qué?, ¿no me crees? ⎯Inturrumpió el momento Carlos. 

⎯No ⎯dijo contundente Martha. 

Él esbozó una sonrisa, una sonrisa innegablemente coqueta que, por un fugaz instante, hizo que el rubor acariciara las mejillas de Martha. Quedaba claro que Carlos era un seductor nato, y que era una de sus tantas armas de convencimiento. 

⎯Dime cuáles son tus reglas y condiciones, yo las seguiré. 

Ella suspiró. 

⎯La única regla y condición que quiero, es que me trates con respeto. Como debería de ser solo por el hecho de ser una persona. Es todo. Y que dejes tus jueguitos guardados para otro rato. No tengo tiempo para perder. 

⎯Muy bien, lo haré. 

⎯Y escúchame bien ⎯habló un poco más segura ⎯, al primer insulto, al primer comentario despectivo o que me reste valor, te dejo tirado con tu problema. No tengo por qué cargar con él, además de todo lo que ya cargó por tu actitud de mierda. 

⎯Vale… ⎯ contestó él, sin decir nada más. 

Martha se quedó en silencio. Trató de buscar en su mirada la respuesta correcta ante todo lo que él había admito que haría. Sin embargo, solo encontró tristeza, necesidad y abandono. Carlos era un joven muy solo, que deseaba con todas sus fuerzas encontrar a alguien que lo acompañase. 

⎯ ¿Qué?, ¿ves algo que te gusta, Martha?  ⎯pronunció Carlos, al notar su mirada. 

⎯Déjate de tonterías y solo ve con mi madre e invéntame una buena historia… Por cierto, el precio por hora acaba de subir… ⎯contestó, para después darse la vuelta e irse de ahí. 

Dando inicio así, al verano que cambiaría el rumbo de sus vidas. 

2 Responses

  1. Me entristece Carlos, como se dice , detrás de los niños que hacen bullying hay chicos maltratados, abandonados, etc, que todo esa falta de amor, cariño, comprensión lo vuelcan haciendo daño a otros.
    Martha muy inteligente, poniendo las cosas en su lugar

  2. Es triste lo que se ve en la mirada de Carlos, teniendo que actuar tan miserable para estar en ese círculo de “amigos”

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