La excusa que Carlos le dio a Jenny para que Martha pudiese ayudarle, fue que la escuela le había dicho que tenía que escoger a alguien como tutor para poder hacer sus tareas y así no atrasarse. Él había escogido a Martha no solo porque era inteligente y destacada en las materias que necesitaba salvar, sino por la cercanía – literal ella vivía en su casa- por lo que Carlos no se distraería en los traslados. 

Jenny se lo creyó, debido a que Martha había sido tutora anteriormente y pasaba muchos semestres ayudando a otros. Además, de que expresó su felicidad al saber que al fin, Carlos, buscaba a alguien para dejar de reprobar materias en la escuela y mejorar. Sin embargo, al ser una imposición de la escuela y no un trato entre los dos, no había por qué pagarle a Martha y ahora, ella se había quedado sin dinero. 

⎯¡Cómo te atreves a hacer eso! ⎯le reclamó de inmediato, cuando Carlos le comunicó que su madre había aprobado todo⎯. Si la razón de hacerlo era por el dinero, no por otra cosa. 

⎯Lo siento, fue lo único que se me ocurrió. Me dijiste que lo resolviera y lo hice. 

⎯Pero no así. Ahora, no solo tengo que ayudarte, si no gratis… que es lo peor. 

⎯Nunca pensé que fueras tan interesada, cha… Martha. ⎯Reactificó, al acordarse de lo que ella le había dicho anteriormente.

⎯No soy interesada. Solo que ese fue el trato y necesito el dinero para algunas cosas personales. 

⎯¿Cómo qué? ⎯Continuó Carlos. 

⎯Cosas…  

⎯¿Cómo que cosas? 

⎯No te diré. Aun así, para qué lo quieres saber si ya está arruinado. Ahora tendré que resignarme y darte clases. 

Como en ese instante Martha se encontraba en su trabajo de la librería, Carlos tuvo que seguirla por todos los pasillos, mientras ella acomodaba libros por categorías y quitaba y ponía precios. 

Una librería era un lugar poco común en el que se podría encontrar a Carlos, sobre todo si estaba en el centro comercial. Sin embargo, sabiendo que sus amigos no se encontraban en la ciudad, pudo entrar y permanecer tranquilo, sin tener que esconderse de nadie. 

⎯Bueno, tal vez no te pueda pagar pero, ¿qué tal si te compro lo que deseas? ⎯Sugirió. 

Martha volteo a verlo y sonrío en forma de burla. 

⎯No gracias. 

⎯Venga… Si quieres yo te pago ese boleto al museo. Dime lo que deseas y te lo compro. 

⎯¿Lo que sea? 

⎯Bueno, que esté dentro de mis posibilidades. 

⎯Pffff… podrías comprar la isla y que eso esté dentro de tus posibilidades. 

⎯Bueno, entiendes… ¿Qué no? Solo no te aproveches tanto. 

Martha suspiró, y Carlos notó como el mechón de su cabello se movía ligeramente por la frente. Martha, se había hecho un moño alto, pero algunos de sus mechones se habían escapado de la liga y caían sobre su frente. 

⎯Tengo una mejor idea. ⎯Le propuso⎯ ¿Qué te parece si los pequeños logros me das cosas mínimas como la entrada al museo? 

⎯Vale.

⎯Pero, si pasas todo el semestre, todo, con diez de calificación, me regalas algo de gran valor. 

⎯¿Gran valor?, ¿cómo qué? 

Martha dejó el libro que estaba acomodando y caminó hacia la entrada. 

⎯¿Dónde vamos? 

⎯Ven…

⎯¿Ahora?, ¿juntos? 

Martha se rió bajito. 

⎯Eres raro. No quieres que nos vean juntos, pero, me persigues donde voy. 

⎯No te persigo. Lo que pasa es que eres tan escurridiza que tengo que andar averiguando donde estás para decirte las cosas.

⎯¡Uy!, pues si te da tanta vergüenza, espérame en tu casa y me buscas allá. 

“Pfff”, hizo Carlos. 

⎯Tú no me dices lo que tengo que hacer… anda vamos. 

Martha hizo caso omiso de lo que Carlos le dijo y se encaminó hacia la entrada para salir al centro comercial. Él se quedó rezagado por un momento, observando cómo ella caminaba con firmeza delante de él, saludando a las personas que trabajaban en los establecimientos.

Carlos nunca la había notado caminar de esa manera, tan libre, natural y segura. No sabía si Martha siempre lo hacía así o si ahora era consciente de que nadie la estaba molestando. Ella destacaba con unas bonitas caderas que se balanceaban como si acunaran a un bebé, y sus piernas largas y bien formadas lucían impecables. Ya había notado que tenía un cuerpo hermoso, pero nunca antes se había sentido tan intrigado y atraído por ella.

Él, ni siquiera se percató de en qué establecimiento entró; de repente, se vio rodeado de collares, anillos y destellos, y se dio cuenta de que estaba en una joyería.

⎯Esto ⎯le dijo, señalando algo en la vitrina. 

Carlos se asomó y vio un corazón de oro. 

⎯¿Quiere eso?, ¿un dije? 

⎯Es un relicario. Me gusta mucho y jamás me lo podré comprar porque cuesta mucho dinero. 

Carlos vio el precio, tan solo valía 530 euros, era nada comparado con lo que él gastaba en ropa o zapatos. 

⎯Está bien, te lo compró. 

⎯Trato hecho ⎯contestó Martha⎯. Recuerda que también me irás comprando pequeñas cosas. 

⎯Sí, sí… ahora, ¿me ayudarás con la tarea de historia? 

Martha asintió con la cabeza y solicitó a Carlos que la acompañara de nuevo a la librería, instándolo a apartar el relicario para que no lo expusiera más. En ese momento, Carlos no percibió que la acción de Martha representaba un acto de confianza y seguridad en relación con sus resultados. Al apartar el relicario, ella dejaba claro que estaba convencida de que, al final del verano, Carlos superaría esas materias sin dificultades y ella obtendría su premio. 

Así, regresaron a la librería, entraron por un corredor y Martha tomó uno de los libros y se lo puso en las manos. 

⎯Ten, debes leer esto. 

⎯¿Los reyes católicos? 

⎯Así es. Léelo y entenderás muchas cosas de lo que te están enseñando. Cuando termines, podrás hacer el ensayo sin ningún problema.

Carlos bajó el libro. 

⎯No voy a leer esto… 

⎯Tienes razón, vas a leer estos dos más. 

⎯¿Tres? ⎯inquirió molesto. 

⎯Sí, es una trilogía. 

⎯No entiendo, se supone que me ayudarás… 

⎯Ya lo estoy haciendo, o qué, ¿pensaste que yo leería lo tuyo y te haría el ensayo?, no, no será así. 

⎯Entonces, ¿de qué sirve?

Martha sonrió levemente. 

⎯No estás acostumbrado a hacer nada por tu cuenta, ¿cierto? ⎯le preguntó. 

Carlos hizo un rostro de pocos amigos, puso los ojos en blanco y los giró, dando su desaprobación ante el comentario. 

⎯Hay cosas que tienes que hacer tú. El esfuerzo es de los dos. Así que, tú lees y yo te ayudo a redactar el ensayo, ¿estamos? 

⎯Como quieras… 

⎯Gracias ⎯respondió coqueta, para luego darse la vuelta y seguir acomodando libros. 

Carlos se quedó de pie, viendo como Martha se agachaba para poder acomodar libros. Metió en eso la mano en la bolsa del pantalón y tocó el papel que había recogido en el encuentro que tuvieron el andador. Lo sacó y notó que era el dibujo de una flor. 

⎯¿Es verdad que tú hiciste esto, Picasso? ⎯preguntó. 

Martha alzó la vista y vio el papel. 

⎯No me llames Picasso. Él es un genio, yo solo soy una aprendiz. Pero sí, yo lo hice. Me gusta pintar. 

El chico sonrió. En realidad el retrato era bueno, sencillo, pero con alma. 

⎯¿Dónde aprendiste? 

⎯Nadie me enseñó, vi videos y comencé a pintar y ya. Ahora, si me disculpas, tengo que seguir trabajando. 

Carlos no se movió. 

⎯Es en serio, Carlos. Vete. 

⎯¿Para eso querías el dinero?, ¿para una clase de pintura? ⎯insistió. 

Martha se puso de pie y suspiró. 

⎯No te importa. Solo déjame en paz. 

Ella caminó hacia el mostrador para abrir otra caja de libros, y comenzar a sacarlos. 

⎯Venga, dime ⎯insistió Carlos. 

⎯¿No tienes otro lado en dónde estar?, digo, el centro comercial es muy grande…

⎯No, no tengo. Mis amigos no están aquí y me aburro en casa. Dime, ¿para eso querías el dinero? 

Martha suspiró. 

⎯No.

⎯¿Entonces? 

⎯No te diré. Entre menos sepas de mí, mejor para los dos. Ahora vete a leer y déjame en paz. No puedo perder este trabajo. 

⎯Solo respóndeme… es todo. 

Martha dejó los libros sobre una mesa y lo vio a los ojos. Carlos sonrió sin poder evitarlo. Le gustaba como lo miraba, no solo porque tenía bonitos ojos, sino porque le transmitía algo que le emocionaba por dentro. 

Últimamente, se cuestionaba: ¿cómo había transcurrido tanto tiempo sin contemplarla? Aunque la había visto, era consciente de su presencia; sin embargo, al referirse a “verla”, pensaba en observarla detenidamente, en apreciarla, en darse cuenta de que, en realidad, era una mujer hermosa.

⎯Para material… pensé que por primera vez podía comprar material decente para pintar y dibujar. Es una tontería, pero, eso me hubiese hecho muy feliz. 

⎯Vaya… ⎯ dijo Carlos, sin expresar nada con su rostro. 

⎯Ves, era todo. Ahora, vete a leer que mañana, te enseñaré las otras materias. 

⎯¿Te gusta mandar, no es cierto? ⎯preguntó, Carlos. 

⎯No, pero, no todos los días, tengo la oportunidad de mandarte a ti ⎯contestó, haciendo que él esbozara una leve sonrisa⎯. Ya vete, y paga los libros en la caja. 

Martha continuó con sus tareas, y Carlos no tuvo más opción que abandonar la habitación. Se quedó por un momento afuera, observando a Martha a través de las ventanas y, por un instante, sintió la falta de su compañía.

No estaba seguro de si la extrañaba simplemente porque era la única persona que interactuaba con él en ese lugar, o si realmente apreciaba su compañía. Sin embargo, era consciente de que pasaría mucho tiempo con ella y que lo mejor era aliviar la tensión entre ambos, optando por realizar una especie de gesto de paz.

***

Martha llegó de la librería para encontrarse con una bolsa de papel sobre su cama. Por un minuto se quedó en silencio, viéndola desde lejos y tratando de averiguar la razón. Posiblemente, era ropa que su madre le había conseguido de alguna donación de una amiga, y que ahora tendría que arreglar. 

Sin embargo, se sorprendió al ver que dentro había todo tipo de material para pintar. Desde pinceles, pintura y brochas, al igual que lienzos y cuadernos de dibujo. Pegada a la bolsa había una nota pegada que decía: 

“Diviértete, Picasso”. 

⎯¡Dios!, ya le dije que no me diga así ⎯expresó, pero con una sonrisa. 

Martha vio la hora y se percató que Carlos posiblemente estaba despierto, así que, después de guardar la bolsa, subió por la escalera de atrás y caminó por el pasillo hasta llegar a la habitación de Carlos. Sabía que lo tenía prohibido, pero era necesario ir a agradecerle. 

Ella llamó a la puerta y de inmediato, Carlos la abrió, llevando puestas unas bermudas y sin camisa. Martha lo miró directamente a los ojos, esforzándose por evitar que su mirada se desviara hacia su pecho, que lucía notablemente bien definido.

⎯¿Qué quieres? ⎯preguntó. 

Martha suspiró. 

⎯Vengo a agradecerte por todo lo que me regalaste, es muy bonito ⎯dijo. 

Carlos encogió los hombros. 

⎯No es nada, me sobraba un poco de dinero y lo compré. 

⎯¿Qué nunca puedes agradecer nada y aceptar agradecimientos? ⎯inquirió ella⎯. Solo quiero decirte que aprecio el gesto. 

⎯Bien… no hay de qué. Pero no le digas a nadie, Picasso, no quiero que se enteren mis amigos. 

⎯Tranquilo, ¿a quién le diré?, ¿a mis amigos? 

⎯Pues sí… luego querrán que les compré igual. 

⎯Tranquilo, no tengo amigos… 

Carlos abrió los ojos, bastante sorprendido. ¿Cómo era que ella no tuviese amigos?, era una persona agradable, y bastante inteligente, ¿por qué no tendría amigos? 

⎯El bullying de tus amigos ha hecho eco en otros aspectos de mi vida, no solo en la escuela ⎯respondió ella, al ver su rostro⎯. Gracias, de nuevo y buenas noches. 

⎯Buenas noches… Martha ⎯pronunció Carlos, para después observar como se alejaba. En ese instante se sintió un poco triste, solo de pensar que Martha era una mujer tan sola y, aun así, sus ojos brillaban como si estuviese sonriendo. 

2 Responses

  1. Ohhhh, me conmovió Martha en el último párrafo, a pesar de todo lo vivido, tiene bien definida su personalidad

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