Carlos no estaba acostumbrado a la lectura, de hecho, la detestaba; por ello, solía contratar a alguien para que redactara sus ensayos de historia. Sin embargo, esa persona ya no estaba en la escuela. Se había enfermado y mudado lejos en busca de tratamiento.

A Carlos le afectó la noticia de la enfermedad, no por compasión, sino porque ya no tendría ayuda para aprobar la materia. Por eso, se vio obligado a inscribirse en el curso de verano. Pensó que, manejando las situaciones adecuadamente, Martha podría asistirle, pero, al parecer, no iba a ser tan sencillo.

Martha era diferente en muchos aspectos y poseía un carácter fuerte que la protegía de caer en los juegos y trucos que él solía utilizar. A veces, su actitud podía rozar la agresividad, pero Carlos sospechaba que, al igual que él se escudaba tras su egocentrismo y pedantería, Martha hacía lo propio para no permitir que nada la afectara, una estrategia que hasta el momento le había funcionado.

Las palabras que le había dicho sobre las consecuencias del acoso, le habían dejado una marca profunda, pero Carlos no sabía cómo abordar la situación ni cómo reparar el daño causado. Ni siquiera se había detenido a pensar en ello. Surgieron preguntas en su mente: ¿Martha no tenía amigos?, ¿carecía de alguien con quien hablar?, ¿pasaba todo el día encerrada en su habitación?, ¿quién era ella realmente?, ¿cuáles eran sus deseos y anhelos?

Más que el leer toda la noche, ese inmenso libro de reyes y reinas, donde el chisme y los detalles jugosos eran los elementos que lo mantenían atento a las páginas, fueron esas preguntas lo que le mantuvieron despierto, ya que de pronto Martha se le había colado en la mente, y ahora, no podía dejar de pensar en ella. Sin embargo, sin darse cuenta, ya había avanzado varios capítulos y la mitad del día se había esfumado entre las letras. Fue el hambre quien finalmente lo hizo abandonar su lectura, seguido por la curiosidad de averiguar dónde se encontraba Martha.

Carlos descendió las escaleras y fue deslumbrado, como siempre, por el blanco resplandeciente de la sala. Luego, se encaminó hacia la cocina solo para encontrarla completamente desierta. Jenny no estaba presente ni nadie más que pudiera atenderlo. Decidió abrir el refrigerador en busca de algo con lo que prepararse un emparedado, ya que era lo único que sabía cocinar.

⎯Casi siete sirvientes aquí y nadie está para hacerte de comer ⎯se quejó. 

Se apresuró a untar la mayonesa y la mostaza, colocó el jamón y el queso, y completó su sándwich. Dio un mordisco, y antes de marcharse, se hizo otro por si acaso. No se molestó en limpiar nada; simplemente lo dejó allí para que alguien más se encargara, considerando que ya había hecho bastante preparando su propia comida.

Luego, paseó por la casa mientras comía y admiraba las recientes adquisiciones de su madre en el ámbito de la decoración. Aunque su gusto tendía hacia lo minimalista, su amor por las figurillas se manifestaba en cada rincón de la casa. Cada espacio rebosaba con bustos, esculturas de manos, rostros y varias formas que requerían un poco de imaginación para ser identificadas. Todas eran tan diminutas que apenas se podían distinguir.

Caminó un poco más, cruzando la sala hasta llegar a los ventanales que se asomaban al borde del jardín. Entre los árboles, descubrió a Martha, totalmente concentrada, con su característica trenza y un bloc entre las piernas.

Desde la distancia, Carlos pudo observar cómo deslizaba la mano sobre la hoja para luego alzar la mirada y contemplar un objeto. Al parecer, estaba pintando a su perro Rufus, un cachorro labrador que le habían regalado en uno de sus cumpleaños, y con el que apenas convivía. A pesar de ello, parecía que Rufus y Martha se llevaban excepcionalmente bien, ya que él obedecía en todo y se quedaba tranquilo para que ella lo retratara.

Carlos se acercó, y cuando pensó que era una distancia razonable, le dijo: 

⎯¿Así que aquí te escondes Picasso? 

Sin embargo, Martha parecía ignorarlo, y no se movió ni un centímetro, solo continuó dibujando, pasando el lápiz con facilidad, mientras oscurecía el perímetro de los ojos. 

⎯¿Picasso?, ¿acaso me ignoras? ¿Después de todo lo que te regalé?, ¡Ey!, ¡EY! 

Así, Carlos se acercó y la tomó del hombro, haciendo que la mano se moviese y un rayón atravesara el dibujo. Martha volteó asustada y al ver a Carlos frente a ella, se quitó los audifonos. 

⎯¡QUÉ DEMONIOS! ⎯ le gritó. 

Carlos, al notar que los audífonos era la razón del porqué ella lo ignoraba, se sintió mal. Había arruinado el dibujo de Martha que, no solo era muy bueno, sino que le había costado trabajo. 

⎯Lo siento… 

⎯¡Sabes lo que tuve que hacer para que Rufus se quedara quieto!, ¡carajo! ⎯dijo enojada, mientras lo arrancaba. 

⎯Pensé que me ignorabas… 

⎯¡CLARO!, tu egocentrismo arruinó mi trabajo. 

Martha comenzó a guardar sus cosas, y Carlos aprovechó para tomar los audífonos y escuchar. La canción de Enjoy the silence de Depeche Mode, sonó en sus oídos, justo en la frase: words are unnecesary, they can only do harm. 

⎯¿Te gusta Depeche Mode? ⎯preguntó, mientras ella guardaba todo. 

⎯Sí. 

⎯A mí también. Mi canción favorita es Personal Jesus. 

Martha sonrió levemente. 

⎯Un poco básica, ¿no crees? 

⎯Y, ¿Enjoy the silence no lo es? ⎯inquirió él. 

⎯Nunca dije que era mi favorita, solo la estaba escuchando. 

⎯Y, ¿cuál es tu favorita? ⎯continuó Carlos, al reconocer que Martha se había tranquilizado. 

Ella suspiró. 

It’s not good, es mi favorita. 

Carlos recordó la letra de It’s not good, y de repente, su mente creó la imagen de Martha, cantando en solitario en su habitación mientras se entregaba al arte del dibujo. Se imaginó a sí mismo en el umbral de la puerta, escuchando su voz melódica que llenaba el espacio, mezclándose con el rasgueo de las líneas en el papel y el suave zumbido del lápiz o pincel. La escena, aunque irreal, le transmitía una sensación de intimidad y felicidad que le resultaba cautivadora. Se preguntó qué otras pasiones, gustos y talentos ocultos podría tener Martha, y se sintió intrigado por la idea de descubrirlos. 

Martha se puso de pie. 

⎯Me voy… al rato nos vemos en la biblioteca para tu lección. 

Ella empezó a caminar, sin embargo, Carlos no quería perder de vista a Martha. La había buscado desde la mañana y había ocupado sus pensamientos durante toda la noche; ahora, parecía ser su oportunidad para estar con ella. Sin dudarlo, decidió detenerla.

⎯¡Espera!, no te vayas.

Martha volteó. 

⎯¿Ahora qué quieres?, has arruinado mi momento libre, y ¿quieres más? 

⎯Lo siento, no era mi intención que pasara esto, de verdad ⎯se disculpó Carlos, sorprendiendo un poco a Martha. Lo único que no sabía era si lo hacía sinceramente o porque necesitaba algo. 

⎯Está bien… no pasa nada ⎯le comentó. 

⎯Voy a recompensarte. 

⎯¿Cómo? 

⎯Tengo un plan, pero, necesito que confíes en mí. 

Martha se río bajito. No confiaba en Carlos ni un poco y ahora, él le pedía que lo hiciera. 

⎯¿Un plan?, ¿confiar en ti? 

⎯Sí… te juro que olvidarás todo lo que pasó. Solo ven. 

⎯¿A dónde? ⎯insistió Martha. 

⎯Te espero en la cochera en diez minutos, trae tus cosas ⎯habló Carlos, y después entró a la casa dejando a Martha en el jardín. 

Ella decidió ignorarlo por completo. Con determinación, recogió sus pertenencias y se encaminó hacia su habitación, con la intención de sumergirse en sus estudios. Llamó a Rufus, le dio unas caricias y le indicó que fuera a jugar al jardín. El perro la obedeció, y ella ingresó a la casa, dirigiéndose hacia su habitación.

Sin embargo, en mitad del pasillo, la curiosidad la embargó. Mordiéndose los labios, la idea de dirigirse hacia la cochera se sembró en su mente. Ahora, la cuestión crucial era decidir si confiar o no en Carlos. Si después de todo lo que había hecho, podría confiar en él. 

Sus amigos no estaban y Carlos había mostrado un comportamiento diferente hacia ella, razones suficientes para no dudar. Sin embargo, el miedo persistía, y eso intensificaba la duda en su interior.

⎯¿Vienes, entonces? ⎯Escuchó la voz de Carlos, que se asomó por la puerta de la cochera. 

⎯Bueno… 

⎯Venga, Martha, que no tenemos mucho tiempo. 

Ella suspiró, y otorgándole un voto de confianza, decidió seguirlo hacia la cochera. Una vez allí, Carlos le ofreció un casco con una sonrisa y la invitó a subirse a la moto. Siguiendo su ejemplo, él también se preparó, y justo antes de ponerse en marcha, tomó las manos de Martha, haciendo que rodearan su cintura.

El contacto entre ambos fue como una chispa eléctrica que recorrió sus cuerpos. Era electrizante, sensual, lleno de una complicidad que nunca habían explorado. En ese instante, en el ronroneo del motor, el mundo exterior parecía desvanecerse, dejando solo el latir apresurado de sus corazones y la promesa de un viaje que podría llevarlos más allá de las fronteras conocidas. La frontera entre la enemistad y la amistad se desvaneció, dejando solo a ellos dos, inmersos en la lucha contra las innumerables sensaciones que surgían en su interior.

 Era como si un velo invisible se hubiera levantado, revelando la complejidad de su conexión. En ese momento, se encontraban en un territorio inexplorado, donde las emociones y las experiencias pasadas se entrelazaban de maneras que no podían ignorar. El desafío estaba claro: enfrentar lo que sentían, entender la naturaleza de su relación y decidir qué camino tomar en este nuevo capítulo que se abría ante ellos.

⎯¿Lista? ⎯preguntó Carlos. 

Martha accedió con un movimiento de su cabeza y, después, se aseguró de no caerse de la moto y estar cómoda. Carlos aceleró la moto, sintiendo la vibración del motor resonar a través de sus cuerpos. Con Martha aferrada a él, comenzaron su recorrido por las pintorescas calles de la isla. La brisa salada del mar acariciaba sus rostros, y en cada curva, podían vislumbrar destellos del azul del océano extendiéndose hacia el horizonte.

El camino serpenteaba entre colinas y bosques, ofreciéndoles vistas panorámicas de la isla. A medida que ascendían, el rugido del motor competía con el susurro de las olas lejanas. En cada alto, podían contemplar la vastedad del mar que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, regalándoles un cuadro de serenidad y libertad.

Después de un emocionante trayecto, llegaron a un punto paradisíaco. Un mirador estratégicamente ubicado que ofrecía una vista deslumbrante de la ciudad en la distancia. El silencio se apoderó del lugar mientras observaban la ciudad que se extendía ante ellos. Ni uno de los dos quiso decir palabra, no quería romper el momento mágico. 

⎯Creo que puedes pintar esto, ¿no crees? 

Martha sonrío. 

⎯No sé si soy tan buena, pero, es hermoso. Jamás había subido acá. 

⎯¿Jamás?, ¿ni en todos estos años? 

⎯No, no suelo salir mucho de mi rutina… tengo poco tiempo para hacer cosas como esta y lo aprovechó para hacer algo más. 

⎯¿Cómo qué? ⎯preguntó Carlos, interesado. 

⎯Ayudar a mi madre, ¿qué más? Trabaja tanto que a veces cae rendida en la cama y yo le ayudo a sacar la basura, por ejemplo, o a lavar los últimos trastes del día. Los fines de semana trabajo así que, no hay tiempo para venir hasta acá. Hubiese sido increíble venir de noche. 

⎯Podemos hacerlo, es más, podemos quedarnos… 

Martha volteó a ver a Carlos. 

⎯¿Es tu forma de zafarte de las materias que debes estudiar? 

⎯Tal vez… 

Martha se rió ligeramente, haciendo que Carlos sonriera. Le gustaba la risa de Martha, era en verdad sincera y sin un toque de desconfianza. 

⎯Solo quería recompensarte por lo que hice. No era mi intención. 

⎯Está bien, no pasa nada… ⎯dijo su frase habitual, Martha. Una que le ayudaba a sobrevivir el día a día. 

Cada vez que alguien le hacía algo, o que la molestaban, se decía: no pasa nada. Aunque el corazón se le rompiera por dentro. 

⎯Me gusta haber visto esto antes de irme, ¿sabes?, así que muchas gracias. 

⎯¿Irte? —inquirió, sus ojos reflejando sorpresa y quizás un dejo de tristeza.

⎯Sí, a estudiar… me iré lejos de aquí —respondió Martha, una mezcla de determinación y esperanza en su voz—. Todo el esfuerzo que hice valdrá la pena, todo lo que mi madre ha trabajado será recompensado y yo, me iré de esta isla a otro lugar, a empezar de cero, donde nadie me reconozca. Donde pueda ser yo misma y ser libre. Donde Martha chacha solo sea Martha y no me tenga que encontrar a nadie conocido.

Las palabras resonaron en el aire, y alcanzaron el mar. Carlos la miró, absorbido por la fuerza de sus decisiones, testigo de la transformación que ella anhelaba. Con un extraño nudo en la garganta, Carlos hizo una mueca, casi una sonrisa, reconociendo la valentía que llevaba consigo la decisión de Martha de buscar su propio destino lejos de la isla que los había visto crecer. 

⎯Nunca pensé que tuvieses esos anhelos o ese plan… 

⎯¿Qué pensaste?, ¿que cómo mi madre es sirvienta, yo también tenía que serlo? 

⎯No, para nada… solo qué… ⎯Carlos trató de decir algo más, pero, le fue imposible. En verdad pensaba que Martha terminaría como su madre, que él se iría y regresaría solo para verla limpiar su sala. Ahora se arrepentía de esos pensamientos. 

Martha observó a Carlos con una mirada que revelaba una mezcla de franqueza y preocupación.

⎯La pequeña burbuja en la que vives, no te permite ver más allá de ella, Carlos. Es triste, porque a pesar de todo, creo que eres un hombre que puedes lograr mucho. Solo que te has juntado con las personas equivocadas.

⎯¿Criticas a mis amigos? ⎯preguntó Carlos, bastante interesado en su respuesta.

Martha asintió.

⎯Lo hago. Todos creen que porque son importantes en esta isla, lo serán en otro lado. En realidad, saliendo de aquí, todos somos iguales, todos somos desconocidos, todos tendremos la misma oportunidad de fracasar o triunfar ⎯contestó con determinación.

⎯ Tal vez, solo me agradan.

⎯Tal vez… Aunque creo que el círculo en el que te desarrollas te dice que “te deben agradar”. Tienes opciones, pero, no las tomas, porque prefieres irte a lo seguro. Sabes que si eres diferente, te tratarán como me tratan a mí y no quieres estar fuera de ese círculo.

⎯No tengo muchas opciones, ¿sabes? ⎯Trató de defenderse Carlos.

⎯¿No?

⎯No. Tengo que ser doctor porque mi familia viene de un linaje de doctores. No como tú que deseas ser doctora.

⎯No, no lo deseo, necesito serlo.

⎯¿Cómo? ⎯preguntó Carlos extrañado.

⎯Sí. Necesito ser doctora para hacerme un nombre y ayudar a mi madre. Desde pequeña ella me ha dicho que ese es el camino, y que así podremos liberarnos de ser empleadas de gente rica.

⎯¿Entonces?, ¿qué deseas?

Martha volteó a ver extrañada a Carlos y negó con la cabeza.

⎯No te diré nada.

⎯Venga…

⎯Carlos, durante años me has molestado, sé que cualquier cosa que te diga podrá ser usado en mi contra. Prefiero quedarme en silencio.

Carlos, que no aceptaba un “no” por respuesta, le dijo:

⎯Si tú me cuentas eso, yo te digo un secreto mío, ¿vale? Así, tú sabrás algo mío y yo algo tuyo.

Martha sintió la mirada intensa de Carlos sobre ella. Esa mirada era capaz de convencer a cualquiera, y estaba a punto de hacerlo con ella. La actitud de niño malo con cara de niño bueno de Carlos era mortal.

 ⎯No lo harás. No confío en ti. 

Carlos, dejó a un lado el casco y se acercó a ella. Los nervios corrieron por sus cuerpos, y las miradas dijeron más de mil palabras antes de que él pudiese hablar. Así, se acercó directamente al oído de Martha y con suavidad le dijo: 

⎯Ella, la musa que coloreó su universo, ajena al secreto que late en su reverso. En el silencio de la noche, su corazón suspira, anhelando que ella perciba su amor que no expira.

Martha se quedó en silencio, escuchando el verso que Carlos dejó en su oído. Después se separaron y él sonrío. 

⎯Ahí está, mi secreto.

Ella lo miró extrañado. 

⎯Me gusta escribir poemas… 

⎯Vaya, eso no me lo esperaba… ⎯habló ella, recuperándose de los nervios⎯. Tu novia debe ser afortunada. 

⎯Supongo⎯conestó⎯, ahora, dime. 

Martha la pensó un poco, pero, después, cedió. 

⎯Quiero ser pintora. No quiero ser doctora. Quiero vivir pintando, captando cada imagen, cada paisaje y ponerlo en un lienzo. Quiero exponer mis cuadros, que me reconozcan por eso. 

⎯Pues, podrías serlo… eres buena. 

⎯No lo sé. Uno tarde mucho en ganar dinero por sus pinturas y hacerse un nombre. Mejor me voy a lo seguro. 

⎯Dijiste que eso era malo… 

⎯No para alguien que no tiene la fortuna que tú tienes. Algunos no tenemos la opción de soñar, solo de proveer. Sin embargo, pinto porque no quiero quedarme con la idea de que no hice nada para hacer mi deseo realidad. No quiero irme de este planeta sin haberlo intentado. Además de que es mi refugio. Me hace sentir bien. Mi imagianción hace compañía. 

Carlos sonrío. 

⎯Y tú, ¿por qué no quieres ser doctor? 

⎯No te lo diré. 

⎯¿Por qué? 

⎯Porque siento que si lo digo en alto algo malo va a suceder… 

⎯Entonces, mejor te pregunto, si no tuvieses la obligación de ser doctor, ¿qué serías? 

⎯Arquitecto… Me encantaría ser arquitecto. 

⎯Pues, puedes serlo. 

⎯No, no puedo… Además, ya tengo mi lugar para medicina y, no quiero desperdicirlo. 

⎯O, prefieres irte a lo seguro antes de intentar luchar por tu sueño. 

⎯Algunos no tenemos la opción de soñar, solo de seguir un linaje ⎯contestó Carlos en casi las mismas palabras que Martha. 

Ella le sonrió. 

⎯Bueno, es la primera vez que coincidimos en algo. 

⎯También en querernos ir de esta isla… cuento los días. 

La quietud del momento dejó que los pensamientos se agruparan en sus mentes. En el silencio compartido, las preguntas flotaban en el aire, como si fueran susurros del destino que aún no se atrevía a revelar sus cartas.

Martha, con la mirada perdida en el horizonte, se preguntaba si en algún rincón del tiempo futuro, la figura de Carlos se esfumaría de sus recuerdos. ¿Recordaría ella sus conversaciones en el jardín, los paseos en moto por la isla o las miradas que, a veces, traspasaban el muro de la enemistad? En ese momento, la isla parecía una burbuja en la que estaban atrapados, y el futuro se presentaba como un océano de posibilidades desconocidas.

Por otro lado, Carlos se sumergía en una especie de melancolía anticipada. Imaginaba la isla sin la presencia cotidiana de Martha, sin sus interacciones casuales que, de alguna manera, habían tejido una conexión inesperada. La idea de un futuro sin la presencia de su “Martha chacha” le resultaba extraña y un poco desoladora.

Ambos eran conscientes de que la vida los llevaría por caminos separados. Los compromisos, las decisiones y las circunstancias forjarían destinos individuales. Sin embargo, en ese instante, en medio del silencio que envolvía sus pensamientos, se percataban de que algo había cambiado entre ellos. Un hilo invisible los unía, y la incertidumbre del futuro solo intensificaba la importancia de ese lazo.

⎯Pues, a dónde quiera que vayas y lo que hagas, te deseo suerte ⎯habló Martha, al fin. 

⎯Igualmente… 

Martha tomó la bolsa de tela donde guardaba sus cosas para pintar y sonrío. 

⎯Iré a pintar un poco. A eso me trajiste, ¿qué no? 

Él asintió. 

La brisa suave del atardecer acariciaba la piel de Carlos mientras observaba a Martha prepararse para pintar. Un paisaje tan sublime como el que se desplegaba ante ellos se volvía aún más hermoso bajo su pincel. A pesar de que la razón original de su visita se había desvanecido por un momento, Carlos descubría que disfrutaba de la presencia de Martha más de lo que hubiera imaginado.

El hecho de sacar a Martha de las sombras y tenerla ahora a plena luz del atardecer no solo le movía, sino que despertaba en él una serie de sensaciones y pensamientos que nunca había experimentado. Aquella transformación, desde la indiferencia hacia Martha hasta la apreciación genuina de su presencia, marcaba el inicio de algo nuevo en la vida de Carlos y le aterraba, y aunque sabía por qué, no lo quería decir en voz alta. 

Sin embargo, en este preciso instante, Carlos gozaba de la libertad de seguir sus deseos y aprovechar estos momentos para experimentar una sensación diferente. En pocas palabras, buscaba disfrutar de lo que Martha despertaba en él: orgullo, valentía, amabilidad… ¿atracción? Aún no lo sabía con certeza, lo único claro para él era que Martha había logrado despertar emociones que nunca antes se había permitido explorar. 

 Carlos tomó el libro de los Reyes Católicos y fue a sentarse a un lado de ella. Con cuidado quitó uno de los audífonos de su oído y lo puso en el suyo. La canción de It’s not good invadió sus oídos y él sonrío junto con ella. Y así, cuando se miraron a los ojos, lo único que pudieron escuchar fue la letra, como si les estuviese dando un toque de destino y hablando por ellos: 

I’m going to take my time, I have all the time in the world to make you mine, it is written in the stars above. 

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