El salón de la exposición estaba impregnado de una atmósfera de sofisticación y elegancia. Las luces tenues restaban las obras de arte que adornaban las paredes y los pedestales. La suave música de fondo, creaba un ambiente íntimo, mientras que el aroma de las flores frescas flotaba en el aire. 

La exposición estaba llena, al parecer, toda la ciudad estaba ahí. Las personas elegantemente vestidas se desplazaban por el lugar, apreciando cada una de las obras que se exponían. Daban su opinión con lenguaje expresivo y algunos comentarios discretos. 

Carlos llegó ahí. Entró con pasos torpes y arreglándose el traje obscuro que su prometida, Isabella, le había escogido y dejado sobre la cama, recién planchado y listo para vestir. Ella llevaba un vestido verde olivo, de mangas largas, cuello largo, pero, corto del talle. 

Isabella irradiaba una belleza innegable, su confianza era palpable en cada gesto que hacía. Con una melena oscura que enmarcaba su rostro, y unos ojos centelleantes capaces de cautivar a cualquiera, era difícil no verse atraído por su presencia.

 En contraste, Carlos no poseía la misma apariencia deslumbrante que ella, pero había algo en su aura que resultaba intrigante y atrayente para las mujeres. Su aspecto no carecía de atractivo. Su cabello negro y rizado le confería una personalidad única. Con una estatura elevada, una figura esbelta y un rostro agraciado, poseía una presencia que no pasaba desapercibida. Una sonrisa genuina y una voz grave y cautivadora eran sus cartas de presentación.

Carlos había logrado convertirse en un arquitecto famoso y talentoso, aunque este éxito no siempre había sido su realidad. A pesar de los contactos de su padre, su camino lo había forjado con esfuerzo y determinación, ya que no había seguido la carrera que su familia había imaginado para él. Sin embargo, había seguido sus instintos y había triunfado, encontrándose ahora viviendo una versión de su sueño, o al menos algo que se le asemejaba.

 ⎯¡Ahí está!  ⎯ murmuró con alegría, Isabella. 

Carlos dirigió su mirada hacia Máximo Castro, uno de los empresarios más ricos del país. Estaba de espaldas, hablando con otros colegas, mientras fumaba con gracia un puro. Su cabello cano le hacía ver maduro pero no viejo, e incluso su ropa y personalidad lo hacían ver más joven de lo que era. Máximo, había llamado a Carlos, exclusivamente, con la intención de que él le hiciera un proyecto. 

  ⎯ Solo di “hola”, no te pongas nervioso. ⎯ Isabella le arregló la corbata y peino su cabello rizado delicadamente con sus dedos  ⎯. Recuerda que él fue quien te llamó. 

 ⎯Sí, lo sé, lo sé  ⎯ contestó Carlos, mientras respiraba. No sabía por qué estaba tan nervioso. Toda su vida había lidiado con personas como él, gracias a su padre, pero hoy sentía que había olvidado como comportarse. La personalidad de Máximo en verdad era imponente, y estaba seguro de que muchos se sentía al igual que él. 

 ⎯Vamos…  ⎯ Le urgió Isabella. Luego se tomó de su brazo y ambos caminaron hacia el empresario. Tan solo sintió su presencia, Máximo Castro se dio la vuelta para verle. 

 ⎯¡Por fin llegó, Señor Montenegro!, lo estaba esperando  ⎯ expresó, con una sonrisa que hizo brillar sus ojos azules.  

 ⎯ Lo siento, tuve algunas cosas que resolver en el despacho. ⎯ Se disculpó Carlos. 

 ⎯Lo entiendo. Uno debe atender su negocio antes de emprender otros, ¿no es verdad?  ⎯ Carlos sonrió aprobando el comentario. De pronto sintió como su acompañante le apretaba el brazo y reaccionó. 

 ⎯Ella es mi prometida, Isabella Anderson. ⎯ La presentó. 

Máximo estiró la mano y tomó la Isabella con delicadeza. Ella se sonrojó, al parecer, ese hombre no solo imponía, también seducía con sus actos. ⎯ Un placer, señorita Anderson. 

 ⎯El placer es todo mío  ⎯ respondió. 

Máximo, sonrío. Después subió la mirada y llamo a uno de los meseros que se encontraba sirviendo en el lugar. ⎯ ¿Dónde está la señora Castro?  ⎯ preguntó. 

 ⎯La vi cerca de la entrada, señor Castro. 

 ⎯Dígale que venga, de favor . ⎯ Ordenó. El mesero se alejó, Máximo se separó de sus colegas y se concentró solo en Carlos e Isabella ⎯. El proyecto que le voy a encargar es una sorpresa para mi mujer. Será su regalo de cumpleaños, acaba de cumplir treinta y tres años, y quiero hacerle un regalo especial. No sé si usted sabe, pero, ella también pinta, y muy bien. Incluso en esta galería están expuestos algunos de sus cuadros. 

 ⎯¿De verdad?  ⎯ expresó Isabella.

 ⎯Sí. Mi esposa es apasionada del arte y tiene unos retratos hermosos. No es porque yo sea su esposo, pero, en realidad, es talentosa. 

 ⎯Estoy seguro de que es así  ⎯ habló Carlos, con educación. 

 ⎯¡Ah, mi cielo!, ¡ven!, quiero presentarte a alguien. ⎯ La llamó. Isabella y Carlos no voltearon, se quedaron viendo al empresario, que con una sonrisa reflejada en el rostro miraba enamorado a su mujer ⎯. Estuvo fuera de la ciudad durante un tiempo, así que no tiene idea. 

Isabella y Carlos no dijeron nada, solo sonrieron ante el entusiasmo del empresario. Acto seguido, una mano fina, con un anillo de diamantes brillando en el dedo anular con una alianza combinación, apareció delante de ellos. 

 ⎯Amor, él es el arquitecto Carlos Montenegro y su prometida Isabella Anderson. 

Carlos subió la mirada y al ver a la mujer no pudo contener su sorpresa. ⎯ ¡Martha!  ⎯ pronunció, sin dejar de verla a los ojos. 

 La mujer sonrió levemente. ⎯ Lo siento, mi nombre es María. ⎯ Corrigió con amabilidad.  

 ⎯No, tu nombre es Martha  ⎯ insistió Carlos. 

 ⎯Amor, te están diciendo que se llama María. Lo siento, es que mi marido suele confundir luego a las personas. 

 ⎯Está bien… no pasa nada. Supongo que tengo un rostro que se confunde con otros  ⎯ habló la mujer. 

No obstante, en la certeza de Carlos brillaba la convicción de que aquella mujer de mirada, color miel y cabello castaño era, sin lugar a dudas, su Martha. Era la misma mujer por la que había indagado incansablemente durante años, aquella a la que había amado con una intensidad única en su vida. Era el amor de su adolescencia, la inspiración detrás de su camino hacía convertirse en el arquitecto que ahora era, y también era la misma mujer que, sin ninguna explicación, había desaparecido de su vida.

En ese espacio abarrotado de individuos, un torbellino de recuerdos lo envolvió. Fue como un empuje hacia atrás en el tiempo, transportándolo de vuelta a los días pasados. En un instante, el presente se difuminó y las imágenes de aquella historia de amor inundaron su mente. Los inicios tiernos en el cálido refugio de su habitación, y el abrupto final en una estación de tren… en la cita con el destino que nunca llegó.

2 Responses

  1. Y así empezamos, una vez más, capturada desde el primer instante… Gracias Ana por esta nueva entrega. Ya quiero saber cómo es Máximo, si está verdaderamente enamorado. Por qué María y Martha? Para Carlos, evidentemente ella sigue estando en sus pensamientos o jamás se fue…
    Muero por saber 😬

  2. Pues la reacción de Carlos indica que ella si es Marta, pero entonces porque ella dice que su nombre es María??

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