Mi nombre es Lila Canarias Ruiz de Con. Tengo 25 años y nací en Madrid, España. Soy diseñadora de vestidos de novia, una tradición que empezó con mi abuela y que tuve la fortuna de que reviviera en mí y que ahora llevo con orgullo a todos lados. Mi abuela, Ximena Caballero Sandoval, empezó a crear sus vestidos de novia en un pequeño local en ubicado en “la calle de las novias”, en México y después lo hizo por mucho tiempo en un taller privado. 

Recuerdo, cuando era pequeña, entrar a su taller y jugar con los retazos de tela que sobraban de sus creaciones. Vi a cientos de mujeres salir felices con los vestidos que les había creado y, sobre todo, me encantaba escuchar las anécdotas de cómo se habían conocido, crean hermosas historias de amor que añoré. La misma historia de amor de mi abuela y mi abuelo es épica, y yo, yo deseaba dos cosas. La primera, ser la creadora del vestido perfecto para ese momento especial y dos, encontrar un amor tan bonito como el de mis abuelos, padres o tíos. 

Mi abuela decía que ella recreaba todas esas historias con retazos de tela, y encajes bonitos. Ella me decía que al final, los vestidos contaban una historia y luego se convertían en recuerdos. A veces muy bonitos, como cuando ella veía el vestido que se hizo para su propia boda, o a veces tristes, cuando se enteraba de que una pareja se había separado. Pero, que al final eran historias, y que al crearlos, tú eras la escritora que hilo a hilo la reconstruía. Eso me enamoró. 

Así que un día, se lo dije a mi abuela y ella gustosa me regaló todo, sus patrones, sus hilos especiales, su libreta de anotaciones y su costurero. Me dijo que ella no iba a estar mucho tiempo, pero, que ahora, sabía que su pasión pasaría a manos de otra persona y qué mejor que su nieta. Entonces, cuando mi abuela se murió, de corazón roto, dijo mi padre, me quedé con todo y tome la decisión de ser yo quién confeccionara estos vestidos. 

Desde el día uno me tomé en serio mi nueva función, y cuando entré a la escuela de diseño en Nueva York, puse mi esfuerzo y toda mi concentración en aprender, en ser la mejor. Sin embargo, eso fue lo que me alejó de mi otro sueño, encontrar el amor y, aunque ya había tenido uno que otro amorío por ahí, todos eran mínimos. De algunos me arrepentí por completo, de otros pensé que podríamos ser algo más, pero, ninguno llegaba al nivel de una historia de amor digna de un Ruiz de Con y Canarias, que se distinguen por tener historias épicas de amor. 

No me importó, en realidad, mi sueño de encontrar el amor de esta forma se esfumó y lo sustituyó el sueño de crear mi propia marca y hacerla tan grande como Vera Wong o Rosa Clará, por lo que concentré todas mis energías aquí y ahora, con ayuda de mi hermana tengo la mía propia “Mena Caballero”, en honor a mi abuela y a todos esos sueños que ella no pudo cumplir. 

Así que imaginarán mi emoción al ver desfilar mis vestidos de novia por la pasarela de la escuela de diseño, ante mis maestros, sinodales, mi familia y algunos de los invitados. Arreglar a cada una de las modelos con mis creaciones, saber, que esos diez vestidos fueron confeccionados a mano por mí y por un equipo de compañeras de otros niveles que me ayudaron a hacerlo. Ver a mi hermana tomar fotos, a mi padre y a mi madre sonreír y sobre todo, ver en las telas la marca de mi abuela, de ese país que la vio crecer, esos bordados a mano que con tanto cariño y respeto recree. 

Pero, lo más importante es, salir en medio de la pasarela y ver el nombre de mi marca en letras doradas, mientras me aplauden, es el sentido de satisfacción que me llena, que me hace sentir orgullosa y me hace ver hacia el cielo y decir: “ves abuela, te dije que haría tus diseños grandes, verás que pronto, miles de mujeres los llevarán.” Solo espero que ella esté orgullosa, al igual que mi madre que dice está dispuesta a casarse una vez más con tal de llevar uno de mis diseños; mi padre solo espera que sea con él de nuevo y no con otro en mente. 

En fin, lo que yo no sabía, es que mis sueños se harían realidad, mi marca, más la historia de amor, ya que, la segunda no llegó como yo esperaba, es más, fue un poquito más complicada de lo que yo pensé. Sin embargo, mi abuelo Tristán decía que el amor llega en diferentes vehículos, formas y personalidades, y que el que nos toca, siempre llega con lo que necesitamos. 

Yo sé del amor, lo he visto en muchas maneras. Lo vi en mis abuelos cuando bailaban en medio de la sala, en las flores que mi abuela Fátima recibe cada día a pesar de que mi abuelo ya no está. Lo veo cuando mis padres se acurrucan en el sofá y mi padre le lee a mi madre sus documentos de medicina que ella escucha con atención. En mis tíos e incluso en mis hermanos. He visto tantas y maravillosas pruebas de amor que creo en él y lo único que yo espero con el mío, es que sea épico, algo tan grande que no se pueda bordar en un vestido, sino que se borde en mi vida misma. 

Tal vez fantaseo demasiado y bueno, eso es lo que me distingue de mi hermana Alegra, la gemela rebelde, imprudente e ingobernable. Pero, creer en el amor de esa manera no le hace daño a nadie, poner estándares en cómo quieres que sea tu relación, ya no es mal visto, sobre todo cuando quieres que este dure toda la vida. 

Eso es justamente lo que quiero, un amor real, un amor bonito, un amor sincero. Pero mientras llega, me encargaré de que cada mujer que pase por mi taller se lleve su vestido ideal para su historia de amor, y yo, seguiré esperando por la mía, esa historia que sé está cerca, y que tengo el presentimiento de que será inolvidable.

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