Todos sabían quiénes eran los Greiff. A pesar de ser una ciudad grande y que posiblemente había familias más influyentes que ellos, los Greiff eran conocidos por su riqueza y su posición en la sociedad. No era difícil identificarlos o saber a dónde habían estado, porque donde iban siempre dejaban un rastro, para bien o para mal. 

A lo largo de generaciones, la familia Greiff había gozado de riqueza y prosperidad. En el epicentro de esta dinastía, se encontraba el patriarca Alexander Greiff, cuyo carácter noble y sabiduría innata lo distinguían. Como líder al frente de una empresa de tecnología médica, cuyos cimientos habían sido establecidos por su bisabuelo, Alexander se había preparado con ahínco y previsión para cuando llegara su momento de liderar.

Desde sus primeros años, Alexander demostró un interés en la ciencia y la innovación. Era el primero de su familia que en realidad estaba fascinado con la idea de utilizar la tecnología para mejorar la salud y el bienestar de las personas. Gracias a eso, la visión de la empresa cambió, llevándola a ser líder en el mercado y dándole así más riquezas a su familia. Además de haber estudiado la carrera de medicina para complementar sus conocimientos en el área. 

Así, para continuar con la dinastía, Alexander se casó con Victoria Kep, una mujer elegante y hermosa que había nacido para ser esposa de un empresario como Alexander. Los dos se habían conocido por sus familias, y aunque el amor no fluyó al instante, se casaron para comenzar una nueva generación llena de poder y lujos. 

Victoria Kep, al contrario de su marido, era una mujer de carácter egocéntrico y presumido, evidente en cada una de sus actitudes y acciones. Además de darle hijos a Alexander, Victoria se preocupaba por mantener las apariencias y la posición social que por las verdaderas necesidades de su familia. 

Victoria siempre estaba atada al dinero y al qué dirán. Se esmeraba por tener un aspecto impecable para ella y sus hijos. Llevaba ropa que estaba a la última moda, siempre exquisita en su manera de vestir. Con una mansión impecable, limpia y ordenada, donde podía realizar los eventos sociales y exclusivos que tanto le gustaban,  donde había un destello de presunción y derroche de dinero que a veces ni el mismo Alexander podía controlar. 

Ese carácter se había colado una generación más, a su hijo Lucas. Un hombre sin oficio ni beneficio que vivía del dinero de su padre y de los contactos que él por años había hecho. De todos, Lucas Greiff era el más conocido, pero no por sus aportaciones inteligentes, sino por sus acciones tontas y torpes que le habían metido en problemas más de una vez. 

Era la decepción de su padre, así decían todos abiertamente. Consentido por la madre desde el primer momento que pisó la tierra, Lucas no tenía oficio, ni beneficio, ni una pasión que lo moviera, ni una carrera con la que se pudiese defender. Se la pasaba de fiesta en fiesta, durmiendo con mujeres y tomando hasta caer inconsciente.

 Era una bala perdida que necesitaba orientación, sin embargo, cuando su padre trató de hacerlo, era demasiado tarde. La influencia de Victoria ya estaba sobre él y era imposible cambiarlo. Lucas se había vuelto un parásito que vivía de la herencia de los Grieff y que parecer no tenía remedio ni se vislumbraba un cambio en él. Solamente había dos personas a las que Lucas quería incondicionalmente: a su madre y a su hermana menor Selene Grieff. 

Selene Grieff era la joya de la familia, la hija menor de Alexandre y Victoria, y la mujer que llevaba los sueños, deseos y anhelos de su padre. De carácter amable, compasivo, Selene era muy diferente a su madre. Poseía la firmeza e ímpetu de su padre, así como un talento e inteligencia que la hacía destacar en la familia. 

El padre de Selene decía que su hija podía ser la próxima heredera de su empresa, y la mujer la podría llevar más lejos de lo que ya lo había hecho él. Sin embargo, Selene era soñadora, amante del arte, lo que le había convertido en una talentosa pintora. Ese talento la había alejado por completo del círculo de su madre, por lo que no estaba dañada por las apariencias del qué dirán, ni por las habladurías de la gente. 

Selene, así como su hermano, aprovechaba de su condición pero de una forma muy diferente. Ella no despilfarraba el dinero de su familia, pero, aprovechaba que lo tenía todo para dedicarse a perfeccionar su arte. Sin embargo, era la más involucrada en la empresa de su padre. Ella estaba a cargo de los actos de beneficencia de la fundación, trabajaba en los proyectos y organizaba fiestas, exposiciones y eventos para recaudar fondos por alguna causa.

Selene era en verdad una mujer ideal, no solo por su carácter sino por su belleza. Poseía los hermosos ojos azules de su madre y el cabello negro y lacio de su padre. Era de piel blanca que destacaba sus labios, que tenían un rojo natural, y un cuerpo que parecía de maniquí, ya que todo le quedaba a la perfección.

Así, mientras su padre la veía como una mujer inteligente, capaz y talentosa, la madre la veía como la moneda de cambio que la familia podía utilizar para aumentar su vasto imperio. Sabía que si le conseguía a Selene un hombre con el mismo o mayor estatus y dinero que su padre, podría mantener el prestigio de la familia. 

Debido a esto, la relación entre Selene y su madre era tensa. Ya que desde que había cumplido dieciocho años, ella no dejaba de insistir que debía encontrar un buen partido, moverse entre las esferas de su sociedad para ver los candidatos. Selene, evidentemente, no estaba interesada en ello y a pesar de que se lo repetía a su madre una y otra vez, la insistencia era tanta que Selene, a veces, pensaba que estaba a punto de caer en sus chantajes, y rezaba por el día en que pudiese liberarse de ellos. 

***

Seis meses antes 

La majestuosa mansión de la familia Greiff se alzaba imponente en medio de un exuberante paraje, demostrando su riqueza y su tradición en el mundo de los negocios. Situada en lo alto de una colina, sus altas torres y elegantes balcones se podía distinguir desde lejos, formando parte del panorama de la gran ciudad. 

La mansión, con su estilo colonial, estaba iluminada para una gran fiesta. Los amigos y socios de los Greiff se habían reunido para un evento especial. Aunque parecía una fiesta normal, todos sentían que había algo más en el aire. Nadie sabía exactamente qué, pero todos esperaban descubrirlo durante la noche. Aunque, tal vez ni la misma Victoria podía saberlo o esperar el alcance que su reunión tenía. 

Las fiestas de los Greiff eran famosas en la ciudad, no solo por su elegancia y despliegue de opulencia, sino también porque solían ser un punto de encuentro para hacer contactos y cerrar tratos. Para Lucas, estas fiestas eran la oportunidad ideal para conocer a las hijas de hombres ricos y conquistarlas. Sin embargo, para Selene, cada fiesta era una lucha contra el aburrimiento constante. El anhelo de escapar siempre estaba presente. Al igual que su padre, ella no ansiaba estar allí, pero las circunstancias la obligaban a asistir.

Ataviada con un vestido negro sencillo que realzaba sus contornos, Selene permanecía reclinada en uno de los balcones del amplio salón durante horas. Su mirada se perdía en el horizonte, mientras su mente trazaba paisajes imaginarios que podría estar pintando en ese preciso instante. Se sentía atrapada en un ambiente saturado de ostentación y egocentrismo, y no podía esperar por irse de ahí. 

Una y otra vez, su atención se desviaba hacia el reloj de pulsera elegante que su madre le había obsequiado. Miraba las manecillas avanzar, deseando secretamente que el tiempo acelerara su curso. Cada minuto era una espera impaciente, una cuenta regresiva para cumplir con las formalidades necesarias y finalmente liberarse de la carga del evento.

 ⎯¡Selene!, ¡por Dios, hija!, ¿qué haces escondida aquí? ⎯ Escuchó la voz de su madre, que iba entrando al balcón en donde se encontraba ella. 

Selene, sin mirarla ni siquiera a los ojos y manteniendo la vista en el paisaje, le contestó. ⎯ Precisamente eso, madre, escondiéndome. 

 ⎯Pues no deberías. Tu padre está preguntando por ti, al igual que los invitados. Vamos, entra. 

Victoria tomó de la mano a su hija, y la obligó a que la siguiera. Selene puso resistencia, pero ella le apretó tanto a la altura de la muñeca que no tuvo más remedio que seguirla. 

 ⎯Madre, me estás lastimando. ⎯ Le reclamó. Sin embargo, Victoria no escuchó los ruegos de su hija y continuó casi arrastrándola al gran salón donde se llevaba a cabo el evento. Tan solo entraron al lugar, los ojos se posaron sobre ambas y Victoria tuvo que soltarla y Selene comenzar a sonreír. 

 ⎯Ya estoy aquí, ¿satisfecha?. ⎯ Masculló Selene, mientras seguía sonriendo. 

 ⎯Estaría más feliz si te interesaras, esto es para ti y lo sabes. 

 ⎯¿Para mí?, ¿de qué forma?, una donde debo caminar por toda la habitación como si fuese una obra de arte que está en subasta, ¿para eso?  ⎯ preguntó, casi alzando la voz para que todos le escucharan. 

 Su madre fingió una sonrisa al ver a una de las esposas de los socios de su esposo y al terminar, volteó a ver a Selene a los ojos. ⎯ Te pido que te comportes como la señorita educada y de sociedad que eres. No te lo volveré a pedir, ¿está claro?  ⎯ comentó, para después alejarse y dejarla sola en medio del salón. 

Selene suspiró. Volvió a ver su reloj de pulsera y notó que en todo ese tiempo solo habían pasado unos cuantos minutos. En verdad, las manecillas del reloj le parecían estar estáticas y por más que agitaba la muñeca, estás no se movían del lugar. 

Ella agitó el brazo para ver si podía hacer que se movieran más rápido, cuando sin querer golpeó a alguien y de inmediato escuchó como se rompía un vaso a sus pies. 

⎯¡Ay, Dios, lo siento mucho! ⎯ expresó Selene de inmediato, mientras se agachaba para poder recoger el vaso roto. 

Una mano grande y firme, interrumpió su acción y con una suave voz le dijo. ⎯No se preocupe, señorita. Solo fue un accidente. 

Ella alzó la mirada y de frente se cruzó con unos ojos marrones que de inmediato brillaron. Selene sonrío. ⎯ Lo siento, de verdad, no me fijé que había alguien atrás. ¿Lo lastimé? 

El hombre se vio las ropas y notó que se había echado la bebida encima. Selene se incorporó, y tomó una de las tantas servilletas de tela que había sobre una de las mesas y comenzó a secarlo. El hombre, simplemente, la veía atento, con una sonrisa que no podía esconder. 

⎯Lo siento, a veces soy torpe. No era mi intención arruinar su camisa. 

⎯No te preocupes, tengo más ⎯ contestó él, simpático. 

La mirada del hombre la recorrió de la cabeza a los pies, y de nuevo se posó sobre sus hermosos ojos azules como la noche. Le sonrío, provocando que Selene se sonrojara levemente, ya que el físico de él, no podía pasar inadvertido. 

⎯Puedo lavarla, si lo desea.⎯ Se ofreció Selene. 

⎯¿Una señorita como usted sabe lavar esta camisa? ⎯ inquirió bastante curioso. 

⎯Esta señorita, sabe hacer más cosas de las que usted cree ⎯ contestó segura, con un toque de coquetería. 

El hombre, sonrío, no tenía otro gesto que hacer. Había quedado prendado a Selene y ahora, lo único que deseaba era conocerla. Sin embargo, la escena fue interrumpida cuando Selene vio unas gotas de sangre que manchaban en suelo. Él estaba herida de la mano, así que, de inmediato,  tomo la servilleta y la envolvió. 

⎯¡Qué pena! ⎯ expresó ⎯. Puedo curarla si me deja. 

⎯No, está bien…⎯ se negó el hombre. 

⎯Insisto.⎯ Pidió Selene, quien notaba las miradas de todos sobre ella. 

Él sintió las ansias de la mujer por salir de ahí, y sin decir una palabra más, asintió, para luego seguirla lejos del salón y adentrándose en los corredores de la mansión. Selene, caminaba segura, a pasos apresurados, pero lo suficientemente lento para que el hombre pudiese seguirla. 

Momentos después, entraron a una habitación que, más bien, parecía un consultorio médico con todo el equipo que tenía a su disposición.⎯ Déjeme ver si está abierta.⎯ Le pidió, tomando su mano y quitando la servilleta de tela. El hombre, simplemente se dejó. 

⎯¿Siempre eres así? ⎯ inquirió, casi en su oído. 

Selene levantó la mirada una vez más, encontrándose con esa mirada intensa que parecía estar fija en ella. Por un instante, tuvo la sensación de que esa mirada era capaz de desvestir su alma y leer sus pensamientos más profundos.

⎯¿Así cómo? ⎯ preguntó ⎯. ¿De torpe? 

⎯No, de atenta.⎯ Corrigió él. 

Selene sonrío levemente y después desvió su mirada al notar que el hombre la estaba sonrojando.⎯ Me gusta arreglar mis desastres ⎯ contestó, para luego dejar de tocar su mano ⎯. Solo fue una cortada leve, no necesita sutura. La voy a limpiar. 

Ella se dio la vuelta y caminó hacia un enorme gabinete donde había medicinas, gazas y demás equipo para curación. El hombre observó el lugar, estaba en verdad equipada, incluso, como para hacer una cirugía. 

⎯¿Cómo sabes que no necesita sutura? ⎯ preguntó a Selene, quien tomaba una bandeja para poner todo lo necesario para la curación. 

⎯Mi padre es médico, y me enseñó algunas cosas, entre ellas a distinguir una herida ⎯ habló con seguridad. 

⎯¿Tú también eres médico? ⎯ Continuó preguntado, interesado. 

Selene volteó a verlo y negó.⎯ Mis intereses son otros, pero, no está de más saber esta información, no se sabe cuándo podrás utilizarla… como ahora ⎯dijo, mientras le pedía al hombre que se sentara en una de las tantas sillas que había cerca de una mesa⎯. Voy a limpiarla ⎯le advirtió, para luego echar sobre la mano un spray que se sintió frío. 

El hombre la miraba atento, mientras Selene limpiaba con cuidado su mano. Cuando la sangre desapareció, él vio con claridad el tamaño de la herida y lo profunda que era. Tenía razón, no era tan grave y solo se arreglaba con una gaza y limpieza. 

⎯Listo ⎯ murmuró ella, cuando terminó de poner la cinta para que la gaza no se cayera. 

Ella levantó su mirada y de nuevo, la del hombre estaba atento en ella. Parecía embelesado, fascinado con lo que acababa de ver. Los ojos le brillaban expresando lo bien que se sentía al estar con ella. Selene, le sonrío tímida. 

⎯¿Debo regresar a revisión mañana, doctora? ⎯ preguntó simpático. 

⎯No creo. Excepto que se caiga la mano ⎯ respondió. 

Ambos se rieron al mismo tiempo, sacando los nervios y liberando la tensión que se había formado entre ellos. Cuando se calmaron, Selene comenzó a guardar las cosas y a tirar la basura de las gazas. 

⎯¿Cómo te llamas? ⎯ preguntó él. 

⎯Selene. Me llamo Selene ⎯ contestó la joven, y se le hizo extraño que él no la conociera, ya que no había persona en la ciudad que no lo hiciese. 

⎯Gusto en conocerte, Selene. 

⎯Y ¿tú?, ¿cuál es tu nombre? 

⎯Matías ⎯ pronunció con esa voz tan bonita que tenía. 

⎯Un gusto en concerte, Matías. 

⎯El gusto es mío ⎯ murmuró él, sin despegar su mirada de ella. 

Esa noche, entre Matías y Selene, se había tejido un vínculo que fácilmente podría haberse transformado en amor. La conexión instantánea y la química palpable entre ambos dejaban entrever esa posibilidad. Desde el instante en que sus miradas se encontraron, Matías sintió que Selene había tomado el control de sus pensamientos y ocupado un rincón en su alma.

Mientras tanto, inadvertidamente, la situación otorgó a Victoria el triunfo que justificaría dicha fiesta, el que Selene conociese un hombre adinerado. Uno que salvara a su familia de la banca rota – aunque ella no lo supiera. Sin embargo, había un pequeño detalle que impedía que ese amor floreciera: Selene ya estaba perdidamente enamorada de otro hombre.

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