Mía regresó exhausta del paseo, así que ni tuvo tiempo de contarle a Su todo lo que había dicho y hecho. Mejor para mí, porque si a Mía se le escapaba el nombre de Cecilia o entre sus frases a media y palabras cambiadas, mi niñera captaba que una mujer nos estaba acompañando, mi nombre hubiese sido una tortura y yo no lo quería así. 

Durante un instante, deseé mantener el silencio y guardarla en mi pensamiento, como si quisiera proteger ese sentimiento que ella había despertado en mí, algo tan nuevo y poderoso que me tomó por sorpresa. Me sentía extraño, como si fuera un árbol que de repente se veía sacudido por un fuerte viento, rompiendo la quietud de mi luto y mi tranquilidad.

La primera vez que experimenté esta sensación fue con Izel, quien ahora es mi socia y una de mis mejores amigas. Ella llegó a mi vida y me ofreció el primer atisbo de esperanza después de la dolorosa pérdida de mi esposa. No es que Izel y yo nos hayamos enamorado, simplemente encontramos consuelo el uno en el otro. Compartíamos nuestras heridas, nuestras experiencias de amor y destino. En contadas ocasiones, nuestros labios se rozaban, pero raras veces llegamos a dar paso a un beso profundo y apasionado. Era como si, en ese gesto, nos recordáramos mutuamente que aún sentíamos, que seguíamos vivos.

Nuestra relación era un vínculo especial, una conexión profunda que iba más allá del romance. Nos cuidábamos el alma, nos dábamos fuerza para seguir adelante en medio del dolor. Siempre nos entendíamos sin palabras, con una mirada, un gesto o un abrazo.

Aunque algunos podrían malinterpretar nuestra relación, nosotros sabíamos su verdadero significado y pronto dejamos de preocuparnos por el qué dirán. Tanto Izel como yo, sabíamos que era una manera de mantenernos aferrados a la vida y seguir adelante. Que en esos fugaces momentos, encontrábamos consuelo en el otro, reconociendo que nuestro corazón aún tenía espacio para sentir, para vivir y para sanar.

Sin embargo, lo que experimento con Ceci es distinto, va más allá de todo lo que antes me había permitido sentir. No tengo una etiqueta para definirlo, es un territorio desconocido para mí. Solo sé que si me permito explorar estos sentimientos, dar rienda suelta a mis deseos y fantasías, podría acercarme peligrosamente al deseo no solo de estar a su lado, sino de tenerla entre mis brazos y amarla apasionadamente, reavivando el fuego interior que sé que aún vive en mí. Es como si ella hubiera despertado una parte de mí que había permanecido dormida por mucho tiempo, una parte que anhela la cercanía y la intimidad con ella de una manera que nunca había sentido. Aunque sé que debo ser cauteloso y respetuoso, no puedo evitar pensar en cómo sería el roce de sus labios, el calor de su piel contra la mía y la dulzura de su amor. 

Así, mientras mi mente trata de concentrarse en el documento que estoy viendo, los nuevos bocetos de los diseños de Izel, no puedo dejar de oler el aroma a café, ese que manchó mi camisa y que ahora invade mi piel. Sonrío al acordarme de su reacción, al recordar ese cabello castaño que, al sol, parece que es rojizo. Me río bajito cuando su voz llega a mí contándome una de sus tantas anécdotas. 

⎯Estás loco, Miguel Caballero. Debes tranquilizarte o esto se puede desbocar. ⎯Así, sin poder concentrarme más, dejo el documento sobre la mesa de noche, modero la luz para que la habitación no se quede totalmente a oscuras y me acomodo sobre la cama. 

Al voltear, observo a Mía profundamente dormida, abrazando su nueva jirafa, mientras escucho su respiración serena, ya sin rastro de alergia. Una sensación de calma y protección me invade mientras sonrío, acaricio su cabello y le doy un beso suave en la mejilla. Por ahora, ella es la única que comparte mi cama, la única a quien permito pasar las noches conmigo. Siento que aún no estoy listo para dar el paso, para abrir mi intimidad a alguien más.

Izel respetaba el recuerdo de mi esposa, y yo respetaba el recuerdo de Enrique. Sin embargo, si dejo que Ceci entre en mi vida, podría romper con todo lo que durante años he jurado proteger. Lo que siento por ella va más allá de mi control, es una fuerza que parece desafiar todas mis promesas y mis miedos.

Por ahora, me mantengo en una encrucijada, dividido entre el deseo de abrir mi corazón a una nueva oportunidad de amor y el miedo de traicionar el recuerdo de mi esposa y el de mi hija. Pero una cosa es segura, lo que siento por Ceci es genuino y poderoso, y no puedo negar que su presencia ha despertado una parte de mí que creía perdida.

(Dos días después) 

He estado recibiendo mensajes constantes de Carol Parker – Thys, y ha insistido tanto que la he invitado a comer hoy por la tarde saliendo de la oficina. Como siempre, Su se ha enterado, y no deja de ponerme gestos de desaprobación cuando le menciono a Mía que papá no vendrá a comer con ella esta tarde y lo verá hasta la noche. 

⎯No cabe duda que esa mujer se le ha metido hasta por los ojos ⎯ expresa, mientras yo trato de ponerle su suéter a Mía. La niña desde que despierta trae una energía que a veces me agota antes de irme a trabajar. 

Ignoro a Su, ¿qué puede saber ella de relaciones cuando nunca ha tenido ninguna?. El padre de sus hijos la dejó y ella los crió sola. Supongo que es la persona menos indicada para darme sermones sobre el amor y sus caminos. 

⎯Mía, amor, detente un minuto, ¿si?, papá necesita ponerte el suéter y darte tus medicinas antes de irse a trabajar ⎯ le hablo con cariño. 

⎯¿Papá vada gafa?⎯ me pregunta, y yo sonrío. 

⎯¿Quieres que me lleve a tu jirafa a la oficina?, ¿vas a dejar qué se vaya? ⎯ le respondo, y la niña niega. 

Sé qué Mía debería de mejorar su lenguaje y dejar que se desarrolle correctamente, pero, a veces me gusta pensar que ella y yo tenemos un lenguaje secreto que nos une aún más. 

⎯¿Pa, gafa mana?⎯ inquiere una vez más. 

⎯Sí, podemos ir a ver a las jirafas el fin de semana, solo si Mía se queda un poco quieta para que pueda ponerle el suéter. 

Mía se queda de pie frente a mí, y yo me pongo de rodillas para ponerle el suéter tejido que Izel le regaló hace unos días cuando vino a visitarnos junto con sus dos hijos. Cuando está lista, arreglo las trenzas que caen sobre sus hombros y le sonrío. 

⎯Lista. Te ves hermosa. 

⎯Pa, te quello.⎯Y la niña me abraza. 

⎯Yo también te quiero. Te portas bien con Su, ¿vale?, ella te llevará a la escuela y luego a terapia. Papá regresará por la tarde, te leerá cuentos y veremos ese programa de la selva que tanto te gusta. 

⎯¡Va!⎯ expresa, para darme un beso sobre la mejilla. 

Le regreso el beso. A continuación me pongo de pie y la mirada de Su se cruza con la mía.⎯ Que tenga un buen día, señor. 

⎯Gracias, Su. Como siempre, cuídamela mucho. Que no se te olviden sus medicinas y los cubrebocas por si cae mucho polen. Cualquier cosa me llamas, en cualquier hora, yo estaré aquí. 

Su suspira.⎯ Lo sé ⎯ admite, porque no puede negar que, a pesar de que tengo mucho trabajo o salgo a otros lados, siempre estoy aquí cuando se trata de Mía. 

⎯Que coma bien, ¿sí?, debe al menos terminarse medio plato. 

⎯¡Pfff!, con la sazón tan insípida que tiene María, nadie se puede terminar un plato. No sé cómo usted le hace. 

«Ni yo», pienso, pero no digo nada porque no quiero llevar la contraria. 

⎯Solo has que Mía coma, no quiero que el pediatra me diga que está baja de peso o que le faltan nutrientes… ¿Sí? 

⎯Sí, sí… ya váyase tranquilo.⎯ Y me acomoda el cuello del abrigo. 

⎯¿Señor Caballero? ⎯Escucho la voz de María. Al voltear, la veo en la puerta de la habitación. 

⎯Dime. 

⎯Hay una mujer abajo, dice que viene a verle. 

⎯¡Ay!, de seguro es esa Parker. Esa mujer no se puede esperar ni un poco. No le basta con estar friegue y friegue toda la semana…⎯ Y mientras dice esto, manotea acompañando su discurso. 

⎯Dice que se llama Cecilia Carranza. 

Sonrió de inmediato sin que lo pueda disimular.⎯¿Cecilia Carranza? ⎯ pregunto. 

⎯Sí. Le dije que estaba a punto de salir a trabajar, pero ella dice que es rápido. 

⎯¿Cecilia Carranza? ⎯ pregunta Su, y al ver mi expresión sabe que es alguien importante⎯.¿Quién es Cecila Carranza?, ¿debo saber? 

⎯Dígale que en unos segundos voy ⎯ le digo a María. Después volteo a ver a Su⎯. Escuela, terapia y casa, Su. 

⎯¿No me dirá? 

⎯No tengo nada que decirte. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a verle, ¿vale? Ponle a Mía los zapatos y… ⎯ En eso, volteo a ver a mi alrededor y me percato que Mía ya no se encuentra conmigo, ni en la habitación. Así que tomo sus zapatos y salgo por el pasillo para dirigirme hacia las escaleras. 

⎯Son galletas, ¿quieres una? ⎯ escucho la voz de Cecilia, y automáticamente sonrío. 

⎯¡Detas!, ¡va! 

⎯Mía⎯ Interrumpo desde arriba de las escaleras, justo cuando mi hija está a punto de tomar una. Cecilia voltea a verme y sonríe. Por unos segundos me quedo embelesado por su presencia. Por su mirada, su sensualidad tan natural, y por esa sonrisa sincera que expresa, al igual que sus ojos, lo que en verdad siente⎯. Sabes que no puedes comer galletas sin saber qué contienen. 

⎯Son galletas de avena, señor Caballero ⎯ contesta Cecilia, mientras bajo las escaleras para dirigirme a ella⎯. Las hizo mi hijo especialmente para Mía. No contienen semillas, ni nada que le puede hacer daño. En lugar de crema de cacahuate le pusimos chocolate amargo sin trazas de leche, y sustituimos el huevo con semillas de chía ⎯ explica. 

Mía voltea a verme y espera a que le deje comer una.⎯ ¿Deta, va? 

⎯Sí, puedes comer una ⎯ le digo, y la niña, emocionada, la toma de inmediato y se la lleva a la boca. Me acerco a Cecila y ella desvía su mirada por un instante⎯.¿Cuántas veces te tengo que pedir que no me llames señor Caballero? 

⎯Como siempre una vez más… Miguel. 

Ambos sonreímos, finalmente nuestras miradas se encuentran, y una chispa de emoción recorre mi cuerpo ante su presencia. Observo cada detalle de su rostro con fascinación: su nariz delicadamente perfilada, sus hermosos ojos enmarcados por largas pestañas, las curvas de su boca que llevan a esos labios carnosos, ligeramente pintados con un labial rosa que resalta su belleza natural. Hoy, Cecilia luce especialmente bonita, con su cabello recogido en un moño alto y unos aretes largos de color oro que iluminan su rostro. Me doy cuenta de lo mucho que ha cambiado desde la primera vez que la conocí y, también, desde aquel encuentro en el zoológico.

Nos quedamos en silencio por unos momentos, y me atrevo a pensar que ella también está observando cada detalle de mi rostro. Los lunares que tengo en mi cuello, el que se encuentra debajo de mi ojo izquierdo, acentuando mi mirada. Mi barba ligeramente crecida y los rizos de mi cabello corto, que finalmente se han acomodado después de varios intentos. Es como si en ese instante, nuestros ojos fueran el lenguaje que habla por sí solo, expresando todo aquello que las palabras aún no se atreven a decir.

⎯¡Pues yo digo que están buenísimas! ⎯ Escucho la voz de Su, quién se ha acercado sin que yo lo note y tomado una de las galletas de Cecilia⎯. Estas galletas están mucho mejor que la comida insípida de la María. 

Volteo a verla, mi mirada lo expresa todo. Respiro profundo.⎯ Su ⎯ mascullo su nombre entre dientes, mientras abro mis ojos insinuándole que acaba de matar uno de los momentos más bonitos de esta mañana, después de ver despertar a Mía. 

⎯Pues, gracias… ⎯ habla Cecilia con cautela. 

⎯Su, ¿no tienes cosas qué hacer? 

⎯¿Eh?⎯ pregunta, tomando otra galleta⎯¿cómo qué? 

⎯No sé, como ponerle los zapatos a Mía. Ya sabes, porque eres su niñera. 

⎯¡Ah!, sí, sí claro.⎯ Entiende lo que le digo, para después tomar otra galleta y dársela a mía⎯. Muy buenas, muy ricas. 

⎯Gracias ⎯ habla Cecilia entre pequeñas risas. 

Su toma a Mía de la mano y mientras la pequeña se aleja le dice adiós con la que tiene libre. 

⎯Adiós, Mía. Te dejo las galletas, ¿vale? 

⎯¡Va! ⎯ expresa. 

Veo como se aleja mi hija, mientras una sonrisa se refleja en mi rostro.⎯ Es una niña muy bella. ⎯ Interrumpe la voz de Ceci, haciendo que yo voltee, una vez más, a verla. 

⎯Sí, es muy alegre ⎯ hablo en un murmullo. De nuevo las miradas hacen lo suyo, y esta vez no me engancho porque sé que podría quedarme así el resto de la mañana⎯. Dime, ¿en qué te puedo ayudar? ⎯ inquiero, como si estuviera atendiendo un cliente. 

«¡Dios, Miguel!, ¿tan oxidado estás?». 

⎯Pues, le prome… te prometí.⎯ Corrige⎯. Te prometí que te traería un platillo para recompensarte por lo del café y lo he traído. Lo siento si me tardé, pero he tenido mucho trabajo y hasta hoy me pude escapar al llevar a Vidal a la escuela. 

Entonces, Cecilia toma de una de las mesas un recipiente y, al abrirlo, puedo oler esa deliciosa combinación de hierbas y olores que emanan de adentro.⎯Huele delicioso. 

⎯Es pollo a la naranja con curry y papás. Fue lo primero que aprendí a cocinar cuando estudiaba y lo he ido perfeccionando. 

⎯Pues, se ve delicioso. 

⎯Como supe qué Mía querría, le hicimos las galletas, así no te preocupas por alguna especie de berrinche por no tener algo para ella. 

⎯Pues, gracias por pensar en todo… como siempre. 

⎯¿Quieres probar?, o, ¿ya es muy tarde? 

⎯No, claro que no. Me encantaría. 

Cecila, con un tenedor, parte un poco del pollo y después lo juega un poco dentro del jugo de curry y naranja. Posteriormente, lleva el tenedor hacia mi boca y al probar, siento la explosión de sabores dentro de mi paladar. 

⎯Esto está… delicioso. 

⎯Gracias ⎯ contesta con una sonrisa⎯. Espera, tienes un poco de curry aquí.⎯ Señala, y luego con su dedo toca mis labios para removerlo. El contacto de su mano con mi piel hace que cierre los ojos e imagine más cosas que no sé si aún están permitidas. Así que los abro de nuevo, y me percato que he tomado su mano. 

Cecilia la deja quieta, mientras mis dedos hacen círculos sobre la palma, sintiendo su suavidad. Una vez más, todo desaparece a mi alrededor, y solo veo sus ojos, esos que me han atraído desde la primera vez que los vi. 

⎯¿Me devuelves mi mano?, la necesito para cocinar ⎯ bromea Ceci, haciendo que nuestro momento no se sienta incómodo. 

⎯Sí, sí… claro. 

Suelto su mano y enseguida guardo la mía en la bolsa del pantalón, como si quisiera guardar ahí las sensaciones, la suavidad, el momento. Ella cierra el recipiente y lo pone sobre la mesa. 

⎯Solo, quería traer esto. Me tengo que ir, la señorita tiene que desayunar y no soporta hacerlo tarde. 

⎯Yo te llevo.⎯ Sale de mis labios. 

⎯¿Cómo? 

⎯Yo, yo también voy de salida⎯ titubeo ⎯, puedo llevarte a casa de Carol y así aprovecho para verla a ella también.⎯ Y al escuchar lo que dije, sé que lo he arruinado todo. 

⎯¡Ah, sí!, claro ⎯ contesta Cecilia. Noto un tono de decepción, que sé fue por mi comentario. 

⎯No, yo digo… 

⎯No se preocupe, señor Caballero. En verdad me ahorraría mucho si me lleva a casa de la señorita Parker. Entre más rápido nos vayamos, mejor, así podrá verla. 

«De nuevo ese tono formal. Al parecer, lo arruiné todo». 

⎯Bien, entonces, vamos.⎯ Y le ofrezco pasar adelante mío para salir por la puerta de mi casa. 

El chofer abre la puerta de la camioneta, y yo ayudo a Cecilia a subir tomando de nuevo su mano. Cada vez que la toco su contacto me da sensaciones nuevas y sé que ella también lo siente, porque suele acariciar ligeramente mi dedo, como si quisiera robarse alguna parte de mí. Me subo a la camioneta con ella y le pido al chofer que nos lleve a la casa de Carol. 

Tan solo el chofer avanza, los dos nos enfrascamos en una conversación bastante superficial, ahuyentando la posibilidad de tocar temas íntimos que nos pueden poner en apuros. Ceci me platica sobre su vida como chef personal de los Parker – Thys. Sobre los gustos raros y refinados de Carol y la tranquilidad que hay en la casa por las mañanas. 

⎯Por ahora es la mejor parte del día ⎯ me comenta, demostrando la confianza que tiene en mí⎯. Suelo caminar por los jardines en mi tiempo libre, después de limpiar la cocina o hacer el menú. Sin embargo, mi momento favorito del día es cuándo tengo que ir al mercado muy temprano para comprar la fruta o la verdura. 

⎯¿Qué tan temprano? ⎯ pregunto, interesado en verdad en lo que me está diciendo. 

⎯Cuando el mercado abre. A la señorita Parker le gusta la fruta y la verdura del día. Frescas. Así que voy todas las mañanas para poder comprar, ya que no sobra y no la puedo meter en el refrigerador. Pasa lo mismo con la carne y el pescado. 

⎯¡Guau!, sí que es exigente ⎯ expreso. 

⎯Lo es, bastante… ⎯ responde, para luego reír bajito. 

La camioneta se detiene de repente y me percato que hemos llegado a casa de Carol sin que nos diésemos cuenta. El chofer se baja para abrir la puerta, y Ceci y yo nos quedamos un leve momento a solas dentro del vehículo. Ella sube su rostro y nuestras miradas se cruzan, con tanto que decir pero sin saber cómo decirlo. 

⎯ Si quieres, yo te acompaño.⎯ Me sale esa frase de los labios. 

⎯¿A la casa?, no, está bien aquí… 

⎯Al mercado. 

Cecilia guarda en silencio. Arquea la ceja derecha y se muerde los labios, como si estuviera guardando una emoción.⎯¿Al mercado? 

⎯Sí, para que no vayas sola. Digo, si lo deseas. Yo puedo acompañarte y traerte a casa de Carol antes de que Mía despierte así yo podría ver…¿Carol? ⎯ pregunto. 

Cecilia suspira.⎯ Si, claro… así podría ver a la señorita Carol.⎯Cecilia nota mi rostro y al voltear, ve a Carol Parker – Thys acercándose al auto. Cecilia toma sus cosas y abre la puerta del lado contrario⎯. Muchas gracias, señor Caballero.⎯ Y al decir esto se baja del auto. 

Yo, por instinto, hago lo mismo. Sin embargo, me encuentro a Carol de frente sin poder decir nada más a Cecilia, quién se ha alejado corriendo para no ser vista.⎯¡Pero mira quién vino a visitar!, ¡me alegra tanto!, ven.⎯ Carol me toma de la mano, sin que yo pueda reaccionar, y me jala para dentro de la casa. 

Momentos después me encuentro en el salón, donde unas doce mujeres están sentadas, tomando café y con sus miradas sobre mí. Yo sonrío en automático, aunque mi vista sigue buscando a Cecilia. 

⎯Ellas son mis amigas, las he invitado a desayunar. Chicas, él es mi galán, Miguel Caballero. 

«¿Su galán?», pienso. Jamás en la vida me habían dado un adjetivo así. 

⎯Buenos días, señoritas ⎯ expreso. 

⎯Señoras ⎯ contesta una mujer, mientras mueve el café de forma insinuante ⎯. Esperamos que pronto Carol pase de señorita a señora.⎯Al terminar su frase, mete la cuchara a su boca y la besa con los labios. 

⎯¡Basta!, lo vas a asustar.⎯ En ese preciso momento, Carol me toma del brazo y envuelve en él. Mientras que toma mi mano⎯. ¿Me dirás a qué viniste, guapo? ⎯ pregunta. 

«A acompañar a Cecilia, porque me gusta pasar tiempo con ella». 

⎯Vine a decirte que…  ⎯ Pero no se me ocurre nada. En verdad no esperaba ni siquiera encontrarme a Carol aquí. Mi plan era traer a Cecilia, que ella se bajara y que el auto avanzara. Al parecer, no lo planee tan bien⎯. Vine a decirte que el restaurante me llamó y no hay mesas disponibles para que podamos comer hoy. 

⎯¿De verdad? ⎯ pregunta, en un tono de tristeza. 

⎯Sí, es una lástima. 

⎯Y, ¿por qué no comen aquí? ⎯ Se escucha la voz de otra de sus amigas⎯. Cecilia podría cocinarles algo especial. Podría ser más íntimo y acogedor. ¿Por qué no arreglas la mesa del solarium, Carol?, sería mucho mejor que un restaurante. 

⎯No quiero molestar.⎯ Me defiendo⎯. Haré la reservación en otro restaurante y… 

⎯Pero, ¡qué buena idea!⎯Interrumpe Carol, sin dejarme terminar⎯.Le pediré a Ceci que haga las perdices al horno con salsa de naranja y romero; las mejores que he probado. Abriremos un vino, de la mejor cosecha y podremos pasar la tarde aquí…¿qué dices? 

Las miradas de doce personas están sobre mí, así que simplemente asiento, aceptando mi destino. Era mucho mejor poder ir a un restaurante, donde Carol se comportara un poco y yo no estuviese tan nervioso. Sin embargo, ahora le estoy dando la libertad de que la señorita Parker- Thys, haga lo que quiera. 

⎯Claro, ¿por qué no? ⎯ contesto. Y mi consuelo es que podré probar una vez más la comida de Ceci y ver si puedo encontrarla para continuar con la conversación del auto. 

⎯¡Nos vemos a las dos!, ahora, si me permites, daré las instrucciones a Cecilia.⎯Carol me da un beso sobre la mejilla, dejando sus labios rojos sobre ella. Después, se aleja, con ese paso sensual que me hipnotiza por completo. 

⎯¿Algo más que se le ofrezca, Señor Caballero? ⎯ Escucho la voz de una de las mujeres, quiénes interrumpen el momento. 

⎯Con permiso, señoras.⎯ Finalizo la conversación, para después salir de casa de Carol, subirme a la camioneta y pedirle al chofer que se vaya de ahí. 

Mientras voy hacia mi trabajo, no puedo dejar de pensar en lo idiota que fui. No solo por dejar que Carol hiciera la comida en su casa, sino porque no encontré las palabras para explicarle a Ceci lo que deseo. 

⎯¿Desde cuándo eres tan idiota? ⎯ me pregunto en voz alta, lamentándome de todo lo que pasó. 

En eso, un destello dorado llama mi atención, y al tomarlo, veo uno de los hermosos pendientes que Cecilia llevaba sobre su oreja hoy por la mañana. Lo tomo, noto que el material es ligero, sencillo y oro de fantasía. 

⎯ Solo una mujer segura y hermosa puede hacer que una joya de imitación luzca como una original ⎯ recito ⎯. Sin embargo, tú eres única, imposible de imitar.⎯ Y junto con las sensaciones del roce de su mano con la mía, guardo el pendiente en mi bolsa. 

4 Responses

  1. Pues menos mal y reconoce que se está comportando idiota. Le falta demasiada seguridad, espero en algún momento la puedo encontrar

  2. La clase no se gana con el dinero…
    Ojo mijo que ya está mas casado con la loquita buscamarido esa.

  3. Que haces Miguel noooooo era el momento de decirle a la tal Carol que no anduviera diciendo cosas que no son

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