De entre todas las posibilidades que había contemplado, acabé escogiendo la que menos deseaba: cruzarme con Carol Parker antes de nuestra comida y, en consecuencia, comprometer todo. Ahora me encuentro en la necesidad de asistir a comer a su casa, quedando completamente a su disposición, sin saber cuánto tiempo se prolongará esta situación.
La situación más frustrante es que no tuve la oportunidad de despedirme de Cecilia y confirmar si estaría dispuesta a que la acompañara al mercado. No estoy seguro de por qué hice tal oferta en primer lugar, pero parece haber sido un acto impulsivo. A pesar de eso, la idea no me disgusta en absoluto y me gustaría sinceramente incorporarla como parte de mi rutina.
No puedo negar que siento simpatía por Cecilia. Disfruto de su personalidad vibrante y de nuestras siempre animadas y diversas conversaciones. No solo nos entendemos bien, sino que parece que nuestros hijos también conectan, a pesar de que Mía es aún muy joven para Vidal. Debo admitir también su atractivo físico, sus ojos tienen un efecto fascinante en mí, y su sonrisa tiene el poder de contagiarme de alegría. Su personalidad, además, irradia una combinación única de confianza y encanto, que no pasa desapercibida y atrae miradas curiosas. Es un conjunto completamente distinto al de Carol.
Lo único que me genera incomodidad en todo esto, soy yo mismo. Aparentemente, mi falta de experiencia en el ámbito de las relaciones sentimentales ha traído consigo algunas consecuencias. Me siento perdido en cuanto a qué responder o cómo comportarme, y al intentar abrazar la idea de dejarme llevar por mis sentimientos y ver hacia dónde me lleva el destino, me he encontrado en situaciones complicadas sin saber cómo resolverlas. Un ejemplo de esto es lo que estoy a punto de enfrentar: debido a mi incapacidad para encontrar las palabras adecuadas que explicaran mi visita matutina a Carol Parker, me veo en la necesidad de organizar un encuentro vespertino. Aun así, mantengo cierta esperanza en que las cosas se desarrollen de manera favorable.
⎯En un momento llamo a la señorita Parker- Thys.⎯ Escucho la voz de una de las mujeres del servicio, para después subir las escaleras y dejarme esperando en el salón.
Pasé toda la mañana intentando concentrarme en el trabajo e incluso rogué para que me pidieran salir en algún asunto urgente y así poder cancelar esto. Sin embargo, parece que mi destino es quedarme aquí y ya no hay forma de evitarlo. Con nerviosismo, deambulo por el salón, observando las fotografías colocadas sobre los muebles y deteniéndome en las paredes rebosantes de arte. Este lugar me trae a la mente el Louvre en Francia, donde la cantidad de cuadros en las paredes es tan abrumadora que uno no sabe por dónde empezar a mirar, optando por dirigir la vista hacia los patios blancos llenos de estatuas.
Mi atención se desliza hacia el jardín, donde puedo observar al personal regando las flores y podando el césped. Esta mañana, Cecilia me comentó lo meticulosa que es Carol Parker-Thys en cuanto a la estética. Siempre busca mantener todo impecablemente ordenado, el jardín en perfecto estado y su ropa sin la más mínima arruga. Incluso, me contó que Carol llega a adentrarse en la cocina y presenta los platillos con gran detalle para que queden exactamente como ella desea.
¿Debería considerar eso como una advertencia?, pienso, mientras mi mirada se clava sobre la pequeña puerta donde Cecilia entró por la mañana. El sonido de unos tacones deslizándose por la escalera captura mi atención en pleno. En ese preciso instante, giro mi cabeza y me encuentro con la presencia de Carol Parker adentrándose en la habitación con una vestimenta que me ha dejado sorprendido.
No puedo evitar admitir que Carol Parker irradia una belleza deslumbrante. Su figura es excepcional y sabe resaltar sus atributos no solo mediante su innegable sensualidad, sino también a través de sus elecciones de vestuario. Esos vestidos ceñidos que delinean elegantemente sus curvas, realzan su busto con gracia y mantienen la firmeza, además de alargar visualmente sus piernas, tienen el poder de capturar la atención y la admiración de más de un hombre, incluyéndome a mí.
No solo eso, sino también los aromas que ella elige utilizar, tienen una cualidad inolvidable, impregnándose en los sentidos de tal manera que persisten contigo sin importar el lugar. Es como si llevaras consigo una parte de su esencia en todo momento, recordándote vívidamente su presencia sin importar dónde te encuentres.
Carol avanza hacia mí con un vestido rojo que se ajusta a la perfección a su figura, resaltando su diminuta cintura. El escote, generosamente favorecedor para sus pechos, los enmarca con elegancia y asegura que mantengan su firmeza. Una sutil abertura adorna su pierna izquierda, aportando ese toque de sensualidad tan cautivador. En su cuello, luce un Izel de León, uno de los collares de edición limitada recién lanzados que destaca como una verdadera pieza de arte.
No puedo evitar sonreír, y estoy seguro de que ningún hombre podría hacerlo. Carol corresponde a mi sonrisa y avanza hacia mí con las manos extendidas. Sus dedos elegantes lucen anillos sencillos de oro que no solo realzan su belleza, sino también su impecable manicura. Aunque aún no está cerca, su cautivador aroma ya ha capturado todos mis sentidos.
⎯Miguel, ¡qué gusto tenerte aquí! ⎯ habla pegado a mi oído, mientras sus labios me dan un beso sobre la mejilla ⎯. Vamos, tengo todo preparado para ti, ¿tienes hambre? ⎯ pregunta.
Nos separamos, y su mirada se ancla en la mía, generando en mí un deseo incontrolable. Desde esta cercanía, sus labios sensuales lucen perfectamente perfilados con un toque de labial sencillo que armoniza con su maquillaje. No cabe duda que Carol se viste para seducir, y conmigo lo logra.
⎯Tengo hambre ⎯ respondo.
⎯Pues bien, vamos, que hoy nos prepararon tantas delicias que no sabrás qué comer. De postre, le pedí a la Chef Carranza que nos hiciera su especialidad, cerezas bañadas en chocolate, algo sencillo, pero, que sé, te va a gustar ⎯ me comenta.
Cecilia, cierto. ¿Estará por aquí para preguntarle sobre la propuesta que le hice?, pienso. Sin embargo, la mano de Carol acariciando mi mejilla me distrae.
⎯Vamos, que no queremos que esto se enfríe, ¿o sí? ⎯ inquiere, coqueteándome con la mirada.
De su mano, caminamos hacia el solarium que está ubicado en un rincón apartado de la casa. Al entrar, cierro los ojos para evitar que la luz me lastime. Al abrirlos, observo que este está rodeado por altos paneles de cristal que permiten que la luz natural inunde el espacio durante el día y brinde una vista impresionante del jardín bien cuidado. Los marcos de las ventanas están hechos de madera oscura, lo que contrasta hermosamente con el brillo del cristal.
En el centro del solarium, hay una mesa de comedor de madera fina, para dos personas. La mesa está decorada con un mantel blanco y delicado, y está adornada con arreglos florales frescos en tonos suaves que complementan la paleta de colores natural del entorno. Velas perfumadas en elegantes candelabros añaden un toque romántico y una suave iluminación que le da ese toque sensual que tanto le gusta a ella.
El suelo del solarium está cubierto con un suave revestimiento de madera, proporcionando una superficie cálida y cómoda para caminar descalzo. Cojines y almohadas en tonos pastel están dispuestos en un rincón, invitándonos a relajar después de la comida y disfrutar del ambiente.
Carol ha pensado en todo, al grado que las plantas en macetas, se encuentran estratégicamente colocadas en los rincones, aportan un toque de verdor al espacio y crean una sensación de armonía con el jardín exterior. Sin duda, ella sabe lo que hace, y provoca lo que desea.
⎯¿Te gusta? ⎯ pregunta, mientras educadamente recorro su silla para que se siente.
⎯Me encanta. No te hubieses molestado, solo es una comida.
⎯No, tú piensas que es una comida, Miguel Caballero. Para mí, es tener un invitado muy especial en mi casa, y debo tratarlo como se merece ⎯ contesta.
Uno de los miembros del personal hace su entrada portando una bandeja adornada con copas relucientes y una botella de vino tinto cuidadosamente seleccionada, sin duda escogida por Cecilia para la ocasión. En este momento, mi mente se sumerge en cómo estará ella, en medio de aromas en su reino culinario. Visualizo esas manos elegantes que manejan cada detalle de la comida con precisión, adornando los platos, mientras su mirada se sumerge intensamente en la tarea. Un suspiro ligero se escapa de mí al recordar el arete que ha quedado olvidado en mi automóvil, y aún puedo sentir su peso en el bolsillo de mi pantalón.
⎯¿Brindamos? ⎯ Me interrumpe Carol. Al posar mi vista sobre ella, veo su intensa y seductora mirada sobre la mía. Una sonrisa coqueta se dibuja en su rostro cuando llama mi atención.
⎯¿Por qué brindamos? ⎯ pregunto.
⎯Por ti, por mí, por este encuentro, por lo que está por venir.⎯ Al parecer, ya tenía el brindis preparado porque no duda dos veces en decirlo.
Alzo la copa, y con un ligero golpe hacemos que suenen, como si estuviésemos pactando esas palabras en un juramento que se queda entre los dos. Ella toma un sorbo, mientras yo aún me quedo observándola. Después, ella baja su copa, y con la mano provoca que yo tome de la mía, empujándola levemente.
⎯Dicen que si al brindar no tomas un sorbo, son diez años de malos besos y mal sexo ⎯ dice ese comentario atrevido que me sorprende ⎯. ¿No quieres diez años de malos besos?, ¿verdad? ⎯ me pregunta.
⎯Supongo que no ⎯ contesto, para tomar otro sorbo.
Nuestro momento es interrumpido por el joven que nos atendió antes, sin embargo, Carol no separa su vista de la mía. De reojo, noto como pone las cerezas bañadas en chocolate sobre la mesa, y después se retira cerrando las puertas del solarium. Supongo que mi mirada lo dice todo, porque Carol sonríe.
⎯Me gusta el postre primero y luego la comida, ¿a ti no? ⎯ inquiere.
Carol se acerca a la cereza bañada en chocolate con una mirada traviesa en sus ojos. Su expresión revela una anticipación juguetona mientras su dedo índice se desliza delicadamente sobre la superficie brillante del chocolate. La yema de su dedo traza un recorrido sugerente alrededor de la cereza, disfrutando de su suavidad.
Lentamente, sus labios se curvan en una sonrisa provocadora mientras sus dedos se cierran alrededor de la cereza. Eleva el pequeño manjar hacia su boca con una deliberación sensual, sus ojos o dejan de mantener contacto visual conmigo. El chocolate que moja sus labios, cae provocativamente, y para hacerlo aún más, observo con detenimiento como su lengua emerge con suavidad y acaricia el borde de sus labios.
La mordida es lenta y precisa. Sus labios se aprietan alrededor de la fruta, ejerciendo una presión que libera un suave gemido de placer. El chocolate cede ante su boca mientras su lengua se desliza entre los pliegues de la cereza, saboreando la combinación de sabores con una intensidad cautivadora.
Un destello travieso cruza sus ojos mientras retira la cereza de sus labios haciendo que el chocolate deje una huella en su piel. Ella lo lame con una lentitud calculada, saboreándolo. El gesto es tan provocativo, que no pasa desapercibido.
⎯¿Te gustan las cerezas, Miguel? ⎯ me pregunta, mientras mi vista no puede dejar de disfrutar lo que acabo de ver.
Mía es alérgica a las cerezas, es lo primero que me viene a la mente.
Carol se inclina hacia adelante, haciendo que mi silla se deslice hacia atrás. Pierdo el equilibrio y caigo, afortunadamente, sobre los cojines que ha dispuesto en el suelo de madera. Mi intento por levantarme es interrumpido por la presencia de su cuerpo que se posa sobre el mío, creando un acogedor rincón entre ella y los cojines. En ese instante, el embriagador aroma a chocolate y vino envuelve mis sentidos, cautivándome por completo.
⎯Me encantas Miguel Caballero ⎯ murmura ⎯. Me gusta tu presencia, tu masculinidad, tu inocencia, esa mirada que me enciende. ¿Sabes cuántas noches me he tocado pensando en tus labios?, ¿en tus manos grandes y fuertes recorriendo mi cuerpo? ⎯ pregunta. No sé qué contestarle, incluso, no sé qué demonios hacer. Estoy comenzando a excitarme como un adolescente que apenas está descubriendo su sexualidad
⎯Carol… ⎯ logro pronunciar su nombre.
⎯Miguel ⎯ murmura, para luego acariciar con la yema de sus dedos el borde de mis labios. Momentos después, los suyos me dan un beso ligero, provocando todos mis sentidos. Ella se separa por unos segundos para ver mi reacción, y luego, sonríe ⎯. Continuaré lo que dejamos pendiente en tu oficina.⎯ Y sin que yo pueda reaccionar, ella posa de nuevo sus labios sobre los míos, atándolos en un beso.
Siento el cuerpo de Carol sobre el mío, aferrándose a los cojines con las manos, como si no quisiera dejarme escapar. Las mías se mantienen libres, aun si saber dónde posarlas y tratando de mantener los límites que ella, evidentemente, ya ha cruzado.
El beso es increíblemente apasionado. Los labios de Carol son intensos, tratando de provocar el deseo en mí. Finalmente, mis manos se posan sobre su trasero, y ella se acomoda para quedar a horcajadas sobre mí. Ese momento de separación nos sirve para respirar y a ella para tocar mi pecho, pasando las huellas de sus dedos por él.
⎯Eres tan guapo. No sabes lo mucho que te deseo. Ese cuerpo, esos brazos, esa mirada.⎯Pasa sus dedos por mi cuello acariciando mis lunares ⎯. Me pregunto en qué otra parte de tu cuerpo tienes lunares. Tengo mucha curiosidad.
Mi corazón está completamente acelerado, mis movimientos son nerviosos. No voy a negar que me siento extremadamente excitado por todo lo que está pasando. Puedo sentir la intimidad de Carol sobre la mía. Los movimientos que hacen con sus caderas, cuando me besan, han empezado a despertar esa castidad que hace años guardo.
Sus manos abren mi camisa, lo hacen rompiendo los botones de esta. Al ver mi pecho se muerde los labios y sonríe.⎯ Miren las sorpresas que Miguel Caballero esconde debajo de sus ropas.⎯Para después acariciar mis músculos.
Todo comienza a ir a otro nivel, cuando las manos de Carol van hacia sus tirantes y los baja para mostrarme sus pechos. En ese instante pongo mi mano sobre ellas y se lo prohíbo.⎯ Carol, no es que te rechace, pero… así no, creo que no es lo correcto.
Ella sonríe.⎯ Todo un caballero, como lo dice su apellido. Pero, ¿qué pasa si yo te pido que me tomes aquí?, para hacer el amor como lo apasionados que somos.
Me enderezo un poco y tomándola de la cintura la cargo para que ella se siente sobre los cojines. Luego me abrocho la camisa como puedo y me siento frente a ella. ⎯ Acordamos que esto iría lento, ¿no es así? ⎯ hablo.
⎯Lo sé, pero no tienes idea lo mucho que quiero estar contigo, ¿quieres estar conmigo? ⎯ pregunta, de manera sugestiva.
⎯Yo, solo quiero que esto se dé sin que se apresuren las cosas, ¿entiendes?. No te preocupes, no me iré a ningún lado, solo necesito tiempo ⎯le explico, con la esperanza que me comprenda.
Ella echa su cuerpo hacia adelante y muerde el lóbulo de mi oreja.⎯ Al menos me dejarás besarte, ¿guapo?. Creo que soy adicta a tus labios.
No sé de donde saca tantas frases, pero, creo que una es más melosa que la otra. No respondo, solo me hago hacia adelante y la beso ligeramente sobre los labios.⎯ Lo pensaré, ahora, me tengo que ir.
Rápidamente, me pongo de pie, me arreglo el cabello y pasando mi mano me quitó el resto del lápiz labial que ha dejado en mis labios. Después le ofrezco mi mano a Carol, y ella se pone de pie, acomodándose el vestido.
⎯ Dime que la próxima vez no me dejarás así ⎯ me dice, y tomando mi mano hace que roce sus pechos, que se encuentren en verdad excitados.
¿Qué se puede decir en estos momentos? Primero soy un hombre que la rechaza, aunque mi cuerpo la deseaba con locura, y ahora, ¿le diré que aún no me siento preparado para tener relaciones con nadie? Opto por no decir nada, y mejor le doy un beso rápido sobre los labios.
⎯Hasta luego, Carol ⎯ murmuro, para después salir al ritmo agitado de mis pasos.
Salgo por la puerta sin mirar atrás. Mi cuerpo se siente excitado, nervioso y envuelto con el aroma de Carol. Subo a mi camioneta y doy un suspiro tan fuerte que hace eco en el lugar. Estoy seguro de que lo que pasó ahí no fue lo que esperaba, y tampoco sé si me gustó o no. Fue como un despertar de mi cuerpo que necesitaba, y que ahora pide más.
De lo único que estoy seguro, es que mientras Carol estaba encima de mí, con sus labios devorando los míos, lo único que hacía era aferrarme a ese arete en el bolsillo de mi pantalón, con la esperanza de que en algún momento los labios de Carol, fueran los de Cecilia.
ese verano intenso le está pasando factura ja,ja,ja,ja
que miedo da esa Carol… definitivamente, dudo que esté bien de la cabeza
Gracias a Dios reaccionó a tiempo uufff
Qué miedo esa necesidad del otro. Miguel necesita aclarar su mente o va a terminar haciendo algo que parece no querer.