Al día siguiente.

Las risas de Salvador se escuchan por toda la oficina. Desde que le conté lo que sucedió con Carol, esto ha sido una fiesta de carcajadas que no me ha dejado en paz. Ojalá no hubiese pedido su consejo, tal vez ahora no me sentiría tan ridículo. 

⎯¡Dios!, no puedo creer que eso haya pasado, ¿Cómo puede ser que te caíste de la silla?, ¿qué te pasó? 

⎯Ese no es el punto, Salva. Lo que no entiendo es porque esa mujer tiene que hacer todo tan apresurado. 

⎯El sexo lo es… 

⎯Y yo no lo quiero. Simplemente, fui a una comida y… 

⎯¡Es que no lo entiendes!, ¡tú eras la comida! Carol Parker solamente te usó de pretexto la reunión. Creo que te hace falta un poco más de experiencia. 

⎯En mi época, no era así ¿Qué pasó con las citas?, ¿con el conocerse bien antes de tener algo de intimidad? 

⎯Eso es como del siglo XVIII, amigo. Ahora todo es más rápido. No es que no existan las citas y todo eso, pero, solo son diferentes. Deberías dejarte llevar y disfrutar del momento, Miguel. Tal vez, adaptarte un poco y así, te juro, que podrás conocer a Carol. 

«Es que ese es el problema, ¿por qué la tengo que conocer?», pienso. 

⎯Trataré. 

⎯Trata. Creo que es una buena oportunidad para que salgas de tu caparazón y empieces a experimentar lo que este mundo del amor moderno te regala. 

⎯¿El amor moderno?, ¿estás insinuando que el mío es anticuado? 

⎯No, pero tampoco es el que se maneja ahora. 

⎯Dime, cuando tú conquistaste a Thalia, ¿fue justo como lo estás diciendo en tus consejos? ⎯ inquiero. 

Salvador niega con la cabeza. 

⎯A Thalia la conocí cuando éramos niños. Nos reencontramos después y me dio la oportunidad. No tuve que hacer esas cosas. 

⎯Entonces, para de dar consejos de amor.⎯ Le sugiero, haciéndolo reír. 

⎯Lo siento Miguel. Tal vez son más mis ganas de verte con alguien que de pensar que lo que hizo Carol estuvo mal. Si ya no quieres consejo, ya no te lo daré. Solo espero que esta experiencia no te dé una mala perspectiva sobre el amor, y te haga volver a tu caparazón. Es lo único que deseo.

Suspiro. Yo tampoco quisiera regresar a mi caparazón. Pero no sé si soy yo o el mundo del amor está un poco cambiado al que yo conocí. Siempre he pensado que soy una persona que está adelantada a su tiempo e incluso a la vanguardia en muchos de los temas actuales. Sin embargo, en el mundo del amor, me siento perdido, sin mapa, y lo peor de todo es que parece que me están empujando para que camine hacia una dirección que no tengo ni idea de dónde es. 

De pronto, el timbre de mi teléfono suena. Aprieto el botón y hablo: 

⎯Dime. 

⎯Suplicio y la niña acaban de llegar. 

⎯Gracias. Salgo en un minuto.⎯ Le agradezco a mi asistente. 

⎯¿Vendrás a comer este sábado?, recuerda que es el cumpleaños de mis gemelos y no quisiera que mis consejos terminarán con nuestra amistad. 

Sonrío. 

⎯Das malos consejos en el amor, pero, en el resto, eres el mejor de todos. No pienses que por eso dejaré de ir. Además, sabes que a Mía le encanta ir a jugar con tus hijos. 

⎯Excelente. Entonces, te veo ahí. ⎯Salvador va hacia la puerta y antes de salir me dice⎯ : Mi intención solo es bromear contigo, Miguel, pero si no te sientes cómodo, entonces busca a alguien con quien sí te sientas así. 

Y después sale. Me quedo en silencio pensando sus palabras ¿Sentirme cómodo?, ojalá pudiese encontrar a alguien con quien me sintiera cómodo. Alguien que me esperara y comprendiera que esta nueva incursión debe ser a pasos, no aventándome contra el suelo como Carol. Es tan difícil, quiero sexo, pero a la vez no quiero ese sexo que ella me da. Debo parecer un imbécil pensando así con lo atractiva que es. 

⎯¡Pa! ⎯escucho una voz en la puerta. De pronto la mano de Mía mueve el picaporte y ella aparece frente a mí, abrazando una muñeca. 

Los preciosos ojos de mi hija brillan cuando me ve, lo que provoca una sonrisa en m y me hace correr a abrazarla y alzarla. 

⎯¡Mi corazón! ⎯le digo, para luego darle un beso ⎯ ¿lista para irnos? 

⎯¡Va!

Veo la muñeca que trae entre las manos y la tomo. 

⎯Veo que tienes una nueva muñeca, ¿es de la escuela? 

⎯¡Va!

⎯¿Es un préstamo? 

⎯No, galo. 

⎯¿Un regalo?, ¡Guau!, no sabía que en la escuela daban tan bonitos regalos. Bueno, con lo que pago de colegiatura, supongo que algo deberían de regalarte. 

⎯Señor Caballero. ⎯Me interrumpe, Su. Ella entra por la puerta cojeando y empapada en sudor. 

⎯Dime. 

⎯Esa niña cada vez corre más y yo cada vez puedo menos, ¿tendría la amabilidad de comprarme algún carrito para alcanzarla? 

Me río. 

⎯Tal vez si dejaras de comer tanta torta, esto se te haga más fácil. Y eso que dices que la torta de María es mala. 

⎯Pues me la como porque nadie más lo hace. Todavía que le ahorro el desperdicio, jamás quedo bien con usted ⎯comenta ofendida. 

Sonrío. Debo admitir que Su me saca de mis casillas, pero, el noventa y ocho por ciento del tiempo, me divierto con sus ocurrencias. Así, tomo mis cosas y cierro las cortinas. El día ha terminado y dejo de ser el empresario para comenzar a ser el padre, mis dos roles principales en este momento. Aunque a veces me gustaría ser algo más. 

***

Doy vueltas en la cama sin poder dormir. He estado pensando en todo lo que pasó, en los consejos de Salvador. En la sensual figura de Carol viniendo hacia mí y ese beso tan intenso que plantó en mis labios. Quiera o no, ella ha despertado en mí todo tipo de sensaciones y sentimientos. Por lo que, de pronto, se me ha hecho imposible esconderlo.

⎯Solo duerme ⎯me regaño, mientras vuelvo a cubrirme con la sábana. 

Hoy agradezco que Mía se ha quedado en su habitación y que estoy durmiendo solo, si no, esta tortura hubiese sido más grande por el temor a despertarla y que tuviese que hacer la rutina de sueño otra vez. 

Me doy dos vueltas más y, en la última, me levanto y me siento en la orilla de la cama. Reviso la hora, son las tres y media de la mañana y todavía faltan algunas horas para el amanecer. 

⎯Me rindo, simplemente me rindo. 

Me pongo de pie y camino hacia la ventana de mi habitación. La noche está obscura, si no fuese por las luces de la ciudad en realidad no se vería nada. Todo está en calma y en paz. Los pájaros esperan a que comience a salir el sol para cantar y las estrellas comienzan a bajar su brillo. Tenía años que ya no me despertaba a esta hora, que no me ponía a pasear por mi habitación o a leer un libro hasta que mis ojos ya no pudiesen más. 

Pero, al parecer, he vuelto, y me alegra que no sea por un ataque de ansiedad, sino simplemente, porque una mujer me está quitando el sueño. 

⎯¿Recuerdas cuándo te invité a salir? ⎯ hablo al aire, en pocas palabras, a mi esposa que sé que me escucha ⎯. Lo hice tan natural que se dio de inmediato. Ahora, parezco un adolescente asustadizo que no sabe ni como besar, ¿siempre fui así? 

El silencio me contesta. Desde hace años que nadie me sigue la corriente en las conversaciones. Antes, solía imaginarme su voz, su respuesta. Pero, con el paso del tiempo he ido olvidando cuál era su tono, el sonido de su sonrisa, incluso, la he ido resguardando en mi corazón. 

⎯Me siento solo… ⎯ Confieso ⎯. Tengo a Mía, pero, me siento solo. 

Cierro los ojos por un momento y de pronto, sonrío. El olor de las galletas de Cecila, por alguna razón, ha llegado a mí. 

⎯Cierto… ⎯ murmuro, acordándome de algo. 

Así, voy hacia el armario, tomo ropa de deporte y me la pongo de inmediato. Me cepillo los dientes, me peino el cabello para que no se vea tan desacomodado y salgo de la habitación con cuidado para que Su o Mía no me escuchen. 

Bajo las escaleras de prisa. De la encimera de la entrada busco en los cajones los audífonos y luego tomo las llaves de la casa. Tal vez, si corro podré quitarme toda esto que siento y, dentro de un rato, concentrarme en la junta tan importarte que tengo. 

Así, comienzo a caminar a un ritmo continuo, hasta que me veo en la posibilidad de comenzar a hacerlo más rápido y, después, comenzar a correr. Logro coger una buena velocidad y cuando menos me doy cuenta, me encuentro haciéndolo al ritmo de la música que hay en mis oídos. 

Entre más avanzo, la obscuridad sede, y los primeros rayos del sol comienzan a teñir el cielo de tonos cálidos y suaves. Intento poner mi mente en blanco, despejarla de todos los pensamientos sobre Carol Parker, aquel beso tan precipitado y apasionado que nos dimos, las palabras dichas y las sensaciones que recorrieron mi cuerpo. 

Por un momento quiero olvidar las complicaciones que esta situación ha traído en mí. Solo quiero correr, para más al rato, poder encontrar una respuesta, o al menos, tratar de definir mis sentimientos por aquella rubia despampanante. 

Gradualmente, con cada zancada, vuelvo a sentir como el peso de mis preocupaciones se va desvaneciendo. El aire fresco de la mañana llena mis pulmones y el sonido de la canción me hacen sentir mejor. Sin embargo, justo cuando creí haber logrado mi objetivo de no pensar nada y no tratar de formular preguntas, una camioneta se atraviesa en mi camino, rozando mi cuerpo y casi atropellándome. 

⎯¡Ey!⎯ expreso enojado, pegando con fuerza sobre el cofre. 

Momentos después, un hombre vestido con uniforme se acerca a mí. 

⎯Lo siento, no lo vi. 

⎯Ya lo noté ⎯ contesto molesto, mientras reviso que no tenga ninguna herida. Siento un dolor a la altura de mi muslo, pero, al tocar la tela, no siento húmedo, por lo que no me preocupo. 

⎯¿Está bien? 

⎯Sí, sí… estoy bien. 

⎯¡Ay!, señor Caballero. ⎯Escucho esa voz tan conocida que me hace levantar la vista y sonreír. 

En eso, veo a Cecila descendiendo de la camioneta, con esa figura tan elegante y llena de vialidad, y con los ojos abiertos, llenos de sorpresa. Ella, de prisa, corre hacia mí y me pone la mano sobre la frente, como si estuviera midiendo mi temperatura, 

⎯¿Se siente bien?, ¿le pasó algo?, ¡ay Dios!, Pedro, te he dicho millones de veves que no vayas viendo el móvil mientras manejas. 

⎯¡Cómo! ⎯ expreso. 

Pedro se sonroja, pone un rostro de vergüenza y luego suspira. 

⎯Lo siento, señor Caballero. 

⎯No, estoy bien, no te preocupes. 

Las manos de Cecilia siguen tocando mi rostro, incluso, pone dos dedos sobre mi cuello y comienza a tomar mi pulso. 

⎯¿Qué haces? ⎯ inquiero. 

⎯Tomándote los signos vitales. Estudié un curso intensivo para ser paramédico y me estoy asegurado de que esté bien. ¿Se pegó en la cabeza?, ¿puede respirar?, ¿cuántos dedos tengo? ⎯ me pregunta, y me muestra la mano con tres dedos arriba. 

⎯Tres… 

⎯Tardó demasiado, seguro le dará algo ⎯me dice nerviosa ⎯. Señor Caballero, de verdad lo siento, es que ese Pedro tiene nueva novia y todo el día anda con mensajes y… no tengo dinero para pagar un hospital… no me demande. 

Al escuchar la última frase, lanzo una carcajada que creo despertó a media ciudad. 

⎯¡Ay Ceci!, ¿cómo crees que lo haría? 

⎯Bueno, no sé… yo. 

Le tomo las manos y nuestras miradas se cruzan. 

⎯Te perdono la demanda si me dejas de decir Señor Caballero y me dices Miguel ¿Cuántas veces debo decirte que no me llames así? 

Ella me sonríe tímidamente. 

⎯Una vez más como siempre, Miguel. 

Por un segundo nos quedamos aquí, de pie, viéndonos a los ojos y tratando de averiguar qué es lo que piensa el otro de este encuentro. Debo confesar que cuando salí a correr, lo hice con la intención de buscar a Cecilia en algunos de los mercados y encontrarme con ella. Sin embargo, jamás imaginé que nuestro encuentro sería de esta forma. 

⎯¿Señorita Cecilia? ⎯ Se escucha la voz de Pedro ⎯ ¿Si iremos al mercado? 

Ella sale de su trance. 

⎯Sí, sí, únicamente me aseguraba de que Miguel no estuviese herido. Pero, ya me voy. 

⎯¿Puedo ir? ⎯ me atrevo a decir. Veo como Pedro alza la ceja, tratando de darle sentido a todo. 

⎯Bueno ⎯ habla Cecilia ⎯, si quieres sí. Digo, solo es comprar algunas cosas y ya, no es que pueda quedarme a platicar. 

⎯No, importa, solo quiero caminar un poco y olvidarme de este suceso. 

⎯Está bien. 

Así, Cecilia y yo vamos a la camioneta y me subo junto con ella. Pedro avanza, esta vez ha dejado el móvil lejos y va concentrado en el camino. Tanto Ceci como yo vamos en silencio. Quiero pensar que no es que no tengamos nada que decir, sino que simplemente, aún no encontramos la forma cómo. 

⎯Miguel, te juro que no lo hice a propósito. 

⎯Claro que no. No creo que hayas calculado la hora en la que salgo a correr para atropellarme, ¿o sí? ⎯ Ceci niega con una sonrisa ⎯. Entonces, no hay nada que disculpar. 

El movimiento del auto continúa. Ceci ve por la ventana y suspira. 

⎯Es muy temprano para salir a correr, ¿siempre lo haces así? 

⎯Pues… ⎯ Es momento de mentir. En verdad si salgo a correr todos los días, pero solo en el parque de enfrente y voy al gimnasio tres veces a la semana pero, por la tarde. Que haya llegado hasta acá es una verdadera excepción ⎯. Sí, soy de correr muchos kilómetros. 

⎯¡Qué bien!, yo con el ejercicio que hago cargando, limpiando y persiguiendo a Vidal, creo que tengo suficiente. ⎯Se ríe. Después se detiene ⎯¿Cómo está Mía? 

⎯Muy bien. Se hizo fan de tus galletas y ahora que se terminaron, me pide comprarlas. 

⎯¿Ya tan pronto?, pensé que durarían más. No te preocupes, puedo hacerle unas cuántas. 

⎯Mejor unas cuántas docenas. ⎯Agrego. 

El auto se detiene. Momentos después el chofer nos abre la puerta y bajamos en el mercado. Al parecer aún está algo vacío, por lo que será rápido conseguir todo lo que Carol Parker necesita. 

Los dos caminamos hacia el lugar y, tan solo entramos, Cecilia comienza a moverse con una lista en las manos. 

⎯Es lo que necesito por el día, lo de la semana lo hago más tarde con calma. 

⎯¿No te cuesta venir todos los días tan temprano?, ¿cuándo todavía podrías estar calientita en tu cama? ⎯hablo. 

Ceci sonríe. 

⎯Es mi trabajo. Sí, yo fuera tu chef y me pidieses que te pescara personalmente el pez, lo haría. 

⎯¿De verdad?

⎯Sí, así soy de dedicada. Solo agradezco que Carol no tenga esas excentricidades, suficiente tengo con estas. 

⎯¿Qué más te pide Carol? ⎯le pregunto. 

Ella suspira. 

⎯Pues, además de la fruta fresca y la carne. Me pide que todo esté caliente a la misma temperatura antes de servirlo. Según ella, odia quemarse con los alimentos y por eso lo pide así. También me pide el postre primero y no come carbohidratos antes del ejercicio y después de las seis de la tarde. 

⎯¡Vaya! ⎯expreso. 

⎯Le encantan mis cerezas con chocolate. Siempre le hago y se las lleva a su habitación a comer. Por cierto, ¿te gustaron? ⎯me pregunta. 

⎯¿Qué? 

⎯Las cerezas. Las hice el día que fuiste a comer a su casa.

Me quedo en silencio. En realidad no las probé. Ahora que me doy cuenta, cuando estoy en casa de Carol Parker nunca logro comer lo que Ceci prepara. 

⎯No las probaste, ¿cierto? 

⎯Bueno, quería, pero, hubo circunstancias que no me dejaron y… ⎯ Suspiro⎯. Me siento terrible. 

Cecilia sonríe. 

⎯No tiene nada de malo admitir que no te gusta la comida de alguien. 

⎯Es que no es eso… 

⎯¿Entonces?, ¿temes que te guste tanto que te vuelvas adicto a ella y no puedas comer nada más? ⎯contesta, en tono de coquetería. 

Entonces, en un momento fugaz, nuestras miradas se entrelazan y veo en ella esa chispa de travesura que siempre me pone nervioso y me hace sonrojar.

 ⎯Tal vez ⎯ respondo, en el mismo tono ⎯. Las adicciones no son lo mío, ¿algo que me recomiendes para probar tu comida y no caer?

Cecilia sonríe. 

⎯Primero pruébame y luego vienen las recomendaciones… ¿No es así como se cae en una adicción? ⎯ habla, para después darse la vuelta y seguir comprando. 

Yo me quedo un poco rezagado atrás, aun tratando de procesar la respuesta que ella me ha dado momentos atrás. Una sonrisa juguetona se apodera de mi rostro, y aunque hago un esfuerzo consciente por contenerla, es una tarea difícil de cumplir.

Observo a Cecilia de lejos. No puedo evitar cuestionarme todo sobre su personalidad. ¿Es siempre tan ingeniosa, coqueta y seductora sin siquiera intentarlo?, o, ¿solo lo hace conmigo? Sería mucho pedir que solo fuese así. 

Camino hacia ella tratando de no cojear. Al parecer, el chofer sí logró darme un golpe en la pierna y ahora comienzo a sentir dolor después de desaparecida la adrenalina. Ella se encuentra en una de las panaderías, pidiendo segura todo lo que necesita y dando un vistazo a una torta de chocolate que se encuentra en el aparador. 

⎯¿No es muy temprano para chocolate? ⎯inquiero. 

⎯Nunca es temprano o muy tarde para chocolate ⎯ habla ⎯. Me encanta esa torta, el sabor se parece mucho a una sachertorte que solía comer en Nueva York.  Es uno de mis postres favoritos. 

⎯¿De verdad? 

⎯Sí. Me encanta. 

⎯Hay un restaurante aquí en Madrid que tiene una de las mejores sachertorte que he comido. Si quieres, podemos ir a cenar un día y la pruebas. 

En este instante caigo en la conciencia de lo que acabo de decir. Incluso Ceci también lo hace, porque sonríe levemente y su rostro se tiñe de un leve rojo. 

⎯¿A caso me acabas de invitar a cenar? 

⎯Pues… sí ⎯ respondo sin más ⎯. Digo, si lo deseas, solo es para probar el sachertorte, como recompensa de que yo no he probado tu comida y pues… 

«¡Cállate Miguel, solo cállate! », grito en mi mente. 

Cecilia encoge los hombros. 

⎯Bueno, si es solo para probar la sachertorte, no veo nada de malo. 

⎯Sí, exacto, solo es para eso ⎯ reafirmo, aunque luego me arrepiento de lo que acabo de decir ⎯. Bueno, no es que no quiera salir contigo o pasar la noche contigo, también podemos eso, pero el motivo es la sachertorte y que la pruebes, ¿entiendes? ⎯ respondo rápido y bastante nervioso. 

Ceci se ríe bajito Después se muerde los labios y se acomoda el cabello detrás de la oreja. Grabo esa imagen. No sé para qué, pero, la grabo. 

⎯Está bien. Solo puedo los miércoles, porque el jueves es mi día de descanso y no tengo que levantarme tan temprano. 

⎯Bien, entonces, ¿el próximo miércoles? 

Ella asiente. 

⎯El próximo miércoles ⎯me responde. 

⎯Bien, entonces, ya quedamos… solo no trates de atropellarme ⎯bromeo. 

⎯Vale, pero si seguimos coincidiendo así, no respondo ⎯ contesta, mordiéndose los labios y, después, alejándose de mí. 

No sé si llamaría coincidencia lo que pasa con Ceci, yo aún no le pondría nombre. Solo sé, que cada vez que estoy con ella todo fluye… 

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