Al parecer, mi reciente torpeza no resultó tan desastrosa como pensaba, ya que me aseguró una cena con la encantadora Cecilia, durante la cual disfrutaríamos de uno de mis postres favoritos. Recuerdo haber dejado de comerlo porque también era el favorito de mi difunta esposa, y había decidido que mientras siguiera vivo, me privaría de ese placer. Pero, al parecer, estaba equivocado.

¿Estoy ilusionado? No lo sé. Lo que puedo decir es que me siento nervioso, pues hace mucho tiempo que no comparto un momento a solas con una mujer, a excepción de Su y de Izel, quien fue mi compañera durante largo tiempo. Con ellas, la conversación fluye con facilidad, pues conocen mi pasado y todo lo que he vivido. No obstante, en el caso de Ceci, la situación es distinta; ella solo sabe que soy un empresario amigo de su jefa y que en ocasiones digo cosas sin pensar.

También debo admitir que no sé en qué momento se me ocurrió “pedirle una cita”. No sé si fue un deseo de mi corazón o si se interpretó de esa manera, pero, sea como sea, estoy contento de que haya sucedido. De lo contrario, jamás habría encontrado el valor o las palabras adecuadas para proponérselo. Supongo que es el destino diciéndome que es el momento oportuno.

⎯Y, ¿qué es lo que te da miedo? ⎯me pregunta Izel, mientras ambos recorremos la fábrica donde están realizando sus nuevos diseños. 

⎯No sé si sea miedo. Simplemente, es cuestión de hacerme a la idea de que saldré con otra mujer que no sea mi esposa. 

Izel sonríe. 

⎯Y, ¿ella te dijo que esto era en plan romántico? ⎯comenta. 

Me quedo en silencio porque me percato que es verdad lo que ella dice, en realidad Cecilia jamás me dijo que era plan romántico y yo lo estoy llevando a eso. 

⎯Tu silencio me hace pensar que no es así, pero que tú quieres que sea así. 

⎯Bueno, es que no sé. ¿Se puede salir con alguien en plan no romántico? 

⎯Sí, claro que sí, como amigos. 

⎯¿Amigos? 

⎯Sí. Excepto que Cecilia te atraiga y sientas que esto debe ser en plan romántico. ⎯Insisite. 

Ella se detiene un momento, mientras observa con detenimiento el ensamble de una de las piezas. Yo me quedo pensando un instante en lo que me acaba de decir.

«¿Ceci y yo estamos saliendo como amigos o cómo plan romántico?».

⎯¿Te gusta? 

⎯Sí, muy bonito ⎯hablo de manera automática. 

Izel se ríe bajito. 

⎯No, tontito, no hablo de la pieza, hablo de Ceci, ¿te gusta? 

⎯No lo sé… 

⎯¿Lo dudas o me lo dices así por qué quieres evitar el hecho de que te gusta? ⎯continúa preguntando. 

Una de las situaciones que me resultan más desafiantes en todo esto es que Izel parece tener una habilidad innata para discernir muchas de las cuestiones que me afectan, lo que a menudo me lleva a plantearme más interrogantes de los que ya tengo. Aunque su agudeza me brinda la oportunidad de desentrañar los misterios que acechan en mi mente, al mismo tiempo, me siento extraordinariamente vulnerable.

⎯¿Será que el que calla otorga? 

⎯Es que no lo sé… ⎯respondo, interrumpiéndola⎯. Sé que me gusta la presencia de Ceci, y me es fácil hablar con ella, pero, no sé si me gusta. 

⎯Vaya… 

⎯Es verdad… ⎯Insisto⎯. Nos hemos conocido por episodios y esos han sido muy placenteros. Más que los que he tenido con Carol Parker. 

Izel entrelaza su brazo con el mío, y continuamos caminando de esa manera durante el resto del taller. Esta cercanía con ella me transportó de inmediato a los tiempos en que compartíamos un hogar en Nueva York y solíamos dar paseos en silencio por el parque, como si fuéramos una pareja enamorada. Rememorar esos pequeños instantes me hacía sentir extraordinariamente bien. Al reflexionar sobre ello, me doy cuenta de que experimento la misma sensación cuando estoy con Cecilia.

Después de unos momentos, llegamos a la puerta del taller y ella se detiene para verme a los ojos: 

⎯Lo único que te puedo decir, Miguel, es que te dejes llevar, no lo planees todo como si fueras a dar el reporte anual de tu empresa. 

Sonrío. 

⎯Dejarme llevar. 

⎯Exacto. Sigue lo que siente tu corazón y descubrirás lo que realmente deseas o lo que no. El amor se experimenta, la atracción se percibe, la comodidad se vive. Si con Ceci puedes ser auténtico y eso es algo que le atrae, entonces eso es lo correcto y “ahí es”.

⎯Ahí es… Ni siquiera sabía que estaba buscando un “ahí”. 

⎯Ya te dije que la vida solo nos pone de frente lo que necesitamos y lo que podemos afrontar. Esta vez te está poniendo algo bueno, no lo dejes pasar. ⎯Izel se separa de mí, mete su mano en la bolsa y saca una caja pequeña y me la ofrece⎯. Toma. 

⎯¿Qué es esto? 

⎯Una cadena de oro con un dije de Xochiquétzal, la diosa mexicana del amor y la belleza. Regálaselo. 

⎯¿Es en serio? 

⎯Sí, dáselo. Es una pieza única y sé que la apreciará. 

Tomo la caja con anticipación y, al abrirla, me encuentro con el deslumbrante dije de oro representando a la diosa Xochiquétzal. Este exquisito dije es solo uno de los numerosos diseños que Izel ha concebido como parte de su exclusiva colección.

El dije es una obra de arte en miniatura. En su nítida superficie de oro, la figura de la diosa Xochiquétzal cobra vida. Sus contornos están meticulosamente esculpidos, capturando cada detalle de la deidad con precisión asombrosa. La diosa emerge con gracia y elegancia, sus rasgos finamente delineados reflejan su belleza y divinidad.

Los atributos están hábilmente representados: sus cabellos fluyen como ondas de un río, decorados con flores y hojas exuberantes. Lleva un vestido adornado con motivos florales que simbolizan la fertilidad y la abundancia. En sus manos, sostiene delicadamente un manojo de flores, simbolizando la conexión con la naturaleza y la creación.

⎯Debes dejar de regalar tu arte, si no, ¿cómo haremos dinero? 

⎯Un dije menos no me hará menos rica ⎯comenta⎯. Además, necesitas darle algo en esta cita. 

⎯No sé si sea una cita ⎯Interrumpo. 

⎯Cena y atracción, dan como resultado una cita y no tiene nada de malo. Y necesitas un regalo. 

⎯Puedo llevar flores. 

Izel sonríe. 

⎯Eso es bonito, pero, tú eres Miguel Caballero y puedes hacerlo mucho mejor. Llévale el dije, le gustará y, si quieres, también las flores ⎯me dice Izel bastante animada. 

Suspiro. 

⎯Está bien. Deséame suerte. 

⎯Esa ya la tienes ⎯contesta y acaricia mi rostro con ternura⎯. Te deseo que al final de tu cita te sientas feliz y aceptes que posiblemente el amor entró a tu vida de nuevo. 

⎯El amor entró a mi vida cuando te conocí. 

⎯Un amor que te pertenece a ti y solo a ti. Disfrútalo. 

Izel me da un beso sobre la mejilla. 

⎯Gracias, por siempre estar para mí. 

⎯Te debo mi segunda y tercer vida, Miguel… por supuesto que siempre estaré para ti. No olvides en llamarme y contarme cómo te fue, ¿sí? Enrique y yo estaremos felices de poner un lugar más en la mesa de Navidad para Cecilia… 

⎯Yo no sé si aún esté lista para ese lugar. 

⎯Yo digo que sí ⎯habla, para luego alejarse de mí y caminar hacia la camioneta que la está esperando. 

Me quedo un momento de pie observando como ella se va. Sonrío al recordar que una vez pensé que Izel podría ser la mujer para mí y, lo es, solo que no como yo esperaba, sino en la amiga que siempre necesite para desahogarme y contarle lo que me sucedía. 

Ahora ella me dice que Cecilia es la mujer para mí y que debería de verlo como eso. Sin embargo, mis inseguridades y mi miedo a traicionar la memoria de mi esposa, están más presentes que antes. 

⎯Aceptar que el amor entró a mi vida de nuevo ⎯murmuro, para después continuar con mi trabajo. Espero al menos distraerme de esta manera antes de volverme loco por tantas incognitas que viajan por mi mente. 

Miércoles 

Me encuentro de pie en la entrada de mi casa, justo frente al espejo. Elegantemente vestido con un traje oscuro a medida que realza mi figura esbelta y refinada. La camisa de un blanco nítido se ajusta a la perfección, creando un contraste con la profundidad del traje.

Con mis dedos, ajusto cuidadosamente los pliegues de la corbata de seda, que se desliza a través del nudo elegantemente anudado. Cada movimiento es meticuloso, mostrando mi atención al detalle y el deseo de causar una impresión impecable.

Miro mi reflejo con un nerviosismo que apenas puedo disimular. Estoy ansioso por lo que está a punto de ocurrir, una cita con Cecilia que me llena de emoción y expectativas. En mis ojos, hay un destello de anticipación y, al mismo tiempo, una chispa de inseguridad que no puedo evitar. Hoy todo puede pasar. 

La luz suave del vestíbulo ilumina mi rostro, revelando una expresión seria y concentrada, como si estuviera mentalmente repasando cada detalle de la noche por venir. Hay tantas emociones en mí que no sé cómo controlarlas y solo espero que el resultado no sea desastroso a causa de ellas. 

Aunado a eso, la mirada de Mía y de Su no se despega de mí, lo que hace que esta salida sea aún más difícil de lo que creí. Aunque, en realidad, ninguna de las dos me ha dicho o reclamado nada, simplemente observan como me preparo. Mía lo hace con una sonrisa y Su, con un rostro de seriedad. 

⎯¿Papá se ve bien, Mía? ⎯le pregunto a mi hija. 

⎯¡Va! ⎯ expresa. 

⎯¿Qué dices Su?, ¿me ve bien? 

⎯Se ve descente ⎯habla, para luego sonreír⎯. Se ve muy bien, señor Caballero. 

⎯Gracias. 

⎯Solo asegúreme que esta cita no es con la Carol. 

⎯No, no lo es y no es cita, es una cena entre amigos. 

⎯¡Pfff! ⎯ hace y Mía la imita⎯. A otro perro con ese hueso. Es una cita y no tiene nada de malo. Si le soy honesta ella me agrada. Además, podría cocinar mejor que la María. 

⎯Su… por favor, te lo pido… no ahora.

⎯Está bien. Aun así, me agrada. 

Sonrío levemente. Cuando termino de arreglarme doy un suspiro y me relajo. 

⎯Bien, es el momento. ⎯Volteo a ver a Mía, me pongo a su nivel y nuestras miradas se cruzan⎯. Papá saldrá esta noche y regresará cuando ya estés dormida. Te quedarás con Su, y ella te cuidará, ¿vale? 

⎯¡Va, papá! 

⎯Por la mañana, cuando despiertes, papá estará aquí. 

⎯Aunque lo mejor es que papá no lo estuviera ⎯Agrega Su. Dirijo mi mirada hacia ella y niego con la cabeza en desaprobación⎯ ¡Qué!, una cana al aire no le hace daño a nadie. 

⎯Papá estará aquí. ⎯Continúo explicándole a mi hija⎯. Y los dos iremos de paseo, ¿vale? 

⎯¡Va! 

⎯¿Le das un abrazo a papá y un beso? 

Mía se lanza hacia mis brazos y me da un beso sobre la mejilla que me hace sentir todo su amor. 

⎯Te amo, hija. Jamás lo olvides. 

⎯Amo papá ⎯responde. 

Dejo de abrazar a Mía y voy hacia Su. Ella estira los brazos para abrazarme también. 

⎯Su… 

⎯¿Qué?, ¿para mí no hay? 

⎯Te encargo a mi hija, cuídala… 

⎯Siempre lo hago ⎯me dice. 

Así, tomo las llaves el auto y me reviso el saco por última vez. Veo la mirada azul de Mía y sonrío. Sé que hace horas le dije a Izel que el amor entro de nuevo a mi vida cuando llegó ella, pero, me equivoqué, eso pasó cuando pusieron a Mía entre mis brazos. No hay amor más puro y verdadero que el de una hija. 

⎯Te amo, Mía. 

⎯¡Amo papá! ⎯repite. 

Para después verme salir. 

Con determinación, me acomodo en el auto y me encamino sin dudar hacia el punto acordado donde Cecilia me solicitó que la recogiera. Parecía que había tenido que dejar a su hijo en casa de una amiga para que pudiéramos encontrarnos, ya que en la residencia de Carol Parker-Thys no podía dejar al niño solo. Por lo tanto, en lugar de recogerla en ese lugar, acordamos encontrarnos en la salida del metro cercana al mercado. 

Voy manejando atento y nervioso, bajo la expectativa de lo que va a suceder. Pensando en las posibilidades de que esta noche termine bien o mal, y en cómo se sentirá ella. Las manos me sudan, los nervios se apoderan de mí y todo parece alentarse entra más cerca estoy del sitio en el que debo recogerla. Sin embargo, todo eso se desvanece cuando la veo a ella. 

Cecilia está de pie en la entrada del metro, y su presencia es simplemente cautivadora. Luce un hermoso vestido negro, sencillo en su diseño, pero elegantemente ceñido a su figura, lo que realza su gracia natural. El vestido destaca su elegancia sin esfuerzo y deja al descubierto sus hombros, creando un aura de sofisticación discreta.

Su cabello, peinado de manera simple, pero impecable, forma un moño sencillo que deja al descubierto su rostro. Un maquillaje discreto acentúa sus rasgos, resaltando sus ojos con una sombra suave y sus labios de un rojo cautivante. Es un rojo intenso que aporta un toque de misterio y pasión a su apariencia general.

Al verla, sin que yo pueda evitarlo, quedo completamente maravillado. La elegancia y el carisma que emanan de ella son palpables. Es como si el mundo a mi alrededor se desvaneciera, y solo ella ocupa mi atención. La combinación de su sencillez y su belleza natural la hace deslumbrante, y yo, de pronto, me siento afortunado de tener la oportunidad de pasar la noche con una mujer tan impresionante.

De inmediato me estaciono cerca de ella y salgo del auto para encontrarme con ella. Cecilia, baja la mirada por un momento, se arregla discretamente el abrigo y luego alza la mirada. Cuando nos vemos a los ojos, ambos sonreímos. 

⎯Te ves… ⎯decimos los dos al mismo tiempo y nos reímos. Sabemos que esas risas son de nerviosismo puro. 

⎯Lo siento, tú primero ⎯le comento. 

⎯No está bien… creo que deberías ser tú ⎯me habla y volvemos a reír. 

⎯Bueno, primero… Hola ⎯contesto. 

⎯Hola ⎯habla en voz bajita, y se sonroja. 

⎯Después te diré que… te ves hermosa. 

Ella se muerde el labio. 

⎯Gracias. El vestido me lo prestó mi amiga, espero que sea indicado para el lugar al que vamos. 

⎯Es más que indicado ⎯contesto, mientras no puedo dejar de admirarla. 

Cecilia, con una sonrisa me responde: 

⎯Tú, te ves guapo. Digo, siempre te ves guapo, pero no como ahora, es diferente guapura. 

Me río. 

⎯Gracias… Ahora que lo dices… me siento guapo. 

Ambos compartimos una risa, ya que nos damos cuenta de que hemos mencionado esa palabra durante mucho tiempo. De repente, una brisa de nostalgia me envuelve. No estoy seguro si se debe a que estoy parado frente a una mujer hermosa, a punto de tener una cita con ella, o si es el conocimiento de que tomar este paso implica relegar a mi esposa al estatus de un recuerdo y seguir adelante. Ceci percibe mi cambio de ánimo y esboza una tenue sonrisa.

⎯Es la primera vez que salgo después de mucho tiempo, ¿sabes? ⎯comenta, como si comprendiera lo que pasa. 

⎯¿De verdad? 

⎯Sí… pero me animé porque vamos a comer sachertorte y a eso no le puedo decir no. 

Nos reímos. 

⎯Sí, siempre comer sachertorte vale la pena ⎯respondo, tranquilizándome. 

⎯Así que vamos… ⎯Me anima, y discretamente toma mi mano. 

⎯Vamos… ⎯respondo, más tranquilo. 

Y mientras caminamos hacia el auto con expectativas de este encuentro mi corazón late diciendo… aquí es, aquí es, aquí es… y no sé si pueda ignorarlo más. 

2 Responses

  1. Que linda Izel, que buena amiga
    Su, siempre divertida
    Miguel, ojalá pronto entienda que merece ser feliz y no por eso olvidar a su esposa
    Cecilia definitivamente es una dama!

  2. La naturalidad de Cecilia le regala paz a Miguel, esas señales no deben ignorarse.
    Todos necesitamos amigos como Izel que nos hagan cuestionarnos siempre.

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