-Horas después-
Estaba hecho. La voluntad de Carolina estaba hecha y, ahora, me encontraba yendo hacia mi casa con una bebé de seis meses entre mis brazos y con una bolsa de papel con la poca ropa que tenía. Según me dijo Marietta, la niña estaría bajo mi cuidado por unos meses y, después, podría adoptarla, así que finalmente si quedé como su padrino, al menos por un rato.
Mientras el chofer maneja con dirección a mi casa, siento el peso de su cuerpo en mis brazos pero, sobre todo, el de su mirada azul. Desde que fui por ella esta tarde, la niña no me ha dejado de mirar. Es como si ella pensase que con solo despegar su mirada de la mía yo fuera a arrepentirme de mis actos, y ella está usando su mejor arma para conquistarme.
⎯ Es una niña muy callada ⎯ me dice el chofer, mientras me ve por el retrovisor.
⎯ Lo es. Seguro está asustada y por eso no hace ni pío ⎯ le comento.
⎯ No, señor ⎯ me corrige ⎯, con mucho respeto, pero, los niños, cuando están asustados, lloran, cuando están tranquilos, no dicen ni pío. Eso quiere decir que la niña confía en usted.
Vuelvo a ver a Mía y juro que una mueca se dibuja, como si fuera una media sonrisa. No sé qué tanto entendimiento tenga la niña al respecto, pero, al parecer, está aprobando los conocimientos del chofer.
⎯ Va a necesitar ropa y pañales ⎯ continúa ⎯, no creo que le alcance con lo que trae en la bolsa.
⎯ Me ocuparé ⎯ respondo, algo frío, o más bien cortante, porque ya no quiero saber nada. Hoy he tenido un día pesado, lleno de emociones y, sobre todo, mucha lluvia, una que no deja de caer desde la mañana.
El auto se estaciona justo en frente de mi casa y, en seguida, María sale con un enorme paraguas para darme la bienvenida. Tan solo ve a la bebé, abre los ojos sorprendida; no se esperaba esto.
⎯ ¿Señor?
⎯ Vamos, vamos… que no se puede mojar ⎯ le pido, para que esto se agilice y no haya tantas preguntas.
María y yo caminamos hacia las puertas de la casa y, al entrar, ella quita el paraguas y lo deja colgado sobre el perchero.
⎯ Dijo que iba por una tarta y, ¿trajo a una niña? ⎯ inquiere María.
⎯ Su nombre es Mía ⎯ hablo, y le doy la bolsa de papel ⎯ busca ahí algo importante o de valor y lo que no sirva, tíralo.
⎯ Pero señor…
⎯ Por favor, María
Ella asiente con la cabeza, y luego ve a la pequeñita que yace calientita y cómoda entre mis brazos. Sé que se pregunta de dónde salió y qué es lo que hace aquí, pero hoy no tengo ganas de darle explicaciones a nadie, así que simplemente me subo a mi habitación para recostar a la niña sobre la cama.
Mía se recuesta y, en seguida, se estira con soltura. Hace unas pequeñas muecas en señal de confort, para luego sonreír y abrir los ojos y clavarse en los míos.
⎯ ¿Qué demonios fue lo que hice? ⎯ me pregunto, mientras en mi mente la responsabilidad de saber que ahora esta pequeña vida me pertenece, comienza a abrumarme.
Me llevo la mano a la altura del corazón, y siento cómo el ataque de ansiedad comienza. Desde que murió mi esposa no he parado de tenerlos y, cuando Izel se encontraba conmigo, hacía que estos fuesen menos recurrentes, pero, desde que se fue, han regresado y ahora con más fuerza.
⎯ Respira, respira, respira ⎯ me repito a mí mismo, como ese tipo de consuelo que, al final, no hace nada.
Mi mente me juega malas pasadas, y recuerdo claramente el momento en que vi a mi hija completamente inerte sobre la pequeña cuna, y a mi esposa muerta por complicaciones del embarazo.
Lo sentimos, señor Caballero, no pudimos hacer más, suena en mi mente la voz del doctor y la ansiedad crece.
Me alejo, abro la ventana para respirar el aire frío de afuera y un trueno hace que Mía se altere y comience a llorar, lo hace con tanta fuerza que comienza a alterarme también.
⎯ ¡María! ⎯ grito fuerte, esperando a que me escuche ⎯ ¡María!
Mía sigue llorando, mientras mueve sus brazos arriba y abajo y abre la boca tan grande que puedo ver sus anginas.
⎯ ¡María! ⎯ digo, para luego ir hacia la puerta, abrirla y dar mi último grito, uno que apenas siento que sale.
En eso, las piernas me fallan y como si lo necesitara, caigo sobre el suelo, víctima de nuevo de la ansiedad que me ha carcomido por años. Siento cómo mi respiración se vuelve lenta, y como por más que trato de tomar aire, esto no funciona.
⎯ No puedo hacer esto, Carolina, no puedo ⎯ repito, mientras el latido de mi corazón es tan fuerte que hace eco en mis oídos. ⎯ No puedo hacerlo, no puedo hacerlo… mi destino no es ser padre.
El llanto de Mía me aturde más allá de lo que yo puedo soportar, pero, aun así, le echo una última mirada para asegurarme de que está bien, antes de caer desmayado sin poder hacer nada.
Odio todo esto, sentirme así y no poder superarlo. Odio perder las fuerzas, el conocimiento, el sentirme tan inútil, pero, sobre todo, que el pasado esté tan presente en mi vida que no me deje vivir. ¿De qué me sirve una “nueva vida” si no puedo disfrutarla?
⎯ ¿En qué me he metido? ⎯ murmuro, para después cerrar los ojos y dejarme llevar, como siempre, por la ansiedad.
No puedo hacer esto, no puedo…
***
⎯ ¿Señor? ⎯ escucho la voz de María, mientras mis ojos se abren.
⎯ ¿Cree que debemos llamarle al doctor? ⎯ escucho la voz de mi chofer.
⎯ ¡NO!, ¡no! ⎯ expreso, algo adormilado, para levantarme como puedo.⎯¿La niña? ⎯ pregunto.
⎯ Está bien, ya se durmió ⎯ me avisa María.
Entre ella y el chofer me ayudan a levantarme del suelo. Me siento como un borracho que se ha bebido cientos de botellas y ahora, no puede guardar la compostura.
⎯ ¿Quiere agua? ⎯ me pregunta María.
Asiento con la cabeza y mientras me sientan en una de las sillas, busco a Mía con la mirada para saber dónde está. Momento después, la veo recostada sobre mi cama, con los brazos estirados y profundamente dormida.
Tomo a tragos grandes el agua, ya que mi boca está completamente seca de lo que acaba de pasar.
⎯ Señor, no sé si sea muy bueno decirle lo siguiente, pero, ¿qué hace la niña aquí?
No sé, es lo primero que me sale en la mente.
⎯ Esta será su casa, la adoptaré ⎯ confieso, y el chofer me ve con rareza.
⎯ Usted…
⎯ No hagan más preguntas, solo la adoptaré. Se llama Mía, es mi hija y ya, ¿entendido?
Supongo que el tono en el que les digo esto los hace sospechar de algún asunto grave o delictivo, como si ella estuviera como testigo protegido, pero tampoco deseo dar muchas explicaciones.
⎯ Te pido María que por hoy le cuides, mañana me tocará a mí. Dale algo de comer.
⎯ ¡Y cómo! ⎯ exclama ⎯ si yo no tengo leche.
Así, saco la cartera y le doy dinero.⎯ Ve y compra lo que necesita.
⎯ Lo siento, señor, yo soy la que limpia, no niñera.
⎯ María… Cuidaste muy bien a Toño, el hijo de la señora Elena, ¿recuerdas?
⎯ Pero, pues estaba aquí ella para darle de comer…
⎯ Solo hazlo, es una orden.
María se levanta de mala gana, toma el dinero y antes de salir me dice.⎯ Si va a tener hijos, le recomiendo que contrate a alguien que le cuide, yo no haré doble trabajo ⎯ y diciéndome esto, sale de la habitación.
Mi chofer se queda en silencio y luego encoge los hombros. ⎯ Si quiere, yo la cuido. Tengo uno igual de pequeño en casa.
⎯ No, yo lo haré ⎯ contesto, y me pongo de pie para ir hacia ella. La levanto con cuidado y tan solo siente mi contacto, Mía deja de llorar.⎯ Pobre, tantos cambios en tan poco tiempo y le tocó un padre adoptivo, bastante inútil ⎯ le murmuro para recibir una sonrisa de respuesta.
Y a pesar de este acto tan bonito y de lo tierna que se puede ver, por mi mente solo pasa la frase, no puedo, y no sé si pueda arrepentirme ya.
Que encrucijada, definitivamente uno nunca está preparado para ser padre o madre así sea deseado, el miedo siempre viene con ellos porque es una vida que tenemos la responsabilidad de cuidar y formar
Cuidar una bb es una responsabilidad y más cuando no se está preparando
uuyyy que complicado..!
ojalá logre equilibrar en su vida para poder cuidar de Mía
El pasado pesa tanto como lo dejemos pesar. Ojalá Mía tenga el corazón fuerte porque tiene un papá que necesita amor.
Los dos podrán sanar entre ellos