Días después 

Debo admitir que contratar a Su, ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida, y eso que yo vivo de tomar decisiones, solo que no es lo mismo dirigir una empresa que una casa y menos ser padre de una bebé de siete meses. 

Para mi fortuna, Mía y Su se llevaron de maravilla y hubo una conexión que fue más allá de niñera y bebé, si no, como de protectora y protegida. Ahora, puedo irme un poco más tranquilo a trabajar, sabiendo que mi hija está siendo bien atendida, y que puedo no preocuparme hasta que regreso a casa para cenar. 

Sin embargo, miento porque no es así. A pesar de que tengo toda esa ayuda, no me dejo de preocupar por Mía, de pensar qué está haciendo, si está bien y de querer correr a casa para tenerla ya entre mis brazos, por lo que no hay descanso, ni mental, ni físico. Y, aunque Su es la que está al pendiente de ella, yo sigo levantándome por las noches cuando llora, para arrullarla y darle de comer, y sentir que no la he abandonado, que ella sepa que yo sigo aquí. 

Nadie te dice lo difícil que es ser padre, hasta que llega el momento donde lo vives en carne propia. Donde el golpe de realidad ahuyenta a la fantasía, cuando el bebé llora sin parar por horas y no te da una respuesta, cuando sientes tus brazos cansados como el plomo de tanto cargar y arañas la paciencia de otros sentimientos para así, no perder el control. 

Últimamente, he pensado mucho en la mamá de Mía, en todo lo que pasó sola antes de llegar al refugio para mujeres, y luego pienso en la niña, lo que pudo haber escuchado y visto, y el dolor que habrá sentido cuando se quedó sin su mamá; espero no haya dejado secuelas. 

Aun así, dentro de toda esta preocupación, del cansancio y del hartazgo que pueda haber, mi nueva vida sigue, y con ella, llegan noticias que cada día me hacen creer que Carolina está moviendo los hilos arriba para que Mía y yo no nos separemos, y que mi esposa posiblemente tenga que ver con esto. 

Entonces, mientras tengo a Mía entre mis brazos, profundamente dormida después de llorar sin parar por cuarentena minutos, no puedo dejar de leer los papales que hoy por la tarde, antes de salir del trabajo, me llegaron en un sobre de color amarillo manila. Ya estaba hecho, ya no había marcha atrás, Mía era mía, y las lágrimas corrieron por mis mejillas al ver mis apellidos adelante de su nombre. 

⎯ ¿Qué hace usted despierto a estas horas? ⎯ escucho la voz de Su. 

Volteo para ver cómo su figura entra por la puerta. En sus manos trae la mamila que en unos minutos le toca a Mía, y un rostro lleno de ojeras que creo está peor que el mío. 

⎯ Mía se despertó ⎯ contesto, y la veo al hermoso rostro ⎯, quería dormir en brazos. 

⎯ ¡Pues claro que quiere los brazos de su padre! ⎯ contesta Su, para luego sentarse a mi lado ⎯, los niños siempre querrán estar cerca de sus padres, más de su madre, ¿verdad?, pero bueno, aquí el caso es diferente. 

Sonrío levemente, al parecer, uno de los defectos de Su es que es bastante imprudente y que no mide sus palabras. Aun así, el comentario me hace gracia y decido tomarlo por un mejor lado. 

⎯ Supongo que si ⎯ respondo. 

Ambos nos quedamos en silencio y ella, de reojo, ve mi habitación ⎯. ¿Le puedo preguntar algo que tal vez no me incumba? 

⎯ Si te digo que no, ¿aún preguntarás? ⎯ respondo, y ella asiente ⎯. Pues si no tengo remedio, mejor pregunta. 

⎯ Mire, yo no soy de chisme ⎯ comienza su frase, haciéndome sonreír ⎯, pero si soy algo observadora, ¿verdad?, y pues cada vez que entro me percato que usted no tiene una cama para la niña, y tampoco una habitación, ¿qué no le dio tiempo de decorar a su esposa la habitación del bebé? 

Su pronuncia esa frase e inmediatamente viene a mi mente el recuerdo de mi esposa decorando la habitación de nuestra hija. Recuerdo el color blanco de las paredes, los cuadros que ella misma había pintado para colgar en los muros, y la hermosa cuna de madera, tallada a mano, que habíamos comprado. 

Cuando murieron, ella y mi hija, la habitación duró bajo llave más de un año, y luego mi familia la desmanteló mientras yo me encontraba lejos, en aquel centro de rehabilitación.

⎯ No, no le dio tiempo ⎯ me limito a decir. Veo a Su a los ojos y creo que es momento de contarle todo antes de que empiece a hacer más preguntas ⎯. Su, en realidad, Mía no es mi hija. 

Ella me pone un rostro de no entender nada, y se cruza los brazos a la altura del pecho ⎯ ¿Cómo? 

Con la mano que tengo libre, le muestro los papeles que me acaban de llegar de la adopción y ella los lee con detenimiento. Luego sube el rostro y cuando nuestras miradas se encuentran hace un ligero “¡oh!”, dándome a entender que ya comprendió todo. 

⎯ Me acaban de llegar hoy por la tarde, así que supongo que sí es mi hija, ahora, pero no de la forma que tú piensas. 

Su suspira ⎯. ¿Entonces es gay? 

⎯ ¿Qué? ⎯ pregunto, y esa cuestión acaba de romper el sentimentalismo y tensión del momento. 

⎯ Bueno, no está casado, es rico, guapo y adoptó a una bebé… 

⎯ ¿Y todo eso indica que soy gay? ⎯ inquiero, para luego reírme bajito. 

⎯ No me lo tome a mal, me llevo bien con los gais, el hijo de una amiga lo es, y bueno… 

⎯ No so gay, Su. Y aunque lo fuera, a ti no te importa. 

⎯ Lo sé… Pero bueno, ya aclarado eso ⎯ abre los brazos y ahora soy yo quién se sorprende. 

⎯ ¿Qué?

⎯ Pues déjeme felicitarlo por su adopción ⎯ contesta, para luego lanzarse hacia mí y darme un apretón. Debo confesar que este acto de cercanía se siente bien, aunque en mi mente aún lo veo como algo raro ⎯. Deberíamos de festejar con un chupito, ¿no? 

Niego con la cabeza ⎯. Te la debo, no hay alcohol en la casa. 

⎯ ¿Nada?, y, ¿cómo festeja usted? 

⎯ No, no hay nada. Soy alcohólico y está prohibido ⎯ confieso. 

Su, vuelve a poner su rostro de no entender nada, y después de lo que le dije, ya no hay bromas, solo un silencio total. 

⎯ ¿No me preguntarás nada? ⎯ le digo. 

⎯ Señor Caballero, como ya le dije, yo no soy de chisme, pero, si gusta hablar, yo le escucho. 

Sonrío, y por un momento volteo a ver a Mía porque se mueve un poco acomodándose entre mis brazos. En verdad, solo hay dos personas en este mundo que saben mi pasado, y no sé si estoy seguro de contarle a Su todo. Sin embargo, hoy tengo ganas de desahogarme, de dejar todo eso atrás, ya que quisiera empezar de nuevo, como lo está haciendo Mía bajo mi cuidado. 

⎯ Estuve casado hace mucho tiempo ⎯ comienzo mi relato ⎯, conocí a mi esposa cuando ella tenía diecinueve años y yo veintiuno. Ella, estaba iniciando su carrera como modelo cuando llegó a una audición en la empresa de mi padre. 

⎯ ¿Audición? ⎯ pregunta Su. 

⎯ Sí, mi familia se dedica el negocio de la joyería, del diseño y venta. Tenemos una marca muy famosa ⎯ agrego información y al parecer ella ha dejado de sospechar sobre la audición, ya que asiente con la cabeza ⎯. En fin, yo estaba iniciándome en el negocio de la familia cuando ella llegó, enamorándome por completo. 

Entonces cierro los ojos y la imagen de mi bella esposa viene a mí. Ese cabello rubio, largo, sus ojos azules y la sonrisa más hermosa que había visto en mi vida que junto con su tierna personalidad me volvió loco. 

⎯ Ese día le dieron el trabajo y yo también me acerqué a ella para pedirle su teléfono. No faltó mucho para que saliéramos y nos enamoramos. Y tiempo después, le pedí matrimonio y ella aceptó. Nos casamos cuando ella cumplió veinte años, en una ceremonia grande con muchos invitados. 

⎯ ¡Me encantan las bodas!, siempre hay alcohol y comida gratis para todos ⎯ agrega Su, y yo me río bajito. 

⎯ Mi esposa siguió con su carrera, y yo con la mía. En realidad éramos felices los dos juntos, y decidimos no tener hijos hasta que pasara un tiempo; de pronto ese tiempo llegó. Mi esposa quedó embarazada, y nos enteramos de que llegaría una niña. Aún no tenía nombre porque queríamos ver su rostro y decidir. Pensé que la niña llegaba en el momento perfecto, puesto que yo había obtenido un buen puesto en la empresa familiar. Todo iba viento en popa hasta que… ⎯ Y tan solo recordarlo se me quiebra la voz. 

Odio por eso relatar esto, porque a pesar de que ya pasaron diez años, me sigue calando fuerte, y haciéndome sentir fatal. Aun así, continúo, porque siento que es el momento de hacerlo. 

Acaricio el rostro de Mía, como si quisiera tranquilizarme o gobernarme, ya que siento cómo las lágrimas se escapan de mis ojos ⎯. Aún no se supo qué pasó, pero, mientras yo estaba en un viaje de negocios, mi esposa empezó trabajo de parto y a pesar de que llegó al hospital, los doctores no pudieron hacer nada. 

⎯ ¡Ay, señor! ⎯ murmura, bajito, Su. 

⎯ Lo peor de todo es que, yo no pude llegar. A pesar de tomar el avión de inmediato, no estaba lo suficientemente cerca como para estar a su lado. Aún sueño que entro por la puerta de la sala de emergencias y me dice los doctores que ella murió. ⎯ volteo a ver a Su ⎯. Ni siquiera me pude despedir de ella. Mi esposa murió sola, en ese frío quirófano, junto con la hija que jamás conocí. 

Suspiro, y me quito las lágrimas de los ojos antes de que caigan sobre el rostro de Mía. 

⎯ Ahí empezó la culpa, el encierro y el alcohol. Me sacaron de esta casa, ahogado en bebida e inconsciente debido a una congestión alcohólica, ya que llevaba semanas bebiendo sin parar. No me preguntes cómo le hice para salir de esa, pero, lo logré. Tuve ayuda de muchos amigos, y de mi familia, pero, la culpa no se va, y creo que no se irá. 

⎯ Pero, ¿qué culpa, señor Caballero? ⎯ me pregunta Su, estirando los brazos para tomar a Mía; yo me niego a dársela. 

⎯ Pues, la culpa de no estar ahí. De no poder decirle al oído que todo estaría bien. No sé si mi esposa me buscó o llamó mi nombre antes de morir. Simplemente, no pude hacer nada para ayudarle. 

⎯ Pero, tal vez no hubiese podido hacer nada ⎯ contesta Su ⎯, esas cosas son tan inesperadas que uno, simplemente debe dejar ir. 

⎯ Lo sé, pero, aun así, mi deseo más grande era estar ahí. Tomar su mano y pronunciar esa frase. Tal vez se hubiese ido en paz, y no preocupada o agitada. 

Su, me da una ligera palmada sobre la espalda, supongo que es su forma de consuelo ⎯. Y pues ahora mire, tiene a su hija aquí con usted. Tal vez no sea de sangre, pero, es suya, lo dice ese papel. 

⎯ Lo sé, y créeme, las circunstancias del porqué llegó Mía a mí son… 

⎯ Shhh, no interesan ⎯ me interrumpe ⎯, si ella llegó a usted es porque debía ser así. Llámelo casualidad o destino, pero, está aquí, y usted es todo lo que tiene la pequeña. Desde el momento en que la dejó entrar a su casa, usted es todo su mundo, por eso le busca tanto, porque sabe que entre sus brazos está protegida. 

Sonrío, mientras sigo observándola ⎯. A veces me pregunto si lo correcto es que ella esté conmigo, creo que no estoy destinado a ser padre, siento que soy pésimo. 

⎯ ¡Qué tonterías dice usted! ⎯ me regaña Su ⎯, ¡claro que no es pésimo padre!, mire, que yo he visto a padres que en realidad son terribles y usted no se acerca en lo más mínimo a ellos. 

⎯ ¿Eso crees? 

⎯ No lo creo, lo sé. Mi historia no es así de trágica, pero, los dos padres de mis hijos me dejaron sola cuando uno se fue por cigarros y el otro por cabrón. 

⎯ Shhhh, Su, ¿qué pasó con ese vocabulario? ⎯ le pido. 

⎯ Lo siento, pero yo solo puedo decir la verdad, y, usted no es mal padre, al contrario, es uno muy bueno. Porque a pesar de que la niña no es suya, que no es sangre de su sangre, aquí está, a las tres de la mañana despierto, velando por ella y con estos papeles que indican que no la abandonará. Ahora, solo falta darle la bienvenida. 

⎯ ¿La bienvenida? ⎯ pregunto. 

⎯ Así es. Tal vez por miedo a que algo pase, usted no le quiere decorar una habitación pero, al menos, dele una. Su propia cama, su propio espacio, hágale sentir que no es una inquilina más, sino que esta es su casa, ¿me entiende? 

Asiento con la cabeza porque Su tiene razón. Durante todo este tiempo Mía ha sido una inquilina más, y ha dormido en mi cama, ya que no veía la razón del porqué darle un cuarto si posiblemente no se quedaba. Sin embargo, la he adoptado, he firmado los papeles y ahora, necesita saber que esta casa, ya es su hogar. 

⎯ Te prometo que mañana estoy en ello ⎯ le comento. 

⎯ Vale. 

Suplicio se pone de pie, y deja la mamila sobre la mesa ⎯. Aprovecharé que está aquí para irme a dormir. Lo dejo con su hija, señor Caballero. 

Su, le da un beso en la frente a la niña, y después se retira de mi habitación dejándonos solos. A los dos minutos, Mía comienza a despertar y cuando siente el hambre, lanza un llanto anunciando que es momento de comer. 

⎯ Ya, ya, ya lo sé ⎯ le hablo con cariño, para luego ponerme de pie y tomarla entre mis brazos ⎯, papá te dará pronto de comer. 

Y al mencionar esa frase, siento cómo una sensación de felicidad recorre todo mi cuerpo. El cansancio se va, pero también la amargura, la ansiedad y todo lo que venía cargando desde hace años. Tal vez, no cumplí el sueño de mi mujer de ser madre, pero estoy seguro de que ella, ahora, lo vive a través de mí. Mía, ya no estaba sola. Perdió a su madre, pero había ganado en padre, y yo una familia. 

Entonces, mientras le doy de tomar el biberón a Mía y noto la tranquilidad en su rostro, me acerco a su oído en voz paternal, le digo ⎯. Todo estará bien, Mía. Te prometo que todo estará bien. Ya no estás solita, ya no eres huérfana, ahora tienes un hogar. 

Y después, continúo observándola mientras come, asegurándome de que ella sepa que nuestra nueva vida ha comenzado. 

8 Responses

  1. Que hermoso, como ya lo está aceptado y Su a pesar de todo es una mujer muy sabía, es la mejor terapeuta que Miguel pudo conseguir

  2. Qué importante dejar ir lo que nos duele para permitirle que descansen los que ya no están.

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