Théa
Si tuviera que titular mi vida, lo llamaría “La Soledad de Théa”. Lo digo porque siempre me he sentido sola. A pesar de los esfuerzos de mi madre por evitarlo, la influencia de los Karagiannis hizo que me sintiera de esta manera, especialmente cuando me llevaron a vivir con mis medias hermanas en esa inmensa mansión que parecía aún más grande cuando me confinaron en el último cuarto del pasillo.
Ahora tengo a Antonio, pero, a pesar de ser libre en mi propio hogar y tenerlo a mi lado en la cama, todavía experimento esa soledad que siempre me ha acompañado. Me siento perdida en mi propio mundo, donde encuentro momentos de felicidad, donde nada sucede y donde finalmente me reconozco.
Hace mucho tiempo dejé de anhelar muchas cosas, incluido el sentirme amada. Mi único deseo era ser libre y encontrar seguridad, aunque fuera en un rincón. Aunque ahora tengo cierta libertad, la sensación de seguridad sigue siendo esquiva. No tengo una mano que pueda sostenerme o unos brazos que me abracen. A pesar de la presencia de mi esposo, la mirada de Chez Galán, el hombre al que estuve prometida, aún me ve a mí y me hile los huesos.
Me encuentro en la boda de Cassandra, escuchando uno de los importantes anuncios de mi padre, y, a pesar de que Antonio toma mi mano, por debajo de la mesa, siento que solo soy visible para la mirada de Chez.
⎯Atenea, sabes que eres una de mis hijas favoritas y por eso es que he pensado en tu futuro más que en nadie ⎯pronuncia mi padre, delante de todos.
Atenea sonríe, aún puedo sentir su mirada sobre mí.
⎯Por lo que he decidido darte un matrimonio sumamente ventajoso, y que sé te dará la vida que te mereces al ser una joya.
⎯Gracias, papá ⎯responde.
⎯Así que, anuncio oficialmente ante la familia, que Atenea se unirá en matrimonio con uno de mis socios más importantes y ricos: Chez Galán.
El rostro de Atenea es evidente, y no de sorpresa, sino de miedo. Podría alegrarme en este momento, sentirme superior porque Atenea está pagando muchas que ha hecho pero, no con Chez, no con él. Una unión con ese hombre no se la deseo a nadie.
⎯¿Qué no te gusta, Atenea? ⎯pregunta mi padre, mientras el rostro de mi hermana no puede cambiar el semblante a uno de felicidad⎯. Querías un hombre que te pudiese dar lo que quieres y mantuviese tu estilo de vida y te lo di. Deberías estar más agradecida.
⎯Es que… ⎯contesta Atenea, y todos vemos cómo se guarda el llanto⎯. Tienes razón, debería…
Chez Galán la toma de la mano y la besa.
⎯Verás, Atenea, que te daré una vida de reina… ⎯habla, aunque su mirada se posa sobre mí.
Aprieto la mano de Antonio para sentirme segura, pero, no sirve de mucho, ya que el miedo pesa más que la protección que él me pueda brindar
⎯¡Pues salud por el nuevo matrimonio! ⎯Brinda mi padre, y todos levantamos la copa casi bajo amenaza.
Todos tomamos un sorbo, para después, seguir con la fiesta. Antonio se acerca a mí y en el oído me menciona.
⎯Bueno, al menos ahora sabemos que Atenea ya no te molestará.
⎯Ojalá ⎯murmuro.
⎯Tranquila, todo estará bien. Verás como las cosas se van acomodando. Por lo mientras, ahora, estás a salvo.
⎯Sí, lo estoy ⎯rectifico, para luego dar otro sorbo a la bebida que tengo en frente.
Entonces Antonio y yo nos quedamos en silencio. Creo que hemos olvidado que debemos seguir fingiendo la dinámica de ser esposos enamorados, pero, como en este instante nadie nos está viendo, supongo que no importa.
De pronto, comienzo a sentir mi cuerpo algo caliente, como si un golpe de calor me hubiese llegado. Cierro los ojos y los aprieto, tratando de sobrellevar todo lo que siento.
«Agua, solo necesito agua en el rostro», pienso. Mientras me pongo de pie con cuidado. Noto que no me siento mareada, solo es el calor.
⎯Iré al tocador ⎯le digo a Antonio, mientras me arreglo el vestido.
Él me da un ligero beso sobre los labios haciéndome sonreír.
⎯No tardes. ⎯Me pide.
⎯Te prometo que no.
Entonces, comienzo mi camino hacia el tocador. Lo hago segura, sintiendo como mi hermoso vestido se acopla al movimiento de mis piernas. Voy hacia lo baños más cercanos, sin embargo, hay una señorita de la limpieza que me pide que no entré.
⎯¿Los están limpiando ahora? ⎯ pregunto.
⎯Sí, las órdenes fueron limpiarlos cada hora para que estén impecables. Si gusta, puede ir a los baños que están cerca de la caballeriza.
En eso, siento como todo mi cuerpo es golpeado por una ola de calor más fuerte, que me hace tambalear. Me cojo de la pared y espero que el mareo pase.
⎯Necesito… ⎯murmuro.
⎯¿Señorita?, ¿se siente bien? ⎯inquiere la señorita pero, es demasiado tarde, todo me da vueltas y puedo hablar.
Unos brazos me envuelven de inmediato, y cuando caigo en ellos, una voz en mi oído, la más fría, terrible y rasposa, me dice:
⎯No te preocupes, yo te tengo.
«¡NO!, ¡no!», grito en mi mente, al saber que se trata de Chez.
Trato de moverme pero, me es imposible, mi cuerpo está completamente paralizado y no puedo mover ni un solo músculo. No sé dónde voy porque no puedo abrir los ojos; sin embargo, escucho y sé que me está apartando de la boda, porque la música se va apagando.
«¡DÉJAME!», grito desesperada.
⎯¿Creíste que te escaparías, hermosa Théa?, ¿pensaste que porque Antonio de Marruecos es tu marido, te ibas a librar de mí? ⎯me habla.
No sé qué está pasando, pero, siento que ya no me mueve. De pronto el frío me invade y escucho la tela de mi vestido rasgarse un poco.
«Solo te pido que me dejes».
⎯Puede que Atenea sea la consentida de Karagiannis pero, tú eres la más hermosa, y no puedo resistirme.
De pronto, siento algo inmiscuyéndose entre mis piernas y un dolor se apodera de mí. Uno tan fuerte que quiero gritar, pero estoy adormecida que no me deja.
«¡Ayuda!, Antonio, ¡AYUDA! Por el amor de Dios, que alguien me ayude», pienso.
Los jadeos de Chez están en mi oído, y el dolor no deja de aparecer hasta que mi cuerpo cede, o más bien, se acostumbra al dolor. Quiero llorar, gritar, sacarle los ojos a este hombre, pero no puedo, estoy dormida.
«Un lugar feliz, piensa en un lugar feliz», me repito. Y después de un esfuerzo monumental, regreso a la isla dónde crecí.
Siento la arena sobre mis pies, la brisa del mar, ese olor a sal que despedida mi cabello rizado y a lo lejos, veo la casa donde vivía con mi madre. Corro hacia ella y la busco desesperadamente para que me abrace.
⎯Mamá ⎯murmuro, y ella me contiene.
⎯Te prometo que cosas mejores vendrán, te lo prometo ⎯me repite al oído.
⎯Te extraño ⎯respondo.
⎯¿Théa? ⎯Escucho mi nombre⎯, ¿Théa?
De pronto abro los ojos y me veo en una habitación. Antonio está a mi lado, tomando mi mano y con su mirada sobre mi rostro. Se nota preocupado, su respiración agitada me indica que está nervioso y que algo ha pasado.
⎯Théa, ¿estás bien? ⎯pregunta.
Siento un ardor terrible entre mis piernas y mi piel hormigueando y sin poder evitarlo me suelto a llorar.
⎯¿Quién me encontró? ⎯pregunto, apenas pronunciando palabra.
⎯Un amigo mío. Théa, él me dice que debemos ir al hospital y…
⎯¡NO! ⎯grito⎯, no quiero ir.
⎯Pero Théa…
En eso, me quito las cobijas, ante los ojos de Antonio, y subo mi vestido. Al ver la sangre tiñendo mi pantaleta me percato que no fue una pesadilla lo que pasó, el verdadero monstruo salió de ahí y me atacó.
⎯¡Dios mío! ⎯ murmura Antonio.
Me pongo de pie y como puedo voy hacia el baño y entro a la ducha. Puedo sentir todo el olor de Chez sobre mí. Los jadeos aún hacen eco en mis oídos y yo, y el dolor es insoportable, terriblemente insoportable.
⎯¡Théa! ⎯Escucho la voz de Antonio al otro lado de la puerta.
⎯¡No te me acerques! ⎯grito, y sin saber lo que hago, entro a la ducha, abro el agua y dejo que me empape por completo.
Como si estuviese en una historia de terror, puedo ver la sangre corriendo por mis piernas y yéndose junto con el agua por la coladera.
⎯¡Théa, por favor!
⎯¡Déjame!, ¡DÉJAME! ⎯ le grito⎯, ¡solo déjame!
Entonces, me dejo caer en la ducha y me siento a llorar como niña pequeña. Hoy, lo perdí todo, me han robado lo último que podía conservar para mí. Nunca he sentido un beso, nunca he sentido un abrazo de amor y, ahora, jamás sabré lo que es estar con alguien que me haga el amor… Chez se robó mi virginidad y con ella, lo único que quería dar y no que me fuese arrebatado.
La puerta se abre de golpe. Antonio ha logrado abrir la puerta del baño. Al verme, sin más, entra a la ducha y se acerca a mí.
⎯¡Lo mataré! ⎯me dice con furia⎯, ¡juro que lo mataré!
Me quedo viéndolo a los ojos y ese destello verde por un instante quiero que sea mío y de nadie más. Antonio es un reflejo de mi vida. Es mío pero no me pertenece, así como todo lo que tengo.
El agua nos empapa a los dos y él se sienta a mi lado.
⎯¿Puedo? ⎯me pregunta.
Asiento con la cabeza y en seguida, siento sus brazos envolviendo mi cuerpo. Él está ahí, pero, yo, me siento sumamente sola.
⎯Lo siento Théa… ⎯murmura Antonio en mi oído y después se suelta a llorar⎯, lo siento mucho, no pude llegar a tiempo, no pude estar ahí para defenderte, perdoname.
Y sé, que esas palabras, aunque lleven mi nombre, no son para mí… son para Lila Canarias.
***
Todos los martes, Antonio sale de la casa y regresa hasta que cae el sol. Los demás días, sé que se va a trabajar y llega en horario normal, pero solo los martes me quedo sola. Este martes, no ha sido así, él se ha quedado.
Después de lo que pasó con Chez, Antonio y yo esperamos a que obscureciera y salimos de la fiesta de Cassandra como si fuésemos bandidos o ladrones, como si nosotros les hubiésemos hecho algo a los Karaginnis cuando, en realidad, han sido ellos los que arruinaron nuestras vidas.
Al llegar a la casa, me cambié de ropa y me metí a la cama y no he salido de ahí desde entonces. Me he cubierto con las cobijas hasta la cabeza y me he envuelto en un capullo del que no quiero salir.
Sollozo por las noches pensando en mi madre, y juro que el ardor me sigue atormentando. Antonio ha hecho todo lo posible por ayudarme, incluso, ha pedido que le hagan el sofá cama de la habitación para dejarme toda la cama. Se lo agradezco, no tengo humor de sentir otro cuerpo.
Así, he pasado mis días, durmiendo y llorando, tratando de entender por qué tengo que pasar por todo esto, ¿yo qué hice?, ¿a caso es parte de algún castigo o deuda que tengo que pagar con la vida? No quiero sentir nada, solo quiero estar inerte, aquí. De todas maneras no le importo a Antonio y mucho menos al resto de mi familia.
⎯¿Théa? ⎯Escucho la voz de Antonio, tan cerca de mi oído que siento está encima de mí.
Sin embargo, abro los ojos y lo veo a la altura de mi rostro. Su mirada verde me sonríe. Antonio tiene unos ojos tan expresivos que ahí puedes notar que no hay ni un gramo de maldad en su alma.
“mmmm”, respondo.
⎯Sé que te lo he dicho todos los días, pero, tienes que comer.
⎯No quiero ⎯respondo, sintiéndome completamente adormilada⎯. No tengo hambre.
⎯Tienes que comer un poco, te lo pido. Llevas semanas así.
Me volteo, dándole la espalda y escondiendo mi rostro bajo la sábana. Cierro los ojos y los gemidos de Chez vuelven a mi oído.
⎯Sé que quieres estar sola, y lo comprendo. Pero, no puedes estar todo el tiempo así.
⎯Tú estuviste así durante días después de casarnos y yo te dejé. ¿A caso no puedes dejarme ahora?
Antonio suspira.
⎯Tienes razón, de verdad. Sin embargo, es necesario que hablemos de las represalias que tomaremos contra Chez.
⎯¡REPRESALIAS! ⎯Exploto, y me levanto de inmediato.
Antonio abre los ojos asombrados.
⎯Es necesario Théa. Él abusó de ti y no se puede salir con la suya.
⎯¡QUÉ NO VES!, eso es lo que quiere. Chez quiere que lo acusemos de que abusó de mí para poder decirle a mi padre que era virgen y así, poder reclamarme de regreso.
Antonio abre los ojos bastante sorprendidos por lo que acabo de decir.
⎯Si tan solo hubieses hecho tu padre del trato, al menos ahora no estaría así… hubiese perdido mi virginidad contigo de una manera más amable, que tirada en un baño, inconsciente y con un hombre gimiendo en mi oído.
No es mi intención echarle la culpa a Antonio, pero, al mismo tiempo, necesito hacerlo. Ya me había hecho a la idea de que esto pasaría con él, y al menos pensé que no sería tan malo.
⎯Lo siento, Théa, yo no…
⎯¡POR SUPUESTO QUE NO LO SABÍAS! ⎯le grito, para después romper en llanto.
La reacción de Antonio es venir hacia mí, y tratar de contenerme de nuevo entre sus brazos.
⎯Lo siento, lo siento mucho, Théa… de verdad.
⎯¡Por qué me pasó esto a mí! ⎯le reclamo y él me abraza con más fuerza.
⎯No lo sé…
⎯¿Por qué no puedo tener una vida feliz?
Antonio suspira.
⎯¿Por qué me tocó esta vida de porquería?
El silencio se hace en la habitación. Solo puedo escuchar mi corazón agitado y los brazos de Antonio sujetándome con fuerza. Sé que no fue su culpa lo que me pasó, incluso, toda la culpa la tiene Chez, pero sé que si lo denuncio sería peor para mí.
⎯No puedo responder a eso ⎯habla Antonio, cerca de mí oído⎯, pero puedo decirte que la vida a menudo nos desafía con dificultades que no siempre podemos entender. A veces, nos pone a prueba, nos empuja al límite, pero eso no significa que no haya un propósito detrás de todo.
⎯Un propósito. Como el tuyo que es seguir esperando a Lila Canarias en ese lugar todos los martes.
Antonio suspira.
⎯No… mi propósito ha cambiado.
⎯Y ahora, ¿cuál es?
⎯Concentrarme en nosotros. Estar aquí, para ti. Ayudarte y cuidarte. No voy a dejar que los Karagiannis o alguien más vuelva a hacerte daño. Te juro por Dios que no dejaré que eso pase.
Sonrío levemente.
⎯Pero, no me amas, ¿por qué habrías de protegerme? ⎯pregunto, con una mezcla de confusión y tristeza en mis ojos.
Él me mira con sinceridad y toma mis manos con suavidad.
⎯No todo en esta vida se trata de amor romántico, Théa. No necesitas amar a alguien para sentir empatía por su sufrimiento o preocuparte por su bienestar. Siempre he creído en la humanidad, en el simple acto de ser amable y protector con los demás, independientemente de nuestros sentimientos personales.
⎯Pero es tan complicado, Antonio. ¿No te sentirías más libre si no tuvieras que preocuparte por mí? Ahora qué sucedió esto, fácil podrías regresarme a la casa de mi padre, librarte de mí e ir por Lila.
Él sonrie con dulzura.
⎯Es precisamente al contrario, Théa. Cuando te protejo y cuido de ti, encuentro un propósito, un significado en mi vida. No necesito amarte del modo en que soñamos en los cuentos de hadas para ser capaz de velar por ti y querer verte a salvo. Al final del día, nuestra convivencia y el cariño que compartimos como pareja son más poderosos que el amor romántico.
Las palabras de Antonio me llegan al alma y hacen que me lance a sus brazos.
⎯Gracias, Antonio. Aunque no ames, aprecio lo que haces por mí.
En una muestra de ternura, él me da un beso sobre la frente.
⎯No tienes que agradecerlo, Théa. Cuida de ti misma porque eres valiosa, y siempre estaré aquí para ti, queriéndote de la manera que pueda. No puedo prometerte que el camino que tenemos por delante será sin problemas, pero, te prometo que juntos encontraremos nuestro camino hacia un final feliz. Tu historia no terminará mal, te lo juro. Pero te tienes que levantar o, ¿vas a dejar que los Karagiannis te roben todo?
Niego con la cabeza.
⎯No…
Antonio me abraza con fuerza.
⎯Nos tenemos uno al otro. Yo no tengo a nadie más que a ti. Te necesito para encontrar mi final feliz.
Sonrío.
⎯Me levantaré. Supongo que un propósito de vida no se puede hacer desde la cama ⎯le comento, y él asiente.
⎯Así es… y yo ya no iré los martes a buscarla. Supongo que la he perdido, pero, contigo, no pasará. No te perderé Théa.
⎯No…⎯ le digo⎯. Antonio, ¿si encuentro mi propósito de vida, me ayudarás?
⎯Claro…
⎯Bien… ⎯respondo, para después hundirme en mis pensamientos.
«Está bién, me levantaré, superaré este obstáculo y cuando esté fuerte, haré mi propósito de vida… Matar Chez Galán».
No, no, no, no me parece justo lo que le ha sucedido a Thea, no hay pastilla del día después?
Aunque sea doloroso, esto puede trazar un destino.
Antonio fingiendo un matrimonio consumado, un geredero de Marruecos y talvez una en un futuro lejano, una Thea con una herencia por parte de un futuro fallecido Chez.