Pablo 

El día del acontecimiento de Théa 

Siempre he sostenido que Madrid es una ciudad peculiar. Es lo suficientemente grande como para nunca encontrarte con tu ex, pero lo bastante pequeña para toparme con la persona menos esperada: Antonio de Marruecos, el hombre que le rompió el corazón a Lila y que, al parecer, ha vuelto a aparecer gracias a mí.

Sé que podrían pensar que soy una mala persona o que estoy cediendo ante la posibilidad de tener algo más que amistad y besos con la mujer que quiero. No obstante, cualquiera que haya sostenido un corazón roto en sus manos y haya tenido que contribuir a su reparación comprende las difíciles decisiones a las que nos enfrentamos. Las comparaciones, la incertidumbre, las lágrimas, los períodos de depresión. Estar ahí, escuchar y entender que olvidar será un desafío, especialmente cuando no hay un cierre formal.

Es escuchar las preguntas: ¿qué hice mal?, ¿acaso no me amaba lo suficiente? O, lo peor, escuchar a la mujer de mis sueños confesándole a su gemela que aún extraña al padre de su bebé y que no sabe cómo sacárselo de la cabeza para poder iniciar una relación conmigo. Por eso, le di a Antonio la oportunidad de hablar con ella a solas.

Hoy no es mi día, definitivamente. Tuve la certeza de que empeoraría cuando vi a esa mujer a punto de saltar a las vías del metro. Tenía que intervenir; habría sido demasiado duro para mí arruinar mi única y última oportunidad con Lila y, además, presenciar la tragedia de una mujer quitándose la vida frente a mis ojos. Ahora, al menos, solo una situación logrará perturbarme durante el resto de la semana.

⎯¿Ya casi llegamos? ⎯Escucho la voz de Théa, quien viene a mi lado sentada en el metro. 

De pronto, he estado tan sumergido en mis pensamientos que he olvidado que ella viene conmigo. 

⎯Lo siento ⎯contesto⎯. Mi intención no era ignorarte, solo que he tenido un día pesado y todavía no termina. 

Théa me sonríe tímida. Su tez es tan blanca que puedo notar un leve rosa al sonrojarse. 

⎯Está bien… no pasa nada. 

⎯Te prometo que a partir de ahora tienes toda mi atención. ¿Qué me preguntaste? 

Théa se ríe y me contagia la risa. 

⎯Bueno, después de que repitas la pregunta, tendrás toda mi atención. ⎯Corrijo. 

⎯Te pregunté si ya casi llegábamos. 

⎯Sí, en la próxima estación bajamos ⎯hablo de inmediato. 

Nuestras miradas se cruzan y noto un leve brillo en sus ojos. Al parecer, Théa ha estado llorando. Sin embargo, no me siento con la confianza de preguntarle por qué. 

El metro anuncia la estación y me pongo de pie. Extiendo la mano para ayudarla y sostenerla mientras se levanta algo torpe; al parecer, no está acostumbrada a usar transporte público. La observo y Théa se ve tan fina y refinada que me recuerda a una princesa o a alguien importante de la alta sociedad.

⎯¡Uy! ⎯expresa, mientras se toma fe mi brazo⎯. Lo siento, soy algo torpe. 

⎯Todos somos torpes en el metro, créeme ⎯le comento. 

⎯Tú, ¿siempre te mueves en metro? 

⎯Sí, aunque tengo mi auto, es más cómodo. 

⎯¿Sabes manejar? ⎯pregunta con un tono de sorpresa que me hace sonreír, no sé si es porque ella se ve verdaderamente asombrada, o por otra cosa. 

⎯Sí, desde los dieciséis. Mi padre me enseñó cuando aún tenía paciencia. Después yo le enseñé a mi hermana, Mar. Créeme, entiendo a mi padre ahora más que nunca. 

⎯¿Tienes una hermana? ⎯me pregunta, interesada⎯. ¿Mar?

⎯María del Mar, le decimos Marimar o Mar. No le gusta el primero por una telenovela mexicana donde la protagonista se llama Marimar, y siempre le cantan la canción. 

Ambos salimos del metro y ella sigue mis pasos. Va cerca de mí y volteando a cada rato. Al parecer, siente que alguien la persigue y se quiere asegurar de que no sea así. Entonces, la tomo del brazo con cuidado y la pongo frente a mí, protegiéndola con mi cuerpo, mientras salimos llevados por la ola de gente. 

⎯¿Qué canción? ⎯pregunta. 

⎯¿Cómo?

⎯La canción, que no le gusta a tu hermana. 

⎯Pues se llama Marimar, es de Thalía. 

⎯¿Puedes cantarla? ⎯Me pide. 

⎯¿Qué? ⎯pregunto entre sonrisas y sin poderlo creer.

⎯La canción… 

Finalmente, salimos de la estación hacia la calle. 

⎯Creo que necesitaré como 20 tequilas para que eso pase. Así como estoy no podría. 

Théa se ríe. 

⎯Vale… 

La conversación se termina, una bastante rara, pero que me ha hecho olvidarme de todo lo que en este momento pasar por mi mente. Así, ambos caminamos por la calle en silencio, hasta que llegamos al corazón espinado que está en el barrio de La Latina. Le abro la puerta a Théa, y ella, al entrar, exclama un ¡guau!, que no sé qué pensar. 

⎯¿Te gusta? ⎯pregunto. 

⎯Sí, es genial. Pero, no hay mucha gente ⎯me dice muy inocente. 

⎯No, porque el bar se abre por las noches, apenas son las dos de la tarde. Solo que yo vengo a ver unas cosas de la administración. Pasa. 

Théa entra, observando cada detalle del bar. Yo me adelanto hacia la barra, paso detrás de ella y sin dudarlo dos veces tomo una botella de tequila y sirvo dos caballitos. Ella se sienta en uno de los bancos y observa cómo sirvo la bebida.

⎯Creo que tú también necesitas esto, ¿no crees? 

Ella toma el caballito de forma cordial y yo, sin importarme nada, tomo el shot de tequila y me sirvo otro. Repito la acción, para luego aclararme la garganta. Théa aún tiene su caballito en la mano, y en cuanto observa cómo lo hice, ella me imita, provocando que la tos aparezca de inmediato.

⎯¡Quema! ⎯habla, mientras se recupera. 

⎯Así es… raspa. 

⎯Esto es… ¡Guau! 

⎯¿Jamás habías tomado tequila? 

Théa niega. 

⎯¿Dónde has estado, debajo de una roca? 

De pronto su rostro cambia, al parecer, dije algo que le recordó a algo y se ha puesto nostálgica. 

⎯Lo siento, no era… 

⎯No pasa nada, supongo que sí he estado debajo de una ⎯contesta⎯. O tal vez algo parecido. 

⎯Bueno, nunca es tarde para tener una primera vez… ⎯hablo. 

Ella sonríe. 

⎯¿Tienes problemas? ⎯me pregunta.

⎯¿Cómo? 

⎯Desde que estamos en el metro has venido callado, creo que tienes problemas y yo estuve a punto de darte más. 

⎯No, claro que no ⎯contesto⎯. Lo que pasa es que tengo mucho en mente y hay unas cuestiones que debo resolver. 

⎯Y, ¿el tequila ayuda? 

⎯Bueno, no ayuda a resolver, pero, al menos hace que se te olviden. 

Théa ríe, lo hace con una soltura que alegra el momento. Definitivamente, tiene una pizca de inocencia que me inunda de ternura. Ambos nos quedamos en silencio. No es que los silencios sean incómodos, sino más bien que ninguno de los dos sabe cómo empezar la conversación. Nos hemos conocido en un momento tan peculiar, pero que, a la vez, parece ser el correcto; ella tiene problemas y yo, creo que pronto los tendré.

⎯¿Te sientes mejor? ⎯le pregunto. 

⎯Sí, gracias. De verdad, muchas gracias. 

⎯¿Por qué querías hacerlo? ⎯pregunto directo. 

Ella ve hacia la puerta. Al parecer, no se siente muy segura, a pesar de que ya está lejos de la estación. Aun así, Théa voltea y me dice con voz tenue. 

⎯No sé si me creas. 

⎯¿Por qué no habría de creerte? 

⎯Bueno, porque te va a sonar raro lo que te diré. 

⎯Venga, prúebame ⎯la incito a que me diga. 

Ella suspira. 

⎯Me venían persiguiendo. 

⎯¿Cómo? 

⎯Un hombre, me venía persiguiendo, y trataba de huir. Pensé que me llevaría con él y mejor pensé en saltar a las vías antes de caer en sus manos. 

La sonrisa se borra de mi rostro. En realidad Théa tiene un problema más grande que el mío y yo, lamentándome. 

⎯¿Te hizo daño? ⎯le pregunto. 

Théa niega. 

⎯Hoy no, antes sí. No te lo puedo contar, pero, si me hizo daño. Ahora me vigila a dónde quiera que vaya y no puedo vivir en paz. Así que supuse, tal vez si me aviento a las vías y ya no estoy aquí, podría encontrar esa paz. Siento que si desaparezco de la faz de la tierra, muchos problemas se arreglarían. 

⎯No digas eso… Si te vas, ¿quién me pedirá que cante Marimar? 

Théa de inmediato se ríe, lo hace tan fuerte que llama la atención de los meseros que están acomodando las mesas. 

⎯Eres la primera persona que me pide que la cante, si te vas, ¿quién más me lo pedirá? 

⎯Gracias… eso fue lindo ⎯habla, y puedo ver cómo las lágrimas corren por sus mejillas. Después, discretamente, se las limpia con los dedos. 

En ese instante saco un pañuelo de tela y se lo doy. 

⎯Ten… ⎯Théa lo toma y se seca las lágrimas. Por un momento dejo que se tranquilice y que su atención se centre en el momento⎯. Sé, que tal vez piensas que esa es la única solución, que el mundo estaría mejor sin ti, que muchos problemas se arreglarían, pero… no es así. Habría gente que te echaría de menos. 

⎯No, no lo creo. ⎯Me asegura. 

⎯Bueno, ahora yo te echaría de menos. 

⎯¿Tú?, ¿por qué habrías de hacerlo? Soy la mujer que casi te arruina el día. 

⎯O, tal vez eres la mujer que me está alegrando el día. 

⎯¿Cómo es que yo puedo alegrarte el día? ⎯pregunta, insegura. 

Sonrío. 

⎯Bueno, porque hoy conocí a una nueva amiga, y eso es bueno ⎯digo⎯, una que considera que soy la persona adecuada para cantar. Y que me está ayudando a olvidar que hoy posiblemente cometí un error. 

⎯¿Error?, ¿qué error? ⎯insiste. 

⎯Bueno… creo que abrí una ventana cuando la puerta ya estaba cerrada, y me da miedo que cambien el picaporte, y me dejen fuera, cuando yo ya estaba dentro. 

Théa comprende lo que estoy diciendo, y se le nota en el rostro. Es increíble la empatía que ha generado conmigo en tan solo unas horas de conocernos. Es gracioso, pero siento como si la hubiese conocido de toda la vida. 

⎯Es chistoso, porque yo me siento que me han encerrado por dentro. Daría lo que fuese porque alguien me abriese una ventana para poder salir. ⎯Suspira⎯. Tal vez, a veces es bueno que te dejen fuera y cambien el picaporte. 

⎯No cuando tú has construido ese sitio con tus propias manos. 

Ella suspira. 

⎯¿Creo que necesitamos más tequila? 

⎯Creo que sí… 

⎯Tal vez llegues a veinte y ahora si me puedas cantar. 

Sonrío. 

⎯¿Así que este es tu truco? ⎯pregunto simpático. 

⎯No ⎯habla Théa, entre risas⎯. ¿Pero sabes?, tal vez si tomas la cantidad adecuada de tequilas puedas tener el valor de llevarle serenata a esa ventana, y hacer que te escuchen… 

⎯O que me lancen agua fría o una maceta. 

⎯Bueno, al menos ya no volverás a cantar y te podrás ir, es mucho mejor que cantar encerrada en una jaula y saber que nadie te escucha. 

Entonces, al escuchar eso, me tomo la libertad de tomarla de la mano. La mirada de Théa se conecta con la mía y el tono rosado aparece en su piel. No se necesita ser experto para saber que ella se siente sola, desprotegida y que algo grave pasa. Así que, quiero asegurarme de que no haga nada de lo que se pueda arrepentir. 

⎯Théa, no sé qué problemas tengas o en qué situación estés viviendo, pero debo decirte que, aunque suene muy trillado, todo tiene solución. Solo se necesita encontrar la manera. Es como cuando estás armando algo, sabes que llevará tiempo, que requerirá esfuerzo, pero cuando lo veas completo y en su esplendor, sabrás que valió la pena, absolutamente todo lo que pasaste. Y, que cada vez que lo veas con detenimiento, pensarás: lo volvería a armar una y otra vez, sabiendo que al final se ve así. 

Théa se muerde los labios. 

⎯¿Qué tal si toda tu vida te dijeron que no eres buena armando nada? 

⎯¿Cómo sabes que no lo eres si jamás lo has intentado? ⎯cuestiono⎯. Hasta que no lo intentas, sabrás si lo eres o no. 

⎯¿Me quieres decir que ya has cantado antes? ⎯habla y yo me río bajito. 

⎯Sí, cuando uno está enamorado hace el tonto… he hecho cosas que solo el tequila sabe. 

⎯¿Todo ha sido por amor? 

⎯No, por amistad, por amor, por lealtad… porque sentí que era lo correcto. Como hoy, hace unas horas, y ahora que te veo lo comprendo… hice lo correcto. 

⎯Creo que también hiciste lo correcto en abrir esa ventana. 

⎯Espero… 

En eso, Théa nota que su móvil vibra y al verlo suspira. 

⎯Me tengo que ir… pero, muchas gracias por todo, por el tequila, por los consejos, por… ya sabes…

⎯No hay nada que agradecer. Es más, si alguna vez te sientes sola este lugar está abierto para ti, con barra libre y todo. O si quieres platicar. ⎯En eso, tomo una servilleta y le apunto mi número de móvil⎯, este es mi número de móvil. Puedes hablarme a cualquier hora. Por el momento mis husos horarios son diferentes a los tuyos, pero, estaré viniendo a Madrid una semana cada mes. Si estoy aquí, puedes pasar a saludar. Aun así, llámame cuando lo necesite. 

⎯Gracias… 

⎯Pero en serio… aquí estoy. Nada de pensar en saltar a las vías. 

⎯No, ya no… lo juro. 

⎯Vale, confío en tí. 

Théa sonríe. 

⎯Un gusto conocerte, Pablo. 

⎯Igualmente, Théa. 

Ella se levanta del banco y camina hacia la puerta. Yo me quedo observándola. Es una mujer tan hermosa y a la vez tan triste. No sé por qué tengo el presentimiento de que la volveré a ver. 

Théa sale por la puerta del bar y desaparece. Una vez más el pensamiento de Antonio regresa a mí y me provoca volver a tomarme un tequila. Siento como si hubiese estado bajo un encantamiento y ahora, he vuelto a la realidad. 

⎯Bueno, espero que la ventana que he abierto no me afecte ⎯hablo para mí mismo. 

Sin embargo, ese día no supe que sí había abierto una ventana, pero en otra casa, para otra persona, y que ella aprovecharía para escapar. Y que yo sería quien le pondría la escalera. 

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