Después de la salida, Karl me dejó en casa, salió, me abrió la puerta y se despidió de un apretón de manos. ¡Qué demonios!, no entiendo qué pasó porque ni siquiera me dijo nada, solo un “hasta luego Alegra Canarias, duerme bien”, y se fue; ya pasaron dos días.

Puedo hacerme idiota y pensar que no me importa, pero, si lo hace y eso es lo que me enoja más, por lo que he estado de un humor de perros y gatos que no sirve de nada. 

¿Qué me molesta?, ¡no sé!, ¿qué es lo que quiero?, tampoco sé… simplemente quiero algo y estoy segura de que encerrada en el estudio de mi madre editando fotografías de familias felices lo sabré.

—¿Alegra? — escucho la voz de mi madre y momentos después entra con Eva entre sus brazos — ¿puedes ir al hospital a darle las gafas a tu padre?, las olvidó.

—¿De nuevo?, ¿por qué simplemente no se las deja?, creo que las necesita para ver.

—Ya sabes que piensa que se ve viejo, está en negación. Además, estoy esperando que pase algo para decir “Te lo dije”, con gusto, como cuando se estrelló con la puerta del ventanal en la casa de Robert y Julie.

Me río, la verdad es que ese día tuvimos que aguantarnos la risa ante el golpe seco de mi papá contra el vidrio. 

—No te rías— me dice mi madre tratando de no reírse.— En fin, iría yo, pero Eva se siente mal del estómago y no quiero arriesgarme, David está trabajando y Lila fue a ver lo de su taller, así que… —mi madre me da las gafas— y a las 2 pasa por Luciano y Lolo a la ludoteca, David pasará por Fátima a natación.  

—¡Vaya!, quiero tener cuatro hijos como Sila e irme de viaje— hablo en tono sarcástico. 

—¡Guau!, sí que seguimos amargando. Ve, anda… dile al chofer que te lleve para que no llegues tarde… y a las 2:00 pm, Lolo y Luciano.

—Sí, sí… — contesto, para luego ponerme de pie y tomar mi bolsa.—Adiós Eva… espero no te siga doliendo la pancita— le digo a mi sobrina, que de inmediato me sonríe y se recarga en el hombro de mi madre. 

Antes de irme voy a la habitación, me pongo desodorante, acomodo mi cabello y luego me echo un poco de perfume. Me veo frente al espejo y reviso mi maquillaje, ya que no quiero que esté tan corrido y, finalmente, salgo directo hacia la puerta donde el chofer me está esperando. 

La probabilidad de encontrarme a Karl en el hospital es de un 50 %, porque puede estar ahí, pero jamás verlo o puede estar, pero que me lo encuentre en los corredores. No sé si quiero encontrármelo, ya que tengo en la punta de la lengua cientos de cosas sin sentido que decirle y temo que si lo hago será mi condena. Simplemente, estoy molesta, es todo, ¿por qué?, no lo sé… simplemente lo estoy. 

[…] 

Después de unos minutos el chofer se detiene en frente del hospital y me abre la puerta. Le pido que me espere cerca, ya que no planeo tardarme tanto y él me comenta que estará en el estacionamiento del hospital y que le envíe mensaje cuando esté por salir. 

Accedo, y en seguida, entro por las enormes puertas del lugar y empiezo a saludar a todos en la recepción. Es normal, cuando te conocen desde pequeña y prácticamente naciste aquí, es algo que de esperarse. 

⎯¿Llamo a tu padre? ⎯ me dice Laura, la joven de la entrada. 

⎯No, subiré a su oficina, solo vengo rápido a dejarle algo ⎯ respondo, mientras busco en mi bolsa el móvil. 

⎯Bien, señorita Canarias… ⎯ me responde para luego ocuparse en el teléfono. 

Confieso que subo al elevador, nerviosa, presiono el botón con el número cinco y empiezo a subir. La puerta se abre en el tres y mi corazón se detiene por unos momentos. Relájate Alegra, ¿ahora estás nerviosa por quién?, ¿por patán Karl?, pienso, mientras una de las enfermeras sube y me saluda amablemente. 

Las puertas se abren en el nivel cinco y, de inmediato doy vuelta hacia la izquierda para ir a la oficina de mi padre que se encuentra al fondo del área de maternidad. He venido tantas veces aquí que debería serme conocido, pero, juro, que cada vez que recorro estos corredores es algo nuevo. 

Así, llego a la oficina de mi padre y al entrar Loreto me sonríe ⎯¡Alegra!, ¡qué gusto! ⎯ me saluda, para luego ponerse de pie. 

⎯Bien gracias, Loreto. Vengo a ver a mi padre, ¿está? ⎯ inquiero. 

⎯El doctor Canarias está en ronda con los nuevos internistas, pero, si quieres le llamo. 

⎯No, no… pasaré a la oficina le dejaré sus gafas para ver, las olvidó de nuevo ⎯ comento y Loreto se ríe bajito. 

⎯¿Sigue en negación? ⎯ me pregunta. 

⎯¡Total! ⎯ contesto y abro la puerta de su oficina para entrar y ver los muros llenos de fotografías. 

Mi padre tiene un muro dedicado a sus títulos, reconocimientos, diplomas y cursos, pero, toda su oficina está llena de fotografías de la familia lo que la hace ver increíblemente bonita y diferente. Aquí no te sientes en un hospital si no, como si fuese una extensión de la mi casa y eso, lo hace genial. 

Pongo las gafas sobre su escritorio, justo encima de los papales que está revisando y le dejo un recado ⎯ ¡Úsalas Davidsito!, el golpe avisa ⎯ y luego me río para mí misma, acordándome del momento. 

Le pego la nota sobre el estuche y luego me volteo para salir. Me pongo los auriculares y le subo a la música, “Rakata”, al grado que apenas puedo escuchar lo que hay afuera. De pronto una fotografía en uno de los muros llama mi atención y hace que me acerque para verla. 

⎯¡Guau!, pensé que jamás la volvería a ver ⎯ hablo, y sonrío. 

Ahí delante está una foto de cuando vivíamos en Puerto Vallarta. Mis padres se ven tan jóvenes y nosotros tan pequeños, Sila debía tener como unos ocho años, nosotras seis y David se encuentra en brazos de mi padre. Recuerdo que mi madre puso la cámara sobre una roca y moríamos de risa porque no llega a tiempo con el conteo del reloj, por esa la foto salió un poco movida y todos muertos de la risa. 

Amaba Puerto Vallarta, me encantaba nuestra casa fresca y junto al mar. El jardín de flores que mi padre plantó él solo y sobre todo la cercanía a la casa de mis abuelos, los extraño, siempre me pregunté por qué se fueron tan pronto. 

Una alarma interrumpe la canción y al ver la pantalla me indica que tengo media hora para salir por los gemelos. Me volteo y de pronto, pego un grito tan fuerte que sé se escuchó por todo el consultorio. Karl me cubre la boca y me mira a los ojos. Lo empujo poniendo mis manos sobre su pecho y me quito los auriculares. 

⎯¡Qué te pasa! ⎯ le grito ⎯¡estás acosándome! 

⎯No, claro que no… ⎯ me contesta de inmediato ⎯ toqué la puerta, te vi y te dije: “Alegra, estoy detrás de ti”, mil veces antes de acercarme. Te juro que no tenía ni idea de que estabas con los auriculares. 

⎯¡Dios!, casi me matas de un susto ⎯ le reclamo, aún más enojada por mí que por él. 

⎯Suerte que estás en un hospital ⎯ me comenta. 

Loreto entra a la oficina completamente pálida ⎯¿Qué pasó? ⎯ nos pregunta. 

⎯Nada, Loreto, solo me asustó ⎯ le respondo y Karl le sonríe. 

⎯No te preocupes, todo bien… 

⎯Vale ⎯ dice, respirando tranquila para luego salir. 

⎯¿Qué haces? ⎯ inquiero porque Karl toma su estetoscopio, se lo coloca y pone la membrana sobre mi pecho. 

⎯Soy cardiólogo, ¿recuerdas?, solo quiero asegurarme de que no tengas una taquicardia o algo así… 

⎯Karl…

⎯Shhhhh ⎯ me hace y por alguna razón me quedo en silencio, como si en realidad necesitara una revisión de mi ritmo cardiaco. Su ojos se fijan en los míos y una vez más el recuerdo de la noche que nos besamos regresa a mi mente. Odio su mirada, es tan intensa que me saca de mis casillas. 

⎯No necesito esto, mi padre nos obliga a hacernos un examen general todos los años y jamás me han dicho nada, no tengo problemas del corazón… 

⎯¿Segura?, porque aquí yo escucho un ritmo cardiaco elevado…¿te pasa algo?⎯ pregunta casi en un murmullo. 

⎯Sí, que un idiota me asustó… eso me pasa⎯ respondo y me muevo a un lado⎯ me tengo que ir, adiós Karl… 

⎯Adiós⎯ responde, para luego colocarse el estetoscopio sobre el cuello y sonreírme. 

Salgo por la puerta despidiéndome de Loreto, para luego ir hacia el pasillo. De pronto, una rabia me invade la sangre, y un deseo infrahumano de regresar a reclamarle llega a mí. Me doy la vuelta para volver a entrar a la oficina cuando me lo vuelvo a encontrar saliendo de ahí. 

⎯¡Karl!⎯ le hablo con fuerza, él voltea y me sonríe. 

⎯Alegra⎯ responde. 

⎯¡Cómo te atreves!, ¿eh?

⎯¿A qué?⎯ pregunta, acercándose a mí e imponiendo su cuerpo y estatura ante mí. 

Sin querer voy dando pasos hacia atrás, llevado por el impulso de su cuerpo, y cuando menos me doy cuenta me ha metido a una de las habitaciones desocupadas del hospital. Él cierra la puerta y de nuevo regresa a mí. 

⎯¡Cómo te atreves a hacerme lo que hiciste el domingo!⎯ logro decir. 

⎯¿Hacer qué?⎯ pregunta, y mi espalda choca contra la pared, una vez más me está acorralando. 

⎯Pues… besarme.

⎯¿Besarte?, te recuerdo que tú me besaste a mí⎯ me contesta y siento de nuevo su cuerpo sobre el mío de una manera que me enciende. 

⎯Y luego no me dijiste nada…⎯ contesto. 

⎯¿Qué querias que te dijera?⎯ pregunta, mientras me ve a los ojos. 

⎯Al menos… pudiste….⎯ trato de hablar. 

⎯¿Llamarte?⎯ Adivina y luego pone sus brazos lado a lado de mi rostro, recargando las manos sobre la pared⎯, pero, ¿por qué?, no era una cita, tú te encargaste de ponerlo en claro. Así que para mí fue solo un beso y ya… todo bien. 

⎯Lo sé pero… ⎯ y odio que me tenga así, siento cómo pierdo mi voluntad y eso me enoja. 

⎯¿Quieres otro?, pídemelo…⎯ responde, acercando sus labios a mi rostro. 

⎯No quiero nada…

⎯Bien, entonces no se te dará…⎯ contesta, pero en lugar de alejarse se acerca más a mí. Huelo el aroma a limpio de su piel, siento su respiración cerca de mi cuello y como su mirada me desnuda por completo. Karl huele mi perfume y luego murmura en mi oído.⎯ Dímelo, Alegra… no seas cobarde. 

⎯¡Deja de llamarme así!⎯ respondo, y lo empujo con fuerza del pecho, pero, él no se mueve.⎯¡No soy cobarde!⎯ repito con rabia, y vuelvo a empujarlo. 

Karl no se mueve, deja su cuerpo cerca del mío, sus labios cerca de mi rostro y de pronto, por inercia volvemos a besarnos. Siento sus deliciosos labios acomodarse con los míos y de nuevo el mar de sensaciones me invade. Sus manos se acomodan sobre mis muslos y vuelve a levantarme para pegarme contra la pared. Esta vez enredo mis piernas sobre su cadera y soy yo la que se pega a él para hacer el beso más profundo. 

Karl camina hacia la cama que hay al lado de nosotros y me recuesta, para luego subirse encima de mí y continuar besándome como si no hubiese mañana. Mis manos comienza a recorrer su camisa, quiero arrancársela con desesperación, quiero que él me arranque la ropa y me folle ahí, no me importa lo que pase. Sin embargo, Karl se mantiene sobre mis labios, besándome, enredando su lengua con la mía y haciendo erizando mi piel. 

Logro desabrochar sus botones, abrir su camisa y dar paso a su torso. Siento mis manos tocando cada músculo de ese abdomen, su piel erizada, su corazón latiendo rápido cuando, de pronto, él se separa para quitarse la bata y la camisa y quedar desnudo del torso sobre mí. Siento su peso, su excitación y estoy lista para estirar mi mano y tomar un preservativo de mi bolsa cuando todo se cancela. 

Doctor Karl Johansson se le necesita en emergencias, Doctor Karl Johansson se le necesita en emergencias. 

Karl se levanta de inmediato y se pone la camisa ⎯ lo siento, pero el deber me llama…⎯ comenta. 

¡Qué!, nooooo, pienso, y siento una frustración enorme. 

Él se pone la camisa perfectamente para luego acomodar su bata⎯ un gusto volverte a ver Alegra… espero se repita⎯ comenta, para luego abrir la puerta de la habitación, gueñir un ojo y salir de ahí. 

⎯Mierda, mierda, mierda…⎯ murmuro, mientras estoy sumamente agitada sobre la cama. Después veo el reloj y me percato que son las dos ⎯¡Mierda!⎯ repito, para después salir corriendo de ahí.

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