Era evidente que nuestro encuentro en la pista acabaría con otro en la cama, y no, no me molesta, sobre todo cuando Karl me besa de esa forma que me enciende por dentro. Así, solo entramos a su piso, el saco de su esmoquin voló por los aires y mis zapatos se quedaron cerca de la puerta. Desde que subíamos en elevador veníamos besándonos, así que los motores ya estaban encendidos. 

⎯ Nunca me han quitado un Chanel ⎯ le comento, mientras mis manos inquietas desabrochan su camisa. 

⎯ Siempre hay una primera vez ⎯ murmura, para luego bajar el cierre del vestido y que este se empiece a deslizarse por todo mi cuerpo, hasta caer al suelo. 

Karl se aleja un poco de mí para poder ver la ropa interior que él también me obsequió ⎯ Te ves hermosa en ese vestido Chanel, pero, sabes, te ves más hermosa así… 

⎯¿De verdad? ⎯ pregunto excitada, ya que mis manos tocan su torso, y lo acarician. 

⎯ Así es… eres bella. Esas caderas, ese busto, tus piernas, me encanan tus piernas. 

Al parecer, el alcohol a ambos, en lugar de embriagarnos, nos ha calentado y hemos empezado a confesar entre besos, lo que pensamos de nuestro físico. 

⎯ Pues, tú no estás mal ⎯ comento. 

⎯ Tú, estás buenísima ⎯ me dice, para luego cargarme entre sus brazos como tanto le gusta y llevarme a la habitación. 

Karl abre la puerta con su espalda y así, sin prender las luces, me lleva hacia la cama donde ya otras veces nos hemos encontrado. Tan solo mi espalda topa contra el colchón, él se lanza sobre mí y comienza a besar mi cuerpo que aún está cubierto con la lencería fina que roza suave sobre mi piel.  Sus labios me comen, suben y bajan por mi abdomen, para después pasar a mis piernas y besarlas como si las estuviese saboreando. 

Con los ojos cerrados disfruto cada sensación que él me provoca, me dejo llevar como siempre, y mi piel se eriza a la par de esas manos tan grandes con las que me acaricia. 

⎯ ¡Dios!, eres tan bueno en esto ⎯ confieso. 

Karl no me responde, simplemente sube hacia mi braga y siento sus dientes al borde de la tela, en un movimiento los jala haciendo que estos se rompan. Una breve risa se escapa de mi boca. 

⎯ Ves como si eres un pervertido ⎯ le respondo. 

La lengua de Karl comienza a jugar con mi intimidad, siento la succión de sus labios, y como mi cuerpo comienza a desesperarse por todo lo que está pasando. Estiro las manos hacia atrás para cogerme de la almohada y los gemidos que comienzo a dar son tan fuertes que creo los vecinos volverán a quejarse, por lo que me cubro el rostro con ella. Inmediatamente, la mano de Karl me la quita, y la pone al lado. 

⎯ No te cubras, eso me excita más ⎯ me dice, para después continuar con su hazaña. 

No sé qué hora es ni que está pasando a mi alrededor, solo me aferró al placer que sus labios me dan y caigo rendida cuando la ola de placer recorre todo mi cuerpo y me hace temblar. El gemido es alto, pero ya no me importa si el anciano del otro lado reclama como lo ha hecho antes. 

Besándome sobre el cuerpo, Karl regresa a mi rostro, me besa sobre los labios haciendo que me pruebe, y luego me murmura al oído. ⎯ Voltéate ⎯ me pide. 

Me río ⎯ ¿Crees que te haré caso?, voltéame tú ⎯ contesto. 

Él me sonríe, para luego meter sus manos por debajo de mi espalda y en un movimiento voltearme boca abajo. Yo me río, porque sé que le gusta que le provoque, así como a mí me gusta salirme con la suya. 

Karl me pega al respaldo de la cama, no sin antes atorar la almohada entre la cabecera y la pared para así aminorar el impacto. Después, saca del cajón de su mesita de noche, un preservativo y las esposas, y amarra una de mis manos a ella para sujetarme a la cabecera, la otra mano me queda libre. 

⎯ ¿Entonces?, ¿esto es lo que quieres, eh? ⎯ le pregunto. 

⎯ Así es, quiero follarte ⎯ lo reconoce. 

Una de las cosas que me gustan de Karl es que no se guarda nada, que es directo y que siempre sé qué es lo que desea. 

⎯ Pues hazlo… ⎯ le respondo. 

Me encuentro de rodillas frente a él. Siento como sus manos desatan lo que queda de mi sostén, me pide que levante mi trasero a una altura que le gusta, y cuando menos lo espero, siento unas palmadas sobre mis glúteos que me hacen saber que no son sus manos. 

⎯ ¿Te prometí un látigo, qué no? ⎯ me dice, y yo me muerdo los labios al sentirlo. 

Momentos después, él entra en mí, y mi gemido se hace fuerte contra la pared. Karl, esta vez se desboca sobre mí y completamente excitado, comienza a moverse de una forma que no conocía. Sus manos están aferrados a mis caderas y las mías, literal, arañan la pared que está en frente de mí. 

⎯ Sigue, sigue ⎯ le pido, mientras mi cuerpo comienza a generar otro orgasmo. 

La verdad, no quiero decirle nada, pero, jamás había tenido tantos orgasmos con una misma persona como los que tengo con él, ese seguirá siendo nuestro secreto. 

Cuando llegó al clímax, gimo cerca de la pared, mientras mi mano la araña. La que tengo amarrada muere por zafarse, pero Karl me lo impide poniendo su cuerpo contra el mío. 

⎯ Solo déjate llevar, ¿quieres? ⎯ me murmura al oído, mientras su cuerpo sudoroso se pega al mío. 

Aun dentro de mí, se mueve, envuelve mis pechos con sus manos, mientras sus labios besan mi cuello de manera fenomenal.  Sigo sintiendo tanto placer que me es imposible mantenerme de rodillas, así que pego aún más mi cuerpo al suyo para evitar que caiga. 

⎯ Me voy a venir de nuevo ⎯ le confieso, y como acto seguido gimo tan alto mientras dejo que mi cuerpo repose sobre el suyo. 

No obstante, Karl no deja que lo haga y así vuelve a ponerme contra la pared para seguir haciendo lo suyo, mientras la almohada evita que golpeemos la pared con las embestidas que me da. 

⎯ Sigue, sigue ⎯ le aliento, cuando lo hace más fuerte. 

La almohada cae al suelo, por detrás de la cama, y de nuevo la cabecera suena fuerte contra el muro. No nos importa, sobre todo cuando ambos estamos a punto de llegar a donde tanto deseamos. 

⎯ Sigue, sigue, sigue ⎯ digo. 

⎯ ¿Ya ves como siempre te sales con la tuya? ⎯ me murmura excitado. Aun así, Karl no se detiene, y va aumentando la velocidad. 

El “tac, tac tac” de la cabecera toma un ritmo y finalmente el desahogo de ambos se hace evidente cuando gemimos al lo alto, sin importarnos que pueden decir.  Adoro a los hombres que gimen, y Karl lo hace sin problemas. 

Los dos terminamos exhaustos, llenos de sudor, y con el cuerpo tan relajado que nos dejamos caer. Mi espalda cae sobre su pecho, y él me abraza para después buscar mis labios y continuar besándome. Por un momento nos quedamos así, pegados, y disfrutando del momento. Un portazo nos saca de nuestro momento y hace que nos separemos. 

⎯ Creo que nos escucharon ⎯ me murmura, y minutos después escuchamos como el vecino toca la puerta del piso.

¡Johansson!, grita, y ambos nos reímos bajito, mientras vuelve a tocar.

⎯ ¿Has pensado cambiar de cama? ⎯ le propongo y Karl niega con la cabeza. 

⎯ Me gusta que nos escuchen… ⎯ contesta. 

⎯ Eres un pervertido ⎯ respondo. 

⎯ Sí, ya me lo habías dicho… ⎯ habla, para después, volver a besarme. 

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